Luis Aragonés llamó a Futre a las tres de la mañana. Puede que le despertara, como dice el portugués cuando cuenta la anécdota, o puede que Luis ya se hubiera hecho a la idea de que a esa hora Paulo no solía estar dormido. «Recuerde lo que le hicieron a Pizo», insistió el de Hortaleza, haciendo referencia a aquel episodio en el que Míchel y Gordillo adelantaron al corajudo lateral del Atleti en plena carretera de La Coruña, camino de la Ciudad Deportiva desde Las Rozas. y le empezaron a pedir autógrafos y a gritarle: «Pizo, eres nuestro ídolo».
Por supuesto, Pizo Gómez lo tenía complicado para ser el ídolo de nadie. Lateral de los de entrega, canterano del Athletic de Bilbao y proveniente de Osasuna, formaba parte de lo que se podía llamar «vieja escuela»: un hombre duro, implacable en su banda y en el marcaje individual. La mofa era evidente aunque lo cierto es que contada más de veinticinco años después la historia no parece dar para tanto.
De hecho, aquel mes de junio de 1992, Pizo ni siquiera estaba en el equipo, sino cedido en las filas del RCD Espanyol. No sé hasta qué punto invocar a Pizo Gómez era la mejor manera de motivar al equipo. No sé siquiera si la anécdota es cierta: a veces Futre la ubica por teléfono a las tres de la mañana y otras en plena concentración, a las nueve, las sábanas aún pegadas.
Es lo mismo: a Luis le gustaban esas cosas, formaban parte de su pedigrí como entrenador. Con Futre las había tenido tiesas varias veces pero siempre de puertas adentro, como sucedería, por ejemplo, con Eto’o años después, en el Mallorca. Pero no, Futre no necesitaba motivación alguna para una final de Copa del Rey y menos si el rival era el Real Madrid de Paco Buyo —«la primera que tenga te la voy a colar», le dijo, desafiante, antes del partido— con el que tantos encontronazos había tenido en sus cinco temporadas en España, incluyendo aquella esperpéntica expulsión de 1989, los dos rodando por el suelo en pleno estadio Bernabéu.
Futre y sus paquetes de tabaco. Futre y su evidente falta de disciplina. Quererlo u odiarlo. Niño mimado de la afición, que lo adoraba, y sobre todo niño mimado de Jesús Gil, que lo utilizó como gran reclamo para ganar las elecciones de 1987, cuando aquel chaval de veintiún años venía de ganar la Copa de Europa con el Oporto, donde formaba junto al argelino Madjer una delantera de época.
Después, los años duros. Un inicio casi soñado con Menotti, con triunfos en el Camp Nou y en el Bernabéu (0-4) en una misma temporada, pero, pronto, la marejada, los terceros o cuartos puestos que no valían para nada, siempre Gil buscando un micrófono para poner en duda la entrega de sus jugadores y advertir al entrenador de turno de que espabilara. Sus primeros compañeros: Arteche, Landáburu, Marina, Setién, Goikoetxea, López Ufarte… pasando por la cola del paro tras sus más y sus menos con el presidente.
Con la perspectiva de los cinco años en el club, el camino se empezaba a hacer demasiado largo, pero a la vez los resultados comenzaban a llegar poco a poco: por ejemplo, la formidable temporada 1990/91, con Tomislav Ivic en el banquillo, que dejó un título de copa contra el Mallorca, el primero que ganaba Futre desde que llegara al Calderón. Y, ahora, una decente temporada 1991/92 en la vuelta de Zapatones a su casa, culminada con la final del Bernabéu, la que enfrentaba a los de la cuadrilla de Pizo con los de la cuadrilla de Míchel.
El resto es historia: aún en shock por la pérdida de la primera liga de Tenerife, el Madrid apenas opuso resistencia y el Atleti dejó dos de los goles más espectaculares de una final de este tipo: primero, a los seis minutos, un libre directo magistral de Bernd Schuster que entró por toda la escuadra y aún en el primera parte, un contraataque que culminaba Futre con un zurdazo inapelable cuando casi no tenía ángulo. El Madrid dispuso de un penalti en la segunda mitad pero Míchel lo falló. Si se trataba de hacerle pagar por algo, el daño desde luego parecía compensado.
Parecía, una vez más, el principio de unos años mágicos para los de Gil. En realidad se trató de algo así como el canto del cisne. Su único título hasta el mágico doblete de 1996.
«¡Toma, Buyo, toma!»
Y es que la temporada 1992/93 no empezó bien. Ya en los primeros entrenamientos, Futre confirmó su tendencia a quedarse dormido en casa apurando el sueño. Luis, que esperaba que el portugués diera el salto definitivo a sus veintisiete años, no estaba dispuesto a pasarle ni una más. Conforme pasaron las jornadas y los malos resultados, la relación se enquistó. «No se entrena como debería entrenarse un profesional», decía uno; «Luis ha cambiado, no es el que yo conocí», decía el otro.
¿Y qué quedaba en medio? Ni más ni menos que un club y una afición volcada. Al poco de iniciarse la liga, el Barcelona de Cruyff se paseaba por el Calderón, con exhibición de Stoichkov incluida. Tras años de fichajes y fichajes, los grandes seguían estando a una distancia sideral, pero lo peor llegó a partir de la jornada trece, cuando los de Luis sumaron hasta cinco partidos sin ganar —dos empates y tres derrotas— que no solo le descolgaban definitivamente del título sino que ponían en riesgo incluso la plaza UEFA, acechado por el Sevilla de Maradona y el Athletic de Bilbao de Juup Heynckes.
El bajo rendimiento de Futre tenía mucho que ver con los tropiezos y los tropiezos a su vez no hacían sino hundir mentalmente a Futre. Su relación con Luis pasó a ser inexistente y adoptó una pose quizá equivocada de genio incomprendido. «Me equivoqué al fichar por el Atleti» —diría después— «Tenía veintiún años, venía de ganar dos ligas y la Copa de Europa y quizá debería haberme ido a Italia». Su único vínculo con el club seguía siendo Jesús Gil. Ni siquiera su hijo Miguel Ángel, con el que ya había tenido algún enfrentamiento, sino el gran patriarca, más preocupado por la alcaldía de Marbella y un posible salto a la arena política nacional de cara a las elecciones de 1993 que por la hora a la que sus jugadores llegaban a los entrenamientos.
La mejor manera de romper la racha negativa era darse un gustazo ante el Madrid en la jornada dieciocho de liga. Consciente de que estaban bajo la lupa de la prensa y la afición, Luis declaró una tregua pocos días antes de ese partido y Futre afirmó en la víspera que «iba a hacer que el Calderón se cayera de entusiasmo». Enfrente, al Madrid no le iban mejor las cosas. Era el primer año de Floro en el banquillo y lo había comenzado perdiendo en el Camp Nou. Su rendimiento en casa era bueno, incluso brillante, pero fuera del Bernabéu acumulaba derrotas en campos tan improbables como Vallecas.
Si Antic había estado en el alambre el año anterior teniendo al equipo líder distanciado, imagínense cuál era la situación de Floro, un hombre que, además, nunca consiguió caer bien en determinados corrillos: demasiado frío, demasiado cerebral, demasiados psicólogos haciendo ejercicios mentales para descojone general del vestuario… Antes de aquel partido en el Calderón, el Madrid no pasaba del tercer puesto en liga, a tres puntos de Deportivo de la Coruña y F. C. Barcelona. A punto de acabar la primera vuelta, la cosa se complicaba…
…Y más que se complicó cuando a poco de empezar el partido marcaba Sabas a bocajarro. «¡Toma, Buyo, toma!» gritaba Futre, desencajado, empeñado en hacer mucho más de lo que su equipo necesitaba: de la banda izquierda al centro, del centro a la derecha. Mucho contacto con el balón pero poco acierto… Y pocas responsabilidades defensivas. Futre lo intentaba y Luis se desgañitaba en la banda pidiéndole por favor que recuperara su posición, que recordara que aquello era un equipo.
La recuperación de Schuster, que debutaba en esa jornada con un partido inmenso, mantuvo con ventaja al Atleti hasta el minuto 27, cuando Zamorano empató —cómo no— de cabeza. El resto fue un ir y venir de dos equipos que necesitaban la victoria. Alguna ocasión suelta para Butragueño, la lucha habitual de Zamorano, la inteligencia de Manolo… Y sobre todo la competición de los dos centros del campo: Donato, Vizcaíno y Schuster por los colchoneros; Hierro, Prosinecki, Míchel y Martín Vázquez por los merengues.
El partido acabó así, 1-1. Para el Atlético de Madrid no era un buen resultado pero para el Real Madrid tampoco, y eso siempre alegra a la parroquia local. Nadie intuía entonces que la guerra estaba a punto de estallar, que el conflicto latente se convertiría en un reguero de acusaciones y gritos en la radio que acabaría con Futre fuera del Atlético.
El traspaso al Benfica, el principio del fin
La cronología de los siguientes días parece un parte de sucesos: en la misma rueda de prensa y como quien no quiere la cosa, Luis acusa directamente a Futre de no estar involucrado en el equipo y de no hacer ningún caso a lo que le dice el entrenador. Su objetivo, al parecer, es motivar al jugador, pero esta vez la gota colma el vaso. Cuando le vienen a Futre con las declaraciones, no duda en achacar todo a una maniobra de despiste para ocultar las carencias técnicas y tácticas del equipo.
Al día siguiente, 19 de enero de 1993, Futre aparece como invitado en El Larguero, de la Cadena SER. Está concentrado con su selección en Portugal, una selección, por cierto, que entrenaba Carlos Queiroz, el mismo que pasó del triplete con el Madrid a la nada más absoluta en unos pocos meses de 2004. Tiene algo que decir y lo dice bien claro, para jolgorio de José Ramón de la Morena: «Mi ciclo en el Atlético de Madrid se ha acabado y quiero que el presidente me traspase».
En aquellos tiempos estaba muy de moda, cortesía de José María García, lo de que una entrevista acabara como el rosario de la aurora gracias a las diversas intervenciones telefónicas que iban entrando en el programa. En cuanto oyeron el mensaje de Futre, en la SER no dudaron en llamar a Gil, que entró como el típico elefante en una cacharrería: que si me has decepcionado, que si eso no se puede hacer, que siempre me has conocido en las buenas, pero como me tengas que conocer en las malas…
Por una vez, en cualquier caso, Gil se puso del lado de su entrenador: «Se acabaron los caprichos», concluyó su intervención y empezó a buscarle un comprador. Dorna se ofreció para mediar en el traspaso pero el presidente veía con pavor la posibilidad de que Futre se fuera al Madrid. Con una cláusula de dos mil quinientos millones de pesetas, Gil estaba dispuesto a escuchar a cualquiera que ofreciera entre seiscientos y ochocientos… salvo si el que lo ofrecía era Ramón Mendoza. «Si el Madrid lo quiere, entonces son cinco mil», dijo, recordando lo que había pasado anteriormente con Hugo Sánchez, con Paco Llorente y la miniguerra que se desató con el fichaje de Fernando Hierro, pretendido por ambos equipos.
El 21 de enero, el hermano de Futre se reúne con los hijos de Gil y llegan a un principio de acuerdo por seiscientos millones. Solo falta el comprador, claro. Alguien que, de repente, en mitad de temporada, esté dispuesto a desembolsar esa cantidad por un jugador cuyo rendimiento está bajo sospecha y cuya actitud ha quedado retratada entre tanta polémica y tanto recado a sus compañeros: «No habré metido muchos goles —afirmó, en pleno enfado—, pero que le pregunten a Manolo o a Baltazar, dos delanteros de lo más normal a los que yo convertí en estrellas con mis pases».
Yo, yo, yo… Había un exceso de ego en el discurso de Futre, un poco desesperado conforme pasaban las fechas y la posibilidad de tener que volver a la fuerza al Calderón, pedir perdón a todo el mundo y acabar al menos la temporada con la boca callada se acercaba poco a poco.
Y entonces llegó el Benfica. El histórico Benfica con su histórica deuda. Mientras el Oporto luchaba por encontrar financiación para recuperar a su estrella y el Sporting de Lisboa se rompía la cabeza y el bolsillo para que su canterano más preciado volviera a casa después de casi diez años, Rego de Brito conseguía cerrar un acuerdo con la televisión pública portuguesa para venderles una serie de partidos internacionales que sumaban justo la cantidad deseada. El escándalo fue mayúsculo: el director de la corporación pública había sido presidente del Benfica hasta poco antes. Incluso Mario Soares tuvo que intervenir para depurar responsabilidades.
En cualquier caso, el dinero estaba ahí. Atlético y Benfica llegaron a un acuerdo para los plazos de pago y el jugador no tuvo que volver a Madrid. «Siempre quise ir a la Roma —tuvo tiempo de afirmar— pero Gil nunca me dejó».
De la bronca con Luis… a la bronca con Antic
El negocio fue ruinoso para ambas partes. El Atleti siempre tuvo la sensación de que podía sacar más dinero por una estrella mundial y deportivamente el equipo no notó mejoría alguna. Al contrario: dos semanas después, era Luis el que hacía las maletas, sustituido por Iselín Santos Ovejero y Omar Pastoriza antes de que Ramón Heredia se hiciera definitivamente con las riendas del equipo.
Como sustituto del portugués se tanteó al extremo del Paris Saint Germain y bestia negra del Real Madrid, David Ginola, pero al final prefirió renovar por su equipo.
Futre se fue en busca de más paz y lo que encadenó fue una serie de lesiones en la rodilla y traspasos en cadena: del Benfica pasó al Olympique de Marsella, donde Tapie contaba con él pero su entrenador, no. Poco después de que el magnate ofreciera al Real Madrid su cesión, el jugador se rompió la rodilla. Una lesión salvaje que acabaría en la práctica con su carrera. Porque sí, aún tuvo tiempo de pasar por la Reggiana, un equipo sin más aspiración que no bajar a segunda y de coquetear brevemente con el Milan, donde llegó a jugar algún partido suelto hasta que Berlusconi decide mandarlo al West Ham.
A sus treinta años no quedaba nada del Futre explosivo del Oporto o el Atleti, aquel rayo furioso que se pegaba el balón al pie y empezaba a tirar diagonales regateando a todo el que se pusiera a su paso. Una segunda lesión grave de rodilla en 1996 le obligó a anunciar la retirada, pero, resistiéndose a la evidencia, aún tuvo tiempo de volver al Calderón, requerido de nuevo por Gil y por Radomir Antic para aquel descomunal proyecto encabezado por Vieri, Lardín, Kiko y compañía para recuperar el título de liga ganado dos años antes.
Apenas jugó diez partidos de liga, todos como suplente, para un total de ciento setenta y dos minutos. Eso sí, le dio tiempo a montar un amago de motín, pelearse con el entrenador y acabar apartado del equipo ante la imposibilidad de marcharse a La Portuguesa, un modestísimo equipo brasileño. En los dos derbis contra el Madrid, Antic le dejó en la grada.
Así acababa, ahora ya sí, la carrera de Futre como jugador. Del campo pasó al despacho corriendo, primero como agente, luego como director deportivo del Atleti en tiempos de intervención judicial. Aguantó dos años pero, por supuesto, acabó peleándose de nuevo con los Gil. Como si a esas alturas alguien creyera que aquello podía acabar de otra manera.
Guille, a ver si empezamos ya a llamar bien al Sporting:
Es el Sporting de Portugal:SCP.
Técnicamente el Sporting de Lisboa es en realidad el Benfica: SLB.
Por lo demás, gran artículo como siempre.
Al Sporting de Portugal en España siempre se le llamó Sporting de Lisboa, igual que en el resto de Europa; igual que a Nacional de Montevideo se le llama así, y su nombre oficial no es éste, o al Barcelona y al Sevilla, que en Italia se les llama por su nombre en italiano, no por su nombre oficial, entre otros millones de ejemplos…
Un colega del Madrid siempre me dice que cuando la cogía Futre, el Bernabéu se callaba, no sé si será del todo cierto pero le tenían mas miedo que a la peste, tanto como amor le tenemos los colchoneros.
Según tengo entendido, la pelea Luis-Futre fue una pantomima que hubo que montar porque al portugués había que venderle si o si, el club (Gil) necesitaba la pasta.
Error: fue Schuster, no Futre, quien le dijo a Buyo que en cuanto tuviera la primera ocasión le iba a meter el gol. Como así fue.