¿Tienen un minuto? Porque quiero hablarles del vals del minuto. Toda orquesta necesita un solista y un director. El fútbol ha tenido muchos solistas y muchos directores. Johan Cruyff fue ambas cosas, y en las dos triunfó. Como eso no le era suficiente, volvió a escribir las partituras con las que se juega. Hoy no hay música donde no resuene su eco; está detrás de todas las batutas, incluso las que sostienen otros. Pero, ¿cómo resumir una figura así? ¿Quién y qué fue Cruyff? Hay tantas respuestas como aficionados al fútbol; quien no sostiene una opinión sobre él es porque nunca ha terminado de entender este deporte. Se pueden decir tantas cosas que no bastarían un libro, ni dos, ni veinte, ni cien. Ya están las enciclopedias. Cada cual tendrá su idea preferida de Cruyff. En mi memoria, donde —llámenme anticuado— lo más sagrado de la historia del fútbol se escribe a pasos de gigante en los campeonatos mundiales, Johan Cruyff es aquel jugador que en el primer minuto del partido más importante del planeta se elevó sobre los veintiún jugadores restantes y gritó: estoy aquí para reinar. De Cruyff recuerdo, sobre todo, un minuto. Es el elogio más grande que se me ocurre para un futbolista. El que exista un minuto con el que resumir su figura.
La breve historia de aquel minuto es así: en la final del campeonato mundial de 1974 estaba en juego mucho más que una copa. El trono de fútbol había quedado vacío. O Rei Pelé, al borde de cumplir los treinta y cuatro años, pensaba en retirarse. No quiso acudir a la llamada de su selección y sin él, Brasil quedó fuera de la final después de un partido que tomó al orbe balompédico por sorpresa no por el resultado, sino por el olor a pólvora. Del choque trascendental entre dos filosofías, el mágico jogo bonito de los brasileños y el virtuoso fútbol total de los holandeses de la «Naranja Mecánica» se esperaba un fuego de artificio, un partido construido con materiales de museo. Sí, hubo fuego, pero desde las trincheras. El festival de patadas a golpe de hoz y codazos malintencionados dejó atónitos a los espectadores. Holanda sucedió a Brasil como el equipo preferido de casi todos, y eso que lo pasó mal. Estuvo a centímetros de recibir un serio golpe cuando los sudamericanos enviaron una envenenada pelota al arcén de la portería. Con todo, se impuso la lógica de los nuevos tiempos, y esa lógica era la de Johan Cruyff. El mejor jugador de Europa, y para muchos ya del mundo, decidió apenas comenzada la segunda parte que había llegado la hora de sellar el destino, acción exclusiva de los más grandes. Primero, desde la banda derecha, hizo un pase que con la debida suerte de los números uno, rebotó lo justo en un defensa como para que un hambriento Johan Neeskens lo desviase a gol. Minutos después, el propio Cruyff remató de forma acrobática para sentenciar un partido que, sin él, hubiese tenido otro final. El estadio, repleto de holandeses, estalló de júbilo. El seleccionador brasileño Mário Zagallo respondió a la derrota con acritud, levantando una mano para mostrar tres dedos: los tres Mundiales que Brasil ya tenía y en los que él, como Pelé, había estado. Era un gesto de frustración que de nada sirvió, porque Cruyff estaba decidido a escribir un nuevo capítulo. Era esa clase de futbolista, el que en mitad de la presión de un Mundial se dice: voy a dinamitar el partido. Y lo hace. Los holandeses, a falta de la final, ya eran los nuevos reyes. Cruyff había venido para ocupar el sitio de Pelé y nadie se lo podía discutir. Lo del título mundial era otra cosa. Todavía quedaba la República Federal de Alemania, un duro rival que además jugaba en casa. Eran al mismo tiempo luchadores, eficaces y afilados. Tenían orden y tenían pegada. Comandados por Franz Beckenbauer, conformaban una escuadra que daba miedo.
Cuando suena el silbato, los holandeses comienzan a mover el balón con su habitual parsimonia. Ha comenzado el vals del minuto. Realizan un pase horizontal detrás de otro. Los alemanes miran, como hipnotizados, el insólito ir y venir de los tulipanes. Dos jugadores se intercambian la posición mientras la pelota queda quieta. Es el nuevo fútbol, que confunde y maravilla, en el que Johann Cruyff ha crecido. Todavía en posesión del balón, los holandeses hacen un amago de atacar por la izquierda. No lo ven claro, y todavía con sus milimétricos pases, efectúan una precisa retirada. Los alemanes siguen con los ojos abiertos y sin balón. Pero, ¿dónde está la estrella holandesa mientras su equipo hace como que ataca? Pues está detrás, en el solitario círculo central, casi como si fuese el último defensor. Está contemplando. Dirigiendo. Es una actitud insólita para un delantero. Nadie diría que está a punto de romper el partido en dos.
El vals del minuto termina cuando Cruyff vuelve a recibir el balón. La orquesta calla. Es el momento del solista. Cruyff empieza a avanzar con sus largos pasos característicos, con el balón atado al pie. Como si quisiera lanzarse pero dudase en cómo hacerlo. No es el arranque instantáneo y visceral de Maradona o Messi, cuyas jugadas individuales consisten en resolver los obstáculos conforme se presentan desde la primera décima de segundo. Lo de Cruyff es parecido, pero distinto. Primero, mira. Planea. Amenaza con arrancar. En esto sí se parece a Pelé. Así es el particular despegue del enjuto Johann, el despegue que toda Europa ya conoce. Después, bien lo saben los alemanes, vendrá un cambio de ritmo capaz de destruir a toda una defensa. ¿Podrá hacerlo en una final, frente al equipo más correoso del mundo, y en el primer minuto, con las piernas aún frías y el nervio aún caliente? ¿De verdad es tan bueno Johan Cruyff? Sí, de verdad es tan bueno. El equipo rival es orden y disciplina, pero él, después de cavilar durante unos instantes, ha visto una grieta. Desenfunda la espada para golpear justo donde la muralla es más débil. Atención, despejen: Cruyff acaba de alzar el vuelo. Un defensor intenta cortarle el paso, pero el capitán holandés ya está en velocidad de crucero y lo deja atrás con esa aureola inevitable que las jugadas históricas tienen incluso antes de terminar y confirmarse como históricas. Un segundo zaguero acude en ayuda del primero, que ya ha sido desahuciado para la videoteca, y también su esfuerzo es inútil. Con zancadas tan veloces que resultan difíciles de contar, irrumpe en el área alemana. Por delante de él, la portería. Puede ser un pase, puede ser un tiro; siendo Cruyff, ambas cosas resultarían letales. Los germanos, que ya solamente pueden detener su avance quebrantando la ley, cometen falta sobre él. Dentro del área. Pena máxima que Neeskens convierte cuando el reloj marca el segundo minuto de partido: 0-1. Los alemanes, anfitriones, todavía no han tocado el balón. Johann Cruyff ya ha dinamitado el partido. Sí, es así de bueno.
Quedan noventa y ocho minutos, pero algún alemán necesitaría marcar cuatro o cinco goles para arrebatarle al divino Cruyff el honor de ser nombrado mejor jugador del torneo. Lo cual, habiendo colgado Pelé su camiseta nacional y siendo los mundiales el escaparate que entonces eran, significaba que Cruyff se había convertido de manera oficial, oficiosa y heráldica en el mejor futbolista del planeta Tierra. Holanda, eso sí, perdió la final, porque a Alemania nunca se la ha vencido salvo con excepcionales arrebatos de epopeya. Cruyff, a la dorada edad de veintiséis años, no pudo levantar el único gran trofeo que le faltaba después de haber acumulado tres Copas de Europa consecutivas con el Ajax, una Eurocopa con aquella misma Holanda de Anticitera y dos de los tres Balones de Oro que terminarían adornando sus vitrinas. Aun así, aquella derrota fue tal únicamente en el marcador. La Holanda de 1974 permaneció en la memoria como el más venerado de los escuadrones sin título y Cruyff ascendió a un Olimpo del que ya nunca bajó.
Ese era el Cruyff jugador, el que barrió Europa, destelló en un Mundial y vino a España para continuar asombrando con su perspectiva del fútbol. Era como un comandante que tuviese todos los planes en la cabeza, pero que en el momento menos pensado se transformaba en un anárquico artista dispuesto a pulverizar esos mismos planes a base de acrobacias. Piernas y cerebro. Instinto y entendimiento. Ese era. El mismo que asimiló el sistema de Rinus Michels hasta hacerlo más suyo que de nadie, cuando era jugador, almacenándolo en su memoria hasta que llegase el día de aplicarlo en otros. Como en sus jugadas, Cruyff miraba, planeaba y solamente después ejecutaba. El mismo Cruyff que como entrenador demostró una aguda inteligencia traduciendo aquel esquema a otro tiempo y circunstancia, siempre con su propio acento futbolístico —incluido, cómo no, ese simpático e irresistible deje con el que cambiaba las vocales últimas de las palabras castellanas— y con su inigualada capacidad para combinar pragmatismo y arte. Cuando Cruyff vino como jugador a España no nos veíamos europeos. Pero él se quedó, y con el tiempo, se trajo también la más valiosa lección del Ajax, su equipo natal: la escuela lo es todo. Sin escuela no hay estilo. Sin estilo no hay gloria. Cruyff lo sabía bien; era el hijo de una limpiadora del estadio del Ajax, que respiró fútbol desde muy pronto, y desde muy abajo. Sabía asimilar las lecciones primero, y olvidarlas después, sobre el campo, cada vez que el instinto le compelía a protagonizar un minuto mágico. Lo mismo hizo como entrenador. Desde el banquillo revolucionó el Barcelona —lo que hizo con la mentalidad de ese club es algo que se estudiará durante mucho tiempo—, pero también revolucionó el fútbol entero. En su profesión era un genio. No hay duda. Genio es el que gesta cosas nuevas y demuestra que sus ideas, aunque parezcan extrañas, funcionan. Discutido, sí, como todos los genios; solamente los manufactureros que trabajan con los viejos moldes son lo bastante monótonos como para no convertirse en objeto de discusión. Aunque holandés hasta la médula para algunas cosas, fue también mediterráneo —o sea, excéntrico— en su arte, como lo hemos sido los españoles durante nuestro insano siglo XX. Cruyff fue más Picasso, Dalí o Buñuel que Vermeer. Nadie discute a Vermeer, porque la belleza de su obra es evidente siempre, canónica y clara. Por contra, todavía hay quien no comprende a Picasso.
El fútbol español ha respirado Cruyff desde entonces. El fútbol mundial también. De Cruyff puede decirse algo imposible de aplicar a otras figuras del fútbol: lo cambió todo. ¿Qué otro hombre ha podido dejar una huella similar en este deporte? Pelé era uno más —el mejor, el más completo, pero uno más— entre los muchos poetas del fútbol tropical que poblaban la Canarinha. Maradona fue demasiado inédito como para entenderse a sí mismo; su sistema era él, pero no tenía sistema, y nunca demostró fuera de la cancha la visión que tenía dentro de ella. Messi es un gigante, pero sus melodías nos suenan familiares, como ese músico excepcional que, con toda su brillantez, interpreta melodías de otros en un fútbol donde a nivel de estilo ya se ha inventado todo. Beckenbauer era demasiado severo, como jugador y como entrenador, como para crear desde la nada, y era más fácil de imaginar como general que como compositor. A Michel Platini o a Zico, que sí componían poemas, les faltó bautizar una era con sus nombres. George Best o Garrincha vivieron más de la cuenta en los márgenes, como carrileros en la vida además de en la cancha. Van Basten fue breve. Ronaldo fugaz. Roberto Baggio demasiado inconstante, y se quedó a un mal penalti de la historia. Otros muchos jugadores han padecido la injusticia de haber existido solamente en blanco y negro.
Cruyff llegó para reinar con el tecnicolor, y desde entonces no hizo sino inventar nuevas maneras de conseguir una imagen más nítida en el fútbol. Él sí puede ponerle nombre a su época, y se la puso. También ha puesto nombre a la época que ha seguido. Miren los periódicos; gente del fútbol que sabe mucho más que yo concuerda en que Cruyff lo cambió todo. Fue un río de cuyos afluentes el fútbol sigue bebiendo hoy. Nadie en su sano juicio niega su papel fundamental en el desarrollo del fútbol moderno. Sería como negar el papel de Einstein en la física. Dentro de un siglo no sabrán cómo ubicar a Pelé, Maradona o Messi dentro de un marco teórico, más allá del hecho palpable de que han sido jugadores de inmenso talento que han sobresalido por sobre todos los demás. Pero con Cruyff, el jugador y el entrenador, que ambas facetas forman parte de una sola cosa, nuestros descendientes podrán dibujar un esquema, podrán seguir una lógica histórica y podrán decir: «ah, es gracias él que ahora jugamos de esta manera».
Si algo estamos aprendiendo durante 2016 es que resulta difícil cumplir los setenta. Pero morir es la única señal inequívoca de haber vivido. En el fútbol, Johan Cruyff lo vivió todo y lo fue todo. Su relevancia no puede ser exagerada. Inventó muchas cosas, y las que no inventó él, las pintó con su propio barniz. Cruyff le puso su nombre a las cosas. En cualquier disciplina humana, es esto lo que otorga la inmortalidad. Cruyff es inmortal; lo supe cuando vi el primer minuto de aquel partido. Un minuto que ha resultado durar para siempre.
Descanse en paz.
La omisión de Di Stefano, el que más se parecería a Cruyff por su influencia sobre todo el juego del equipo de los 4 grandes, no sé muy bien cómo interpretarla.
Lo mismo que se me vino a la mente…
La omisión de Di Stefano y la de Zidane…
La omisión de Di Stefano, de Zidane y la de Miguel Porlán «Chendo»…
Y García Remón? Eh?
Y también echo de menos a Martín Vazquez, Guti o Sanchis.
Por no nombrar a Morales, Sandro, Ognjenovic, Michel Salgado, Canabal, Secretario, Faubert, Walter Samuel, Arbeloa, Poli Rincon, Gravesen … Aunque tu , Lucia, al 99% de estos no los conoces verdad ? … pese a haber visto jugar a Di Stefano claro :P
Y la de Raúl González Blanco y Cristiano Ronaldo. Taparos.
Lo recuerdo de la final de Copa que el Barcelona la ganó a la U. D. Las Palmas (que me jeringó lo suyo porque era y sigue siendo la única vez que el equipo de mi ciudad llegó a una final de esa índole) y también del O-5 al Real Madrid. Una maravilla como jugador.
En cuanto a los que se preguntan por la no mención a Di Stéfano, en efecto, chirría y da qué pensar, pero no es menos cierto que no se puede decir que Don Alfredo realmente creara un estilo realmente genuino como entrenador: fue un genio como jugador, eso es indudable, el más grande en su día al lado de Pelé, pero no se puede decir lo mismo como entrenador: no hay un estilo Di Stéfano pero sí hay un estilo Cruyff
Sí, pero ninguno de los otros mencionados ha destacado tampoco como entrenador. Me refería como jugador. Y transformó el Real Madrid. Se habrá olvidado, sin más.
eterno 14. Aquí un homenaje en imágenes
«una Eurocopa con aquella misma Holanda de Anticitera». ¿Qué Eurocopa? Aquella selección naranja fue conocida (además de por la extensión de concepto de «fútbol total» y la renovación de dejar atrás sistemas tácticos más rígidos) por encadenar dos derrotas en finales de la Copa del Mundo (la segunda sin Cruyff en el 78) y no alcanzar ninguna final continental como selección. No sé a qué puede referirse el autor…
«Quedan noventa y ocho minutos». Asumo que es un simple error inintencionado, pero serían ochenta y ocho.
En todo caso, coincido con el homenaje al minuto: la mejor síntesis de un personaje sin duda en el Olimpo futbolísitico. Un Grande el Flaco!
En vano vociferáis cánticos de sirenas. Ninguno de los jugadores que mencionáis se pueden parangonar con la figura del holandés. Vanas pretensiones animadas por un orgullo de patio de colegial (y si no es así, que baje Dios y lo diga).
No se pueden parangonar como entrenadores, pero como jugadores, ¡claro que sí! Como jugadores, los más grandes en la historia del fútbol son Alfredo Di Stéfano, Pelé, Diego Maradona y Lionel Messi.
Y cuando, dentro de 2, 6, 10 o 50 años Holanda gane un mundial, los románticos que lo vean pensarán «éste es el que debió ganar Johan» y maldeciran la verdad y añoraran la belleza. Y, entre los resultadistas, una agria voz recordará que «fue muy hermoso, pero » y ningún argumento podrá rebatir su maldito «pero».
Cruyff como jugador estuvo por debajo de Maradona, Pelé, Messi o Di Stefano… Pero su aportación como entrenador es brutal. La omisión de Di Stefano es descarada y ofensiva para cualquiera que entienda algo de este juego. Hay que recordar que como entrenador recogió las influencias de Mitchell y qué realmente no creo un estilo, se limitó a aplicarlo con valentía y rigor. Guardiola aportó un paso más al presionar arriba. No obstante el fútbol del Dream Team era el más estético que he visto nunca.
«Cruyff como jugador estuvo por debajo de Maradona, Pelé, Messi o Di Stefano… Pero su aportación como entrenador es brutal». Totalmente de acuerdo.
Decir que Cruyff estuvo por debajo de Maradona, Pelé, etc… es propio de alguien que, para empezar, no ha jugado al fútbol a un nivel profesional o semiprofesional. Que un chaval de un país que hasta entonces no tenía tradición futbolística haga tres veces campeón de Europa a un equipo desconocido de su país es algo así como si un equipo de Islandia hoy en día gana la Champions tres veces consecutivas. Además de llevar a la selección a la final del mundial (si no hubiera sido Alemania la anfitriona otro gallo habría cantado) y de haber estado en Argentina ’78 muy probablemente hubieran ganado. Estamos hablando de uno de los jugadores más carismáticos, rápidos, elegantes e inteligentes que ha habido. Por eso estamos leyendo este artículo.
El laaargo comentario de E.J. Rodríguez naufraga cuando comienzan las comparaciones con Pelé, Maradona y Messi… y el olvido insultante al gran Di Stéfano. ¡Claro que hay algo que podemos decir de Cruyff que no podemos decir de esos otros grandes futbolistas! Pero no es menos cierto que hay cosas que podríamos afirmar del brasileño y de los argentinos que no podríamos decir de Cruyff (todos, por ejemplo, jugadores más brillantes que el holandés). No hace falta caer en esas comparaciones para alabar la grandeza de Cruyff.
Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff, Diego Maradona y Lionel Messi… Cada uno de ellos, grande y único a su manera.
A ver si aprendemos de una vez que «los 4 grandes» no existen: es solamente un reportaje de una hora que hicieron en Canal+ cogiendo los jugadores que les vinieron bien. El propio Juan Carlos Crespo lo cuenta aquí: http://www.lawebdefutbol.com/2010/04/la-historia-de-los-cuatro-grandes.html
Es un mantra que por repetirlo, parece que se ha asentado en el imaginario colectivo. Creo que fue Alfredo Relaño, actual director del As, uno de los creadores de esa frase.
Internacionalmente jugadores como Eusebio, Zico, Platini o Beckenbauer también son aclamados. Aqui, casi son ignorados. Y menos mal que el intento de Marca de vender a Zidane como el quinto grande no cuajó…
Johan fue un entrenador que modernizó el Barcelona, pero que terminó preso de sus ideas. Fichajes como los de Korneiev, Escaich o Kodro para que jugase de extremo fueron cuanto menos curiosos. No obstante, el Barça es hoy lo que es gracias a su persona.
Los que nacimos y crecimos en el baby boom en España no reconocemos a nadie más grande que Maradona. Recuerdo ese mundial de México en el que se hizo dueño y señor de la cancha. El testigo lo recoge Messi quien necesita hacerse grande en el próximo mundial de fútbol. Cruyff, Pelé y Alfredo pertenecen a una época distinta del fútbol que no hemos podido -los de mii generación- apreciar correctamente. Y dudo, como suele ocurrir en este tipo de selecciones, que sea justo recoger jugadores de distintas épocas y libérrimamente meterlos en el mismo saco. A lo mejor Alfredo Di Stefano en la actualidad tan solo sería un jugador de fútbol más. ¿Quién puede realmente defender lo contrario?
Habrá que mencionar la magia de Ronaldinho y el aporte al jogo bonito de Tele Santana
De verdad extrañan a alguien las omisiones? Después de todo esto no deja de ser parte de la machacona cantinela que se lleva repitiendo muchos años.
Todos vivíamos entre tinieblas hasta que el profeta y su club elegido nos sacaron de la oscuridad.
De lo que nadie se acuerda (o prefiere no acordarse) es que cuando el profeta llegó a España como entrenador, que es como se le ensalza hasta la náusea, declaró que quería que el Barcelona llegara a jugar tan bien como lo hacía entonces el Real Madrid. Que lo hacía de maravilla pero tuvo la mala fortuna de no ganar una Copa de Europa que lo hubiera convertido en inmortal. Concretamente la que acabó ganando el Psv sin marcar un gol desde octavos.
Luego apareció el Milán de Sachi y los holandeses y contra aquello no parecía haber antídoto.
Y convendría recordar a quien no conozco ce aquello más que a través de propaganda que el «dream team» (hablando de propaganda) cimentó su leyenda en una copa de Europa ganada en la prórroga de falta directa contra la Sampdoria….y que antes habia salvado el culo en cuartos con un cabezazo en un centro a la olla que Bakero le metió al Kaiserlauten. Quizá a los creyentes les extrañe ese lance en un equipo que cambió «la historia del juego», pero cuando la cosa se ponía chunga el genio ponía a Alesanco de delantero centro, mandaba centrarle melonadas y se quedaba tan ancho. De las famosas cinco ligas seguidas y se como se ganaron algunas de ellas no digo nada.
O de las caras que vi en una sala de televisión de un cuartel mientras el Milán de Capello y Savicevic abrían en canal lo que quedaba de aquel equipo, provocando la caída del genio tampoco.
De su propensión a los fichajes genialoides (ay, Romerito) mejor no hablamos.
Y es que al final era como los demás. Los goles los metía Romario y allí estaba Laudrup o Beguiristain o Koeman. Igual que después aparecieron Xavi e Iniesta y Messi. Lo demás, evangelismo puro….
El fenómeno Cruyff se explica fácilmente si se tiene en cuenta ese «aura» especial que algunas personas poseen. No voy a entrar aquí en disquisiciones técnicas sobre fútbol porque francamente, no es mi fuerte pero siempre he oído mencionar cinco nombres por encima de todos los demás jugadores (algunos excepcionales) de la historia: Di Stefano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi, aunque de éste último parece que el Sr. Valdano se quiere olvidar en recientes declaraciones.
Dicho esto, me centro en la vertiente intangible de Johan; recuerdo perfectamente las primeras veces que le veía en la tele en blanco y negro jugando con Holanda contra los alemanes y otros varios. Era imposible no simpatizar con ese simpático larguirucho de pelos largos, mirada viva, personalidad arrolladora y endiablado talento para dirigir su juego y el de todos sus compañeros. Más tarde, cuando fichó por el Barça y se vino para aquí, pudimos además, constatar un carisma personal y un ingenio en sus declaraciones que sabemos muy bien que no están al alcance de cualquiera. Caía tan bien que hasta su manera peculiar de hablar divertía a casi todo el mundo, haciéndose perdonar quizá muchas otras cosas. Algo que, en el fondo, es lo que hacemos con los que queremos y a Johan se le quería mucho, tanto que me atrevería a decir que hasta en Madrid lo querían.
Todo eso, vale muchísimo más que el dinero y cuatro regates maravillosos; es algo inherente a las ESTRELLAS y Cruyff lo era del fútbol como podría haberlo sido de cualquier otro deporte como el tenis, automovilismo, atletismo, ciclismo… o del mundo del espectáculo, roquero o actor. Pero siempre brillando con fulgor como lo hacen los astros y eso, precisamente, es lo que a mi modo de ver, ha diferenciado a Johan Cruyff de los otros cuatro genios del balón.
Supongo que lo de la inmortalidad del R. Madrid que finalmente no pudo ser no es evangelismo ¿no?……¡ay bribón!
Tal vez si se extendiera usted en su razonamiento (en el caso de que esto le sea posible) sería factible que alguien de entre todos nosotros, entendiera algo de lo que usted pretendía decir. De cualquier modo, ¿está seguro de que su respuesta iba destinada a mi nota, «Eñ cuadrado mágico»…?
El anti-cruyffismo mediocre y rabioso que no pierde la ocasión de mencionar los fichajes de Romerito o Korneyev. ‘Sólo aprende quien se equivoca’, solía decir el propio Cruyff.
Y atención, que el hecho de ganar la primera Copa de Europa en la historia del club habiéndose disputado hasta esa fecha 36 ediciones del torneo carece de importancia porque se obtuvo en la prórroga y con un gol de falta indirecta.
No me imagino a nadie (salvando las enormes distancias) escribiendo que el doctor Alexander Fleming tampoco tiene tanto mérito porque descubrió el hongo de la penicilina por casualidad.
Al contrario de algunas opiniones expuestas en este sitio, creo que Johan Cruyff como jugador fue uno de los grandes ( en España solo lo vimos un año)aunque no ganara ningún mundial(¿cuantos ha ganado Messi?); a Pelé y a Di Stefano no los he visto jugar . Como entrenador estuvo sobrevalorado; tenía un equipazo y sí que es verdad que impuso el futbol de toque y posesión del balón, pero eso no lo inventó Cruyff sino Marinus Michels .Los éxitos del Barça de los últimos años se deben a un buen encaje del futbol base (La Masía) con el primer equipo llevado a cabo por una secretaría técnica que funciona desde los tiempos de Nuñez, y que además suele acertar en los fichajes.
Como persona creo que dejó mucho que desear.
Jonathan Woodgate cambió la historia reciente del Real Madrid. Eso está ahi..
Joder, como está el madridismo…
Resulta molesto comprobar cómo se hincha el mito-globo alrededor de un hecho concreto, ojo, no hablo del resto de la vida y la trayectoria profesional de Cruyff.
Hablo de su supuesto biocot a la dictadura de Videla a través de su renuncia a participar en el mundial’78, disputado como todos sabéis en Argentina.
Jamás conocí declaración alguna de Johan Cruyff que recogiera reivindicaciones políticas, y mira que tuvo ocasiones un icono mundial durante más de 40 años. No estoy hablando de apoyar la reintroducción del estornino en el amazonas, ni de firmar a favor de la nutrición infantil. Me refiero a posicionarse como han hecho tantos otros mitos deportivos. Eso no lo hizo jamás.
Y no entro a valorarlo, sólo faltaría. Libre era el hombre de manifestarse o no, y de vivir de acuerdo a las ideas que pudiera tener. Por ello me parece una impostura propia de las plañideras de turno el intento de construir alrededor de la figura del holandés el aura de luchador contra dictaduras,a costa incluso de su propia carrera profesional. Porque no era el caso.
Recientemente ha salido publicada un esbozo de entrevista con el autor del asalto y secuestro de la familia Cruyff, pocos meses antes de la copa del mundo del 78, en su domicilio de Barcelona. El matrimonio fue encañonado y amordazado, con sus 3 hijos en sus habitaciones. Podemos imaginar lo que aquello supuso para Cruyff, y las pocas ganas que le quedaron de pasar dos meses lejos de su familia al poco de suceder aquello. En dicho artículo se entrecomilla una afirmación de Cruyff en una de las escasas ocasiones en las que habló de aquel incidente…»a una copa del mundo…si no vas al 200%, no puedes ir.»
No pongo el link al artículo por razones obvias, pero está al alcance de cualquiera que busque por la red.
Nada de esto importa para los periodistas hagiógrafos, ansiosos de que la verdad no estropee su historia. Estos días se repite hasta la saciedad el soniquete de la renuncia de Cruyff a causa de la dictadura. Mi particular homenaje a ese genio que fue Cruyff no es otro que revelarme ante algo tan chusco. Dudo mucho que en vida hubiese estado de acuerdo en ver cómo su historia se distorsionaba, aunque fuese con intenciones laudatorias.
Se menciona muy de pasada su paso por el F.C. Barcelona como jugador… : P
Satisface constatar la tozuda realidad que nos muestra al madridismo acomplejado ante el fulgor azulgrana. Y lo que nos queda.
Antonio Sastre, de Independiente en los años 1930s y el San Pablo de Brasil en los años 1940s fue el primer gran polifucional de la historia del fútbol. ..pero claro aquí seguro no tienen ni idea de quien fue