En el punto que estamos de repercusión social con Making a Murderer, tema candente en cualquier conversación de WhatsApp o corrillo de máquina de café, es prescindible un resumen de los hechos y se hace necesario ir más allá del atascado «¿Es Steven Avery inocente?». Lejos de breaking news, vídeos virales y artículos hechos para el clic —que si la exmujer ahora dice esto, que si mató a un gato, que si una petición de perdón a la Casa Blanca, etc.— la reflexión sobre los aspectos éticos y morales de la producción de este documental refleja los tumultuosos tiempos que vivimos en estas disciplinas.
(Antes de todo, si usted no ha visto Making a Murderer, The Jinx, Paradise Lost, y The Thin Blue Line, o escuchado el podcast Serial, le recomendamos que lo haga ya que el texto está plagado de SPOILERS. Y si lo hace poco a poco, capítulo a capítulo, lo saboreará más y analizará mejor).
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«Making a Murderer trata sobre la justicia, no la verdad», titula Lisa Kern Griffin, profesora de Derecho de Duke, en el New York Times. El documental quiere presentar un punto de vista alternativo desde las pruebas, los juicios y la ciencia a lo que ha dictaminado el sistema judicial. Nos da el material para establecer nuestras propias conclusiones, pero no nos dice lo que pensar, simplemente levanta una simple pregunta: ¿Ha sido un hombre inocente condenado por un asesinato que no cometió? Lo hace con una narración aguda y cautivadora, emocionalmente efectiva, que ilumina las imperfecciones estructurales del sistema judicial estadounidense.
Refuerza lo que ya creemos: las estructuras de poder pueden cometer errores y a menudo están corruptas. Se trata de un sistema judicial (el estadounidense) fundado en la fe ciega del trabajo policial imparcial, la ciencia forense y fiscales adalides de la verdad. Pero ¿cuántos de estos pilares concuerdan con la realidad? Esos errores del sistema unas veces están cargados de ignorancia y otras veces de malicia, y en muchos casos de ambos componentes, pero su motivación no cambia su capacidad de alterar o destruir una vida (y varias) para siempre. Aquellos en los que los yanquis confían para la protección de sus vidas son los mismos que pueden dañarlas. El concepto de justicia descansa, por lo tanto, en seres humanos mejores que los ciudadanos. Y es un concepto en el que una increíble cantidad de estadounidenses cree, la mentalidad de que los fallos en la justicia con Steven Avery no existen, la mentalidad de que la policía son los buenos de la película, la mentalidad de que si no tienes nada que esconder, ¿por qué no vas a dejar que la policía pase a echar un vistazo?
Esta serie documental de Netflix fomenta una conversación de diez horas sobre las debilidades estructurales que padece el sistema judicial estadounidense a la hora de administrar la justicia: que los ciudadanos están a merced de aquellos que llevan una placa, que el sistema hará lo que esté en su mano por ocultar sus errores («error humano» es lo que llama la policía a un afroamericano tiroteado), que el sistema funciona por diseño contra la gente inocente (y pobre) previniendo de una justicia real. Especialmente inquietante es lo último mencionado, ya que a Steven Avery le destripan por completo de la presunción de inocencia.
Demuestra que el «un ciudadano es inocente hasta que se pruebe que es culpable» es una falacia (además del derecho a tener un abogado y un jurado imparcial). En Estados Unidos es muy fácil condenar a un ciudadano en el tribunal de la opinión pública antes de que empiece el juicio; Avery, una vez fue detenido, careció desde el primer momento del beneficio de la duda razonable (tal como lo entiende la jurisprudencia anglosajona). Una regla de la duda razonable «cuya intención en su origen no era la función que tiene hoy: proteger al acusado», escribió hace diez años James Q. Whitman, profesor de derecho de Yale, en un extenso trabajo de casi ciento setenta páginas titulado El origen de la duda razonable. Continúa Whitman: «Tenía un propósito cristiano: proteger las almas de los miembros del jurado contra la condenación. Condenar a un inocente era visto por la antigua tradición cristiana como un pecado mortal en potencia. El propósito de la duda razonable era abordar esta aterradora posibilidad, tranquilizando al jurado para que pudieran condenar al acusado sin arriesgar su salvación, siempre cuando sus dudas sobre la culpa no fueran razonables».
Es como si usáramos una cuchara para cortar la carne, sin cumplir su verdadera función la duda razonable queda moldeable al tribunal de la opinión pública (hoy en día asilvestrado por las redes sociales) y a un factor que Making a Murderer examina con mucha precisión: las identidades tribales. Resulta muy fácil que el tribalismo influya en la acusación de un delito: los juicios precipitados y los prejuicios de los pueblos (ello mantiene al documental muy vivo como en la primera parte de Paradise Lost), que tan bien refleja Pío Baroja en El árbol de la ciencia con la historia del tío Garrota.
Estos son los hechos, ¿qué hacemos ahora con ellos?. «La pregunta principal de esta serie documental es cómo respondemos como sociedad cuando la injusticia se demuestra», afirman las creadoras de Making a Murderer, Laura Ricciardi y Moira Demos. Salga a la luz o no la verdad sobre estos crímenes, documentales, podcasts como Serial y artículos narrativos pueden crear conciencia sobre los fallos en los procesos legales ya que nuestra empatía hacia ellos genera una demanda social por la integridad del sistema.
La crítica más sonada a Making a Murderer es que el documental es tendencioso y defiende que Steven Avery es inocente. A la cabeza de estas críticas está el elaborado argumento de Kathryn Schulz en el New Yorker. Por un lado, la columna de Schulz puntualiza la información sobre el caso Avery que Ricciardi y Demos han omitido (se grabaron setecientas horas de metraje reducidas a diez del producto final), sin embargo, la no inclusión de esos datos no desautoriza las otras pruebas evidenciadas, porque quedan pocas dudas de que los juicios de Avery y Dassey presentan irregularidades que no los hicieron juicios justos. Y es que la columnista pretende que Making a Murderer clarifique todo el caso Avery (hasta se pregunta por qué no han investigado más sobre las alternativas al asesinato de Teresa Halbach), cuando no es el objetivo central, sino ayudar a educar al público sobre el sistema de justicia. Es algo que hace muy bien también el aclamado podcast Serial, sobre la condena de Adnan Syed por el asesinato de su exnovia en 1999 en Baltimore. Los fans de estas narraciones saben más que antes sobre cómo los crímenes son investigados y procesados, por no mencionar sobre sus propios derechos en esas situaciones.
Por otro lado, Kathryn Schulz plantea un sólido razonamiento sobre lo que significa un proyecto privado de investigación, «sin reglas de procedimiento, esclavizado a los ratings y moldeado bajo la ética y capacidades de sus creadores», cita. El argumento de Schulz se cae por tres partes. Uno, ¿acaso las capacidades, procedimientos y ética de la policía y el sistema judicial han demostrado estar siempre al servicio público para buscar la verdad y la justicia? Habrá policías, jueces y fiscales honrados y con malicia, de la misma manera que cineastas y periodistas honrados y con malicia, y no en más cantidad unos que otros por tener diferentes profesiones. Dos, niega toda posibilidad al arte como vehículo para levantar dudas sobre el funcionamiento del sistema al reiterar la maquiavélica intención de las documentalistas de fabricar una pieza que representa «el fin justifica los medios». Lo que me lleva al tercer argumento y que engloba una respuesta a los dos párrafos anteriores: la columnista cree en todo momento en la mala intención de las documentalistas, es decir, que han hecho Making a Murderer para defender a Steven Avery. Aquí solo puedo contestar a Schulz que soy más de Rousseau que de Hobbes, creo en la naturaleza buena de las personas, y a Ricciardi y Demos le respaldan diez años grabando este documental.
La corriente de críticas que lidera la columna del New Yorker es la que se encoge de hombros, la que defiende el statu quo desacreditando a aquellos que están dispuestos a cuestionar el sistema porque lo han hecho de forma imperfecta y sin las soluciones exactas. El mismo cinismo que, en nuestros días y por poner un ejemplo, dice sobre los papeles de Panamá: «se veía venir, pero así es el mundo». Ese es el tipo de actitud que nos lleva a ningún lado, la que expone Kathryn Schulz prefiriendo «lo que tenemos» sin proponer soluciones que concienciar para que la ignorancia no nos haga tan fáciles de controlar.
Mencionaba al principio, «Making a Murderer no te dice lo que pensar», porque de hecho es una llamada a la acción con una narración emocionalmente efectiva. Quizás sería interesante plantearse si necesitamos ser manipulados emocionalmente como instrumento para entrar en un estado de racionalidad, cordura y empatía. Después de todo, ya hemos sido manipulados para creer que la policía y la justicia son santos que cuando lo hacen mal es solo por errores aislados, que el sistema judicial funciona, que todos somos iguales ante la ley y que todos tendremos un juicio justo.
El show es la auténtica definición de adicción, es irresistible, obsesivo y provocador. Por eso despierta en uno la pregunta: ¿por qué estoy viendo esto y me crea tantas emociones (sorpresa, enfado, indignación…)? Tiene una respuesta: El shock por el asesinato crea un cisma entre el orden y el caos.
Como escribió el novelista de asesinatos en serie Harold Schechter en True Crime: an American Anthology: «El apetito por las historias de asesinatos reales, cuanto más horribles mejor, ha sido permanente en nuestra sociedad». Un género que data de la época de Edgar Allan Poe, pasando por Argosy, revista en la que escribía una columna de crímenes Erle Stanle y Gardner, el padre de Perry Mason y el primer reality show sobre juicios en 1957 (The Court of Last Resort), siguiendo por el juicio a O. J. Simpson, y llegando a nuestros días con Serial, The Jinx, y Making a Murderer, donde las redes sociales y la falta de fe pública en el sistema han cambiado o hecho evolucionar el interés por estas historias.
The Court of Last Resort trajo a las casas por primera vez los fallos de la justicia en los años cincuenta. El adictivo juicio a O. J. Simpson en 1995, más allá de la naturaleza sensacionalista del crimen y lo que le rodeaba, fue un deleite voyeurístico televisivo dándonos acceso a un mundo que nunca habíamos tenido al alcance de la mano, cruzó todas las líneas posibles. Por en medio quedan documentales como The Thin Blue Line (1988) que no disfrutaron de la interacción del mundo hiperconectado de hoy en día; se empezaron a firmar peticiones de forma voluntaria, se escribió sobre ello, pero de forma mucho más lenta y a menor escala.
Hoy, las consecuencias de un documental como Making a Murderer o un podcast como Serial suponen una continuación adictiva del crimen en una investigación llevada a cabo por detectives de sofá (echen un vistazo a Reddit). «La dicotomía del crimen real está ahora entre el observador y el participante. Ya no es solo quedarte horrorizado o moralmente indignado. Ahora da la sensación de que la fascinación eterna del asesinato tiene el poder de hacernos actuar, incluso si nuestras acciones son en vano», escribe Sarah Weinman en The Guardian. «Las audiencias claramente sienten más sobre aquello de lo que están siendo testigos y se involucran. Pero las herramientas disponibles para esas audiencias son diferentes hoy», afirmaron Ricciardi y Demos en una entrevista sobre la comparación con Paradise Lost. El recomendadísimo documental de tres capítulos (uno por década: 1996, 2000 y 2011) de Joel Berlinger y Bruce Sinofsky se desarrolló en la primera era del e-mail y las páginas web, consiguiendo que un pequeño grupo de acólitos de todo el país se reuniera en Arkansas por la causa de «Los Tres de West Memphis».
Narraciones como Making a Murderer suponen una progresión natural en cómo consumimos el crimen, igual que supuso A sangre fría de Truman Capote para la no ficción en los años sesenta. Sacian un apetito que, en el caso de la serie de Netflix, coincide con un contexto de desconfianza en la justicia.
En unas pocas semanas, un género documental casposo propio de Discovery se ha convertido en mainstream e incluso de culto. La causa se llama Netflix. Es el medio perfecto para pegarse un atracón de esta adicción que tiene el ser humano llamada crimen. Netflix está hecho para ver todo de una tanda, sin restricciones de tiempo, y esa es la gran virtud de la repercusión de Making a Murderer y el motivo de todas las críticas que le han llovido.
Netflix está inventando una nueva forma de arte, la forma que se supone que tienes que consumir hoy en día: todo de una en un gran montón. Ello reduce cada episodio a una mera unidad sin una parada natural para la reflexión y el análisis (una semana normalmente en televisión), lo que hace que la audiencia se quede con el panorama general (the big picture como se dice en inglés) y capte menos los momentos y detalles pequeños. Todos los temas que tocan Demos y Ricciardi —la crítica a los medios por cómo cubrieron el caso de Avery, el análisis de las tácticas llevadas a cabo por la fiscalía, los prejuicios de los pueblos, la importancia de la clase social en el sistema judicial estadounidense— pasan de largo con mucha más facilidad cuando ves los diez episodios en un fin de semana (o menos). Además, ver algo de una tacada requiere llegar a un punto final, a respuestas para la audiencia. En los casos en que no hay final, como en esta serie documental, los televidentes quedan a merced de buscar respuestas por su cuenta. Es decir, que al vender la pieza a Netflix les ha salido el tiro por la culata en ese aspecto a las documentalistas.
El storytelling queda entonces por encima de los hechos (y no es que Ricciardi y Demos hicieran así el documental, ya que han estado diez años trabajando en ello y el contacto con Netflix solo ha sido a pocos meses antes de publicarse) con sobresaltos, giros de guion y momentos «Oh my god» para capturar los ojos de la audiencia. Sin embargo, lleva al documental del «déjame que te explique esto» a involucrar a los espectadores en la historia, ayudado principalmente por la falta de voz en off o narrador que hace comunicar el mensaje más sutilmente.
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«El propósito del género documental, ya sea un crimen real u otra cosa, no es solo darnos la realidad servida en un plato sino también hacernos pensar sobre lo que es la realidad», dice Errol Morris, director de The Thin Blue Line, documental que puso en entredicho el asesinato de un policía de Dallas por parte de Randall Adams en 1976 y que, finalmente, gracias a la investigación de esta pieza libró al acusado de la pena de muerte. Making a Murderer nos hace pensar atrapándonos sutilmente y el hecho de criticar su narrativa no tiene que tapar el principal argumento que se expone. Afirma Morris en una entrevista a Slate.com que «algo que aprendes de una investigación es que todos somos prisioneros de la narrativa, y que no podemos escapar de la narrativa; necesitamos historias para averiguar cómo es el mundo».
The Thin Blue Line, Paradise Lost, Death by Fire, Central Park Five, The Jinx (que se salta las fronteras de varias disciplinas), Serial y Making a Murderer son poderosas historias sobre los errores del sistema judicial, «ponen una luz sobre posibles abusos del sistema», afirma Joel Berlinger. «El aspecto más importante de documentales como Making a Murderer y Paradise Lost es que destapan la corrupción en los casos que estudian. Si la corrupción existe, el sistema ha fallado», dijo Damien Echols, uno de «Los Tres de West Memphis», tras la publicación del documental de Netflix. Las estadísticas sobre estos fallos sistémicos están ahí. El setenta y dos por ciento de las condenas injustas son a causa de un testimonio ocular equivocado, en el veintisiete por ciento están involucradas falsas confesiones, casi la mitad tienen algún fraude o chapuza científica de por medio y más de un tercio están salpicadas por la ocultación de alguna prueba por la policía.
Ante esta corrupción, documentales, podcasts y artículos narrativos se convierten, por lo tanto, en algo más que piezas artísticas y periodísticas, son llamadas a la acción para la sociedad ante la trágica poca humildad de los actores participantes en el sistema legal.
Pingback: En defensa de Making a Murderer
A mí me enganchó muchísimo, más incluso que The Jinx, donde Andrew Jarecki juega con el montaje llevándote a pensar que el desenlace brutal que tiene lo conocía con bastante antelación pero lo dosifica para impactar más a nivel emocional, por eso creo que peca de sensacionalista. Respecto a Making a Murderer, tengo la sensación a partir del 7º u 8º capítulo (cuando termina el juicio), de que los tres últimos provocan que el conjunto se derrumbe como un castillo de naipes. Está innecesariamente alargada y eché mucho en falta que se reflejaran entrevistas a los familiares de Teresa Halbach. Si los familiares no se prestaron a ello que lo hubiesen sobreimpresionado en algún momento. Y por último, lo que más me chirría y me parece escandaloso es que no se intentara una línea de investigación al ex novio de Teresa Halbach, quien en el juicio muestra una gesticulación y nerviosismo que al menos hace pensar en la duda razonable de su implicación en el asesinato de aquella, máxime cuando se erige en el principal organizador de la batida para encontrar al asesino.
Gracias tocayo por tu comentario ;)
Personalmente, The Jinx me gusta menos, y lo analicé con muchos más dilemas morales e interdisciplinarios que MAM. Al final hay un link al análisis que le hice en Yorokobu. La diferencia entre Jinx y MAM es que creo que Jinx está deliberadamente pensado así, desde que decidió Jarecki empezar a montar, y MAM ha ido encontrando con ello moldeado por el hecho de ser producto-netflix.
Respecto a lo de Halbach, voy a lo que comento en el artículo, no creo que sea la intención del docu buscar culpables o no culpables sino poner de relieve los fallos de la justicia.
Me enganché desde el primer momento, y me dejó hecha polvo, desalentada y consiguió el objetivo de hacerme reflexionar sobre el sistema, sus fallos y sus desvaríos….
Salvando las diferencias, ¿Acaso creemos que aquí estamos libres del abuso, la inmoralidad y la corrupción a la hora de impartir justicia? ¿No se divide la justicia también por clases sociales?
En fin….. Enhorabuena por tu análisis
Gracias Adriana,
Efectivamente, es aplicable a cualquier otro lugar.
Un saludo!
Para empezar enhorabuena por el articulo, es el primero que trata desde este punto de vista este gran documental. Nada más acabar el docu fui a buscar en internet artículos para saber el estado actual del caso y me topé con el articulo del New Yorker que mencionas. Nada más leerlo me surgió una duda razonable de si realmente había visto todas las pruebas en el documental acerca del caso (en el New Yorker mencionan pruebas que no se incluyen en los episodios de MAM). Siempre he creido en la inocencia de Avery pero es cierto que al leer este artículo me surgieron ciertas dudas acerca de que es lo que nos querían mostrar las responsables de este docu.
Analizándolo con más tiempo, te das cuenta que al final como bien dices, se muestran errores garrafales e intencionados durante el juicio que te hacen pensar que algo están escondiendo y que es evidente que el sistema judicial ataca a los más vulnerables. Lo que me da miedo es la cantidad de casos como este que debe haber y que no tienen voz
Documental de 10 y gran análisis
Gracias Jaime ;) Como bien dices, sentía que hacía falta un análisis más profundo y levantar debate en torno a ello en vez del debate superficial.
Yo leí el artículo del New Yorker de los primeros tras acabar la serie, y me produjo las mismas sensaciones que a ti. Los argumentos de Schulz son totalmente válidos, y tiene toda la razón. Pero creo que se equivoca en el enfoque, en el ángulo (además que me parece una posición conservadora de encogerse de hombros).
Y sí, hay muchos como MAM. Por eso creo que es acertado crear conciencia con estas narraciones, porque el problema es sistémico.
Un saludo!
Vi MAM coincidiendo con el juicio por el asesinato de Isabel Carrasco en León. Juicio celebrado con jurado popular. Se diferenciaba de la situación americana en que aquí no se trataba de negros o pobres, pero que el ruido mediático había prendido en el jurado. Con ninguna base legal sólida se consideró culpable a la policía local Raquel Gago, algo tan llamativo que el propio presidente del Tribunal tuvo que arreglar posteriormente. Y con muy poca base, un testimonio que luego se ve poco sólido, se condena a Triana como coautora. Podemos mirar a USA todo lo que queramos, pero nuestro país, siempre ha tenido el vicio de condenar a alguien con carácter previo al juicio (crimen de Cuenca, Baninkof, como lo más mediático aunque hay otros muchos).
Otro ejemplo lo tenemos con las numerosas operaciones por corrupción cuyos investigados/imputados han sido despojados de la presunción de inocencia de un plumazo. La repulsa moral no puede manejar el aparato penal en un Estado que se crea de Derecho y con garantía de derechos humanos. Exigimos con el puño en alto el derecho a una vivienda digna, el derecho al trabajo y luego despreciamos el derecho a ser considerado inocente hasta que un tribunal diga lo contrario. ¿Es ésta nuestra moral como país?
Hola Kesufe,
Curioso, ayer un amigo me dijo que escribiera la segunda parte de esto con lo de León, que no tenía nada que envidiar a MAM.
Un saludo!
Yo encontré en The Jinx un documental de una calidad excepcional,en el montaje y en como contaban la historia. Me impresionó muchísimo. Making a murderer me parece técnicamente más pobre, aunque la historia es mucho más potente. Para mi The jinx es muy superior. El podcast serial merece una mención especial por lo profesional que es tratando el tema, muy recomendable también.
Creo que el éxito de estas series no tiene que ver con la fascinación mórbida por asesinatos reales, como sugiere el autor de este Post, ya que las descripciones brutales del asesinato de Teresa son presentadas como falsas y no buscar el morbo de la violencia sino el de la injusticia. Tampoco en the jinx la estrella es la violencia sino el personaje y su biografía.
Metiéndome en el debate que está serie abre, tampoco estoy de acuerdo con la conclusión de que el sistema judicial americano este roto, solo que en este caso la negligencia y la malicia se impusieron de manera notable. Creo un error sacar conclusiones tan generales de un solo hecho. Aunque si creo que es una oportunidad de aprender algo sobre como evitar que se repita. Y una oportunidad de volver a investigar el caso a fondo para ver si en efecto hay que sacar a Steve de la cárcel y hacer pagar a los que obraron de mala fe.
Hola Miki,
De acuerdo con The Jinx en el aspecto visual y técnico, son dos documentales diferentes y creo que con diferentes objetivos. (Al final hay un link con el análisis de Jinx que hice).
Respecto al éxito por el morbo, no señalo que sea el motivo de éxito del documental. Si relees atentamente el principal motivo que doy es precisamente la injusticia. Cuando explico lo del morbo quiero explicar un condicionan psicológico.
Donde si estamos en desacuerdo es en tu punto final, yo creo que si es sistémico a juzgar no solo por la cantidad de casos, sino también por las cifras que doy al final.
Gracias y un saludo!
Algo que tiene esta serie documental es que lleva a la reflexión. Uno acaba de verlo y no puede evitar buscar más información (¿es real y cierto todo esto? ¿Existe otras versiones?). Y valorar por uno mismo. ¿Es tendencioso? Es posible, pero aún así realiza un planteamiento muchísimo más amplio y enriquecedor de lo que ha hecho nadie.
De los argumentos de Schulz, hay algunos rebatibles y otros que resultan muy diíficil hacerlo. Crees en la inocencia de Avery, pero también ves sombras. Ves cómo una «película» montada por la policía y la complicidad de los medios, se acepta como realidad, pero se alimenta de situaciones extrañas que no acaban de ser explicadas en sentido contrario. El miembro que abandonó el segundo jurado lo viene a decir: tenemos un relato, una historia articulada y construida en base a intereses particulares (los que creen que Avery es culpable y los que no). Una realidad compuesta por múltiples realidades subjetivas. «Nunca sabremos qué pasó en realidad. Porqué quién podría aclararlo todo es Teresa Holbach, y ella ya no podrá hacerlo».
Totalmente de acuerdo Reverendo. Es muy interesante que se levante un debate profundo con esta serie porque plantea muchos dilemas, los mismos que has tenido tú los he tenido yo.
A mí como a la mayoría también me engancho la serie desde el minuto 1, y como algunos otros busque tras terminar la serie información sobre el estado actual del caso (que por cierto no hay nada nuevo), también me tope con el artículo del New Yorker y lo leí entero y en VO, para no perderme nada. Tras reflexionar y ver que, sí esta claro que el protagonista de MAM no era un angelito, y que es posible incluso que fuera el asesino, ese no es el tema en cuestión.
Se que es grave decirlo de esta forma, pero esto va más allá de si Avery es o no inocente. De hecho no importa. La cuestión es que se acuso a un hombre con un relato inverosímil sacado de la mente de un chico. Si eso es suficiente para condenar a alguien (recordemos que no encontraron sangre ni restos en la habitación donde debió suceder) me parece que la supuesta «duda razonable» queda en papel mojado.
Lo que muestra el documental es que no se busca saber lo que paso con las pruebas encontradas, para nada, más bien se buscan las pruebas deseadas para que encajen en la suposición de la policía. Insistentemente… Aunque tengan que registrar una casa tres días seguidos!! Obviando lo que indica la falta de esas pruebas buscadas.
Interesante Xisco como lo has dicho: «Lo que muestra el documental es que no se busca saber lo que paso con las pruebas encontradas, para nada, más bien se buscan las pruebas deseadas…».
Lo que está claro es que uno puede pensar que es culpable o inocente, pero las irregularidades del juicio e investigación los hacen inválidos e injustos.
A mí no me engancho y lo deje en el cap 3. Ver las andanzas de un grupo de paletos yankis retrasados mentales (todos ellos, policías y ladrones) no tiene ningún interés la verdad… No se trata del sistema, ni de la verdad ni de la justicia, se trata de la idiocia como fuerza motriz devastadora, arrasa con todo, es el infierno. Me parece muy bien pero para hora y media que tengo libre al día, prefiero otras propuestas. Q les den a los rednecks, como si no hubiera injusticias en la historia del mundo más dignas de solventar…
Eso es, otro enfoque más de esta historia, Fonko, exactamente el mismo que podemos incluir en Paradise Lost y no es otro que el catetismo, la incultura y el retraso del ser humano, que en ciertas poblaciones puede hacerse muy poderoso y crear situaciones que en cualquier lugar desarrollado serían tildadas de utópicas. Eso es exactamente lo que pasa en muchas partes del planeta tan dispares como el mundo árabe, España (sí amigos) y esa América profunda que precisamente por pertenecer a un país top (risas) la hace si cabe más detestable.
Ningún rincón de La Tierra está completamente fumigado contra las j****** ignorancia y amargura del ser humano.
Terminé de ver el documental hace un par de días. Más allá de la indignación e impotencia que me produce la condena de Avery (y lo más ridículo es la condena a su sobrino por cosas que fueron descartadas en el juicio anterior, no logro comprenderlo) quien estoy casi convencida que es inocente (siempre cabe la posibilidad de que estén todos locos en su familia y sean todos cómplices) hay algo que me preocupa aún mas: fue capaz la policía de matar a esa mujer??? Solo para vengarse porque era evidente que muchos estaban en una situación muy complicada??? Es terrorífico… O aprovecharon que alguien la mató para inculparlo? Y como comentó otro lector por ahí, su compañero de cuarto, el que «hackeó» su celular, a mí me resulto muy sospechoso…
En fin, no tengo nada concreto para aportar al debate pero necesitaba expresar lo que me ha dejado este caso, mucha confusión y la sensación de que, como el mismo Avery dice, los pobres siempre pierden…
Partimos aquí que la policía y la justicia cometen fallos, están probados, ahí están las estadísticas, y así podemos concluir que es sintémico. Pero como señalo en el artículo, intento ser más de Rousseau que de Hobbes, es decir, no pienso que la malicia de la policía pueda ir tan lejos. Creo que esos errores sintétimicos son fruto de una mala evolución o no-evolución del sistema policíal y judicial, esa falta de renovación le lleva a corromperse.
Entiendo que el documental pueda hacerte entender incluso eso, a mi en algún momento también, pero yo creo que, como digo, el docu te da mucha información que uno ya procesa particularmente.
Gracias y un saludo!
Me enganchó muchísimo a partir de la aparición de Teresa en la trama.
Como decís, sin embargo, le sobran un par de capítulos. Un poco más condensado todo hubiera sido perfecto.
Hay una cosa que no me quedó nada clara: Se provó la inocencia de Avery en el intento de violación, se le liberó y comenzaron los interrogatorios para aclarar responsabilidades entre fiscales y sherifs. De pronto desaparece Teresa, culpan a Avery… ¿Y la 1ª causa queda automáticamente anulada? ¿Cómo es eso posible? Independientemente de si Avery es culpable o no de lo de Teresa, el intento de violación en los ’80 está oficialmente calificado como error judicial/policial y se había comenzado un juicio o demanda. ¿Cómo pudo quedar todo eso «en el aire»?
Le indemnizan por ello. Es por eso que se puede pagar esos abogados. Lo cuentan en el docu ;)
Gran docureality….no creo que tome partido especialmente…pero plantea muchas preguntas…..La zona de EEEUU donde pasa todo y el ambiente rural le dan una fuerza mayor.. Un caso parecido y que no se ha mencionada es el Caso de La escalera, documental de siete horas sobre un asesinato/muerte accidental que también pone frente al espejo a la justicia americana. Igual de intenso e interesante…y sin conclusiones finales…
No lo conozco! Me lo pongo en mi lista de pendientes. Gracias!
Ya sé que llego un poco tarde, pero es que no me quito de la cabeza el caso desde que vi el documental… ayer. Acabo de leer este artículo y el de Kathryn Schulz, y me parece que el segundo no es tan taxativo en el encogimiento de hombros que le apunta el primero. No obstante, encuentro dos errores argumentales en las conclusiones de Kathryn Schulz que, a no ser que mi comprensión lectora se haya visto mermada por la indignación, creo que no coinciden con los de Dani García.
El primero es la preponderancia que da la autora al papel de la víctima y su familia, Y si bien es cierto que son los medios los que les dan esa relevancia únicamente por el morbo que supone, también la familia de la víctima pide tener voz propia durante el proceso. Incluso presentan sus alegatos durante la apelación y no dejan de tener un micrófono delante cada vez que quieren expresar su rabia y su certeza de que Steven Avery es un monstruo sangriento (que no sé si lo es, pero como bien dice el autor de este artículo, ese no es el papel del documental). Habla la autora, por tanto, de lo mucho que sufren las familias de las víctimas por los juicios paralelos que establecen documentales como este que siembran dudas sobre los veredictos; pero ni una vez menciona, y aquí llegamos al segundo error, que también hay otras familias, y que puede haber otras víctimas, y que ellas también se han sometido al escrutinio de la opinión pública sin tregua; solo que en lugar de conmiseración encuentran ostracismo. Hay un momento que refleja esto bastante a las claras en este caso concreto. Cuando se dicta sentencia contra Dassey y su madre, Barbara sale del juzgado echa una furia, totalmente fuera de sí y empieza a dar patadas al coche, a gritar, a insultar, mientras un grupo de periodistas la rodea, cámaras en mano. Y entonces se acerca un hombre, entiendo que cercano a Bárbara, y les dice algo así como: «Dejadla en paz, acaban de quitarle a su hijo. A los Halbach no vais a grabarlos». Y es en ese momento, cuando pone la llaga en el doble rasero de la prensa con las familias que siempre son víctimas, cuando apagan los focos y se alejan.
La conclusión de Kathryn Schulz es que es «injusto» que el gran público (pero aún más dos periodistas), haga un juicio de valor sobre algo cuyos detalles desconocen en su totalidad. Bien, pues eso pasó con todos y cada uno de los miembros del jurado que condenaron a Steve y a Dassley, así que si ahora se repitieran los juicios, al menos podríamos suponer que partirían, por fin y sin que por desgracia vaya a servir de precedente, siendo presuntamente inocentes.
Gracias por tu comentario Saray.
Tuve dudas en todo momento si tratar ese área en el artículo, pero me pareció demasiado mejunje dentro de mis notas, era abrir otra vía que no conseguía enlazar con el resto del texto. Además, creo que es un tema de muchísimo desarrollo que se puede tratar junto a innumerables documentales… y de paso meter algo que a mi me resulta muy interesante: «la psicología del show y la actuación» que tiene el estadounidense, es decir, de qué manera han profundizado tanto en su psique la cultura del show hasta el punto de creerse que están en una película.
Saludos!
¿Qué pasó con la demanda por indemnización? Steven cobró u$s 400.000 del estado. ¿Y la demanda, en qué quedó?
Demandó por 36 millones de dólares al condado de Manitowoc y al sheriff the por entonces. Acabó recibiendo solo 400 mil. Creo que con ese diner se costeó los abogados del juicio.