El espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social de las personas mediada por la imagen. Guy Debord, La Societè du Spectacle.
Hace diez años, allá por 2006, la revista Time —icono del arsenal mediático— nos lanzó una señal. Nos puso las largas. Fue un presagio de lo que se estaba forjando en torno a la sociedad de la información.
Ocurrió cuando hacía pública su particular elección de la personalidad del año. Reconocimiento del que han sido merecedores desde Adolf Hitler en1938 hasta George Bush, allá por el 2004. Pasando por el Ayatolah Jomeini en 1979.
¿Qué tuvo de especial el 2006? ¿Quién fue la personalidad del año?
Usted.
Sí, sí, usted mismo. Y yo. Y todos nosotros. La portada de la revista presentaba una pantalla de ordenador, en algunos casos con una especie de espejo para que el lector pudiera contemplarse cual Narciso, feliz al ver su imagen resplandeciendo en el más alto podio mediático.
«Pero ¿por qué yo?», se preguntará el más humilde de nuestros lectores. Pues porque usted, yo y todos nosotros estábamos por esas fechas cambiando el paradigma de la comunicación y los contenidos. Estábamos «transformando la era de la información», para ser más exactos.
Los editores de la revista celebraban el aumento, hasta entonces inaudito, de los contenidos generados por los mismos usuarios de internet. Estábamos en plena celebración de lo que hoy conocemos como la Web 2.0. Para que nos entendamos, estábamos dejando de ser meros espectadores en la red.
Para responder al lector humilde con palabras exactas del redactor del artículo de Time: «por tomar las redes de los medios globales, por forjar la nueva democracia digital, por trabajar gratis y superar a los profesionales en su propio juego, por todo eso, la personalidad del año de Time es usted». (1)
¡Enhorabuena a todos los premiados! Incluso a los que acaban de recibir la noticia.
¿Cómo interpretamos esta señal? ¿Acaso asistimos a una especie de megalomanía consentida?
Según parece, desde años atrás vivimos en el paradigma de un mundo conquistado por el marketing, donde aparecen conceptos como marca personal, reputación online, influencer, storyteller, que tienden a descontextualizarse del mundo de la comunicación corporativa, y entran a formar parte de nuestras vidas cotidianas.
A partir de la aparición de los primeros fotologs, videoblogs, Myspaces y la posterior conquista de las comunicaciones interpersonales por las redes sociales —tales como Facebook, Twitter o Instagram— somos hacedores de nuestra propia biografía. Exhibimos lo cotidiano y lo mostramos como si realmente tuviéramos una historia extraordinaria que contar al mundo. Como verdaderos storytellers haciendo marketing a nuestra propia marca personal.
Si nos damos un paseo por redes sociales, podremos observar de qué se trata. Los usuarios crean a diario contenido, que en otro momento sería impensable publicar porque pertenecería a la esfera de lo privado.
¡Primer Chai en la India con leche de almendras!
Aunque ya no estés entre nosotros sé que desde el mejor sitio que te guardó Dios nos cuidas a todos, te quiero abuela siempre en mi corazón #abuela #amordelbueno #tequiero.
Una de comunión no viene mal para el cuerpo #comunion #sabado #comidagratis.
Domingo de resacón #finde #fiesta #amigos #party.
Con el amor de mi vida en el parque María Luisa #tequiero #Sevilla #gordis #siemprejuntos #amor.
Ni sobra amor ni faltan fuerzas, pero estoy cansado, y mucho, de luchar contra mí mismo como si fuese una cuestión de orgullo, no de amor.
Son solo algunos ejemplos reales de cómo la información personal se expone en redes sociales.
Cabe preguntarse cuándo empezó todo esto, que nos pilla un poco de pasada a los más veteranos y que a los lectores más jóvenes no les parecerá ninguna locura porque, en cierto modo, han crecido con ello.
A principios del siglo XXI, la aparición del formato reality show con su primer experimento —Gran Hermano— y su posterior éxito de audiencia fue, según muchos sociólogos, el precursor del sentimiento de que cualquiera de nuestras historias de vida pueden ser interesantes a los demás.
En España llegó en el año 2000 la primera edición, que cerró con más del 30% de cuota de audiencia.
¡Eran personas como nosotros construyendo historias importantes para el gran público!
En 2002 también tomaba la MTV el reality show que seguía la disfuncional y agitada vida de la familia del fundador de la banda Black Sabbath (Ozzy Osbourne), The Osbournes.
¿Quién hubiera imaginado antes tal suceso mediático? ¿Cómo iba una cámara a entrar en casa de alguien a grabar las intimidades de una familia?
En los años sucesivos Paris Hilton, Olvido Gara, Mario Vaquerizo, Kim Kardashian y un sinfín de personajes de la esfera pública y no tan pública se subieron al carro de la venta, frivolización y espectacularización de sus momentos más íntimos a cambio de popularidad y, por qué no decirlo, de dinero. La telerrealidad se había ganado al gran público. Lo había convencido de la importancia de estar presente públicamente para dotar de existencia a su ser.
En 2009, a propósito del formato reality show, ocurre otro hecho clave: Jade Goody, exconcursante del Gran Hermano británico, fallecía en su casa de Essex a los veintisiete años de edad víctima de un cáncer galopante. La joven, tras enterarse en directo del diagnóstico de su enfermedad, había vendido a los medios sus últimos meses de vida incluida la boda con su novio, las duras peleas entre ambos y la crianza de sus hijos. Hasta el mismo día de su muerte fue seguido en directo por los medios británicos y, obviamente, por medio mundo.
«Jade ha muerto a las 3:55 de la madrugada. La familia y los amigos deseamos finalmente un poco de privacidad», suplicaba su madre a la prensa la mañana posterior al fallecimiento.
¿Por qué nos interesa tanto la intimidad ajena?
Cada vez vemos más ejemplos de diarios muy respetables que en la sección de cultura y actualidad lanzan titulares del tipo:
Mario Vargas Llosa confirma que ha pedido el divorcio a su esposa.
El marido de Mar Flores: «La última decisión la he tomado yo».
El sexting amenaza el noviazgo de JLo y Casper.
Esta tendencia a banalizar la información que define a un ser no solo existe en los medios de comunicación. El arte también la ha hecho suya. Pongamos como ejemplo la aportación de la performer Marina Abramovic en el MoMA llamada The artist is present. Una de las intervenciones mostraba una mesa de madera con dos sillas. En una estaba sentada la artista. El público asistente podía sentarse frente a ella y encontrar miradas por el tiempo que quisiera. Uno de los espectadores que hizo uso de la silla y se sentó a mirar a los ojos a la performer fue su expareja y excompañero artístico durante los años más punk de Marina Abramovic, Ulay.
No es este el lugar para valorar la calidad artística de la performance, que tuvo lugar en el año 2013, pero estoy segura de que a este lado del globo hubiera pasado sin pena ni gloria de no haber sido por ese encuentro mediático en el que ambos acabaron llorando. Todos los medios cubrieron el hecho y Marina Abramovic tomó muros y portadas de personas que hasta hacía dos días ni siquiera conocían su nombre.
Ya en 2009 el periódico El País se hacía eco del cariz que estaban tomando los acontecimientos en un artículo titulado «Tu extimidad contra mi intimidad». La noticia cerraba en incógnita: «Teniendo en cuenta la transformación que ha experimentado el ámbito de lo íntimo en la última década no tenemos ni idea de cómo va a evolucionar en los próximos diez años».
Esos años ya han pasado y parece que la cosa no ha cambiado mucho de aquellas primeras premoniciones.
La democratización de los contenidos en internet debido al nacimiento de las redes sociales, sumado a los ejemplos anteriores —demasiado pocos ante una lista que podría ser eterna— que muestran en la vidriera mediática a un personaje y lo proponen como ejemplo a seguir en cuanto a «estilo de vida», ha dado lugar a que las subjetividades introdirigidas estén en crisis en pos de un culto a la personalidad, lo que genera multitud de yoes que se ocupan de poner en escena sus biografías y que, en el fondo, no diferencian entre los ámbitos públicos y privados de la existencia.
Paula Sibilia, socióloga argentina autora del libro La intimidad como espectáculo, comenta en una entrevista: «En la sociedad del siglo XXI, la llamada sociedad del espectáculo, es cada vez más importante ser visto. Una persona existe en tanto que la gente nos ve y sabe lo que hacemos».
Si se compara con otras épocas, estos contenidos íntimos publicados por los propios usuarios —premiados por la revista Time en 2006— distan mucho de la intimidad entendida, por ejemplo, por la escritora Virginia Woolf a principios del siglo pasado. Abanderada de la necesidad imperante y generalizada de un cuarto propio e intimidad para ser alguien. En aquellos tiempos de la modernidad, la privacidad de la intromisión entre cuatro paredes era primordial no solo para escribir, sino para poder desarrollar un yo mismo a través de la escritura.
Virginia Woolf, querida, ¡bienvenida a la decadencia de la posmodernidad!
Otro cambio de paradigma del milenio que podríamos señalar es el que se da en torno a la temporalidad. La concepción del tiempo inmediato mediante el cual todo es susceptible de ser viral, del mismo modo que todo es susceptible de ser olvidado.
Es por eso que las publicaciones son diarias, las fotos a cada rato, los comentarios inmediatos, porque los usuarios más feligreses de esta especie de religión no quieren correr el riesgo de ser olvidados. De perder popularidad.
Esta inmediatez nos ha llevado a que ese yo que se crea públicamente para ser alguien popular debe tener la peculiaridad de ser mutable y susceptible a los cambios. Este mundo del espectáculo ejerce una presión a los yoes y sus propias subjetividades para que sigan los códigos de la masa.
Obviamente, no todos lo contenidos que premiaron en la revista Time hablan de nuestra intimidad. Existen numerosos ejemplos de plataformas (blogs, videoblogs, perfiles en redes sociales) cuya finalidad es otra y, por lo tanto, sus contenidos poco tienen que ver con el ámbito privado del que escribe. Pero no podemos negar que en la era de las nuevas tecnologías los límites de la intimidad y la vida privada se han visto claramente diluidos.
¿Quién es el receptor directo de esta información? ¿Para quién escribimos estos diarios o mensajes?
Como vaticinó Franz Kafka —uno de los más ávidos y lúcidos autores epistolares y de diarios íntimos— en su última carta a Milena, antes de que la sociedad pudiera siquiera imaginar lo que nos depararían las comunicaciones y la tecnología: «La facilidad de escribir cartas debe haber traído al mundo una terrible perturbación de las almas porque es una relación con fantasmas; y no solo con el fantasma del destinatario, sino también con el propio».
El escritor checo parece hablar de las relaciones digitales.
Debería Kafka darse un paseo por algún que otro muro de Facebook que es utilizado a modo de cuaderno de bitácora público. De esos en los que el propietario pasa de replantearse su propia existencia tras un desamor, a contar con pelos y señales qué ha comido hoy y si tomará el café acompañado o solo.
Claramente Kafka se daría una palmadita en la espalda a sí mismo y se reafirmaría en su vaticinio de almas perturbadas que se relacionan con fantasmas.
Hace unos días estaba tomando un café en un conocido bar de Sevilla y miré a mi alrededor. Había una mesa cercana de un grupo de amigos y todos estaban haciendo fotos de las copas que estaban tomando. Probablemente las subirían a Instagram sobre una nube de etiquetas del tipo #disfrutando #primavera #amigos #gintonic.
Puede que a primera vista no nos parezca ninguna locura esto que acabo de contar.
Pero en el fondo lo es.
(1) Lev Grossman, «Time Person of the year: You», 2006.
Pingback: Intimidad y espectáculo
Hay una tendencia persistente a celebrar lo común, lo vulgar. Esto de dos formas: las cosas que hace cotidianamente la gente que no tiene ninguna virtud sobresaliente, y aquí se podría poner como ejemplo el querer inmortalizar lo banal: lo que estoy haciendo ahora, la foto de la bebida en el bar. Pero curiosamente, cuando el foco de atención está en la gente extraordinaria (un gran músico, escritor, actor) la tendencia está también en destacar lo que tienen de común, de vulgar, lo que los iguala al resto de los mortales. Dos ejemplos bien distintos: Keith Richards y Jorge Luis Borges. El primero un guitarrista extraordinario, cantante sensible, un gran músico. Sin embargo lo que a la mayoría de la gente le importa es saber cuántas drogas consumió,durante cuánto tiempo, cuántas amantes tuvo, de qué lado del cocotero se cayó, etc. En el caso de Borges importa la ceguera, que si tenía complejo de Edipo o no, que si era conservador o anarquista, y así. Pero de su obra extraordinaria no se habla. Yde leerlo, menos. En el fondo supongo está la idea de que si los famosos hacen vulgaridades y yo también, pues eso es señal de que tenemos muchas cosas en común. Lo cual es cool. Y más fácil que escribir como Borges. Y más fácil que tocar la guitarra como Richards.
Gracias por tu comentario Rafa, pongo como ejemplo paralelo el de la cantante Amy Winehouse. Era una genia. Pero acabó importando mucho más su vida privada. Ella no entendía por qué perdía intimidad día tras día y seguía autodestruyéndose. Es loco que las personas actuemos así.
El artículo trata de que en el fondo, todos quisiéramos perder intimidad para que el mundo supiera nuestra historia.
El artículo es interesante, pero no sé si estoy de acuerdo con el último párrafo del comentario.
Yo no tengo ningún interés en que el mundo sepa mi historia ( que no tiene nada de particular, como la mayoría ), para mí el exito de las redes sociales, comentarios en blogs, etc hay que explicarlo en la necesidad de comunicación que todos tenemos, en la satisfacción que proporciona ver «publicado» algo que yo he escrito.
No nos importa perder intimidad, pero sólo para cuestiones poco íntimas. Se cuelgan en Facebook fotos de la cena con los amigos, o del viaje con la pareja, pero no de cuando nos acostamos con ésta ( y menos si es, ejem, con otra ).
Yo he visto muchas cosas en Redes Sociales… créeme hay de todo…
El problema, según mi opinión, viene de la necesidad humana de comunicarse, pero también de la tendencia de los medios a banalizar la información que se conoce sobre una persona. El espectador (obviamente no todos) utiliza los códigos mediáticos con su propia vida, lo cual es muy extraño…
Ya lo dijo Sartre: El hombre es siempre un narrador de historias. Sumado a la mediocridad que impera, al no pensar, a lo fácil, a lo que de común hay, da como resultado esta ridiculización.
¡Totalmente deacuerdo!
Mi mujer a veces ve programas del corazón. A veces tengo la mala suerte de tener que compartir ese momento con ella. Yo no hago más que preguntar que son y que hacen esas personas de las que solo cuentan banalidades, pero nunca la razón por la que son «famosos». Me mira como si estuviese preguntando una tontería: ¿qué más da quienes son o lo que hacen? Lo importante es lo que están contando en ese momento sobre ellos (que han acudido de invitados a la boda de yo que si quien, o que no se hablan con su madre, que llevan puesto, que tienen nuevo novio/a, o yo que sé…). Curiosamente pasan semanas hasta que vuelvo a ver un programa de esos y… ¡siguen contando las mismas cosas de esas mismas personas!
Por cierto, que ocurre lo contrario, mi mujer no entiende que yo pierda el tiempo viendo los (según ella) aburridísimos documentales que veo.
Redes sociales: todavía estoy esperando ese futuro (espero que cercano) donde todos miremos hacia el pasado con asombro sin entender esa histeria colectiva que nos asoló… Todos estábamos en las redes sociales porque todos estábamos en las redes sociales… (Por cierto, yo ya me he aburrido. Acabo de ser consciente de que si no estoy en ellas no me pierdo nada interesante, sino todo lo contrario. Nunca fui un aportador destacable).
Sobre los programas del corazón, lo que a mí mas me choca es que muchos de ellos no tienen contenido real. Es decir, en un programa se habla de lo que pasó con quien sea y donde sea; en el siguiente programa se habla de lo que se dijo en ese, y en el siguiente, de lo que se dijo en el anterior. O sea, no se habla de nada nuevo, sino sólo de lo que se ha dicho.
Al margen, algunas ( hablo de mujeres ) de las que salen son «famosas» sólo por haberse acostado con un famoso ( torero, cantante, actor ), con la evidente intención de rentabilizar su acción, contándolo en tv.
Me gusta mucho tú articulo Beatriz Guillén, pienso que las redes sociales, se han transformado en espacios personales, libres y cotidianos para la mayoría de las personas. Es más, funcionan como herramientas de diario personal y se sienten olvidados si no publican todo lo que hacen.
Enhorabuena Beatriz, muy interesante el artículo y sobretodo como apuntas a preguntarnos qué nos está sucediendo como sociedad que se atiborra de voyeurismo. Marina Abramovic me ha recordado al personaje de la Gran Belleza que completa su dudosa condición artística con la exhibicion de su intimidad.
Lo que planteas, como en esta pelicula, aborda el existencialismo y de como cada uno lleva la farsa como puede. Qué empuja a alguien a montar una feria de su vida? Y qué es lo que empuja a alguien a escribir sobre aquellos que se exhiben?Las motivaciones pueden tener la profundidad de un charco o ser un juego sesudo, sin animo de juzgar lo que cada uno encuentre interesante. En mi opinión esto ya viene de lejos (Warhol fue pionero en la mercantilización del arte y la fama a cualquier costa), y resulta que ahora además somos muy conscientes de la cantidad de gente que nos rodea y lo fácil que es acceder a quien sea necesario para hacernos oir y existir aunque sea virtualmente.
Muy interesante el artículo, a veces yo también me pregunto de dónde saca la gente las ganas para publicar tanto en las redes sociales y como han conseguido que las personas pierdan ese sentimiento de privacidad del álbum familiar. Si no fuera por trabajo mis redes se quedarían desiertas para siempre.
Pingback: Benvinguts a l’era Narcís - Batecs Clàssics