A falta de cincuenta y ocho segundos para el final del sexto partido de la final de 2013, los Miami Heat siguen en algo parecido a un estado de shock. Ni siquiera el increíble último cuarto que se está marcando LeBron James sirve para distanciar a los San Antonio Spurs y en cuanto estos han conseguido respirar un poco se han marchado tres puntos arriba con un parcial de 0-5, cortesía de Tony Parker y sus canastas imposibles.
Queda mucho por jugar, en cualquier caso, y mucho más con James de por medio: consciente de su responsabilidad, LeBron recibe el balón, su defensor se queda en el bloqueo y el alero de los Heat se ve defendido por un hombre mucho más bajo que él, Tony Parker. Parker, ganador de tres anillos de la NBA, es bajo, sí, pero no es tonto. James ralentiza en exceso el camino a la canasta, su espalda echando hacia atrás al base francés, hasta que, al darse la vuelta, Parker le roba la pelota de un manotazo. En el contraataque posterior, Ginóbili recibe falta de Ray Allen y anota los dos tiros libres. El parcial aumenta a 0-7 y el resultado marca un desalentador 89-93 a falta de treinta y siete segundos.
Es tiempo de nuevo de LeBron James, que lleva trece puntos en los últimos diez minutos de cuarto. James repite casi la anterior jugada pero esta vez con Kawhi Leonard delante en vez de Parker. Da igual, el resultado es el mismo: una jugada embarullada que acaba en tapón y rebote para Ginóbili, que vuelve a marcharse como loco hacia la canasta contraria y vuelve a recibir falta de Ray Allen. Quedan veintiocho segundos y, como marca el protocolo, los agentes de seguridad empiezan a acordonar la pista con un cordón amarillo, preparado para evitar cualquier invasión de cancha si los Spurs al final ganan el partido y se hacen así con el quinto anillo de su historia. Parece un trámite más, pero es una herida en el orgullo de los locales. Una herida similar a la de aquella final de 1969, cuando el propietario de los Lakers llenó el Forum de globos y fanfarrias, todo preparado para festejar una victoria ante los Celtics que jamás se produjo.
Volvemos al partido: Ginóbili falla uno de los dos tiros libres y el resultado queda en 89-94. En una decisión algo dudosa, Popovich decide retirar a Duncan en defensa para ajustarse al juego de cuatro pequeños de los Heat, que van descaradamente a buscar los triples como recurso desesperado. Tras el tiempo muerto, el cordón amarillo estorbando incluso la colocación de los jugadores, los Heat consiguen hacer una jugada perfecta, tal y como la habría soñado su entrenador Spoelstra: el balón vuelve a llegar a James, completamente abierto desde la línea de tres… pero su tiro es una pedrada que no toca ni el aro.
Casi por casualidad, el balón, tras varios manotazos y ante la ausencia de un reboteador sólido en los Spurs, llega a Mike Miller. Miller se la pasa a James, que vuelve a lanzar de tres y esta vez anota: 92-94 y veinte segundos por jugarse.
El tiempo muerto esta vez lo pide Popovich, que vuelve a meter a Duncan para jugar el ataque. De hecho, el veteranísimo pívot de las Islas Vírgenes, a sus treinta y siete años, es el encargado de sacar y no lo tiene nada fácil: de entrada, el dichoso cordón sigue molestando a todo aquel que se salga mínimamente de las proporciones de la cancha. Además, la defensa de los Heat es casi perfecta, tanto que en vez de conseguir pasar la bola a Parker o a Ginóbili, Duncan solo logra encontrar a Leonard, de milagro, y al borde de la infracción. Leonard recibe falta, por supuesto, y dispone de dos tiros libres para matar el partido.
Para un jugador de segundo año tanta responsabilidad no es poca cosa, pero la temporada de Kawhi ha sido extraordinaria y su rendimiento en la final, defendiendo a James, anotando con cierta regularidad y cogiendo una sorprendente cantidad de rebotes, ha entusiasmado a todos. El público de Miami se vuelve loco: silba, golpea palos gigantes, patalea… y el joven Leonard falla el primer tiro libre, aunque anota el segundo. Quedan diecinueve segundos y los Heat no tienen tiempos muertos, así que todo queda en manos de James, salvo que los Spurs decidan hacer falta, que no es el caso.
James, por si las moscas, tira lo antes posible, un triple forzado y sin mucho sentido que podría haber acabado con la temporada si no fuera porque la zona de los Spurs vuelve a estar vacía de hombres al rebote. Chris Bosh alcanza el rechazo sin demasiada dificultad y, apurado por el tiempo, se la pasa a Ray Allen, quien da un par de botes para atrás y tira desde una esquina con las manos de Parker y Leonard casi en la cara. El triple entra limpio, el enésimo en su carrera y sin duda el más importante. El partido se va a la prórroga y como es de esperar ganan unos embalados Heat. El cordón amarillo tendrá que esperar al séptimo partido, donde de nuevo los locales se imponen en el último minuto. Es el segundo título en tres finales. Todas las miradas, sin embargo, se posan en los viejos Spurs, en lo que parece haber sido su último baile y lo cruel que sería que Duncan y sus escuderos se retirasen de esta manera, con un triple de Ray Allen en la cara.
Como si no conocieran a los tales Duncan y compañía y su obsesión competitiva.
La revancha más dulce
No, Tim Duncan no es de los que se rinde fácilmente. Su séptimo partido de aquella final fue sobresaliente, con veinticuatro puntos y doce rebotes… pero dos fallos imperdonables debajo de la canasta en el último minuto. Fallos que impidieron que los Spurs empatasen el partido y pusiesen más presión sobre los hombros de los chicos de Spoelstra. Puede que un título le hubiera retirado, pero una derrota así solo le podía empujar a seguir adelante.
Haciendo un resumen de lo que había sido la temporada, y en concreto la serie final, San Antonio se dio cuenta de que su derrota había sido fruto de una conjunción de casualidades que era difícil que se repitiera dos años seguidos: por supuesto, los dos triples tras rebote ofensivo del sexto partido… y los seis triples sin fallo de Shane Battier en el séptimo, un hombre con el que desde luego nadie contaba. Por lo demás, la plantilla tenía dosis ideales de veteranía —Duncan, Ginóbili, Diaw, Parker…— y juventud arrogante —Leonard, Green, Mills, Bellinelli, Splitter— como para pensar en un último intento.
Duncan ya no tenía treinta y siete años sino que tenía treinta y ocho, pero llevaba demasiado tiempo sin ganar, fuera de los focos. Su llegada a la liga en 1997 había supuesto un cataclismo solo comparable a la de Shaquille O´Neal en 1992. De hecho, ambos gigantes, tan distintos en su estilo de juego, protagonizarían una lucha feroz durante los siguientes años: haciendo pareja con David Robinson, Duncan se llevó los títulos de 1999 y 2003, dejando a Shaquille los tres de en medio —2000, 2001 y 2002—. Tras la retirada de Robinson, Lakers y Spurs volvieron a enfrentarse en segunda ronda de conferencia la temporada 2003/2004. Todo apuntaba a un triunfo en la serie de los vigentes campeones, cuando Derek Fisher se inventó una canasta imposible en el quinto partido con el tiempo casi a cero, dando una ventaja a los de Phil Jackson que hundió moralmente a los tejanos.
Aquel 2004 sería el último año de Shaq en Los Ángeles. Sus desavenencias con Kobe Bryant le mandaron a Miami, donde ganaría en 2006 su cuarto anillo. Un año antes, en 2005, Duncan se llevaba su tercero y en 2007 alcanzaría también el póquer para equilibrar las cosas. Aquellos Spurs que ganaron tres títulos en cinco años eran un equipo sólido y trabajador. Bajo la influencia del rocoso y arisco Popovich, los Spurs buscaron fuera de Estados Unidos lo que no podían encontrar en casa: Ginóbili y Parker se hicieron imprescindibles y, tras la retirada de Robinson, Popovich decidió acompañar a Duncan de pívots fuertes fajados en las grandes ligas europeas: primero Nesterovic, luego Oberto y Francisco Elson, y años después, Splitter.
No era un equipo atractivo y muchas veces la duda era a quién lesionaría Bruce Bowen en el siguiente partido. La final de 2003 contra los Nets sigue siendo la menos vista de la historia de la NBA y solo alcanzaron cierto estatus mediático después de los descomunales siete partidos que jugaron contra los Detroit Pistons para hacerse con el anillo de 2005, gracias a aquel triple de Robert Horry que hizo callar al Palace cuando los Pistons venían de dos victorias seguidas y soñaban con adelantarse en la serie. En 2007 todo sería más fácil, con un Parker estelar que se comió él solito a los Cleveland Cavaliers de un LeBron James casi recién salido de la adolescencia.
Era el cuarto anillo de los Spurs en ocho años y nadie suponía entonces que habría que esperar otros siete para añadir un quinto.
Porque sí, en 2014, los Spurs le dieron otra vuelta a la tuerca: no solo seguían siendo competitivos, no solo podían ganar de nuevo sesenta y dos partidos en la liga regular, sino que jugaban de memoria, como los ángeles. Un juego rápido y preciso, con circulaciones eléctricas de balón, que presagiaba lo que vendría las temporadas siguientes con los Golden State Warriors como protagonistas. De repente, los Spurs pasaron de ser los más odiados a ser los más queridos y, al enfrentarse de nuevo a los Heat en la final, no tuvieron la más mínima misericordia: ganaron en cinco partidos y en ninguna de sus victorias bajaron de los quince puntos de diferencia.
Este sí que era un buen final para Tim Duncan, campeón de la NBA quince años después de su primer título, algo que solo supera Kareem Abdul-Jabbar, que ganó el anillo en 1971 con los Bucks y repitió en 1988 con los Lakers.
Solo que no era el final. Uno no puede retirarse tras perder un título de manera tan cruel y no puede retirarse sin defender lo que ha ganado el año anterior. En resumen, uno no puede retirarse nunca y así, Popovich, Duncan y los sospechosos habituales se volvieron a unir para las dos siguientes temporadas: en la 2014/15 cayeron en primera ronda de play-off ante Los Angeles Clippers y en esta temporada 2015/16 solo el espectacular récord de victorias de los Warriors está eclipsando lo que es uno de los mejores años de cualquier equipo en la historia de la NBA. Un año que, quién sabe, igual se ve coronado con el esquivo sexto anillo, igualando a Duncan con las más grandes estrellas: Michael Jordan y el propio Kareem, inmediatamente por debajo de las leyendas de los Celtics de los años sesenta y del inclasificable Robert Horry, que se llevó siete anillos con tres equipos distintos.
Stephen Curry, el único escollo a la vista
Hay un detalle curioso en estos años de esplendor de los San Antonio Spurs desde que Tim Duncan se incorporó a la franquicia y que escapa a cualquier análisis: salvo en la temporada 98/99, en la que el cierre patronal obligó a suspender treinta y dos partidos de liga regular, el equipo siempre ha ganado como mínimo cincuenta partidos en cada una de las otras diecisiete campañas. Eso, de por sí, ya es una barbaridad. De hecho, nadie lo había conseguido antes. Lo que me llama más la atención, sin embargo, no es esa regularidad en el éxito sino su regularidad a la hora de frenar los excesos: en esas diecisiete temporadas solo han ganado sesenta partidos o más cuatro veces y su récord está en sesenta y tres victorias, justo el año que cayeron en primera ronda contra los Dallas Mavericks de Dirk Nowitzki.
Parece claro que la estrategia de Gregg Popovich, independientemente de la edad de sus jugadores, ha sido siempre ir de menos a más: acabar la liga regular como un tiro y arrasar en los play-offs. Este año todo apunta a que va a ser distinto y la razón hay que buscarla en el fracaso de la temporada anterior, cuando empezaron al trantrán y ni siquiera el arreón final y un número de triunfos muy aceptable (cincuenta y cinco), les evitó acabar sextos de la conferencia Oeste, teniendo que enfrentarse, con el factor cancha en contra, a los temibles Clippers de Chris Paul, J. J. Redick, Blake Griffin y DeAndre Jordan.
Conscientes de que eso no se puede repetir, los Spurs llevan una primera parte de temporada más que brillante. En el momento en el que escribo este artículo, ocupan la segunda plaza de su conferencia con treinta y cuatro victorias y solo seis derrotas, una progresión que les acerca a los setenta triunfos a final de año. Solo un equipo ha conseguido llegar a esa cifra: los Chicago Bulls de Michael Jordan, Scottie Pippen, Dennis Rodman y Toni Kukoc, en 1996. Si esas setenta victorias no les sirven al final para ganar siquiera su conferencia será mérito de los Warriors, quienes, también al cierre de esta edición, han perdido solo dos partidos de treinta y ocho, una locura que sí que no tiene comparaciones posibles.
La diferencia, al menos en los últimos meses, es cómo gana un equipo y cómo gana otro. Mientras los Warriors acumulan lesiones, prórrogas y un desgaste mental importante, los Spurs parece que van a velocidad de crucero y siempre bajo el radar de las expectativas mediáticas, que lo hace todo más fácil. Han empezado la temporada ganando sus veintidós partidos en casa, un registro único en la historia de la franquicia aunque aún lejos del 37-0 de los Bulls en la temporada de todos los récords. Sí pueden presumir de tener la mejor diferencia jamás vista entre puntos anotados y puntos recibidos después de cuarenta partidos: 103,8 a favor y solo 89,7 en contra. De hecho, solo en siete ocasiones han pasado sus rivales de los 100 puntos, de lejos la mejor marca de la NBA esta temporada.
Aunque Tim Duncan, ya a punto de cumplir cuarenta años, está en las peores medias de su carrera —apenas 9,2 puntos y 7,8 rebotes por partido—, la siguiente generación ha tomado el relevo con solvencia, en especial Kawhi Leonard, quien ya fuera MVP de la final de 2014 y que lidera al equipo con 20,2 puntos y 7 rebotes por partido, un poco por encima de los 16,2 y 9,1 del recién fichado este año LaMarcus Aldridge, un jugador del que se tenían dudas por su mala cabeza pero que ha cuajado a la perfección en el sistema Popovich. Junto a ellos dos, Parker y Ginóbili siguen promediando más de diez puntos por partido y la profundidad del banquillo es enorme, con Diaw, Green, Mills, West e incluso la sensación serbia Boban Marjanovic, el pívot de 2,21 m que ha decidido explotar por fin a sus veintisiete años aportando rebotes, intimidación y dosis de espectáculo en muchos de sus partidos.
Pocos ponen ya en duda que este sí que será el último baile de los Spurs, por lo menos el último de Duncan y Ginóbili, que suman setenta y siete años entre los dos. En su camino solo se ve como amenaza a los Warriors de Curry si recuperan la frescura de los primeros partidos, y puede que en la final a los Cavaliers de LeBron James, la gran estrella de la NBA de este siglo, rumbo a su sexta final consecutiva, un poco más cerca de las diez que sumó Bill Russell en pleno esplendor de los Celtics. En los próximos días podremos ver cómo respiran estos tres equipos porque el calendario les enfrentará varias veces entre sí en lo que queda de enero. No se fíen. Entre la liga regular y los play-offs hay un abismo de intensidad.
Disfruten todo lo que puedan, en cualquier caso, de este último baile de Tim Duncan, probablemente la estrella más infravalorada mediáticamente de los últimos años. Si ganara su sexto anillo a los cuarenta, diecisiete temporadas después del primero, pocas excusas habría para no nombrarle mejor ala-pívot de la historia de este deporte.
Y aunque no gane el anillo, Tim Duncan es el mejor Ala pivot de la historia de este deporte
Amén
Muy buena lectura. Aunque disiento un poco en el tema Warrirors. Los veo más conjuntados este año, con un D-Green mucho más jugador y cómodos con los focos. Está claro que Warriors, Spurs y Cavs son rivales a batir, pero ojo con Clippers. Gran temporada la de este año.
Francisco Elson
Excelente artículo dedicado a este excelente deportista…enhorabuena!!!
PD: para cuando un artículo dedicado a Hanks Gathers, el crack que pudo haber sido, de no haber ocurrido aquella fatalidad luego del ‘al ley up’??? En Marzo se cumplen 26 años de su fallecimiento…un abrazo!!!
No sé si lo habrás visto, pero es muy recomendable Guru of go, un documental dedicado a Paul Westhead, su entrenador en Loyola. Por su valor informativo. Buena parte del metraje lo ocupa ese equipo con Hank Gathers. Otra muerte traumática fue la de Len Bias, que en torno a él iba a girar el proceso de reconstrucción de los Boston Celtics.
Aqui tienes uno Pablo
http://dokodemodoorblog.com/2015/03/05/el-espiritu-de-hank-25-anos-de-la-muerte-de-gathers/
Saludos
¿Federico Elson? Si recuerdo bien y os referís al holandés que jugó en el Barcelona antes de saltar a la NBA su nombre era Francisco Elson.
Que digo yo Guillermo, que me parece que Elson es Francisco, no Federico…
Aldridge mala cabeza? Estamos locos?
Ya te digo, pa flipar, menos mal que lo ha dicho alguien! «LaMarcus Aldridge, un jugador del que se tenían dudas por su mala cabeza» A ver de dónde coño salen esas dudas si no es de no tener ni puta idea de quien era LaMarcus Aldridge, vamos que las tendrías tú Guillermo que no verías a Portland ni en pintura porque te has lucido machote.
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Excelente artículo. Toda una bocanada de aire fresco y de calidad entre tanta mediocridad mainstream. Solo un detalle: la llegada de Tim a la NBA no supuso ni de lejos el cataclismo que supuso Shaq en 1997. Para empezar porque en su primer año solo promedió 9 ppp. Eso sí, ya desde su etapa universitaria se le veía que su desarrollo iba a ser espectacular pero tardío, como efectivamente fue. Un saludo y enhorabuena por el articulazo.
Perdón por la equivocación: promedió 21,1 ppp, pero aún así, y bajo mi punto de vista, la dominación que supuso Shaq el primer año no tiene punto de comparación. Saludos
Aunque abajo te autocorriges respecto las estadísticas, no estoy para nada de acuerdo en lo de tardío. Por tardío, o así por lo menos lo percibo yo, es comenzar a demostrar tu potencial en 5º o 6º año, y él ya lo demostró desde que llegó, siendo el líder indiscutible de los Spurs a partir de su segunda temporada. Por ejemplo, en su segunda campaña, con anillo de por medio, sus estadísticas en las finales contra los Knicks se dispararon a 27.4 puntos, 14 rebotes, 2.4 asistencias y 2.2 tapones.
Como ya han señalado arriba: ¿Lamarcus mala cabeza? Si respondes afirmativamente, Guillermo, quizás el 90% de los jugadores la NBA debería estar en un manicomio.
Y Marjanovic ya explotó en Europa. No es ningún secreto que varios equipos punteros se interesasen por él. Pero prefirió los Spurs. Ya en su momento, sin intentar ser ventajista, me pareció un excelente fichaje. Esta temporada está completando unos minutos geniales. Una pena que tenga tantos grandes pivots por delante, nos estamos perdiendo a un gran jugador.
Aquella final ante Heat dejó una de las más bellas imágenes de la historia.
http://www.blogdebasket.com/files/duncan_pop.jpg
Tim duncan siempre huyo de los focos por que a lo largo de su carrera (el mejor 4 de toda la historia)ha vivido por y para el baloncesto