Pasado el mediodía del 14 de abril, después de horas de espera en que la juez atendía otros casos, una figura bíblica emerge lentamente de las escaleras que conducen a los calabozos del Tribunal de la Magistratura de Randburg, en el noroeste de Johannesburgo. Le cubre la cabeza y la parte superior del cuerpo un chal religioso blanco con rayas azules en los extremos. Cuando el policía de guardia le abre la puerta de madera que conduce al cajón de los acusados el público ve un rostro afilado y pálido, sobre el que se posan las gafas de ver, y flanqueado por unos tirabuzones de color blanco amarillento que se confunden en cierto punto con la larga barba. Visibles en la frente y en el brazo y la mano izquierdos, las filacterias contribuyen al patetismo de la estampa.
El rabino israelí Eliezer Berland fue detenido una semana antes en Johannesburgo por la policía sudafricana, que ejecutaba así un mandato de arresto internacional emitido por el Gobierno de Jerusalén. Nacido en Haifa hace setenta ynueve años, Berland es líder y fundador del grupo hasídico Shuvu Bonim, parte del popular movimiento de Breslov. Berland huyó de Israel en 2012, después de que cuatro seguidoras, entre ellas una menor de dieciséis años, le acusaran de tocamientos no consentidos cuando fueron a visitarle para pedirle consejo espiritual. Berland está acusado también de haber ordenado las dos palizas que un un grupo de sus fieles propinaron a otro miembro de la secta, que había asegurado que vio al rabino desnudo en su casa en compañía de su mujer. Su evasión de la justicia israelí le ha llevado ya a Estados Unidos, Suiza, Italia, Marruecos, Holanda —de donde escapó cuando en libertad bajo fianza esperaba la extradición—, Zimbabue y Sudáfrica.
Tres jóvenes asistentes y su mujer acompañan a Berland en el tribunal. Hasta que saluda nerviosamente a su marido asomada a las escaleras, Tehila Berland recorre varias veces como una autómata los pasillos de los juzgados, pronunciando indiferente al ajetreo lo que debe de ser una oración. Lo hace a apresurados pequeños pasos, abriéndose camino con su cuerpo menudo sin una disculpa cuando algún corrillo inoportuno lo requiere. Viste —como lo hará en las demás vistas— falda y chaqueta azules, y un gorro-turbante del mismo color oscuro que le cubre completamente el pelo sobre la tez olivácea. Tehila Berland se sienta en primera fila, cerca de su marido. En la última fila cuchichean nerviosos, y lanzan miradas de desconfianza a los periodistas, tres muchachos de entre veinticinco y treinta y cinco años, también israelíes y con tirabuzones, kipá y vestimenta ortodoxa que decrece en ortodoxia según la edad. Los tres muchachos resultan ser asistentes del rabino. Hablan con él en los recesos y hacen todo lo posible para que a su mujer no le falte de nada.
La escena, probablemente nunca vista en los tribunales sudafricanos, es de por sí un espectáculo, pero la brusca impulsividad de los ayudantes y la propia conducta del rabino elevan la situación a la categoría de surrealista. El procedimiento comienza ante la indiferencia de Berland, que asiste a la vista con la cabeza agachada y cubierta por el chal, leyendo los dos voluminosos libros religiosos en hebreo que trae consigo. Visiblemente molesto por su comportamiento, el policía negro que le vigila le llama la atención y le hace dejar el libro sobre el banco de madera. El hombre lleva toda la mañana tratándole en el calabozo, y el señor Berland no parece un preso fácil. Minutos después el rabino interrumpe a la juez para advertirle de su precario estado de salud: me he desmayado veinte veces en el calabozo, soy mayor y me estoy sintiendo el corazón, explicó, y después pidió permiso para tumbarse en el banco mientras la vista sigue. La juez Pravina Raghunandan —una mujer de origen indio y semblante dulce, que varias jornadas con Berland y sus discípulos han conseguido agriar— no sabe qué contestar, y el proceso continúa con el rabino medio tumbado sobre su brazo izquierdo.
Dos asuntos centran la atención de la juez: si Berland puede ser extraditado a Israel (la decisión final es del ministro de Justicia) y, en caso afirmativo, si debe esperar la respuesta del ministro en custodia policial o libertad bajo fianza. Es jueves y no hay tiempo para resolver ninguna de las dos cuestiones, y la magistrada no está disponible hasta el próximo miércoles. El rabino, pues, debe seguir en custodia, y se decide que lo haga en la comisaría de policía de Sandton, en el norte de Johannesburgo, por donde ya ha pasado. Esta comisaría está cerca del hospital privado donde Berland fue recientemente tratado. Si se pone muy malo le pueden trasladar allí con facilidad. Levantada la sesión, cuatro agentes de seguridad privada esperan a Tehila y a los tres muchachos en el pasillo. Dos la acompañan al servicio.
El siguiente episodio comienza el miércoles por la mañana con un personaje nuevo: la hija del rabino y de Tehila, que se sienta junto a su madre y va vestida de ultraortodoxa joven. Cuando Berland la ve le agarra con cariño la mano y muestra emoción por primera vez. Debe de rondar la cuarentena, y su actitud sumisa contrasta fuertemente con el aire macarra de los dos asistentes más jóvenes, que hoy llevan sobre la kipá gafas de sol de cristales de espejo de colores y una gorra negra de beisbol. La mujer reza contra la madera del cajón de los acusados, y amonesta en hebreo a una periodista judía de la prensa sudafricana que le hace fotos a su padre.
Entre tanto, Raghunadan concluye que Berland puede ser extraditado. Los papeles están en regla, existe (a través de un tratado europeo del que Israel es firmante) un acuerdo de extradiciones con el Estado judío y no hay ningún motivo para no entregarle. El abogado de la defensa, Themba Langa, desvela la línea que seguirá su argumentación ante el ministro de Justicia: que las enseñanzas por la paz entre los pueblos de Berland, y sus supuestas relaciones de fraternidad con los palestinos, le convierten en un elemento hostil para el Gobierno de Israel, que bien podría «ponerle una inyección» que le deje en coma. Después en los pasillos, Langa me explica a qué se refiere con más detalle, y dice que esto ya ha ocurrido con el rabino Pinto y con un político de primer nivel. ¿Ariel Sharon? Sí, eso, ¡Ariel Sharon! Langa defiende a su cliente con un discurso lleno de lagunas, inseguro y balbuciente, aunque la prensa sudafricana le define en algún artículo como un abogado «high profile». Le califica cada dos por tres de «líder espiritual de gran calibre», con un seguimiento, dice, de 1,3 millones de personas en todo el mundo, una cifra exageradamente optimista que no ayuda en nada a la imagen del rabino, que sin duda tiene una masa importante de adeptos. Sin la toga, Langa es un tipo dicharachero, un vacilón simpático que nunca se queda callado y no parece arredrarse.
Dos testigos llamados por la defensa declaran a favor de la libertad bajo fianza de Berland. El primero de ellos, un médico, que testifica sobre la mala salud del rabino. El segundo, el jueves, el rabino Katz de Instituciones Penitenciarias, que se ocupa de los prisioneros judíos en las cárceles de Sudáfrica. En el estrado, con verbo impecable y vestido con un traje que le viene como un guante, describe las severas regulaciones alimenticias de la Pascua judía, que empieza el viernes y dura una semana y un día. Con la infraestructura y las normas de las prisiones del país, le cuenta a la juez este rabino de pulcro pelo corto y cuidada barba blanca que acaba en punta, es imposible que un judío estricto como el rabino Berland pueda celebrar el Pesach.
Este punto se convertirá después en el asunto clave del proceso, pero ocupémonos primero de a dónde enviarán a Berland después de que la decisión vuelva a posponerse hasta mañana. Ninguna de las comisarías que le han acogido hasta ahora quieren volver a verle por allí. Así se lo han comunicado a la fiscal, Nerisha Naidoo, que con su educación y paciencia habituales, a prueba de todas las tretas y los preceptos hasídicos, se lo comunica a la juez y le explica las razones. Las constantes llamadas al doctor, las exigencias alimenticias y las entradas y salidas recurrentes de su familia y sus seguidores hacen de Berland un preso «disruptive», en inglés, o simplemente insoportable, que «desmoraliza al personal de la comisaria e interfiere en su trabajo». La mejor solución es, pues, mandarle a una cárcel, donde no están permitidas las visitas y el preso díscolo deberá adaptarse al reglamento. Concretamente a la de Kgosi Mampuru II en Pretoria, de máxima seguridad y con una completa sección hospitalaria. Así lo dispone Raghunandan pese a las airadas protestas de Langa, que la acusa de crueldad con un hombre «perseguido» de avanzada edad y se gana una amonestación de la magistrada. Por su parte, Naidoo se hace responsable de que Berland pueda recibir los medicamentos que toma y la comida kosher que consume.
Cuando todo ha terminado por hoy, el mayor de los ayudantes del rabino se pone en pie como un resorte y se acerca a la juez agitando los brazos. Sorry, dice convirtiendo la erre en ge, a la manera israelí; quiero hablar con usted. Pero la juez se levanta con gesto de fastidio y desaparece por la puerta que hay detrás de su silla. Nathan Bensanson, que así se llama el primer valido de Berland, aborda entonces a la fiscal y al inspector de la Interpol que lleva el caso, W. J. van der Heever, un afrikáner que tiene aspecto de búlgaro. Les implora que dejen marchar al anciano, que lo suelten y se irá hoy mismo a Israel. Pero no es posible, claro. Hay que seguir los procedimientos de la justicia, y hasta que el tribunal vuelva a abrir mañana no hay manera de cambiar nada. «Rabino fugitivo provoca un choque cultural en un tribunal sudafricano», titula Gordin, corresponsal de Haaretz, tanto por la cuestión religiosa como por la rudeza característica israelí de los muchachos y el rabino, para los que no parece regir ninguna convención protocolaria.
Y así llegamos al viernes. La vista no puede empezar porque Langa no aparece. Bensanson y los demás le llaman a su teléfono, pero lo tiene apagado. Al final de las escaleras, el rabino come. No debería estar ahí, sino dentro del calabozo, pero quizá le molesten los gritos de peleas y los portazos que cada dos por tres se escuchan desde los bancos. Hasta ahora había utilizado el último escalón para leer sus libros. «Ya debe de ir por el capítulo nueve», bromea Gordin. En unas horas comienza el Pesach, y Langa sigue sin llegar e ilocalizable. Cerca del mediodía le vemos caminando con su maletín por el pasillo, con ademán seguro. Bensanson y sus dos adláteres se le acercan indignados: dónde estabas, esto es una vergüenza. Pero Langa no se deja intimidar, ofrece una explicación que no acaba de convencer a nadie y les pide airadamente respeto. «Tú no entiendes la ley y crees que puedes ser maleducado conmigo», les grita señalándoles enérgicamente con el dedo. Entonces entra en la sala, recupera la compostura y vuelve a hacerse cargo del caso, ahora con otro abogado, un joven muy serio con gafas redondas y kipá, a quien han encomendado que le asista.
En este ambiente de tensión, con dos rabinos de la comunidad judía local y un tercer ciudadano con kipá que ha venido a ayudar en lo que pueda al rabino, Berland toma su asiento y, sin esperar a que la juez le dé turno, toma la palabra en inglés, muy enfadado. Dice que no ha recibido la medicación, ni la comida kosher que le prometieron. Un problema de comunicación hizo imposible activar la excepción que debía permitir estos suministros, reconoce la fiscal. Berland dice también que ha sido amenazado por los «gángsteres», y recuerda que «no es un joven». Puedo morirme, puedo morirme. Tehila sufre por su marido a poco más de un metro. Nada más empezar, la juez ordena un receso para que Berland reciba sus medicinas. Entre los rabinos locales y los hombres de Berland se forma un gran revuelo. Alguien le ha alcanzado un tazón de plástico que ya usó ayer, y ya están vigentes las condiciones del Pesach, por lo que no puede beber de un recipiente utilizado antes. Al final consiguen hacerle llegar un vaso de plástico nuevo.
El tiempo corre. El tribunal cierra a las cinco y el comienzo de la Pascua se acerca. La intérprete, que es judía, debe marcharse para preparar la cena, y el tribunal decide seguir sin traductora. Hay que acabar el proceso hoy y lograr la libertad bajo fianza, porque Berland antes se morirá de hambre que quebrantará los mandatos del Pesach, advierte uno de los rabinos locales desde los bancos de atrás. Esta sección del público se ha erigido en defensa alternativa a Langa, con quien tratan de coordinarse a través del abogado de la kipá y de Nathan Bensanson. Él y los otros dos jóvenes parecen por primera vez lo que quizá son: muchachos inocentes poco acostumbrados a lidiar con el mundo de fuera de su secta, en un país extraño y una situación kafkiana que les supera. En su ayuda y la del rabino han venido, por solidaridad hebrea, estos judíos locales, aunque el establishment de la judería local se haya desmarcado desde su llegada a Sudáfrica de Berland y sus seguidores.
El rabino jefe de Sudáfrica, Warren Goldstein, pidió a la comunidad que no diera refugio al fugitivo y a los cerca de doscientos seguidores que llegaron con él en 2014, lo que provocó el malestar entre algunos judíos sudafricanos partidarios de asistir a Berland. La animosidad entre Goldstein y Berland creció después de que los seguidores del líder hasídico en Israel dictaran contra Goldstein un din rodef, una provisión de la ley judía que justifica el asesinato extrajudicial en casos de traición. Según contó el periodista Gordin, esta vez para el Sunday Times de Johannesburgo, la grey de Berland acusaba a Goldstein de haber ofrecido información que llevó a la redada de la policía contra Berland el 29 de enero de este año. El intento de detención del rabino se produjo durante en una noche de shabat, lo que a ojos de los hasídicos ponía a Goldstein en una situación de culpabilidad particularmente grave. Berland debió de haber recibido un chivatazo aquella noche, y la policía no dio con él en el hotel en el que esperaba encontrarle.
Cuando el tribunal para para comer, la acción pasa al pasillo medio vacío. Son más de las dos y viernes, y muchos funcionarios se han marchado ya para empezar el fin de semana. Embutido en una sotana negra, el rabino más vehemente explica a quien quiera escucharle que es una cuestión de vida o muerte: privar al rabino de la comida de Pesach es matarlo, y el Estado sudafricano deberá responder por su vida. Apela el apasionado religioso, que tiene facha de Falstaff y parece un carnicero kosher de Nueva York, a la libertad religiosa reconocida en la Constitución: nada puede pasarle delante a este derecho fundamental. Le secunda, con el mismo tesón e inteligencia, el ciudadano de la kipá, y juntos intentan convencer a la fiscal de que no se oponga a la libertad bajo fianza. Además de la falta de neveras adecuadas, de la cubertería necesaria y de las restricciones a la entrada de alimentos en las cárceles está el problema del transporte: quienes deben suplir la comida de Pesach al rabino no pueden viajar esos días. La fiscal lo considera todo, pero resuelve que es imposible. En el corrillo han entrado dos comisarios negros, a los que no parece impresionarles el razonamiento del rabino. Él les pregunta si no sería posible dejarlo libre con custodia policial, y ellos le dicen que no. Es o dentro o fuera, sin vigilancia física o electrónica, porque Berland no está condenado y este tratamiento de semilibertad solo puede aplicarse a los presos.
Junto al grupo pulula un hombrecillo con cara de asustado, seguidor del rabino Berland. No habla inglés y apenas se comunica con nadie. Lleva kipá negra sobre la cabeza rapada, de la que caen dos trabajados tirabuzones castaños. Viste abrigo negro y camisa blanca cerrada hasta el último botón. Quizá sea este tipo de persona, desconcertada y con pocos recursos, el prototipo de seguidor incondicional de rabinos como Berland.
Otro de los nuevos secundarios es quien hace de chófer de la familia y los asistentes de Berland, un israelí de bronceado rojizo, gafas de sol en la cabeza, pelo escaso mal teñido de negro que tiende a morado recogido en coleta y que va vestido en chándal. Se sienta con la mujer, a la que varios días de juicio han servido para relajarse, y se comunica constantemente con el rabino, a quien dice conocer desde hace décadas. Es israelí pero vive en Sudáfrica, donde me dice que tiene un negocio. No es religioso, pero Berland le salvó la vida a un amigo suyo. Le dieron tres meses y ahora está hecho un león, asegura. Parece un hombre resolutivo, de vida, que sirve a los religiosos para desenvolverse mejor en lo mundano. El conductor es uno de esos hombres que se esfuerza siempre en inspirar confianza. Tranquilos, está todo bajo control, parece decir cuando mira de refilón guiñando el ojo. Esa misma actitud, aunque más humilde, se permite con el rabino, al que tranquiliza en hebreo diciéndole que todo irá bien y no hay nada de qué preocuparse: la juez quiere darle la condicional, dice buscando confirmación. Cuando los sufridos policías amenazan a los tres asistentes con echarles de la sala si no paran de hablar el chófer tranquiliza a los agentes con suficiencia: yo me encargo, yo me encargo.
En esas circunstancias se retoma el proceso. Langa quema sus últimos cartuchos mientras le llegan mensajes de la esquina judía del público. La juez ha pedido para decidir la libertad condicional pruebas de la residencia en la que permanecerá Berland, y el documento de solicitud de asilo político que según Langa ha dicho hoy por primera vez ha presentado el rabino ante el Ministerio del Interior sudafricano. El tiempo se acaba, y la decisión sobre la libertad bajo fianza queda pospuesta hasta el martes. Mientras, y pese a todos los esfuerzos, Berland ha sido enviado a la prisión de Johannesburgo, que no es de máxima seguridad y a la que será más fácil que le llegue la comida. Su esposa y Bensanson tienen permisos de la fiscal para llevarle los alimentos a unas horas determinadas. «No es suficiente, no es suficiente», dice el rabino más vehemente. Antes Langa ha pedido que su mujer pueda acompañarle en la celda. Doy la mano y me coge usted el brazo, ha dicho Raghunadan, tan desmoralizada como los policías.
La sala se queda vacía y los judíos se van a celebrar el Pesach. Cada uno a su casa y Berland a la cárcel. El azar ha hecho caer el caso en la semana de la Pascua judía, planteando una cuestión inagotable: ¿hasta dónde llega la libertad religiosa en una situación así? ¿Es la conciencia del sujeto la que lo decide? ¿Es el juez? ¿Puede trazarse una línea en algún punto razonable? ¿Quién traza esta línea? ¿Y con qué criterio?
Junto a otros muchos hombres, Bensasnon y el segundo de sus asistentes llevan siguiendo al rabino desde que inició su huida. Uno de los judíos sudafricanos que le apoya en el tribunal ensalza la figura de Berland: ha atraído a la espiritualidad a multitud de personas, y ha llevado sabiduría y esperanza a entre los pobres y marginados, los huérfanos y los iletrados en los que nadie piensa. Una simple búsqueda de su nombre en YouTube permite hacerse una idea de la devoción jubilosa y entusiasta con la que algunos de sus seguidores le acompañan en su odisea. Hay imágenes de sus sermones y ceremonias religiosas en Marruecos, en las que dirige con un Casio en la muñeca a sus fieles en un canto alegre de celebración de Dios a la manera festiva del movimiento Breslov. Detrás de él, con sombrero, puede verse al mediano en edad de los tres asistentes que le acompañan en el tribunal. Es un ritual desordenado y espontáneo. Los cánticos suenan descoordinados, y las voces manifiestamente mejorables. La parte más alegre del ritual es la del baile, en el que el mismo Berland participa. La más espectacular la del hombre vestido con bata blanca y shtreimel al que hacen girar de pie sobre una plataforma sostenida por los fieles.
Los vídeos muestran a un anciano despejado y ligero, a veces frenético, con una fortaleza y presencia de ánimo que también demuestra en el tribunal cuando se exalta. Bensanson y sus compañeros aparecen también en uno de los vídeos grabados en Sudáfrica, en la primera noche de la Janucá de 2015. En él Berland pronuncia un sermón en presencia de varios niños y adultos, que le escuchan con atención y reverencia. Sus palabras no tienen el tono grandilocuente habitual de los discursos de los líderes religiosos, al menos cristianos. Parece por el contrario el que cualquiera emplearía en una conversación normal. También desde Sudáfrica (donde según la fiscalía Berland entró con un pasaporte diplomático falso de Costa de Marfil, donde el rabino asegura tener numerosos seguidores negros) hay grabados sermones de Berland, que se emitieron en directo para sus seguidores en Israel y el resto del mundo.
Hay asimismo imágenes de Holanda, donde unos trescientos seguidores fueron a verle cuando la justicia estaba en conversaciones con Israel para extraditarle. Su presencia masiva provocó problemas de orden público en el país europeo, como también los ha provocado en las zonas en que algunos de sus seguidores se han alojado en Johannesburgo.
Otro de los vídeos se remonta a marzo de 2014, durante la celebración del Purim en la ciudad de Bulawayo, en el oeste de Zimbabue, en la que vivió durante su corta estancia en el país. Berland reza con sus seguidores, que después cantan y bailan entre ellos a su aire según la costumbre de la escuela de Breslov. En cierto momento, la celebración se desplaza al jardín de la propiedad en la que se encuentran, en el que niños, jóvenes, hombres maduros y ancianos bailan gozosos bajo una intensa lluvia. En la parte más sorprendente del vídeo, ya de noche, los seguidores de Berland cantan y tocan los tambores junto a un grupo de negros locales, en un clima de comunión y distendimiento difícil de imaginar en un grupo tan estricto y purista.
El viernes en los juzgados de Randburg, mientras tratan de convencer a la fiscal de que la libertad durante el Pesach es un asunto de vida o muerte para el rabino Berland, uno de los judíos sudafricanos que ha venido ha ofrecerle ayuda se refiere a este vídeo. En un Winter Stadium de Ramat Gan, junto a Tel Aviv, lleno hasta la bandera de seguidores, Berland lanza un contundente mensaje humanista de amistad con los árabes, que termina con una inequívoca proclama pacifista sobre el conflicto árabe-israelí: «Los ismaelitas son nuestros primos, todos venimos del mismo padre, del mismo Dios, todos venimos de las mismas raíces, de la misma raza. Desechemos todos los instrumentos de la guerra, todas las armas».
Este hombre nació hace setenta y nueve años(79), pero Israel fue creado hace sesenta y nueve años (69) Haifa era ciudad palestina ignorante yque fue usurpada al pueblo de palestina.
El mejor amigo del aparheird de Sudafrica era el estado sionista de Israel. Fue el único que no boicoteó al estado racista de Sudafrica
VICTORIA TER CREASTE TU PROPIA DERROTA. ISRAEL FUE CREADO HACE 3000 AÑOS. NO TE ACUERDAS?
Me gusta su mensaje de fraternidad en contra de la despiadada maquinaria de guerra israelí. Viva Israel y viva Palestina.
Desconozco la figura de este señor pero todos estos personajes tan convencidos de su dios, de la importancia de ritos sin sentido, de la inevitabilidad de que todos nos adaptemos a sus exigencias me asusta tanto como sus seguidores. Las religiones son el mundo de lo irracional y la religión judía es un ejemplo supremo. Me niego a seguirles el juego.
Realmente Israel es un pais fascinante como pocos y las costumbres y tradiciones de algunos dejan boquiabierto,si hay una especie digna de protección por su interes antropologico es esta,una mina.
Israel es un proyecto colonialista producto del imperialismo fue creado por el occidente para acabar con el problema judio de Europa. Fue creado para hacer la guerra y la fragmentación de la región.Ha creado nuevo ghetto en Palestina y con muros que le aisla, y asi se repite el ghetto de varsovia.lo único que puede salvarle es no violar las resoluciones de la ONU y aceptar la Legalidad Internacional.El fanatismo hace caer a la los fanaticos en sus propias redes.
Asumo que no cuenta con un espejo a la mano… Aunque ese sería el menor de sus problemas…
Disculpe usted pero un pueblo no coloniza en su propia tierra: vive en ella. En tal caso los colonizadores son aquellos que ocuparon militarmente esa tierra hace siglos. Tampoco Israel fue creado por occidente: fueron los propios judíos quienes lo crearon con su esfuerzo, dedicación, determinación y trabajo. Tampoco es comparable la situación de los palestinos con el gueto de Varsovia. Si usted pretende hacerlo es porque no tiene la menor idea de lo que son una u otra o ambas. Sí es cierto que las resoluciones de la ONU pueden resolver el conflicto: basta con que los árabes acaten la 181 y la 242.
Esta gente en general son el cáncer de Israel, son radicales y ultra religiosos, lo malo es que están ganando terreno unos y otros contra los laicos, que hasta ahora son la mayoría de la población, pero puede cambiar, por la demografía.
recomiendo también leer aquí : http://teatrapare.blogspot.com.es/2016/04/reflexion-sobre-el-anti-judaismo.html documento interesante.
Y yo que pensé que aquí se hablaba de un tipo que se aprovechó de su ascendencia para realizar abusos sexuales, ordenar palizas etc, y resulta que volvemos al sempiterno tema del imperialismo israelí. Ya cansa la obsesión de unos y otros con la cantinela.
La capital de Israel es Tel-aviv, Jerusalén es una ciudad de administración internacional ocupada ilegalmente.
El autor debería haber escrito «el gobierno de Tel-aviv».
A estudiar, Arrepentirse aquellos que no le temen al Eterno diciendo y negando su Torat, Israel no lo Creo el hombre Israel lo Creo una Fuerza suprema a la cual veo que ninguno de ustedes le Teme, quien sos para juzgar lo malo o bueno, aprendais a guardar silencio, y educaros en vuestro espiritud, pueblo ignorante revertios al arrepentimiento que pronto veran vuestros ojos la Redencion a los ojos de quien nego la verdad, quien la juzga, a los ojos de quien se levantos contra sus hijos y su pueblo amado,y quien en voz alta fajandose de segun eso conocimiento.. Que El Eterno tenga misericordia de vosotros.. No uses sus ojos para ver la inmundicia del mundo, y vuestras bocas, para hablar injurias y calumnias, .. Este es quien les advierte arrepentios, ya estaran postrados en vuestros pecados y vuestra alma tendra que rendir cuentas.
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