Prácticamente tres de cada dos españoles sabe que, hacia 1969, un militar ferrolano erigido en jefe de Gobierno, alzamiento mediante, se encontraba en la tesitura de escoger una cabeza coronada para sucederle. Lo que quizá no sabe tanta gente es que exactamente cien años antes un militar catalán erigido en jefe de Gobierno, recurriendo también a sublevación armada, se encontraba en la misma situación.
Sin embargo, las apariencias no pueden ser más engañosas: mientras que Franco había liderado un baño de sangre y la dictadura totalitaria más longeva de Europa por aquel entonces, permitiéndose el lujo de disponer de cualquier Borbón que se le antojara, la situación del general Prim era radicalmente distinta. Tras el éxito de la Gloriosa, revolución democrática que había expulsado de España a la corrupta, inculta y caprichosa reina Isabel II con toda su familia, Prim había sido nombrado jefe de Gobierno. Comoquiera que se concebía como transición hacia otra monarquía no borbónica («¡Jamás, jamás, jamás!» era la opinión de Prim sobre la familia susodicha), se planteó como una regencia, que ocupó su colega el intrigante general Serrano.
Lo primero que se necesitaba era una Constitución nueva, por lo que tras las elecciones de rigor se convocaron las Cortes Constituyentes. Y aquí empieza la diversión, puesto que el espectro político español de aquel entonces era bastante complicado, mejorando lo presente. Obviamente las elecciones la ganó la coalición de partidos que encabezaron la rebelión antiborbónica: unionistas, que grosso modo podríamos definir como liberales de tipo conservador, los progresistas, más partidarios de reformas aperturistas, y el partido demócrata, minoritario pero importante, puesto que su ideología tenía calado popular y podía servir para mitigar las tensiones «extraparlamentarias». Efectivamente, también irrumpieron en las Cortes dos grandes minorías bastante bullangueras en los extremos del arco político: los republicanos por la izquierda y los carlistas por la derecha. Ambos partidos tenían agenda propia y tendencia a recurrir a la insurrección armada, dado que tenían más poder real del que los sufragios censitarios arrojaban: buena parte del campo vasco-navarro, catalán y castellano estaba controlado por un ultracatolicismo de boina roja y gatillo fácil, mientras que los republicanos gobernaban en veinte capitales de provincia con sus milicias, pieza clave en el triunfo de la Gloriosa.
Así que la Constitución de 1869 acabó siendo de las más adelantadas de Europa gracias a las concesiones hechas a los republicanos a cambio de acatarla y a los demócratas, con ayuda de los progresistas. Consagraba novedades importantes como el derecho de asociación y reunión pacífica, la libertad de prensa, instauraba el sufragio universal masculino y sobre todo configuraba el país como una monarquía parlamentaria. ¿Esto qué quiere decir? En pocas palabras, el rey ya no podía intervenir en la vida política poniendo o quitando Gobiernos. No compartía el ejecutivo con las Cortes; quedaba como un representante de la soberanía nacional, y así se evitaban los bochornos vividos en el periodo isabelino. Aunque no estaba desprovisto de funciones importantes —cesar ministros y disolver Cortes a petición de la mayoría—, por primera vez en la historia de España habría un rey democrático, constitucionalista y simbólico en un sistema parlamentario. Solo había un pequeño problema de nada: faltaba elegir al rey.
Labor nada fácil dada la variedad de facciones e intereses contrapuestos. Los carlistas (siempre oscilantes entre las urnas y echarse al monte) proclamaron automáticamente al pretendiente Carlos VII y se aprestaron a la lucha, añadiendo otra nueva guerra a la que por entonces se estaba librando en Cuba contra los independentistas. Sin salirnos del sector ultraconservador, la beata aristocracia española conspiraba ya para traer al hijo de Isabel, el futuro Alfonso XII. Otros alfonsinos se encontraban entre los grandes negreros cubanos con Cánovas como representante político. La derecha de orden (unionistas y progresistas conservadores) estaba dividida. No querían Borbones, pero no tenían claro a quién colocar en el trono. El cuñado de la exreina, el duque de Montpensier, tenía opciones por ser español de adopción, católico y tradicional. Pero también de la familia Orleans, con lo que Francia no lo veía con buenos ojos. Además era hombre de costumbres pintorescas; al cargarse a un primo suyo en duelo perdió gran parte de su crédito como futurible. Otro candidato improbable fue nada menos que el general Espartero: en medio de una fuerte campaña popular en favor del anciano soldado —Barcelona, bombardeada por él en 1842, envió veintisiete mil firmas apoyándole—, Prim le preguntó si aceptaría: Espartero esquivó hábilmente la patata caliente y se borró de la carrera. Así que la facción progresista-demócrata decidió buscar a alguien más modernillo por las casas europeas.
Como ven, esto de encontrar un monarca era como la cópula del erizo, había que hacerlo con mucho cuidado. No solo alcanzando cierto consenso interno, sino procurando no alterar el equilibrio europeo, por entonces algo tenso. La primera localización exterior a la que se trasladó el equipo de Un rey para mi patria fue Portugal; el contactado fue Fernando de Coburgo, viudo de la reina lusa. Al filtrarse a la prensa española las conversaciones, inmediatamente se habló de una posible unión ibérica (algo que hasta ponía a los republicanos), lo que tumbó cualquier posibilidad. Fernando barruntó la tormenta internacional que se le vendría encima y declinó rápidamente.
Las aristocracias favoritas donde encontrar reyes de talante democrático eran preferiblemente las italianas, recién unificado el país bajo la dinastía Saboya, y las alemanas: otro candidato que cumplía todos los requisitos constitucionales era Leopoldo de Hohenzollern-Sinmaringen. El inconveniente era que la Francia de Napoleón III se negaba en redondo, previendo una pinza entre el bigotón prusiano de Bismarck y sus vecinos del piso de abajo. Sus temores no eran infundados, pues el Canciller de Hierro ya tenía previsto provocar las tensiones oportunas para darles una castaña y construir así su nueva potencia mundial. Prim maniobró presentando la candidatura en secreto a las Cortes, pero de nuevo la prensa lo filtró. Así que para su disgusto hubo de dar marcha atrás y Leopoldo renunció. El asunto fue utilizado descaradamente por Bismarck para elevar la tensión diplomática hasta el incidente del telegrama manipulado que terminó en el estallido de la guerra franco-prusiana. Prim se hizo prudentemente el muerto unos meses, mirando para otro lado y sin poder mover ficha.
Sus ojos se volvieron a posar sobre la casa de Saboya —el quinceañero duque de Génova había declinado a través de su mamá—, menos comprometida internacionalmente. El elegido fue Amadeo, el hijo del rey de Italia, que parecía el candidato ideal. Joven, apuesto y bien educado, representaba un concepto moderno de monarquía muy del gusto burgués. Amadeo aceptó el ofrecimiento a la espera de lo que decidiera el Congreso.
El día 16 de noviembre de 1870, más de un año después de promulgada la Constitución, se votó la candidatura: Amadeo I, «el de los 191» —votos a favor—, fue proclamado rey de España. Era un éxito rotundo del general Prim, que había trabajado muy duro en unas condiciones muy adversas para sostener la coalición revolucionaria, mantener a raya a republicanos y carlistas, seguir en paralelo negociando el espinoso asunto cubano y conseguir finalmente un monarca que se ajustaba como un guante a la Constitución democrática.
Pero en ocasiones pareciera que la historia de España la escriba George R. R. Martin, aka el gordo cabrón, y cuando el episodio parece que se va encarrilando, el 27 de diciembre Prim sufre un atentado en la calle del Turco de Madrid. Tres días después, el mismo en que Amadeo desembarca en Cartagena, expira misteriosamente el hijo más ilustre de la ciudad de Reus y con él el sueño de una regeneración democrática. Así que nuestro héroe transalpino se queda solo y abandonado en mitad de una piscina llena de pirañas.
La cuestión del asesinato de Prim daría para cuatro artículos; durante mucho tiempo se atribuyó a los republicanos federales, pero investigaciones recientes sobre el cadáver —si quieren casquería busquen Prim en Google Images— y el esperpéntico proceso judicial a la hispana apuntan a Montpensier, a los propietarios cubanos —Prim negociaba una autonomía de la isla con los EE. UU.— y ahí en la penumbra, al fondo a la derecha, Serrano. Al arribar Amadeo al sepelio de su mentor prometió solemnemente encontrar a los responsables. A lo que la viuda de Prim, con Serrano delante, contestó: «No tendrá usted que buscar muy lejos, Majestad». Esta escena por sí sola da la medida de lo que se iba a encontrar el pobre Amadeo en su aventura española.
La verdad es que es complicado no sentir simpatías por el inexperto rey italiano ante la magnitud de su tarea y la cantidad de factores en contra que se le vinieron encima. Valorar su figura sigue siendo un asunto tremendamente ambiguo, pues determinar si se trataba de un hombre de profundos valores democráticos y sin miedo a aceptar tan gran responsabilidad o de un confiado imprudente, despreocupado y con aire de non ho capito un cazzo (o una combinación de ambas) es un asunto complejo. Hasta qué punto se enteraba o no se quería enterar nunca se sabrá; lo que sí es cierto es que fue el primer rey que cumplió escrupulosamente con los procedimientos constitucionales.
El caso es que lo tenía todo para triunfar en casi cualquier país europeo: con veinticinco años cumplidos, gallardo y buen mozo, de profusa barba decimonónica, causó una gran impresión entre el pueblo madrileño, sector femenino. Pero desde el principio se encontró la hostilidad de la aristocracia capitalina, dedicada con ahínco al deporte de difundir rumores sobre su vida amorosa, tal como recoge deliciosamente Galdós en sus Episodios nacionales. Los generales, afectos a Serrano, también le dieron la espalda. Del clero, carlista militante, no se podía esperar tampoco gran cosa. Sobre todo si tenemos en cuenta que el papa Pío IX era enemigo feroz de la casa de Saboya, habiendo excomulgado a su señor padre Víctor Manuel II por haber fundado la cosa esa llamada Italia. Así pues, visitar la corte de Amadeo era como tragarse tres telefilms de sobremesa de Antena 3 seguidos un domingo por la tarde. Deprimente y descorazonador.
Mobbing regio aparte, lo peor tampoco era la guerra carlista —declarada abiertamente bajo el árbol de Gernika en 1872 entre vivas a la religión, España y los fueros— ni la guerra cubana, ni las rebeliones republicanas cada vez que se decretaba una quinta de soldados para combatir en ellas. Posiblemente tampoco lo fuera la mencionada hostilidad de las élites, ni la miseria y opresión sufrida por la mayoría de la población española. Lo que impidió que Amadeo se consolidara en el trono fue la descomposición de sus apoyos tras la muerte de Prim. Para empezar, partía de la paradoja de ser un monarca —figura de poder favorita de los conservadores— sostenido por progresistas y demócratas, que tradicionalmente habían estado al otro lado del embudo.
La única solución que Amadeo vislumbró para fundar unas bases estables, y posiblemente la correcta, era favorecer la aparición de una alternancia bipartidista surgida de la reconfiguración de los antiguos partidos unionista, progresista y demócrata. Pero esto era pedirle peras al olmo; los progresistas «de derechas» se arremolinaron alrededor de Mateo Sagasta, hábil manipulador electoral, en lo que se llamó el partido constitucionalista. Al otro lado quedó Ruiz Zorrilla y el partido radical democrático, esperanza de reformas muy necesarias como la agraria, la impositiva, supresión de quintas y abolición de la esclavitud antillana. Para colmo, el sufragio universal vino a añadir su punto de incertidumbre parlamentaria. Las zancadillas no se hicieron esperar y el rey contempló atónito desde su estricta legalidad la sucesión de encontronazos que empezó con el debate sobre la ilegalización de la incipiente Internacional Obrera. Questa cagata pazzesca se llevó por delante cualquier posibilidad de afianzar una monarquía parlamentaria.
Por su parte, Amadeo y su esposa realizaron enormes esfuerzos por ganarse a la opinión pública, mostrándose en todo momento muy activos, respetuosos y dignos, acercándose a las clases populares. Incluso en las infidelidades del rey (con la «dama de las patillas», hija de Mariano José de Larra, y la «dama inglesa», esposa del corresponsal del Times en España), María Victoria se mostró serena y prudente a su pesar, en su papel regio. Demasiada modernidad burguesa para el gusto de un país sin clases medias importantes que a duras penas toleraba un rey extranjero. Quien tuvo el dudoso honor de hacer caer la monarquía, finalmente, fue una poderosa facción sobre la que se suele pasar de puntillas en este periodo histórico: el lobby negrero.
El segundo Gobierno de Ruiz Zorrilla se disponía a plantear en las Cortes la ley Moret, que abolía la esclavitud, y la ley de Ayuntamientos, que propiciaba cierta autonomía cubana. Los dueños de plantaciones, negreros, concesionarios de transporte naval y todos los que engordaban sus cuentas a base de vender sus productos en Cuba en régimen proteccionista se confabularon en una campaña de intensidad nunca vista en este país. El Círculo Hispano-Ultramarino fundado por los Manzanedo, Sotolongo, Zulueta, Güell, Antonio López, Manuel Girona y compañía puso su enorme fortuna al servicio de la desestabilización nacional: las leyes eran un ataque a España que hundiría su economía. Intolerables. Inaceptables. Una innovación perniciosa. Se rompía España, literalmente. Era imperativo impedir la presentación de estos proyectos. Cánovas se empleó a fondo en las Cortes, al frente de alfonsinos y neocatólicos. Seguro que argumento y mecanismo les suenan.
En plena tormenta de caspa aparecieron los militares a dar la puntilla. La dimisión en bloque del arma de artillería al negarse a servir bajo un general de infantería provocó otro frente más, al aceptar el rey la práctica disolución del cuerpo. De nuevo planeaba la sombra de Serrano.
La reina Maria Victoria dal Pozzo della Cisterna —no es broma— no pudo más. El rey, perdida toda esperanza de enderezar el país, decide abandonar. En una sentida e impecable despedida, Amadeo abdicaba del trono de España con estas palabras:
Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha […] Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces […] sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; […] entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.
Florida y ajustada traducción al español de mi avete rotto i coglioni, probablemente lo que Amadeo pensaba a aquellas alturas. El mismo día por la tarde, 11 de febrero de 1873, el Congreso proclamaba la República, la única forma de gobierno que quedaba por probar.
Y así acabó la breve historia de Amadeo de Saboya, un hombre que a pesar de que llegó póstumo a España, hizo lo que buenamente pudo entre una infinidad de obstáculos —incluso idiomáticos— para convertir este país en algo políticamente homologable a las naciones europeas pujantes. Seguramente con Prim vivo la cosa hubiera ido de otro modo, pero nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que la siguiente monarquía parlamentaria tuvo que esperar hasta 1978, y que la historia oficial ha tratado bastante miserablemente la figura de Amadeo, haciéndose más eco de los chismes de alcoba que de sus esfuerzos por sacar adelante la misión imposible que se le presentaba. Solo por haberlo intentado en esas condiciones, el único rey de España de la casa de Saboya debió ganarse un merecido respeto.
Son estos artículos los que hacen que os hame con h.
Este hombre cuando llegó encargó un informe sobre la situación real España.
Hace mucho tiempo en tuiter alguien lo comentó y le pregunté si sabía dónde podría leerlo. Me dijo que lo había leído, pero que no tenía ni idea de como podría acceder yo a él.
¿Alguien que lo sepa?
Muchísimas gracias de antemano.
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La España franquista del 69 difícilmente puede ser considerada totalitaria, mas bien autoritaria.
Espero (supongo que en vano) que nadie se tome esto como una defensa del régimen.
La España franquista no era autoritaria sino dictatorial y fascistoide, que es muy distinto. Lee a Viñas.
No creo que defiendas al régimen, pero tal distinción en favor del autoritarismo franquista frente al totalitarismo (utlizada también por EE.UU respecto de los regímenes dictatoriales latinoamericanos que promovió y financió) no responde sino al intento de lavar la cara al franquismo por parte del académico y falangista Juan Linz.
La dictadura totalitaria más longeva de Europa fue la Rusia comunista y sus países satélites.
«Por aquel entonces»
Por aquel entonces la URSS llevaba casi 20 años de ventaja a Franco y duró 16 años más.
El presentismo en algunos pasajes es gracioso, pero algo forzado…(la monarquía de la Restauración fue tan parlamentaria como el resto de las que había en Europa…incluyendo, a partir de un momento dado el sufragio universal y los partidos obreristas). Volver a los tópicos de Isabel II (como resppnsable de su caída…) tampoco es muy original. Lo que chirría del todo es la inventada transcripción de la frase de la viuda de Prim: una señora del momento jamás hubiera incurrido en el absurdo de dirigirse a un rey como ‘usted’…
La monarquía de la Restauración era una apariencia de parlamentarismo, cuando la oposición nunca podía oponer nada y los turnos de gobierno, así como los resultados de las elecciones estaban amañados y decididos de antemano, eligiendo por provincias a los diputados de la lista que enviaba el Ministerio de la Gobernación. No entiendo la referencia a «tópicos» isabelinos, pues estamos hablando de una figura que intervenía regularmente en la creación y disolución de gobiernos y cortes, por muy escasa formación que tuviera. Uno de los factores de inestabilidad más grandes era precisamente el intervencionismo caprichoso de la reina. Aparte de encabezar una fabulosa trama de corrupción, claro. Los textos contemporáneos son bastante claros al respecto. No será original, pero tampoco se pretende. La frase de la viuda de Prim puede no ser literal, obviamente. Si quiere la referencia, en cuanto tenga la bibliografía a mano se la indico, ya le aseguro de entrada que no me la he inventado yo, a tanto no llego.
Decir que en el año 69 España era la dictadura más longeva de Europa es negar la misma existencia de Portugal. Lo de los claveles sería un lustro más tarde.
Leopoldo de Hohenzollern-Sinmaringen, conocido popularmente como «Ole, ole, si me eligen»
Aunque me parece una cuestión menor y no relacionada con la idea del artículo, ante el aluvión de maximalismos – pobres portugueses, por cierto – me veo impelido a contestar. ¿Por qué afirmo que es la dictadura totalitaria más longeva de Europa en 1969? Alguien ha puntualizado que es si acaso autoritaria en 1969, y es una buena puntualización, pero lo mismo se podría afirmar de las dictaduras comunistas. No es extraño, pues las totalitarias que han perdurado lo suficiente tienen esta evolución lógica, una vez «purgado» el cuerpo social de «elementos indeseables». El control del Estado se mantiene, la policía política también, el partido único y todos los etcéteras. Ahora bien, el hecho de no necesitar ir cargándote miles de personas cada año más allá de los primeros 10-15, no implica que no seas totalitario; si sirve para la URSS y satélites, sirve para España. Dado que los países comunistas las implantan tras la II GM, nos quedan dos candidatos a disputarle a Franco el título europeo: la URSS y Portugal. La primera la he eliminado atendiendo a su carácter euroasiático, no puramente europeo, lo cual es una subjetividad, claro, pero en mi opinión procedente. A la segunda, si bien se estableció en 1932, no le encuentro el carácter totalitario de la española, especialmente cuando se implantó. El régimen de Salazar está mucho más próximo a las dictaduras autoritarias centroeuropeas de mediados-finales de los años 20 – con las cuales es prácticamente contemporánea – que al carácter abiertamente fascista y el explícito objetivo de eliminar a un sector concreto de la población que exhibía el régimen franquista. Va siendo hora de aceptar que la dictadura establecida por Franco está más en la órbita Alemania-Italia (y diría que la represión fue incluso más dura que en este último país) que a las dictaduras autoritarias mencionadas. Otra cosa es seguir la evolución en el tiempo durante más de 2 ó 3 décadas. Por supuesto, todo esto es opinable, pero no creo que sea inválido. Y ahora si contesto me centraré en Amadeo, una figura estimable que ha sido muy injustamente obviada en nuestra historia.
En algún lugar leí que Amadeo I fue el primer Rey de España que en la coronación se refirió a su reino como ESPAÑA, Y NO LAS ESPAÑAS. Me encantaría encontrar más información al respecto, por lo que si alguno de vosotros sabe donde dirigirme, le quedo muy agradecido.
Yo tenía entendido que fue el segundo; y que el primero fue José Bonaparte. Es decir, ambos extranjeros que acababan de llegar. Y ya en el siglo XIX, no antes. Es realmente un hecho curioso. Creo que lo leí hace años en un libro de Historia, no te sé decir cuál. Suerte
gracias, tener otro personaje de referencia ayuda. Ya sé que es algo anecdótico, pero tengo curiosidad
Precisamente, para mí no es una simple anécdota…
Me temo que se trata de una leyenda urbana. https://www.upf.edu/asia/projectes/che/s16/felip2.htm
Don Phelippe por la gracia de Dios Rey de España – de Portugal de las dos Siçilias de Hierusalem etc Yndias yslas y tierra firme del mar – oçéano – Archiduque de Austria – Duque de Borgoña de Brauante y Milán etc Conde Habspurg, de Flandes y de Tirol etc.
Mi abuela me enseñó hace muchos años esta canción/poema, que le enseñó a su vez su abuela (muerta en 1931), y que resume el cacao político y los extraños compañeros de cama de la época:
Amadeo, Rey de España,
no temas a tus contrarios,
*que tienes todo el apoyo
del pueblo republicano.
*(no recuerdo el tercer verso, pero iba en ese sentido).
Enhorabuena por el artículo, muy bien escrito. Un pequeño apunte: el «hijo más ilustre de la ciudad de Reus» sería el arquitecto modernista Antoni Gaudí, al menos en cuanto a proyección internacional. Lo que no quita que Prim sea muy respetado en la ciudad y dé nombre a una de sus plazas más destacadas.
Porrrrca miseria!
Pero ese no es Buenafuente, JJS??
Touché :D
También hay que citar la labor de la reina, que ayudó con diversas medidas a las lavanderas de la capital, colectivo en mala situación, y que le ayudó a conseguir una buena opinión entre las cl¡ases populares. En cambio, la aristocracia, en su mayoría borbónica o carlista, declinó ayudar a la monarquía o formar parte de la Corte, hasta el punto que costó cubrir algunos puestos, como el de camarera d ella reina. Y, desde sus mansiones, llamaban despectivamente «nobleza haitiana» a quienes asistían a la corte.
Magnífico, enhorabuena por el artículo. Lo de los chismes de alcoba me recuerda al capítulo de Eslava Galá en su «España para escepticos» dedicado a Amadeo, siempre pensé que se había excedido.
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«Así que la Constitución de 1869 acabó siendo de las más adelantadas de Europa …/… . el derecho de asociación y reunión pacífica, la libertad de prensa, instauraba el sufragio universal masculino …/… una monarquía parlamentaria. …/… el rey ya no podía intervenir en la vida política poniendo o quitando Gobiernos.»
En la practica era todo, como con la Revolucion Francesa, pura palabreria altisonante y engañadora de precapitalistas y totalitarios con Constitucion. La de 1812 y esta solo eran instrumentos del Estado y poder para dominar a los ahora señalados como «españoles» obligados a servir a u patria y obedecer a sus amos, militares casi siempre.
Todo lo del derecho a asociacion y a libertad de expresion quedaba rapidamente anulado con leyes de censura y un control sobre los elementos no acomodaticios a los intereses de las plutocracias que se habian inventado el Estado Español para sobrevivir.
La prueba palpable es que el XIX fue el peor siglo de rrevueltas y rebeliones populares y España el estado mas subvertido y violento de Europa en los dos ultimos siglos. El pueblo odiaba y despreciaba a aquellos que querian traerles su falsa libertad y sus constitucion de ricos, y estos se encargaron inmisericordemente de destruirles para imponerselo. .
Fascinante … Debes de ser profesora de constitucional no?
Otro día di tienes ganas nos haces un análisis de las constituciones del 36 y del 54.
Muchas gracias
El pueblo español, dado a la gracieta, llamaba al candidato alemán Leopoldo de ole ole si m’eligen…
Buenas tardes Alejandro. Tu intento de demostrar que la dictadura de Franco fue totalitaria y no autoritaria solo puede responder a una forma de ver la historia bastante sesgada y exagerada. Siento decirte que la mayoría de la bibliografía la define como autoritaria, exceptuando algunos sectores ultraizquierdistas. Como evidentemente no te bajarás del carro, invito a los lectores a informarse por su cuenta.
El resto del artículo bastante decente, si exceptuando algunas opiniones que dejas caer como quien no quiere la cosa… completamente fuera de contexto.
Las características fascistas del régimen de Franco están más allá de toda duda para la inmensa mayoría de estudiosos no demasiado conservadores, pues este sector tradicionalmente se ha afanado en quitar hierro al asunto. Y en cualquier consideración medianamente seria verá cómo la dictadura franquista va más allá de la mera dictadura de tipo salazarista, por lo que tomo el término «totalitario» de su legítimo acuñador, Benito Mussolini, al tratarse de un régimen que Franco (y Falange) imitaron abiertamente y sin disimulo y se alinearon en innumerables ocasiones con él.
http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3312399.pdf
Amantis, Ángel Viñas define el régimen franquista como una dictadura fascistoide desde su principio hasta su final (sí, también era fascistoide en 1975). Y autoritarismo y dictadura no es exactamente lo mismo, como puede comprobarse en el interesante caso de la dictadura de Primo de Rivera, un régimen que nadie considera como simplemente autoritario (comenzando por el mismo Primo). Y ha pasado mucho tiempo desde el estudio de JJ Linz sobre el autoritarismo franquista, de principios de los 60.
Si tomas a Viñas como referencia te dirá que cualquier historiador que no esté a la izquierda es un neofascista, empezando por Linz, un maestro reconocido en todos lados salvo por tipos llenos de odio que anteponen su ideología a su oficio
¿Cualquier historiador que no esté a la izquierda de qué? La divisoria está entre historiadores que acuden a las evidencias primarias relevantes de la época (EPRE) o los que no lo hacen.
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Linz no era historiador sino politólogo.
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Los tipos llenos de odio que anteponen su ideología a su oficio son Luis Suárez, Stanley Payne o, por supuesto, Pío Moa y compañía. Ninguno de ellos sabe qué son las EPRE.
Véase aquí para un largo análisis sobre Payne y su última obra, esa al parecer magnífica biografía de Franco:
e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/issue/view/448
Juan Linz, gran falangista y mejor persona.
Seguro que te refieres a la bibliografía falangista ¿no?, ya que esos ni son exagerados ni sesagados, pues como todo el mundo sabe eso es una característica de la ultraizquierda que sólo quiere abrir heridas.
Es fascinante que en una entrada sobre Amadeo de Saboya se acabe hablando cómo no de Franco.
No se puede catalogar a la dictadura de Franco en bloque ni como fascista ni como autoritaria porque la naturaleza esencial de la misma fue su carácter camaleónico, cambiante, adaptativo merced a la flexibilidad que le otorgaba el no tener una auténtica ideología propia más allá de sostener en el poder a Franco y a las élites que lo favorecían. Por eso en un primer momento, hasta el 42 de forma clarísima y luego de forma matizada hasta bien entrados los 50 podemos hablar de un régimen fascistizante (si bien con características propias como el papel de la Iglesia o su carácter desmovilizador de la sociedad por oposición a la tendencia opuesta de los auténticos regímenes fascista).
Sin embargo en los 60 y primeros 70 las características del régimen son muy otras y ya no se puede hablar en puridad de un régimen fascista acomodándose más a los modelos de dictaduras caudillistas que abundaban en partes menos desarrolladas del mundo de por entonces.
Es por tanto esa discusión una trampa bizantina. Igual que asimilar la etapa fascista del mismo con Falange cuando la auténtica falange era hostil y extraña al franquismo que hizo todo lo posible por deshacerse de sus líderes y diluir el movimiento mezclándolo con algo tan opuesto como era el carlismo.
Insisto es esa mezcolanza, esa adaptación sin escrúpulos lo que realmente caracteriza al franquismo y lo diferencia incluso de la dictadura portuguesa.
Más allá del hecho de clasificar de totalitario al régimen de Franco, algo que no es sino ideología alejada de la realidad del país, decir que lo que había en España estaba alejado de la realidad europea demuestra desconocimiento. Hablar de democracia en este periodo es ridículo, las elecciones siguieron estando amañadas. Hay opiniones de políticos de la época bastante críticas sobre la capacidad política del monarca y su inteligencia
Revise el artículo, sus fuentes o ambas cosas.
Pesone, la Constitución de 1869 era una de las más democráticas de la Historia española hasta el momento (y bastante más que la posterior de 1876). Eso es indiscutible.
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Ciertamente el amaño electoral era algo muy común en la Europa del XIX, y es una característica de la política española durante todo el XIX. Su momento cumbre fue durante la Restauración, en la que el fraude electoral no tenía competidores en Europa, ni siquiera en Portugal (sólo en el Mezzogiorno italiano). En Francia, Reino Unido (sí, allí también) o Italia del norte había amaños, pero nunca en la escala y con los efectos distorsionadores en el Parlamento que había en España.
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Esto es porque había una oligarquía local, con su base de poder en los ayuntamientos, que controlaba el país, de abajo arriba. Fue una concesión en los tiempos isabelinos para que se pasasen al liberalismo. Durante la Restauración hubo más presión del gobierno (de arriba abajo), pero no la suficiente. Esto tuvo sus efectos tributarios (del fraude electoral al fiscal), lo que llevó al crónico raquitismo estatal en ingresos y por tanto en gastos. Algo que significó la debilidad en la construcción del Estado español (y en la invención de la nación española).
A quien le pueda interesar, Tve hizo una película sobre el asesinato de Prim hace un par de años:.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/prim-el-asesinato-en-la-calle-del-turco/prim-asesinato-calle-del-turco-pelicula-completa/2910141/
Muy ha gustado mucho este artículo sobre Franco, Álex.
:D
Jajajajajaja …Es un artículo dentro de otro, como las muñecas rusas…
¿La dictadura totalitaria mas longeva de Europa?vaya,vaya se ha olvidado de Lenín,Stalïn,Jruchef,Brezhnev….Sr García suspendido para septiembre.
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