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Democracia para todos los públicos

Imagen: Alianza Editorial.
Imagen: Alianza Editorial.

Durante los últimos años ninguna idea ha sido más reivindicada, debatida, analizada y manoseada que la democracia. Pero si es enarbolada de forma unánime… ¿Cómo es posible que provoque desacuerdos? En realidad si todo el mundo queda hechizado ante su belleza es porque funciona como un espejo en el que cada uno solo ve su propio reflejo e, invariablemente, deduce que sus rivales la ponen en peligro o como mínimo la dejan descafeinada. El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. He ahí la democracia según la memorable definición de Abraham Lincoln en su discurso de Gettysburg. ¿Quién podría oponerse a algo así? De la misma manera que un vaso puede ser de diferentes tamaños pero para ser tal necesita tener unos bordes, así el sujeto de soberanía que denominemos «pueblo» debe tener unos límites igualmente definidos. Y ahí empiezan los problemas. Vivimos en un mundo en el que las fronteras están quedando cada vez más desdibujadas, lo que implica en consecuencia vaciar de contenido aquellas soberanías que delimitan, pues un vaso roto ya no es un vaso. Por otra parte las fronteras actualmente existentes no dejan de ser el fruto de mil avatares históricos —casi siempre sangrientos— que rara vez conforman a sus vecinos a uno u otro lado. Más follón.

Así que para que el pueblo pueda elegir primero debemos elegir cuál debe ser ese pueblo, pero una vez lo tengamos nos queda por delante la manera en que aplicar en él de forma efectiva la democracia. Otra fuente inagotable de controversia. Los redactores de la Constitución estadounidense discutieron incesantemente en torno a una posibilidad que les preocupaba mucho: la tiranía de las mayorías. Encontraron que la mejor manera de proteger a las minorías era limitando el poder y dotando de derechos inalienables a cada individuo, pues todos podemos ser minoría en un momento u otro, en uno u otro asunto. De manera que cuanto más garantista sea una constitución más limitada se verá la soberanía popular. Por otra parte tuvieron que afrontar una cuestión muy peliaguda. La democracia directa, asamblearia, puede funcionar en comunidades pequeñas y sencillas donde todo el mundo pueda opinar y decidir sobre todo. ¿Pero qué son, por ejemplo, los CDO sintéticos y cómo deberían ser regulados legalmente? Mi respuesta es que consisten en lanzar aros, aunque temo que no sea la correcta. Por tanto la democracia representativa, en la que elegimos a profesionales dedicados a tiempo completo a la gestión pública, especializados en tales cuestiones o al menos bien asesorados, aparenta ser mejor opción… Al tiempo que otros asuntos resultan tan importantes en nuestras vidas que sí merecen ser decididos sin intermediarios mediante un referendo. ¿Cómo distinguir unos de otros?

En fin, podríamos continuar desgranando las controversias que la rodean pero la idea está clara. Si la democracia es un reconocimiento de que no existen verdades absolutas (al menos en cuanto a cómo organizarnos) y por tanto debemos encauzar la pluralidad de opiniones en una versión a escala del país llamada parlamento y regirnos por la que sea mayoritaria, parece que ese relativismo afecta al propio concepto de democracia. Sin embargo, y esto es particularmente interesante, es un relativismo que no cae en la resignación y aspira a alcanzar verdades comunes, por ello una parte esencial de la democracia es el debate público, ese que tiene lugar cada día en las cámaras de representación, medios de comunicación, redes sociales y terrazas de los bares. Una ruidosa polifonía de argumentos mejor o peor razonados, chanzas y ocasionales insultos que debe celebrarse en libertad y sin que a nadie le agredan por expresar su opinión. A ella se suma Democracia, una excelente novela gráfica escrita por Abraham Kawa y dibujada por Alecos Papadatos y Annie Di Donna, pues qué mejor manera de comprender la democracia que remontándonos a sus orígenes en la antigua Grecia. Para ello recurre a un ficticio ciudadano de la Atenas del siglo VI a. C. llamado Leandro, cuya peripecia vital estará entrelazada con los hechos reales que posibilitaron la implantación del primer sistema de soberanía popular conocido por la humanidad. Un cambio de régimen rodeado de conspiraciones, violencia y momentos de gran tensión dramática que estaban pidiendo a gritos ser narrados en toda su grandeza. Al fin y al cabo —y como bien señalan en cierto momento de la obra— no es casualidad que el teatro fuera otra de las grandes invenciones griegas: tal como hemos visto en estos meses de fallidas investiduras la democracia tiene también su buena parte de representación teatral… Por otra parte el libro cuenta con un anexo en el que se explica cuáles fueron los personajes reales y los numerosos guiños a su sociedad, creencias y costumbres que encierra la trama y que el lector medio en parte desconocerá pero también encontrará familiares. Pues los griegos no solo nos regalaron la peor forma de gobierno posible con excepción de todas las demás, también un magnífico legado cultural que es, en lo fundamental, el nuestro. En conclusión, una novela gráfica en torno a un asunto que nunca pasará de moda, narrada con fluidez e ilustrada con talento, que respeta la inteligencia del lector y que en principio por el tema abordado se diría destinada a un público adulto, aunque los adolescentes más espabilados también la encontrarán de interés.

Imagen: Alianza Editorial.
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2 Comentarios

  1. Pues sería estupendo que se promoviera una versión en cómic de «La canción de la cabra» de Frank Yerby, que ofrece una visión desde el otro lado de la cuestión, el de ka tiranía de las mayorías.

  2. Gracias por la recomendación

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