—Yo no quiero estar entre locos —comentó la niña.
—Pero eso no puedes evitarlo —le dijo el gato—: Aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Tú también.
(Lewis Carroll. Alicia en el País de las Maravillas. Cita extraída de la novela gráfica Arkham Asylum, escrita por Grant Morrison y dibujada por Dave McKean en 1989)
Ya está. Al fin ha sucedido. Les ha tocado la lotería. Toda la lotería: el cuponazo del día del padre, el del día de la madre, el extra de verano, el bote de los euromillones de la Primitiva, el gordo de Navidad, el del niño y hasta el Spin & Go edición Neymar Jr. Tienen más suerte que Carlos Fabra y tanta pasta como Tony Montana en Scarface. Ahora toca decidir en qué se la van a gastar. En un aeropuerto rodeado de esculturas absurdas, en una montaña de cocaína, en dar la vuelta al mundo en un yate de ochenta metros de eslora construido a base de pasta de cocaína… Qué sé yo; ya dice el anuncio que nuestros sueños no son baratos.
Eso sí, estoy positivamente seguro de que no van a emplear el dinero en un coche tuneado, un avión tuneado y un montón de artilugios con forma de mamífero volador para luego salir por la noche a combatir el crimen disfrazados de mamarracho.
Batman y el niño rico
—Si te quitan la armadura, ¿qué eres?
—Genio, multimillonario, playboy, filántropo…
(Conversación entre el Capitán América y Iron Man en Los Vengadores. Joss Whedon. 2012)
Nacido oficialmente en mayo de 1939 en el número 27 de Detective Comics, Batman —bautizado originalmente como «The Bat-Man»— era una suerte de respuesta al éxito fulgurante que Superman había cosechado en poco más de un año desde su primera aparición. Los editores de la National Publications querían capitalizar una masa cada vez más numerosa de lectores ávidos de superhéroes; no se trataba de copiar al Hombre de Acero sino de ampliar el objetivo hacia un público distinto y quizás más adulto. Así, Bob Kane y Bill Finger propusieron un personaje cuyas diferencias con Superman se resumían en tres características. La primera se leía en las propias cabeceras, Action Comics y Detective Comics, ambas pertenecientes a National Publications. Es decir, que mientras los tebeos de Superman eran esencialmente de acción, Batman se adscribía al género detectivesco, pulp y noir. Por otro lado, incidiendo en el género negro, las peripecias del Hombre Murciélago eran nocturnas al igual que lo era su uniforme: frente a los rojos y azules, Batman apostaba por los grises y los negros. Si Superman brillaba, Batman era un caballero oscuro.
Lo cierto es que las aventuras de Batman también estaban repletas de acción y, siendo sinceros, el estilo dibujístico y la impresión fotomecánica de la época tampoco permitían excesivas filigranas gráficas. Si a esto le sumamos que los primeros bocetos de Kane pintaban a un héroe con mallas rojas, siendo Finger quien le convenció para cambiar la tonalidad cromática y añadir la máscara de murciélago, nos encontramos con que, en la práctica y a primera vista, Batman y Superman no eran tan distintos. Pero aún había una tercera diferencia que, visto lo visto, se me antoja capital: Batman no tenía superpoderes.
En efecto, al margen de sus dotes detectivescas y una excelente forma física, el cruzado de la capa ni puede volar ni posee superfuerza ni supervelocidad ni visión calorífica. En el fondo, Batman es un hombre normal y esta supuesta normalidad apelaría a la cotidianidad del lector quien, en la más antigua de las tradiciones literarias, podría así identificarse con el héroe. Y digo «supuesta» porque, en realidad, la identificación no se sostiene por ningún lado. Batman no es un tipo precisamente normal. Para empezar porque Bruce Wayne es inmensamente rico.
En su archiconocida tercera ley, el escritor Arthur C. Clarke decía que «cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Haciendo una analogía, si la tecnología es suficientemente avanzada —y cara— puede servir como perfecto sustituto de los superpoderes. Que es exactamente lo que hace Batman, suplir sus posibles carencias superheróicas con una batería de artefactos de alta tecnología y asombrosas prestaciones; comenzando por el batmóvil o la batwing y terminando por los batarangs, los batgarfios y hasta el batrepelente para tiburones. Una colección de juguetes aparentemente inagotable. O al menos tan inagotable como la fortuna de Wayne.
Denominarlos juguetes no es una decisión baladí, porque el cómic de superhéroes ha estado tradicionalmente destinado a un público masculino adolescente y, ya que el lector no puede identificarse naturalmente con Batman, al menos puede fantasear con convertirse en un héroe, siempre que consiga hacerse multimillonario. De alguna manera, la maniobra no es muy distinta a la que opera en un anuncio de coches: dinero = juguetes = felicidad.
Tratándose de una manifestación psicológica tan arquetípica y tan universal, es comprensible que Batman, aun siendo el primero, no sea el único héroe de cómic que, para colocarse a altura sobrehumana, emplee la tecnología que le brinda su posición económica. Quizá el más famoso sea Iron Man, creado por Stan Lee, Don Heck y Jack Kirby en 1963. Aparte de las diferencias en el traje y sus capacidades, Tony Stark es más o menos un remedo de Bruce Wayne; multimillonario, playboy y filántropo, además de alcohólico y exhibicionista. Es aquí donde nos encontramos con el atractivo principal que tiene Batman para el espectro político conservador; no en que sea un borracho mujeriego —que vaya usted a saber— sino en que es rico y usa su dinero para hacer el bien.
Porque claro, no es que los millonarios tengan una reputación moral especialmente amable. Desde Al Capone hasta Donald Trump, todos conocemos más de un acaudalado supervillano que emplea su pasta en hacer maldades. Y este fenómeno, lógicamente, tiene su reflejo en el cosmos superheroico. Piensen en Kingpin o en el mismísimo Lex Luthor; tipos que, al margen de cierta fuerza física o habilidad para los negocios, ejercen su villanía gracias a la enorme capacidad monetaria de que disponen. Es más, el propio Norman Osborn/Duende Verde, quien hace la puñeta a Spider-Man con gadgets temáticos comprados con el dinero de Oscorp, no dejaría de ser una versión malvada de Batman.
Pero, ¿estamos seguros de que Batman hace el bien? ¿Es realmente Bruce Wayne bueno?
Batman y el niño asustado
Así es como debe de sentirse la gente normal. Así es como debe de sentirse la gente normal ante nosotros.
(Watchmen. Alan Moore y Dave Gibbons. 1986-1987)
Se ha dicho en muchas ocasiones, sobre todo desde que Frank Miller publicase The Dark Knight Returns en 1986, que Batman es un superhéroe fascista. La afirmación es extraordinariamente débil y superficial; en primer lugar porque si nos referimos a su actitud autoritaria, prácticamente todos los héroes del cómic serían fascistas en algún grado; y, en segundo lugar, porque un personaje fascista debería servir a un Estado opresivo totalitario, mientras que Batman directamente opera al margen de la ley. En este sentido, el Hombre Murciélago sería más bien un adalid del objetivismo individualista randiano; o sea, un tipo que hace lo que quiere como quiere, consiguiendo el bienestar común como resultado indirecto. Es decir, que el objetivo de Batman no es verdaderamente el bien.
Tampoco soy yo el primero a quien se lo leen, pero tiene perfecto sentido: si Bruce Wayne quisiera eliminar el crimen y la corrupción de las calles de Gotham, no se gastaría varios miles de millones de dólares en prototipos tecnológicos y en reformar una cueva a todo plan, sino que invertiría toda su fortuna en proyectos de mejora educativa, fomento de la igualdad social y apoyo a los más desfavorecidos. Sería una heroicidad lenta, pero probablemente más efectiva. No crean que esto es una opinión más o menos tangencial; en Batman Begins el malvado Ra’s Al Ghul dice la siguiente frase: «Con la suficiente pobreza, todo el mundo se convierte en un criminal». El problema es que Christopher Nolan hace una pirueta ideológica solo digerible por las mentes más incapaces —cosa nada extraña pues el director londinense suele tratar a los espectadores como tales—: resulta que la corrupción y la desigualdad de Gotham no es producto de los desmanes económicos de un statu quo desbocado, fue el propio Ra’s y su Liga de las Sombras quienes la introdujeron en la ciudad para desestabilizarla.
Sea como fuere, el caso es que el combate de Wayne no se desarrolla principalmente en el ámbito financiero y empresarial, sino más bien por la noche, en mallas y contra criminales bastante evidentes. Lo que en Estados Unidos se conoce como un vigilante, vamos. Eso sí, se le llena la boca con frases de protección de los ciudadanos en una ciudad corrupta, pero solo lucha contra los síntomas de esa corrupción sin atacar la raíz. Entonces, si realmente quiere acabar con la degradación de su amada Gotham y no tenemos constancia de que La rebelión del Atlas sea su libro de cabecera, ¿por qué no es un verdadero filántropo como lo fue su padre?
La explicación correcta es prosaica. Digamos que las aventuras de, no sé, GeorgeSorosMan no serían lo suficientemente trepidantes como para sostener una serie regular de cómics durante casi ocho décadas. Pero si indagan en el personaje, se darán cuenta de que he estado ocultando un acontecimiento definitorio para entender su psicología: Batman tiene un grave trastorno por estrés postraumático.
A principios de los noventa, coincidiendo con el estreno del Batman de Tim Burton, los profesores del MIT Roberta E. Pearson y William Uricchio escribieron I’m Not Fooled By That Cheap Disguise, ensayo cuyo título podría traducirse por «A mí no me engañas con ese disfraz barato». En el texto, definen al Hombre Murciélago por cuatro características básicas: riqueza, gran condición física, habilidades deductivas y obsesión. Ya hemos hablado de las tres primeras; veamos la última que, respecto al tema que nos ocupa, es probablemente la más importante.
El origen de Batman aparece en el número 33 de Detective Comics, fechado en noviembre de 1939, tan solo siete meses después de su primera aventura, y su importancia es tal que aflora de manera sistemática por todo el canon del personaje durante setenta y siete años. Seguramente ya conocen la historia pero la resumiré brevemente: Batman es el producto de la obsesión de un niño que fue testigo del asesinato de sus padres a manos de un ratero. Este suceso trágico convirtió a Bruce Wayne en un crío asustado y, con el tiempo, en un adulto aterrorizado. Para combatir ese trauma, Wayne lleva a cabo dos operaciones: por un lado, adopta como ayudante a Robin, un niño huérfano como él, pero mucho menos depresivo. El adulto atemorizado ve en ese crío alegre vestido con rojos brillantes al niño que él no pudo ser y, si me apuran, que no quiso ser. Y por otro lado, para hacer más soportable el miedo, decide transformarse en un símbolo del propio miedo. En un murciélago.
Aparte de ser un elemento capital en el trastorno por estrés postraumático, el terror es una de las guías psicológicas que ha conducido a Batman a lo largo de los años, especialmente a partir de la deconstrucción posmoderna del personaje que se llevó a cabo en los años ochenta. Escrito por Frank Miller con dibujos de David Mazzucchelli y publicado en 1987, Batman: año uno se considera el volumen definitivo sobre el origen del Caballero Oscuro. En él, un joven Wayne pronuncia la siguiente frase casi entre delirios: «… Lo vi antes… en algún lugar. Me aterrorizó cuando era un niño… me aterrorizó. Sí, padre. Me convertiré en un murciélago». Quince años después, en Batman: silencio, el guionista Jeph Loeb y el dibujante Jim Lee ponen en boca de Batman una declaración de intenciones: «Los criminales son cobardes y supersticiosos por naturaleza. Para inculcar el miedo en sus corazones me convertí en murciélago. Un monstruo de la noche».
Curiosamente, una de las deconstrucciones más interesantes de Batman la hicieron Alan Moore y Dave Gibbons a mediados de los ochenta. En Watchmen, el Búho Nocturno no deja de ser un remedo del Hombre Murciélago; ambos son hombres muy asustados que ocultan su miedo detrás de un disfraz y un montón de tecnología punta. Asimismo, de igual manera que Wayne solo se considera completo bajo la máscara y finge todos los estereotipos del niño rico y mimado, Dan Dreiberg no se reconoce si no es con el traje de Búho y dentro de su aeronave Arquímedes. De algún modo, sus yoes auténticos son sus supuestos alter ego. Sin embargo, el miedo de Dreiberg emana del presente y el futuro, a él no le asalta ningún fantasma del pasado. Su decisión de convertirse en justiciero fue libre y casi trivial: «Mi padre trabajaba en fondos de inversión y me dejó mucho dinero. Se enfadó mucho conmigo cuando decidí no seguir sus pasos. Supongo que me gustaban más las aves nocturnas». Se diría que Moore no acepta el trauma como única condición posible para ser un héroe enmascarado. Como si Batman hubiese estado todos esos años justificando artificialmente su comportamiento.
Esta hipótesis no es en absoluto desdeñable porque, si han leído Watchmen, sabrán que termina con una gran catarsis. Una purga emocional planetaria que afecta a todos los protagonistas, incluido a Dreiberg, quien ya no ve motivos para seguir con su oficio justicieril y decide colgar el disfraz de Búho Nocturno.
En cambio, el Hombre Murciélago no busca la purificación que le permita superar su miedo. Vive en un estado de perpetuo estrés postraumático y, de hecho, emplea un mecanismo extraordinariamente eficaz para no curarse: Batman nunca mata a sus enemigos.
Batman y la necesidad de la némesis
¡Oooh! Ya salió el Sr. Quisquilloso, ¿verdad? ¡Relájate un poco, culo prieto!
(Arkham Asylum, Grant Morrison y Dave McKean. 1989)
Si han visto Batman v Superman, me dirán que lo que digo no es cierto. En realidad, en la cinta de Zack Snyder no es la primera vez que el Caballero Oscuro es tan oscuro que se carga a algún maleante; el ya citado cómic The Dark Night Returns de Miller y varios números de la primera época muestran a Batman acabando con la vida de unos cuantos villanos. Sin embargo, son criminales anónimos, nunca uno de sus archienemigos.
La razón vuelve a ser mundana: si un adversario funciona bien entre los lectores, la editorial no va a dejar de publicarlo. Y no hay galería de enemigos más carismática que la del Hombre Murciélago. El Pingüino, el Espantapájaros, Hiedra Venenosa, Bane, Ra’s al Ghul, Killer Croc, el Acertijo… Todos son conocidos por el público y reconocidos una y otra vez por el propio Batman a lo largo de sus múltiples enfrentamientos. Enfrentamientos que siempre acaban con el villano de turno encerrado en el asilo mental de Arkham porque claro, no son presos comunes, son criminales dementes. Esto proporciona una estupenda coartada para que puedan escaparse, el comisario Gordon encienda la batseñal y así comenzar de nuevo el ciclo. Es como la partida de ajedrez infinita de Bergman pero con disfraces (aún más) absurdos. Lo cual nos lleva a preguntarnos cuál es la relación entre Batman y sus antagonistas.
El filme de Snyder ofrece un peculiar razonamiento a esta relación en la escena en la que el mayordomo Alfred dice algo así como «temer a lo que no comprendemos nos convierte en monstruos». Exacto. Batman no teme realmente a sus archienemigos. Tras tantos años persiguiéndose mutuamente, los comprende porque necesita comprenderlos. A todos. Incluso a su némesis definitiva.
La primera aparición del Joker se remonta a abril de 1940, menos de un año tras el debut de Batman. Creado por Kane, Finger y Jerry Robinson, desde el principio fue concebido como la antítesis total al Caballero Oscuro. Esto es, vestiría con colores chillones y su comportamiento, entre lo naíf y lo sociopático, sería igualmente estridente y caótico. Es curioso que a Batman se le suele considerar un superhéroe atormentado cuando, en realidad, no tiene ningún verdadero conflicto interior. Es moralmente rígido como un monje; no solo como contraposición al caos que representa el Joker, sino como excusa de su propia existencia. De la de ambos.
The Killing Joke, la novela gráfica de Alan Moore y Brian Bolland publicada en 1988, considera que el verdadero creador del Joker no es otro que el propio Batman y, de hecho, la primera película de la saga de Burton, estrenada un año después, riza el rizo y plantea que ambos se crearon mutuamente en una truculenta sucesión de acontecimientos que crecería en una persecución sin fin. Como Van Helsing a Drácula, ambos se necesitan el uno al otro. Es más, en las páginas finales del citado cómic de Moore y Bolland, Batman relaja su pose impertérrita y comienza a reír a carcajadas con un chiste del Joker. A todos los efectos, son amigos. Sin embargo, cuando llegan las sirenas policiales, la risa se apaga para que todo pueda volver a empezar. Seguramente, si el Hombre Murciélago hubiera seguido riéndose, habrían corrido el riesgo de averiguar la —nunca mejor dicho— gran mascarada que es su propia vida.
Porque esa es la verdadera tragedia de Batman. No es un hombre ni un héroe, es una cáscara hueca. Hueco cuando finge ser un frívolo socialité tras la cara de Bruce Wayne y, sobre todo, emocionalmente vacío cuando sigue enfrentándose a los mismos enemigos en los mismos términos una vez tras otra, cual Sísifo autoconvencido. Un gato que juega con un ovillo de lana sabe que quien mueve el extremo del hilo es un ser humano, pero le da igual, él sigue golpeando. Batman es un gato disfrazado de ratón alado y el ovillo de lana es la batseñal. Solo que él no quiere saber lo que hay detrás porque, si lo supiera, derribaría el castillo de naipes que le mantiene en pie.
Por eso, el cómic Whatever Happened to the Caped Crusader?, editado en 2009 con guion de Neil Gaiman y dibujos de Andy Kubert, incluye la revelación más brillante y más estremecedora de toda la historia de Batman. Planteado como un funeral —real o imaginario— del personaje, por su tumba desfilan tanto aliados como enemigos a rendir sus respetos. Hasta que llega Alfred, figura paterna y padre de facto de Bruce Wayne, y confiesa que todo ha sido una gran farsa. Como un Show de Truman perverso, el mayordomo nos descubre que contrató a un grupo de actores para que se «enfrentasen» al Hombre Murciélago. Lo seleccionó cuidadosamente y los disfrazó de pingüino, de espantapájaros, de cocodrilo… en una pantomima oculta a los ojos del mundo y del propio Batman. Una mentira sin fin que diera sentido a la vida de su amo. De su hijo. Solo faltaba un último y sobrecogedor sacrificio: «Lo que necesitaba el amo Bruce era un Moby Dick para su Ahab, un Moriarty para su Holmes. Así que, con gran pesar, hice lo que tenía que hacerse. Me puse maquillaje blanco, pintalabios rojo, un traje púrpura y una peluca verde. Pero no funcionaba…
… hasta que sonreí».
Bastante buen artículo. Pero se pasa de vueltas buscando tres pies al gato, sobre todo cuando en mitad del artículo se autoresponde.
Batman, al igual que cualquier otro super héroe se acabaría si acabara con los malos, sean encerrándolos o matándolos. Y hay que vender comics. A partir de ahi buscar un rollo ultra psicológico más allá de lo que es, es simplemente pasarse.
Marvel ya intentó matar varias veces a sus supers para crear nuevos, y acabar con lieas editoriales. y bueno, ya vemos los resultados. Seguimos con los mismos de hace 50 años (me refiero a los principales). Y da igual que los llames New o Ultimate, son los mismos y con las mismas motivaciones, pero poniéndolos en contextos actuales para conseguir las ventas.
Ciertamente, luego hay números especiales, de grandes guionistas que profundizan en determinado personaje y le dan más cuerpo. Pero que rápidamente se olvidan en los números regulares y van a lo de siempre.
Lo de que Wayne no hace nada más allá que irse casino y furcias, pues como siempre quedarse en la superficie. En más de una decena, incluso centena de comics, se dice que el apellido Wayne se relacione con donaciones multimillonarias a montones de proyectos de educación, reconstrucción, etc, etc
Además de que Gotham ya estaba bastante jodida para cuando llegó Batman, o sea en la época de su padre (y supuestamente era mejor que Bruce), entre otros el famoso mafioso italiano Falcone, que ya operaba en época de su padre. O como bien habéis señalado Ra’s al Ghul, que llevaba años.
Lo que siempre me ha chirriado es Alfred, que me digan donde encotrar a un mayordomo así. Que por cierto en la película es de lo menos creíble. Espero que no salten que el Alfred de BvsS le crió, por que si no falla un poco las edades. Hubiera sido más creíble decir eso con Kane.
El comic de «Whatever Happened to the Caped Crusader?» Presenta algo muy interesante, pero lo dicho, falla tema edades y muchas más cosas, pero bueno no está mal.
Luces y sombras, luces y sombras.
Inquietante final el de «Whatever Happened to the Caped Crusader?», habrá que echarle un ojo.
Gran artículo.
El artículo sí está bien documentado e investigado pero, tal como explican en el primer comentario, Wayne gestiona la Fundación que lleva su propio nombre. En ella, creo recordar, se desarrollan planes de inserción social e incluso dirigen un (o el) orfanato de Gotham City. Eso escoraría a Wayne no tan a la derecha. Más bien, su actitud excesivamente moralista daría cierto tufillo conservador contrapuesto a toda forma de anarquía pero en ningún caso a favor de los poderes económicos.
Respecto a la equiparación sobre Búho Nocturno y Batman, Moore intentó en primera instancia desarrollar Watchmen con los personajes de la Charlton (una gran mayoría sin poderes con la excepción de Capitán Atom, el cual en la obra quedaría relevado por Doctor Manhattan). Eso pone a Búho Nocturno como heredero postizo de Blue Beetle que, bajo el nombre de Ted Kord, también era un rico inventor que dirigía una empresa tecnológica y disponía de una nave voladora a la que apodaba “Bicho” similar a la de Dreierberg. El carácter de Kord no era en absoluto depresivo ni obsesivo aunque sí opuesto al de Question (el Rorschach de Watchmen). Este último sí combatiría el crimen, aparte de con una máscara de “color carne” que le daría la apariencia de hombre sin cara, bajo la perspectiva de un vigilante con un sentido más izquierdista o social ya que en su vida real su profesión sería la de reportero de investigación / presentador de informativo y su alter ego le permitiría resolver los casos de corrupción y abuso que el sistema, con el comportamiento interesado de sus dirigentes, no daba solución (todo esto bajo una atmósfera muy “Noir”).
Se describe la mente de Batman con todas sus tramas para decir a mitad de artículo que «no tiene ningún verdadero conflicto interior», obviamente me parece incoherente. Muy buena descripción inicial, sobre todo la refutación al tema del fascismo que le achacan.
Hace poco leí sobre una teoría en la que Batman es un paciente en Arkham y cada enemigo es un doctor con alguna especialidad. http://imgur.com/gallery/2e7Sx5p
Estupendo artículo, ciertamente.
Para mí otras de las claves está en la oposición ley,norma/fuera de la ley, como el personaje representa la ley y el orden, hasta el «bien» frente a sus adversarios, delincuentes y/o locos caóticos y malignos, pero las cosas no están tan claras, porque en realidad «El caballero oscuro» es un delincuente que actúa al margen o en contra de la ley, y a la vez en ese mundo de la ley abunda más la corrupción. Una de las claves del universo Batman es la Gotham siempre corrupta, donde la nobleza y el ideal es una rareza: el propio personaje del comisario Gordon, representante de la ley tiene también que actuar a veces al margen de ella, convirtiéndose así en el aliado de Batman. O Dos Caras como una versión siniestra de esa misma dicotomía. Es el dilema de «¿el fin justifica los medios?» y al tiempo la advertencia de Nietzsche: «quien caza dragones corre el riesgo de convertirse en un dragón».
Aclaro sin embargo que en «Whatever Happened to the Caped Crusader?», que casualmente he leído hace una semana, la confesión de Alfred es una de las varias que hay en el doble cómic, y que además son contradictorias entre sí (y muchas imposibles). Eso que se suele decir de «final abierto», a gusto del lector. Es una genialidad, en cualquier caso.
«un adalid del objetivismo individualista randiano».
Vamos, que no se ha leído un libro de Ayn Rand en la vida.
No entiendo eso de que Nolan trata a sus espectadores como mentes incapaces. Si por algo creo que se caracteriza el director es por ir un paso más allá del cine comercial y hacer que el espectador se plantee dilemas y le de un poco al coco. Para mí esa afirmación no se sostiene lo más mínimo y creo que va con bastante mala saña, pero bueno.
Sobre este tema de los superhéroes (especialmente Batman) y su papel psicológico-arquetípico, recomiendo este artículo: «MITOLOGÍAS CONTEMPORÁNEAS», en: http://davidpuche.blogspot.com.es/2015/12/mitologias-contemporaneas.html
Yo sigo quedándome con aquello de que el mundo no tiene sentido si no le obligas a tenerlo.
Ni Batman ni Rorscharch son héroes de clase. Ninguno de ellos tiene nada en contra de su clase social ni luchan por abolir la estructura de clases. Su lucha es por motivos enteramente personales y exclusivamente morales.
Batman no renuncia a ser un millonario especialmente dotado para la química porque no vé por qué ha de renunciar: no obtiene ninguna ventaja en colocarse por completo al margen del mundo y lo sabe. Rorscharch siempre ha sido, socialmente, un marginado, así que su renuncia es negativa: no se niega lo que tiene sino aquello de lo que carece.
Otro de los alter-egos de Batman es The Punisher/El Castigador. Aunque es su versión «pobre» (ex-soldado de origen proletario que sirvió en las Fuerzas Especiales durante la Guerra de Viet-Nam) y sí mata a los malos (Y lo hace en plan masivo y con gran placer), comparte el origen de su cruzada contra el crimen en el trauma de haber visto asesinar a toda su familia (en su caso, a manos de gangster mafiosos sin que él, pese a toda su preparación, pudiera evitarlo). Pues bien: una de las mejores reintrepretaciones recientes de este anti-héroe de la Marvel (lean «Valley Forge»), queda claro que ya era una mala bestia psicópata y asesina antes de la muerte de su familia: durante la Guerra, derivó sus ansias homicidas innatas contra el Viet-Com; y al acabar ésta, la muerte de su mujer e hijos le sirvió para buscar un nuevo enemigo, los criminales, contra los que descargar su ira asesina. Incluso algún guionista de cómics planteó la idea de que él mismo matara a sus familiares y que luego creara (y se creyera él mismo) la «historia» de los gangsters, para iniciar su guerra personal contra el Crimen…