La madera como materia prima para la creación no siempre ha sido una opción muy celebrada por los artistas. Al fin y al cabo se trata de un elemento que se presenta en desventaja frente a otros materiales más sólidos, como el hierro o la piedra, que ofrecen más posibilidades para que la obra resultante sobreviva al paso del tiempo. Al mismo tiempo el oficio de la talla de madera suele ser imaginado por el público esporádico como un ejercicio demasiado clásico, y supuestamente alejado de las inquietudes del arte contemporáneo. Pero en la actualidad existen varios artistas que no solo se atreven a agarrar el cincel y el martillo, sino que consiguen reinventar lo que se puede hacer con ellos y un buen bloque de madera.
Los esqueletos de Maskull Lasserre
Maskull Lasserre es un canadiense a quien en un momento preciso sus inquietudes artísticas le arrastraron a tirar una piedra sobre un piano desde doce metros de altura para juguetear con el efecto Coriolis, a moldear varios kilos de pájaros metálicos para arrojarlos contra el suelo con un electroimán chatarrero y también a reinterpretar La piedad de Miguel Ángel sustituyendo a Jesús por una sábana de hierro forjado y a la Virgen María por una carretilla elevadora en una versión muy industrial de la estampa titulada Pieta. Pero lo verdaderamente interesante de su currículo tiene poco que ver con la manipulación de metales, y menos con todo ese tema de dejar caer cosas desde lo alto para ver qué pasaba, y mucho con tallar delicadamente sobre la madera: las piezas más llamativas de Lasserre eran aquellas que otorgaban a objetos inanimados los esqueletos de animales vertebrados. Una meta que el ocasiones el artista lograba uniendo objetos independientes mediante huesos cincelados: en su exposición Fable se podía observar cómo el escultor hacía brotar el esqueleto de un ave a partir de la combinación entre una silla y un hacha que reposaba sobre ella, o cómo revelaba el armazón óseo de una rata partiendo de una puerta y un rodillo de cocina. Otros de sus estudios vistosos consistían en comprar souvenirs de madera y extraer de ellos los esqueletos interiores: Shaman anatomy dotaba de osamenta al busto de un shaman sudamericano, Decoy study hacía lo propio con un pato decorativo y Souvenir skeleton con la alegre figura africana de un caballero tocando el tambor. Algunas de sus creaciones de similar temática como Secret carpentry, donde el mango de un hacha se transformaba en una delicadísima columna vertebral, o Improbable worlds, donde un minúsculo hueso de la suerte unía las dos descomunales mitades en las que había sido dividido un piano, asombraban por minuciosas.
Lasserre entiende que esa sección de su trabajo resulte macabra para el espectador casual pero no comparte ese punto de vista: en su opinión se trata de inducir vida animada, o los restos de la misma, a objetos que carecen de ella; para él incrustar los esqueletos dota al conjunto de un espíritu esperanzador. En sus obras paralelas el artista también se animaba a esculpir huesos sobre otros materiales alejados de la ebanistería: en Incarnate tallaba una calavera humana en un conjunto prensado de libros obsoletos sobre informática.
Banksy se fijó en su trabajo y acabó fichándolo para participar en Dismaland, el imposible parque de atracciones que apareció de la nada en la costa oeste de Inglaterra durante cinco semanas de 2015, donde se exponían cinco creaciones suyas entre las que figuraban una silla construida a partir de un cepo para osos o una granada modificada para que al ser detonada produzca música en lugar de una explosión, y también una de sus investigaciones en madera: el caballito de un carrusel de feria erosionado hasta revelar músculos y huesos.
Los espíritus del bosque y Keith Jennings
Keith Jennings lleva desde 1982 acercándose a los árboles con un cincel y un martillo para grabar en ellos rostros en lo que ha tenido a bien llamar como la serie Tree spirits. Algo que empezó como un hobby para matar el rato y que, gracias a solicitudes de terceros, acabó convirtiendo la St. Simons Island de Georgia en un pequeño museo de sus creaciones, las cuales incluso están señaladas meticulosamente por el propio artista en una sección de Google maps. Una colección al aire libre que sorprende más por el lienzo elegido que por las dotes del artista; Jennings no es especialmente virtuoso y sus tallas tienen un acabado de calidad no especialmente elevada. Pero el caso es que todo ese asunto de esas caras de gesto sereno y sabio que emergen de los troncos de los árboles no dejaba de tener cierta guasa inconsciente: el autor asegura que las facciones esculpidas se creaban según lo requiere cada árbol personalmente: «No tengo mucho que hacer, la madera habla por sí sola», pero no mencionaba si alguno de los troncos centenarios tenía algún inconveniente por lo de que en el fondo el hombre se esté dedicando a joderles la cáscara clavándoles un escolpo a martillazos.
El festival Qingming y Zheng Chunhui
El festival Qingming junto al río es el título de una pintura del siglo XII creada por Zhang Zeduan, artista chino de la dinastía Song, donde se representaban a la sociedad de la época en modo party hard durante sus festividades. Destaca por ofrecer una imagen detallada de la vida cotidiana de las diferentes clases sociales, la arquitectura de la época, las vestimentas y modas del momento, pero sobre todo asombra por lo demencial de su formato panorámico: está dibujada en un rollo de papel de cinco metros de largo y en la Wikipedia han tenido que poner una barrita de scroll horizontal para mostrar la imagen completa. La fama y notoriedad del cuadro llegó a ser tanta que generó un bonito puñado de remakes: la dinastía Yuan tuvo su fotocopia producida por las manos de Zhao Mengfu, la dinastía Ming la versionó adaptándola a su estilo y alargando el lienzo un metro más para fardar de tenerla más larga, y durante la dinastía Ching un nuevo remake apareció creado por cinco artistas diferentes haciendo piña. En 2013 a todas estas reinterpretaciones del original se sumaría las más inusual y espectacular, la elaborada por Zheng Chunhui a base de labrar pacientemente un tronco colosal durante cuatro años. Una representación del dibujo original tallada en madera que ocupa más de doce metros de largo por tres de alto y fue certificada por los señores del Guinness como la escultura de madera más larga del mundo.
La falsa realidad de Randall Rosenthal
Las creaciones del neoyorquino Randall Rosenthal no sorprendían a primera vista, sobre todo si era justamente la vista el único sentido implicado: sus revistas y cómics amontonados, periódicos doblados, cartas de jugadores de béisbol, cajas de cartón rellenas de fajos de billetes o aquellos sobres de los que también asoma papel moneda de diferentes nacionalidades no parecían nada del otro mundo, hasta se descubría la sorpresa que ocultaban. Y es que todos esos papelajos apilados eran en realidad elaborados disfraces y su naturaleza real resultaba difícilmente evidente con la mera observación. Cada una de las estudiadas composiciones había sido creada a partir de bloques sólidos de madera de pino blanco maquillados posteriormente con pintura acrílica.
La extraña familia de Levi Van Veluw
La instalación de Levi Van Veluw titulada Family / Origin of the Beginning jugaba en ese divertido límite entre la pieza artística y la simpática tontería por el que se aventura gran parte del arte moderno. Van Veluw utilizaba unos veinte mil cubos de madera para recubrir con ellos una habitación, el mobiliario de la misma (una mesa y sillas), y al grupo de personas que la habitaba. Unos individuos que en realidad eran el propio autor y cuatro miembros de su familia. El mensaje final de la composición está abierto a interpretaciones personales, aunque el autor adelanta que «el silencio incómodo y los tonos oscuros sugieren incómodas tensiones y emociones subyacentes» sin plantearse que igual hace falta un Risk o un Trivial en esa mesa para que la peña no esté tan desconectada. Imagínese ahora el lector el cuadro a la hora de convencer a la familia propia para hacer algo parecido. Eso sí, el vídeo promocional del asunto es bastante llamativo, sobre todo porque lo especial y cuidado de la puesta en escena hace que esta reunión familiar parezca una toma generada por ordenador.
La naturaleza colosal de John Grade
El americano John Grade diseña esculturas gigantescas que fomentan la participación de varios grupos de personas durante el proceso de creación. Su Middle fork nacía tras un largo proceso de gestación que comenzaba escalando a veinticinco metros de altura para sacar moldes de la silueta de un árbol con más de ciento cuarenta años entre sus ramas. Y proseguía con el transporte de dichos moldes a la base de operaciones en Seattle, donde serían recubiertos con una malla de pequeños bloques de madera construida por el artista y todos los voluntarios a los que les apeteciese acercarse por el lugar para colaborar en el proyecto (un resumen bastante explicativo de la producción puede verse aquí). El resultado de tanto curro en equipo es una monumental rejilla de madera que configura un armazón gigantesco. Una pieza que se paseará por diversos museos y exposiciones antes de aterrizar en su destino final: el bosque donde se encuentra el árbol padre que sirvió como referencia, el lugar donde Grade planea depositar la obra tras su tour artístico con el objetivo de que en el futuro acabe descomponiéndose y fundiéndose con el entorno natural.
Los lugares que no existen de Martin Tomsky
Entre los escuetos párrafos que hacen las veces de biografía oficial de Martin Tomsky en su web se encuentran un par de líneas donde se asegura que el londinense «es una persona que frecuentemente se distrae por eventos que no ocurren en lugares que no existen», algo que funciona como una definición maravillosa de este y de otros muchos artistas. Tomsky es un ilustrador que ha pasado de dibujar escenas extremadamente detalladas a cortar planchas de madera de diferentes colores con láser para ensamblarlas y componer imágenes similares con un relieve añadido. El resultado de esta descomposición de la ilustración en piezas tangibles, que acopladas de nuevo entre sí construyen un nuevo tipo de ilustración en madera, es fabulosamente llamativo, tiernamente pop y da muchísimo juego. El estilo contemporáneo de su dibujo hace que algunas de sus creaciones parezcan una versión recortada sobre las tablas del mundo de Hora de aventuras.
Las ciudades de James McNabb
Las pequeñas urbes de James McNabb comenzaron casi por accidente: trasteando con una sierra y la madera sobrante de sus trabajos como fabricante de muebles el hombre un día comenzó a dar forma a lo loco, y sin detenerse en los detalles, a pequeñas piezas que en principio no tenían como objetivo imitar la apariencia de edificios, sino de herramientas y objetos cotidianos. Tras aquella improvisada maratón de la astilla y con unas doscientas cincuenta piezas fabricadas en modo fast & furious, el caballero contempló la colección de figuras en conjunto, bien ordenaditas unas junto a las otras, y descubrió que el resultado tenía en realidad la apariencia de una pequeña ciudad formada por rascacielos y viviendas de madera. En ese momento decidió convertir gigantescas urbes formadas por diminutas construcciones en la base de su obra: sus esculturas, como las presentes en la exhibición Metros, exploran la transformación del paisaje urbano y la extraña belleza del mismo a través de pequeños rascacielos de madera apilados y ordenados en figuras sorprendentes.
El error de Paul Kaptein
Paul Kaptein trabaja sobre madera laminada, picando a mano para fabricar estatuas de diferentes sujetos. Y esto no tendría mucho de rompedor sino fuese porque en la cabeza del artista las personas que sirven de referente para su obra están glitcheadas, distorsionadas, luciendo errores visuales, con huecos vacíos en su constitución y caprichosamente retorcidas. Las esculturas de Kaptein dotan de presencia física a la deformación digital de las imágenes, llevan las proporciones moldeadas por error hasta un lugar al que no pertenecen, introducen el glitch en el mundo real. Lo fascinante es que contemplarlas desde diferentes ángulos no disminuye el efecto del conjunto.
Un apunte: en el anteriormente mencionado parque de atracciones organizado por Banksy, una de las obras más llamativas para el visitante era aquella Sirenita de Disney distorsionada, una creación sospechosamente similar al trabajo de Kaptein que huele a que alguien se ha inspirado en el escultor más de la cuenta.
Skateboarding con Haroshi
Haroshi es un japonés cuya vida son los monopatines; no solo gusta de rodar sobre el skate sino que también se ve incapaz de deshacerse de las tablas viejas o inservibles. En su lugar y de manera autodidacta ha aprendido a reciclarlas en forma de obras de arte: su trabajo se compone de diferentes tallas creadas a base de esculpir tablas de skateboards pegadas entre sí. Respetando los colores originales de cada una y reciclando conceptos de otro tipo de técnicas artísticas de la ilustración, como el pixelart o el mosaico, Haroshi concibe coloridas figuras a través de las cuales se divierte definiendo su estilo de vida (de zapatillas, elementos urbanos y huesos rotos) y escondiendo de paso sorpresas en sus estómagos: en el interior de algunas de sus creaciones habitan mensajes secretos o elementos que solo pueden ser observados a través de rayos X.
Michael Beitz y el sentarse a la mesa
A Michael Beitz le pasa algo con las mesas en general y con lo que viene a ser su estructura y posición en el espacio habitual en particular. Por eso mismo la parte más llamativa de su producción está formada por mesas que se retuercen en loopings, forman nudos, se antojan líquidas, se estrellan contra la pared, se pliegan sobre sí mismas, tienen forma de árbol gigantesco, rollo de papel higiénico o que directamente son tan maleducadas como para deletrear insultos. A Michael Beitz le pasa algo muy serio con las mesas.
Las «mesas» de Michael Beitz también estaban en Dismaland.
Muy cierto. La tabla de picnic looping asomaba mucho por las fotos del evento en los medios.