Música

La pulsión nazi del rock and roll

Imagen: Editorial Libros Crudos.
Detalle de la portada de Mercancía del horror: fascismo y nazismo en la cultura pop. Imagen: Editorial Libros Crudos.

BUF son las siglas de la British Union of Fascism, Unión Británica de Fascistas, partido formado en 1932 por Oswald Mosley. Tomó como referente la ideología fascista de Mussolini para su programa y se alineó con el NSDAP de Hitler en los años treinta. Asqueroso, sí, pero la bandera del partido molaba mucho. El flash and circle fue adoptado, no se sabe si voluntaria o involuntariamente, por los americanos Grateful Dead, por ejemplo, convirtiéndose en su logotipo y un símbolo que es habitual ver en camisetas del grupo, parches en la cazadora, etcétera. Lo lucen sus fans por todo el mundo. Aunque más notorio es el ejemplo de David Bowie. Para la portada de su álbum Aladdin Sane de 1973 se lo pintó en la cara. Es su imagen icónica. Después de su muerte, cientos de miles de fans por todo el mundo se lo han colocado en su avatar de redes sociales. Niños y adultos se lo pintaron en la cara en el último carnaval. El símbolo fascista ha dado la vuelta al mundo gracias al rock and roll y la pregunta que cabe hacerse es: ¿estaba vacío de contenido?

Jaime Gonzalo es uno de los fundadores de la revista Ruta 66, dedicado ahora a investigar la contracultura y cultura popular en densos y jugosos volúmenes, como la serie de Poder Freak. En su última entrega, Mercancía del horror: fascismo y nazismo en la cultura pop (Libros Crudos) ha analizado cómo en el rock and roll sobrevivió durante años buena parte de la imaginería nacionalsocialista en un juego de seducción entre la provocación y el morbo a la que se prestó este estilo de música, sus artistas y sus fans. ¿Pero habría que tomársela en serio? Según Gonzalo, al que le remitimos unas preguntas, mejor que no: «Naturalmente que no hay que tomárselo en serio, como tantas otras cosas de la vida, empezando por uno mismo. Son muchos los judíos que en ese sentido relativizan, el libro está lleno de ejemplos: desde los escritores y lectores de stalags, las novelas pulp que transcurren en campos de concentración y donde los prisioneros son vejados sexualmente y deshumanizados con todo lujo de detalles, hasta el jewcore y esas bandas que ridiculizan al hardcore neonazi y se permiten bromear con el Holocausto. Esa paradoja hebrea constituye sana materia de reflexión».

Eso no quita que en el caso del rock and roll la tentación ha estado presente desde los primeros días, desde que Chuck Berry cantara «hail, hail, rock and roll» en 1957 hasta nuestros días, con ejemplos como los eslovenos Laibach, el nombre que los nazis dieron a Liubliana cuando la ocuparon en la Segunda Guerra Mundial, cuyo atrezo incluye todos los complementos del III Reich, aunque ellos manifiestan que son «tan nazis como Hitler pintor», y hay que entender que surgieron en el contexto de un país comunista que tenía penas de privación de libertad para cualquier tipo de apología del fascismo. Cada uno tiene una excusa. Chuck Berry también daría una explicación, pero lo cierto es que en cincuenta años de cultura rock las referencias nunca han cesado. Desde el primer día. En Estados Unidos la fascinación por la simbología fascista surgió inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los propios veteranos los que se trajeron del frente la parafernalia aprehendida al enemigo. En la California anterior a la revolución hippie y el verano del amor también aparecieron los nazi surfs o punk surfers.

Nos lo explica el autor: «En la cultura surf californiana de los primeros sesentas, las bandas urbanas encuentran un equivalente en pandillas de surferos adolescentes de actitudes intimidatorias. Entre su simbología se encuentran cruces de hierro y cascos de la Wehrmacht. No son los primeros en utilizar esos adminículos disuasorios, antes ya lo han hecho veteranos de la guerra reciclados en motoristas, pero sí quienes lo popularizan. En ese sentido es indicativo que el diseñador Ed Roth empiece a comercializar dicha parafernalia nazi surf en una gama de productos —cascos de plástico, colgantes, medallas, camisetas, etc.— dirigida no ya tanto al mercado adolescente como al infantil».

Tomando este instante como punto de inicio, el libro estudia el fetichismo de la simbología nazi y fascista de la cultura pop y el rock. Manifestaciones culturales no alineadas con ninguna ideología per se, pero que dejaron un reguero de encuentros con el totalitarismo. Por ejemplo, Brian Jones, primer guitarrista de los Rolling Stones, se dio un paseo por Munich junto con Anita Pallenberg vistiendo un uniforme alquilado de las Waffen SS. Más adelante dio una sesión fotográfica en la revista danesa Borge en 1966 en la que aparecía vestido con el mismo uniforme aplastando con su bota una muñeca. Imagen que luego fue a parar a la portada del single Obediencia de nuestros Gabinete Caligari. Y también Keith Richards tenía esa debilidad. Apareció en televisión en el Ed Sullivan Show con una casaca de las divisiones Panzer tocando «Have You Seen Your Mother, Baby, Standing in the Shadow?».

Otro, Keith Moon, se dejó fotografiar caracterizado como Hitler. En su caso con cierta parodia, porque posaba junto a Viv Stanshall, de la Bonzo Dog Doo Dah Band, disfrazado de Himmler, que hacía de ventrílocuo con un mini-Führer que era el batería de los Who poniendo mueca constreñida.

Certificando el fin de la era hippie, en Iggy & The Stooges las alusiones fueron frecuentes. Ron Asheton, su guitarrista, raro era que no apareciese con una cruz de hierro colgada del cuello, como después hizo Lemmy con Motörhead. La bandera de la esvástica se colocó como telón de fondo en algunos conciertos. Una de las fotos más impactantes de la formación era una en la que Ron aparecía vestido de nazi con brazalete incluido degollando a un Iggy envuelto en sangre. Pero eran simpáticas caracterizaciones, sin más, explicó el guitarrista: «Yo no era nazi, la bandera simplemente formaba parte de mi colección. Había tenido novias judías y colegas negros, no era mi intención promover o justificar el nazismo en absoluto. Tan solo me gustaban los uniformes». Su siguiente grupo tras disolver los Stooges se llamó, vaya, The New Order, derivado del Neuordnung hitleriano. Aunque, según cita Gonzalo, fue una decisión más contraproducente que otra cosa: «Aquello fue una lección de cómo no conseguir un contrato discografico en una industria gestionada principalmente por judíos».

Keith Moon y Viv Stanshall. Imagen cortesía de Vivian Stanshall Archive.
Keith Moon y Viv Stanshall. Imagen cortesía de Vivian Stanshall Archive.

New York Dolls, precursores tanto del glam como del punk, también tenían a Johnny Thunders poniéndose el brazalete con la esvástica en sus fotografías oficiales vestidos de putones. En los estertores de su carrera, el infausto mánager Malcolm McLaren ensayó con ellos proponiéndoles una estética provocadora a más no poder en Estados Unidos, que era vistiéndoles de rojo con una hoz y un martillo dentro de una estrella gigante como fondo de escenario. Era 1975 y no les hicieron ni caso. Pero ahí quedó, un doble coqueteo con las estéticas totalitaristas.

En el hard rock la cosa iba por los mismos derroteros. Blue Öyster Cult, en su mejor LP, Secret Teatries, de 1974, antes de convertirse al AOR, aparecían en la portada con un ME-262, el primer avión a reacción de combate desarrollado en el III Reich por la compañía Messerschmitt. El guitarrista Eric Bloom, quizá más célebre a día de hoy por el sketch de Saturday Night Live de «Needs more cowbell» que por BOC, salía dibujado con una capa y sosteniendo en su mano la correa de varios pastores alemanes. ¿Les gustaba la aviación? ¿Y los perros? ¿era todo una coincidencia? Fuera como fuere, las tiendas de discos en Alemania se negaron a vender ese elepé.

El recorrido por los setenta sería interminable. Ian Hunter, de Mott the Hoople, tenía una guitarra con forma de cruz de malta. Los propios Kiss, por muy judío que fuese Gene Simmons, pasearon por todo el planeta un logotipo en el que las dos últimas letras eran las SS con la misma forma rúnica que las SS nazis. Se dijo que en realidad eran rayos, pero en Alemania, desde 1980, sus discos se comercializaron con un logo neutralizado con dos S que ahora parecían dos Z del revés.

Ron Asheton con Iggy Pop. Imagen Columbia Records.
Ron Asheton con Iggy Pop. Imagen: Columbia Records.

En la new wave, el grupo más paradigmático del movimiento, Blondie, llevaba el nombre de la perra de Hitler. Cuenta el autor que Debbie Harry se acostaba con su novio Chris Stein, guitarrista del grupo y, por otra parte, judío, con una bandera del III Reich colgada del techo. Dee Dee, de los Ramones, coleccionó toda su vida insignias nazis y reliquias de la guerra. «Reuní tantas que empecé a comerciar con ellas. Me fascinaban los símbolos nazis, me encantaba encontrármelos entre los escombros. Tenían mucho glamur. Eran preciosos. A mis padres aquello no les gustaba nada. Una vez me encontré una espada de la Luttwaffe en una tienda. Un gran hallazgo, era preciosa. Cuando la llevé a casa mi padre se cabreó mucho. Me dijo «¿Te imaginas la de compatriotas nuestros que murieron por culpa de esa espada?»». Y del coleccionismo, de esta pasión morbosa, las referencias nazis se colarían irónicamente en las letras de los Ramones en canciones como «Today your love, tomorrow the world» («I´m a Nazi schatze / Y´know I fight for fatherland») o «Commando» («First rule is: the laws of Germany / second rule is: be nice to mommy / third rule is: don«t talk to commies / fourth rule is: eat kosher salamis»).

Siguiendo con la escena neoyorquina, si hubo un caso que llevó la simbología nazi hasta la hilaridad fue el de los Dead Boys. Su cantante Stiv Bators se hartó de llevar esvásticas en camisetas y cazadoras. Repartía medallas nazis entre su público. El bombo de la batería estaba decorado con las siglas de las SS y el hombre que la aporreaba, Johnny Blitz, también llevaba esvásticas por todas partes en la cazadora. Y le pudo salir muy caro. Así se narraba en Por favor, mátame, la crónica del punk de Nueva York de finales de los setenta, qué ocurrió un día que le apuñalaron unos puertorriqueños:

Tenía cinco heridas alrededor del corazón. Resulta que cuando yo oí las sirenas de la policía y me metí en el taxi, los polis vieron a Johnny [Blitz] con todos los órganos fuera. Se supone que no tienen que moverte hasta que llegue la ambulancia, pero estaban tan turbados que lo recogieron del suelo, lo metieron en el asiento trasero del coche patrulla y se lo llevaron a Bellevue. Si hubiesen esperado a la ambulancia, Johnny estaría muerto. Los médicos se pusieron a trabajar inmediatamente, pero cuando el cirujano vio la esvástica de Johnny, se detuvo. El cirujano era judío. Un médico negro se acercó y dijo: «No podemos dejarle así, tío». El médico negro le operó durante ocho horas. Y le salvó la vida. El tío se enrolló.

Así podríamos seguir hasta la saciedad. El trabajo de Jaime Gonzalo se detiene en grupos como Motley Crüe, que colocaron en el calendario el «nazi wednesday» para pasear maqueados de nazis por Sunset Boulevard, antes de entrar a valorar otro tipo de fascismo, que es el que lleva componentes raciales en Estados Unidos y que cristalizó a través de grupos de hardcore como Agnostic Front. Pero en lo tocante al rock and roll frívolo y hedonista, ¿por qué la obsesión?

A lo largo de la obra se dan varias respuestas. La esencial es la relativa al tabú de posguerra. Para las nuevas generaciones el nazismo significaba una forma de mal absoluto, pero a la vez los nazis salían en las películas, eran personajes que se confundía en las ficciones lúdicas de la época, y hasta estaba presente en los juguetes, como soldaditos, con los que se entretenían los niños. Llegado un momento, la comunión entre la estética macarra y el universo filofascista era hasta natural. «Provocar es también consustancial al rock y al periodo de nuestra vida en el que mayor lógica le encontramos, la juventud. Si el nazismo se basa en gran parte en su capacidad propagandística, como lo hace la democracia, nada más natural para alguien que desea llamar la atención que utilizar esa propaganda en sentido inverso», opina el autor.

Un caso paradigmático es el del grupo español Ilegales que viene analizado en Mercancía del horror. Cuando compusieron su canción de bucólico y evocador título «¡Heil Hitler!», se vieron inmersos en una gran polémica como era de esperar, pero su significado era meramente generacional. Liberador o emancipador incluso. Primero veamos la letra:

Hippies,
no me gustan los hippies.
Hippies,
no me gustan los hippies.
Hay una cosa que se llama jabón
mata los piojos y te quita el olor
¡Heil Hitler!
Nazis,
simpáticos los nazis.
Nazis,
conozco muchos nazis.
En la noche alemana,
los judíos rezan
¡Heil Hitler!
Rockers,
que pasa con los rockers.
Rockers,
yo soy un rocker.
Diez años de lucha solitaria,
son suficientes para reventar.

Y ahora la explicación de Jorge Martínez en el programa de radio Grande Rock en 2010: «Tuvimos muchos problemas con ella. Por eso hicimos la canción, para tener problemas. Ese miedo a tabúes como al nazismo del momento y ese miedo a contradecir a los hippies era a lo que teníamos que enfrentarnos (…) los hippies se habían convertido en una clase represiva. El movimiento se masificó y muchos ocupaban puestos de poder con el PSOE o con lo que fuese y eran realmente una muralla contra cualquier novedad (…) Y entonces dije, vamos a darle por el culo a todos estos hippies y tocamos «Heil Hitler», y en ese momento me puse una gorra nazi e hicimos el saludo a la romana y la gente se volvió loca, nos querían matar (…) Al día siguiente en el estudio de grabación estuvo sonando el teléfono toda la mañana, y nos ofrecieron doce contratos y cada uno subiendo el caché. La contrapublicidad funciona».

No obstante, hay un sentido más poderoso que trasciende la gamberrada. Tal y como declaró Bowie en la revista Playboy en 1976, Hitler fue una suerte de teen idol en su momento. En las fotos en las que se le veía rodeado de adolescentes, estas tenían la misma actitud y comportamiento histérico que las fans de los Beatles. El Duque lo aseveró sin ningún tipo de duda ni rodeos: «Hitler fue una de las primeras rock stars. Mira noticiarios de la época y fíjate cómo se movía. Creo que era tan bueno como Jagger. Es asombroso. Y tío, cuando tomaba el escenario, cómo se trabajaba al público. ¡Señor! No era un político. Era un artista mediático. Empleó política y teatro para crear ese rollo que gobernó y controló el chiringuito durante doce años. El mundo no volverá a ver nada parecido nunca. Manipuló a un país entero (…) La gente no es muy brillante ¿sabes? Dice que quiere libertad, pero cuando se le ofrece la oportunidad pasa de Nietzsche y escoge a Hitler porque Hitler desfilará y hablará, y la música y las luces surgirán en los momentos estratégicos».

En el artículo sobre Eva Braun de la Jot Down número 14 está documentado que el Führer tenía que lidiar con mujeres que se acercaban hasta su casa desnudas bajo chaquetones militares con la intención de que las desflorara. Le lanzaron ropa interior en los discursos y hubo casos de chicas que pretendían, arrojándose al coche que llevaba a Hitler entre la muchedumbre, que él se bajara a socorrerlas tras el atropello. Hitler habló de patria e identidad nacional, cosas bonitas para el público nacionalista de la época, Alemania para los alemanes básicamente y esas cosas, y difundió fotografías y discursos apasionados. El quid de la cuestión es que hay que ver que el esquema no fue muy diferente en los años cincuenta, cuando en Estados Unidos se crea la industria del rock, un negocio orientado a lucrarse con el dinero de los adolescentes, que por primera vez tuvieron capacidad de gasto, vendiéndoles líderes carismáticos que en lugar de patria le cantaban al nuevo bien absoluto: el amor romántico y la diversión.

En cuanto a la propia naturaleza del fanatismo por el rock and roll, Gonzalo también señala en su libro que encuentra similitudes con el comportamiento de los fans del rock y las masas que se dejaron atrapar por los totalitarismos. Primero, por el elitismo, «componente inalienable del rock», detalla, «la comunidad consumidora de esa cultura rock es como esas organizaciones que dicen disponer de la llave de la sabiduría, vetada al resto de los mortales. Una élite superior con sus dogmas, sus consignas, símbolos y ceremonias, cuyo principal cometido es elevar al individuo por encima de las masas, de la chusma popular. Los nazis fueron las primeras rock stars, los rock stars fueron los segundos nazis».

Para apoyar este punto de vista, Gonzalo recurre al pensamiento de Wilhem Reich. El rock sería una segunda «familia» para el fan, y según Reich la familia era la fábrica de la ideología y de los pensamientos reaccionarios. Si en este núcleo se hallan los solitarios, los incomprendidos, los rebeldes y los disconformes, los supuestamente antisociales, este funcionaría como red para evitar «la insignificancia social», «acabar degradado a vulgar clase inferior». Fue el mismo mecanismo que empleó el fascismo para seducir a sus huestes. El autor nos lo aclara también por mail: «El rock proyecta autoridad, algo a lo que someterse, como la religión, y muchos han encontrado en ese vasallaje un sentido a su existencia. Que rock y nazismo se fusionen no es tan antinatural, por lo tanto». De modo que al final volvemos a lo de siempre: cuando el hombre no cree en nada pasa mucho frío.

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15 Comentarios

  1. Antippasti

    En ocasiones veo nancis

  2. Los nazis llamaban Laibach a la ciudad eslovena de Liubliana porque daba la casualidad de que los habitantes de habla alemana (formaba parte del Imperio Austríaco, llamado Austro-Húngaro después) siempre la han llamado así, desde hacía cientos de años. Y antes había gente de habla alemana por todos aquellos lares, así como eslovenos, húngaros…

    Ya bastante mal hicieron los nazis como para atribuirles, sin razón, otras cosas.

  3. No entiendo bien la alusión a Agnostic Front…

  4. El juego de tronos es tambien estética nazi.

  5. carutinho

    No veo a Marilyn Manson por ningún sitio..

  6. Gran artículo. El rock siempre ha jugado a esa provocación light (o hard,en ocasiones)en cantidad de temas: sexualidad, drogas, política.La mayoría de veces desde la más pura inconsciencia. Transgresión tontuna seguidista. Solo gente brillante como Bowie o Ilegales han sabido interpretar de qué iba el juego. Acojonar a esa mayoría de mediocres q conforman la sociedad.

    • Pijus Magnificus

      De acuerdo contigo en que todo esto no es más que, utilizando tus palabras, transgresión tontuna seguidista. O, afirmo yo, afición a los disfraces, sin más.
      Y, no es por nada, pero si esa panda de jovenzuelos con ganas de tirarse chicas que conforman la mayoría de los grupos de rock, tuvieran repajolera idea del daño que hizo el fascismo a la sociedad, no se vestirían así. O, por ser aún mas radical, si hubieran sufrido en sus carnes las gracietas de los nazis, no les quedarían ningunas ganas de hacer el capullo.
      Debo ser un mediocre, pero a mí me acojona el fascismo, y haré todo lo que pueda para que no vuelva. ¿ Qué se puede hacer ? por ej., no votar PP.

  7. Miguel Muzquiz

    Ay no es cierto! Puros argumentos circunstanciales.´Hail ´ no es lo mismo que ¨Heil¨. Chuck Berry no tiene ni pizca de nazi, por favor.

    • Con el mismo argumento, te diría que la apología del comunismo/anarquismo entra en la misma esfera – Rusia, China, Cuba, Venezuela, Libia…- . Y recordemos que «nazi» viene de «nacional socialista», no de «fascista» ni de «neoliberal».
      Lo triste es que hoy día en este país hay que atacar al contrario con expresiones como las que empleas para ser socialmente aceptado. Si no, hay que callarse para no ser linchado. Y ni soy de derechas ni voto al PP ni a C’s, por si pretendes entrar por ahí.

  8. El sexador de gárgolas

    Ws olvidáis el «Third Reich ‘n Roll», de los Residents.

    http://www.residents.com/historical4/classic/page11/files/stacks_image_1883.png

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  11. Hay un disco de los Residents que tiene mucha tela con este tema

  12. Vaya, al rock’roll de haber existido, le habrían dado pa’l peo en el II Reich.De hecho catalogaron al Swing «Negermusik» (Música de negros) dentro del gran apartado de arte degenerado. No quiero ni pensar lo que habría durado Bowie con su estética glam.

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