Cine y TV

Mujeres espía y dioses negros: introduciendo la diversidad en los mitos pop

Thor. Imagen:
Thor. Imagen: Marvel Studios.

El cañón de una pistola apunta al vacío. Suenan las primeras notas de un riff de Monty Norman. Se oyen pasos, y una figura armada con una Walther PPK irrumpe caminando con indiferencia en ese marco circular. Veloz, mortal y certera, ya nos ha metido una bala entre ceja y ceja antes de que nuestro cerebro pueda procesar un pequeño detalle: se trata de una mujer. Corría la no-noticia en internet como un reguero de pólvora: en pleno vacío de poder en el MI-6, sin saber si Daniel Craig regresaría para encarnar a James Bond por quinta vez, y en medio de la ensalada de nombres que siempre circulan en estos casos como posibles candidatos (de Tom Hiddleston a Jamie Bell), Gillian Anderson se postulaba a sí misma, medio en broma medio en serio, para ocupar el puesto de 007. Y en las redes sociales se desataba el infierno.

Apenas unos días después el fandom volvía a montar en cólera, esta vez por la elección de una actriz negra para interpretar a Hermione Granger en la secuela teatral de Harry Potter. En este caso ni siquiera se trataba de un cambio en la obra original, puesto que, como se apresuró a aclarar la propia J. K. Rowling, ella jamás especificó en las novelas el color de piel de Hermione. Sucede que, sencillamente, ante la falta de una mención expresa a ello, todos asumimos por defecto que era blanca, del mismo modo que tanta gente dio por hecho que Dumbledore era heterosexual. Igual ahí también hay un problema de mentalidad, y lo que es seguro es que la culpa no la tiene Rowling o sus actrices.

Es bien sabido que nada hay más peligroso que un fan purista. De pronto, los foros de debate, los comentarios de artículos en la web y hasta el bar del spot de Ciudadanos se llenaron de furibundos objetores a la posibilidad del cambio de sexo o raza de un personaje de ficción. Pero, ¿qué importa el color de piel de Hermione? ¿Por qué no sería un problema que existiera una James Bond mujer? Y, sobre todo, ¿por qué sería positivo que fuera así? En primer lugar conviene echar la vista atrás, porque de ocurrir, no sería la primera vez que se alteran rasgos esenciales de un personaje, por uno u otro motivo, para adaptarse a los tiempos. Sucede que, en una sociedad patriarcal, la cultura y el ocio están diseñados mayoritariamente por hombres y para hombres. La figura de referencia es la masculina (y blanca), y la mujer (y cualquier otra raza) representa la otredad. En un contexto así, que ha sido la norma desde el amanecer del ser humano, los seres ficticios que pueblan nuestros distintos imaginarios son mayoritariamente hombres caucásicos. Las religiones monoteístas tienen como eje a un ser de claros rasgos masculinos (Alanis Morrissette es un Dios non-canon a estos efectos), y en las politeístas el papel femenino suele estar relegado a un discreto segundo plano en el mejor de los casos, o a receptora de los fluidos de Zeus en el peor.

En el mundo actual, los mitos de la cultura pop han venido a ocupar, en muchos sentidos, el lugar de las mitologías religiosas. Al menos, en lo que se refiere a su utilidad como parábolas morales capaces de llegar a todos los estratos de la sociedad, como arquetipos compartidos y perpetuados en el tiempo y como pilares de un imaginario popular común. Superman es el nuevo Hércules (Grant Morrison elaboró esta idea en su magnífico All Star Superman); Peter Parker podría ser un moderno Aquiles y Thor sería el nuevo… eh…. Thor. Los superhéroes son la cara más visible de esa equivalencia, pero no son los únicos: Luke Skywalker, Indiana Jones, Son Goku o Harry Potter también tienen su merecido lugar en este panteón. Y, por supuesto, James Bond. Por eso no basta, como reclaman algunos, con crear personajes nuevos que vengan a aumentar la diversidad de raza, género u orientación sexual. Bienvenido sea, por supuesto, el nuevo trío protagonista de Star Wars, formado por una mujer, un latino y un negro. Bienvenida sea Imperator Furiosa en Mad Max, convirtiendo a Max Rockatansky en un secundario de su propia saga. Pero la representatividad no puede acabar ahí. No es suficiente porque hoy puedes crear un personaje nuevo, pero no puedes «decidir» crear un mito popular. Y ese catálogo sigue siendo obscenamente masculino. Hay que moldear los viejos panteones para introducir esa diversidad que siempre se les ha negado. No es grave; es más, ni siquiera es nada nuevo. Echemos un poco la vista atrás.

Black power

A principios de los años setenta, dentro del llamado «cine de explotación», nació en Estados Unidos el término blaxploitation para referirse a todas aquellas películas que colocaban a la comunidad afroamericana en una posición de absoluto protagonismo y trataban de aprovechar su cultura y sus modas. Eran cintas llenas de acción, peinados afro y música funk. Y, aunque muchas de ellas eran policíacas, en realidad la blaxploitation fue alcanzando poco a poco a todos los géneros. En ese contexto, y en plena decadencia del cine de terror de productoras británicas como Hammer y Amicus, alguien tuvo la idea de filmar una versión de Drácula en la que el vampiro titular no fuera un noble de Transilvania que llega a Londres, sino un príncipe africano que siembra el terror en la comunidad negra de Los Ángeles. El film fue dirigido en 1972 por William Crain, y no está claro si su título era una absoluta estupidez o una genialidad de marketing: Blacula. El caso es que la película tuvo tirón suficiente para producir una secuela al año siguiente, Scream, Blacula, Scream, e incluso inspiró toda una serie de cintas blaxploitation de terror.

Blacula. Imagen:
Blacula. Imagen: American International Pictures.

Tampoco era la primera vez que se daba una transposición así en el cine con un personaje mítico: ya en 1954, Otto Preminger había adaptado a la pantalla el musical de Broadway Carmen Jones, una transposición de la Carmen de Merimée/Bizet al entorno afroamericano en plena Segunda Guerra Mundial. Quizá hoy el personaje no tiene la difusión de la que pueda gozar un James Bond, pero históricamente hablar de Carmen es casi como hablar del mito del Don Juan. Tampoco debemos olvidar obras como El mago (The Wiz), la versión de Sidney Lumet de El mago de Oz en la que Dorothy es una joven de Harlem y absolutamente todos los personajes están interpretados por actores negros (entre los que se cuentan Diana Ross, Michael Jackson o Richard Pryor). En cualquier caso, y al margen del resultado de cada una de estas películas en términos artísticos, no parece que obras como Drácula, Carmen o El mago de Oz hayan quedado arruinadas para siempre.

Al final, la calidad de cada obra es independiente de este tipo de decisiones. Por muchas protestas iniciales, y por muchas male tears que derramara Dirk Benedict, cuando Ronald D. Moore abordó el remake de Battlestar Galactica y decidió convertir en mujer al personaje de Starbuck (interpretado por el muy macho Benedict en los años setenta y por Katee Sackhoff en la nueva versión) el resultado fue muy superior al de la obra original. Es verdad que aquel espanto setentero que conocimos en España con el nombre de Galáctica, estrella de combate solo podía mejorar, pero lo cierto es que el (cuestionable) encanto naíf de aquella dio lugar a una de las mejores series de principios del siglo XXI, entre otras cosas gracias a un tratamiento inesperadamente progresista de los roles de género.

Battlestar Galactica. Imagen:
Battlestar Galactica. Imagen: SyFy.

Los ejemplos se suceden, y sin excepción todos han tenido a una legión de fans protestando por los cambios. Incluso hay actores que parecen haberse especializado en estas lides: precisamente otro de los nombres que suenan con fuerza para ser el nuevo Bond es Idris Elba, que ya se encargó de dar vida en el Universo Marvel a un Heimdall mucho más negro que el de los tebeos, y que se encuentra ahora rodando la adaptación de La Torre Oscura de Stephen King, donde encarnará al pistolero Roland de Gilead, también sometido a racebending para la ocasión. Merece la pena detenerse en el caso de Heimdall en Thor: las quejas se aferraron entonces al pobre argumento de que un dios nórdico no podía ser negro, sin pararse a pensar que a) los supuestos «dioses nórdicos» de Marvel son en realidad alienígenas y b) de existir, un dios no tiene por qué compartir el color de piel de quien le idolatra. Sea como sea, si Elba acaba encarnando al agente 007 se habrá marcado un hat-trick negrizador. Eso tiene que ser algún récord.

Viñetas y celuloide

Pero nos vamos a quedar en los superhéroes un rato más, dado que, como decíamos, son la cara más visible de esta «mitología moderna», y por tanto caldo de cultivo para distintas operaciones de puesta al día. En su momento también fue motivo de grito en el cielo la aparición, en el cómic The Ultimates, de una versión afroamericana de Nick Furia, dibujada por Bryan Hitch con unos rasgos sospechosamente parecidos a los de Samuel L. Jackson. Cuando, unos años después, el propio Jackson irrumpió en la escena final de Iron Man interpretando al personaje, el público ovacionó de forma unánime su aparición. Moraleja: a todo se acostumbra uno, nadie sale herido de estas cosas. Otro tanto pasó con la Antorcha Humana en la última versión de Los 4 Fantásticos: primero todo fueron críticas furibundas por el cambio de raza, y tras estrenarse todo fueron… críticas furibundas, vale, pero por el resto de la película (disclaimer: un servidor defenderá siempre que, a pesar de su tercio final, no era tan mala).

El último personaje Marvel en someterse a un cambio de género y raza, todo a la vez, es el Anciano de la próxima Doctor Extraño: en los cómics, un venerable hechicero de origen tibetano, que tomará en la gran pantalla los rasgos de Tilda Swinton. Aunque aún es pronto para saber cómo estará concebido el personaje en el film, Swinton ha declarado que el género del Anciano está «únicamente en la mirada del espectador», y el productor Kevin Feige ha respaldado esta afirmación al sostener que «el sexo del personaje no importa». Pero al cambiar también sus orígenes para que no fuera asiático, surgieron a la vez las acusaciones de racismo (moraleja 2: hagas lo que hagas, siempre habrá alguien a quien no le parezca bien). Podríamos argumentar que el Anciano de los tebeos era un estereotipo racial (¿maestro de las artes místicas viejo y oriental? ¡Venga ya!) y el whitewashing del personaje sirve en este caso para deshacer un agravio. Lo mismo podría aplicarse al Mandarín interpretado por Ben Kingsley en Iron Man 3, pero lo cierto es que resulta difícil culpar a quien se muestre suspicaz con estas operaciones, tras décadas de utilizar actores caucásicos para papeles de otras razas. Incluso los responsables de la reciente Dioses de Egipto (¡2016!) tuvieron que pedir perdón por plagar de intérpretes blancos una película que se desarrolla en el África de hace miles de años.

Doctor Extraño. Imagen:
Doctor Extraño. Imagen: Marvel Studios.

El cambio simultáneo de sexo y raza en Doctor Extraño puede resultar sorprendente, pero tampoco es la primera vez que vemos algo así. En la serie de televisión Elementary (2012), que traslada al personaje de Sherlock Holmes a la Nueva York actual, el buen doctor Watson se convierte en una mujer de rasgos asiáticos y aviesa mirada tarantiniana. Aquí, Lucy Liu deja a un lado la katana de Kill Bill y se encarga de vigilar la rehabilitación del drogadicto Sherlock. Y no es el único personaje de Elementary con un género distinto al original, pero nos ahorraremos los detalles para no incurrir en spoilers. No es que sea una gran serie, y avergüenza un poco compararla con la inmensa Sherlock de la BBC, pero es un procedimental entretenido y más que digno, y ninguno de sus problemas (que son muchos) es la aparición de una doctora Watson con tacones y padres chinos. Solo cabe lamentar que fuera el fiel doctor, y no el personaje central de la serie, el objeto del cambio: pensemos en cuántas niñas y mujeres podrían identificarse con una detective consultora S. Holmes, igual que hizo en su infancia el que escribe estas líneas. Y además, eso permitiría subvertir de un modo interesante la tradicional misoginia del personaje. ¿Recuerdan qué otro héroe al servicio de su majestad británica muestra un machismo muy poco recomendable como ejemplo de comportamiento? No sé ustedes, pero yo me muero de curiosidad por ver qué haría Gillian Anderson con ese material. Y puestos a especular, ¿qué posibilidades dramáticas abriría, por ejemplo, una Jane Bond bisexual? (tampoco me verán protestar contra las iniciativas para convertir a Elsa de Frozen en lesbiana o darle un novio al Capitán América). Quienes se quejan de que la «manía» de feminizar personajes denota falta de ideas, parecen no darse cuenta de que hacer mujer a James Bond es una idea. Una que puede sacar a la saga de los repetitivos esquemas de siempre. Y frente a los que gritan «¡traición!» ante la idea de que Anderson o Elba arruinen sin remedio a su personaje favorito, conviene recordar que ya Sean Connery, el primero de los Bond cinematográficos, se alejaba bastante del original de las novelas de Ian Fleming. ¿Al final, James Bond es un hombre alto o bajo? ¿Rubio o moreno? ¿Fornido o más delgado? Ha sido todo eso, y puede ser muchas más cosas aún. Y hagan lo que hagan, difícilmente será peor que la etapa de Roger Moore.

Y es que los iconos, por el mero hecho de serlo, se prestan a variaciones e interpretaciones constantes, aunque a veces estas no despierten ningún revuelo: ¿cuántos actores han interpretado ya a Spiderman, a Batman o al propio 007? Este último, precisamente, se caracteriza por periódicos cambios de rostro, sin los cuales no habría sido posible la longevidad de la franquicia. Lo mismo ocurre con otro de los emblemas de la cultura audiovisual inglesa: Doctor Who. Su personaje protagonista ha sido encarnado ya por más de una docena de actores, y el actual showrunner de la serie, Steven Moffat, ha abierto expresamente la puerta a una futura versión femenina del Doctor. También nos llegará en unos meses la versión gender-flip de Cazafantasmas, un remake vilipendiado desde el primer momento, como cuenta Diego Cuevas aquí. Lo más suave que se ha dicho del film (recordemos: ¡aún no estrenado!) de Paul Feig es que resulta innecesario. ¿Acaso era «necesario» el original? ¿Qué hace necesaria a una película? Podríamos haber vivido todos estos años sin Egon, Ray, Beckman y Winston, que Gozer el Gozeriano no habría destruido el mundo. Probablemente. Pero no es una cuestión de necesidad, sino de posibilidad. Los Lumière no inventaron el cine porque lo necesitaban: lo inventaron porque podían. Y hoy podemos empezar, poco a poco, a corregir siglos de desigualdades, por mucho camino que nos quede por delante. Así que dejemos hacer a los héroes lo que mejor saben, que es convertir el mundo en un lugar mejor.

Elementary. Imagen:
Elementary. Imagen: CBS.

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17 Comentarios

  1. Buen artículo. Como era de esperar, hay muchos más ejemplos; el primero que se me ocurre es una curiosa exploración de la mujer como otredad radical: El Dr. Jekill y su hermana Hyde, un delirio tardío de la Hammer dirigido por Roy Ward Baker donde el buen doctor Henry Jekill se transformaba en una señora de armas tomar.

  2. No sé si el autor habrá leído mucho a Thor últimamente jeje

    • Juanma Ruiz

      Buena puntualzación… Efectivamente, podríamos hablar de la nueva Diosa del Trueno en los cómics de Marvel. No lo he mencionado en el texto, fundamentalmente, porque no es el mismo Thor cambiado de sexo, sino otro personaje distinto que «hereda» el Mjolnir. Así que, pudiendo elegir, he preferido el ejemplo de Heimdall, que levantó bastantes más ampollas entre el fandom.

  3. Los fans hardcore de estas «culturas» son aferrados e infantiles, de ahi su mania hacia lo elemental y figurativo. En el fondo se trata de sacar partido a la nostalgia de un tiempo pasado y hacer caja. No convirtamos esto en una palestra buenista sobre derechos humanos, se trata de pesimo cine popular y malisimos contenidos enlatados en productos higienizados y edulcorados. No les gusta lo que hacemos? Pues es usted un carca y un fascista de derechas.

  4. Antes de opinar debo decir que lo haré desde un sano odio hacia la cultura pop de cuño anglosajona, si es que algo así existe. Ese odio es personal y resulta debatible, pero no es plan de ponerse ahora con ello.

    Dicho esto, una de las cosas que más odio de algunos de los productos de esa industria del entretenimiento (más bien de una parte de la misma, muy particularmente la narrativa asentada en sus cómics pero que se muestra cada vez más en series o películas) es su carácter contingente, su naturaleza revisable. Esas historias de superhéroes donde realmente no hay nada definitivo, ni siquiera la muerte, porque en todo momento se puede resucitar personajes, o inventarse un viaje en el tiempo para volver a empezar la historia desde cero, o contar una y otra y otra vez o incluso de forma simultánea versiones alternativas de la misma historia del mismo personaje bajo varias premisas distintas o en épocas diferentes y con características opuestas. Historias donde en definitiva se contrapone una solemnidad ridícula de tan impostada y vacía de auténtica sustancia frente a una intrascendencia absoluta ya que determinados personajes son eternos, sus historias totalmente previsibles en función de códigos perfectamente establecidos, son de facto inmortales y en su mayoría incapaces de tener ninguna relación definitiva. Solo fluyen nada permanece en ellos salvo algunos rasgos mínimos para hacerlos reconocibles como tópicos andantes.

    Veo con tristeza como nos extinguimos aquellos que pensamos que una buena historia debe ser finita, significativa, única, irreversible. Sea de cuño fantástico o no debe en cierta forma imitar a la vida y para ello debe contar unos hechos una única vez, sin que nada de lo que pase en la historia sea revisable tras suceder y quedar fijado para la eternidad. Y donde a ser posible los personajes y las historias tienen una duración limitada, una caducidad que refuerza esa impresión de que lo que se cuenta es trascendente. Como en la vida misma.

    Y el caso es que pienso que esta manía de revisar una y otra vez personajes e historias más conocidas, de forma desenfadada, y cambiando a placer los detalles, se relaciona con ese carácter como digo contingente, liviano, intrascendente en el fondo, de todo este tipo de narrativa que se está expandiendo por el mundo como un siniestro virus mientras los ejecutivos de Marvel y DC ríen en sus jacuzzis, acompañados de Satanás y jartos de droga.

    Malditos sean.

  5. Victoria A

    He de decir que ha mí que la Antorcha fuera negro me dió igual (igual que me parece lógico que Hermione sea negra, por mucho cariño que le tenga a la interpretación de Emma Watson).

    Lo que no me gustó es que a Sue la pongan blanca y lo justifiquen con que son hermanastros. Sue y Johnny son hermanos consanguineos, joder. Deberían haber buscado una actriz mulata.

  6. lla hera ora ke algien lo digera!

    PD: «una buena historia debe ser finita, significativa, única, irreversible» -> chorrada supina

  7. Makmanaman

    Buenas! Para mi el único Problema de una Hermione de raza negra es q no se sitúa la historia en el mismo universo que el de las películas, o sea, q importa poco

    • De todas formas, el autor erra. Si bien Rowling nunca menciona su color de piel, sí que la sitúa como rubia (no castaña como en las películas), llena de pecas y con unos dientes enormes hasta que se los arregla. Lo de los dientes no tiene mucho que ver, pero los otros dos rasgos no parecen muy característicos de alguien de ascendencia africana.

      Rowling, como en el caso de la orientación sexual de Dumbledore, quiso ganar seguidores por la vía de lo políticamente guay, pero lo hizo demasiado tarde como para creérnoslo.

      • En ningún momento en los libros se dice que Hermione sea rubia o esté «llena de pecas», a menos que vivas en algún universo alternativo en el que brown signifique rubio.

  8. Da gusto leer un artículo tan bien fundamentado sobre este tema, y el hecho de que el autor sea un hombre (¿blanco? No me mojo) no hace sino darme esperanza. Precisamente hace poco El País publicó un artículo sobre «genderflips» y «whitewashing» el cual, aunque bienintencionado, acababa sacando unas conclusiones tan erráticas como vergonzosas, fruto sin duda de no tratar este tema (el de siempre: los roles étnicos y de género) con la seriedad que merece. Enhorabuena, Juanma.

  9. Francisco

    Lo interesante seria ver que opinan muchas mujeres cuando les vendan una version masculinizada de Sexo En La Ciudad. Hombres con coches caros de gira por el mundo, teniendo sexo con veinteañeras y teniendo platicas existenciales en cafes al aire libre sobre quien la tiene mas grande; seguro que estarian encantadas. ¡Que viva la igualdad de generos!

    • ¿Te refieres al 90% de las películas y series con 3-4 amigos tíos de los últimos 30 años? Sexo en Nueva York es una respuesta a esa cantidad ingente de «colegas machos ricos, de clase media y/o estudiantes emborrachándose y queriendo follar con quien sea».

  10. Sí que hay algo pero que la etapa de Roger Moore: la etapa de Timothy Dalton

  11. Josef Bretones

    En la historia de Stephen King, ‘Rita Hayworth y la redención de Shawshank’, en la que se basa ‘Cadena Perpetua’, Red Redding, el personaje de Morgan Freeman es un irlandés pelirrojo. No obstante…¿alguien se imagina a otro tío en ese papel que no sea Morgan Freeman?

  12. Estoy de acuerdo de que en el cine como ficción se puede hacer lo que sea y me parece respetable la introducción de nuevos personajes, con razas y géneros sexuales distintos a los originales, sin embargo; creo que en lugar de modificar los roles clásicos, deberían de crearse, a partir de cero nuevas series, comics o películas e introducir en ellas a estos personajes nuevos.

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