En Nórdica, una década después, no queda ninguna metáfora por manosear: «Nórdica, la literatura que vino del frío», «la belleza llega del norte», «más allá del thriller escandinavo». Aquello era verdad en 2006, pero ya lo es un poco menos. Hoy también hay checos, irlandeses, sirios, norteamericanos, griegos, rusos, italianos y hasta españoles. Y muchísima ilustración. Pero, por fortuna, la tediosa presentación tampoco hace falta ya. Podemos sentarnos con su editor y fundador, Diego Moreno, a repasar el camino recorrido entre dos puntos: de vestir aquel chaleco infame de Crisol a calzarse un frac para cenar junto al primer ministro de Suecia.
Empezamos con la (mala) broma involuntaria de sentarlo al sol. Continuamos hablando de lo que hablan todas las personas que aún no se conocen, pero tienen que compartir mesa: intercambiando anécdotas de viajes. Por lo menos son batallitas nórdicas. Al final, confíen, la cosa sale bien. Porque Diego Moreno tiene una honestidad que, de puro auténtica, acaba pasando desapercibida. Dice que no publicaría Rayuela. Quiere que se critique al Quijote. Ni Amazon ni Apple le cierran la boca. Le trae al fresco la piratería y planea poner el teatro en su lugar. «Me van a llover hostias», repite como un mantra. Eso de que la literatura que publica huye del barroquismo y el artificio innecesario suena más coherente que nunca.
¿La pasión por lo nórdico empieza como algo literario?
Sí, es una pasión literaria. Mi familia no es nórdica, ni nada de eso, ya me ves. Mi primera experiencia cuando acabé la universidad fue ser librero, empecé en Crisol. Estudié sociología pero hice un máster de edición. Teóricamente me tenía que haber dedicado a la venta y análisis de datos, investigación de mercados…Pero no me apetecía nada. Acabé trabajando en Crisol un año y medio, y allí leí Hambre de Knut Hamsun que me descubre un mundo que no conocía en absoluto: la literatura nórdica de calidad. Luego me entero que este libro es el favorito de Jorge Herralde, de Thomas Mann, de Herman Hesse, de Bukowski… Y empecé a tirar de ahí y a leer más literatura nórdica, aunque había muy poquito publicado. Salvo la colección de Ediciones de La Torre, donde yo trabajé cuatro años después. Hice el máster de edición en la Universidad de Salamanca con Santillana, y justo hago las prácticas en esa editorial, en parte porque quería trabajar en esa colección nórdica. Acabé dirigiéndola durante un tiempo, y allí pude reeditar Hambre.
¿Es la piedra angular?
Sí, por supuesto. Sin Hambre, no habría Nórdica. A través de eso conocía a mucha gente, y a muchos amigos que llegaron también a través de Hamsun. De hecho estaba en Buenos Aires hace una semana y un librero muy jovencito me preguntó «¿cuándo publicas Hambre?» y le contesté que efectivamente es un libro fundacional, pero no solo de la literatura nórdica, sino de la literatura moderna. La literatura del siglo XX empieza con él. Imprescindible. Y no lo he publicado yo, así que no estoy vendiendo nada, eh [risas]. Aunque yo espero que en algún momento llegue a Nórdica.
Nos han contado que ibas más para librero que para editor.
Sí, en ningún momento tuve la idea de montar una editorial. Acabo el curso de edición, fui librero, fui impresor, monté otra editorial que no era Nórdica… Pero en el año 2005, cuando me empiezo a plantear montar algo en solitario, echaba en falta que hubiese más literatura nórdica no policiaca. Hasta entonces solo se había publicado a Mankell y a Jostein Gaarder. Son los únicos que había conocidos en España. Así que imaginaba que iba a ser deficitario, pero creía que iba a haber un nicho claro para publicar cosas potentes de mucha calidad, que en Europa eran normales. En Italia está Hiperbórea, en Francia está Actes sud…
Pensaste que la literatura nórdica sería deficitaria en España, pero ¿la ilustración, otro de vuestros pilares? ¿También pensaste así, o le augurabas más éxito?
Los dos pilares eran igual de importantes. Pensé que lo nórdico sería deficitario, pero no la ilustración, a pesar de que por entonces tampoco se hacían tampoco libros ilustrados para adultos. No había nada, pero pensaba que aunque fuese algo nuevo tenía muchas más posibilidades económicas de funcionar bien. Los nórdicos eran la apuesta cultural, en lo que yo me sentía como editor más satisfecho porque iba a aportar algo nuevo, pero también sabía que de eso no iba a poder vivir. Que iba a tener que cerrar a los meses. Y la parte de los ilustrados pensé que abría una puerta al hacer una aportación nueva, pero creía —y en eso acerté— que eso iba a funcionar mejor. Fue increíble, porque el primer libro que publicamos, El festín de Babette, que también era nórdico aunque fue una casualidad, fue un bestseller.
Los nórdicos han ido muy despacito, muy despacito, y nos han dado la gran alegría del Premio Nobel de Tranströmer. Pero con los ilustrados el éxito fue inmediato. Todos fueron funcionando bien, agotando ediciones. La prueba es que de los doscientos y pico libros que tenemos en catálogo, casi la mitad son ilustrados. Tienen un peso muy grande en la editorial. Cuando fundas un proyecto no sabes lo que va a pasar. No sabes si vas a sobrevivir diez meses o veinte. Lo único que tienes que intentar es ver qué no hay en el mercado, porque hacer lo mismo que los demás… En el año 2006 ya había muchas editoriales buenas, pequeñas y grandes; no tenía sentido hacer lo mismo que hacían ellos. La única cosa que tenía sentido era jugársela con algo que otros no estaban haciendo, sin saber si eso quería decir que fuera rentable. Nosotros ahora mismo nos sentimos orgullosos de dos cosas: de que los nórdicos tengan un hueco en España en poesía, ensayo, narrativa de un nivel alto. Orgullosos de que eso tenga cabida: hay al menos mil doscientos lectores que compran estos libros de manera habitual. Y orgullosos de que el libro ilustrado no sea algo habitual, sino habitualísimo, cualquier librería tenga en el escaparate y en la sección de novedades algún libro ilustrado. Eso en el año 2006 no pasaba.
Está claro que vivimos un boom de la ilustración española. Pero qué pasaba antes, ¿no se daba esto porque no había oferta, o porque no había demanda?
No, no había oferta. Había muy buenos ilustradores, de hecho en el año 2005 España fue el país invitado en la Feria del Libro de Bolonia, y fue cuando yo descubrí que éramos una potencia internacional en la ilustración. Y hemos tardado muchos años en que los ilustradores españoles, que son conocidísimos en Irán, en Corea, en China, en Estados Unidos, sean conocidos aquí. Ana Juan, por ejemplo, que es una de las más grandes, es conocida para mucha gente porque hace las portadas del New Yorker.
Bueno, y como una de las mujeres de la movida.
Sí, pero en cualquier caso era algo muy minoritario, y estamos hablando de Ana Juan, de las mejores ilustradoras que hay en todo el mundo. Y tienes que llegar a ella a través de lo que está pasando en otro país.
Enrique Redel nos decía que, además, el hecho de que los propios ilustradores españoles no se hubieran organizado como colectivo no ayudaba a su reconocimiento.
Puede ser. Pero creo que lo que ha ocurrido es que a medida que han ido teniendo presencia en medios de comunicación han alcanzado más relevancia. Esto ha sido lo más importante, porque hemos pasado de que los libros ilustrados solo salían como mucho un día a la semana o cada quince días en los suplementos culturales a que ahora pueden ser portada de Babelia, o libro de la semana. Tanto como puede serlo un Pérez-Reverte, un Vargas-Llosa o lo que sea. La gente no reseña los libros ilustrados en la sección de ilustrados, sino en la sección de narrativa. Es decir, que el ilustrador ha ido ganando espacios de visibilidad individuales, no digo colectivos. De hecho, en muchos medios puedes ver a Zabala, o a Fernando Vicente. quien colabora con mucha frecuencia con El País, y eso es una visibilidad impresionantemente buena. Y aunque han ganado visibilidad, todavía no son considerados como creadores o como artistas, sino que para mucha gente siguen siendo trabajos que hacen el libro más bonito. Y no es así. Nosotros lo planteamos desde el primer libro, desde el de Noemí Villamuza: que fuera un libro en el que el ilustrador fuese coautor del libro. Yo le doy al ilustrador un texto, y le dejo libertad total de tiempo. Puede tardar cinco meses, un mes, o cinco años en entregarme un trabajo. Lo que necesite. Libertad también a la hora de enfocar el trabajo: puede hacer dos ilustraciones o cincuenta y cinco. Libertad en la técnica: en color, fotografía, lo que quieras. Lo que le pido al ilustrador es que dialogue con el autor del texto. Elena Odriozola hizo Frankenstein, un libro muy conocido, pero lo hizo con un teatrillo en su casa. Y le dieron el Premio Nacional en parte por este libro. Ella dijo que si iba a dialogar con Mary Shelley no quería hacerlo con dibujos, sino de una manera radicalmente diferente. Creó su Frankenstein, que no tiene nada que ver. Es una forma de trabajar que aún sigue siendo un poco rara en este mundo. Porque esto también va unido a una relación contractual como creador. Cuando publicamos clásicos, que son muchos de los ilustrados que publicamos, el ilustrador obtiene el 8% de royalties, que no es habitual. O cuando es una obra de Roald Dahl, por ejemplo, intentamos que al menos el 5% sea para el ilustrador, porque es poco habitual que un autor del texto tenga menos de un 8%. Todos los ilustradores cobran como creadores, y cobran en función de las ventas del libro.
Suena más a una tarifa de traductor que de ilustrador.
Sí, porque el ilustrador en nuestros libros es creador del producto. El traductor es un colaborador fundamental, que por supuesto tiene royalties y anticipo, pero es que el ilustrador en Nórdica es esencial. Si le quitas las ilustraciones, ya no es nuestro libro. No es que sea más bonito con ellas, es que no se pueden disociar. Y eso requiere un trabajo muy potente que necesita tiempo. A muchos al principio les resultaba raro que les pidiéramos ilustrar clásicos, porque estaban acostumbrados a ilustrar cuentos infantiles y juveniles, que eran más breves. Y menos exigentes que hacer un Tolstoi, por ejemplo, porque es para toda la vida. Ese reto les costaba, pero todos lo aceptaron de muy buena gana.
En la cadena de la edición: traductor, ilustrador, autor, editor, distribuidor, librero… ¿Quién es al final el más maltratado?
Todos. En el mundo del libro hay un maltrato generalizado. Pero porque hay poco dinero en la cadena. La gente no se da cuenta de que cuando compra un libro de veinte euros no está pagando a un editor, ni a un distribuidor, ni a un librero. Sino que hay un corrector, un maquetador, un diseñador, un ilustrador, por supuesto, un traductor que tiene que comer. Come mucha gente de esos veinte euros.
Y hay muy poca gente que se gaste esos veinte euros.
Efectivamente. El autor está maltratado, pero no más que otros. El autor, el ilustrador, el traductor cobran un anticipo a cuenta de los royalties. El que menos royalties cobra es el traductor, siempre. Es algo universal en todos los países, pero lo importante es que cobre royalties. No sé si sabéis que la traductora de El señor de los anillos no cobró royalties: ¿cuántos miles y miles de ejemplares se han vendido? Pues eso. Cobró una cantidad a tanto alzado, para siempre. Durante mucho tiempo eso fue una norma, se pagaba una cantidad más alta de la que pagamos ahora, pero a cambio si el libro vendía un millón de ejemplares no cobrabas nada de ello.
Esta parece un poco la seña de identidad de las editoriales jóvenes, reivindicar los oficios que…
No solo las editoriales jóvenes. Esto no es de ahora. Las buenas prácticas llevan años, y no es que nosotros hagamos esto aisladamente. Es cierto que en general trabajamos posiblemente con más respeto, o tenemos el respeto muy metido en el ADN de las editoriales. Pero eso no quiere decir que antes se hiciese mal. Ha habido de todo. Ahora es más raro que pase lo de antes, porque también los traductores se han organizado mejor, son más reivindicativos, y han luchado mucho para que haya un tipo de contrato que sea estándar para todos.
Sí, pero ponerles en portada es una decisión casi exclusiva de la editorial.
Es que a nosotros nos parece evidente. Tú aquí no estás leyendo a los poetas en danés, estás leyendo a un traductor. Me parece algo de un respeto mínimo, y sigo sin entender por qué hay editoriales que no lo hacen, sinceramente. Es reconocer ese trabajo, porque además lo estás pagando, y es justo que esté ahí.
Antes hablabas de la atención creciente de los medios de comunicación por la ilustración. ¿También has notado ese aumento de interés como editorial pequeña?
Sí. Aunque en realidad yo creo que todas las editoriales pequeñas tenemos buena acogida por parte de los medios de comunicación. Desde que nacemos hay una complicidad con ellos que si trabajas bien, se mantiene. Y tiene mucho que ver con el hecho de que yo soy el editor, y hablo con el periodista de todos los medios directamente. Y soy siempre yo el que habla con ellos, durante diez años. Creo que hay una fuente de autoridad y una relación personal que se va creando. Las grandes editoriales, por lógica, tienen muy dividido el trabajo y pocas veces es el editor el que va a ver una librería, y muy pocas el que habla con la prensa. Tienen gabinetes de prensa que saben mucho más de prensa que yo, pero que no son las mismas personas. Primero una, luego otra, luego otra, que transmiten lo que la cadena te dice. Yo transmito lo que a mí el libro me dice, mejor o peor y de manera muy amateur, pero eso hace que funcione muy bien todo. Transmito una pasión por mis libros que nadie más puede transmitir, porque sé por qué los he elegido, cómo los he maquetado, cómo los he corregido… Así, doscientos libros.
Una editorial pequeña, un Nobel de Literatura. ¿Cómo llegáis a él? Porque los que habíamos leído a Tranströmer no lo tuvimos fácil.
Primero llego a él como lector. Lo había leído hace años, en una antología de Hiperión superpequeñita, y estaba publicado en muchos otros países. Porque muy buenos poetas norteamericanos habían traducido ya a Tranströmer, y empecé a ver que ese autor tan importante en todo el mundo aquí no estaba representado. Y además estaba vivo.
¿Ya había un soniquete de que podía ganar el Nobel?
Sí, siempre lo ha habido. Pasaba como con Adonis, que también lo hemos publicado, y le van a dar el Nobel seguro. Este año o el que viene. Pero aunque haya mucho soniquete, la gente no publica poesía, porque piensa que la poesía no vende, pero eso también es un mito. Nos parecía un autor perfecto para nuestra colección, porque es un clásico pero está vivo, y con el que podía tratar. Además pasó una cosa muy bonita, porque los derechos no los tenía la agencia sino que los tenía él y su mujer. Y yo traté con ellos directamente, una relación facilísima. Cuando le dieron el premio Nobel, el único editor que había de fuera de Suecia era yo. Solo nos invitaron a la cena de los Nobel al editor sueco y a mí.
Cuéntanos de aquella cena.
Pues ahí, al lado del primer ministro de Suecia, en la mesa de máximo nivel de los Nobel. Una experiencia buenísima. La relación de cordialidad con Tranströmer no cambió nada con el Nobel, a pesar de que le dieron los derechos a una agencia, pero el trato fue igual. No es un autor al que se le subiera el éxito a la cabeza.
¿Cuántos títulos publicados tenías cuando acabaste en aquella cena?
La mitad, porque fue hace cinco años. Noventa o así. Yo esperaba que me pusieran en una mesa donde estuviera su editor norteamericano, el inglés, el italiano… Y cuando me dieron un plano al llegar allí, vi que había un «quién es quién». Vi que a mi lado estaba el ministro de Exteriores, la esposa del primer ministro, el presidente de la Academia Sueca… y yo pensando «¿qué hago yo aquí con todos estos? ¿De qué voy a hablar?». Luego fue todo fantástico. El primer ministro me dijo que fuera a saludar a Tranströmer, que estaba en la mesa de al lado con los reyes de Suecia, pero le dije que el protocolo no me dejaba. «Pues te dejo yo», me contestó. Y allí que fui, a saludar a Tranströmer y a su mujer, y me volvía a la mesa.
¿Cómo han ido las ventas de Tranströmer post Nobel?
Han sido buenas, se ha vendido mucho en Latinoamérica y aquí, pero no tanto como un Premio Nobel de narrativa. También es que es un poeta más o menos complicado, no es fácil, y ha tenido un público más limitado. Sobre todo fue muy bueno para la editorial, porque tu olfato como editor se ve refrendado nada menos que por un Nobel. Eso no pasa mucho. También es cierto que aquello era un secreto a voces, todos los poetas en España conocían a Tranströmer, no fui yo quien dijo «voy a apostar yo por este pobre chico joven…». Era un escritor de mucho prestigio, lo raro es que no hubiese publicado antes en otra editorial.
¿Quién más hay por ahí que debería estar ya publicado? ¿Qué otros secretos a voces?
Afortunadamente cada vez menos. Y de ese nivel, ya pocos. El mundo cada vez es más pequeño. Los editores españoles vivimos mucho de lo que pasa en el mundo anglosajón, y Knausgård, por ejemplo, que es el gran escritor de Anagrama que a mí me encantaría tener en el catálogo, tuvo la suerte de tener mucho éxito en países del mundo anglosajón muy rápido. De manera que cuando lo publican aquí ya estaba teniendo éxito en Estados Unidos e Inglaterra, ya era primera figura mundial. Ese secreto no es un secreto, porque ya está universalmente reconocido. Autores como Tranströmer muy pocos. Y en narrativa, muy poquitos también.
¿En poesía?
Te diría Adonis, pero ya es conocido. Pero cuando le den el Nobel verás que hay pocos libros en las librerías disponibles. Que es lo que me pasó a mí. Está poco publicado para lo importante que es. Es verdad que leemos lo que está pasando en otros países con rapidez, y que nos enteramos de quién es tendencia, aunque sea de un país más cercano.
Pero tú lo has dicho: nos influye mucho más lo anglosajón, que, por ejemplo, lo francés.
Así es. La literatura francesa o la italiana, que es muy buena. Pero el problema que tiene el editor medio es que se fija mucho en lo que haya salido en el New Yorker o en las listas de los más vendido del New York Times… El eje cultural está muy norteamericanizado.
Volvamos a algo que has dejado en el aire antes. Has dicho que es un error pensar que la poesía no se vende. ¿Es así?
¿Me preguntas como lector o como editor?
Como Diego.
Para cualquier lector, si tu dices ¿la poesía se vende? No. Mi experiencia personal es todo lo contrario. La poesía se vende muy bien. Nosotros tenemos en ilustrados una colección de libro de poesía, y en nórdicos también, y de lo que más hemos vendido son libros de poesía. Y los libros que tienen las ventas más regulares. ¿Por qué? Yo creo que el lector de poesía es un lector muy fiel, posiblemente el más fiel que hay, pero también creo que es el lector que el sector editorial ha cuidado menos. Porque a veces se hacían traducciones malas, las ediciones no eran las mejores, y cuando tienes un libro bien hecho, cuidado, que puede ser un aperitivo o un regalo… Como por ejemplo, Emily Dickinson. Publicadísima, ¿no? Pues nosotros conseguimos una antología de veintisiete poemas que fue lo más vendido de poesía en España del año 2012. ¿Por qué? Porque el objeto era perfecto. Si te gusta Emily Dickinson, te va a gustar; y si no, vas a entrar en ella. Descubrir a Emily Dickinson a alguien que no la conoce y darle toda su obra sería un error, es inabarcable. Ni a ella le gustaría estar en un tocho de mil páginas. Yo creo que al propio poeta le gusta mucho el formato pequeño, como con Joan Margarit, que le acabamos de publicar. Está feliz con una edición que tiene solo dieciocho poemas suyos. Las antologías están muy bien, pero este formato que es agradable, que tiene un papel bueno y lo puedes llevar en el bolsillo hace que el poeta se sienta reconfortado. Y porque la poesía no es como la narrativa, y el formato tiene importancia. La familia de Pepe Hierro nos eligió para que publicásemos su pintura y su escritura. Están entusiasmados con el resultado, diciendo que es lo que a él le hubiera gustado ver, porque conjugaba el arte con la poesía. Es una unión perfecta.
Es decir, que en esta estrategia de cuidar el libro que predicáis, la poesía era la más maltratada.
Sí, pero aún más lo está el teatro, que es nuestro siguiente paso. Apenas se editan obras de teatro, las librerías no tienen sección de teatro, teóricamente nadie lee teatro… Y me encantaría demostrar que si lo haces medianamente bien puede funcionar.
¿Qué es lo primero que queréis editar de teatro?
El primer libro, que es como el referente, será un libro con el diseñador e ilustrador Isidro Ferrer, que hace los carteles del Centro Dramático Nacional. Hemos propuesto que a esos carteles los ilustren en texto dramaturgos, escritores y actores, contando su visión sobre ellos. Ayer empezó a trabajarse en el libro. Por un lado un cartel, que es una síntesis de la obra de teatro, y al mismo tiempo un texto por gente que ha participado en esa obra. Como preguntar qué le dice el cartel a alguien que ha generado la dramaturgia de esa obra de teatro. Es un universo especial, un trabajo un poco raro pero que a mí me encanta. Vamos a tener textos de José Luis Gómez, de Juan Mayorga, de Miguel del Arco… También vamos a publicar a Ibsen, a Beckett y otros fundamentales del teatro, pero con un formato que sea el propicio.
Y además da mucho juego para la ilustración.
Es perfecto, porque es como el montaje. El ilustrador va a hacer lo que haría el escenógrafo. Leer teatro es muy fácil, ¡yo no sé por qué la gente no lee teatro! Es un diálogo, es lo que más te gusta de una buena novela, ¿no? Creo que a veces el mercado editorial hace que no funcionen porque no queremos que funcionen. Porque hay que trabajar mucho.
Ya que hemos hablado de poesía y de las ventas, parece que estamos en auge de la poesía mediática, tuitera. ¿Qué te parece?
Yo digo que la historia tiene parte de responsabilidad en haber maltratado la poesía, pero se me criticará que lo que yo publico son autores que no son apuestas importantes. Hierro, Dickinson, Sylvia Plath…
Que no es arriesgado, vamos.
Sí, eso. Recupero muchas cosas que ya están en la cultura general, en el canon. Sobre lo que me preguntas, es muy difícil emitir una opinión sobre algo que está pasando ahora mismo. Porque a lo mejor dentro de cincuenta años eso que ahora nos parece un fenómeno y poco más da lugar a algo. A mí a veces me gusta publicar cosas que ya están contrastadas no por no tener riesgo, porque tengo muchísimos libros que sí lo son, sino porque creo que el fenómeno ha cristalizado. Si era bueno o era malo ya es indiscutible. Porque a veces vemos las cosas en este momento y pueden parecer ocurrencias. Y a lo mejor dentro de veinte años vemos que describían la sociedad de una manera muy importante. El libro de Copenhague huele a París me parece muy interesante, porque son autores de diferentes generaciones pero bastante jóvenes (a partir de los años ochenta) y muchos son difíciles de leer, son complicados. Si publicase solamente ese poema o ese autor, no vendería nada.
Porque hay incluso poesía punk.
Sí, y mucha referencia a David Bowie también. Pero como han pasado treinta y tantos años ves que esos poemas eran muy interesantes para entender la sociedad danesa de hace treinta años. En su época seguro que decían que esos poemas no valían nada. Y no quiero decir con esto que los que hay ahora vayan a ser relevantes en treinta años, solo que a veces nos falta perspectiva para valorarlo. Hay cosas que son buenas, hay cosas que son malas…. Y yo recibo miles de propuestas semanales de libros de poesía, que abro y cierro. Abro el archivo y con frecuencia no respondo porque tengo saturada mi capacidad para leer. Y seguramente ahí habrá alguna cosa que dentro de veinte años me habría gustado publicar, y muchas cosas que diré «menos mal que no publiqué esto». Es que es muy difícil tener una visión clara sobre el asunto, porque lo fácil es decir «esto no vale», pero a lo mejor vale más de lo que pensamos, y esto que publicamos ahora como bueno no es tan bueno.
¿Qué te parece eso que decía Herralde de que el deber de un editor es publicar a autores de su generación?
Sí, estoy de acuerdo. Que en mi catálogo una gran parte no sean autores de mi generación, sino clásicos contemporáneos, no quiere decir nada. Esa labor la hacemos con los ilustradores: todos los años uno o dos ilustradores que nunca han publicado publican con Nórdica. Eso lo hago de manera militante. Me encanta que publiquen con nosotros su primer libro. ¿Que por qué no lo hago con la literatura? Pues porque nunca he publicado a autores españoles, muy pocos. Así que esa parte la hacemos también con autores nórdicos que están empezando a publicar en sus países. No me estoy tampoco quitando culpas, eh, porque Herralde tiene razón. Pero es muy complicado el mercado español: si tú piensas en una editorial pequeña, el esfuerzo que hay que hacer para que un autor que acaba de entrar, acabe siendo un autor importante, es inmenso. Y muy ingrato. Los casos atípicos son los que publican aquí, van bien, y los acaba publicando Alfaguara o Random.
Lo que le pasó a De Prada, que comenzó en Valdemar.
Sí, es un buen ejemplo.
Pero curiosamente, algunas editoriales pequeñas nos han contado que ahora ocurre al revés. Que son los grandes-medianos autores los que van buscando a las editoriales pequeñas, para no ser uno más en las cadenas de una gran editorial. Buscando el mimo.
También le ha pasado eso a Nórdica. Nosotros no publicamos autores españoles, digamos, de manera intencionada durante años. Pero tenemos ahora a Vila-Matas, Juan José Millás, Julio Llamazares… Pregunto a alguno de ellos si quieren publicar con nosotros y con frecuencia responden que sí. Son autores que forman parte de lo mejor de la literatura española, consagrados y fundamentales, que podrían publicar en la editorial que quisiesen.
Pero siempre han estado muy unidos a ciertas editoriales.
Sí, y no van a romper sus contratos. Ni nosotros queremos que dejen a Seix Barral o a otra editorial, porque están contentos donde están. Pero sí es verdad que piensan que hay otro tipo de libros suyos que están mejor en otras editoriales. Muchas veces lo que publicamos nosotros son obras que no caben en sus editoriales, yo no le estoy quitando a Alfaguara el autor, por ejemplo. Están abriendo el espectro. A mí me encanta publicar cosas de autores que he leído siempre, como Bukowski, aunque Anagrama tenga todo. Pero no está mal a veces que los autores comentan esas pequeñas infidelidades con editoriales más pequeñas.
¿No es algo muy propio de España, esto? Lo de ligarse a una editorial de por vida y publicar todo con ellos, en cualquier registro y de cualquier clase. Como si las editoriales tuvieran la patente de los autores.
Sí, y es un poco un problema. Los editores queremos publicar todo de un autor y existe esa sensación de «tú eres mío» y que no puedes salir de ahí para publicar otras cosas. Yo entiendo que si tu publicas novelas con una editorial, publiques todas las novelas ahí, pero ¿con la poesía? ¿Si ellos no tienen poesía en el catálogo, vas a dejarla sin publicar? O un cuento ilustrado, ¿por qué lo va a hacer esa editorial, si no sabe hacer cuentos ilustrados? Y lo acaban haciendo, eh. Lo he visto objetivamente: yo publico a Julio Llamazares y estoy convencido de que lo que he publicado —que ha funcionado muy bien— no le ha perjudicado a Alfaguara, sino todo lo contrario. Porque ese libro, que no tiene ninguna manera de encaje en esa editorial, si lo hago yo va a llegar a un lector que no leía a Llamazares pero al que sí le gustaba Nórdica. Y al final acabará en Alfaguara. Por eso en Contexto hemos roto ese concepto del celo excesivo, de «esto es mío y si me lo pisas te dejo de hablar, o te demando». Otra cosa es que lo hagas de mala manera, pero no hay por qué. Cuando me ha pedido Llamazares que el libro que ha publicado con nosotros no lo sacase en la Feria, que mejor lo publicase en Navidades para no perjudicar la promoción de Alfaguara, lo he hecho. Y con Bukowski lo mismo. Conseguí los derechos de su primer cuento, que no lo tenía Alfaguara. Y un día me llama Carmen Balcells para decirme que Herralde lo quería publicar en una antología. Tenía los derechos en exclusiva, podía decirle que no. Pero yo he leído todo Bukowski en Anagrama, ¿cómo le voy a negar la posibilidad de que tuviera ese cuento? Se lo cedí gratis. Porque me parecía lógico, y ya te digo que en otros casos no habría sido igual.
Vamos, que eso a ti sí te ha pasado.
No quiero hablar mal de nadie. Solo digo que hay que cambiar la manera de trabajar. Si un libro funciona bien es bueno para todos. Y si un autor está en cinco editoriales, el que tenga más libros suyos va a salir beneficiado, pero quizá yo hago mejor una parte del trabajo que ellos. Por grandes que sean, algo haré yo mejor que ellos, seguro. Haré libros mejor diseñados, mejor editados o llegaré a otro público, trabajaré en las librerías en una manera diferente a la suya… ¿Qué crees, que cuando yo llevo de promoción a Llamazares lo que más vende es mi libro? Ni de coña. Lo que más vende es La lluvia amarilla. Yo vendo uno de los veinte que tiene. Pero déjame vender ese uno. Yo no le voy a decir nunca, como dicen ellos, «en la Feria no firmes nada más que los míos». No, si viene una persona a mi caseta con libros de otra editorial, encantado. Ningún problema. Yo no doy de comer a estos autores, son las otras editoriales grandes las que lo hacen. A mí esto de «el autor es mío», en fin… ¡Pregunta al autor también! Porque cuando les preguntan a ellos tampoco tienen esa opinión. Al autor lo que le gusta es estar en diferentes sellos, obviamente, y tener diferentes tipos de libros. Al final es todo cuestión de sentido común.
Hablando de Contexto, ¿nunca os ha surgido la intención de integrarlo todo en la misma firma, y especializaros cada uno en una colección?
¿Y por qué si algo funciona vas a intentar cambiarlo? Tenemos la tentación de unir más cosas de gastos comunes: comprar papel para todos, y cosas así. Tampoco llegamos a hacerlo, salvo en la imprenta, que trabajamos casi todos con la misma. O en América Latina, nos recomendamos los distribuidores. Hacemos política de grupo sin las exigencias de un grupo. Pero la gente tiene que entender que cinco editoriales se lleven bien es muy, muy difícil. Si ya es difícil que dos se lleven bien…
¿Estáis, las pequeñas editoriales, abocadas a acabar integrados en una grande?
Yo creo que depende de lo que esperas de una empresa.
¿Y tú qué esperas?
Yo quiero vivir como vivo ahora mismo. Vivo bien, tengo cinco personas trabajando conmigo, puedo vivir de esto. No tengo un yate, no quiero un yate, no quiero un Ferrari, quiero vivir de lo que hago. Y que en la medida de lo posible los motivos económicos no condicionen lo que publico. Que eso es algo que suena muy bonito, que está en el ideario, pero es algo difícil de hacer. Porque al final te acabas acostumbrando, y los libros que te dan mucho, mucho miedo, los acabas dejando.
¿Qué es lo que más miedo te ha dado publicar?
Por riesgo económico, los Cuentos para un año de Pirandello. Porque era un estuche de dos mil quinientas páginas, una traducción que costó tres años, una inversión muy grande en todos los sentidos, y no esperas ayudas. Esos proyectos son muy bonitos, pero dan mucho miedo. Al final ha funcionado muy bien, se ha agotado, pero inicialmente me daba terror. En la editorial intentamos que haya una base de libros de menos riesgo, libros buenos que generan catálogo y que se van a vender más o menos bien, y que dan prestigio…Y luego dos o tres libros de riesgo al año, en los que posiblemente no vas a recuperar el dinero. Aunque bueno, recuperar vas a recuperar, porque al final siempre se venden los libros. El problema de la recuperación no es que no recuperes, muy pocos libros acaban siendo deficitarios. El tema es cuánto tiempo necesitas para amortizar, porque lo ideal para un editor es que sea en meses. Pero cuando todo lo haces tan cortoplacista no publicarías nada de riesgo, tanto por el formato como por el autor. Lo ideal sería que en un año o dos se pudiese amortizar, pero claro, con el capital que tenemos los editores pequeños, que es mínimo, jugar con apuestas de ese riesgo —que es lo que dicen los grandes que hay que hacer—, libros que ahora no es el momento pero que dentro de cinco años es su momento… Y los vendes y has creado un autor. Pero, ¿quién tiene la pasta para hacer eso de manera habitual? Yo lo hago con uno o dos al año, pero más y cerraría Nórdica y seríamos muy valientes…
Cerraría una valiente editorial.
Sí, pero eso también está muy ligado a la concepción de editor bueno. El editor bueno es el que publica cosas imposibles. No: el editor es el que publica cosas culturalmente potentes, y sobrevive. Arruinarse no es ningún mérito. Pero es que parece que es así: «soy tan bueno que me tengo que arruinar». Pues si eres muy bueno intenta que eso que has hecho se venda.
Es eso de «el público no entendió mi arte».
También pasa al contrario, ojo. Si algo se vende mucho es que automáticamente es malo. Pues no, tampoco. Hay muchas cosas que se venden y son muy buenas, y muchas que se venden son muy malas. O que son buenas y no saben venderlas, eso es algo que en Contexto hemos trabajado muy bien: aprender a vender los libros.
¿A promocionarlos?
No: vender es vender. Vender ejemplares. Llevarlos a las librerías para que se vendan. Generar complicidades para que se vendan. No promocionarlos solo para que el autor engorde su ego, o para que salga una reseña en Jot Down. No: el objetivo es venderlo. Porque esto ha costado un dinero, un trabajo, y mi responsabilidad es que tenga un público. Aunque vaya subvencionado, que eso es otro problema terrible, editores que no se esfuerzan en vender libros porque están subvencionado: como no me ha costado nada hacerlo, ya no lo vendo. No, no. Tienes tres mil ejemplares en el almacén, tienes que vender tres mil ejemplares.
Eso recuerda a ciertas editoriales que piden a sus autores que se costeen ellos la impresión, y que se encarguen de vender los ejemplares. Que ellos les dan el sello y la edición, y ya.
Yo tengo muchísimas ofertas así, que me dicen que el libro no me va a costar dinero. Pero es que me da igual. Si es que yo no hago los libros para que no me cuesten dinero, yo hago los libros porque creo que tienen sentido. He ganado mil euros con el libro, yo no he puesto nada y tengo tres mil ejemplares en el almacén del distribuidor. Pues eso es una puta mierda, sinceramente. Porque no le he hecho un favor a nadie: el papel lo hemos gastado, el esfuerzo de alguien se ha quedado ahí, ¿y para qué? Y eso también se da. ¿Cuántos libros públicos, pagados por el Estado, de esos de gran formato, han ido a la hoguera? No os podéis imaginar.
Pero también está siendo una vía para mucha gente que quiere publicar su primer libro, y estas fórmulas son lo único que encuentran.
Sí, pero yo se lo digo. A los míos, a gente a la que tengo cariño y me cuesta mucho decírselo: no te hago un favor si te publico así. Si yo no creo en el libro, esto no va a ser bueno para ti. Entiendo que tú te gastes tu dinero en autoeditarte, eso lo entiendo. Es tu riesgo, tú trabajas, y vas a ver cómo esos cien ejemplares o lo que sea los vas a vender. Pero si yo no creo en ese libro no sirve para nada que lo publique. Aunque no me cueste un duro. Lo único que tiene un editor es su catálogo. Aunque te puedes confundir, me he arrepentido de libros porque con los años he descubierto que no me gustaban tanto como creía, vale. Todo pasa. Pero cuando los publiqué era porque creí que tenía que publicarlos, al margen de los que luego vendiera. Lo único que te salva en este oficio, que es un oficio complicado —porque no se gana mucha pasta— es que publicas lo que quieres.
Que te pondrán la cara colorada, pero que sea por otras razones.
Sí, me ha pasado hace poco con un libro que me encanta, Carta a mi mujer, de Pentti Saarikoski, un borracho de la hostia. El poeta más importante de Finlandia, pero esto es una novela, un libro cortísimo que tiene mucho que ver con Joyce, porque era su traductor al finlandés. Es una borrachera que coge el tío en Dublín, y son cien páginas sin un solo punto, que emula la corriente de conciencia de Joyce. Es impresionante, de una potencia increíble, pero a un crítico no le ha gustado nada. A alguno le ha entusiasmado, pero entiendo que a él no le gustase. Es literatura que sale del corazón, quizá demasiado para él, porque es todo el rato una carta a su mujer en la que se lamenta que no esté allí para follársela. Es un libro de amor total, eh: «Me he follado a cinco pero te echo de menos a ti…». Amor puro, sincero. El libro es impresionante, y supe que había que publicarlo, sabiendo que muchas librerías no lo iban a aceptar ni de coña, y parte del sector crítico tampoco. Pero me parecía que había alguien con personalidad total detrás de él. Entiendo que me pongan a parir por ese libro, pero me da igual. Yo sé por qué lo he hecho, y creo que merece la pena.
Estás dando la impresión de que no te importan mucho las críticas. No las reseñas, sino las críticas.
No, a ver. Lo que yo nunca haría es, como otros editores, ponerme a preguntar por qué me han puesto a parir. Afortunadamente tenemos muy pocas críticas negativas, y salimos mucho en prensa. No sé exactamente si tiene que ver con la prensa en este país, eh, que eso es otro tema. Hay mucha crítica elogiosa. Que igual es normal, porque ya que te dan tan poco espacio para la crítica, si dedicásemos mucho espacio a reseñar negativamente los libros, igual no merecía la pena…
Pero también es cierto que si todas las críticas son elogiosas…
La gente no se fía. Si todo son buenas críticas, o parece que son amigos del editor, o qué se yo. Es muy difícil. Pero bueno, mi experiencia personal es que yo no he puesto nunca, jamás, ni un céntimo en ningún medio. No tenemos dinero para eso. Y nunca me he sentido maltratado, al contrario. Y tampoco tengo amigos en ningún medio, la primera vez que fui a un periódico lo pasé fatal. Pero fatal. Una cosa que sí hemos reivindicado mucho los pequeños es el trato con el librero, eso sí que nos ha salvado. ¿Algo que has hecho bien y que crees que ha sido fundamental para sobrevivir? El trato con el librero. Esa complicidad es imprescindible.
¿Pequeñas librerías, o todos?
Todos, todos. Hablo de un librero de una pequeña librería, como hablo de La Central, como hablo de El Corte Inglés. Hay una idea que no es tal, y es que pensamos que el que compra libros en El Corte Inglés no sabe de libros, y sabe mogollón. Y nos tuitea, y le encanta la poesía aunque luego no nos compre poesía porque sabe que no lo va a vender. O al de la Fnac o en la Casa del Libro. Y algunos de los mejores libreros que conozco están en las grandes, sobre todo en Casa del Libro. Hay muchos tópicos…
Has dicho que lo fundamental ha sido el cambio en la relación con el librero, pero ¿qué ha cambiado? ¿Qué hacéis vosotros que antes no se hacía?
Ir a la librería. Ir a la librería sin mirar tus libros. Cuando voy, por ejemplo ahora que vengo de tomar un café en La Central, no he mirado lo que había ni en el escaparate ni en novedades.
¿No te has dado una vuelta para colocar tus libros delante sin que nadie te viera?
Es que no he mirado lo que había. Nunca lo hago, porque no es mi trabajo, es el trabajo de otra persona. Me he recorrido las librerías de este país muchas veces, voy a allí y llevo libros para regalar, lo primero, y lo segundo pregunto por el librero y me presento. ¿Y sabes lo que me han dicho en muchos casos? «Eres el primer editor que viene aquí en décadas». En Ciudad Real, concretamente, me dijeron que había sido el primer editor en veinticinco años. Y no me verás en las cámaras de seguridad colocando mis libros, ni haciendo fotos para mandarle al distribuidor… No es mi trabajo. Al final, es un problema de concepción de jerarquía. Durante mucho tiempo el editor se pensaba que era el que estaba en la cúspide de la jerarquía cultural. Y el librero estaba por debajo, el distribuidor por debajo, depende qué autor estaba o no a su altura, el traductor estaba muy por debajo, el maquetador estaba abajo del todo… Y tú tratabas a esa gente en función de dónde estabas en la jerarquía. Pero es que para mí el librero es una persona que hace su trabajo como yo hago el mío. Y el crítico hace el suyo, y tú haces el tuyo… Mis mejores amigos son traductores, maquetadores, diseñadores, libreros, escritores, poetas.
Al principio cuando iba a una librería lo pasaba mal, pero ahora es el mejor momento del trabajo. Ese 30% de mi tiempo que dedico a librerías es lo mejor. Porque si no, no tendría sentido. Date cuenta: haces libros para venderlos y se los quieres vender a un tipo al que ni siquiera le regalas el libro, que tiene cien metros cuadrados y ocho mil novedades al mes para poner ahí. ¿Por qué va a poner una tuya y no otra? Al principio lo hace porque le caes bien, así de claro. Porque eres alguien que ha venido aquí, su libro está bien, igual o mejor que el del otro, pero ha venido. Eso que parece algo obvio no lo hacía nadie. Nadie. Es un tema de concepción de tiempo. ¿A que tú te lees todos los libros, a que los corriges, a que los contratas, a que…? ¿Por qué no acompañas al libro hasta el punto final, que es el importante? Lo que digo en los cursos de edición que doy es que lo más importante para un editor es ese punto final. Puedes hacer el libro maravilloso, bien maquetado, un papel cojonudo… si el libro no llega a la librería, o el librero no lo recomienda, se pierde. Con lo cual empieza al revés: ve primero al librero, explícale tu proyecto, regálale el libro, porque ¿cómo lo va a recomendar si no lo tiene? ¿Qué va a hacer, comprárselo de su dinero para recomendarlo? Hay muchos que creen que esto es una herejía, eh. Que te dicen que no regales libros a los libreros porque luego los venden. Pues que los vendan. A mí me da igual.
Siempre se puede poner eso de «copia promocional»…
No imagináis la cantidad de presiones que hay para que hagamos eso. Y no me da la gana. Yo regalo un libro y después es un problema de quien lo recibe. Si pongo algún tipo de sello estoy presuponiendo que lo va a vender. O a un crítico, que parece que se lo mandas así porque lo va a vender. Y no. Mal empezamos la relación.
Vamos al e-book, porque tenéis una trayectoria rara con él.
Sí, a ver. En Nórdica hemos sido, y se me ha criticado mucho por ello, el gurú de los libros electrónicos durante años. Al mismo tiempo que hacíamos de los libros más cuidados que hay, nunca me negué a hacer libros electrónicos. Fuimos la primera editorial europea en tener la aplicación para iPad, antes que Penguin, que hasta salimos en el New York Times. El libro electrónico me ha interesado desde el principio.
Pero algo ha pasado que…
Sí, la parte fea del libro electrónico, por lo que trabajo cada vez menos con él. Porque es un mercado muy raro, en el que el 90% de las ventas está en manos de dos corporaciones internacionales que además tributan en paraísos fiscales: Amazon y Apple. Y eso me molesta muchísimo. Y además enrarece mucho el sector. En papel, en El Corte Inglés venden mis libros, en la Fnac venden mis libros, en la Central venden mis libros… y están muy repartidos. Nadie me puede decir cómo tengo que trabajar, porque vivo de muchos. Si al Corte Inglés no le gustan mis libros míos no me voy a arruinar. El problema del libro electrónico es que si Amazon o Apple te dicen que no, es que no. Porque es el 90%, en España y en todo el mundo. Encima cuando tributan donde tributan, que da mucha rabia.
¿Y qué hacéis?
Libros electrónicos, que es la mitad del precio del papel, e intentamos que no sobrepasen al barrera de diez euros. Lo hacemos bien, la mejor calidad posible, aunque menos bien de lo que me gustaría. De hecho hemos presentado proyectos muy ambiciosos que nos han tirado.
¿Os los han echado para atrás Amazon y Apple?
Sí. De hecho el primer e-book que hicimos, que era un libro modélico con entrevista al autor en vídeo, animaciones, audio, no sé qué… Aún no lo he conseguido vender. Porque Amazon y Apple dicen que no. Y se vende perfectamente, eh, porque se ve en todo tipo de lectores. Pero ellos no quieren tenerlo porque les genera problemas en su escala. Su modelo de negocio es el masivo, en cuanto alguien se pueda quejar porque no se ha reproducido no sé qué, ya está, fuera. Y entonces, ¿qué buscan? Un formato estándar, que es malísimo: el ePub. El formato más horrible que te puedes imaginar, pero no da problemas. Se lee en todos los formatos, en todos los dispositivos y ya está. Esto para un editor es un coñazo monumental. Así que hago libro electrónico, pero no sigo su juego, porque ellos quieren que lo saquemos a la vez. O si puede ser antes. Y no quiero. Primero el libro tiene la vida en librerías, y luego ya en e-book. ¿Que perjudico al lector que quiere tenerlo en e-book? Sí. Pues oye. No lo hago por fastidiar al lector que va a pagar legalmente un libro electrónico, es sencillamente que el lector tiene que entender cuál es el proceso del libro electrónico en el que él va a ser un perjudicado, pero yo también lo soy.
Ya que lo has mencionado, ¿crees que el público entiende realmente cómo funciona el mecanismo de Amazon y los libros electrónicos?
Mira, el público primero piensa que en el libro electrónico somos muy caros porque como no hay distribuidores… Eso es mentira. El margen que se queda Amazon y Apple es gigantesco, muy similar al del distribuidor y las librerías del libro en papel.
¿De qué porcentaje hablamos?
Muy elevado. Pero claro, de ese margen ya bajo el precio a la mitad, y de esos diez euros, cinco se los voy a dar al distribuidor. Hay que hacer el e-book, hay que hacerlo bien, y el trabajo de corrección es el mismo. Y de ahí, el 25% del neto hay que dárselo al autor, que se lleva mucho más que en papel, que es el 10%. Que no me parece mal, eh. Pero al final el lector tiene que entender que diez euros es poco dinero, porque ¿qué te quedas, un euro por hacer un e-book? ¡Encima con el 21% de IVA! Es que es un caos. Yo empecé con más ganas que nadie, eh. Empezamos haciendo aplicaciones para el iPad, además de la de Nórdica, otra de libros ilustrados, que eran la leche.
De hecho dijiste algo así como «la ilustración tiene que verse en el el iPad, es su futuro» o algo así.
Sí, es que creo sinceramente eso. Estuve en Brasil hace una semana dando una conferencia sobre esto. El iPad es un formato cojonudo para trabajar, porque aunque el color no tiene la calidad del papel tiene la calidad de la pantalla retina, que es insuperable para los libros ilustrados. El problema que tiene es que hicimos como cuatro o cinco y me gasté una fortuna, pero como se venden en el Apple Store, compites con juegos, con el Candy Crush, y no se vende nada. Eso lo vendía a la mitad de lo que costaba, y vendía como veinte veces menos. Es una experiencia que he compartido con editores de todo el mundo y les ha costado lo mismo. Todo el mundo está dejando de hacer esto, porque no se vende. Porque el público potencial de eso, que es gente a la que le gustan los libros, no llega a una aplicación de una tienda en la que se vende de todo. De salud, de no sé qué, de cualquier gilipollez… A precios ridículos, donde los libros importan un carajo. Sin embargo lo pones en una librería online, en iPad, que es una mierda de formato, al doble de precio y venden mucho más. ¿Qué hacemos? Dejar de hacerlos. Hacemos e-books, pero sin ninguna ilusión. Y mira que empecé con más ilusión que nadie, dando clases, dando conferencias, porque creía sinceramente que se podían hacer cosas muy chulas.
Apple y Amazon no están dejando que cambien las cosas. Pasa, por ejemplo, con el ePub 3, que todo el mundo dice que es un formato en el que se puede meter contenido enriquecido y no sé qué. ¿Cuántas editoriales tienen ePub 3? Ninguna. Hablé el otro día con Apple y me dijeron «¿te hacemos libros en ePub 3?» y les dije «ni hablar». Pero ni hablar. Eso al final perjudica al lector, fundamentalmente, porque está pagando precios muy altos por libros muy regulares. Los nuestros que están bien hechos aun así son muy normales. De tal libro mío le digo a uno de Apple que quiero poner más de una tipografía, que quiero enfrentar dos ilustraciones… me dicen que qué más me da. Que si el poema se descompone y se queda así o asá qué más da. ¡Si al lector no le importan esas cosas! Ahora, eso sí, que cueste 3,99, eh, que es lo que quiere el lector. Y no. El lector no es tonto, quiere algo que esté bien hecho. Todos somos un poco responsables de lo que ha pasado, también te lo digo.
¿En qué sois responsables los editores?
Pues al principio, poniendo precios de quince euros en cosas que valían cinco o seis, y encima venían en un PDF. La gente pensaba que éramos unos estafadores, y, en parte, lo éramos. Se fomentó el discurso de que era para salvarnos de la piratería. Era una justificación, porque quien iba a piratear iba a piratear aunque lo pusieses a cinco euros. Tenía la excusa: es que lo que me das aquí es muy caro y es una mierda. Ahora lo tenemos a un precio bueno, mejor hecho…
¿Pero ahora ya es demasiado tarde?
No, creo sinceramente que la piratería ha afectado, pero se magnifican los problemas. Muchos editores me dejarán de hablar por esto, pero creo que sólo nos queda hacer bien nuestro trabajo… No puedo luchar contra la piratería, tengo que conseguir que mi libro esté bien hecho en su momento, en su lugar, como hay que hacerlo. Luego la responsabilidad es del lector. ¿Que luego la gente no lo compra? Pues eso está cambiando. Al principio todo el mundo tenía ereaders llenos de contenidos de tres gigas que se bajaban de internet, pero pienso que eso va a desaparecer, y está desapareciendo. Pienso que la gente está buscando contenidos de calidad, libros bien hechos, y por eso el papel resiste.
Pero, ¿qué es lo que va a desaparecer?
La descarga gratis. El descargar sin mirar lo que te descargas. Pero el e-book no va a desaparecer, no va a crecer, pero no va desaparecer. Va tener poco público. Pero la piratería masiva sí, o va a ser residual. La de «me bajo lo que sea sin saber por qué». A lo mejor alguien que no encuentra un libro lo va a piratear, es que nada se puede generalizar. Porque hay libros pirateados que son mejores que los de la editorial. Hay gente que ha encontrado libros piratas míos y me ha dicho que estaban mejor. Literalmente. Que ser un pirata no significa ser un chapuza, a veces el pirata trabaja mejor que yo.
A veces los subtítulos de las series que hacen los fans están mejor que los oficiales de los DVD…
Sí, exactamente, es el mismo discurso. ¿Que la mayor parte de los libros piratas son una mierda? Lo son. ¿Que hay libros piratas muy bien hechos? Sí. Porque hay gente que piratea libros que sabe mucho más que nosotros de hacer e-books. Como los mejores informáticos son los que hacen piratería. Pero eso no es ningún secreto. Lo que pasa es que en este sector, como hay muchas cosas de las que no se puede hablar, se instala el discurso de que el lector no sabe, de que el distribuidor, de que el librero… De que yo he hecho un libro buenísimo, pero la gente no quiere. Pues no. A lo mejor no lo has hecho bien.
Hemos hablado de libreros y de Amazon. Pero, ¿cómo van a competir estos con Amazon? ¿Con tener un libro en doce horas en mi casa sin moverme ?
No se puede competir con Amazon en la rapidez. Eso es insuperable, lo sabemos todos los que hemos comprado en Amazon. Las librerías tienen que fomentar lo que están haciendo: un espacio en el que estar, un espacio cultural, no solo ir a comprar libros. Creo que algo que no hacemos bien los editores, ni los libreros tampoco, es generar valor del trabajo bien hecho. ¿A qué me refiero? Pues que yo mis libros los hago en España. Todos. Y soy militante anti productos made in China. Esto no quiere decir que algún día no me queden más narices que hacer un libro en China porque es una colección internacional. Pero yo pago el doble por hacerlo en España, todo: el merchandising, las tazas, no sé qué, las hacemos, una a una en Soria. Hasta ahora no se nos había ocurrido ponerlo, ahora lo ponemos en todas las tazas y en todas las bolsas. Están hechas en Soria. ¿Que pierdo dinero? Muchísimo. Cada bolsa de estas no me genera beneficio, no gano nada. Pero es un problema de filosofía de trabajo.
Con las librerías creo que habría que propiciar de alguna manera, no sé cómo, que la gente sea responsable. Que cuando compra en una librería de barrio sepa que está generando trabajo de calidad y vida cultural. Que eso, que es un rollo muy romántico y muy bonito, pero que comprando en Amazon —que no pasa nada por comprar ahí, yo también lo he hecho alguna vez— estás generando lo contrario. Estás alimentando a una empresa que tiene su sede en Seattle, que no paga en España sino que paga en Luxemburgo, y fomentando un mundo que es un desastre. Decimos «el mundo es una mierda», sí, pero cuando compras en Amazon de manera recurrente estás siendo responsable de que el mundo sea una mierda. Y esto es una cosa de charla de café y punto, porque no sé cómo se puede hacer. No somos capaces de explicitar que si compras un libro en Nórdica que cuesta veinte euros y está hecho en España no es lo mismo que comprar un libro de no sé qué editorial que está hecho en China y por eso cuesta diez.
En el público también tenemos una parte de responsabilidad, tendemos a pensar que con el libro a veinte euros alguien se está enriqueciendo a nuestra costa.
Sí, se piensa que el librero o el editor es un ladrón. Acabamos de publicar un libro de Robert Crumb que ha funcionado de maravilla. Ese libro cuesta en Amazon doce euros, yo lo vendo a veinticinco y tenía que haberlo vendido a cuarenta y cinco, ¿eh? Tapa dura, en color, doscientas cincuenta páginas con un CD. ¿Cómo cuesta en Nórdica veinticinco, bajándome al máximo el beneficio, y en Amazon doce? Porque el de Nórdica es un ladrón. No, es que ese libro hacerlo en España cuesta lo que no te puedes imaginar, y en China cuesta tres veces menos. Recibo correos de China y de India todas las semanas, y veinte veces por semana. También correos continuos de imprentas de la India asegurándote que allí pagarás un mínimo de un 50% de lo que pagas ahora. Critico a Nike o a no sé quién por hacer eso, pero luego como soy un pobrecito editor pequeño, no me queda más remedio que irme a China… Pues no. Eres exactamente igual que Nike, que Apple o quien sea.
Y preferimos no saber. Queremos pagar menos y punto.
Claro, por eso digo que tenemos que generar eso en el comprador. En el ritual de compra, igual que con la ropa. Si te la compras hecha en no sé dónde con malas condiciones, estás formando parte también de la cadena. Estás formando parte de la cadena de precarización y desprotección del mundo. Todos somos responsables. Pero claro, el objetivo es no verlo. Y todos somos contradictorios, eh. Yo compro Apple, y compro zapatillas, y en Amazon… Pero eso no quita que no vea cuál es el problema. Y de alguna manera intento hacer algo. Mi parte es que, como empresa, lo hago. Como empresario hago bien mi trabajo, que es pagar a la gente, imprimir en España, y poner el precio que el producto requiere. Lo más bajo posible. Pero en el mundo del libro, como en todos los mundos, no es un problema de España, es un problema global. Y Amazon vende mogollón. Amazon vende libros míos, en e-book y en papel, en cantidades impresionantes. Veo mi ranking de ventas y el ritmo de crecimiento es enorme…
Vamos a acabar con una pregunta que os hacemos siempre, una recomendación. No de vuestro libro preferido o del libro que estáis leyendo, que eso está más visto que el tebeo. Todo el mundo tiene algún clásico atragantado, ¿cuál es el tuyo?
Muchos, eh. ¿Pero sobrevalorados?
O inacabados.
Bueno, te diría Madame Bovary. Lo he leído muchas veces, por lo cual atragantado no, pero sigo sin verle una gracia especial. Sinceramente. Es un problema mío, porque seguro que es uno de los mejores libro de la historia… El Ulises, por ejemplo, es un libro que a mí no me mata, pero tiene páginas que entiendo que justifican su prestigio. O Rayuela. Cortázar me encanta, pero Rayuela no me gusta. Me encantan sus cuentos, he publicado varios cuentos suyos, pero Rayuela no lo publicaría, aunque entiendo que muchos libros no se habrían escrito después sino fuera por ese libro. Pero es que a las vacas sagradas también hay que criticarlas: como lo he leído te puedo decir que no me hace tanta gracia. Me gusta que esto genere polémica, porque si genera polémica es que estos libros están vivos. Si decimos que el Quijote es intocable generamos un problema enorme, hacemos que la gente no lea el Quijote, porque como tienes que decir que te gusta aunque te aburra soberanamente… Pues no. Estaría muy bien que ahora con el centenario pusieran a parir a Cervantes. Pero gente importante, que saliera diciendo: «Yo el Quijote no soy capaz de leerlo. No discuto su importancia, pero no lo aguanto». Y si eso lo dijera mucha gente, generaría más lectores que este rollo unánime de que no se puede tocar. Mira, Hamlet, que yo lo he publicado. A mí el texto de Hamlet me parece difícil de leer. Creo que no hay manera ni siquiera de actualizarlo. Y luego Miguel del Arco hizo El misántropo de Molière, y había mucho más ahí que en Hamlet. ¿Que Hamlet es la fundamental? No lo discuto. Pero a mí, que he publicado esa obra y puedo hablar con conocimiento total, me parece un libro clásico, pero que no sé si volvería a publicar. Y algo parecido me pasa con Macbeth. La nueva película está muy bien, en la parte escenográfica. Pero no hay manera de llevar esa obra al momento actual. No se le puede decir al lector eso de «solo te puede gustar» porque si no te gusta, es que eres imbécil. Y no. Mala forma de encarar un libro, porque cuando solo te puede gustar…
Fotografía: Lupe de la Vallina
Una entrevista muy interesante. !Enhorabuena!
Vivo en una pequeña ciudad de poco menos de 100000 habitantes, y en estos últimos diez años han cerrado un montón de librerías, entre las que había dos o tres muy interesantes; el vaivén no ha sido de vuelta, ya que no ha abierto ninguna nueva librería en estos años.
Lo que queda es muy poco, alguna que otra librería de viejo, alguna que otra librería de actualidad y con un buen fondo, pero con el terrible problema de que el trato al cliente es pésimo, además de ser una librería que tiene a gala el esquirolismo.
La situación de estos cierres es irreversible. Y va a peor.
Para comprar los libros que quiero y necesito en liberarías me tendría que desplazar muchos kilómetros, con el gasto que implica, y la incomodidad e incordio que supone estar un breve momento en la librería lejana…
Mi opción: comprar por internet, o bien a editorial (las hay que no cobran gastos de envío) o en amazon y similares. ¿Se pierde el encanto? Sí, indudable. Pero no queda más remedio. Alabado sea el comercio electrónico, maldito sea el tiempo en que no existe una masa de población que sostenga el tinglado de una librería en una pequeña ciudad.
Una editorial muy interesante.
Pues me ha encantado la entrevista… No conocía la editorial y ahora cada vez que pueda intentare comprar alguno de sus libros, a pesar de que vivo fuera de España.
Pues nada, Diego, apunta otra muy pequeña librería que visitar en tu agenda: Proscritos, en Torrelodones (Madrid). Sólo llevamos tres años y vamos muy poco a poco, con pocos libros y muy escogidos. Pero Nórdica es una de nuestras editoriales de referencia.
Creo que uno de los grandes problemas del negocio de los libros es que, efectivamente, nadie se mueve demasiado por venderlos. En tres años, a mí sólo ha venido a verme un editor, y porque es de aquí , del pueblo, y casualmente para de vez en cuando por el bar que hay al lado de la trinchera proscrita.
Pero lo peor es que JAMÁS ha venido a verme una distribuidora con la que nunca haya trabajado. Y de la mayoría de aquellas con las que sí trabajo, sólo conozco al tipo del reparto, el que me trae la caja. Imagino que los comerciales de las distribuidoras intentarán abrir mercado en las grandes librerías, pero probablemente no tengan demasiado interés en las pequeñas, porque vendemos pocos ejemplares.
Y, sin embargo, tenemos una clientela fiel. Por ejemplo, el autor más vendido en Proscritos en Kurt Vonnegut (quien lee un libro suyo, acaba comprando todos los títulos que tenemos); y el libro más vendido ha sido –y sigue siendo- “Sumisión” de Houllebecq (20 ejemplares, pequeña escala).
Yo, que de uvas a brevas también edito cosas, creo que la relación de las pequeñas editoriales con las pequeñas librerías debería cambiar. Debería haber otro tipo de relación. Puesto que no interesamos a las grandes distribuidoras, las editoriales deberían poder negociar directamente con los pequeños libreros.
Uno de los problemas de trabajar con pequeñas editoriales, es que muchas veces no se pueden permitir el lujo de reeditar porque los distribuidores les piden demasiados ejemplares que luego apenas se venden. Y no puedes apostar por determinado título, que venderías a lo largo de los próximos años, porque está agotado. Y cuando hablas con la persona que te coge el teléfono en la editorial, te dice: “es que ahora no podemos reeditar”.
Coño, pues aprovechemos la impresión bajo demanda: haz 20 para mí. Y como no hay distribuidora, puedes bajarme el precio y yo puedo comprártelos en firme. Y también, atreverme a venderlos por internet. Porque el problema es vender por internet cuando las tiradas son muy cortas: nunca estás seguro de que puedas conseguir el libro. Y, si acaso no está agotado, pasan un montón de días desde que yo hago el pedido hasta que el cliente lo recibe en su casa.
En la venta por internet habría que cambiar las cosas también.
Si alguien me pide un libro que yo no tengo, lo suyo sería que yo cobrase al cliente, entrase en tu página con mi clave de librera, te hiciera el pedido y tu editorial se encargara de enviarlo directamente al cliente. Y una vez al mes, yo te pagaría lo que se hubiera vendido.
Y además, tal y como está montado el sistema, a las pequeñas librerías no nos sale rentable la venta on-line. Las distribuidoras suelen pedir, lógicamente, que hagas un pedido mínimo, que suele ir desde los 60 euros a los 100. Y a lo mejor tu cliente te ha pedido un libro raro que sabes no vas a vender y que te va a dejar, antes de impuestos, alquileres, electricidad y demás, 2 ó 3 euros.
En fin, entré en la industria editorial hace treinta años y podría estar hablando de esto durante horas. Siento la chapa. La dejo aquí por si a alguien le resulta útil.
Magnífica noticia que publiquen teatro. Estaría genial leer obras de, por ejemplo, David Mamet, que apenas están editadas en castellano. Incomprensible.
No publicaría Rayuela… Quiere que se critique el Quijote (imagino que piensa más en la segunda parte…) Cree que hay que poner al teatro en su lugar… ¡Me cae bien este tío, coño! Decididamente, me cae bien.
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Qué grande Diego. Desprende humildad y sabiduría por los cuatro costados. Sus ediciones son increíbles, al igual que las de su hermano en Capitán Swing.
Me alegro de que os vaya bien.
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