—¿En qué piensas?
—En el futuro
(La juventud)
—Mamá, ¿en qué estás pensando?
—En mañana
(Mia madre)
Caprichos de la cartelera: la misma semana en que hemos sabido del fallecimiento de Ettore Scola, quien fuera uno de los últimos supervivientes de la irrepetible edad dorada del cine italiano, llegan a nuestras pantallas, como si de una reivindicación del porvenir o de una afirmación optimista ante el anunciado final de una época se tratara, los últimos trabajos de dos de los máximos exponentes de la cinematografía contemporánea del bel paese. Hablamos de La juventud (Youth) primera cinta de Paolo Sorrentino tras la apoteósica recepción a su Grande bellezza, y de Mia madre, nuevo acercamiento del gran Nanni Moretti a su mundo interior y al de todos nosotros, sus espectadores.
Sorrentino ante la gran prueba
Cuenta Paolo Sorrentino que la idea, el guion e incluso la mayoría del reparto de La juventud se perfilaron bastante antes de que La gran belleza acumulara honores, premios y el Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Por fortuna o desgracia para él, poco importa: La gran belleza es un juguete estético tan redondo, tan conmovedor, que perseguirá a su creador no solo ahora, sino probablemente durante el resto de su carrera. Es por ello que ya hay quien no ve en La juventud sino un mero recopilatorio de descartes de aquel instante feliz en que Jep Gambardella vino a encendernos para siempre no se sabe aún qué interruptor emocional ubicado entre el aburrimiento vital, el tedio, el éxtasis, la felicidad y la melancolía. De hecho, La juventud insiste en el mensaje: pese a que el hastío y la vida disoluta nos invadan, basta a veces un recuerdo, un ligero contacto con la belleza para abrir las puertas a un epílogo vital intenso.
En paralelo, hay también quien no ve en el Michael Caine de La juventud más que a un Toni Servillo disfrazado para la ocasión. Ya ven: el terremoto emocional de La gran belleza es tal que depara, como los amores juveniles, golpes de pasión y arrebatos irracionales que escapan a toda lógica: momentos de ciego éxtasis que llevan a percibir a Michael Caine, todo un Michael Caine, como un simple imitador. El acabose.
Pero por más que nos dure la placentera resaca de La gran belleza, despachar La juventud como un vulgar compendio de caras B de aquella es injusto. Digámoslo ya: La juventud no logra repetir la epifanía del todo, y es una película tan ceremoniosa y afectada como excesiva y llena de valles. Pero es también un hermoso paseo, casi ingrávido, a través de la vejez, la nostalgia, la amistad y la observación sutil y melancólica del mundo.
Michael Caine interpreta a Fred Ballinger, un director de orquesta retirado que consume sus días en un lujoso balneario suizo acompañado de su hija (Rachel Weisz), de su mejor amigo de toda la vida (un voluntarioso y veterano director de cine interpretado por Harvey Keitel) y de un joven y millonario actor de éxito muy cómodo en su propio océano de insatisfacción personal (Paul Dano). Ballinger se sabe enfermo de apatía, y la película hurga con calma y estudiada majestuosidad en su progresivo rechazo de este estado vital y en su interacción con el resto de personajes, con los que comparte paseos matutinos y conversaciones nocturnas en los que Sorrentino busca con habilidad, como suele, cierta nota de frágil belleza envuelta en poesías terrenales y banalidades sublimes.
El cine de Paolo Sorrentino, de L’uomo in più a Las consecuencias del amor, de Il Divo a La gran belleza, descuida conscientemente la línea narrativa y es esclavo total de la estética, y La juventud no es una excepción: no deja aquí Sorrentino una escena libre del encuadre más preciosista posible, conjurando los elementos de la puesta en escena de un modo que roza lo artificial y linda peligrosamente, en ocasiones, con lo artificioso. El director ya habló en una entrevista a Jot Down que pueden encontrar aquí de su poco gusto por la narrativa tradicional, por las tramas calculadas: «Leo poca literatura de género, donde la trama es fundamental: no me gusta la novela negra, ni los thrillers. Siempre he preferido una literatura que se concentraba en las aventuras que se desarrollan dentro de los seres humanos». Es un hecho que tiende Sorrentino en todas sus películas a sacrificar la estructura del guion a cambio de embadurnar la pantalla entera con la marca de su estilo, lo cual solo constituye un defecto cuando esos calculadísimos torrentes de imágenes no logran contarnos lo que sucede «dentro de sus seres humanos»: sus peores películas son mero conglomerado de ideas que jamás llegan a adquirir forma más allá de la cabeza del director, que nunca consiguen horadar el celuloide con toda su fuerza poética. L’amico di famiglia y Un lugar donde quedarse son perfectos ejemplos: tiene uno viéndolas la incómoda sensación de que todo el artificio de la puesta escena no es sino una máscara, un vuelo ambicioso en torno al vacío.
La juventud contiene lo mejor y lo peor del cine de Sorrentino, aunque por fortuna domina lo primero: la historia regala un buen puñado de escenas para el recuerdo, y el lugar de la acción, ese balneario suizo de otra época, acompaña al espectador días después del visionado. Hay que aplaudirle nuevamente al director sus tradicionales saltos al vacío, sus flirteos con el riesgo (¿qué es arriesgar, me preguntas?) y ciertos excesos imposibles, pero siempre sinceros y apasionados, en los que se permite coquetear con el ridículo con admirable despreocupación. Y, aun así, la película devuelve también en ocasiones los peores tics del cineasta, sobre todo en la construcción de sus protagonistas secundarios. Prevalece cierta sensación de que Sorrentino solo ha construido aquí un verdadero personaje, el de Michael Caine, ese director de orquesta de ochenta años que aprende una lección y abraza con estoicismo, rigor y esperanza el futuro pese a no tener más armas que su nostalgia y su melancolía.
No existe contradicción en ese modo de afrontar la vida y la vejez: el futuro solo puede formularse desde el recuerdo. También desde la muerte: el fallecimiento de un ser querido puede ser, paradójicamente, el mejor modo de evaluar las propias imperfecciones, de rehacer la mochila emocional para afrontar el resto del viaje. A este ejercicio se entrega con absoluta honestidad Nanni Moretti en su última película:
Mia madre
Suele decir Moretti que solo hace cine cuando tiene realmente algo que decir. Aquí lo tenía. En 2010, mientras finalizaba el montaje de Habemus Papam, moría su madre, esa señora entrañable a la que pudimos ver en Abril (1998) observando con calma cómo su hijo se fumaba su primer porro para afrontar la victoria electoral de Silvio Berlusconi. Del dolor de Moretti por la pérdida de su madre en 2010, de la constatación posterior, al contacto con allegados y familiares, de sus propias inseguridades y egoísmos, de su descubrimiento de varios aspectos desconocidos de la fallecida y del pletórico latido vital que se rebela y se hace carne en la herida abierta habla con total lucidez esta Mia madre, de lejos la mejor película de Nanni Moretti de los últimos quince años, por lo menos.
Cuenta Moretti todo lo anterior por medio de un álter ego: una directora de cine (inmensa Margherita Buy) en plena crisis personal y creativa, que se ve obligada a reevaluar todos sus afectos y defectos, todos sus mecanismos de autodefensa en sus relaciones familiares y sentimentales y todo su lugar en el mundo cuando debe afrontar la enfermedad de su madre. En paralelo, la directora protagonista de Mia madre rueda su propia película dentro de la película: una trasnochada obra de cine social que protagoniza un actor americano al que borda, con toneladas de carisma, un John Turturro pletórico. Y es que Mia madre se cuida de no abrumar a público al más puro estilo Amour à la Haneke, y se permite relajar el tono de una manera habilísima, encontrando grandes momentos de comedia gracias a un Turturro en tan manifiesta capacidad de robar cualquier escena que uno casi intuye que Moretti le ha tenido que cortar las alas en la sala de montaje para que no se apoderara de la película entera.
El perfecto equilibrio de comedia y drama permite a Moretti entregarse a su necesario y catártico ejercicio de autoflagelación: en una vida que transcurre entre días de rodaje y visitas al hospital, la directora protagonista se abandona a arrebatos de ira impotente, descubre sorprendida que las personas más allegadas la perciben como un animal inconscientemente egocéntrico y distante, sufre la duda de no saber si realmente hace cine para alguien, para sí misma o para nadie y pasa por diversas etapas en las que se adivina a Moretti levantando acta minuciosa, literal, de su propia experiencia. La pareja de la protagonista llega a decirle: «La gente te toma a pequeñas dosis porque se siente incómoda contigo».
Todo en el personaje principal de Mia madre remite a defectos y debilidades del propio Moretti, que se desnuda totalmente. A todos esos espectadores algo cansados de que buena parte del cine del director italiano trate sobre él, él y él y que prefieran tomar a Moretti en pequeñas dosis les agradará saber por tanto que Mia madre es una película sobre él … a través de ella. El matiz es importante. Y relevante. La facilidad con que el cineasta se esconde tras un personaje femenino denota también mucha maestría acumulada en el oficio. En todo caso, dado que no deja Moretti una película suya sin aparecer en pantalla, el director se reserva en Mia madre un papel secundario, el del hermano de la directora protagonista: un hombre delicado y reservado que lleva el luto por dentro, literalmente, y al que Moretti interpreta con sutil maestría y sensibilidad.
Es por tanto Mia madre una pequeña gran película que contiene mucho cine del de lagrimilla liberadora, maduro y estupendo, y que nos recuerda, en su inspiración inicial y en su desarrollo, que el duelo puede ser, paradójicamente, un gran motor vital.
También el cine italiano recuerda estos días al fallecido Ettore Scola, y con él a la irrepetible generación de maestros nacionales que desaparece inevitablemente; talentos prodigiosos perdidos para siempre. Y sin embargo son películas como La juventud y Mia madre las que permiten vislumbrar el futuro del cine italiano con estoicismo, rigor y esperanza.
Sorrentino, la vida iba en serio, entre Las consecuencias del amor y la Grande bellezza. No pienso ir a ver Youth – Giovinezza
http://holdontightmarie.blogspot.com.es/2016/01/sorrentino-la-vida-iba-en-serio-entre.html
Me fastidia bastante la carga que inevitablemente tiene que soportar un artista justo después de conseguir su obra maestra. «Youth» no es «La grande Bellezza». No quiere ni tiene por qué serlo. Es otra película de un director magnífico llamado Paolo Sorrentino.
La crítica sobre la película la podéis leer en mi blog: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2015/11/16/youth-sorrentino-y-la-vida/
Uhmmm… ¿Y a mi que esta crítica me suena mucho a esto?
http://au-agenda.com/que-decir-de-youth-mia-madre/
Hola Gerardo
¿Es usted el mismo Gerardo que escribe el artículo al que hace referencia?
Sepa que, sorprendido por su comentario, acabo de leer ese artículo. Dice en grandes líneas:
– Que, como al parecer el autor de ese artículo ha reivindicado muchas veces, el guion no es el único elemento de una película, pues el cine ofrece en paralelo, cito: «una inmensa cantidad de posibilidades estilísticas que (sic) es lo que permiten hacer de esta forma de expresión ese arte con mayúsculas que se ha reclamado tantas veces».
– Que Sorrentino no es nada conformista y anda apuntado a la corriente por el autor reivindicada, pues en sus películas «no se trata solo de reflejar, a través de una línea de texto qué es lo que [los personajes] sienten o perciben, sino de transmitir a través de imágenes unas emociones o impresión de aquello que se les cuece en su interior».
– Que «La juventud» habla de la influencia del paso del tiempo en nuestras vidas y de la puerilidad de la fama.
– Que «Mia Madre» trata «de las contradicciones, problemas, esquinas que tiene la existencia y la dificultad de tratar con los demás».
– Que Moretti también habla en su película de política, y como ya hizo en «Il Caimano», en Mia Madre «no se priva de hacer una crítica igual de incisiva en (sic) la realidad social de su país. Una realidad que ha perdido sus valores y compromisos en detrimento de los derechos de los más débiles».
Le agradezco sinceramente la atención prestada a lo mío, pero no puedo dejar pasar por alto su alusión velada, que entiendo como acusación de plagio. Si fuera así, supongo que dedicará usted alusiones parecidas al próximo cronista que insinúe que España atraviesa una crisis política. O al que escriba que Leo Messi es un gran jugador de fútbol. O al autor de ese mismo artículo (¿usted?) por decir que la situación política italiana «está muy lejos de estar a la altura de lo que se espera de ello».
Bueno, pensándolo bien, no estoy de acuerdo en lo último. Voy mucho a Italia y le aseguro que la situación política allí supera todas las expectativas desde hace décadas.
Pero espero que estemos de acuerdo en lo fundamental: el cine es también estilo, Sorrentino lo tiene, estas dos películas tratan de lo que tratan e insinuar plagios sin fundamento no es cosa elegante.
Un saludo.
La Giovinezza es una película magistral. Puedes deleitarte con las escenas en las que Rachel Weisz habla con Michael Caine en tono de reproche o cuando Caine y Keitel pasean por el campo y hace una reflexión sobre la paternidad. Es una película redonda dónde Sorrentino da voz a aquellos que, por edad, parece que están a la deriva de los acontecimientos y que no esperan y no son capaces de ver más allá del mañana.
Impresionante la escena final con Sumi Jo interpretando Simple Song…Conmovedora.
Fantástica respuesta a Gerardo. Esto está para hablar de cine y leeros a la gente que sabéis tanto del noble arte como de dialéctica. Espero con ansia la denuncia que el tiparraco haga a la RAE por utilizar los mismos símbolos que el ha usado para expresarse.