En las montañas de Mokra Gora, en Serbia pero con el roaming del móvil conectándose con Bosnia, está el pueblo de Drvengrad. Es el decorado en el que Emir Kusturica rodó La vida es un milagro, pero con los años se ha convertido en un lugar de peregrinaje turístico en el que el director ha dado rienda suelta a todas sus obsesiones. Hay una plaza de Maradona, efigies de Fidel Castro y Yuri Gagarin por las esquinas. Murales de Fiodor Dostoievski en toda una fachada y una cárcel del pueblo con George Bush Jr. y Javier Solana tras las rejas. Prueba a pedir una Coca-Cola en el restaurante o la cafetería, verás qué cara te ponen. En fin, todo en general es un totum revolutum de imaginería que al fin y al cabo ha puesto en el mapa este pequeño lugar y que sirve de escenario para la celebración del Festival Internacional de Cine de Kustendorf, que este invierno ha cumplido su novena edición.
Las jornadas están orientadas a los estudiantes de cine. Se conciben como una oportunidad de charlar con los mejores directores europeos y del resto del mundo. Para los periodistas, el valor del evento reside en que, entre orquesta de gitanos y licores varios mediante, uno puede terminar hablando con los directores invitados con toda naturalidad y sin cortapisas. Digamos que es un festival cálido, aunque este año el termómetro marcara -17 grados a las diez de la noche el segundo día.
¿Y de qué se puede hablar en estas circunstancias? Pues, por ejemplo, cómo no, de la obra del pintor español Francisco de Goya. Es la influencia que citaba Matteo Garrone, aclamado autor de Gomorra, en su última película, estrenada el año pasado, El cuento de los cuentos; un proyecto que para sacarlo adelante necesitó poner su casa como aval para obtener un préstamo del banco. «No pasa nada, soy un jugador, todos los domingos juego al póker con dinero, me gusta el riesgo», dice riendo, «dedicarse al arte es muy peligroso, hay mucha gente que se ha suicidado (risas)». Aunque para él es casi un destino. Creció en un museo, se dedicó a la pintura y dio el salto al cine muy influenciado por pintores como Caravaggio, Rubens, Velázquez y el aludido pintor aragonés: «Cuando tenía veinte años ya conocía la obra de Goya, pero en un viaje a Madrid, en el Museo del Prado, pude decir que le descubrí. Nunca antes había visto el poder que tenían esas pinturas como en ese museo. Vi sus cuadros desde el principio hasta el final, su época oscura. Todo aquello me fascinó y para rodar esta película empapelé toda mi oficina con sus Caprichos porque esa mezcla de fantasía y realidad, de alegría y tristeza, era justo lo que necesitaba para adaptar la obra de Giambattista Basile».
Basile fue un escritor del siglo XVII. En sus cuentos creó personajes como el ogro, el Gato con Botas, la Bella Durmiente o la Cenicienta. Sin embargo, esos personajes se han terminado convirtiendo en los protagonistas de los cuentos infantiles clásicos. En su día, esto no era así ni mucho menos. El sexo y la violencia, con brutalidad gore, eran sus ingredientes: «A Giambattista Basile, aunque es uno de los mejores escritores, un clásico, desafortunadamente muy poca gente le conoce. Él escribía sus cuentos para entretenerse, era pura diversión, para él y para los miembros de la corte. De hecho, fue su hermana la que publicó sus libros, en vida él no sacó nada. Luego cuando apareció una edición alemana de su obra los hermanos Grimm escribieron un prólogo subrayando la importancia que la obra de Basile tenía para ellos».
Una película, El cuento de los cuentos, que conecta con su trabajo anterior, Reality, tan distintos a priori, porque, según explica, «ambas son historias sobre amor y obsesión». Con la salvedad de que el personaje de esa película sobre la televisión moderna estaba basada en hechos reales, en un caso tan cercano como que ocurrió en su familia: «Para Reality me inspiré en el hermano de mi mujer. La crítica se confundió, se pensaron que era una película sobre Gran Hermano, pero no era el caso. Lo que quise mostrar es cómo en nuestros días una persona puede echarse a perder por perseguir unos sueños artificiales. Y no solo él, también todos los que están alrededor, sus familiares, le empujan a que sea famoso para tocar también ellos algo de esa gloria. Para mí era más interesante ese viaje psicológico que puede recorrer hasta perder su identidad que los propios realities de la televisión como tales. Todo el mundo tiene sueños que pueden convertirse en pesadillas, pero hoy existe esa filosofía de que si no sales en televisión es que no existes».
Aunque no vea la televisión, por lo que no podíamos dejarle de preguntar era por la adaptación de Gomorra a la pequeña pantalla que Nacho Carretero calificó en esta casa como «sublime». A Garrone le ofrecieron el proyecto, pero no quiso aceptarlo: «Después del éxito que tuvo mi película no acepté hacer también la serie porque no quise volver al mismo tema, para mí era difícil volver a ese sitio y ponerme a rodar otra vez lo mismo. Pasé. Pero creo que es una gran idea haber hecho la serie, eh. De hecho, cuando leí el libro, antes de que las series fuesen tan trendy, en 2006, vi que una serie era el formato ideal para esa historia, era la mejor forma de desarrollar todo lo que hay en el libro».
Ahora se dice que las series son el nuevo cine, pero Matteo no tiene una opinión formada sobre el fenómeno: «No puedo participar del entusiasmo de la gente por las series, no sé por qué, la verdad es que cuando era chaval sí que seguía con atención la serie Heimat, alemana, pero ahora no sigo ninguna. Creo que suponen una forma interesante de poder contar una historia porque puedes desarrollar más el personaje». Pero en Italia cada vez se hacen más series sobre la mafia, como El capo dei capi en 2007, la aludida Gomorra o Romanzo Criminale. ¿Por qué? pregunto: «Pues porque funcionan, porque le gustan a la gente, el problema que tengo yo es que cuando algo se pone muy de moda prefiero ir en la otra dirección (risas)».
En sus inicios, los protagonista de las películas de Garrone eran inmigrantes. Prostitutas africanas, trabajadores albaneses… Inolvidables son las escenas de Terra di mezzo, su debut, en las que un anciano iba en bicicleta en la periferia de Roma hasta una prostituta nigeriana a solicitar sus servicios. Nos interesa saber qué le motivaba a filmar estas denuncias: «Aquello sirvió como denuncia, pero con el paso de los años me he dado cuenta de que no lo era. Tengo que ser honesto. Yo era pintor, trabajaba el óleo sobre madera. Y pintaba lo que veía en la calle. Cuando en los arrabales de Roma vi esta atmósfera de prostitutas africanas y los viejos yendo en bicicleta me sorprendió. Yo no era consciente entonces de lo que quería hacer, solo pretendía contar una historia diferente, y cuando vi todo aquello noté que había algo surrealista. Era una escena como de ciencia ficción. Un realismo mágico si quieres. Por eso tengo que reconocer que no quise hacer una historia sobre una prostituta en una calle por la noche, sino sobre esa atmósfera concreta. Me encanta Rossellini, por ejemplo, es una de mis mayores influencias, el cine social italiano, pero no creo que esta película fuese de denuncia, tan solo quise contar la historia de lo que ocurría bajo ese árbol. Con Gomorra fue lo mismo. No la filmé porque quisiera denunciar nada, sino porque al leer el libro sentí como si la historia, en un sentido metafísico, me llevaba a la ciencia ficción».
Entonces, tenemos que entender que su Primo amore, en la que un hombre obsesionado con la perfección obliga a su mujer a no comer con régimen salvaje, una tortura, para que sea ideal, no era tampoco un film de denuncia de la presión que sufre la mujer por cuestiones estéticas, entre otras muchas: «En lo que yo estaba interesado era en el cuerpo, es una obsesión para mí, con esas metáforas sobre Cristo y un punto sadomasoquista, pero no puedo comentar mucho porque esta historia fue muy dura, una película muy dolorosa que no he vuelto a ver. En Italia a mucha gente le encanta pero mucha otra la odia».
En uno de los momentos más hilarantes del festival, y no hubo pocos precisamente, Jacques Audiard recibió de manos de Emir Kusturica un premio por su próxima película, que está por filmar. El ganador de la Palma de Oro en la última edición de Cannes también tuvo ciertas dificultades para sacar adelante su película. Dheepan es la historia de un hombre, una mujer y una niña de Sri Lanka que tendrán que fingir ser una familia para poder ser acogidos en Francia como refugiados: «La película no era estrictamente francesa, el casting no era francés desde luego, y con un proyecto así vete tú a pedir una subvención a la televisión pública francesa… Pero yo salgo de mi casa en Francia y no oigo a mucha gente hablar francés».
El protagonista trata desesperadamente de huir de la violencia, a cualquier precio, pero cuando se cree a salvo en París vuelve a verse inmerso en ella. Hay algo que recuerda a Perros de paja de Sam Peckinpah y, en efecto, Audiard llegó a valorar filmar un remake del clásico: «Después de Un profeta, cuando abordé el tema de los inmigrantes en Francia, me rondó por la cabeza recuperar esa película, hacer una nueva versión, supongo que iría sobre toda esa gente que viene de fuera y se instala en Paris; pero cuando empecé a tocar el proyecto con los guionistas vi que no tenía sentido llevarlo a cabo. Lo que sí que me han dicho también es que hay alguna escena que recuerda a Taxi driver, la de la escalera concretamente, y la verdad es que puede ser, pero estas referencias se me cuelan de una forma de la que no soy consciente, me vienen las ideas, nada más, y las hago así, pero entiendo que la inspiración me llegará por cosas que ya he visto y cuando me lo dicen después me doy cuenta de que sí, de que tienen razón (risas)».
La cinta dura casi dos horas, como De óxido y hueso, su anterior trabajo que estuvo nominado a los Óscar, y su reconocida Un profeta dos horas y media. En estos tiempos en los que cada vez es más difícil que alguien fije la atención tanto tiempo sobre una misma historia es interesante conocer la opinión de Audiard sobre el fenómeno, pues va completamente contracorriente: «Es cierto que cada vez queda menos gente que preste atención durante más de dos horas. Antes no era así. También, si pones a un chaval de hoy a ver películas en blanco y negro dudo mucho que las soporte, sería casi imposible que las acabase. Soy plenamente consciente, pero sería un lunático si tratara de corregir esto».
No obstante, en Un profeta llamaba la atención cómo dividió la película en episodios, en capítulos, como si fuese una serie. Le preguntamos entonces si esa no es su forma de adaptación al nuevo público: «Cuando empecé a trabajar con el guionista de Un profeta, mi amigo Thomas Bidegain, se nos planteó el reto de tratar de contar seis años en la vida de una persona, cómo mostrar sus rutinas, las repeticiones constantes de actividades, que trasmitieran lo más fielmente posible esa experiencia; cómo hacerlo si ahora se ha producido una revolución y el público se ha adaptado completamente a historias de cincuenta y dos minutos. Pues lo que hicimos fue dividir la película en capítulos. Como en las series, efectivamente».
Y en su último trabajo también ha recurrido a técnicas similares, no tan explícitas, para adaptarse a los nuevos tiempos: «Con Dheepan hemos hecho como un videojuego, si te fijas el protagonista va subiendo niveles, como pasándose las fases de un juego. Incluso también mezclo géneros y hay un momento, que fue idea mía y estoy muy orgulloso, en el que el protagonista pinta una raya blanca en mitad del patio para dividir el barrio en dos, y con eso lo que quise marcar fue el cambio de un género a otro. Y estoy muy contento ¡al final no soy tan mal guionista! (risas)».
A Audiard le han acusado en su último trabajo de mostrar una Francia muy degradada, barrios conflictivos que hace años que ya no lo son, y que encima da una visión idílica de Gran Bretaña en comparación. Con el nacionalismo hemos topado: «Siempre me han criticado por meterme con el Estado francés, pero yo no hago documentales. Aunque el actor principal de Dheepan, que no es profesional, me dijo que la historia de esta película venía a ser la historia de su vida».
Premiado en Cannes en 2006 con 12:08 East of Bucharest, Corneliu Porumbiu es uno de los mayores exponentes del nuevo cine rumano. Un pequeño país que no para de dar nombres brillantes, Cristi Puiu, Cristian Muniu… Le pregunto el porqué de esta generación si la tradición cinematográfica en su país no es tan sólida como la de algunos de sus vecinos: «No sé, la verdad es que no es que tengamos una gran escuela de cine tampoco, son cosas que suceden sin más».
En Kustendorf presentó su última película, Comoara (El tesoro), sobre la búsqueda de un tesoro que habían enterrado en un pueblo antes de la instauración del régimen comunista: «Originalmente era el proyecto de un amigo, lo iba rodando poco a poco porque no tenía dinero, y cuando vio que no iba a ser capaz me decidí a ayudarlo. Cogimos un detector de metales, como los que lleva la gente en la playa, nos pusimos a ello y no encontramos nada (risas), por eso me decidí a filmar la película».
De sus trabajos relacionados con el sistema comunista y sus huellas destacó también en su día Politist, adjectiv, sobre una investigación policial. Llamaba mucho la atención porque parecía pretender abrir un nuevo género de cine negro, el del este de Europa, donde no hay glamour ni femmes fatales, donde el caso en el que trabaja el detective es tremendamente aburrido: «Es que cuando me puse a ver cómo era la vida de los policías en mi país me di cuenta de que era muy burocrática, en realidad se pasan la vida rellenando papeles, y eso es lo que quise plasmar».
Aprovechamos para sacar a colación la entrevista que le hicimos a Francisco Veiga, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, en la que explicaba que en estos países el comunismo gozó de cierta aceptación porque permitió a los hijos de los campesinos ir a la universidad e instalarse en las ciudades con todos los honores, pero nos lo desmitifica también: «Sí que se produjo un flujo importante de población del campo a la ciudad, como en cualquier revolución industrial, pero fue un cambio, al contrario que en otros países, muy poco natural, muchos de los que venían de los pueblos siguieron llevando en realidad la misma vida, tenían animales en los pisos y cultivaban los jardines que estaban alrededor de los bloques (risas)».
La novena edición de Kustendorf ha sido un excelente escaparate de la cinematografía actual, de esa que los organizadores quieren llamar «desconolonizada», pero la película más conmovedora se proyectó al final. Fue Blanka, del japonés Kohki Hasei. Rodada en las calles de Manila, Filipinas, trata de la peripecia de una niña huérfana entre los niños de la calle, carteristas y rateros, pedigüeños en el mejor de los casos. Realizada prácticamente sin actores profesionales, antes de llevarla a cabo su director estuvo meses vagando por las calles de esta ciudad hasta dar con el tema que quería para obtener la financiación que puso a su disposición la escuela de la Biennale de Venecia, ciento cincuenta mil dólares. La niña protagonista la encontraron cantando en YouTube y su compañero, un ciego que pide en las calles tocando la guitarra, falleció al poco de terminarse el rodaje. Hasei escribió las letras de las canciones que cantaba en japonés, se las tradujeron al inglés y de ahí al tagalo. Preguntado por los alumnos de cine reunidos por Kusturica en Drvengrad por su secreto para firmar tamaña maravilla, fue parco en palabras, «ser uno mismo, nada más», y tierno: «pero yo no soy un maestro, solo un little chicken».
Hasei presentó aquí su película con todos los honores porque ya había sido premiado años atrás en este festival en el certamen de cortos. Este año ganó Wartburg, del húngaro David Borbas, sobre un atraco cometido por unos desempleados. Aunque a quien esto escribe le fascinó el cortometraje iraní Unknown, sobre dos policías que tienen que enterrar el cadáver de un suicida, pecado grave en el islam, y nadie quiere que lo hagan en su pueblo o en sus tierras. Y la representación española, Nothing Stranger, del español Pedro Collantes, un relato sobre amistad y pérdida rodado en el sur de China en parajes privilegiados acreedor de las virtudes propias del nuevo cine oriental. El argumento, sobre una china francesa o viceversa que vuelve a su país y choca con los contrastes y la sensación de no pertenecer ni a Europa ni a Asia. Ya lo hablamos aquí en su día en clave española.
Después de cada jornada de películas había programada una actuación musical siguiendo los criterios del festival. Hubo punk rock de la antigua Yugoslavia, Partibrejkers, trompetas moldavas, Adam Stinga, la banda que ganó el festival de la trompeta de Guca el año pasado, quizá el más desmadrado de Europa sin que suene un solo acorde de rock o disco de música electrónica, la Dejan Lazarevic Orchestra, y entre otros, el grupo armenio Reincarnation, todo un descubrimiento. Tocan reggae y ska, con trompetas por supuesto, y no perdí la ocasión de ver cómo terminaron tocando esos estilos en Ereván. La respuesta seguía la línea de lo que ya contamos en la entrevista a la periodista Virginia Mendoza sobre este país: «Es que el reggae es música muy armenia«, dice Tigran, uno de los trompetistas, «¿de dónde la sacaron los jamaicanos? De Etiopía, donde en los tiempos del emperador Haile Selassie había muchos armenios, son dos culturas muy cercanas la etíope y la armenia».
Tigran se despidió de mí contándome un chiste armenio sobre españoles: «Van un azerí, un georgiano, un armenio y un español en un coche, paran, y le dicen al español: bájate, tú no eres de este chiste». Por lo pronto, si nos seguimos esforzando en consumir la cultura de un solo país de los casi doscientos que hay en el mundo, el chiste tendrá rango de profecía.
Ese paseito en barco por la ciudad bosnia de Visegrad con la bandera serbia en el que aparece Kohki Hasei, a mi entender, merecería algún comentario por parte del autor, más que nada por lo que significa de legitimación de lo que sucedió en ese lugar hace más de 20 años, hvala.
Si lo dice es una de dos: o el texto es demasiado sofisticado y no lo ha entendido, o no ha leído los anteriores del autor. La intención no es otra más la que que usted reclama.
Ahora, en cuanto a la «legitimación de lo que allí sucedió», ¿qué es lo que le parece ilegítimo? ¿Que los serbobosnios quisieran salirse de Bosnia después de que los bosniomusulmanes y bosniocroatas se salieran de Yugoslavia? Ambos deseos fueron legítimos, pero la guerra empezó después de que estos dos últimos pueblos decidieran celebrar un referéndum ilegal, poner a los serbios ante los hechos consumados y rechazar el único acuerdo de paz que pudo haberla evitado. Los crímenes de guerra posteriores (perpetrados por los tres bandos en proporción a su capacidad militar) sólo fueron la consecuencia del crimen inicial contra la paz.
El revisionismo es lo que tiene, afortunadamente lo que sucedió en esta ciudad está muy documentado, los centenares de decapitaciones en el puente sobre el Drina, el centro de violación Vilina Vlas, las decenas de muertos en los incendios de la calle Pionirska y de Bikavac los miles de refugiados https://en.wikipedia.org/wiki/Vi%C5%A1egrad_massacres con legitimación me refiero a que el actual parque temático montado por Kusturica en esta ciudad está hecho para dar a entender al mundo que en ese lugar no han vivido nunca otras personas que nos sean serbias y eso no es verdad.
El libro de Basile tiene una edición reciente en castellano que se titula Pentamerón.