Arte y Letras Historia

Los hombres más poderosos del universo

James T. Mangan. Foto: DP.
James T. Mangan. Foto: DP.

Si posees algo que tiene ocho mil millas de diámetro y veinticinco mil millas de circunferencia te darías cuenta de que la guerra es algo de lo que te puedes reír. Mi nación podría incluso dotar a la gente de suficiente grandeza de pensamiento y de desdén como para hacerles sentir que cualquier disputa internacional es insignificante. (James T. Mangan, dueño del espacio exterior)

El espacio celestial

En 1948 un par de caballeros discutían sobre trivialidades y asuntos varios en una habitación cualquiera en las tripas de Chicago. En un momento dado uno de los dos interlocutores apuntilló una frase del diálogo señalando hacia una ventana abierta con una afirmación de lo más obvia: «¿Sabes? Ahí fuera hay un montón de cosas». Y de aquellas palabras nació una pequeña idea que revoloteó hasta la cabeza del oyente para colarse en su interior y trastear con la materia gris residente hasta provocar un chispazo. La persona a la que se le acababa de encender la bombilla se llamaba James Thomas Mangan y en aquel momento se encontraba deslizando la mirada al exterior y apuntando la vista muy arriba. Poco después, durante la medianoche del 20 de diciembre, Mangan se autoproclamaba soberano de todo el universo a la vista, una superficie que el hombre agrupaba en la recién nacida Nación del Espacio Celestial (Nation of Celestial Space). Más tarde también reclamaba como propio el espacio que había ocupado la Tierra minutos antes porque no tenía pensado dejar ningún cabo sin anudar.

Aquel emprendedor llamado Mangan no era una persona cualquiera, se trataba de un amigo de los eventos publicitarios y de un escritor superventas con una bibliografía cosida a base de libros de autoayuda que animaban al lector a repetir mantras chiflados para afrontar los envites de la existencia. Era la típica persona que podría ir por los pueblos más incrédulos vendiendo la infraestructura de un monorraíl con un número musical.

El 1 de enero de 1949, en el registro de las escrituras del condado de Cook en Illinois, un trabajador del gobierno entrecerraba los ojos preguntándose si el evento en el que estaba participando tenía sentido. Unos instantes antes el propio funcionario había consultado a un abogado del Estado —con cierto temor de que le invitase a practicar algún contorsionismo exótico con sus cavidades corporales— si existía algún tipo de ilegalidad en el asunto que ahora le ocupaba, pero al parecer todo estaba en orden. Frente a él un hombre llamado Mangan estaba registrando un documento donde se autodenominaba fundador y primer representante de la Nación del Espacio Celestial, también conocida como Celestia, un territorio que ya contaba con diecinueve habitantes en su nacimiento.

Celestia estaba oficialmente compuesta por lo que venía a ser todo el universo con excepción de la Tierra, y su existencia era casi un favor a la humanidad: según su fundador, lo de acoger bajo su mandato tanto espacio profundo era un acto de bondad, porque así se evitaba que la extensión acabase en manos de algún país malvado con ganas de establecer una hegemonía galáctica de aquellas que producen un líder calzando casco oscuro nacarado y una marcha imperial propia. Mangan remitió setenta y cuatro cartas a diferentes secretarios de Estado anunciando el alumbramiento de la nueva nación y solicitando reconocimiento, pero por alguna razón inexplicable ninguno le contestaría de vuelta. Apesumbrado porque le estaban haciendo el vacío solicitó un hueco en las Naciones Unidas, pero estas se apartaron cuando lo vieron acercarse por el pasillo. Cuando la carrera espacial comenzó a despegar agarró pluma y papel y remitió una nueva tanda de misivas formales a la Unión Soviética, los Estados Unidos de América, el Reino Unido y las Naciones Unidas anunciando que Celestia prohibía cualquier tipo de ensayo nuclear en su territorio y que era mejor que a ninguno de ellos se les ocurriese plantar un hongo en su huerto espacial. Durante los años de carrera espacial entre potencias mundiales el más alto cargo de la Nación del Espacio Celestial firmaría otro hermoso puñado de cartas amenazando con lluvias de demandas por tener tantos turistas indeseados surcando su espacio. Estamos hablando de alguien que consideraba que los satélites, las ondas de radio y las señales de televisión eran «intrusas ilegales» en sus dominios.

Pasaporte de Celestia. Imagen: DP.
Pasaporte de Celestia. Imagen: DP.

La gloriosa Celestia se autodenominaba república a pesar de que la propia hija del empresario ejercía de princesa oficial del reino espacial y los familiares del fundador ocupaban cargos monárquicos diversos. Evitaba cualquier tipo de sistema democrático porque según justificaba el propio Mangan «a mí no me gusta votar», carecía de impuestos porque su fundador también había declarado que «a mí no me gustan los impuestos» y en general se presentaba como un modelo de tiranía intelectual en donde los únicos derechos de sus habitantes eran los de «libertad de pensamiento» y «el derecho de hacer sugerencias». Oficialmente persiguió los protocolos formales de cualquier patria respetable: acuñó el joule de plata y el celeston de oro, unas monedas propias con el rostro de perfil de la princesa Ruth Mangan (referida ilustremente como Magnanimity) grabado en una de sus caras. Elaboró una serie de pasaportes que remitió a diversos astronautas para que disfrutasen sin problemas de sus aventuras espaciales en el territorio de Celestia. Un amable gesto que uno de aquellos cosmonautas, John Glenn, incluso llegó a agradecer por escrito. Fabricó sellos propios en los que se podía leer que estaban destinados a ser estampados en el outer space mail. Y lució una bandera exclusiva con un círculo blanco sobre fondo azul en cuyo interior se podía ver una almohadilla de las que hoy en día sirven de locomotora de los hashtags. Una bandera oficial de la nación que el propio Mangan desvelaría en televisión en junio del 58 durante una de sus tretas publicitarias de attention whore, una argucia tan llamativa como para acabar provocando que al día siguiente la bandera de Celestia ondease durante un rato en el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York junto al resto de banderas de países más sospechosos de ser auténticas naciones.

Celeston de oro, sellos y bandera oficial de Celestia. Imagen: DP.
Celeston de oro, sellos y bandera oficial de Celestia. Imagen: DP.

El fascinante mundo de Celestia desgraciadamente murió junto a su fundador. A Mangan le sobreviviría su hija, la princesa Ruth de la Nación espacial Celestial y sus tres nietos: Glen, Dean y Todd Stump, o los distinguidos duques de Selenia, Marte y la Vía Láctea respectivamente.

Yo no te pido la Luna

Dennis Hope es el norteamericano que se encuentra al frente de la Lunar Embassy Commission, una empresa que se anuncia con el eslogan «A lo mejor no puedes ser propietario aquí abajo, pero puedes serlo ahí arriba» y lleva desde los años ochenta vendiendo la superficie lunar a veinte pavos por acre. Hope asegura que a día de hoy, gracias a sus ventas, la Luna tiene más de seis millones de propietarios y que entre ellos figuran personalidades como Ronald Reagan o Jimmy Carter. El astuto empresario vive exclusivamente de este negocio, ofreciendo también terrenos en otros cuantos planetas y pasaportes extraterrestes. Y por supuesto afirma que todo aquello que vende le pertenece legalmente. Pero lo cierto es que un alemán llamado Martin Juergens ya anunciaba hace bastante que el astro pertenecía a su estirpe desde que Federico II el Grande se lo regalara a su familia en 1756. Y que anteriormente Robert R. Coles, del Hayden Planetarium, también se había sacado una pasta vendiendo territorio lunar a dólar por acre. En 1966 hasta una ciudad se autoproclamó dueña del satélite: treinta y cinco representantes de la población de Geneva, en Ohi,o firmaron en comuna una declaración de propiedad lunar. Y entre tanto interesado, un rumano llamado Virgiliu Pop consolidaba desde su ordenador el supuesto registro como dueño del mismo Sol con la finalidad de demostrar una cosa: que todo aquello de registrar posesiones en el espacio era una gilipollez. Pero aun así, a lo largo de la historia nadie tuvo tanto estilo a la hora de convertirse en propietario de terreno extraterreste como el simpático artista y hombre de leyes Jenaro Gajardo Vera.

Jenaro Gajardo Vera. Foto: DP.
Jenaro Gajardo Vera. Foto: DP.

A Gajardo, un chileno multitarea que era abogado, pintor y poeta, se le negaría en 1954 la inscripción en el club social de su ciudad de residencia por culpa de no cumplir el requerimiento indispensable de ser el dueño de alguna propiedad, aunque probablemente tampoco ayudaba lo de haber fundado la llamada Sociedad Telescópica Interplanetaria, que tenía entre sus objetivos el organizar un comité de bienvenida a los extraterrestres en caso de que ellos decidieran pasar las vacaciones en la Tierra. Poco después de que se le prohibiesen inscribirse en aquel club, el 25 de septiembre de 1954, al notario de la ciudad de Talca le tocaba dejar constancia oficial de una declaración extraordinaria que firmaba un aventurado poeta:

Jenaro Gajardo Vera, abogado, poeta, es dueño desde antes del año 1857 del satélite único de la Tierra denominado Luna, de un diámetro de 3475,99 kilómetros y cuyos deslindes por ser esferoidal son: norte, sur, oriente y poniente: espacio sideral.

Gajardo cumplía así con el procedimiento habitual a la hora de solicitar un dominio sin propietario (aquel «dueño desde antes del año 1857» que figuraba en su declaración era la fórmula legal para sanear terrenos carentes de título de dominio) y publicaba posteriormente en el Diario Oficial tres avisos anunciado su intención de adoptar la Luna para permitir que la reclamación territorial pudiese ser impugnada por cualquier tercero que tuviese algo que objetar. Como nadie dijo esta luna es mía, el abogado poeta acabó constando sobre el papel a efectos legales como titular de la superficie lunar. Cuenta la leyenda que cuando el Servicio de Impuestos Internos (SII) se enteró del asunto solicitó el cobro de las contribuciones adheridas a los terrenos en propiedad, algo que el chileno contestó que haría gustosamente cuando los inspectores que pretendían recaudar los impuestos visitasen la propiedad tal y como requería el protocolo oficial. Y también se solía decir que el mismísimo Richard Nixon llegó a pedir permiso por escrito a Gajardo para aterrizar en el satélite, pero es bastante probable que ambas historietas sean inventadas, por un lado porque el pueblo siempre ha gustado de darle color a todo con anécdotas ingeniosas como la de los recaudadores, y por otro porque todo el mundo sabe que Nixon nunca ha sido demasiado educado con sus modales.

El propio Gajardo declararía que su intención para convertirse en amo de la Luna había sido una protesta poética, una forma de bromear sobre tomar parte en una ficticia selección de habitantes del satélite ya que él ansiaba un mundo sin envidias, odios, vicios o violencia. Y también porque quería que le admitieran en el dichoso club social de los cojones.

El poeta falleció en 1998, y en su testamento dejaría anotado que legaba la propiedad del satélite al pueblo chileno con el estilo que se le presupone a quien ha dedicado parte de su vida a acicalar versos: «Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas».

Eros 433

El 12 de febrero de 2001, tras cinco años surcando el espacio, la sonda espacial Near Earth Asteroid Rendezvous (NEAR Shoemaker) aterrizó en la superficie de Eros 433, el segundo asteroide más grande cercano a la tierra. Pero once meses antes un hombre llamado Gregory W. Nemitz había registrado como propio dicho asteroide en los despachos de California. El paseo del NEAR Shoemaker hasta el planetoide había sido el último para el aparato de la NASA, la sonda no tenía capacidad para impulsarse por sus propios medios de vuelta al espacio y por eso mismo permanecería aparcada en Eros eternamente. Nemitz, un firme defensor de la propiedad privada, hizo lo que cualquier persona habría hecho: cascar a la NASA una multa de aparcamiento por veinte dólares a pagar en cómodos plazos durante los próximos cien años a ritmo de veinte céntimos anuales.

La NASA se niega a pagarle.

James T. Mangan. Foto: DP.
James T. Mangan. Foto: DP.

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2 Comentarios

  1. Pingback: Los hombres más poderosos del universo

  2. Mucho yanqui y algún chileno, y se olvida de María Ángeles Duran, la gallega (de Vigo) también proclamada dueña del Sol.

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