Dice mi amigo Pedro Ampudia que él ha venido a este mundo a pasar el verano. Si mi vida fuesen los veranos, mi vida entonces estaría al norte de la provincia de Zamora en la comarca de Los Valles, donde pasé los veranos de mi niñez. Es esta una tierra de ríos caudalosos como el Tera o el Órbigo, valles fértiles y pueblos pequeños. Aquí las tierras de regadío se alternan con un paisaje de dehesa que muta en frescos alisos, saúcos o fresnos en las riberas. De todos los ríos de Los Valles el mío es el Tera. La mayoría de la gente cree que nace en el lago de Sanabria, pero realmente al Tera lo pare la Peña Trevinca; el lago simplemente lo acuna casi recién nacido antes de que se aventure por el cañón que él mismo ha tallado. Cuando el Tera es mayor y ha vivido presas y saltos de agua entra en el «valle del Tera». Este, justo este, es mi río. En él molieron grano mi tatarabuelo, mi bisabuelo, mi abuelo y mis tíos. En el Tera aprendí a nadar y me enseñó mi padre a poner los reteles para coger cangrejos o a lanzar a cucharilla para pescar una trucha que nunca llegó a picar.
Pero el Tera, el Órbigo, el Eria o el Cea han sido y son los ríos de otros muchos. De pueblos neolíticos y de astures que levantaron castros como el de Camarzana de Tera o el de Las Labradas, en Arrabalde. En sus orillas florecieron también las villas romanas como la de Requejo en Santa Cristina de la Polvorosa o la de Camarzana de Tera y se asentaron legiones como el campamento de la Legio X Gemina, en Rosinos de Vidriales y a cuyo calor nació la ciudad de Petavonium. Tras la caída del Imperio romano no sabemos a ciencia cierta qué ocurrió con estos asentamientos, pero la invasión musulmana seguramente fue el remate a una decadencia arrastrada desde aquel final. Lo que sí sabemos es que los siglos IX y X fueron determinantes para esta región. Es entonces cuando el reino astur empieza a abrirse paso hacia el Duero. En 878 las tropas de Alfonso III vencen a orillas del Órbigo a los musulmanes en la batalla de Polvoraria. Tras esta victoria llegaron tres años de tregua en los que esta región se incorporó definitivamente al reino. De aquella batalla queda el recuerdo en los topónimos de diferentes pueblos: Santa Cristina, Fresno, Arcos, Manganeses… todos de la Polvorosa, de la Polvoraria. Así empezó a fijarse población en este territorio cuya estructura es hija de la repoblación. Villas, lugares de residencia y también iglesias, santuarios y, cómo no, monasterios: San Miguel de Castroferrol, en lo que hoy es Colinas de Trasmonte, San Pedro de Zamudia, San Adrián del Valle o San Miguel de Camarzana. Muchos de ellos seguramente serían fundaciones de san Fructuoso de época visigoda, refundados en esta época por san Genadio. Desafortunadamente, estos tempranos monasterios también desparecieron de forma prematura, en la mayoría de los casos, sin dejar rastro arqueológico. Todos excepto uno, el más importante. En la ribera del Tera, en la población de Santa Marta, se levanta todavía majestuosa la que fuera iglesia de uno de estos cenobios: el monasterio de Santa Marta de Tera.
El monasterio de Santa Marta de Tera
El pueblo lleva el mismo nombre de la santa en cuyo honor se levantó el templo. No se trata de la santa Marta de Betania, no, sino de una santa Marta mucho más cercana, la de Astorga. Patrona de esta ciudad y mártir de los primeros siglos del cristianismo hispano, su culto y devoción tuvieron su momento álgido en la Alta Edad Media. Las primeras noticias del templo que nos han llegado son de 979, de una carta de donación. Sin embargo, es probable que hubiera un cenobio anterior pues han aparecido restos romanos y visigodos en sus inmediaciones. Los reyes de León siempre fueron generosos y protectores con Santa Marta, así lo atestiguan donaciones y privilegios. En 1063 los reyes Fernando I y doña Sancha lo donan al obispo de Astorga, Ordoño, en agradecimiento por viajar a la musulmana Sevilla a recuperar reliquias cristianas para llenar la nueva basílica que construían en León, entre ellas las de san Isidoro. Los dominios del monasterio cubrieron los valles del Órbigo, el Tera, Valverde, Vidriales hasta Tábara por el sur y hasta Sanabria por el norte. Y es que, como escribió D. Manuel Gómez Moreno, «redescubridor» de la iglesia en 1906:
He aquí una especie de Lourdes de ha ocho siglos; un santuario donde recibían vista los ciegos, oído los sordos y andar los cojos; donde se curaban los mancos, sanaban los enfermos, los leprosos quedaban limpios, eran expulsados demonios de los cuerpos oprimidos…
Ya no son ocho siglos, sino nueve, pero en lo demás tenía razón el profesor. La importancia de este monasterio estuvo muy ligada a la gran fama de milagrera de la santa. El mismísimo Alfonso VII de León lo dejó escrito en 1129 cuando se repuso de una grave enfermedad tras peregrinar a Santa Marta. Si a esto sumamos que Santa Marta se encuentra en un ramal secundario del Camino de Santiago, el «sanabrés», empezaremos a entender la importancia de este lugar. Más tarde llegaría la decadencia. Cuentan que comenzó cuando la ciudad de Astorga reclamó para sí las reliquias de la santa. Sin los prodigios como reclamo, los peregrinos empezaron a evitar esta ruta y el monasterio comenzó a languidecer. Pese a todo existió como abadía de canónigos hasta el siglo XVI.
La iglesia que hoy vemos, entre hierba bien cortada y verdísima y con las tumbas del cementerio rodeándola como auténticos escoltas, es una obra del siglo XI levantada en 1077 y cuya nave hubo de reformarse ya en el XII debido a un incendio. De las más tempranas del románico de la provincia y quizá la más bella. Bella por lo rico de su ornamentación, por lo original de sus formas y por su equilibrio. Su estado de conservación es excelente gracias a varias intervenciones que la han puesto a punto. Casi milagroso. Se diría que la santa siguió intercediendo en la distancia por su santuario y la villa donde había descansado tanto tiempo.
Aquí la tienen, una maravilla de una sola nave, planta de cruz latina, cimborrio en el crucero y cabecera rectangular. Esta cabecera. En ella reside casi toda la belleza de Santa Marta y su originalidad. Nada habitual en el románico hispánico, esta cabecera nos hace viajar hasta el prerrománico asturiano, hasta lo visigodo de San Pedro de la Nave, y hasta lo mozárabe de San Miguel de Escalada. Dos columnas en sendos contrafuertes enmarcan este ábside en lo vertical mientras que dos impostas de taqueado jaqués lo articulan en lo horizontal. En una de las columnas, uno de los capiteles más bellos, pese a la erosión: una epifanía, un tema extraño para este lugar pero muy acorde con lo que era este templo, una iglesia de peregrinación. Tres vanos, los dos laterales cegados y el central con una saetera, nos recuerdan el número de la trinidad. Todos tienen una arquivolta de medio punto rematada con una moldura ajedrezada y columnillas con capiteles exquisitamente labrados: una sirena de doble cola, símbolo de la lujuria; leones enfrentados; tallos y decoración vegetal. En los laterales del ábside, el mismo tipo de ventana y dos contrafuertes encargados de sujetar el empuje de la bóveda interior. El mismo esquema siguen las naves del crucero, aunque en este caso, al ser mucho más alto que el ábside, las líneas de imposta son cuatro. Para apreciar la belleza del conjunto que conforman cabecera, crucero y cimborrio tendrán que zigzaguear entre las tumbas del cementerio que lo rodean. Sean cuidadosos, pues muchas de las tumbas antiguas solamente se adivinan por una pequeña cruz y un montículo de tierra. Los volúmenes, el equilibrio, la piedra dorada y el Tera a la izquierda poniendo la banda sonora a esta imagen de más de novecientos años.
En este muro, el sur, que mira hacia el río, se abre una sencilla portada que solamente presenta una cenefa de rosetas. Llaman la atención las dos columnas marmóreas de las jambas, seguramente recuperadas de alguna construcción romana o visigoda. Los capiteles que las coronan dejan adivinar decoración vegetal, arpías, sirenas y leones. Pero los elementos protagonistas son las dos esculturas en bulto redondo colocadas en las enjutas de la portada. Dos apóstoles, a la derecha uno que no sabemos identificar —aunque hay quien ve en él a san Pedro— y a la izquierda Santiago. A Santiago lo reconocerán fácilmente pues es un Santiago peregrino, con su bordón, su zurrón y su vieira. Del siglo XII es, probablemente, la primera representación de Santiago como peregrino que se ha conservado. En el muro norte hay otra pequeña portada que presenta otra escultura, un san Judas Tadeo. Estas piezas recuerdan a los apóstoles de San Isidoro de León y seguramente su ubicación no es la original.
Todos los aleros de la iglesia están ajedrezados y presentan una excelente colección de canecillos. Los de la cabecera son de magnífica factura. Muchos de ellos son de modillones de rollo, de ahí el aire mozárabe que comenté. Animales, monstruos, contorsionistas y exhibicionistas son algunos de los más llamativos y que pueden dedicarse a buscar y disfrutar.
Una vez saboreado el exterior de la iglesia es momento de entrar. Y dentro la historia se repite. El ábside y el crucero actúan como un imán y es difícil apartar de ellos la mirada. Todos los arcos son peraltados y el de triunfo descansa en dos columnas decoradas con magníficos capiteles. A la derecha, decoración vegetal, y a la izquierda, una representación de la asunción del alma. Esta aparece enmarcada en una mandorla mística transportada por dos ángeles. Este tema, muy común en el arte paleocristiano, no lo es tanto en el románico. Pero es que además este capitel tiene «magia» y es que, durante los equinoccios de primavera y otoño, este capitel se entiende mucho mejor. En esos días la luz de los primeros rayos del sol de la mañana entra por el óculo abierto en el ábside y lo ilumina: «Ego sum lux mundi», Juan 8,12, «Yo soy la luz del mundo». En Santa Marta esa luz, la divinidad que llega, cómo no, del este, se encuentra con el alma del capitel, llevando a esta hacia la salvación. El milagro de la luz, la importancia y simbología de la luz en el románico, tachado tantas y tantas veces como oscuro y tenebroso. Entre el resto de capiteles del ábside destacan el de David tocando el arpa ante el rey Saúl y el que quizá sea mi sacrificio de Isaac preferido, con un carnero que, parafraseando a Juan Ramón, «se diría de algodón».
Todos los cubrimientos de la iglesia son de madera, excepto la bóveda de cañón que cubre el ábside. A los pies de la iglesia se encuentra la portada occidental, que no es visible desde el exterior. Se trata de una «reconstrucción», pues la portada estaba muy deteriorada. Los restos de dos grandes contrafuertes hacen pensar que hubo aquí una torre a modo de nártex, como en tantas iglesias de peregrinación. Hoy lo que nos encontramos es el palacio renacentista de los obispos de Astorga. Construido por D. Pedro de Acuña en 1550, sirvió como residencia de verano y descanso de los prelados astorganos primero y desde inicios del siglo XX como casa rectoral hasta 1981, cuando se abandonó. Y, en 2008, el empeño de este pequeño pueblo consiguió que obispado, Consistorio y la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León aunaran esfuerzos para llevar a cabo una restauración integral de la iglesia, pero también del palacio. Hoy es en este último donde se recibe a los visitantes y donde se ha instalado un pequeño museo con piezas que van desde lipsanotecas del s. XI aparecidas en la iglesia, relicarios con una variada colección de huesos y huesecillos, y misales hasta objetos litúrgicos de diferentes épocas, entre los que destaca un caliz limosnero de Fernando VI. Hay también un rincón dedicado al Camino de Santiago, claro, pero quizá la pieza más importante es el amor que los habitantes de Santa Marta tienen por su templo y lo orgullosos que están de su pasado, que ha hecho que este otrora importante hito de peregrinos haya recuperado algo de aquel esplendor.
Antes de dejar Santa Marta reparen en las dos estatuas que flanquean la puerta de entrada al atrio. Ninguna de ellas está en su ubicación original, quizá estuvieron en la fachada oeste, la desaparecida, donde formarían un conjunto teofánico. Cuando en 1908 Gómez Moreno escribió sobre la iglesia de Santa Marta, habló del pantocrátor en un rincón de la iglesia, lleno de polvo: «Una de nuestras efigies hieráticas más antiguas», seguramente del s. XI. Poco tiempo después la pieza desapareció. Se cuenta que el párroco lo vendió en 1926 a un anticuario por siete mil pesetas debido a la necesidad de fondos para arreglar el tejado de la iglesia. Lo que ven es una «copia» que el propio párroco encargó. El original acabó en el RISD Museum de Providence, a diez mil kilómetros de Santa Marta de Tera.
Les invito a mis veranos, a mi vida, a acercarse a Santa Marta y Los Valles, desvíense de las autopistas, piérdanse un poco y disfruten de esta joya única donde el agua, la piedra y la luz siguen obrando milagros.
Fotografía: Pepe Herrero
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Información
Horarios Iglesia de Santa Marta de Tera
De abril a septiembre:
– De martes a domingo: de 10:00 h a 13:00 h y de 17:00 h a 20:00 h.
– Lunes cerrado.
De octubre a diciembre:
– De martes a domingo: 10:00 h a 14:00 h y de 16:30 h a 18:30 h.
– Lunes cerrado.
Campamentos Romanos de los Valles y ciudad de Petavonium, centro de interpretación.
Casa Consistorial, C/ Mayor, 27. Santibáñez de Vidriales. 49610 Zamora.
987 223 102
609 261 146
Horario
Verano (1 abril – 30 septiembre):
Miércoles, jueves, viernes, sábados, domingos y festivos: 10:00 h a 14:00 h y 16:00 h a 20:30 h.
Cerrado: lunes y martes
Invierno (1 octubre – 31 marzo):
Miércoles, jueves, viernes, sábados, domingos y festivos: 11:00 h a 17:30 h.
Cerrado: lunes y martes.
En el castro de las Labradas, en Arrabalde, resistió la población de la zona a los romanos de Petavonium durante casi un siglo y en él apareció el tesoro de Arrabalde, hoy en Zamora. Es el yacimiento arqueológico más grande de la provincia.
Teléfonos: 987 223 102 y 609 261 14.
La villa tardorromana de Camarzana de Tera se abrirá al público en 2017.
Pingback: Agua, piedra y luz: Santa Marta de Tera
¿De qué pueblo eres, Silvia?
Mi madre es de Sitrama, muy cerca de Santa Marta.
Excelente zona la de los Valles para pasar unos días, junto al río por el día y en las bodegas por la noche.
Hola! Soy de Micereces y he ido muchas veces a las fiestas de Sitrama :D
A Micereces he ido poco. Solía quedarme en el puente, junto al bar del Curro ;)
Tu artículo me ha hecho recordar algo que ha dado fama entre los aficionados a la iglesia de Santa Marta: la luz equinoccial.
El 21 de marzo y el 23 de septiembre, coincidiendo con los equinoccios de Primavera y Otoño, un rayo de sol penetra por la pequeña abertura del lado oriental del ábside e ilumina durante unos pocos minutos el capitel del lado norte del arco triunfal. Para que este fenómeno sea posible, se requiere una gran maestría técnica para lograr que coincidan tantas variables geométricas. Que los arquitectos del siglo XI lograran dicha pericia es todo un mérito que aún no ha sido lo bastante reconocido.
Hace años que no veo el fenómeno, aunque por lo que me dicen ahora es imposible por toda la gente que se reúne. A ver si este año es posible, antes de las fiestas de Sitrama.
Muy interesante tu artículo, igual que todos los que te he leído sobre el románico. ¿Tienes publicado algún libro sobre arte románico?
Hola, Biuler,
muchas gracias por tu comentario. Y no, no tengo publicado ningún libro, creo que no sería capaz…
Saludos.
Magnífico artículo, siempre te leo con atención. Gracias. María.
Muy buen artículo. Mi madre es de Barcial del Barco, mi tia vive en Pobladura Del Valle. Los veranos, de pequeño, los pasaba allí, íbamos al lago, y a tu pueblo, al bar del Curro.