En la innumerable antología de sorpresas que depararon los jugadores en la NBA, primaron siempre dos grandes categorías: lo que unos pocos fueron capaces de hacer y lo que otros fueron capaces de hacer sin estar previsto que lo hicieran. Este segundo grupo hace referencia a los inesperados, jugadores cuyo nivel de juego era improbable. A estas alturas del tiempo ese histórico género ha crecido lo bastante para abrir otra categoría, más superior y selecta, donde dar cabida a los insólitos. Allí se agrupan los inesperados que en algún punto de carrera estallaron a diversa duración a niveles de estrellato. Y antes que toda otra descripción esta es su principal, su bandera, el nudo narrativo que vincula casos tan dispares como Archibald, McGinnis, English, Rodman o Ginobili.
A este fascinante museo de elegidos acaba de hacer entrada de forma arrolladora Draymond Green, una bestia aposicional, una anfetamina del juego, un agitador del equilibrio, una vanguardia del presente y el más avanzado arquetipo de lo que simboliza y significa el baloncesto NBA en este temprano punto del siglo. Esta descripción, perfectamente extensible a los Warriors, le convierte en la figura que mejor los representa. De otro modo, para que Curry y Thompson hayan alcanzado su mejor versión posible, para que la química soñada por Steve Kerr sea una prodigiosa realidad, ha sido necesaria la repentina plenitud de Green. Lo ha sido en cada parte y lo ha sido en el todo.
Es preciso matizar y dejar intacta la condición de Stephen Curry como el mejor jugador del equipo. Pero como apuntaba Marcus Thompson, no ha sido Curry sino Green «quien ha elevado a los Warriors del nivel de equipo campeón a, potencialmente, una de las mejores formaciones de la historia». De hecho puede corresponder a este autor la mejor interpretación de Green hasta la fecha. «No es el jugador franquicia. Es el jugador ideal junto al jugador franquicia». Este diferencial superior, en un equipo diferencialmente superior, descubre mejor que ninguna otra atribución el auténtico valor de Draymond Green.
Para empezar, nada de esto sería posible sin su mayor fortaleza, la inteligencia, cuya expresión está elevando también a altura histórica. La inteligencia es el mayor bien del juego, el más caro de todos y por ello el peor repartido. Cuando la inteligencia hace acto de presencia en forma tan superlativa el compromiso de denunciar a su propietario es inaplazable. Aquí lo hacemos, como lo hacía Luke Walton al recordar que «anotar cuatro puntos y ser el mejor jugador del partido» no sería posible sin ella, sin un completo despliegue de pista que trascienda casos similares para esa afirmación, como el que una década atrás también admitía Ben Wallace, otro insólito al que Green dedicó una emocionante carta por haberle servido de espejo en edad adolescente.
Le sigue a la inteligencia una tríada casi enteramente derivada de ella: versatilidad, intensidad y liderazgo. La primera de ellas es sin duda la más valiosa, la que mejor le define y con mayor nitidez permite descifrar, un año más, a los vigentes campeones.
Esa rarísima facultad de hacer de todo, esa fortuna del talento que acertadamente se ha venido atribuyendo casi en exclusiva a LeBron James durante la última década, resulta incluso más acusada, parece mentira, en Draymond Green. Al extremo de difuminar como nadie el juego posicional. No es tanto que Green pueda ocupar las cinco posiciones del juego como que las cinco posiciones se disuelven con él. En un número exagerado de posesiones se hace muy difícil computarle una sola de ellas, pasando sucesivamente de la quinta a la primera para rematar en la cuarta en una misma secuencia defensa-ataque. Green es posiblemente el único jugador del mundo que complica seriamente la precisión en este aspecto de la Big Data. Mientras el resto ocupa las suyas, Green es capaz de invadirlas todas. Y una de ellas, como veremos, con valor revolucionario.
Dentro del opulento paradigma Warriors, un episodio que se repite constantemente entre lo majestuoso y aterrador, es el llamado Green-led fast break, una de las escenas que, a fuerza de reiterarse, mejor simboliza la pleamar de este equipo. La secuencia nace del rebote defensivo en sus manos y la estampida de todos en aparente caos y sigue con Green trotando por el carril central con su insultante bote alto y sus pies de pato. Durante esos hipnóticos segundos el tipo que marcaba al cinco rival se transforma en playmaker proyectando una desconcertante impresión de que la pista se agita, de que se anima lo inanimado, todo lo habitualmente ordenado y previsible del baloncesto racional, una propiedad exclusiva de los jugadores visionarios que incluso remite a la figura de Magic Johnson. Esta repetida propulsión, liderada una y otra vez por el falso pívot, no solo carece de precedente. Se trata de la versión más avanzada y aplastante de small ball que la historia haya conocido y que Rob Mahoney resumía de manera incontestable. «Si no son los mejores Warriors con Green de cinco, sí al menos los más puros. Es entonces cuando son más indefendibles, más frenéticos y más agotadores».
Esta escena se repite en la transición vertical y obscenamente abierta que los Warriors prodigan con insuperable acierto (único equipo en superar los 20 pts/p). Pero cuando todo templa en el posicional Green revela igualmente una extraordinaria agudeza para las soluciones. Y lo hace en toda posible situación. Fuera del triple le basta la seguridad del balón por encima de la cabeza para procesar la constante motion-heavy offense. Y de espaldas al aro, del poste bajo al medio, basta un doble corte por dentro o fuera para hacer destino del balón a la entrada o al triple de algún compañero. Entre esas dos categorías, playmaking & posting up, Green improvisa, inventa, propone y, en caso frustrado, no duda un segundo en resolver a solas. En los aledaños del aro, bien de cara o de espaldas, luce incluso trazos de aquella serena solvencia en el Barkley maduro.
Esta asombrosa versatilidad explica que no haya un solo aspecto del juego (a excepción decimal del robo directo) que no haya repuntado en su perfil. Y en los pases de canasta, estallado, al extremo de ser el único jugador no base en el Top 15 de asistencias (sexto al momento de escribirse estas líneas). Pero sobre todo, refleja su significado más innovador, su depredadora invasión de cada uno de los nuevos moldes en que ha derivado el baloncesto actual.
Porque Green engrosa a placer la era del stretch-4 o cuatro abierto que arranca a la modernidad con Robert Horry, se bifurca con Marion y Nowitzki, esplende con Turkoglu, Diaw y Battier, y acaba transformando a Millsap. Green es perfectamente uno de ellos. Pero añade además todas y cada una de las cualidades de otro actualísimo perfil como el 3&D (Danny Green, DeMarre Carroll o Jae Crowder) sin serlo nominalmente. Y por si fuera poco, incorpora el playmaking a un rol de naturaleza interior, o más concretamente, a la posición de cuatro que Jesse Blanchard calificó en The Cauldron como «la pieza estratégicamente clave» de nuestros días. La suma de todo ello convierte a Draymond Green en un prototipo único gracias al cual los Warriors pueden incluso adecuar el small ball al genuino medium ball de Popovich en los Spurs. Y no es otra la pieza que posibilita este enlace que Green, cuatro abierto, amenaza al triple, eje defensivo y director de juego que alterna en total libertad cuatro de las cinco posiciones de manera efectiva. Tal es su peso en la química de pista que el analista Zito Madu, calificándole de «grandioso», subrayaba que su perfil es actualmente «imposible de replicar». Porque es Green quien define el contexto y no a la inversa. Y algo así venía tan solo atribuyéndose a los jugadores llamados dominantes.
En Green no es un paso el dado. Es un avance sideral. Y como resultado, ese valor a menudo tan etéreo como el liderazgo posee en su caso la materialidad de una roca. Para calibrar este avance hay que remontarle hasta Michigan State, donde una de las facultades que más claramente expresó fue su condición de all-around (único jugador junto a Robertson y Magic con tres triples-dobles en el torneo por el título NCAA), dotado de un don especial para pegarse con éxito con tallas mayores. «Toda mi vida he defendido a tipos más grandes que yo». Y añadía que mientras ese había sido su trabajo, la dirección de juego respondía a su instinto. Siendo un mocete en su Saginaw natal (Michigan), su padre y su tío le obligaban a pegarse con el rival más alto en todos los partidillos y hacerse con la bola a la gestación de cada ataque como haría cualquier base. Le advertían que si no crecía más, era vital su relación con el balón y la dirección del juego. El acierto no pudo ser mayor.
Más de una década después Green es, como por asalto, el líder emocional del mejor equipo del mundo. Y lo es por encima del aniñado rostro de Curry, al que libera de esa incómoda responsabilidad. Para algo así se precisan enormes dosis de autoestima y descaro, cualidades que ha duplicado tras la consecución del anillo. Este nuevo subidón se explica también a través de una ausencia. El año pasado Green subordinó sus fortalezas al plan mayor diseñado por Kerr. Y sin él, sin el peso cercano de la autoridad, esas fortalezas reventaron por las costuras del grupo a un nivel más voluntario y personal, como el adolescente que desinhibe sus fuerzas a la ausencia del padre. Su relación con Walton admite en mucho mayor grado la cómplice relajación de lo amistoso, lo que ha prodigado episodios de una estimulante camaradería. Pocos minutos después de comenzar el partido ante los Nuggets ya se había sobrado con tres triples. Heredando maneras del viejo Jackson, Walton empleó parte del tiempo muerto en espolearle. «¿A que no metes un cuarto?». Dicho y hecho cincuenta y cinco segundos después y no sin devolverle su ardiente mirada. Terminó ese partido con veintinueve puntos, diecisiete rebotes, catorce asistencias y cuatro robos. Al día siguiente firmaba ante los Hornets su tercer triple doble consecutivo y, dos noches después, su octavo de temporada (para un ala-pívot, dos más que Garnett en 2003 y Barkley en 1993). Para entonces Green tan solo había disputado treinta y seis de los ochenta y dos partidos oficiales.
Su ejemplo de superación no arrastra tragedias ni taras físicas. Bastaba una reacción emocional a algún viejo desprecio para despecharse a voluntad. El verano de 2013, cuando dejó de ser novato, se encomendó al sacrificio del que anhela limar defectos, todos los posibles y a gran velocidad. Perdió nueve kilos, se licuó lanzando triples y entrenó obsesivamente los desplazamientos laterales hasta el dolor. Todo en él se acompactó. Era un juramento desde que supo que su desplome en el draft hasta la posición número treinta y cinco —los Warriors eligieron a Barnes (siete), Ezeli (treinta), Green (treinta y cinco) y Kuzmic (cincuenta y dos)— se debía a que los informes del gremio más intuitivo e inexacto del deporte americano le calificaban de bajo, rechoncho, torpe tirador y algo bocazas.
Algo de cierto había en todas ellas. Pero también que se detenían tan solo en el armazón. Ahora sabemos que rara vez es posible el liderazgo si los defectos del cuerpo no se compensan con otra de sus grandísimas virtudes: la intensidad. Mark Jackson lo admiraba por ser el único en comportarse igual en la victoria y en la adversidad. De hecho esta última le enervaba. Por eso Green nunca desfallece, porque no cree en la derrota mientras la victoria sea una opción. Y de esta convicción suya se han dopado los Warriors con una suficiencia humillante. «Nunca nos sentimos fuera del partido. No importa lo que pase que nunca nos entra el pánico. (…) Sabemos que podemos remontar una desventaja de diez puntos en minuto o minuto y medio». Este inmenso poder de estirar y encoger el marcador como un acordeón también los hace únicos. Sus vertiginosos parciales parecen dinamitarse en canastas de cuatro o cinco puntos.
Pasado el tiempo, esta salvaje inyección de carácter en un equipo privado de ello desde Baron Davis, se ha demostrado increíblemente favorable. Porque el diseño de los Warriors se ha seguido demostrando demasiado ecológico y hasta su altísimo rendimiento defensivo se ha visto a salvo del dirty game. Era necesaria, pues, la presencia de un tensor emocional, de puro bad boy que coincide con el líder y que nadie como Green personaliza en su carácter enérgico y duro, sobrado, a ratos macarra y sin reparos en el derroche del trash talk. Intimida no cediendo a intimidación mientras luce a cada acierto esa provocadora sonrisa glotona que hincha los bíceps en señal de abuso. De todas las formas de ser competitivo, Green es el único en encarnar la más visible de todas, la agresiva, lo que le convierte en el único y genuino enforcer de los vigentes campeones. Y que resulte ya el protagonista más expresivo del circo americano palidece ante una condición muy superior: es el jugador más vitamínico de la actual NBA. Sus propiedades se han inoculado en silencio en el interior de toda la plantilla.
Esta salvaje intensidad no sale gratis. Como relataba Carl Steward, al término de cada partido revela un abatimiento en el vestuario propio del superviviente de alguna violenta batalla. Es entonces y solo entonces cuando le domina el silencio, cuando su hinchado cuerpo de pollo hunde unos pies deshechos en el cubo de hielo. Entre los jugadores no propiamente interiores, no es posible finalizar segundo en la votación al Defensive Player Of The Year (2015) si no se ha agotado cada noche la reserva en la pista.
A su condición de inesperado contribuyó también su técnico Steve Kerr. «No tenía ni idea de que Green iba a ser tan bueno». Una declaración honesta. Porque no pocas de las grandes sorpresas que vio la NBA se debieron, como en ciencia, a meros accidentes. Y no pocos de estos accidentes nunca fueron reconocidos por los entrenadores, obligados a reaccionar sin más opciones ante alguna fatalidad. A una de ellas corresponde el verdadero nacimiento de Green. Fue la lesión en pretemporada de David Lee (octubre de 2014) lo que le abrió las puertas del equipo titular. Al regreso de Lee a mitad de diciembre el mundo había cambiado. Con Green en el corazón de pista los Warriors orbitaban en veintidós victorias de veinticinco posibles. «Pudimos sentir un completo cambio de confianza —recordaba—. Fue entonces cuando supimos que competíamos por el título. Diría que tras las 16 victorias seguidas nos dimos cuenta de que teníamos la oportunidad de hacer algo especial».
Si aquel fue el nacimiento, la coronación tendría lugar meses después, durante el cuarto partido de las finales de 2015 y solo cuando Kerr estimó necesario el juego pequeño para desarbolar definitivamente a los Cavaliers, aferrados a la heroica soledad de James. Sentado Andrew Bogut, el hombre que mejor materializó la idea fue el mismo a quien el técnico había destinado inicialmente, en un lejano playbook de pretemporada, en torno a diez o doce minutos de pista para conservar la temperatura defensiva. En los ciento diez minutos siguientes de series Green proporcionó a los Warriors un +50 culminando el sexto y definitivo partido con un triple doble. La coronación era plena.
Minutos después, con el grupo extasiado sobre el parqué, ha pasado ya a la historia de las celebraciones su revelación, anhelada y suelta a gritos empleando a su santa madre. «¡Eh, mamá, decían que yo no podía jugar en esta liga! ¡Que era demasiado lento, demasiado pequeño, que no tiraba bien, que no podía defender a nadie, que no destacaba en nada! ¿Me oyes, mamá?». En la escala del baloncesto americano era un mensaje disparado hasta sus mismos cimientos.
En un abrir y cerrar de ojos Green ha hecho cumbre. «Si no es ya un Top 10 en la NBA —denunciaba Jerry West—, entonces no sé quién lo es». Y de la misma manera que nadie supo quién era, nadie sabe ahora dónde podrá llegar. De momento, incluso ha trascendido su papel de insólito ingresando en el más selecto santuario del baloncesto: el de los amplificadores del juego. El cuatro abierto, como agotado de repetirse, ha alumbrado en su ejemplo al cuatro director o point-4. Es conquista suficiente para considerarle, a día de hoy, el jugador de baloncesto más novedoso del mundo. Que es como hacerlo con los Warriors a través del motor.
Oso ona!!!!!
Genial artículo, GV. Qué frecura le están aportando los Warriors y en particular Green a esta liga. Me muero de ganas porque lleguen los playoffs!
Solo un apunte: en el campo de data analysis, lo que comentas de «Green es posiblemente el único jugador del mundo que complica seriamente la precisión en este aspecto de la Big Data», tiene un nombre concreto, y se llama un outlier. Básicamente algo inclasificable que desmonta cualquier estructuración previa.
Saludos!
Bravo, bravísimo.
Grande.
Solamente discrepar en que no creo que sea el único jugador que resulta bastante indescifrable para las stats.
A ElBrillanteMuchacho Rubio déjalo ir, tambien… (#Yovengoahablardemilibro).
Recuerdo haber defendido en el Foro ACB que la baja de Green supondría para GSW un problema estructural mucho más grave a largo plazo que la del mismo Curry.
Igual me paso, pero lo sigo creyendo.
Por cierto, aprovecho para spammear:
http://foros.acb.com/viewtopic.php?f=1&t=493638&start=20#p28552911
Pingback: El jugador más novedoso del mundo
Excelente artículo Gonzalo
Es curioso como este tipo de jugadores no son los que venden más camisetas, pero si los más atractivos de ver en TV para muchos aficionados.
Green se ha acoplado a los Warriors y los Warriors a Green, es una simbiosis total que demuestra tanto la inteligencia del jugador como la del entrenador.
Saludos
http://www.fuikaomar.es
Como se os va la olla con los warriors: un 4 atlético que sabe botar y pasar, bien por él, un buen jugador y fin.
Si leyera esto alguien que no sabe de baloncesto creería que es el nuevo barkley-malone-duncan-garnett pero mejor.
Es difícil que se meta Roncero a leer esto. Gonzalo Vazquez es para otro tipo de paladares.
Quisiera saber. El coste que vale que ñudiera venir A conocer ami hijo el tanbien juega al basquet ies muy bueno es muy fan tullo mi pregunta es si pudiera venir adarle un sorpresA en su cumpleaños. Cumple 16 le ariA MUCHA ILUSION ISERIA EL MEJOR REGALO DEL MUNDO GRACIAS
Bueno un apunte; la dimensión del señor Green es mucho mayor de la señalada, pues su realidad es que supuso un salto evolutivo y no es que fuera un “stretch 4” sino como el mismo indicó y muchos se burlaron por desconocimiento, ha sido el 1@ point-center a tiempo completo de la historia… un raro espécimen que comenzó con el gran Bill Russell hasta llegar a él, aunque la naturaleza no se detiene y ya ha dado el siguiente salto con el jugador llamado a dominar esta década: Giannis Antetokounmpo
P.S.: la rueda del Tiempo sigue girando y el último espécimen surgido ha sido visto por Francia…