Todo lo que hayas oído sobre mí, Iggy Pop o Rob Zombie es cierto solo al 40%. Todo lo que hayas oído sobre Keith Moon es cierto al 100%. Y solo has oído un 10% de lo que es Keith Moon, él es el maníaco definitivo. (Alice Cooper, rockero y estadista).
El 17 de septiembre de 1967, The Who aparecía en el programa de la televisión americana The Smothers Brothers Comedy Hour. El grupo se apuntaba a la invasión británica de los hogares estadounidenses y aquella actuación se podía entender como la carta de presentación para millones de espectadores del país. Tras introducir entre bromas a sus miembros, la banda ofreció un show con aquella incombustible «My Generation» de versos deliberadamente tartamudeados, y la cosa parecía ir bastante bien hasta que el grupo decidió ponerse berserker con los instrumentos de trabajo y comenzó a reventarlos a hostias. Y entonces la actuación explotó sobre el escenario, de manera absolutamente literal: el puto loco de Keith Moon había decidido por su cuenta rematar el show a lo grande y para ello escondió, sin avisar ni a sus compañeros ni al equipo del programa, explosivos en el interior de su batería con la intención de detonarlos en directo. El bombazo le prendería fuego al pelo de Pete Townshend al mismo tiempo que le dejaba medio sordo de por vida y provocaría que uno de los platillos de la batería saliese disparado rajando el brazo de Moon. El presentador del programa, Tom Smother, diría más tarde: «No tenía ni idea de lo que había pasado, estaba muy ocupado buscando cuerpos desangrándose». Lo importante es que aquel día The Who demostraría que en el mundo de la música a veces ofrecer un gran espectáculo supone hacer algo más que tocar un instrumento.
Crash Site
Cake preguntaba a un fanático del rock en la letra de «Rock ’n’ Roll Lifestyle» cuánto dinero costaban los pedazos de esas guitarras que los rockeros destrozaban sobre el escenario. John Hiatt cantaba en «Perfectly Good Guitar» que se le rompía el corazón al ver cómo las estrellas se divertían desintegrando instrumentos a golpes. Aquella era una canción que Hiatt había escrito tras contemplar la infame actuación de Nirvana en la que Krist Novoselic lanzaba al aire el bajo con intención de hacerlo añicos para acabar abriéndose la cabeza con el instrumento y recibiendo una patada de un Kurt Cobain que no tenía claro qué hacía su compañero tambaleándose por ahí. De repente, todo el asunto de triturar el equipo durante un concierto había pasado a formar parte de la etiqueta habitual para desatar la furia sobre el escenario.
Aquellos The Who que dinamitaron la CBS fueron los principales responsables de popularizar los destrozos: durante un concierto en un local con el techo especialmente bajo, Pete Townshend accidentalmente partió el mástil de su guitarra y la mala leche le llevó a ensañarse con el resto del aparato para hacerlo trizas; el público presente reaccionó a aquello como era de esperar: vitoreando entusiasmado. Paul Simonon de The Clash se encabronó con el bajo y su imagen fue captada por una cámara para acabar alzándose como leyenda al convertirse en la portada del London Calling, y dicho disco, de rebote, en instantánea principal de todos los álbumes de fotos de Facebook recopilando las vacaciones en Londres de tu prima.
Jimi Hendrix simuló zumbarse a su guitarra durante «Wild Thing» para a continuación seguir calentando el instrumento al prenderle fuego hasta convertirla en hoguera. Ritchie Blackmore de Deep Purple trituraría la guitarra contra el suelo tras hacer sonar las cuerdas a pisotones con sus zapatos de plataforma. Yngwie Malmsteen demostraba un gran sentido del espectáculo cuando decidía hacer astillas la herramienta. Graham Oliver de Saxon se ensañó lo suyo con una Stratocaster antes de arrojar los restos al público. Nine Inch Nails descargaron tanta saña sobre los aparatos como para despedazar sintetizadores, teclados y acabar aniquilando hasta diez guitarras en una sola noche. Paul Stanley amenizaba los conciertos de KISS descuartizando su Ibanez al ritmo de los compases finales de «Black Diamond». Roger Fisher se puso violento por desavenencias amorosas, azotó su guitarra y se largó del escenario durante un concierto de Heart; andaba de malas porque acababa de cortar con Nacy Wilson. Eddie Van Halen demostraría tablas a la hora de practicar el Medievo con el equipamiento. Lo de Billie Joe Armstrong moló bastante: en el iHeartRadio Festival le recortaron sobre la marcha el tiempo en escena para dejar más sitio a Usher y, en medio de la actuación, el líder de Green Day entró en cólera al ver cómo el teleprompter le informaba de que solo podía estar un minuto más sobre el escenario. Armstrong escupió pestes contra todos, clamó «no soy Justin Bieber, hijos de puta» y rompió cosas. De ahí salió directo a rehabilitación.
La Wendy O. que lideraba The Plasmatics entendía bien la idea de entretenimiento y superaba al resto de músicos a la hora de cargarse equipamiento: ella cortaba la guitarra en dos con una sierra mecánica y finalizaba el show con unos cuantos petardos. Noel Gallagher integró la destrucción de material de trabajo con la defensa personal cuando combinó una guitarra con la cabeza de un miembro del público que pretendía invadir el escenario. El instrumento utilizado como arma quedó destrozado pero lo peor del asunto es que ni siquiera era suyo, se trataba de una Les Paul con cierto valor sentimental que le había prestado Johnny Marr de The Smiths. El récord de destrucción durante una gira lo ostentaría Muse al llevarse por delante ciento cuarenta guitarras durante el Absolution Tour de 2004.
Prince fue bastante poco elegante en 2013 al asistir al Late Night With Jimmy Fallon, porque el artista consideró que era bonito rematar su interpretación de «Bambi» lanzando por los aires la guitarra, algo que no tiene nada de malo en el caso de que la guitarra sea tuya. Pero resultaba que se la había pedido prestada al Capitán Kirk Douglas, guitarrista de la banda habitual del programa, The Roots. La infamia tenía el doble de guasa porque la pieza era una rareza, una Epiphone Creestwood del 61, y minutos antes el músico se había negado a autografiarla. Kirk Douglas más tarde tuiteó junto al texto «Purple Pain» una foto del destrozo.
Pero qué público más tonto tengo
En la Royal Variety Performance, una gala benéfica celebrada en el Reino Unido a la que asisten miembros de la familia real, los Beatles se presentaron para interpretar «Twist And Shout» y John Lennon tuvo el detalle de dirigirse a la audiencia para solicitar su participación con un fabuloso: «Los de los asientos más baratos podéis dar palmas durante la canción. El resto basta con que agitéis vuestras joyas». En 1967 alguien grabó a escondidas al trompetista Freddie Hubbard durante una de sus embestidas contra la audiencia gritando cosas como «Que os jodan, blancos hijos de puta. Que os jodan, que os jodan, que os jodan […] Si no os gusto podéis besar mi culo negro. Hijos de puta», una de tantas salidas de madre de un músico a quien según el día le ponían muy nervioso las distracciones que le podía generar el público. Jim Morrison se sacó el pene a dar una vuelta en plena actuación en el Dinner Key Auditorium después de gritar a su público «Vosotros no estáis aquí por el rock and roll, ¿no? […] Vosotros habéis venido aquí para verme la polla, ¿no?».
En 1992 Nirvana tenía concertada una actuación en el Estadio José Amalfitani de Buenos Aires ante unas cincuenta mil personas. Pero aquel público demostró tener unos modales de mierda al maltratar a las teloneras, la banda Calamity Jane formada por Gilly Ann Hanner, Lisa Koenig y Ronna Era. El desprecio machista de aquella audiencia que atosigó al grupo de chicas arrojándoles de todo, menospreciándolas e insultándolas hasta que ellas entraron en crisis, hizo que a Cobain se le calentasen tanto las pelotas como para pasarse todo el concierto posterior jodiendo al público: «Al principio de cada canción tocaba la intro de “Smells Like Teen Spirit” y luego paraba en seco. No se dieron cuenta de que estábamos protestando por su actitud. Tocamos durante unos cuarenta minutos y muchas de las canciones eran del Incesticide, con lo que no reconocieron nada. Acabamos con la canción oculta (la ruidosa “Endless, Nameless”) al final del Nevermind. Como estábamos tan cabreados aquella canción y todo el setlist se convirtieron en una de las mejores experiencias que he tenido».
El cantante de Black Fag juguetearía bromista con un fan hasta que este le arrebató el micrófono y la cosa se convirtió en una tormenta de puñetazos. Ken Casey pateó el culo de un nazi que por lo visto tenía algún tipo de calambre en el brazo derecho durante una actuación de Dropkick Murphys. A Shirley Manson de Garbage es mejor no cabrearla demasiado. Un fan se coló en el escenario de una actuación de Tool sin imaginar que el cantante Maynard James Keenan, un tío que había pasado por el ejército, atajaría el asunto tumbándolo sobre el tablado, rodando un rato amarrado a él y finalmente utilizándolo como silla sin dejar de cantar en ningún momento. La misma filosofía de show must go on la demostró Keith Richards en la década de los ochenta cuando interrumpió durante unos segundos su participación en «Satisfaction» para jugar al béisbol, usando la guitarra como bate y a un fan infiltrado en la escena como pelota, y volver a colocarse el instrumento en su sitio para continuar tocando tras romper aquella cara. Cuando a Richards se le pregunta por aquel incidente el hombre contesta que ese espontáneo aún le debe pasta por joderle la guitarra. La furia inesperada ocurriría durante un concierto del cansino de Pitbull: mientras ejecutaba su «Bojangles» hizo subir al escenario a un espectador que llevaba toda la función arrojando dinero a los pies del rapero pachanguero; sobre las tablas el generoso desconocido arrojó billetes a la cara de Pitbull para obtener a cambio un puñetazo en los morros.
¿El ganador? Billy Joel, primero gritando enajenado a un público poco respetuoso sin dejar en ningún momento de recitar los versos de la canción, después mandando el piano al desguace y finalmente convirtiendo en chatarra el micrófono sin dejar en ningún momento de cantar.
Anunciado en televisión
En 1980 a Public Image Ltd (el grupo de Johnny Rotten) les obligaron en el programa American Bandstand a actuar en playback sobre unas versiones editadas de sus canciones, pero Rotten se lo tomó con filosofía: vagabundeando por el plató mientras sudaba de la actuación, infiltrándose entre el público e invitando a todo el mundo al escenario, obteniendo como resultado uno de los grandes momentos de la música en televisión. A Iron Maiden en el 86 los productores de un programa alemán les obligaron a actuar con música pregrabada, y Bruce Dickinson y sus chicos llegaron a la conclusión de que lo mejor sería reírse del programa esforzándose en dejar claro en pantalla el playback con el hábil truco de intercambiar posiciones e instrumentos durante la actuación y hacer muchísimo el imbécil. Nirvana lidiaría con una situación parecida: el programa Top of the Pops de la BBC les obligaría a actuar con voz en directo pero música pregrabada y Cobain se dedicaría a bailar haciendo el robot demostrando que ni siquiera tocaba las cuerdas de su guitarra, felar el micrófono, cambiar la primera estrofa por un «load up your guns, kill your friends» y cantarlo todo imitando el tono de voz de Morrisey.
Muse también se enfrentarían a un playback no deseado en la televisión italiana haciendo mofa del asunto e intercambiando las posiciones de sus integrantes sin casi poder contener la risa durante la actuación.
En el 77 los Sex Pistols tuvieron que cancelar a última hora su participación en el show Saturday Night Live y los responsables decidieron invitar a un Elvis Costello que andaba de gira por ahí cerca. Costello y su banda The Attractions se presentaron en el estudio con cierto choteo hacia el evento: la camiseta del batería Pete Thomas llevaba escrito un «Thanks Malc» en referencia al mánager de los Sex Pistols, Malcolm McLaren, y su total ineptitud para lograr que los punkis encabezados por Sid Vicious cumplieran sus bolos pactados. A Costello se le obligó a tocar «Less Than Zero» (un tema que arremetía contra el político británico Oswald Mosley) y se le dejó muy claro que lo único que no tenía que hacer era interpretar «Radio Radio», una canción muy crítica con la comercialización de los medios. Ocurrió lo que tenía que ocurrir: el inglés y su banda se arrancaron con «Less Than Zero» y a los seis segundos detuvieron el acto para disculparse con un «Lo siento, damas y caballeros, pero es que no hay ninguna razón para tocar esta canción aquí» y marcarse una energética «Radio Radio», que sonaba genial a pesar del ruidoso rechinar de dientes del productor del programa Lorne Michaels, que fuera de plano gesticulaba insinuando que los músicos podían irse a defecar a la vía en horario de circulación de mercancías. Por culpa de aquella actuación, que además homenajeaba un acto similar de Jimi Hendrix, Costello sería vetado en el programa durante doce años, pese a ser aquella aparición uno de los momentos musicales más recordados de SNL. En 1999, celebrando el veinticinco aniversario del programa, la otrora infame situación se convirtió en gag: los Beastie Boys sobre el escenario comenzaban a gritar su «Sabotage» cuando ellos mismos eran saboteados por un Costello que repetía el «Lo siento, damas y caballeros, pero es que no hay ninguna razón para tocar esta canción aquí» y se tiraba a reinterpretar «Radio Radio» junto a los Beasties.
Lo cierto es que en el estudio de SNL se acabó prohibiendo la entrada de más de un músico por liarla en el escenario porque el productor, el ya mencionado Lorne Michaels, era muy poco amigo de los artistas que se salían del guion durante un programa que se emitía en directo. Rage Against The Machine acordaron dos actuaciones en el 96 durante un capítulo de SNL presentado por el candidato republicano multimillonario Steve Forbes. Y, una vez en el estudio, segundos antes de su actuación, el equipo de la banda desplegó en el escenario unas banderas americanas colgadas boca abajo, algo que activó el modo pánico de los responsables de la cadena y les tuvo correteando hasta lograr descolgarlas justo antes de que comenzase la actuación de Zack de la Rocha y compañía. Al finalizar el número los músicos fueron expulsados del edificio a empujones y no llegaron a interpretar el segundo tema pactado; desgraciadamente las cámaras no captarían el follón previo y posterior, pero la banda explicaría por su cuenta los detalles del incidente.
John Belushi, uno de los miembros de la alineación original de SNL, aceptaría realizar un cameo en el programa en el 82 a cambio de que los mandamases invitasen al episodio a Fear, un grupo punkarra de los que le encantaban al cómico. La actuación de Fear sería un hermoso pedazo de la historia televisiva: el plató se transformaría en un antro donde celebrar el pogo y el stage diving. El periódico NY Post exageró el asunto publicando que había sido una experiencia peligrosa en la que afortunadamente nadie se había matado y que tuvieron lugar destrozos por valor de veinte mil pavos. El cantante de Fear dijo que sí que hubo destrozos, pero a lo mejor no eran tan exagerados: alguien tropezó con un enchufe y otro alguien chafó una calabaza de Halloween.
En el 86 The Replacements se subieron al escenario de SNL borrachos y aun así consiguieron una actuación más digna que la de muchos otros artistas con más renombre. El problema es que entre aquella intervención y la siguiente, que tendría lugar minutos después en el mismo programa, los miembros del grupo continuaron poniéndose tibios de alcoholes y cuando llegó el momento de colocarse de nuevo ante los micrófonos lo hicieron con sus ropas intercambiadas y una curda importante. Pese a que saldaron el asunto moderadamente bien, para ser personas que andaban surfeando la melopea, no volvieron a ser invitados como grupo, aunque su cantante, Paul Westerberg, volvería al show en solitario.
Sinéad O’Connor en el 92 interpretó ante las cámaras de SNL una versión a cappella del tema «War» de Bob Marley que acabaría convertida en uno de los momentos más infames de la música y la televisión para muchos: O’Connor cambiaría la letra de la canción para denunciar los abusos a menores y rompería en pedazos la foto del papa Juan Pablo II antes de finalizar su intervención con un «fight the real enemy». La situación se vivió en el plató con cierta tensión, con todo el equipo descubriendo que tenía de repente en el cuello una corbata trenzada con sus propios genitales y varios ángeles en conga cabalgando el silencio mortal que sobrevolaba la sala. En el siguiente programa Joe Pesci aparecería sobre las tablas cagándose en la cantante, con la foto (reconstruida con celo) del pontífice en la mano y los aplausos del público en el aire.
En la segunda mitad de 1993 los integrantes de Cypress Hill se sumaron con mucha chulería a la lista de personalidades non gratas para la directiva del programa: tras ser advertidos en varias ocasiones de que estaba absolutamente prohibido mostrar un porro ante las cámaras, DJ Muggs arrancó una de las intervenciones encendiéndose un peta y haciendo saber a la audiencia que le habían prohibido expresamente hacer eso que estaba haciendo.
Oda a la náusea
Donita Sparks otorgó a un público antipático un poquito de sí misma al lanzar su tampón usado contra los espectadores agresivos e invitar a que se lo comieran. Richard Shannon Hoon de Blind Melon cantaba el «No Rain» pero no militaría por la causa: llegó a orinar sobre los espectadores durante un concierto en Vancouver. Butthole Surfers ofrecieron en los ochenta una actuación en la Danceteria de Nueva York tan pasada de ácido y alcohol que, además de lo que venía siendo habitual en sus conciertos (entendiendo por habitual el acabar desnudos y meando en el interior de una porra troglodita con la que salpicar a la gente), incluyó cópula en directo entre Gibby Haynes y Kathleen Lynch. En 2002, durante el Reading Festival, Greg Puciato, de The Dillinger Escape Plan, defecó en una bolsa en pleno concierto y arrojó su contenido al público mientras explicaba «Esto es una bolsa de mierda, quería enseñárosla para que la reconozcáis a lo largo del día cuando la escuchéis», insinuando con el gesto asqueroso lo que él opinaba del resto de bandas que participaban en el festival. Más tarde explicaría que casi les prohibieron la entrada de por vida al Reino Unido: «Rompimos una ley unas sesenta mil veces. Me dijeron “Es ilegal cagar en público frente a una persona, y tú lo has hecho frente a sesenta mil”». Lo que hacía GG Allin con su público era tan horrible como para merecer un artículo aparte no apto para las almas sensibles de estómagos delicados.
A principios de los ochenta alguien arrojaría un murciélago real al escenario de un concierto de Ozzy Osbourne en Iowa y el hombre, creyendo que se trataba de un juguete de goma, decidió que sería un recuerdo inolvidable arrancarle la cabeza de un mordisco. El animal le devolvió el bocado en cuanto se vio convertido en bocata y Ozzy, además de zumo de murciélago, acabó recibiendo vacunas contra la rabia por si acaso. En el fondo se trataba de otro día más en la vida de Ozzy, un hombre en cuyo currículum también figuran cosas como arrancarle la cabeza a una paloma a base de apretar fuerte con los dientes o esnifar una línea de hormigas.
Saltos de fe
Zambullirse en el público como quien se tira a la piscina es un arte hermoso que nace como colofón circense de la actuación musical, un divertido deporte conocido popularmente como stage diving cuya práctica tuvo lugar antes siquiera de ser bautizado: durante el agosto de 1964 los Rolling Stones viajaron hasta los Países Bajos y ofrecieron en el Kurhaus de Scheveningen un alegre y legendario concierto que apenas duró media hora, más o menos el tiempo que tardó la juventud allí presente en convertir la sesión en un gigantesco pogo en cuyo epicentro volaban sillas, sujetadores, hostias buscando lugar donde aterrizar y sobre todo jóvenes arrojados desde el escenario hacia la marea de público apasionado.
El perfeccionamiento olímpico de esta disciplina suele atribuirse a Iggy Pop, aunque lo cierto es que en algún momento previo Jim Morrison navegó entre el oleaje de fans de manera accidental, y aquel Peter Gabriel que militaba en Genesis era muy de pegar el brinco durante los compases finales de «The Knife». Eddie Vedder se zambulló entre el gentío saltando desde la grúa de una de las cámaras que grababan en un concierto de Pearl Jam. El cantante de Cage The Elephant se arrojó desde lo alto de un altavoz situado a seis metros de alto, y el de Blessthefall hizo honor al nombre del grupo con una pirueta aérea. De tener poco aprecio por la vida sería el peligroso número de trapecista realizado por el teclista de Scary Kids Scaring Kids, la caída sobre los fans de un acojonadísimo Fred Durst o el terrorífico salto de espaldas del líder de Escape The Fate. Pero el auténtico puto loco del salto era el cantante Cregg Rondell, frontman de un grupo llamado Boy Hits Car que autoetiquetaba su género como «lovecore» sin ironía alguna a la vista y que muy probablemente solo serán recordados en la historia de la música por el absurdamente peligroso salto sobre los espectadores de Rondell desde más de veinte metros de altura.
Entre tanto Iggy Pop seguiría dando guerra en 2010, con sus lozanos sesenta y tres añazos de entonces, sobre las tablas del Carnegie Hall frente a un público que presenciaría su último stage diving por ser precisamente esa misma audiencia una banda de ineptos: Iggy saltaría sobre ellos durante «I Wanna Be Your Dog» para descubrir de manera casi inmediata que nadie lo iba a coger y estaba a punto de paladear baldosas con los morros.