En 1983 la actriz Ruth Gordon cumplía ochenta y seis años. Un día le llegó por correo un sobre que contenía un cheque por cincuenta mil dólares. Considerable cantidad, equivalente a unos cien mil euros actuales. Convencida de que era propaganda («pensé que era uno de esos bingos del Reader’s Digest») estuvo a punto de tirarlo a la basura y solamente en el último momento se dio cuenta de que el cheque era auténtico. Aquel dinero correspondía al porcentaje de taquilla por una película que se había estrenado doce años antes pero de la que hasta entonces no había obtenido beneficio alguno, aparte del sueldo, porque en su día nadie había ido a verla. En 1971, recién estrenada, había provocado el horror de algunos críticos —y de personajes importantes del estudio—, así como la incomprensión y sobre todo el desprecio del público. Aquel había sido uno de los mayores batacazos comerciales en la carrera de Ruth Gordon y de todos los demás implicados. Pues bien, transcurrida más de una década, aquel inesperado cheque se convertía en la demostración de que la película, lejos de haber quedado olvidada, estaba generando un fervoroso culto. Como anunciaba con cierta sorpresa el titular de un artículo del New York Times: «Doce años después, por fin, Harold and Maude es una película rentable».
Pocos largometrajes han sido tan mal entendidos en su tiempo. Aunque hoy mucha gente adora este artefacto maravillosamente único, Harold and Maude constituyó una verdadera rareza en 1971. Se la intentó etiquetar de muchas maneras: comedia romántica, comedia negra, melodrama existencial… En realidad es todo ello, pero también algo más. Si nunca la ha visto, intente imaginar qué puede salir de una premisa argumental como la siguiente: Harold es un jovencito de familia rica obsesionado con la muerte, hasta el punto de fingir una y otra vez que se suicida. También visita los entierros de desconocidos, donde se nos aparece morbosamente satisfecho ante la contemplación de la muerte de otros. Pues bien, en uno de esos entierros conoce a Maude, una octogenaria que comparte esa pasión por los funerales, pero que además tiene aficiones de lo más inesperadas para una anciana, como la de robar coches (lo del transporte público no entra en su agenda), conduciendo de forma temeraria y desafiando constantemente a la autoridad. Para el inexperto Harold, Maude es todo un descubrimiento. Él es circunspecto y de exquisitas maneras aristocráticas; ella es estrafalaria, desenfadada, partidaria de vivir la vida a tope. Ambos entablan una amistad que profundiza poco a poco hasta perfilar uno de los más insólitos amores vistos en una pantalla. Además, vamos entendiendo poco a poco por qué cada uno de ellos tiene una manera tan distinta de ser y de dónde viene la común fijación con la muerte. Maude sabe que le queda poco tiempo y está pensando en cuándo y cómo debería morir. Aun así, empieza a mostrarle a Harold en qué consiste la vida, según su entusiasta manera de ver las cosas.
Como verán, un argumento de lo más heterodoxo, sobre todo en aquellos tiempos. Cuando la taquilla y la crítica le dieron la espalda a la película, supuso un trágico ejemplo de incomprensión hacia lo que había sido un gran esfuerzo por parte de guionista, director, intérpretes y equipo técnico, todos ellos decididos a parir algo especial y diferente. El fracaso estuvo a punto de cercenar la carrera del cineasta Hal Ashby, quien por fortuna terminó recuperándose del golpe. Era su segunda película como director, tras una breve pero brillantísima carrera como montador que le había reportado un Óscar por su extraordinario trabajo en la fantástica El calor de la noche y otra nominación por la entrañable, aunque hoy un tanto olvidada, ¡Que vienen los rusos!, ambas dirigidas por el entonces encumbrado Norman Jewison. Fue precisamente Jewison quien apadrinó el debut como director de Ashby, a quien veía como uno de los grandes talentos de la nueva generación, y de hecho produjo su primera película, El casero, que puso a Ashby en el camino del reconocimiento. En un principio, El casero iba a ser dirigida por el propio Jewison, pero este terminó cediéndole el testigo a su técnico de montaje; no sabemos muy bien cómo, Ashby se limitó a recordar que «un día entré en el plató y cuando quise darme cuenta estaba dirigiendo la película». Esto demostraba la confianza que Jewison tenía en el talento de quien había sido su montador favorito. No se equivocaba; además de la película que comentamos aquí, Ashby terminaría siendo reponsable de obras respetadas como El último deber, Shampoo, Esta tierra es mi tierra, El regreso o sobre todo otra película tan especial y diferente como la propia Harold and Maude; hablo, cómo no, de la extraordinaria Bienvenido Mr. Chance. Si no han visto ya, deberían hacerlo de inmediato. ¡Obra maestra! Solamente Ashby era capaz de volver a usar la música de Así habló Zaratustra después de que lo hubiese hecho Kubrick, ¡y con un resultado igual de bueno! Pero bueno, algún día hablaremos del talento truncado de Ashby, de sus triunfos —incluyendo un Óscar como mejor director— y su decadencia. De momento regresemos a cuando solamente había dirigido un prometedor debut, muy apreciado por la crítica.
Ashby terminó enfrascado en Harold and Maude de manera más bien inusual. Es más, la película llegó a existir por pura casualidad. El guion había sido escrito como ejercicio para la tesis de doctorado por Colin Higgins, entonces un estudiante de Bellas Artes, y bien pudo haber quedado perdido en alguna carpeta si no fuera porque Higgins se costeaba los estudios trabajando como limpiador de piscinas. ¿Cómo se explica? Un día Higgins estaba trabajando en la mansión de un productor de Paramount Pictures cuando empezó a conversar con la esposa del mismo. Le habló a la mujer de aquel guion que había escrito, ella sintió curiosidad y pidió leerlo. Quedó enamorada de la historia; tanto que gracias a su influencia aquel trabajo estudiantil se convirtió en un auténtico proyecto de película (esto produciría situaciones kafkianas en el futuro, porque en realidad a los ejecutivos de la Paramount no les gustaba el guion). Higgins quería dirigirla él mismo, pero como nunca había trabajado en Hollywood resultaba imposible que se depositase tanta confianza en él. A cambio, le ofrecieron ejercer como asociado en el rodaje, junto a algún director que pudiese enseñarle cómo se hace una película. Como el guion era tan raro, el estudio empezó a buscar algún director joven, ya que uno consagrado no aceptaría jugársela con semejante argumento. Finalmente se le ofreció la película a Hal Ashby, aunque con escaso entusiasmo y solamente por la insistente recomendación de terceros. Los ejecutivos cinematográficos ya hablaban de él como «un pirado que toma LSD», no en vano se le terminó conociendo como «el hippie de Hollywood». Su aspecto era estrafalario: pelo desaliñado, barba larga como la de un ermitaño, gafas de culo de vaso y abrigos en plan ruso, de esos que están pasados de moda en cualquier época. Los ejecutivos, claro, no conseguían asimilar que detrás de aquella pinta de freak brother estaba uno de los tipos más brillantes del negocio. Pero bueno, su carrera como montador y su primera película habían impresionado a sus colegas, así que optaron por darle el trabajo. Ashby leyó el guion y quedó maravillado, pero miró el desafío con preocupación y le costó aceptar. Pensaba que el humor tan sutil de la historia podría quedar diluido en la pantalla, transformando lo que debía ser una comedia en algo descafeinado y aburrido («yo haré que esto sea tan divertido como la guerra del Vietnam») y por ello recomendó que fuese el propio Colin Higgins quien ejerciese como director de aquel material tan particular que había escrito. El estudio respondió a Ashby lo mismo que a Higgins: no iban a dejar toda una producción en manos de un recién licenciado. Sabiendo esto, y ante la falta de ofertas mejores, Ashby decidió finalmente aceptar el encargo. Pese a sus temores, iba a manejar el tono de comedia sutil con un fabuloso virtuosismo. Eso sí, era él quien no iba a pasarlo bien.
El «hippie de Hollywood» tenía una personalidad demasiado independiente e individualista como para encajar con la mentalidad de los grandes estudios. En su primera película le había ido bien porque su productor y amigo Norman Jewison tenía un espíritu igualmente libre. Jewison había utilizado su prestigio para evitar hacer caso a los ejecutivos, pero Ashby no tenía el mismo poder. Aun así, era poco propenso a recibir órdenes y se rebelaba con facilidad si consideraba que lo trataban de manera injusta. Así pues, resulta poco sorprendente que pronto empezasen los conflictos. Estuvo a punto de abandonar varias veces cuando se le ponían dificultades para usar a su propio equipo técnico o cuando sufría intromisiones artísticas. Descubrió que en la Paramount estaban produciendo la película sin saber muy bien por qué, puesto que varios ejecutivos consideraban que el argumento era aberrante. Era un director casi novel, con escaso poder de decisión, rodando una película en la que muchos personajes influyentes de Paramount no creían. Pero no todo fue malo. Cuando finalmente tuvo el rodaje bajo control, Ashby descubrió que sus actores, elegidos tras un complejo proceso de casting, sí amaban el guion y estaban muy entregados. Ruth Gordon, por ejemplo, no necesitaba involucrarse en un film tan peliagudo y su sola presencia era signo inequívoco de que le gustaba el argumento. La encantadora Ruth, que se acercaba a los setenta y cinco años, estaba en un momento dulce. Acababa de recibir un Óscar como mejor actriz por su escalofriante actuación en La semilla del diablo. Era, pues, una interprete muy conocida y respetada, cuyo talento estaba fuera de toda duda en el negocio. No solo como actriz. Aquella no era su primera aparición en los Óscar; en décadas anteriores también había recibido tres nominaciones en un periodo de seis años como guionista. No sé cuántas actrices o actores han sido nominados en ambas categorías, pero de seguro no son muchos. También el joven actor Bud Cort, encargado de interpretar al inquietante Harold, se dejó la piel en el rodaje: un día repitió tantas veces la secuencia en la que flota boca abajo en una piscina que al final sus ojos se hincharon debido a la sobredosis de cloro y estuvo sin poder ver nada hasta el día siguiente («siguió rodando la escena una y otra vez hasta que ya no podía abrirlos»). En cualquier caso, también fuera del papel muchos lo veían como un tipo raro, y él no dudó en utilizar esto en su favor. Cuando rodaban los suicidios fingidos, Cort pensaba que «me estaba suicidando de verdad». Estaba convencido de que en esas escenas iba a sufrir un accidente que le quitaría la vida, pero le entusiasmaba la idea de darle esa profundidad a la vivencia del rodaje. O ese momento, que improvisó mientras rodaban la escena, en que Harold de repente mira a cámara… Si hay una mirada que debería ser legendaria en toda la historia del cine, ¡es precisamente esa!
Ruth Gordon y Bud Cort fueron una bendición para el film porque trabajaban duro, porque eran idóneos para sus respectivos papeles y sobre todo porque la química que se produjo entre ambos era única, hasta el punto de que su relación personal recordaba —con matices, claro— la de sus dos personajes en pantalla. Por ejemplo, Bud Cort recordaría después que cuando su padre murió justo al terminar el rodaje, «la primera llamada que recibí fue la de Ruth. Empezó diciendo: «deja que te hable del día en que murió mi padre»». Como en el guion, Ruth llevaba de la mano por la vida a su joven compañero. Toda aquella simpatía mutua, claro, terminaba siendo fácilmente percibida en la pantalla, lo cual benefició mucho al resultado artístico. Por lo demás, incluso detalles insignificantes estaban a favor de las interpretaciones. Ruth Gordon encarnaba a una mujer que era conductora temeraria, con el ligero inconveniente de que Gordon no había llevado un automóvil en su vida (las escenas en que lo hacía se rodaban con una grúa tirando del vehículo); pues bien, hasta su torpeza para manejar el volante encajaba con la personalidad de Maude. No eran los únicos actores que enriquecían la película con su trasfondo personal. La británica Vivian Pickles, antigua niña prodigio de la interpretación que encarnó con absoluta brillantez a la esnob y superficial madre de Harold (en serio, siempre se habla de los dos protagonistas, pero ¡qué fantástica e hilarante fue la interpretación de esta mujer!) usó sus propias ropas para componer el personaje, como haría mucho más tarde Jeff Bridges en El gran Lebowski: «Traje mis propios vestidos desde Inglaterra. Los modificamos, y la semana antes del rodaje estuve haciendo compras sin parar. Además, el diseñador de vestuario saqueó el joyero de su propia madre». Esa atención al detalle y el uso muy consciente de su propio acento británico en la versión más pija e insoportable concebible, convirtieron su personaje en la viva imagen del más despreocupado esnobismo. También llama la atención la precisión con la que el actor que hace de su mayordomo perfila su papel. Y eso se debe a que, ¡el tipo era mayordomo de verdad! Cuando no estaba rodando, trabajaba como cabeza del servicio en una de las mansiones de la zona. Incluso el propio Hal Ashby hizo un cameo, apareciendo con sus barbas y su auténtico abrigo en una feria, bien consciente de que estaba encarnando a un sujeto extraño. ¡Entrañable individuo!
Hubo infinidad de momentos mágicos durante el rodaje. Pero terminado este, el estudio saco a pasear las tijeras. Se hicieron cargo del montaje, lo cual era la forma tradicional de censurar la película a su antojo (Hitchcock, para evitar esto, rodaba secuencias tan complejas que solamente sabía montarlas él). Y pensaban que en Harold and Maude había mucho por censurar. Además, de nuevo se produjeron influencias externas, pero esta vez en sentido negativo. Ali MacGraw, la actriz de Love Story, estaba casada por entonces con un mandamás de Paramount, por lo que tuvo acceso al metraje. Con una caradura digna de Yoko Ono, la pánfila de MacGraw se puso a insistir en que ciertas secuencias debían ser eliminadas. Imaginen la situación y el estado anímico de Hal Ashby, un director que además era uno de los mejores montadores del planeta sin discusión alguna, a quien de repente no le querían dejar que montase su propia película. La situación era tan surrealista que Bud Cort, demostrando una valentía impropia de los actores (y más de los actores jóvenes) salió en defensa del director, plantando cara a la todopoderosa Paramount y amenazando con boicotear los actos promocionales del film si no se permitía que Ashby realizase el montaje definitivo. Al final Ashby no tuvo la última palabra y como temía se eliminaron secuencias, pero tuvo más implicación en el montaje (firmado por otros) de la que el estudio había querido otorgarle en un principio.
En cualquier caso, la película estaba condenada desde su génesis. Era una historia para la que el público no estaba preparado. Harold and Maude fracasó de la peor manera, esto es, no consiguiendo ni levantar un escándalo, pese a que algunos la considerasen escandalosa. Pero no era una película que buscase lo de épater le bourgeois, ni siquiera entonces. El punto más controvertido de la trama, la historia de amor entre una octogenaria y un chaval que apenas había dejado atrás la adolescencia, resultaba más chocante por la novedad que porque realmente fuese mostrada de manera desafiante o truculenta. Más bien al contrario: el asunto es tratado con una delicadeza y ternura tal que el desagrado que a algunos hubiera podido producir es más conceptual que derivado de las imágenes. Así pues, la película no escandalizó, ni llamó demasiado la atención por ningún motivo, pese a su más que evidente calidad. Curiosamente, tuvo muchas proyecciones en algunos cines pequeños o rurales, quizá donde la juventud local tuvo ocasión de descubrirla, pero nada que pudiera considerarse una carrera comercial decente. Ignorada y menospreciada, Harold and Maude se pegó tal batacazo que ni siquiera fue reestrenada en aquellas sesiones de medianoche que permitieron rescatar otros largometrajes para convertirlos en objetos de culto, como sucedió con The Rocky Horror Picture Show. Pero esto no significaba que cayese completamente en el olvido. Con el paso de los años, algunos de los implicados en el film descubrieron que estaba sucediendo algo. En el estreno la publicidad no se había dirigido a ningún público concreto, y no había sabido atraer al que debió haber sido su público diana: los jóvenes. El mensaje entusiasta, vitalista y ácrata del guion, el sentido del humor diseñado como pasatiempo para espectadores inteligentes, y un agudo sentido de la modernidad, terminaron atrayendo una inesperada base de seguidores. El estudio, astutamente, empezó a distribuir la cinta por un canal inusual, enviándola ciclos en universidades. El culto comenzó a crecer. A principios de los ochenta, el fenómeno ya tenía unas dimensiones apreciables. Ruth Gordon —cuya popularidad se había redoblado gracias a sus trabajos junto a Clint Eastwood, ¡ella era lo mejor de aquellas películas!— comentaría lo atónita que la dejaban algunos jóvenes que se le acercaban no para hablar de Eastwood, sino para decirle que habían visto Harold and Maude una docena de veces, o más. Para una mujer con una carrera tan larga e intensa a sus espaldas, aquello era una experiencia nueva. Finalmente, le llegó aquel cheque por beneficios que estuvo a punto de descartar como una estratagema comercial, de tan improbable que le parecía recibir dinero por un largometraje que nadie había querido ver en su día.
El público, sin duda, había descubierto demasiado tarde las virtudes de la película. Su delicioso sentido del humor, la vitalidad de su mensaje, y la suprema elegancia con la que se desarrollaba una historia que en otras manos hubiese parecido retorcida o incluso de mal gusto. La manera en que al espectador se le van dando píldoras que permiten entender por qué los dos personajes principales se comportan así… Cómo olvidar ese momento increíble en el que Harold, durante apenas unos segundos, ve un detalle que nos dice muchísimo de por qué Maude tiene una personalidad tan entusiasta ante la vida. Hablo de un detalle que el espectador puede perderse si se levanta a por bebida, porque ni siquiera se menciona en los diálogos ni se insiste más en ello. Ni siquiera se vuelve a mostrar en toda la película. No digo de qué se trata para no arruinar la magia del momento a quienes no lo hayan visto, pero diré que es increíble la manera en que algo que aparece casi de refilón durante unos segundos le da todo un nuevo significado a un personaje y a la película en sí. En fin, estas cosas se producen en este largometraje. Por debajo de su aparente tendencia a lo estrafalario, Harold and Maude es una película infinitamente delicada y sutil, casi minimalista en algunos aspectos, aunque pueda extrañar que diga esto de un film con tantas escenas de comedia slapstick que bordea lo grotesco. Hay que estar atento, porque todo lo importante se nos enseña con pinceladas casi imperceptibles, mientras el humor o las situaciones absurdas parecen llevar el timón. Al final, atando cabos, terminamos comprendiendo que esta comedia negra no es tal comedia negra, o no solamente eso, sino que sobre todo es un estremecedor canto a la vida que empieza por definir la vida justo donde termina: la muerte. Sin muerte no hay vida, parece estar diciéndonos la historia, de la misma manera que sin funerales ni malas experiencias tampoco no hay júbilo. Todo expresado mediante detalles que hemos de captar de entre el caleidoscopio de matices de la trama, porque no hay frases moralizantes ni típicos discursos hollywoodienses. Todo se deduce, más que se escucha, como sucede muy a menudo entre los seres humanos. Esto es lo que le confiere a Harold and Maude todo su poder. Bajo la capa de una farsa se esconde un material sorprendentemente realista.
El culto a esta película fue comprensible. Insisto, no hay otra que se le parezca. Es una historia única, contada de una manera demasiado particular y con intérpretes demasiado característicos como para que pueda trazarse un paralelismo con otro largometraje. Puede, tal vez, ser imitada, pero nunca replicada. Aún hoy hay gente que no la entiende, lo cual es una lástima, porque es la clase de película que puede alegrarle el día a cualquiera, por mucho que en ella se hable de la muerte. En estos tiempos de largometrajes de superhéroes y carreras de camiones por el desierto, es más agradable que nunca ver a Maude vacilando a un policía sin perder su sonrisa de viejecita encantadora, o a Harold aterrorizando a las citas a ciegas que su madre organiza para ver si consigue casarlo y lo aleja de los cementerios y los falsos suicidios. Hay tanta inteligencia y sensibilidad en la historia de estos dos entrañables outsiders, que, la verdad, uno empieza a desear que el cine vuelva a parecerse al de aquellos tiempos.
Emilio de Gorgot, últimamente estás que te sales. El artículo me deja una ganas colosales de ver la peli. Gracias por la recomendación y sigue con estos peaso de artículos.
¿Y no se menciona la música de Cat Stevens? No soy un gran fan de Stevens, pero en el film funciona a tope con la historia. Mi anécdota preferida de Ashby es cuando se pilla una sobredosis en el rodaje de «Let´s Spend The Night Together» con los Stones (esta colaboración merece una artículo entero). Y sí, «Bienvenido Mr. Chance» es una maravilla. Amo a ese jardinero discapacitado intelectual.
Magnífica película que, sin duda, debe revisarse. Dejeme apuntar que la banda sonara, compuesta por Cat Stevens, es también inolbidable.
Glups! inolvidable :(
Pingback: Cine de culto: Harold and Maude
Yo lo deseo! ( que el cine se parezca al de aquellos tiempos) Aunque aún se hacen películas notables.
Muchas gracias por este artículo. Vi Harold y Maude cuando era joven y la guardo siempre en mi corazón.
Incomprensible la no mención de la banda sonora. Aparte de eso, magnífico artículo,¡ un placer!
Los que tenemos más de 45 descubrimos Harold y Maude gracias a Pista Abierta, ese maravilloso programa de tve q nos enseño el Triffaut de farenhait 451 y Naves silenciosas los sábados por la mañana
¡Ufff, Naves silenciosas o misteriosas o como coño se llame! La vi hace poco y el tiempo le ha pasado por encima como una apisonadora…
¡Ah, sí, y esta de Harold y Maud tiene cosas buenillas! Lo que pasa es que cuando la veías en el 74-75 (cuando se estrenó en España) te daba como yuyu en el cine, algo como escabroso. Yo creo que es porque nadie de 20 años se quiere tirar a alguien de 80. Al revés, sí, ya hay como más afición. Bueno, así lo veo yo pero puede que sea porque siempre estoy pensando en el folleteo, no sé…
Fuí a verla a los 17 años, cuando se estrenó, porque tenía música de Cat Stevens y me encantó. Era totalmente el tipo de pelicula que me gustaba. Y me enamoré de la actriz.
Sí, «matronolagnia» creo que le llaman a tu parafilia.
¿Y cómo se llama al confunde amor con sexo?
¿Lúcido?
Esta película la vi en Caracas, en la época dorada de mi país, y el resultado fue el mismo. Nadie la habia visto, y nadie se acordaba de ella. Sin embargo, para mi, joven y recien llegado a la capital, verla en un autocine, me marcó la vida. Y unos 40 años mas tarde, he conseguido hacerme con una segunda copia de esta película, que de cuando vez, suelo volver a ver. Inolvidable para mi, e imprescindible, la banda sonora de Cat Stevens. Por alguna razón creo, que parte de la raíces creadas por esta película en los jóvenes de aquel tiempo, se lo debemos a Cat Stevens. Hoy día, el resultado con los jóvenes es el mismo. No he logrado que esta joya le atraiga a mis hijas que son cinéfilas como yo. Pero me figuro, que tendré que esperar otros 40 años. Por alli, les dejaré varias copias para que se produzca lo esperado… Les encantará en algún momento y le reconocerán el valor y la trascendencia.
A propósito, me encantó el artículo… excelente..¡¡ me hago tu seguidor a partir de ahora…
¿Cree usted que ahora estaríamos hablando de este film si la banda sonora la hubiera compuesto e interpretado José Luis Rodríguez, «El Puma»…?
Ahí dejo la pregunta… ¡Pavo real, pavo real…!
Si la banda sonora fuera de «El puma», estaríamos hablando de telenovelas. Son igual de trágicas y muchas mezclan la comedia con novela negra, pero… (para mi gusto), me quedaré con Harold y Maude. Ahora mismo no puedo recordar ni siquiera el nombre de alguna telenovela de las nuestras, pero Harold y Maude, me cambió hasta mi gusto para oir música.
Si la banda sonora fuera de «El Puma» estaríamos hablando de » Isi y Disi» o de «Robobo y Jojoya», aunque no descarto a «Borjamari y Pocholo». ¡Joyas del cine!
Muy buen artículo sobre este director olvidado, que merecería mayor reconocimiento tanto por esta película como por la magnífica «Bienvenido, Mister Chance».
Sólo una puntualización: Ashby nunca ganó el Oscar al mejor director, como equivocadamente dice el artículo.
Harold y Maude merece ser vista y recordada, te felicito. Olvidar la banda sonora es tremendo, pensaste tanto en la peli que se te fue el santo al cielo. Gracias.
Buenísimo el rescate de esta película formidable. La vi en 73/74 y descubrí Ashby y Cat Stevens. Desde el principio sabia que seria un «cult» (así como Blade Runner)
Me encantó para siempre. Gracias Emilio, muy bueno y completo su artículo, faltó
apenas mencionar la gran importancia de la banda sonora de Cat Stevens. Abrazo.
AMO a los tres. Harold, Maude y Mr Chance. Ergo… tengo que conocer ya a Hal Ashby. Gracias mil.
La vi cuando era pequeño. Recuerdo la cara de mi madre, que pasaba del asombro al espanto, del espanto a la ternura… Yo la miraba de reojo porque no podía creerme que me estuviera permitiendo verla. Y yo no quería que me mandara a dormir porque nunca había disfrutado tanto con una película.
Años después se la puse a mis hijos como algo que era muy especial para mí. Y me da que ellos se la pondrán a los suyos.
Que hermosa nota. Vi la película este fin de semana (hacia tiempo que la quería ver y no la conseguía) y me encantó, me pareció extraordinaria y por más que haya situaciones absurdas de las cuales reírse, la historia culmina mostrándonos un gran ejemplo de humanidad. Hermosa
Cómo lo han mencionado, una lástima que no haya hecho mención de la banda sonora, es muy buena, funciona perfecto con la película, de resto de acuerdo con el artículo.
Impecable crítica. Felicidades. La vi por primera vez en Salamanca en 1982, en una de aquellas salas que llamaban «de arte y ensayo» y me encantó. Cuanto más tiempo pasa, ahora con 62 tacos, todavía me gusta más. Son, como dices tú, miles de detalles. La postura ante la muerte es el principal enfrentamiento del hombre en todas las culturas y el origen de las creencias. Lástima que ya no se pueda hacer un «director’s cut» para ver las escenas perdidas. Mi próximo desafió, enseñársela a mi sobrino nieto de 16 años. Convencerle que esté durante 70 minutos sin guasap, que en la película no hay rayos láser ni apenas efectos especiales al uso. Tan solo hay «cine» y del mejor.
Olvidasteis mencionar que Harold & Maude es la película favorita de Mary Jensen (Cameron Diaz) en ‘Algo pasa con Mary’