Por más de medio siglo fue una de las novelas más apetecidas por los grandes cineastas. Stanley Kubrick quiso hacer una película pero no pudo comprar los derechos porque Polanski se le había adelantado (su intentona tampoco terminó materializada en celuloide), así que Kubrick terminó rodando 2001: Una odisea del espacio como consolación. Posteriores intentos de llevarla al cine o la televisión chocaron con problemas contractuales o presupuestarios. Considerada irrealizable, durante décadas permaneció escondida en la carpeta de ideas que los estudios evitan. Ni siquiera los momentos de auge de las superproducciones que adaptaban grandes clásicos de la ciencia ficción (como en los años setenta o en la década del 2000) sirvieron para que alguien se hiciera cargo del viejo sueño de Kubrick. La industria del cine tiene buena memoria, porque hay mucho dinero en juego, y nadie olvida que la ciencia ficción conceptual rara vez vende bien. Por ejemplo, la carrera comercial de 2001 salió adelante a trancas y barrancas, por más que hoy se la considere una de las más grandes películas del género. En la televisión hay más atrevimiento, pero menos dinero, y cierto tipo de historias grandilocuentes cuya adaptación requiere grandes medios se consideran factibles solo si existe una base previa de potenciales espectadores que ya conocen la marca, véase los lectores de Canción de hielo y fuego o de los cómics sobre superhéroes. La ciencia ficción clásica no tiene tantos seguidores, y los estudios lo saben.
Pero corren tiempos osados y las productoras de televisión se están atreviendo con adaptaciones de clásicos del género que parecían una causa perdida para la pantalla. Hablo de relatos que algunos grandes directores de cine han soñado con escenificar, aunque nunca se dieron las circunstancias propicias porque nadie había encontrado los recursos, o el valor, para convertirse en el primero. Hoy, en cambio, las tecnologías digitales de animación por ordenador permiten plasmar ciertas imágenes y secuencias con un presupuesto más ajustado, lo cual ha permitido que aquella novela mil veces soñada por el cine, El fin de la infancia de Arthur C. Clarke, se convierta en miniserie… bien, solamente llevaba esperando una adaptación desde 1953.
El que la adaptación provenga de la cadena SyFy (antes llamada Sci-Fi Channel), especializada en el género, puede parecer poco sorprendente… pero de hecho sí ha sorprendido. Antes de su terrible cambio de nombre, el canal llevaba años sin ofrecer grandes cosas en el terreno de la ciencia ficción. A principios de siglo tuvo sus momentos de gloria. Steven Spielberg produjo la serie Taken para Sci-Fi. Y por encima de todo, la cadena se anotó uno de los grandes tantos de la televisión moderna con la oscura e insólita relectura de una antigua reliquia, Battlestar Galactica, de la que nadie esperaba tan brillante actualización. Repleta de misticismo, apuntes sociológicos retorcidos y personajes enrevesados, era pese a sus defectos un producto que no tenía mucho que envidiar a los dramas de primera división. Battlestar Galactica marcó un momento de enorme prestigio internacional y pareció marcar el establecimiento de Sci-Fi Channel como una nueva potencia de las series que, de haber seguido por el mismo camino, hoy nombraríamos junto a HBO o AMC. Pero no sucedió. Después de Galactica no siempre le fueron tan bien las cosas a Sci-Fi Channel. Las producciones propias ni de lejos solían estar al mismo nivel y a veces eran hasta motivo de chanza por su escaso presupuesto, pero también por abusar de guiones formularios y descuidar la calidad en las historias. El fascinante barroquismo de Battlestar Galactica quedó como un hito aislado y muchos empezaron a identificar la cadena con series kitsch. La verdad es que no andaban desencaminados; la oferta era cada vez más floja. Además, descubrieron que el público está más por el espectáculo que por la ciencia ficción sesuda, así que en 2009 se cambió el nombre del canal y también su política, emitiendo programas que se alejaban bastante del concepto primario. Esto incluía reality shows, aunque cabe admitir que por lo menos algunos han sido originales. Esto y el éxito de fenómenos divertidos pero estúpidos como Sharknado han atraído a un público más general hacia la remozada SyFy.
Hoy, SyFy ha superado el bache de espectadores a base de asumir su estatus como cadena televisiva de broma, pero ya está dispuesta a dar el siguiente paso. La idea de que la gente continúe asociando la cadena con productos facilones no les parece deseable. Tienen el ejemplo de grandes siglas como HBO y AMC, que se han erigido como potencias respetadas a base de golpes de prestigio, aunque ello les haya supuesto pegarse contra la inamovible pared de un público que a veces actúa de manera obtusa. Y si no creen que el público puede ser obtuso, recordemos lo que les pasó a HBO con Deadwood o a Fox con Firefly. Pero estas empresas saben que su marca depende del prestigio y asumen el fracaso de algunos buenos productos como un gaje del oficio. Esta idea está tan arraigada (por suerte) en la televisión actual que incluso cadenas subsidiarias como FX, una división de Fox, se han labrado su propia marca gracias a The Americans o Fargo. Estoy seguro de que hay gente que nunca ha pensado que FX era una ramificación de otra cadena; esto demostraría el éxito de su apuesta por la calidad como herramienta de mercadotecnia. Y no solo en EE. UU. En Europa sucede igual, como bien saben los canales británicos, daneses, suecos o franceses: los productos que consiguen repercusión exterior lo hacen basándose en la calidad. Incluso España, que como media está a un nivel bastante inferior, ha visto que un esfuerzo de producción como Isabel se convertía en la serie española más demandada desde el extranjero (creo que la hubiesen vendido más de promocionarla mejor, porque ha recibido muy buenos comentarios por ahí fuera).
La apuesta por la calidad es difícil, pero loable, y SyFy decidió dar un paso a lo grande, adaptando la novela eternamente inadaptable, El fin de la infancia. ¿El objetivo? Prestigio. Lo dijo Dave Howe, presidente de la cadena, cuando anunció que iban a atreverse con el dichoso libro: «Queremos producir algo que nos traiga una sólida base de seguidores a largo plazo». Aprovechando que la constante mejora de los FX informáticos están dándole a la televisión unas armas de las que nunca antes había gozado (esto no es nuevo, la propia Battlestar Galactica se benefició mucho de ello) y que la ciencia ficción vuelve a estar de moda, se han lanzado a la piscina con una miniserie de tres episodios, que siguen la estructura ternaria de la novela. Resulta imposible no sentir simpatía por el nuevo esfuerzo de SyFy, la verdad. Me gustaría haberle dedicado todos los elogios posibles al resultado, porque se necesita este tipo de iniciativa. Pero he de decir que, al menos en mi modesta opinión, el resultado ha sido irregular. No terrible, no vergonzoso. Es una seria digna… pero poco más que digna. También es ramplona e inofensiva. Es una versión descafeinada del material de base.
El principal problema con el que se enfrentaban los posibles productores, incluso antes de ponerse a hacer números, era la enorme amplitud de foco de la novela, que comparte algunas características que también están presentes en 2001: Una odisea del espacio. Esto es, la grandilocuencia, la plasmación de sucesos más grandes que la propia humanidad. Ambas novelas se basan en la idea de que el ser humano en su forma actual es una insignificancia en mitad del universo. La diferencia es que El fin de la infancia tiene bastante más carga metafísica, aunque por otra parte el mensaje es mucho más directo y menos abstracto. El argumento empieza con una invasión alienígena pacífica cuyo objetivo es impulsar a la raza humana hacia un estado superior de existencia. La Tierra se convierte en la mesa de laboratorio de los Overlords, o Superseñores, que han llegado para tomar el control y ofrecen una existencia utópica a los humanos, donde ya no hay que trabajar ni sufrir enfermedades. Sin embargo, esto viene con un precio: los humanos se sienten empequeñecidos cuando se ven despojados de toda capacidad de decisión sobre su propio futuro, tratados poco menos que como ratones en manos de unas fuerzas cósmicas cuya magnitud ni siquiera alcanzan a comprender. Como es típico en Arthur C. Clarke, las escalas temporales y espaciales de la historia son tan enormes como las implicaciones filosóficas. Todo ocurre a lo grande.
Y claro, representar la grandeur de Clarke de una manera convincente es muy difícil, porque se necesita una combinación de majestuosidad visual con la capacidad para expresar conceptos universales. Se precisa mostrar los sucesivos cambios que la sociedad humana sufre después de la invasión de los Superseñores. Este es uno de los desafíos que tiraron atrás muchas intentonas de adaptación. Es mucho menos complicado crear un entorno como el de The Walking Dead o la propia Battlestar Galactica, donde se nos muestra una sociedad posterior a un cataclismo, pero donde a fin de cuentas la acción se sitúa en un contexto único. En El fin de la infancia se precisan varios contextos y los espectadores tenemos que ser testigos de una profunda metamorfosis a nivel planetario, de lo contrario la historia no tendría ningún sentido. Para complicar las cosas la historia está repleta de misticismo e incluso referencias a fenómenos paranormales (puede sonar raro viniendo de Clarke, pero en los años cincuenta todavía despertaban su interés estas cosas). Esto se presta mucho a posible confusión y perplejidad, ya que si bien la simbología de la novela es muy poderosa, Clarke la usa de una manera tan inesperada que puede quebrar la suspensión de incredulidad del espectador actual. Pero bueno, dado que actualmente las series con simbología mística y religiosa tienen sus seguidores (véase The Leftovers), quizá era este el menor de los problemas.
Cosa distinta era no desinflar la monumentalidad del mensaje. Kubrick consiguió evitarlo en 2001, pero a costa de sacrificar el entretenimiento fácil para aquellos espectadores que no estuviesen dispuestos a contemplar y pensar en términos más profundos que el mero «voy a pasar un buen rato viendo una película». Hoy, mucha gente sigue sin soportar la visión de semejante film. Y lo que para Kubrick era un riesgo en cine, la televisión sencillamente no lo admite. La pequeña pantalla debe entretener en primer lugar y sobre todas las cosas. El espectador de cine rara vez abandona la sala, pero el de televisión necesita menos de un segundo para cambiar de canal. Así, aunque El fin de la infancia y 2001 tengan algunas características comunes en cuanto a la monumentalidad del escenario, en televisión no se puede soñar con emplear técnicas de las que usó Kubrick en su momento, como la dilatación del tiempo o la abstracción extrema de algunas ideas. El cine permite regalar minutos al concepto, la televisión no.
Sin estas herramientas, los recursos que le quedaban a la serie de SyFy para no empequeñecer el lienzo de la novela eran el correcto uso de los personajes y del análisis sociológico; ambos debían expresar la magnitud de lo que se está contando. Es aquí donde la serie ha fallado. Visualmente es correcta, pero los personajes nunca llegan a despegar (excepto uno, Karelle, el supervisor alienígena que gobierna la Tierra) y aquellos que debían conectar con el televidente no son debidamente construidos. No se construye un crescendo emocional ni se consigue implicar al espectador. En cuanto al entorno sociológico, que resulta clave para mostrar la evolución de la raza humana cuando está en manos extraterrestres, es pintado con colores muy tenues. Tan tenues, que el carácter episódico de esa evolución (tres partes, como en el libro) se antoja bastante artificial, ya que apenas se distingue una parte de otra. Parte de culpa la tienen algunas modificaciones realizadas con respecto al argumento literario, como por ejemplo sustituir al director de las Naciones Unidas, quien ejerce como portavoz de los alienígenas, por un humilde granjero. Han hecho estas cosas, supongo, con la intención de condensar el drama en unos pocos personajes (la novela contenía muchos personajes y la adaptación requería algunos recortes) pero quizá se han pasado eliminando unos y prolongando más de la cuenta el arco de otros. Incluso añadiendo alguno que no estaba en el libro. En cualquier caso, el efecto conseguido no es bueno. La suma de decisiones en este sentido simplifica excesivamente el conjunto y la sensación de contemplar una historia más grande que el propio ser humano se desvanece.
Al final, esta esperadísima adaptación de El fin de la infancia es un doloroso caso de lo que pudo haber sido y no fue. La serie tiene sus aciertos, y cuando los tiene, nos demuestra que podría haber hecho historia. Vamos a lo bueno. Lo mejor con diferencia es la elección de Charles Dance —Tywin Lannister para los amigos— en el papel de Karellen, jefe de los Superseñores. No desvelaré la apariencia de Karellen para quienes no hayan leído la novela (si ven la serie, se llevarán la sorpresa de sus vidas porque ¡dudo mucho que imaginen lo que van a contemplar! Y no, ¡no busquen en Google! Eso arruinaría toda la gracia del primer episodio), pero el trabajo de este hombre es inmenso. Además, por suerte, apenas han utilizado ordenadores para crear la caracterización y eso se nota mucho. Puedo decir que, aunque la serie no haya sido lo que anhelaba, Charles Dance es el único Karellen que puedo concebir de ahora en adelante. Su manera de hablar, el tono de su voz, sus pequeños gestos, son exactamente lo que cabía esperar. Estoy seguro de que al propio Clarke le hubiese encantado. Les diré que su encarnación de Karellen justifica por sí sola la visión de la miniserie si ya habían leído ustedes el libro. El resto del reparto es correcto, aunque nadie más tiene el mismo carisma y poder de sugestión que ya le conocemos a Dance. También, como parte positiva, puede decirse que el apartado visual, sin deslumbrar, cumple. Al menos vemos que SyFy ha retornado a unos valores de producción respetables.
Por desgracia, no todo está a la misma altura. La dirección es poco arriesgada, tanto en lo dramático como en lo visual. Hay algún momento memorable (como la conmovedora muerte de cierto personaje), aunque son momentos aislados en mitad de mucha medianía. Esta serie parece un producto afrontado más como encargo que como ejercicio de entusiasmo creativo. No entiendo muy bien esta carencia de amor por el producto, salvo una excesiva interferencia de alguien de la cadena. A ver, para cualquier profesional del ramo El fin de la infancia supone un desafío con el que algunos genios del cine soñaron. Y aun así se percibe muy, muy poca ambición en la parte artística, pocos riesgos en la forma de narrar. Lo mismo pasa con el guion. Sé que el requerido tono entre utópico y tétrico es una difícil combinación, pero no es que no haya sido conseguido, es que apenas aparece a pinceladas. Se echa en falta más dureza, que los guionistas se hayan atrevido a proponer escenas espeluznantes en los momentos clave; a fin de cuentas el mensaje existencial de El fin de la infancia es bastante retorcido y daba para varios momentos de esos que ponen los pelos de punta cuando los vemos en pantalla. En esta miniserie no sucede. Casi todo es romo, por no decir inofensivo. No hay provocación, en el buen sentido del término. Para colmo, da la sensación de que han estirado el metraje más allá de lo que el guion les permitía y existen pasajes en los que no sabían muy bien qué contarnos, como si con semejante planteamiento argumental no hubiese mil cosas que contar y mil detalles que mostrar en pantalla. El problema bien puede haber sido las prisas a la hora de escribir y filmar (quiero pensar), de lo contrario cuesta entender la flacidez del resultado cuando el material de base daba para tantas reflexiones tenebrosas.
En fin, tenía muchas ganas de volcarme con mil y un elogios porque creo que SyFy necesita todo el apoyo en su empeño por recuperar el prestigio perdido. La posibilidad de que vuelvan a ofrecer algo como Battlestar Galactica es motivo suficiente. Pero no puedo mentir y decir que El fin de la infancia me parece una adaptación conseguida. Insisto, no es una serie despreciable, ni es indigna, ni siquiera es mala. Pero tampoco va a despertar gran emoción y está muy por debajo de lo que la novela original ofrece a un cineasta con imaginación. Aun así, aplaudo el intento y digo «quizá a la próxima». No es que no aprecie Sharknado, pero sería gran cosa para la televisión que una cadena especializada en ciencia ficción empiece a ofrecer productos de calidad. Y esta El fin de la infancia ha sido un paso titubeante, pero al menos ha sido un paso. Esperemos que SyFy no se eche atrás. Seguir en esta línea podría suponer, en efecto, que ha llegado el fin de la infancia de la cadena.
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Respecto a El fin de la infancia, debo decir que términos generales no me convenció. Como dices: no es mala, pero tampoco buena. Se deja ver y poco más.
Y quisiera destacar un punto en apariencia menor pero que, por banal, chirría terriblemente en el contexto de la miniserie. Tenemos una invasión alienígena que apunta (en principio) a solucionar las inequidades sociales y los grandes problemas de la humanidad. Algo de una magnitud épica. Y en medio de ello nos encontramos con largos minutos de metraje dedicados (reiteradamente) a los celos e inseguridades de la novia del granjero. ¿Había necesidad de esto, señores?
Por otra parte, en cuanto a las series de SyFy … Coincido en la grandeza de Battlestar Galáctica (incluidas sus distintas tandas de webisodios, sus precuelas y sus films). Y también en que otras series de la cadena (la mayoría) han sido soporíferas (como Warehouse, por mencionar sólo una).
Por eso quiero rescatar del baúl de los recuerdos y quebrar una lanza por Eureka. Para mí, durante todas sus temporadas resultó ser una serie con varios personajes e historias interesantes, con muchos toques de «ciencia friki», de ritmo ágil, y sobre todo entretenida. Todo ello muy discutible, lo sé … pero para gustos, colores.
El fin de la infancia… el libro que de adolescente tanto me impactó. Todavia puedo visualizar sin problemas a los Overlords con sus 7 dedos e imaginarme su artimética en base 14. Y la épica de la historia entre las dos formas de futuro… el que nosotros parecemos desear y se nos niega y el que los Overlords miran con envidia.
Me acercaré a la mini-seria por ver a Karellen, pero sé que voy a estar decepcionado.
Yo sigo esperando Cita con Rama… Como serie o mejor como película…. Pero sigo esperando…
No fui capaz de ver el tercer episodio, me pareció una serie de propaganda cristiana
A ratos da esa impresión, pero al terminar se ve que era un error.