Ciencias

Otramente

Ilustración: Emiliano Bruner.
Ilustración: Emiliano Bruner.

Sea acertado o no, parece casi imposible evitar caer en un mecanicismo extremo cuando pensamos en nuestro cerebro. Aunque sea solo por una necesidad de cuadricular los elementos del sistema, lo interpretamos como si fuera un ordenador, con sus capacidades y sus limitaciones. De hecho es posible que, sin darnos cuenta, estemos construyendo nuestras computadoras según relaciones iguales o parecidas a las que caracterizan los mecanismos de nuestro sistema nervioso central. Sea como fuere, siempre hemos interpretado el cerebro como una máquina, y asimismo interpretamos sus éxitos y sus fracasos con la misma perspectiva. Y una máquina tiene sus capacidades, su potencia, su autonomía, y sus fallos.

Si a nivel evolutivo intentamos explicarlo en términos de adaptación y selección, con referencia a la población lo llamamos variabilidad. Tenemos pruebas de evaluación psicométrica que intentan medir las diferencias cognitivas entre las personas, asociando tareas y puntuaciones, según criterios que por necesidad metodológica son muy lineales y simplificados. A veces podemos no estar seguros de qué es lo que estamos midiendo exactamente pero, más allá de la capacidad cognitiva específica que se supone estamos cuantificando, hay algo que la medición revela de forma más objetiva: su diversidad.  Podemos no tener muy claro lo que hemos medido con un test psicométrico (que a menudo se refieren a factores muy complejos como por ejemplo la capacidad de memoria, la capacidad de cálculo, la velocidad mental, o a medidas generales de inteligencia), pero sí que puedo saber si lo que he medido es algo poco o muy variable entre los individuos. Es decir, si pensamos, sentimos y analizamos de forma similar o muy distinta.

Hay veces que uno se puede sorprender en este sentido, cuando los resultados nos sugieren que percibimos e interpretamos el mundo ahí afuera de forma muy pero que muy diferente el uno del otro. El haber acosado y oprimido las diferencias a lo largo de siglos ha llevado a nuestra sociedad occidental a rechazar el concepto de diversidad, en lugar de llegar a reconocerlo y valorarlo como una riqueza. Pero si es verdad que tenemos todos los mismos derechos, no es verdad que somos todos iguales. Y es probable que no tengamos ni idea de cuán diferentes somos. Sin darnos cuenta, a lo largo de nuestra historia y de nuestras vidas, establecemos patrones y códigos comunes que disimulan las diferencias, las esconden, las encarrillan, las suavizan, las camuflan y, en cierto modo, esto representa probablemente una premisa necesaria para poder desarrollar una estructura social razonablemente estable. Integramos las diferencias personales en un contexto compartido y pensamos que somos todos iguales en el sentido de que, con algunos matices y cada uno con sus gustos, recibimos e interpretamos el mundo según los mismos criterios, teniendo todos los mismos filtros. La sociedad se ha estructurado de forma que las diferencias en la percepción y en los mecanismos cognitivos no se noten, y desde pequeños vamos encajando y explicando los comportamientos ajenos según nuestros criterios, suponiendo o asumiendo que son los de todos.

Las diferencias cognitivas o neurales se pueden mimetizar hasta casos extremos. Hay peculiares cortocircuitos del cableado cerebral llamados sinestesias, que tienen como consecuencia la asociación perceptiva entre números y colores, o entre formas geométricas y otros efectos sensoriales. Hay muchos casos en los que quien tiene sinestesias no lo sabe o, mejor dicho, cree que son algo normal, que son la forma común de asociar estímulos externos y sensaciones internas, y tardan muchos años en descubrir que no es así, que no para todos el miércoles es azul. Y hay muchas personas que, ya en una edad adulta, descubren tener síndrome de Asperger (una variación del espectro autista) a veces por casualidad, cuando llevan sus hijos a un psicólogo infantil porque les parece que tienen un comportamiento peculiar.

¿A qué nivel llegan las diferencias cognitivas entre nosotros sin que nos demos cuenta? A menudo se pone el ejemplo de los colores, recordando que el rojo para una persona puede que no sea el rojo para otra, pero llamándolo siempre de la misma forma sencillamente no nos enteramos nunca de que utilizamos el mismo nombre para una experiencia sensorial diferente. Pero ¿qué pasa si no fuera solo eso? Individuos que tengan diferencias sustanciales en sus capacidades mnemónicas, visoespaciales, ejecutivas, fonológicas, de cálculo o de velocidad mental, no solamente ven e interpretan el mundo de una forma totalmente diferente, sino sobre todo amontonarán a lo largo de sus vidas diferencias cada vez más importantes. No solo reciben el mundo de una forma diferente sino que, sobre todo, el mundo moldeará sus cerebros de forma diferente. Si ya estas diferencias pueden tener un efecto significativo en las edades jóvenes, en los adultos pueden generar a largo plazo individuos que utilicen un mismo código (los comportamientos, reglas y cánones establecidos por la sociedad) pero que en realidad ven la vida con ojos totalmente distintos. A veces esto se sobrelleva bastante bien y a veces no, porque antes o después las pequeñas divergencias llevan a las líneas rectas a separarse demasiado o, al revés, a chocar entre ellas.

Imagen: Emiliano Bruner.
Un espacio multivariante es como un espacio tradicional en dos dimensiones, solo que las dimensiones son… ¡más! Un eje para cada variable que se mide y que, si estamos analizando personas, pueden ser variables físicas (como altura y peso) o de cualquier otra naturaleza, incluyendo variables cognitivas (capacidad de cálculo, de memoria, de integración visual, etc.). Cada punto es un individuo, con su particular combinación de valores para cada una de las características que se están midiendo. Si la distribución es «normal» (la famosa campana de Gauss) los individuos más hacia el centro tendrán valores promedio, tendrán más individuos parecidos a ellos, y además los individuos cercanos serán realmente muy parecidos, hasta iguales. Los que están hacia la periferia, pues… ¡lo contrario! Por cierto, ¿tú dónde crees que estás?

Si cuantificamos todas nuestras capacidades cognitivas y hacemos un análisis estadístico de la población en que vivimos, transformando a cada uno de nosotros en un valor de un gráfico con muchas dimensiones (un eje para la capacidad mnemónica, uno para la capacidad visoespacial, uno para la velocidad mental, uno para la capacidad de cálculo, etc.), encontraremos una nube de puntos, un punto para cada individuo, en un espacio donde algunos están más cercanos al centro, y algunos más lejos, apartados hacia una periferia menos poblada. En esta nube estamos todos, cada uno en un punto de este espacio, en función de su particular combinación de valores. Estás tú, y está también alguien que es el anti-tú. Es decir, alguien que tiene exactamente los valores opuestos a los tuyos. Estas distribuciones suelen tener forma de campana: valores frecuentes a un nivel promedio, y valores siempre más infrecuentes alejándose de este valor promedio. El área central es «densa»: los que están allí presentan valores más corrientes y abundantes. Las áreas periféricas, en cambio, son menos tupidas, los puntos están más dispersos. Podemos aplicar esta perspectiva a nuestro entorno social y cultural, mapeando la posición de todos nosotros según nuestras capacidades cognitivas y descubriendo  nuestra posición dentro de esta «nube» de puntos. Y hay que tener en cuenta entonces tres consecuencias principales. Primero: cuanto más lejos estés del centro, tanto más tu forma de ver las cosas será «diferente». Segundo: cuanto más te alejas del centro, menos personas «te entienden», y, por ende, menos personas puedes llegar a entender. Tercero: cuanto más te alejas del centro, los individuos más próximos a ti serán de todas formas «menos iguales» a ti. ¡Atención, que esta es quizás la consecuencia menos evidente pero más importante! Al ser la periferia de la nube menos densa, los puntos están más alejados. Por ende, quien está en el centro tendrá a su alrededor otros individuos realmente muy parecidos, mientras que si estás en la periferia, el individuo más cercano estará de todas formas bastante lejos, lo cual quiere decir que su forma de pensar será bastante disímil de la tuya, a pesar de ser tu vecino más inmediato. A lo largo de este camino que va gradualmente desde el centro hasta la periferia de nuestras combinaciones cognitivas se encuentran las borrosas, imprevisibles y contingentes fronteras entre genio y locura, entre éxito y exilio, entre curiosidad y miedo, entre integración y soledad.

En muchas ocasiones nuestras sociedades, en contextos históricos y culturales muy distintos, han intentado seguir las sendas de esta geografía cognitiva, para dar con combinaciones mentales que puedan delatar al genio o al criminal. Y muchas veces ambos caracteres han resultado ser el alter ego de un paquete indivisible que asocia una perspectiva diferente a una diferente interpretación de luz y tinieblas, juegos de sombras a veces productivos y a veces peligrosos, y siempre difíciles de gestionar según las reglas que gestionan los que buscan la diferencias sin ser diferentes. Es una patente circularidad del sistema sociocultural: se busca una perspectiva alternativa, pero teniendo que utilizar las reglas establecidas para las perspectivas que no son alternativas. La aceptación total de las reglas conduce a un estancamiento cultural que ahoga el sistema social, mientras que el total rechazo de las reglas lleva a la némesis, disolución destructiva de la organización interna. Para lidiar con todo esto se envían exploradores hacia las fronteras entre la norma y lo anormal, para tantear este espacio sin hacer demasiado ruido, para evaluar sin comprometerse, para aprovechar de la frontera sin tener que pagar sus peligrosas consecuencias.

La caza al genio (según nomenclatura más adecuada y norma europea, etiquetado con el término de «individuo con altas capacidades») tiene hoy en día dos objetivos complementarios, por lo menos a nivel formal. Primero, hay que localizarlo para aprovechar el don, optimizar sus recursos, potenciar y desarrollar la combinación favorable. Segundo, hay que individuarlo para protegerlo, para sostenerlo, porque el genio en un contexto pensado por los demás se aburre, se desmotiva, y acaba malgastando el don. Y otra vez volvemos a nuestro tautológico fracaso, porque intentamos encajar en nuestra cuadrícula social lo que tiene su valor precisamente por quedarse fuera de ella. A nivel estrictamente lógico, además, topamos por lo menos con tres límites patentes. Primero, las capacidades cognitivas pueden ser muy diferentes, y el espacio cognitivo tiene muchas dimensiones. Así que probablemente no existe una solución para todos, porque cada persona puede tener una combinación muy particular, difícil de encajar en una escala simplificada que va desde un menos a un más que, sencillamente, no existen. Segundo, también es probable que no existan umbrales, y que estas capacidades en todas sus dimensiones generen un espacio continuo. Así que una gestión en plan blanco y negro va a tener que lidiar con una gradación que funciona estrictamente con escala de grises. Tercero, tenemos un claro dilema sobre fines y objetivos, porque las capacidades de una persona no tienen por qué encajar necesariamente con sus esperanzas. ¿Qué pasa si el malabarista de los números no soporta las matemáticas? ¿Qué ocurre si el genio no agradece serlo? Está claro que estos problemas no son barreras imposibles, pero hay que considerarlos a la hora de planificar el rastreo de las mentes diferentes, así como de sus opuestos. Sobre todo si, otra vez en nuestro sufrido principio de indeterminación, las mentes diferentes tienen que ser orientadas por mentes que no son diferentes.

Un caso especial y significativo es el espectro autista, donde una diferencia sustancial en la percepción de la realidad lleva demasiado lejos en la nube de puntos, generando una distancia cognitiva importante entre el individuo y la sociedad. Después de décadas intentando encajarlo en nuestros esquemas médicos y psicológicos demasiado lineales, el autismo nos está revelando un mundo increíble, un mundo que mucho nos puede enseñar a los que supuestamente estamos amontonados en la constreñida distribución «neurotípica». En aquel mundo nuestras etiquetas no funcionan, porque hay miles de autismos diferentes, casi uno para cada autista. Nuestros umbrales tampoco sirven de mucho, porque entre los extremos de la norma y de lo anormal hay todos los posibles grados. De hecho, es probable que estemos intentando etiquetar como «autistas» sencillamente a todos aquellos satélites que están dispersados fuera de la nube, a lo largo de su extensa periferia multivariante, pensando que son todos el resultado de un mismo proceso, o de un alejamiento en una misma dirección. Si el espectro autista es nada más y nada menos que aquella lejana periferia, precisamente por su posición alejada, entonces tiene mucho que enseñarnos. Mentes diferentes con capacidades diferentes y soluciones diferentes, que observan nuestra amontonada nube de puntos con los ojos de un espectador remoto, aprovechándose de una perspectiva distante para contemplar el escenario desde la cumbre fascinante y solitaria de su diversa realidad.

***

Lo que llamamos «mente» es probablemente un proceso que requiere la integración del cerebro (sistema nervioso), del ambiente (incluida la cultura) y del cuerpo. Falta aclarar cuánto de estas componentes hay que buscar en nuestras capacidades cognitivas. He escrito recientemente sobre el papel del cuerpo en cognición y lenguaje. Os invito a leer un libro escrito por Temple Grandin, inestimable portavoz del mundo autista, investigadora inquieta de sus espacios, y preciosa reportera de aquellas fronteras lejanas: El cerebro autista: el poder de una mente distinta (2014).

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5 Comentarios

  1. rockandfeller

    El cerebro es una máquian en tanto y cuando funcione como tal, y así es normalmente. Y mientras el pensamiento sea la actividad predominante de un cerebro seguirá siéndolo. Pues el pensamiento es mecánico, repetitivo, predecible, y totalmente subordinado a un programa, a un conocimiento. En definitiva, mientras el cerebro acrue de forma individual, y sobre todo mientras piense que lo hace, y con ello de forma al individuo, el cerebro actua de forma mecánica, personalista, etcétera. Hay tanto que decir sobre ello, tal vez recomendar un libro al respecto, un vistazo en http://goo.gl/KWutOr para investigar la naturaleza del cerebro corrompido, que actua basado en la ilusión sin fundamento del individuo, en la ilusión que produce el pensamiento.

    • El cerebro es un procesador biológico de información, para el cual el pensamiento no es el fin, sino el medio. La finalidad del cerebro consiste en captar información del medio ambiente a través de sensores que son los sentidos, procesarla, y dirigir el cuerpo conforme la situación lo requiera, bien de forma automática; regular la temperatura corporal, metabolismo, sueño, respiración, movimientos, sistema endocrino, y muchas cosas más, o bien puntualmente tomando decisiones para la actuación futura. El cerebro procesa información de dos maneras; comparando imágenes entrantes con otras previamente almacenadas, y por medio de un código que es el lenguaje. Es lo que llamamos pensamiento. Por eso solo podemos pensar de dos formas; rememorando imágenes, o hablando con nosotros mismos sin pronunciar las palabras.

  2. Neurodiversidad. Solo hay que mirar a la realidad en la que estamos inmersos, para darnos cuenta que el único patrón que todo lo iguala es la diversidad. Nosotros somos parte de esa realidad.

    • jnjsvilchzpad

      La neurodiversidad no puede ser categorizada como un patrón; porque la neurodiversidad es el conjunto del sistema. Hay pautas claramente más significativas dentro del conjunto de esa diversidad.

  3. Pingback: El camino de Santiago | Quenántropo

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