Sílvia Pérez Cruz (Palafrugell, Girona, 1983) es una joven cantante catalana que, según en qué fase de su carrera se la descubra, aparecerá como una virtuosa del flamenco, del jazz, del fado, de la música popular o de la música clásica. Si comenzó escuchándola con Las Migas, seguro que pensó que Sílvia era cantaora. Quizá en algún momento creyó que Sílvia tenía raíces portuguesas. Si se encuentra con esta entrevista después del estreno de Cerca de tu casa, posiblemente le sorprenda saber que Sílvia no es actriz y estuvo a punto de rechazar el papel.
Es una mujer de voz dulce y carácter firme que siente debilidad por cantarle a la pena. También es positiva y alegre. Aunque se desenvuelve con seguridad, se le cae el teléfono al salir del taxi en el que acude al hotel donde hemos quedado para entrevistarla. Tiene una agenda apretada, pero saca tiempo para la conciliación familiar, atender a los medios, dar conciertos y posar con calma en la sesión de fotos que le proponemos, aun cuando nos hemos excedido del tiempo pactado. Si tuviera muchas vidas, dice que se especializaría en todo, pero como se sabe mortal, no quiere renunciar a aprender todo aquello que le despierta curiosidad. Aunque eso la haga experta en nada.
¿Se puede?
La pregunta es perfecta para entrar. «¿Se puede?». Hay que pensar que sí, porque si no… Yo creo que sí, que se puede. Soy una persona que tiene esperanza. A veces menos, pero funciono más confiando en que sí se puede, en general.
¿Estás viendo que haya algún atisbo de que las cosas están cambiando? ¿La esperanza es debida a las señales que recibimos, o porque eres positiva?
Porque voy viendo pequeñas señales de humanidad y de sensibilidad… de vida. Creo que se traspasa a todos los niveles. Me gusta mucho buscar paralelismos entre las cosas más pequeñas y las cosas más grandes. Veo que la gente aún siente cosas. Solo por el hecho de que la música que yo hago —que en principio no sería para mucha gente— funcione, que pueda vender discos, me da una esperanza a muchos niveles, porque quiere decir que la gente aún detecta la verdad. Aunque hay momentos en que solo hay pena y cansancio.
¿En la sociedad o en la música?
En todo. Ahora en este momento lo he dicho de la sociedad. En la música… la música es una pequeña sociedad. En el grupo, en el escenario: hay relaciones, igual que en una relación de pareja. Al final es lo mismo, todo empieza en dos, en uno. Y hay momentos en que también pierdes la esperanza.
¿Qué tipo de canción es «Sí se puede»?
Mi filosofía es: puedo todo lo que yo creo, lo que me ilusiona. Si me apetece hacerlo… hace que lo pueda justificar y disfrutar.
¿Los sonidos de la canción son grabaciones de la película o son recogidos de manifestaciones?
Son de manifestaciones. De vídeos diferentes, de grabaciones que me han dado. Es la realidad. Yo quería terminar con esa canción, porque de repente había estado haciendo la banda sonora para una película que habla de casos reales, y en realidad hay una banda sonora hecha por la gente. Me apetecía. Que exista esta canción, mezclada con letras que nacen de verdad… y hacer un experimento: construir no con notas, sino con frases; un patchwork. No es como tomar prestados los sonidos de los pájaros o de un papel roto. En este caso eran canciones… canciones y gritos. También es curioso hacer que encajen armonías de estas canciones con una canción que tú pones debajo, crear una historia, un argumento. Al principio tenía mucha información, puse muchas cosas. Son los créditos de la película, y el efecto que buscaba es dar cuenta de qué es la realidad: que caes en la calle.
Las revoluciones pequeñas.
Pequeñas pero que se basan en todo. La generosidad, la verdad, relaciones de poder… Esto existe en la pareja, por poner un ejemplo. A veces me siento muy punki cantando. No porque hables de ciertas cosas con una voz suave, o le cantes a la primavera, ya no tienes fuerza. Si no sabes disfrutar de la primavera es muy triste. Si no sabes querer es muy triste.
«No hay tanto pan» es una canción que conecta con el movimiento 15M. ¿Domus es un disco de canción protesta?
Domus es un disco de muchas cosas. Nace de una película que va de desahucios, y eso ya determina mucho: es el input externo que tengo, por primera vez trabajo así. Tuve muchos problemas precisamente por el vocabulario y por no cargar y no hablar de cosas que no controlo mucho. Quería hablar del viaje emocional que hacían estas personas. Son problemas que conozco. Habla de la mentira, de la soledad, de la dignidad. Pero en muchos ámbitos de la vida.
¿Por qué cortas la frase y no la acabas («para tanto chorizo»)?
Me encantaba no tener que terminarla, porque todo el mundo lo sabe. Me costó mucho, estuve mucho tiempo pensándolo. Viví durante muchos años en plaza Cataluña, pasaba mucho por ahí, viví de cerca el 15M. Y pensaba: qué bonito que esta frase no haya que terminarla, y con esa información se abre una puerta poética y en cuanto a imágenes muy bonita. Todo empezó con esa frase: porque el pan me conectó mucho con Lorca. Simbolizaba muchas cosas y se me empezaron a abrir muchas puertas. Esa frase me enseñó un poco la manera de escribir la canción. En el plano estructural, simbólico.
Recuerda un poco a «Pequeño vals vienés»
Sí, puse la estructura silábica y la rima de la primera estrofa de esa canción. El «Pequeño vals vienés» es una canción que me ha marcado mucho, precisamente era una de esas canciones que me decían que no interpretase porque la canta mucha gente. Pero yo necesito cantarla, y me ha enseñado mucho musicalmente: paciencia para ir hilándola, gestionar la fuerza y cómo escribir imágenes, y rítmicamente. A ver cómo rima, de qué manera está estructurada. Y, de hecho, en «Smile and Run» digo: «mi alma ya no está en tus azucenas, pero seguirá en mis fotografías». Al final no sale, pero en la película tenía que llevar en la escena unas fotografías. Es una referencia al vals y a «Alfonsina y el mar». Hay citas, hay secretitos.
¿Qué diferencias ves entre tus tres discos 11 de novembre, granada y Domus ?
Todo se va sumando. 11 de novembre es el primero en composición y es muy frágil, porque viene de la muerte y es de un momento muy concreto. Granada son los últimos diez años, todo el trabajo que he hecho de interpretación, trabajar el animal. Y reivindicar la creatividad en el mundo de la versión, de la interpretación. Además de plasmar la manera conjunta de versionar y hacer música que habíamos encontrado Raül [Fernández] y yo los últimos años. Y ahora, una vez lo tienes todo hecho, vuelvo a componer, pero habiendo quitado todo eso de dentro. Cuando vas vaciando, también te crea una paz: no tienes ansiedad por hacerlo todo. Te tienes que preguntar: «¿Ahora qué quieres?». Hay más fuerza. Ya no tengo la fragilidad de la muerte, sino que tengo que trabajar más los extremos. En esta canción también sale el gallo. ¡Ya lo conozco yo, a este gallo! Es muy importante esa canción. Esta es la última de la película, «No hay tanto pan». Crear el orden para el disco también ha sido complicado. Va en contraposición, o ligada, a «Duérmete», que es la última del disco y la primera de la película. Qué bien que el gallo es el que despierta por la mañana: ¡todo encaja!
¿Es Domus la banda sonora de Cerca de tu casa?
Parte. Es la banda sonora, por supuesto, pero luego se le ha hecho un tratamiento de disco. No es coger la música y ya está, y montar el CD, que también era posible. Estuve tres meses más. Cambié el orden: el menú es muy importante. Grabé las voces que habían sido grabadas en directo. En la película insistí mucho en hacerlo en directo porque si no perdía mucha fuerza. Pero en el disco no tenía sentido que no hubiera calidad de sonido, y lo volví a grabar. Algunas canciones duraban muy poquito, cuestión de segundos, y las alargué. Volví a grabar instrumentos, lo pensé como un disco. Son funcionalidades muy distintas. Un disco se escucha en soledad, y en muchos sitios distintos, tiene una vida mucho más libre. En cambio, una banda sonora la oyes con unas imágenes que te van guiando.
¿Por qué primero sale el disco y después la película? ¿Te habías planteado que fuera al revés o que salieran a la vez?
Sí. Por una parte, a nivel práctico: en el cine van muy lentos y nunca sabía cuándo saldría la película y yo había decidido que era mi próximo disco, y tengo todo un equipo que trabaja conmigo, soy responsable de la vida de otras personas, y hay unas energías que son de un momento concreto y que ayudan a poder aguantar el cansancio que conlleva una presentación. Tiene sentido en un momento. También, por otra parte, pensaba que como al salir la película hablaría mucho de qué había supuesto para mí actuar, porque llamaba mucho la atención, me daba mucha pena que se perdiera la otra parte.
No has interpretado nunca, no has sido actriz, no has hecho nunca una banda sonora, y tu tipo de música tampoco es la que más conecta con la protesta. No eras, a priori, el perfil. No eres el primer nombre que se te viene a la cabeza.
No lo había pensado. Eduard me lo dijo y él tenía muy claro que era yo el personaje. Él quería que la actriz fuera una cantante con personalidad musical. Eso lo entiendo, sí: personalidad sí que tengo. A los que me conocen creo que no les extrañaría que pudiera hacer esto. Porque es un tema que toca la política, pero, si no, es un tema que cuadra perfectamente conmigo. Ahora la gente necesita el mensaje, la necesidad de himno.
Pero si dicen «canción protesta» nadie piensa en Sílvia Pérez Cruz.
Las palabras despistan. A mí me dicen: «Queremos hacer una película sobre los desahucios usando la música para explicarlo». Yo pienso: «Desahucios… Hostia, qué putada que te echen de tu casa, y que le pase a tanta gente». Es un problema. «¿Qué le pasa a esa gente?». Yo me olvido de la política. Los desahucios no son de nadie. Tengo mucha empatía y me pongo en el papel de esa gente. Y es mi mundo musical y mi imaginario. Expreso con mis colores los mismos sentimientos que los rockeros. Me enfado, estoy contenta, me enamoro. Todos sentimos lo mismo pero tenemos colores diferentes. Eduard no quería un musical. También insistí en que no fueran actores de musical, sino que fueran actores a los que les apeteciera cantar, pero trabajar desde la fragilidad y la verdad, buscar ese punto de «no todo se aguanta». Y él en cuanto a sonoridad buscaba algo especial que le sorprendiera un poco. He trabajado mezclando arte siempre, desde la escuela de mi madre (tocaba el saxo mientras pintaban los niños) hasta fotógrafos, danza, teatro… Lo único que es raro para mí es lo de actuar. Dije que sí porque era lo que había hecho siempre, que es trabajar en equipo, con artistas que trabajan con disciplinas distintas pero para contar lo mismo. Casi nadie quería a mi alrededor que hiciera la película. Era muy arriesgado. Pero para mí era una oportunidad de aprender rodeada de grandes profesionales, grandes personas, con mucha valentía y libertad para contar una historia tanto a nivel artístico como social, sumando diferentes disciplinas artísticas para contar una misma historia. Pensaba: «Qué bien poder aportar algo social con arte de una manera tan concreta —y no solo con mis valores—, de una manera más poética, más abstracta». Estamos acostumbrados a que nos digan cosas muy bestias y a no reaccionar, y la música te pega.
Nunca se sabe si tendrás más oportunidades de hacerlo.
Exacto. Y con un equipo profesional, de verdad, con una humanidad brutal… que esto cuesta mucho de encontrar, cada vez lo veo más. Se me ha dejado hacer lo que quería y cuesta mucho. Además, como era un tema tan complicado, casi nadie se quería meter en televisión, y teníamos mucha libertad. Era una oportunidad de descubrir cosas que no conocía, y a mí me gusta buscar. Por ejemplo, el musical tampoco es un género que me guste, pero pensaba que debe de haber una manera de justificar que alguien cante en una escena y que no sea inorgánico. Y quería buscarla. Tardé mucho. He borrado de mi mente la palabra musical. «Musical sobre los desahucios». Horrible. No: vamos a contar una historia, y yo sé que puedo usar cuando quiera una canción. Ya está. No tienen que ser muchas ni pocas. Me lo planteaba así: a ver cuándo la veo. Con los guionistas ha sido un trabajo muy bonito.
¿Los guionistas construían la historia y tú ibas metiendo en ese guion dónde tenía que ir una canción?
Sí, yo me sentaba con ellos y me decían: hemos escrito esto. He visto todas las escaletas, el nacimiento de todas las historias. Eso nunca lo ve nadie, para mí era una oportunidad preciosa. He entendido mucho a los personajes a partir de las canciones que les he hecho. Me hice un mapa emocional del personaje, con unos círculos para ver cuál era el máximo y el mínimo. Sé lo que comparto cantando con una actriz, porque hay cosas en las que nos agarramos en lo mismo, pero no tengo ni idea de qué sé hacer, y no quiero hacer el papel de mi vida si no sé lo que es actuar. Pero con el mapa, en cada círculo, que era cada escena, me ponía la letra de una canción que a mí me hiciera sentir lo que sentía el personaje. Me lo contaba a través de la música. No puedo mentir. Había sitios en los que no veía nada, y de repente hay una palabra o una cara que te conecta con algo y dices: ¡ahora! Me voy a mi casa a componer.
Por eso antes de interpretar «Compañero» tuviste que entenderlo bien.
Más que entenderlo, conectar. «Compañero» está grabado sin saber bien de qué va, de una manera loca: yo sola, a las cuatro de la mañana, porque claro, lo de la maternidad tiene sus cosas. Iba a grabar de madrugada y volvía, y luego Raül grabó encima, una cosa muy absurda que hicimos. En Nueva York, cuando cantamos, vino Jordi Graupera y me empezó a explicar el poema, y me dije: «Uy, ¿en serio?». Y de repente vi todo el cuadro. Me fui a mi casa y empecé a leer toda la historia y me puse a llorar como una loca… no sabía si quería saber tanto. Me metí en la piel. Pero me sirvió para las luces —porque siempre me pongo un poco en todo—, para las tres etapas. Son canciones muy largas, que si no das instrucciones de uso te puedes perder. También a veces dudo de si hay que contar tanto, porque cada poema lo lee cada uno como quiere, pero, en ese sentido, creo que sí que tengo que conectar de una manera u otra. Entenderlo a mi manera. Es importante, cambia mucho esa canción de saberlo a no saberlo.
¿Tienes algún caso cercano que haya sufrido un desahucio?
Cercano, cercano, no. Ahora he conocido a gente, por la película.
¿Has hablado con gente desahuciada?
No, al principio quería hacerlo, pero no fue posible con las personas con las que lo había intentado. Y al final la verdad es que no hizo mucha falta, porque con los guionistas había charlas semanales durante mucho tiempo y tenía suficiente con lo que me decían. El director sí que había ido a asambleas y había hablado con gente. Conocía de lo que se hablaba.
Hay dos nombres con los que te han relacionado: Björk y Ada Colau. Fueron las que te empujaron a decir que sí.
Claro, es que dicho así… Yo también lo leí, y me dije: «Bueno, tampoco es así». Voy a intentar concretar. [Risas]. Esto era en febrero, y justo esa semana me había impactado cómo Ada Colau había estado hablando, y pensé: «Qué interesante el contenido de lo que dice y lo bien que lo construye». Estaba reflexionando sobre ella. Esto, por una parte. No hay que darle más importancia de la que tiene. Pero sí que la tenía en mente. Y Björk es una artista que admiro mucho. No soy de escuchar muchos discos de nadie, pero cuando los escucho por primera vez veo si me impactan o no, y es una persona que me impacta y me inspira. El referente para entender el tipo de musical que quería, me ayudó. No volví a ver su película musical, la había visto hacía años, pero no la volví a ver porque no quería que me influyera. Y entendí la libertad que me iba a dar, que era un trabajo de autor… y eso me gustaba.
¿Te imaginas que te nominan al Goya a mejor actriz revelación?
[Risas] ¡No!
Y si se equivocan al dártelo…
[Risas] No, no. No me imagino que me nominen. Soy consciente de que no soy actriz. Tengo muchos amigos actores y es una profesión que respeto mucho y entiendo menos. Lo he hecho con todo mi amor, con mucha humildad. Hice lo mismo que me enseñaron los actores cuando vinieron a cantar las canciones, que lo hicieron con mucha humildad y verdad, confiando en mí. De lo que más contenta estoy, en cuanto a actuación, es de que estaba en el sitio, estaba allí en ese momento, y tranquila. Y como no tenía afán de nada, estaba feliz. Yo creo que escucho bien. Pero claro, la música también tiene mucho de escuchar.
¿Te planteas repetir?
Antes siempre decía que no, y ahora… Hay algo de estar ahí dentro que ha sido muy bonito, muy mágico. También se lleva con el momento vital. Yo en ese momento no estaba muy fina y me ayudó mucho. Le tengo un cariño a este mundo. Ahora no diría un no rotundo, me lo pensaría.
¿Sientes debilidad por las canciones tristes?
Desde muy pequeña he cantado canciones tristes, no sé por qué. No sé si porque en casa eran las que más se cantaban. El humor en la música lo descubrí con el flamenco. Ya tenía dieciocho o diecinueve años. Aprendí que se podía reír con la música. Sabía que la música era para pasárselo bien, me lo había contado mi gran profesor de saxo, Manel Mañogil Lucas. Eso fue una suerte también: la gente que te encuentras por el camino. Este señor me dio unas clases de vida muy importantes. Canto canciones graciosas y no pasa nada, pero como decía un amigo mío: cantemos canciones tristes para ser felices. Es como una purga. Yo me lo tomo en serio, pero conecto con muchas cosas. Sí que hay una tendencia a lo triste, pero también puedo disfrutar de lo otro. Y lo voy descubriendo. Pero una canción de ir al estómago —«Pequeño vals», «Compañero», «No hay tanto pan»…—, una canción con que puedas mover el instrumento para que vibre todo, me gusta. Es todo un camino, cantar. Con el tiempo he ido aprendiendo a cantar más enteramente. Antes cantaba de espaldas y solo con la cabeza, luego con las manos, luego con el cuerpo, y a pensar como en una esfera: cantas hacia atrás también. Hay un tipo de canción que me permite más que pille el trance. El humor me va muy bien como juego. ¡Es que la música tiene tantas caras! Pero para el trance sí, son canciones potentes.
«Aniquilando», por ejemplo.
Con «Aniquilando» tienes que encontrar la manera. «Aniquilando» después de «Compañero» era muy bestia. Hay una explicación de «Compañero» para alertar: vamos a viajar. Vas creciendo y creciendo, y acabas con «Aniquilando». El orden es importante. Por ejemplo, en un concierto si pones «Compañero» y «Pequeño vals» juntas, se anulan. Hay que poner entrecot, luego sorbete… el menú.
En tus inicios cantabas con tu padre en las tabernas de Palafrugell. En una fiesta privada, cuando terminaste de cantar, te dijeron que habías cantado su pena.
Me lloraban. Me decían que hacía tiempo que no lloraban. Mi madre me dice: «Cuando cuentas lo de las tabernas parece que ibas con una cestita con sardinas, descalza por las tabernas». Mi madre se ríe mucho de mí. El otro día en una entrevista de radio llamó el de la taberna y hablaba de ese momento. Y yo le preguntaba: «Es verdad, ¿no?», porque yo ya no sé lo que cuento, ya he perdido la noción. «Hombre, claro —decía—, tú eras una niñita y todos querían que cantaras tú». Entraba en silencio, cantaba cuatro canciones con mi padre… era un momento extraño, porque era yo la que cantaba. Yo cantaba con mi padre porque nos veíamos poco y era la manera de comunicarme con él, pero igual eran dos veces al año. Hay un momento muy importante a los doce, cuando yo noto la necesidad de cantar, de decir: «Esto es muy bestia». Me enganché. Y hacer el primer bolo… igual tenía trece o así. Y, sobre todo eso, ver a la gente… eran cuatro, ¿eh? Solo con que hubiera una mujer viniéndome a contar a mí que hacía tiempo que no lloraba… Y pasó varias veces. Pensé: «Esto es grande». Yo me quería dedicar a algo que removiera a la gente, que hiciera que sintieran vivos. Y, de repente, pensaba: «La música, que para mí es tan natural, que no pienso si es una profesión ni nada, de pronto se junta con todas las demás ideas a su alrededor». Descubrí más tarde que a mí también me salva.
¿Te gustaba Lola Flores?
Lola Flores me impactó mucho. Mi hija se llama Lola por Lola Flores. Es una mujer que me creo, potente. Me encantaba esta mujer.
Tu tradicióncomo cantante no es flamenco, ¿cómo puede ser que tu primer proyecto potente fuera con Las Migas y te convirtieras en cantaora?
Yo había hecho grupos antes. Pero es el primero que sale en prensa. Desde los trece años he estado en grupos, desde ese primer sueldo yo estuve trabajando. Hice cosas chulas, pero es verdad que con Las Migas es el primer proyecto personal importante. Empezamos Marta y yo, y luego vinieron Isabelle y Lisa. Estuve siete años y medio. Lo del flamenco fue cuando entré en el ESMUC, que me preguntaron por qué no cantaba flamenco, y dije: «¡Vale!». Es verdad que la voz, más que mediterránea o flamenca, es ibérica. En toda la Península hay gente que canta así. Conocemos más el fado y el flamenco, pero lo de los melismas es general. Esto lo descubrí más tarde con Coetus, que dije: ah, se canta así en toda la Península. Entonces el flamenco tiene cabida ahí. Ahora, el proyecto, lo bonito es que era muy personal. Se encontró un sonido personal. La personalidad es lo que resiste. Y no nacimos con pretensión ninguna. Yo no iba de cantaora. Ayer recordaba que hicimos gira por festivales de Italia. ¡Y bailaba! [Risas]. Salía y me marcaba mis coreografías. Y en los tarantos me levantaba a bailar. Y pienso: «Qué bonito, pero ¡estás loca!». Cantaora no soy.
Podía ser tanto flamenco como fado, porque era lo que sentías.
En aquella época estaba estudiando jazz. Cantaba en inglés y tenía un poco de desconexión con mi emoción, por el idioma. Al ponerme con el flamenco, volví al estómago, a sentir. Me había alejado de la Sílvia de Palafrugell, de la manera de cantar. Me estaba deconstruyendo y estaba creando una Sílvia nueva. Es el principio de esta etapa, de descubrir estilos y buscar lenguaje.
Toda esa mezcla es la Sílvia de hoy.
Sí. Yo estaba aprendiendo. Yo me siento músico. Como todos mis amigos, te vas formando con músicos que te explican una cosa y otra, y yo no quería ser ni cantaora ni cantante de jazz, sino cantar canciones. Ahora lo tengo muy claro: canto canciones y emociones.
Por eso es tan natural que en un mismo disco cantes en diferentes idiomas, con diferentes estilos, parezcas cantaora, parezcas la nena de les havaneres. Lo pareces todo y lo pareces de verdad.
Yo no lo pienso. ¿Sí se puede? ¿Qué canción se puede? La que yo siento de verdad. Hay dos cosas: componer o interpretar. Al final, todas las canciones las canto como si fueran de otros. Pero bueno, cuando compones, como cuando cocinas: con lo que tienes, haces. No voy a hacer una canción de tal estilo. No. Voy montando. Además, no estoy pendiente de nada, ni de modas ni de nada, no sé nada de lo que pasa, no me entero. Igual que cuando escucho a alguien, que me da igual lo que sea. Hay mucho artista de discurso. Tienen una imagen brutal, lo hacen muy bien en las entrevistas… Ni siquiera sé cómo sobrevivo. Pienso que es un milagro. Curro mucho, ¿eh? Igual ahora parece que no, soy muy currante, pero sí que todo se mueve mucho de aquí [estómago]. La forma ya no existe. En cuanto a cantar ya estoy en otra fase. La composición es más lenta, he hecho menos. Pero yo ahora cantando simplemente necesito estar conectada… no con la canción, sino con ahora. Esa felicidad: estoy aquí. Me juego mucho. Me juego mi felicidad.
No eres cantaora, no eres cantante de fados, no eres artista de jazz… tocas todo y todo encaja perfectamente en tu disco. El artista especializado en un estilo, ¿se puede sentir incómodo con alguien como tú?
Creo que no. Mi actitud es sincera y no he sido nada intrusiva. Nunca me he sentido intrusa en ningún sitio. Tengo mucho respeto. Y tengo muy claras mis limitaciones. Creo que son necesarios los dos tipos de artista: el que cuida las raíces y el que va sacando ramas. A mí me interesa más, porque solo tengo una vida, porque si no me haría especialista de todo, y luego haría lo que hago. Me gustaría saber más, pero si tengo que elegir, prefiero lo que hago. Me gusta trabajar mucho con el material popular, es muy generoso, permite crear e investigar sin perder la parte popular, la música para compartir. Por eso me gustan artistas como Caetano Veloso o Enrique Morente, porque son gente que conoce mucha tradición, y a la vez son muy valientes, y buscan y buscan… y eso a mí me encanta. Con los pies en la tierra pero tocando las estrellas. Mi padre, por ejemplo, con las habaneras era muy purista. Era el que cuidaba, buscaba canciones antiguas. Y yo le desmontaba todo. Pero bueno, él a la hora de opinar era muy de corazón, lo tenía clarísimo. Mira que era un tío humilde, pero cuando había que hablar del gusto… «Esto me gusta, o esto no me gusta, no sé por qué, pero no me gusta».
A Tarantino o Woody Allen nadie les pedirá que se ciñan a un género.
Yo me siento supercentrada, en realidad. Puedo hacer muchas cosas en la vida. Estoy en la música y el mundo de la música es muy amplio. Pero al final es todo muy centrado. Simplemente canto. Hay una manía por desgranar para poder hablar de ello. En la prensa hablas con palabras, y precisamente lo que yo defiendo no va con las palabras. Me parece que la manera que he encontrado más sencilla es: canción y emoción. Creo que se explica un poco, y en granada también era una declaración de intenciones, en este sentido. Todo son canciones, no es tan distinta una de otra, también a la hora de interpretarlo. ¿Quién canta? Sílvia, y Sílvia es todo eso: su padre, su madre, su mar, los paisajes.
Hablabas antes de Morente. En una entrevista decíais que tuvisteis un momento crítico, de creatividad, Raül y tú, y encontrasteis finalmente el arrojo escuchando a Morente.
Sí, hubo un bloqueo, pero lo normal. Era un disco que pensábamos que haríamos a la primera, como grabando en directo. En la imaginación, que grabé con Colina, fue un disco que grabamos en una mañana. Ese sí. Es un disco de este momento. Pensamos que granada sería así y no. Se tuvo que buscar la manera. Tampoco es tan grave. Sí que hubo un momento de duda de si había que hacerlo, o dejarlo en los directos. A mí lo que me pasó es que escuché a Morente y me dije: hostia. Lo que hablaba antes de la valentía. Vi que estaban buscando. Saben tocar esto tradicional y perfecto, pero hay una búsqueda de adolescente. El otro día estaba en Buenos Aires y conocí a Juan Falú, un guitarrista argentino brutal, y tenía el peso del abuelo pero la valentía del adolescente… y eso me encanta. No quedarse quieto en el sitio. Yo veía eso en Despegando, que estaban buscando algo. Me afectó personalmente. Son dos personajes muy inspiradores, los dos. Lo que pasa cuando se juntan y por separado.
Decías que granada se grabó de madrugada, después de acostar a la niña. ¿Cómo se combinan maternidad y música?
Muy difícil. Es muy difícil, y además no hay referentes, y los que hay no son muy buenos. Además, al estar rodeada de hombres… y los hombres suelen tener a la mujer que se queda con el niño, con el referente. Yo no. Me he tenido que montar mi manera. En muchas cosas. Es un puzle, intentar entender, aunque nadie te entienda. Hay que luchar por lo que es importante. No puedo hacer giras largas. Estoy contenta, porque yo tenía claro que quería vivir la maternidad y que la música me hacía muy feliz, y que quería que Lola tuviera una madre feliz: es una cadena que tenía que funcionar. Pero no hay modelos.
Estando con Las Migas en un concierto, un espectador te gritó: «¡Guapa!». Y al darle las gracias dijiste: «Tengo una niña de tres años. Lo digo ahora que luego cuando se enteran salen corriendo».
[Risas] ¿Yo dije eso? ¿En serio? Qué loca… ¿Ves? Canto penas, pero luego hago el imbécil. Pero sí que hay humor, porque por ejemplo en En la imaginación me dijeron que hablo del desamor pero con dignidad, y la dignidad también tiene algo de reírse: no que se rían de ti, pero reírte tú.
Y el humor tierno: Albert Pla, las nanas…
Son texturas, colores. Hablar y hacer humor entre canción y canción sirve para poder respirar todos un poco. Yo la primera. No se puede estar serio todo el rato. Y también me encanta mostrar la fragilidad, porque hay esto del artista, el escenario y las luces… me gusta la humanidad. Vale, estoy aquí, pero ahora estoy haciendo un poco de médium, de canal para que cantemos las penas de todos, pero en realidad es lo mismo. No me gusta regodearme.
¿Imaginabas que el éxito sería así?
Primero hay que determinar cuál es el éxito. A mí una frase que me dijo Álex Sánchez, de Universal, la persona por la que entré a la discográfica, me sirvió… Yo estaba muy preocupada por entrar a la discográfica, porque sabía que era un cambio grande, con 11 de novembre. Tenían que entender muy bien cómo era yo, respetarme. Soy libre igual. Pero me dijo: «La fama es lo que tú quieras». Y es verdad, yo decido cómo es. Tú puedes decidir a qué público te diriges, qué producto ofreces, a qué cosas dices que sí, a qué cosas dices que no. Tú tramas tu fama. Y es verdad. El éxito no es de ninguna manera. Ahora, el éxito del que estamos hablando, para mí, por ejemplo, ¿cuál es el éxito? Haber construido un equipo fenomenal… ese es mi mayor éxito. Crear un equipo humano que funcione, gente que brilla sin que sea su oficio, por actitud. Respetar todos los roles, y que funcione, y hacer un proyecto que siga siendo personal y funcione… esto es para mí el éxito.
¿Cuál es el punto de inflexión del éxito en tu carrera?
Para mí, 11 de novembre. Total. Porque ahí es donde se crea el equipo y se entra en la discográfica. El equipo empezó a tener estructura. El crecimiento es exponencial y cada vez se entera más gente, y hay un día que parece que ha sido de repente… pero en mi caso, no. En mi caso, ya estaba.
En Cataluña ya se te conocía.
Sí, ha sido un crecimiento constante.
Lo más escuchado en Spotify es «Pequeño vals vienés».
Creo que el vídeo con más visitas en YouTube es «Veinte años», con mi padre. En Spotify no tengo ni idea. No tengo Spotify.
Leonard Cohen dice que adaptar el «Pequeño vals vienés» le costó ciento cincuenta folios y una depresión.
Es de las canciones más difíciles que he cantado. Raül no la quería hacer, porque decía que ya la había hecho mucha gente, y yo insistí: «Es que lo necesito». Fue un viajazo, porque es muy larga. Es como «Compañero». Hay que saber gestionar muy bien toda la energía, porque si lo dices todo al principio, ya te la has cargado. Y entender las palabras… es un gustazo. Las imágenes… Si te dejas llevar por ella, más que tú querer cogerla por la cintura, el camino es brutal. Esta canción es un gustazo. Está muy bien construida. Va creciendo… va de las profundidades del mar al cielo. Creo que es muy terapéutica, también. No solo para cantarla, escucharla también. Te hace ir ahí abajo, sonoramente; con las imágenes también, pero melódicamente te obliga a ir abajo y te obliga a ir subiendo pero consciente de lo que va pasando. Y al final es un renacimiento, una explosión.
¿Tiene más de Lorca o de Cohen?
No lo sé. Creo que tiene mucho de los dos. Yo no entiendo mucho… creo que es muy Cohen, pero… todos tenemos Lorca en la vida. Yo había cantado mucho a Lorca, y pensé: «Este es un Lorca que me obliga a mí a haber vivido otras cosas». Es un Lorca maduro. O al menos necesita que el que lo lea o lo cante, sea… es para mayores de edad. Los veo mucho a los dos. Veo a las dos personas, una al lado de la otra.
Desde que sacaste granada, ¿ha habido algún concierto en que no hayas cantado «Pequeño vals vienés»?
En los conciertos de granada lo cantábamos siempre. Ahora en los conciertos que voy sola también lo canto. Cuando voy a quinteto de cuerda no. He hecho algunos conciertos para reencontrarme y esta es una de mis preferidas.
La que odiarás dentro de veinte años.
No, porque tampoco es mía. Es curioso, porque a mí la gente me pide «Gallo rojo» y «Vestida de nit», en los conciertos. «Pequeño vals», ahora, de vez en cuando. Pero la que me piden más es «Gallo rojo», sin duda. Me fui a Uruguay y me la pidieron. Siempre la canto al final. Tiene un mensaje que está bien que quede, pero lo hago porque musicalmente es muy intensa. Yo la he cantado con muchos formatos, esta canción. La empecé a cantar con un cuarteto de cuerda para un concierto para los brigadistas que quedaban vivos de la Guerra Civil. Creo que hace ocho o nueve años. Y dije: «Esta canción me va a acompañar». Es curioso que te pidan canciones que son de otros. El otro día ya me pidieron «No hay tanto pan».
¿Compones para otros?
¿Para que canten otros? Uy, no. Compongo tan poquito, y es tan personal… No me lo he planteado nunca. He hecho alguna cosa para cine, que me lo piden otros… pero para que lo cante otro, no. No me lo ha pedido nadie. Algún artista me ha pedido componer juntos, o hacer intercambios… pero no.
Pero sí le has pedido a alguien que te deje cantar en su concierto.
Ah, sí… tenía muchas ganas de cantar. Y estaba en ese momento de cambio en mi vida. Soy una persona de dar mucho. Y recibir también hay que saber. Y pedir. Soy muy respetuosa, pero era un amigo mío [Marco Mezquida], que tocaba, y pensaba: «Bueno, ya me dirá que no, si no quiere». «¿Puedo venir a cantar?». Tenía una necesidad de cantar… no tenía bolo en aquella semana, supongo… Era en un club, en el Jamboree, y me dijo que sí, y yo: «Pero seguro, ¿eh?». Y pensé que qué bien, simbólicamente para mí era muy importante.
The Handsome Family dijeron que es frustrante trabajar dos años en un disco y que luego la gente lo escuche en un teléfono. ¿Te frustra?
A mí me hace tanta ilusión que alguien me escuche… Me parece un milagro que alguien te escuche y te vayas a Chile y la gente se sepa canciones porque las han mirado en YouTube. En cuanto a calidad siempre hay una reflexión cuando estás sonorizando, porque dices: «La mayoría de la gente lo va a escuchar en MP3». ¿Para quién hay que hacerlo? Hay que pensar para quien escucha bien la música, nosotros, los referentes que tenemos. Es extraño, ese momento… porque en cada sitio se escucha diferente. Pero vamos a hacerlo como lo queremos escuchar nosotros. Luego eso lo adaptamos para que en el MP3 haya la información que tenga que haber. También es responsabilidad de quien lo escucha, cómo lo quiere escuchar. Pero no me hace sufrir. Me hace más feliz que lo pueda escuchar alguien.
Le has cantado a un cuadro.
Sí, hace poco. Fue bastante increíble. También tengo que decir que estaba agotada. Salí a las seis de aquí [Barcelona], me fui a Madrid, todo el día de entrevistas hasta las nueve y media, y luego al Prado a cantarle a El jardín de las delicias del Bosco. [Risas] Hablé con mi madre, porque mi madre es historiadora del arte: «A ver, cuéntame algo». Iba leyendo cosas y sí, me acordaba de cuando era chica, pero quería saber más. Mi madre me decía: «Tú te plantas ahí, lo miras como si fuera una persona… te gusta, no te gusta». Claro, si quieren hablar de arte, ya llevarán al historiador de arte. Es como me pasa a mí con las canciones: yo lo que quiero saber es lo que opina el que no sabe de música. Lo que buscamos es que la gente no piense, que sienta. Me dije: «Haz lo mismo». Muy bonito entrar al Prado de noche, eso sí. Y ver Las Meninas sin nadie. Eso fue brutal. Pero llego, me pongo ahí, y uf. Digo: «Vaya telita con el cuadro». [Risas]. Era como en movimiento, una película. Pregunté si se podía cerrar y me dijeron que no. Es para un documental que hacen: si fuera una música, cómo sonaría, a nivel estructural… Era bonito hacerlo. Había muchas capas. Es un cuadro supermagnético pero es agotador. Quizá es que estaba muy cansada. Miraba el cuadro: «Es que hay mucha peña, ahí, ¡hay mucho vicio ahí! [Risas] ¿Qué le canto? ¿A qué parte?». Iba para aquí, para allí. No sé qué canté. Creo que canté «Aniquilando», en el medio. Luego canté como un fado por ahí [habla como si tuviera el cuadro delante, señalando], un verso de «Compañero», y luego hice solo sonidos.
¿Y está grabado?
Sí. Salen varios artistas: pensadores, filósofos… Hay gente importante. Yo no sé qué hago ahí. No se me hacía extraño porque con mi madre hacían ejercicios, los niños. Mi madre estudió Historia del Arte, y cuando daba clases a los de dieciocho, dijo: «Aquí nadie tiene opinión de nada. Si les pongo diapositivas, nadie sabe qué opinar». Y dijo: «Me voy con los niños». Se fue con los de tres años y daba clases de dibujo con una guitarra. Era esa idea. Creó una escuela del arte que se llamaba Alartis, que era para todos. Era una escuela de expresión, donde te dan espacio y recursos, desde los dos años. Es una manera de entender: fuera las fichas, las líneas, la repetición.
¿En Girona?
Estaba en Palafrugell. Ahora ya no está, estuvo muchos años. A los niños con dos años les ponían unos caballetes, folios, pintura… y pintaban con frutas, y yo a veces tocaba el saxo. Era una revolución: «¿Tú qué sientes?». Yo he vivido eso. Este día para mí fue muy simbólico: verme delante del cuadro fue como recuperar todo aquello. Y es muy importante, más de lo que pienso. A mí me ha influenciado mucho esta manera de mi madre. Porque yo no pienso si es un estilo o es otro. Tú coges una fresa o coges lo otro.
¿Como la improvisación?
Sí, en actitud: simplificar. Esta manera de entender ayuda en todo. Mi madre me enseñó una manera de mirar: una canción, la poesía, un cuadro, esta mesa, la fotografía… todo. Cómo se ordenan, cómo relacionas las cosas. Eso sale de ahí. La improvisación… con mi profesor, Manel, iba a clases de saxo clásico. Allí leías una partitura, siempre la misma, y yo iba cambiando [risas]. Porque una vez, bien, pero dije: «Cambiémoslo un poco». Y me dijo: «Existe una música que se llama jazz donde puedes improvisar». Y el tío me introdujo, y fue brutal. Entonces me fui al jazz, por la improvisación. Que cada uno haga lo que quiera. Pero eso es un engaño, porque a veces también en el jazz se crea una estructura y son menos libres que otros. La improvisación bien entendida. La improvisación también es una actitud. Ahora por ejemplo con el quinteto de cuerda, son clásicos: hemos quitado las partituras, hemos quitado la matemática, nos hemos encontrado con nuestras emociones… y esto es un abismo para el que tienes que estar preparado. Fue muy fuerte el primer día. Y la improvisación a veces es la valentía de cambiar solo una dinámica, ir de fuerte a flojo. Que no te digan lo que tienes que hacer, sino pensar tú qué quieres hacer, aunque sea muy poquito. Permitirte esto. Eso a mí me interesa mucho, porque a veces en el momento de improvisación ya entra más la repetición. A mí lo que me gusta es la libertad y la valentía. Eso está en todo. Preguntando, cantándole al cuadro… No sé cómo le canté al cuadro.
¿No te has visto todavía?
No, no… Es muy abrumador, intenso. Es para mirarlo muchos días, es como una telenovela. Es una película. Reconocía que era brutal, pero me afectó: era dulce, como una fruta, que parece que lo puedas lamer. Parece que tenga sabor, olor. Y de repente ves las miradas, que nadie se mira, tanta gente… ¡agotador! Pero te ibas y seguías pensando. Había valentía en ese cuadro.
¿Te hacen muchas propuestas de este tipo?
Yo tengo la sensación de haber estado siempre haciendo cosas: compartir, mezclar cosas. Ahora cada vez te proponen más actividades: buenas y malas. Pero de este tipo… ahora no recuerdo ninguna. De cine ahora me están saliendo cosas. Danza ya he hecho algo y me lo he pasado muy bien. Una de las cosas que hice para mí más importantes cuando llegué a Barcelona, antes de Las Migas, era con Sergi Sirvent, un pianista, y con Damián Muñoz, de danza contemporánea. Hicimos un espectáculo en el Espai Lliure, que era chulísimo: danza, piano y voz.
Lo tienes en la web. Que, por cierto, está muy completa.
Sí… hemos tardado mucho. Pero hay un desfase temporal. No sé si a vosotros os pasa en algo. Pero a veces ocurre que cuando creas algo, lo creas en soledad, y es tu presente. Cuando lo compartes, seguramente ya estás sintiendo otras cosas. Es curioso, porque hay que aprender a hacerlo. Ahora creo que el momento que vivo más presente es cuando voy sola con la guitarra, porque puedo cambiar todo al momento, de manera simple, me digo: «Creo que musicalmente yo soy esto». Pero con la web, por ejemplo, claro: cuando terminamos yo ya estaba en otra cosa. Ahora lo haría de otra manera, pero fue un currazo. Nos lo curramos mucho todos. Todo el mundo que está aquí, en este equipo, los que perduramos, somos muy trabajadores y muy de corazón. Si no nos gusta algo, no funciona. No puede haber basura. Es muy cansado, porque es más lento… pero cuando terminas todo tiene sentido.
¿Alguna vez has abandonado algún proyecto?
Tengo la sensación de que no. Hacer Domus llevó muchas horas. Puedes jugar con la magia del estudio: parar, ir para atrás… Vas creando mientras grabas. Hay muchas crisis, cosas que se pierden… En Domus he aprendido a desechar. Aunque me guste, decir: «Esto no funciona». Lo aprendí mucho con los guionistas. Cambiaban el guion y yo pensaba: «Entonces, ¿qué es lo importante?, ¿dónde está el esqueleto?». Cosas que pensaba que eran inamovibles y al llegar me decían: «No, esto ya lo hemos quitado». Y yo también hice el ejercicio. Hay que aceptar que hay cosas que no funcionan. Hay que guardar, ya nos servirá más adelante.
Los guionistas estaban muy involucrados, hacíais un crowdfunding. Todo el equipo se volcó con el proyecto a nivel económico.
Sí… Yo me olvidaba del dinero, porque yo soy muy mala empresaria, pero… en mi caso, no sé cuánto daba, el 50% del sueldo o algo así. Es un proyecto que es bonito porque quien se mete es porque quiere meterse. Y eso hace que la gente esté entregada. Es la parte positiva de la crisis. Me duele decirlo, pero sobrevive la necesidad: quieres hacer, quieres crear. Entonces creas con sentido, no pensando en la remuneración. Porque igual mucha gente está viviendo de la publicidad, que ahí sí que hay dinero… pero el dinero te permite pedir lo que quieras, y mal pedido… y ahí la gente estaba diferente, parecíamos adolescentes. A tope por la causa. Y a nivel humano y de generosidad se notaba, y eso es un lujo. Porque trabajar con profesionales pero sin humanidad no vale la pena.
¿A quién escuchas ahora?
¿De ahora? No, nadie. Yo antes no escuchaba música. Solo en el coche. Y un disco lo puedo escuchar tres años. Durante mucho tiempo estuve escuchando a Nick Drake, y Henry Mancini. Me recordaba a un amigo. Y en el coche quiero música que no me haga pensar, porque me ponen música y me vuelvo loca. Por eso con una canción tengo suficiente. Pero en casa no, nunca. Silencio. La música la he vivido mucho en directo. Necesito un poco de relax. En casa, un poco más de juego. Ahora me he mudado a la montaña y hay más silencio, y pongo más música… porque ya voy sobrada de silencio. Últimamente estoy escuchando mucho a Billie Holiday y a Jackson Five, que nos da alegría por las mañanas.
¿Te inspiras en música alegre para luego componer música triste?
Sí, sí… [Risas]. Está todo ahí, ¿eh? Soy muy bromista. Soy muy sensible, en general. Puedo cagarme de la risa o [hace un puchero]. Me pongo mucho en la piel de la otra gente y voy de culo. Pero me gusta mucho el humor, y el cachondeo. No es que me interese más la tristeza, es que creo que llego más lejos. Me olvido del cuerpo… son unos segundos en la vida, pero es muy bestia. La risa une mucho, pero con la tristeza, aunque es un viaje en solitario, es como si conectaras con la pena de otros por debajo de la tierra, o por los ombligos. Cordón umbilical colectivo. La gente aplaude más cuando cantas una canción alegre… pero con «Compañero» la gente se ponía de pie en medio de la canción, sin que fuera la última canción del concierto. Era un ritual. Siempre pienso en el primero que se levanta: como en los pájaros, que hay uno que va delante… y le ha tocado y aguanta. Eso lo contaba mi profesor de improvisación, Agustí Fernández, en el ESMUC.
¿Te planteas escribir?
¿Escribir? ¿Libros? No, no [Sorprendida].
Si lo piensas, no sería tan raro.
Nunca lo había pensado. Lo de letrista es un poco como lo de actriz. Son terrenos que no tienen nada que ver. Estoy aprendiendo. Estoy contenta porque en la escritura he notado cambios del 11 de novembre hasta aquí. He reflexionado en cosas diferentes, se abría un camino nuevo. En 11 de novembre había una purga: la forma era basta, no me preocupaba porque necesitaba hacerlo, no me daba vergüenza, era una necesidad. Ahora con Domus ha habido un trabajo. Estuve mucho tiempo para hacer las letras. Es un misterio, pero siento que he aprendido cosas. A la escritura le tengo el mismo respeto que a la actuación, siento que no es mi terreno.
El letrista y el poeta…
Sí, pero yo lo de ser letrista me lo he encontrado. Yo lo que he estudiado toda mi vida es música. El terreno que yo conozco es la música. Y a partir de ahí entro en sitios nuevos. Las palabras tienen su ritmo, su música. Cuando conecto con un poema es porque entiendo su música y solo tengo que sacarla. Pero es muy rápido: cojo un libro y, ah, este.
¿Feliu Formosa, por ejemplo?
Sí, fue así. Lo veía: tres-cuatro. Pero fue muy graciosa la película que yo me monté. Yo había entendido una cosa, Gisela fue a hablar con él y dijo: «No, no, esto habla de una prostituta de Berlín». Yo pensaba que era su amada muerta. Lo hice afrancesado, como si fuera un barrio pequeñito de París. Y fui a ver la calle y era una calle ancha, fea. No tenía vida. Y me pareció divertido: «¡No he entendido nada, pero qué bonito!».
Una de las canciones más sencillas y divertidas del disco es «Ai, ai, ai». ¿Cuál es su historia?
Al final de la película la niña sale bailando una canción de Shakira, pero como no tenían los derechos, me dijeron que hiciera alguna canción tipo Shakira. [Risas]. Yo ya había compuesto todo, ya se había acabado para mí esa fase, y tuve que ponerme a pensar en hacer una canción que fuera como de Shakira: bailable, con ritmo. Fue muy raro y muy divertido. Decidí hablar desde la niña, con sencillez.
Una entrevista que podría haber firmado cualquier peródico. Le falta «chicha» y devaneos para ser línea JD.
Uff, interesantísima a todos los niveles, sobretodo respecto a lo humano y en la manera humilde en que nos lo cuenta todo…y con sentido del humor!!…que más…genial! hace tiempo que sé que eres grande Sílvia!….
Fotografias preciosas y muy concordes como es ella, sin artificios,,,que es cuando es más bella.
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Con Silvia no sirve la web, no sirven los discos. Es su magnetismo y fuerza que se aprecia apenas desde la butaca de sus actuaciones que te llega.
Puro mar y estrella , Silvia abraza a los suyos despues de «vomitar» sus canciones y todos participamos en ese festin de sensaciones.
Unica, irrepetible, tanto como cantante que como mujer.
Lírica, humanidad y belleza a partes iguales. Una gran suerte para los demás que existan personas como ella y creaciones como las suyas.
Quienes han parido la entrevista han conseguido una joya; las preguntas, las respuestas y las imágenes -¡qué imágenes!- contienen «verdad» por sí mismas.
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Cada elemento por separado es un pequeño gran disfrute, y el resultado final es un gozo de los que no cesan…
Mi agradecimiento a todas las personas que lo han hecho posible, con especial énfasis para Sílvia y para Joan.
Muy buenas fotos, ayuda la expresividad de Silvia claro.
Me encanta su voz pero no la elección del repertorio ni los arreglos.
Y como colombiano me toca cerrar los y reír
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Entrevista maravillosa y Silvia una persona espectacular,profunda
Fascinant/esplèndida/radiant/sencilla/remou emociones /
La vaig veure ahir al Festival de CAP Roig 31/07/2107
Dues pararles: Fantàstica i Única. ETS un amor Silvia!!!
Una molt fan teva
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Pero si dicen «canción protesta» nadie piensa en Sílvia Pérez Cruz.
¿¿EN SERIO??