Terminator y Memento son dos pequeñas joyas, cada una en su estilo, que resultan tener bastante en común. Aparte de suponer sendos hitos cinematográficos que marcaron sus respectivas décadas, ambas sirvieron de trampolín a sus directores James Cameron y Christopher Nolan. Dotados con un común sentido del espectáculo, no suscriben aquello de Cecil B. Demille sobre que las películas deben comenzar con un terremoto e ir creciendo en acción, porque en su opinión hace falta añadirle un tornado, tres volcanes y una batalla de robots contra mutantes y ya entonces la historia que venga a continuación comienza a tener algo de interés. Pero los estudios recelan ante la idea de entregar a cualquiera las ingentes cantidades de dinero que tales superproducciones requieren, hace falta haber dirigido alguna otra semejante previamente. ¿Cómo podían entonces entrar en tan selecto círculo?
Tanto Cameron como Nolan supieron sortear el limitado presupuesto con el que empezaban centrando toda su ambición en la historia, con sendos guiones escritos —aunque no exclusivamente— por ellos mismos. El primero se inspiró en un episodio de Más allá del límite, titulado «El demonio con la mano de cristal» sobre un hombre que se despertaba sin memoria pero con algo en su cuerpo cuya visión le incitaba a investigar qué demonios estaba pasando. ¿Les suena la historia? Solo que ese algo no eran tatuajes sino una mano robótica. El segundo nos mostraba a un implacable ejecutor que también podría considerarse un viajero en el tiempo, aunque no desde un hipotético futuro sino de un pasado que era para su cerebro averiado igual de inaprensible. Alguien que vivía obsesionado con las fotos Polaroid aunque en ninguna de ellas apareciera Sarah Connor con la mirada ausente. Si la primera intercalaba flashforwards del futuro recordado por el protagonista, la segunda era un flashforward de cabo a rabo, pues estaba narrada al revés. Ambas películas nos hablaban, en definitiva, sobre el intento de reescribir el pasado. Que se vengan a España, que aquí le echamos tanto empeño que no nos basta con convertir una serie al respecto en el mayor éxito televisivo reciente sino que hacemos política con ello.
¿Y por qué traemos a colación estos dos títulos tan queridos? El motivo es el estreno de Remember, la última película de Atom Egoyan, con guion de un primerizo (y prometedor) Benjamin August. Su historia sencillamente no habría sido posible sin esas dos predecesoras: Zev, un anciano judío, único superviviente de su familia de Auschwitz, viaja con una carta que le recuerda tras cada frecuente pérdida de memoria quién es, y lo más importante, a quién debe matar para alcanzar su venganza. Como un terminator con demencia senil y pérdidas de orina, acude primero a una armería y luego va casa por casa en implacable encuentro de su objetivo. Su búsqueda da lugar a un thriller cargado con una buena dosis de humor negro a pesar, o precisamente por, la gravedad de los temas que aborda.
Interpretar a un anciano de noventa años tan frágil en su cuerpo y mente como firme en su determinación no era tarea fácil, más aún cuando es el protagonista absoluto y eje de toda la narración. El productor lo tuvo claro desde el principio: «Era una lista de uno para el papel de Zev, Christopher Plummer. Probablemente no hubiéramos hecho la película sin él». Estamos hablando del protagonista de todo un clásico como Sonrisas y lágrimas y, naturalmente, cumple con creces. También aparece por allá Martin Landau, que remata así una larguísima carrera a sus espaldas de la que podríamos mencionar, por ejemplo, Con la muerte en los talones y Ed Wood. Y por último también nos encontraremos a menos veterano aunque perfectamente reconocible para quien haya visto Breaking Bad, Dean Norris.
En conclusión, Remember es un recomendable thriller con un punto de comedia negra, con un buen guion (aunque no excesivamente original) y unas notables interpretaciones, que nos habla de aquello que indica su título, de la memoria individual —tan caprichosa y maleable— y de la colectiva, también sujeta a distorsiones interesadas… Al menos mientras no haya quien esté dispuesto a alzar la voz y señalar las mentiras. Tony Judt decía que el papel del historiador era recordar lo que los demás prefieren olvidar y eso es, exactamente, lo que nos cuenta esta película.
Aquí pueden ver el trailer.
Egoyan hizo maravillas como, entre otras, «Exótica», «El dulce porvenir» o «El viaje de Felicia». Pero después de esta última, su pegada pareció diluirse como una meada en el Mar del Norte. Es triste, pero espero muy poco del que fue uno de mis directores favoritos en la década de los noventa.También he creido reconocer en la primera foto a Jurgen Prochnow, al que hubiera valido la pena mencionar.
Me ha encantado esta película, después de la decepción que me lleve con el hijo de Saul, que me pareció infumable, esta cuenta una historia sobre el tema nazi que me ha gustado mucho junto con la interpretación de Plummel.
Sí, Beau Plummel…