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Libros para leer, libros para pensar, libros para mirar

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Fotografía: Ginny (CC).

Jot Down para FNAC

Leer

No son pocos quienes, ante ciertos fenómenos editoriales de dudosa calidad, afirman eso tan manido de «al menos, consiguen que la gente lea». Bueno, leer es fenomenal, desde luego, pero como dicen otros que tampoco son pocos: «para leer eso, mejor no leer nada». No estoy de acuerdo con ninguna de las dos sentencias; tal y como yo lo veo, para leer algo malo, mejor leer algo bueno.

Parece una obviedad porque es una obviedad, pero claro, no siempre nos apetece escudriñar profundas introspecciones psicológicas ni adentrarnos en textos hercúleos que cambien nuestra percepción de la existencia. A veces solo queremos leer. Sin más. Divertirnos, entretenernos, acompañar a personajes que no somos nosotros en aventuras que no vivimos nosotros. Con frecuencia se ha catalogado a la literatura escapista de género menor, pero qué quieren que les diga, escapar es tan necesario en la vida como poder tomarse un vermú a la una de la tarde de una tarde de primavera. Solo hay que elegir el escape correcto.

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Fotografía: vanderfrog (CC).

Piensen en la Odisea, en Tirant lo Blanch o en La isla del tesoro. Quizá Homero, Joanot Martorell o Robert Louis Stevenson pretendían algo distinto, pero sus obras no dejan de ser pura diversión, puro escapismo. Del bueno. Y no hay que fijarse solo en los clásicos; hay cientos, miles de libros contemporáneos cuya misión esencial es el disfrute despreocupado del lector. Llevarle de viaje por el tiempo entre escritores románticos y magos egipcios, como hace Tim Powers en Las puertas de Anubis; quitarle años de encima hasta volver a ser un niño del extrarradio, como hace Elvira Lindo en Manolito Gafotas; o llevarle de paseo por la Barcelona de 1992 con asombrados ojos marcianos, como hace Eduardo Mendoza en Sin noticias de Gurb. Pero si buscan algo aún más reciente, adéntrense en el Área X que Jeff VanderMeer nos abre en su trilogía Southern Reach. En Aniquilación, Autoridad y Aceptación descubrirán un territorio abandonado por la civilización, solitario y boscoso, casi selvático, sujeto a leyes ajenas al ser humano y a la propia lógica de la naturaleza. Un paisaje que no debería existir;  tan intrínsecamente extraño pero tan magnético que, por mucho que les estremezca, no podrán resistirse a la necesidad de regresar. Aunque ya hayan cerrado la última página.

Pensar

Pensar es lo más importante de nuestra especie. Lo que nos distingue y lo que nos define. Ya lo decía el filósofo: «Pensar es un placer, genial, sensual. Pensando espero al hombre a quien yo quiero, tras los cristales de alegres ventanales». O algo así, que tampoco soy yo un experto en grandes honduras del intelecto. Para eso siempre pueden acudir a los tochos fundamentales de la literatura universal y que ellos les activen las neuronas. Qué se yo, En busca del tiempo perdido de Proust, La insoportable levedad del ser de Kundera, Ensayo sobre la ceguera de Saramago o ¡Hala Madrid! Sobran los motivos de Tomás Roncero.

Ahora bien, hay días donde queremos descubrir algo que nos haga pensar casi sin darnos cuenta porque, vaya, no siempre tenemos el cerebro para farolillos pero nos resistimos al deleite de lo insustancial. Ahí es donde la mejor ficción especulativa llega a nuestro rescate.

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Fotografía: Literaturlärm (CC).

¿Que son ustedes personas muy concienciadas con las desigualdades sociales pero ya tienen desgastado El capital? Lean Los desposeídos de Ursula K. Le Guin y conviértanse en un nativo de la luna anarquista de Anarres, donde hasta el verbo «poseer» ha desaparecido, y comprueben la extrema diferencia con el capitalismo exhibicionista del planeta Urras. Por el contrario, ¿es usted una persona que cree firmemente en la inalienable libertad e individualidad del hombre pero Ayn Rand le parece una petarda insufrible? Coja una novela de Philip K. Dick. Ubik, El hombre en el castillo, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, SIVAINVI… Prácticamente cualquiera, en serio. Porque todas describen, de forma explícita o soterrada, las lucha de los protagonistas contra un Estado realmente totalitario, pese a sus apariencias. De hecho, su totalitarismo es tan extremo que ha modificado hasta la propia estructura de la realidad. ¿Quieren reflexionar sobre los problemas de género pero la tercera ola del feminismo les da un poco de respeto? Abran Justicia Auxiliar y embárquense gracias a Ann Leckie en una sociedad futura donde la inteligencia artificial está formada por miles y hasta cientos de miles de humanos operando en mente colmena y donde cada uno de ellos pertenece a una nave espacial y son, en sí mismos, la propia nave. Pero sobre todo, comprueben lo incrustado que está el género masculino en la literatura de ciencia ficción, en la literatura general y hasta en los propios mecanismos del lenguaje y el pensamiento. Porque en esa sociedad hiperevolucionada, los géneros han perdido toda importancia y, de hecho, la lengua no los distingue. Tal es así que, aunque mantienen los mismos dos sexos de la humanidad convencional, en su idioma no existen los pronombres masculinos, solo los femeninos. Al cabo de unas cuantas páginas se darán cuenta de que su cerebro ha entrado en un curioso conflicto cada vez que denominan «ella» a un personaje que ustedes saben que es un hombre. Y quizá entenderán la cantidad de veces que, a lo largo de la historia de la literatura, han dado por hecho que, sin especificarlo, el protagonista era un hombre.

Mirar

Todo empezó con el libro de las mutaciones, el I Ching. No con los resultados del oráculo chino, sino con la manera en que los caracteres se colocaban en las páginas. Tan importante era el contenido como la estructura gráfica: distintos tamaños, distintas presiones del pincel, distintas posiciones; conformando así una verdadera expresión pictórica. Casi tres mil años después, entre 1913 y 1916, Guillaume Apollinaire publicó sus Caligramas. Las letras y las palabras se despegaban de la rigidez del renglón para flotar libremente en trazos, a veces figurativos y a veces puramente plásticos. En los años treinta se les encuadró en la denominada «poesía concreta», porque aislaba al poema como entidad per se. Esto es, las ataduras clásicas como el ritmo o la rima perdían gran parte de su envergadura en favor de la comprensión del poema como objeto único y, por tanto, de la investigación visual o espacial que propusiese.

Pero si los Caligramas buscaban desatarse de reglas explorando libremente, el colectivo OuLiPo hizo justo lo contrario: se autoimpusieron límites. Fundado en París en 1960 por Raymond Queneau, el grupo llamó a esta técnica Littérature à contraintes. Escritura con restricciones. Podían ser fonemas, palabras, ecuaciones matemáticas o incluso el movimiento del caballo en el ajedrez.  

El mejor ejemplo de este método puede ser El secuestro, donde George Perec concibe un tormentoso cuento de misterio en el que es el propio lector quien debe resolverlo. En principio no es muy distinto de otros: se nos exponen indicios, se nos introduce en el enredo y se nos dirige por un confuso bosque de señuelos. Creemos conocer lo que sucede, pero volvemos por nuestro recorrido sin comprender que no es nuestro, sino el que Perec pone conscientemente en nuestros pies. Y entonces, de repente, nos detenemos de leer.

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Fotografía: Emi Yáñez (CC).

Y comenzamos a mirar. Y a remirar, arriba y abajo, por cada una de las doscientas ochenta páginas que tiene la novela en su estupenda traducción en español. En ese momento nos damos cuenta de cuál es la ausencia que siente el protagonista, Tonio Vocel. De qué es lo que le han secuestrado y de quién es el autor del rapto. Si miran el párrafo anterior, que apenas es una obtusa imitación de Perec, quizá lo vean. Falta una letra. Y créanme que me ha costado un triunfo componer un párrafo de noventa palabras omitiendo una vocal; pues el escritor galo escribe una novela de trescientas veinte páginas sin usar en ningún momento la «e»: la vocal más frecuente en francés. Por eso la traducción necesitó hasta diez manos —las de Marisol Arbués, Mercè Burrel, Marc Parayre, Hermes Salceda y Regina Vega—  y por eso es tan formidable. Porque además, rizando el rizo, sustituyeron la «e» por la letra de mayor empleo en lengua castellana. La «a».

Y si quieren seguir explorando en la literatura para mirar, lo mejor que pueden hacer es encontrarse con Mark Z. Danielewski, quien lleva desde que publicó House of Leaves en el año 2000 convirtiendo la lectura en una experiencia absoluta. Como dijimos en esta misma revista, los libros del escritor neoyorquino no se leen de adelante a atrás, sino desde todas las direcciones; hay que girarlos, doblarlos y hasta salirse de ellos. Bailar en círculos a su alrededor como en Only Revolutions o sumergirse en la policromía textual de The Fifty Year Sword.

MIGUEL BUSTOS

Como todos los años, abril es el mes del libro en la FNAC. Para 2016 cuentan con el ilustrador Miguel Bustos, quien les ha diseñado tres bandoleras promocionales que resumen los tres conceptos sobre los que se asienta la campaña de este año: Leer, pensar, mirar.

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13 Comments

  1. Pingback: Libros para leer, libros para pensar, libros para mirar (Jot Down) | Libréame

  2. luchino

    Muy buen artículo.
    Por supuesto que a veces leemos por puro escapismo, lo tengo muy claro y no tiene nada de malo, en todo caso, es mucho mejor eso que evadirse con el fútbol, o fumando, o cosas aún peor.
    Me encantaría leer Los desposeídos, de U. Le Guin, pero está descatalogado. Si tienes otras noticias, por favor avisa.
    Hay un libro antiguo que contiene 5 novelas cortas, cada una de ellas escrita sin una de las vocales, obviamente, la A y la E son las mas meritorias.

    • Roberto

      Ha de poder conseguirse en línea por métodos legales, ilegales o alegales. Es una novela muy recomendable.

    • Está incluido en el omnibus de Los mundos de Ursula K. LeGuin que sacó hace poco Minotauro. Si no bibliotecas públicas, yo lo leí así.

  3. ¿¿¿Manolito Gafotas??? ¿En serio? Anda que… Ôo)-~

  4. Roberto

    Sobre el uso de pronombres: a mí me volaron la cabeza las dos elecciones de Ursula Le Guin sobre sus personajes de Gethen en diferentes obras. Las historias de Gethen (y la novela Los desposeídos) forman parte del universo «del Ekumen» o «hainiano», en que la gente del planeta Hain se expandió por la galaxia hace como un millón de años y se perdió el contacto, hasta alrededor del siglo XXII o XXIII. Pues bien, en Gethen los hainianos hicieron un experimento extremo y son hermafroditas, con ciclos hormonales influidos por el entorno que dan preeminencia a un sexo sobre el otro y llaman a los terrícolas y el resto de la humanidad «perversos», porque los ven como personas continuamente en celo. En la novela «La mano izquierda de la oscuridad» se usa el pronombre «él» e imaginé a los gethenianos como «hombres atenuados», pero en el cuento «Rey de invierno en Karhide» y en otro que se llamaba algo parecido a «Mayoría de edad» se usa el pronombre «ella» y los imaginé como mujeres. Me impresionó mucho que el lenguaje pueda influir así.

  5. ehte.guau

    Para mí que hay mucho prejuicioso suelto. Llamar tocho a «La insoportable levedad del ser» es fijarse sólo en el título. No lo recuerdo ni largo ni difícil de leer.

  6. MA Lopez

    Excelente artículo. Yo misma tengo dos clases de libros diferenciados, según como me sienta cada día: libros de evasión (para leer) y libros de reflexión (para pensar). En esta última categoría no puedo dejar de nombrar a Jorge Luis Borges, en especial Ficciones y el Aleph. Esta literatura estalla en tu mente y una vez la lees (y la reflexionas) sus ideas te persiguen, con nuevas interpretaciones y perspectivas literarias.

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