Un viejo pasea por la calle Francos, sujetando unas cuartillas bajo el único brazo que todavía le responde. Es moderadamente pobre y, quizás, infeliz como nunca antes, pero se agarra al desengaño y a dichas cuartillas como únicas motivaciones para seguir vivo. Observa con delicadeza cómo le miran sus vecinos, algunos sin disimular la sonrisa que el viejo escritor les provoca. Nadie lo admira, él es el culpable.
El siglo XVI, ya desde 1492, había marcado el ánimo español con la peor de las armas: el éxito. Este había colocado sobre la cabeza del imperio la corona que lo reconocía como la potencia más poderosa del mundo y, claro, eso no hay ego que lo soporte. Con la península ya reconquistada y unificada, con un nuevo continente aún por exprimir y con una identidad más o menos forjada bajo ese martillo que alguien llamó «la monarquía de todas las Españas», el país comienza a florecer.
El Renacimiento, además, había colocado sobre el tapiz unas cuantas plumas encargadas de dignificarlo. Garcilaso, el poeta soldado capaz de sonetear el amor y de morir durante el asedio a una fortaleza. Los místicos, un grupo poético que encontró, por primera vez en siglos, la llave de lo simbólico.
En lo económico, el pueblo no pasa hambre. O, al menos, vive con la esperanza de dejar de pasarlo. Por muy pobre que uno haya nacido, siempre se puede encontrar la plata en Perú, la gloria en Amberes o el reconocimiento en Lepanto. Es, por tanto, una época feliz. Simplemente, España se había vuelto idealista. Pero el idealismo, como casi toda virtud aquí, dura lo que tarda en abandonarlo el vecino.
Escondida y olvidada, la historia se había cruzado de brazos esperando a que el cáncer se expandiera. Ya cruzaba errante la sombra de Caín que siglos más tarde reconocería el poeta, y ante eso poca cara se podía plantar. El desastre de la Armada Invencible (más tarde victoria en el cómputo general de la guerra, pero desastre al fin), el temblor religioso que sacudía Europa y la enemistad con Francia que se traduciría en la Guerra de los Treinta Años (este sí, el punto final), acabarían con el optimismo español que tantas victorias había originado.
Es en este punto cuando una figura recoge la bandera del fracaso y la ondea con fuerza, demostrando que al mortal le seduce el hundimiento. Pocos sabían que el vejestorio de la calle Francos, todavía llamado Miguel de Cervantes, es esa figura. Figura que, por cierto, solo se conoce a través de su propia prosa:
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; […] el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; […] Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.
A través de su obra, la más universal de todas las hispánicas, se puede caminar por el derrumbe español y, además, divertirse. Nunca fue consciente del papel que la experiencia le había otorgado. Bastante tenía con sobrevivir.
Cervantes: del idealismo al desengaño
Ya en el autorrerrato de don Miguel se adivina la tendencia melancólica de su prosa. Cervantes es, por decirlo llanamente, un fracasado. Guiado por ese ideal renacentista que definíamos antes, se empeña durante su juventud en seguir los pasos de los héroes del XVI.
Cervantes no quiere ser Cervantes, Cervantes quiere ser Garcilaso.
Por eso se enrola en el ejército buscando la gloria en Lepanto. Saldría, como ya se ha reseñado, mal parado. Con la sombra de una cárcel africana pesando sobre su hombro sano, el prestigio militar se diluyó entre párrafos de Bocaccio y versos del marqués de Santillana.
Todavía le quedaba la literatura, un terreno en el que pretende adentrarse a través del género canónico por excelencia: la poesía. Algunos de los nombres que sí gozan de fama y prestigio, entre los que destaca el de Lope de Vega, lo ningunean excluyéndolo de los movimientos que nacen a finales de siglo. El propio Cervantes reconoce su torpeza poética cuando, en Viaje del Parnaso, deja escrito lo siguiente:
Yo que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo…
Ya es un hecho, ha fracasado como poeta y como soldado, la pesadilla que siempre le había rondado. Sí nos sirven sus versos como claro ejemplo de la idealización a la que nos referíamos antes. Ambiciona la utopía, esa que a punto estuvo de alcanzar, años más tarde, su personaje más famoso.
Por eso es un poeta renacentista. Le canta al amor ideal, a menudo protagonizado por inocentes pastores que conviven en un ambiente bucólico, un locus amoenus (lugar idílico) que representa la perfección a la que aspira el humanista. Estos versos son el reflejo de una sociedad acomodada, de una posible felicidad. También le canta al gobernante, presente y pasado. Y, por supuesto, a sus poetas renacentistas más queridos. Aquí podemos admirar unos versos para santa Teresa:
Virgen fecunda, Madre venturosa,
cuyos hijos, criados a tus pechos,
sobre sus fuerzas la virtud alzando,
pisan ahora los dorados techos
de la dulce región maravillosa
que está la gloria de su Dios mostrando:
tú que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
ahora estés ante tu Dios postrada…
Con la poesía siempre presente, el joven Cervantes también pretende triunfar como dramaturgo. Por supuesto, de nuevo con el fracaso como meta. Y eso que se había subido al carro de la nueva ola dramática que inundaba la meseta. Aquí y allá se construían corrales de comedia que pudieran dar cobertura a la fuerte demanda que público y autoridades arrojaban sobre aquellos primeros dramaturgos.
Cervantes se marca horteradas bestiales. Por ejemplo, La Numancia, una obra cien por cien renacentista que gira alrededor de un pueblo celtíbero que ha de resistir como sea el cerco romano. Por la escena pululan alegorías, cutres, apariciones en el Duero de dioses clásicos. Tampoco podían faltar las bajadas de pantalones tan habituales en la época frente al entonces rey, Felipe II. Es el culto a la grandeza de la patria y al gobernante, el ideal que Maquiavelo había proclamado con su Príncipe.
LEONICIO: ¿No es ir contra la razón,
siendo tú tan buen soldado,
andar tan enamorado
en tan extraña ocasión?
Al tiempo que del dios Marte
has de pedir el favor
¿te entretienes con Amor
quien mil blanduras reparte?
¿Ves la patria consumida
y de enemigos cercada,
y tu memoria burlada
por amor, de ella se olvida?
MARANDRO: En ira mi pecho se arde
por ver que hablas sin cordura.
¿Hizo el Amor, por ventura,
a ningún pecho cobarde?
Por supuesto, ni esta obra ni otras de parecido pedigrí le auparon a gloria alguna.
A todo esto, el Cervantes anterior al derrumbe goza de una posición más o menos acomodada. Se ha trasladado a Esquivias, una localidad manchega relativamente próspera. La familia de su mujer dispone de viñas y olivos que el manco trabajará con dedicación. Además, ha embarazado a alguna que otra mujer allende el matrimonio y el oscuro pasado de su familia parece olvidarse entre aquellos páramos manchegos.
Es en Esquivias donde Cervantes fracasa como poeta. Es en Esquivias donde Cervantes fracasa como dramaturgo. Es en Esquivias donde Cervantes fracasa como marido.
Harto de tanto párrafo pisoteado, coge el camino del sur. Ya hemos repetido varias veces que Cervantes era, todavía, un idealista. Quería más, quería la gloria. Abandona a su mujer e intenta acercarse a la corte.
Pero más allá le esperaba la cárcel. El último fracaso. El Barroco.
El Quijote: testigo de un ocaso
Es inevitable que el Quijote ocupe el espacio más importante de la vida de Cervantes y, si me apuran, de la vida de la literatura en castellano. Autor y personaje se habían conocido entre rejas, al amparo de rufianes y malhechores que pronto poblarán las páginas de la novela más leída de la historia.
El Quijote es el testigo perfecto del ocaso del imperio, del fin del optimismo.
La primera señal se percibe en la evolución que lleva a cabo el propio protagonista. En la primera parte, publicada en 1605, podemos ver a un Quijote idealista, que cree en el amor perfecto, en el hombre de formación exquisita, de modales impolutos. Respeta a sus antepasados, respeta el modelo de familia, se debe a la patria e, incluso, se afana en ayudar al que él cree necesitado.
Le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.
Pero, poco a poco, don Alonso Quijano (que alguna vez fue «el Bueno») sufre un cambio que acabará con su vida. Su idealismo se va tornando en un pesimismo feroz. Deja de creer en el amor y en la justicia mientras, por su cabeza, ronda una palabra: melancolía. A medida que el Quijote va recuperando la cordura, en el fondo, solo recupera la consciencia del mundo que ha perdido. El Quijote no muere por haberse deshecho de la locura. El Quijote muere porque por fin puede abrazarse a la tristeza. Y así lo dice Sancho frente a la cama de su amo.
Porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
Y es que, si alguien recoge el último capítulo de la segunda parte del Quijote, para mí uno de los mejores fragmentos de la historia de la literatura, se encuentra con una radiografía perfecta del fracaso que aquí hemos relatado.
Por el contrario, Sancho, que es la imagen del hombre que habita aquellos campos («sancho pueblo pronuncia sanchas palabras»), recorre el camino contrario. En la primera parte, se muestra realista, tiene un refrán para cada situación y parece imposible que se aúpe a la locura de su amo.
Sin embargo, la obra transcurre, Sancho se quijotiza y comienza a arañar con sus manos las mismas ínsulas que antes solo anhelaba. Sancho no sabía que las ínsulas, por desgracia para todos, ya se habían hundido bajo nuestra propia codicia. No quedaba nada por arañar. Algo parecido había pasado en España, había que conformarse con tocar la riqueza de una manera falsa. Ya no se aspiraba a ella, simplemente se recordaba.
Así describe al Quijote su propio escudero un par de capítulos antes del final:
El verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; […] Y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente.
Cervantes ha llegado al Barroco. El mismo arcabuz con el que había perdido un brazo en nombre de España ahora le sirve para disparar contra su propio pueblo. Los pastores que disfrutaban de la naturaleza en el primer Quijote ahora se han convertido en nobles que arruinan sus haciendas, gobernantes que engañan al pueblo, caballeros que ya no creen en nada.
Alguien necesitaba asestarle una puñalada al imperio ya moribundo. La muerte de Alonso Quijano, el Bueno, atravesó el costado hispánico provocando una herida mortal. Cuatro siglos después, el grito todavía puede ser escuchado en cualquier rincón del mundo hispánico. España había muerto.
Cuarto centenario
Han pasado cuatro siglos desde el paseo por la calle de Francos. Han pasado cuatro siglos desde que los vecinos acusaran a aquel pobre viejo de haber prostituido a su hija, única fuente de ingresos con la que por entonces contaba. Cuatro siglos desde que el grupo de intelectuales españoles lo ninguneara por dedicarse a narrar y no a componer. Cuatro siglos desde que sus novelas empezaran a piratearse sin descanso, desde que sus traducciones se multiplicaran.
A lo lejos puede ver la mansión en la que vive Lope, el célebre dramaturgo al que todos veneran. Un lugar muy diferente a su triste piso de alquiler. No le importa. Bajo el brazo sostiene con firmeza su última creación. Con la certeza de haber sido testigo del final (algo de lo que, quizás, no puedan presumir aquellos intelectuales que no han querido aceptar sus párrafos desde la ventana de sus lujosas mansiones), acaricia dulcemente sus cuartillas. Entre ellas, además de su magnífico Persiles, viaja un prólogo maravilloso, que termina así.
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos! Que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida.
Porque en esta, él ya lo sabía, poco le quedaba por hacer.
Pingback: Cervantes: el hombre que acabó con España
Quizá sea el mejor de los artículos sobre Cervantes y El Quijote que he leído, el que más me ha interesado de principio a fin. ¡Enhorabuena, Carlos! Estaré pendiente de todo lo que escribas
El artículo es válido, le sobra el archicliché «quijotización de Sancho». Le falta lo más interesante: explicar cómo la recepción de la obra condiciona la redacción de la segunda parte.
Es natural que al no entender el Quijote, este se remita a una ‘supuesta’ vida del autor, que, por supuesto, se vincula al protagonista. Así el protagonista es un fracasado porque su autor lo fue, no triunfó como poeta o dramaturgo…..No hubo sin embargo triunfo mayor como literato ya en su tiempo…
El protagonista del Quijote es un tonto y un mentecato, mientras que el autor es discreto y ambos así se exponen de la primera a la última página. El primero es un creyente y el segundo es realista y ejemplar, que es el propósito de la novela cervantina frente al realismo de la maldad de la naturaleza humana -llevado a su extremo en el Guzmán.
Sancho, que no sabe leer, sabe pensar (como todo ser humano lo hace, sin necesidad de ritos o ideologías de iniciados)
Don Quijote, sin embargo, se proyecta sobre el mundo para hacer confesar con la punta de la espada en el cuello…., tal como hacen los paises o armas incorporadas, pero El Quijote no es sino ocasión de describir amaneceres (donde espera vernos Cervantes harto contentos en la otra vida), amaneceres que, en efecto, como dice el autor no se suscriben a una determinada frontera.
¿El protagonista del Quijote tonto? Léelo antes de hablar.
Tonto sí. Cree que Altisidora ha resucitado.
Cree en la cabeza encantada.
Cree en el Dulcineo que le presentan los duques
Cree en el mono encantado
Quiere que le pongan ya sobre caballo en tierra de moros para liberar a Gaspar Gregorio
Etc. etc
Cervantes nos hace notar esto, aunque también le reconoce algunos momentos lúcidos, así como que es o pretende ser un héroe por lo humano y no un héroe al uso, adulador o mamón
Pero, ¿cree? ¿de verdad cree? ¿Cree siempre? Don Quijote es un hombre que elige la locura. Esto no tiene nada que ver con la estupidez. Ni siquiera es un «idiot savant». Es un loco lúcido.
Que bien!Soy italiana pero leì El Quijote (en italiano:una traduciòn bonita).
Me gustaron tambien, el verano pasado, los articulos sobre la ruta de El Quijote
publicados por El Paìs.Disculpe por los acentos
Los acentos no son problema, y menos si empieza vd diciendo que es italiana.
Con lo que nos queremos italianos y españoles, y lo que conozco a los italianos (y a los españoles, que para eso lo soy), siempre me ha extrañado que Italia y España no formen parte del mismo país (¡y que algunos catalanes se quieran ir!).
Estoy seguro que Cervantes, de despertarse en 2016, sería de la misma opinión,
Comparto plenamente su opinión. De hecho, los cerca de cinco años que Cervantes pasó en Italia (casi el mismo tiempo que en Argel) fueron fundamentales para su evolución personal y, sobre todo, para su formación literaria. Es algo que se suele eludir con demasiada frecuencia, como en este artículo
Veo que aquí también se impone la moda de los titulares sensacionalistas, pretendidamente impactantes y desde luego, faltos de todo rigor.
Seguramente, ese mal sabor de boca inicial me ha predispuesto ya a la hora de leer el artículo. Y ha hecho que me golpeen más las frecuentes salidas de tono; esas frases «genialoides» que salpican el texto con demasiada frecuencia. Como muestra, un botón: «Escondida y olvidada, la historia se había cruzado de brazos esperando a que el cáncer se expandiera» (!!!)
Habría bastante que decir sobre las afirmaciones rotundas (y bastante aventuradas, carentes de matices y no sobradas de rigor) sobre la obra, la vida, la personalidad, y hasta los pensamientos y los sentimientos de Cervantes.
Pero tal vez esté yo muy puntilloso; puede que el gancho en el hígado que me ha propinado el titulo, me haya dejado un poco turulato.
Felicidades, hay que tener mucho valor para decir que la España de los siglos XVI y XVII es una España feliz y que no se pasa hambre.
Estas en lo cierto. Pero, mas alla del titulo (hay que atraer!) es un bella pieza. Autonoma. No tiene porque ser rigurosa. Menos en este tema. Pero debe ser virtuosa, intrigante y aspirante a la corona del exito, a contramano del tema, «que -con el autor negado- busca exaltar el fracaso». La pieza es exquisita porque lo logra.
E incluso decir que en el siglo XVI y XVII Espña es España. Lo dejó de ser con la independencia de Portugal y Flandes, la revuelta de Cataluña? Es gracioso reivindicar que en 1492 España estaba unificada. Gracias a Diós, siempre nos quedará la academia para desmentr las ucronías…
Felicidades logrando suponer que desde tales siglos el Hambre desaparece de españa
Soy argentino viviendo en Australia ,lei el Quijote en estas tierras por primera vez
y me enamore del Caballero andante y de su quizas notan fiel Sancho estos dos atorrantes me han hecho llorar,reir ,emocionarme y a partir de aqui aprender a leer la literatura hispanoamericana.Gracias por el articulo ,colecciono y archivo todo lo que ustedes publican ,especialmente todo el boom y por supuesto ltodo lo referido al genial manchego
Virtuosa construcción. Falaz en lo histórico. Pretendidamente fidedigna y algo efectista. Pero, a quien le importan las fantasias si uno disfruta del paisaje?
Exactamente: las florituras, para el paisaje.
Hola, amigos. Excelente artículo sobre un tema inagotable. Su mérito está en aportar algo personal a lo que muchos ya han dicho, cosa nada fácil. Lo más revelador para mí es lo que encierra como símbolo de la España imperial la muerte de Don Quijote. Y ese creo que es uno de los pilares del inmenso valor de la obra literaria y del mérito de su autor: con la muerte de Don Quijote mueren los sueños de una España que aspiraba a gobernar el mundo e instalar en él un régimen cristiano, inspirado en los valores de justicia y bondad del Evangelio. También mueren con él los propios sueños de Cervantes en su aspiración a la fama, al reconocimiento, al aplauso y al bienestar tan merecido y nunca alcanzado. Por eso, especialmente la segunda parte del Quijote tiene ese tono melancólico que nos llega al corazón, sin que dejemos de sonreír con los arañazos de los gatos en la cara de Don Quijote y las maldades que le prodigan a Sancho los servidores del duque en la ínsula Barataria. De ahí a pensar en el Quijote como símbolo del fracaso de los sueños de cualquier hombre, no hay más que un paso y no es forzado darlo. De ahí también su valor universal y el orgullo para todos los hispanohablantes de que un hombre haya logrado crear ese milagro en nuestra hermosa lengua castellana.
España es un país que me la trae floja, igual que esa lengua que algunos llaman ‘español’ y que para mi no pasa de ser ‘castellano’.
Cervantes y su Quijote divierten un rato, pero de ahí a filosofar sobre España, pues es tomar la parte por el todo.
Es España ‘unificada’, en que capítulo del cuento sale? porqué ni vuestra lengua habéis conseguido imponer.
Por cierto, Don Quijote se aburre tanto en su pueblo, que ya sabemos qué le pasa y donde acaba ;) Adéu, pesats!
Buenas tardes, Don Cuixot de la Taca… Respeto todas las opiniones, está claro. Yo, no soy español pero comparto con muchos europeos un interés máximo y mucho respeto por la literatura y la Historia de la Península. Contrariamente a usted, España no me la trae floja. Des goûts et des couleurs, on ne discute pas… En cuanto al Quijote del Gran Cervantes, pues, ¿qué quiere que le diga? Conozco a un joven francés que vive en Bélgica, un chico rebelde e idealista: es de padre normando y de madre vasca española. Él siempre había detestado a su familia española que tachaba de racista e intolerante, todo lo que él odiaba. Y un día leyó El Quijote de Don Miguel de Cervantes. Me comentó el libro con un entusiasmo extraordinario. Ese chico francés entendió a Don Quijote como nadie, alabando a esa figura emblemática, Me dijo textualmente (traduzco del francés): “¡Cervantes me ha reconciliado con mi parte española, nunca lo olvidaré!». Il est l’un des nombreux enfants de Don Quichotte et terriblement fier de l’être. Bona nit.
Jajajajajajajaja. ¡Hola palurdo! Jajajajajajajaja.
Muchas gracias por sus palabras.
En la barataria ínsula hispana queda hueco para más «ja» de tu tamaño. Es la caracterización de este circo.
«Tanto como España imperial -en su caida- habilito la gloria de un talento, que sin su caida, no se hubiera fecho tan famoso» (si le creemos al autor de esta pieza notable) puede que Catalunia ahora pueda tener algun escritor de sus deseos -siempre fracasados, ay- de ser independiente. Pero quien te lo dice? Tal vez no aburra tanto un heroe catalan (por lo imprevisible…)
Manifiesta usted un curioso desprecio contra sí mismo. Sospecho que adolece usted del conocido «síndrome del mestizo», que ha sido bien estudiado y analizado por psicólogos y otros profesionales de la salud mental, y que consiste en el odio hacia alguno de los componentes de la propia naturaleza (sea en el aspecto étnico, social o cultural). La naturaleza humana, y en especial la cultural, siempre es compleja, siempre es mezcla, siempre es mestiza. Y lo sano y saludable es asumir esa diversidad de orígenes que siempre nos enriquecen.
Muestra usted desprecio hacia su propio idioma, el castellano (o español, que de ambas maneras se denomina) y con ese «vuestra lengua» pretende usted negárselo a sí mismo y echarlo fuera, lejos; y es ése uno de los síntomas característicos del «síndrome del mestizo».
El idioma es propiedad de sus hablantes, pertenece a todos. Y, por tanto, es tan suyo como de cada uno los demás usuarios. Y si no lo fuera, como despectivamente alega, es obvio que ni lo leería, ni lo escribiría. Pero si lo que pretende decir es que no quiere que sea su idioma, la mínima coherencia sería dejar de hablarlo, de leerlo y de escribirlo (y asumir las consecuencias, claro).
Excelente artículo y muy interesante, me ha aportado información sobre la vida de Cervantes que desconocía por completo. Sólo quiero hacer constar una pequeña queja-barra-aclaración; se menciona que la localidad de Esquivias es manchega, cuando no es técnicamente así (que alguien más ilustrado me corrija si estoy errando), aunque la comunidad autónoma es Castilla La Mancha, el topónimo manchego se aplica a una región con los límites un poco difusos, pero que en teoría linda por el norte con los montes de Toledo, y decir que ésta localidad es de esta región sería, desde mi humilde opinión, incurrir en un ejercicio de panmancheguismo.
Por lo demás no tengo nada que decir, y un placer seguir leyéndoos.
Exacto, aunque no sea un error significativo, Esquivias está en la comarca toledana de La Sagra, no en La Mancha.
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“Cervantes habría podido combatir la Inquisición, mas prefirió poner en ridículo a las víctimas de aquélla, es decir, a los herejes e idealistas de toda especie. Tras una vida llena de desventuras y contrariedades, todavía encontró gusto en lanzar un capital ataque literario contra una falsa dirección del gusto de los lectores españoles; combatió las novelas de caballería. Sin advertirlo, ese ataque se convirtió en sus manos en una ironización general de todas las aspiraciones superiores: hizo reír a España entera, incluidos todos los necios, y les hizo imaginar que ellos mismos eran sabios: es una realidad que ningún libro ha hecho reír tanto como el Don Quijote. Con semejante éxito, Cervantes forma parte de la decadencia de la cultura española, es una desgracia nacional. Yo opino que Cervantes despreciaba a los hombres, sin excluirse a sí mismo: ¿o es que no hace otra cosa que divertirse cuando cuenta cómo se gastan bromas al enfermo en la corte del duque? Realmente, ¿no se habría reído incluso del hereje puesto sobre la hoguera? Más aún, ni siquiera le ahorra a su héroe aquel terrible cobrar conciencia de su estado al final de su vida: si no es crueldad, es frialdad, es dureza de corazón lo que le hizo escribir semejante escena final, es desprecio de los lectores, cuyas risas, como él sabía, no quedarían perturbadas por esta conclusión.”
Friedrich Nietzsche
Un perfil de los días de Quijote al al lado de Sancho .