Woody se acostumbró a mí. No pudo evitarlo: le encantaban las neuróticas. (Diane Keaton)
A menudo la mitología cinematográfica tiende a relacionar el amor con el desgarro excesivo y las turbulencias cardíacas. Pareciera que solo las pasiones pantagruélicas fueran dignas de figurar entre las grades historias de amor auténtico. Sin embargo, al síndrome de Bovary del cinéfilo, se opone una realidad no por grisácea menos afable y cómoda. De hecho, el natural curso de los sentimientos demuestra que, en las cosas del querer, también cuenta la inteligencia y no siempre una ruptura tiene que ser una destrucción obligada. Es así como los virtuosos amantes abatidos por la imposibilidad de mantener su relación salvan de la quema aquello que les puede seguir uniendo el resto de la vida. Y ese asidero feliz es en la mayoría de casos la amistad. Sirva el ejemplo de Diane Keaton y Woody Allen.
Se conocieron en el otoño de 1968 en el teatro Broadhurst de Nueva York. Keaton se presentó para la prueba de Sueños de un seductor (Play It Again, Sam), obra escrita por Allen y que Herbert Ross llevaría años después al cine con éxito notable, y consiguió el papel de Linda Christie, la mujer de quien se enamora el bogartiano Allan (Woody Allen). La actriz rememora aquellos primeros encuentros (flechazo) en sus memorias Ahora y siempre:
Durante los ensayos me enamoré del Allan del guion, pero también de Woody. ¿Cómo no iba a hacerlo? Ya estaba enamorada de él antes de conocerlo. Era Woody Allen. Toda mi familia solía reunirse alrededor del televisor para verlo en el show de Johnny Carson. Era tan moderno, con sus gafas gruesas y sus elegantes trajes. Pero fueron sus maneras las que me conquistaron, sus gestos, sus manos, sus carraspeos y su forma de bajar la vista con timidez mientras contaba chistes (…) Además, en la vida real era más apuesto. Tenía un cuerpo estupendo y muy grácil.
A partir de ahí surgió la amistad. Durante los ensayos, en las improvisaciones de las representaciones, las risas eran constantes. Los tres actores principales de Sueños de un seductor que conforman el triángulo amoroso (Keaton, Allen y Tony Roberts) compartían noches de cena y charlas además de tablas. Pero tal y como reconoce Roberts en Woody Allen. El documental, de Robert B. Weide, llegó el día en que dejaron de invitarle. Así la amistad cómplice de tres dio paso a una relación de pareja. Curiosamente (o no tanto si nos referimos a dos neuróticos redomados), tanto Diane como Woody tenían ciertas inseguridades iniciales frente al otro. Para empezar, ella era más alta y objetivamente más atractiva, tenía una formación académica como actriz y había actuado en el popular musical Hair. Sin embargo, por entonces él ya era un reputado cómico de ingenio torrencial, cáustico y cultureta, lector de Tolstói y de los existencialistas franceses. Un gafapasta con talento. A los dos les unía, eso sí, una extremada timidez y un sentido del humor que no escatimaba la zurra burlona a la hora de reírse de sí mismos y del mundo entero. Como dijo en una ocasión Allen: «Diane es capaz de explicarte un viaje al quiosco de la esquina para comprar los periódicos y te hará reír, porque hay algo muy divertido en su forma de comportarse».
Y entre risas y chanzas, la actriz se mudó al nuevo ático de Allen.
Rodando juntos
Así que todos dicen que soy un genio, pero tú, pequeña larva acuática, tienes más sentido común. Me torturan los más increíbles sueños sexuales que giran en torno a ti y a un gran sujetador 2E que habla ruso. (Carta de Woody Allen a Diane Keaton)
Toma el dinero y corre fue la primera película dirigida por Allen. Ni el propio cineasta ni la productora —Palomar Pictures— creían en las posibilidades comerciales del film. En cambio, Diane Keaton, en un pase previo al estreno, se mostró entusiasmada con ese docudrama estrafalario de un delincuente condenado a la trena y el fracaso perpetuos. El instinto de la actriz no se equivocó, ya que el debut como director del cómico resultó un sorpresivo triunfo entre un público inmensamente minoritario que, desde entonces, peregrina fiel al estreno de su película anual. El propio Allen reconoce la importancia de Keaton en su toma de decisiones cinematográficas:
Keaton realizó una importante contribución a mi vida en un sentido artístico. Ayudó a que se desarrollara mi gusto, que aún hoy conserva una gran influencia de ella. Desde el primer momento fue una persona completamente independiente desde el punto de vista artístico. Cuando la conocí, con toda su juventud nunca dudaba en manifestar lo que le gustaba y lo que no, aunque sus gustos no siguieran la opinión mayoritaria. Si le gustaba algo poco común, no se ponía a la defensiva; le gustaba, y eso era todo.
Eric Lax, biógrafo de Allen, va un paso más allá y detalla la importancia de las opiniones de la actriz en relación a la obra del cineasta:
Esta importancia resulta evidente por la expresión que pone cuando espera su reacción tras haberle enseñado un fragmento provisional de alguna de sus películas. La actitud cortésmente inquisitiva con que acostumbra solicitar la opinión de casi cualquier otro amigo o conocido desaparece cuando habla con Diane Keaton, y la sustituye por una expresión de impaciencia preocupada combinada con el deseo de agradar.
Gracias al inesperado éxito de Toma el dinero y corre, Woody Allen pudo emprender una carrera profesional más bien singular en el cine estadounidense. Firmó contrato con United Artist con una condición irrenunciable: tener el control absoluto de la película. Él, por su parte, debería ceñirse a un presupuesto limitado que, en el peor de los casos, no ocasionaría pérdidas. De esta manera, Allen ha mantenido una libertad creativa que se acomoda a una manera de trabajar eficiente y sin pausa. Su compulsión productiva —una película por año— no siempre ha jugado a favor de la excelencia. En su filmografía se encuentran tanto pequeñas grandes joyas como tentativas más o menos fracasadas. Sin embargo, hay que reconocer con Eric Lax que las películas de Allen «cuando fracasan lo hacen de un modo interesante, con cierto estilo».
Con sus primeros films, Allen afianzó su personaje del torpe neurótico lenguaraz y un tanto pusilánime con influencias de Groucho Marx y Bob Hope. Después de rodar Bananas y Todo lo que quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar inicia su colaboración con Diane Keaton, creando una pareja cómica que, como diría un plumilla de la cosa, transmitía toda su química de alcoba frente a las cámaras. La verdad es que se lo pasaban bien y eso se nota. El dormilón, La última noche de Boris Grushenko, Annie Hall, Interiores y Manhattan marcan la etapa de complicidad con Keaton, aunque posteriormente la actriz tuvo una breve aparición en Días de Radio y volvió a protagonizar un film de Allen con Misterioso asesinato en Manhattan, sustituyendo a Mia Farrow, quien por entonces ya había roto de manera tremenda (motivos no le faltaron) su relación con el director.
La etapa con Keaton supone además la búsqueda de un estilo cinematográfico que se acomode al material literario de partida, el perfeccionamiento de la comedia clásica, la experimentación con el lenguaje cinematográfico, las primeras tentativas dramáticas y, sobre todo, la inquietud por vivificar sentimientos, diseccionar relaciones de pareja y trasmitir emociones. Es la época en la que Allen recoge todo un bagaje del cine norteamericano que mamó de pequeño y adolescente (los hermanos Marx, George Cuckor, Mitchell Leisen, Howard Hawks, Orson Welles, Gregory La Cava, Preston Sturges, Ernst Lubitsch o Billy Wider) y lo incorpora a su fascinación creciente por el cine europeo (Antonioni, De Sica, Rosellini, Renoir, Dreyer y especialmente Fellini y Bergman).
Son años de ebullición creativa que Allen intenta compartir con su pareja, aunque no siempre fue posible. Según reconoce la actriz en sus mentadas memorias, las exigencias tiránicas de la bulimia que por aquel entonces padecía marcaban su agenda:
Con demasiada frecuencia tiraba de mí una obligación más fuerte que mi enamoramiento de Woody Allen. Por ejemplo, supongamos que él quería ver a las tres de la tarde el documental Le Chagrin et la pitié en la calle 59 con la 3ª. Pues no podía ser, yo no podía ir. No tenía tiempo de cobrar mi cheque del mes e ir a Woolworth’s de la calle 86 antes de que cerraran a la siete. Me había quedado sin caramelos Kraft, sin judías con tomate Boston o sin chicles de sabores variados. Además, el cine de la calle 59 estaba demasiado lejos para que pudiéramos pasar un momento por Gristedes. Es triste que las exigencias de la bulimia resultaran más fuertes que mi deseo por Woody, pero así era.
Cabe decir que Diane Keaton superó sus problemas de bulimia años después mediante una terapia psicoanalítica que le había recomendado (¡cómo no!) Woody Allen.
Cuestión de huevos
No es gramaticalmente correcto decir que una persona «es la más única» o «es tan única», pero ¿qué quieren que les diga? Diane es la persona más única que he conocido en mi vida. (Woody Allen)
Annie Hall supone un punto de inflexión en la trayectoria cinematográfica de Allen. Por primera vez, el cineasta se atreve con una historia de (des)amor alejada de las demencias surrealistas primeras y empieza a calibrar sus posibilidades técnicas como director. Para ello cuenta con el director de fotografía Gordon Willis (responsable de la estética tenebrista de El Padrino), conocido como «el príncipe de las tinieblas» tanto por su peculiar modo de fotografiar como por la mala leche que gastaba en el trabajo. No obstante, con Allen congeniaron y Annie Hall supuso el inicio de una colaboración que incluye títulos como Manhattan, Zelig o La rosa púrpura del Cairo. Aunque todavía sin la fuerza extática y la monumentalidad panorámica de Manhattan, Nueva York en Annie Hall se convierte por primera vez en escenario/personaje ineludible de la narración.
Por otra parte, se ha hablado mucho del trasfondo autobiográfico del film. Allen, como es costumbre cuando de hurgar en su intimidad se trata, escurre el bulto y niega la mayor. Pese a todo, en el guion —escrito con su colaborador de entonces Marshall Brickman— hay un buen número de situaciones y diálogos que remiten a su relación con Keaton. Es cierto que cuando rodaron Annie Hall habían dejado de ser pareja y que su ruptura no estuvo empañada por el dramatismo, pero indudablemente el poso biográfico compartido pesa en la composición de los personajes. No solo son las inseguridades, neurosis, la verbalización dubitativa de Annie (el apellido real de Keaton es Hall) o esa familia con notables extravagancias (al igual que en la película, la abuela Keaton pensaba que Allen era «típicamente judío»), sino también en sus paseos por la ciudad, sus observaciones mordaces a costa de los viandantes, la aracnofobia de ambos, las conversaciones agitadas y los silencios plácidos.
Para Diane Keaton Annie Hall supuso su reconocimiento como actriz y el espaldarazo a su carrera a manera de Óscar. A la mañana siguiente, después de pasarse la velada tocando el clarinete con su orquesta de jazz como cada semana, Allen leyó en los papeles que la película había triunfado en la gala de los Óscar. Dijo alegrarse por los productores, el equipo y por Diane. Y acto seguido, siguió trabajando en un nuevo proyecto.
Echo de menos a Woody. Se estremecería si supiera cuánto le aprecio. Soy lo bastante lista para no sacar el tema. Sé que casi le repugnaría lo grotesco de mi afecto por él. ¿Qué le voy a hacer? Todavía le quiero. Siempre seré su tonta del bote, su monstruo, su frívola del cosmos, su compañera de piso que hace tonterías, su boba número uno. ¿Cómo le digo «al tío Woodums» que lo adoro, que lo idolatro, que me muero por él? ¿Cómo le digo que por favor se cuide mucho, que piense en cosas hermosas, que me escriba si tiene tiempo y que no desfallezca?
Tal vez ella tenga razón y Allen se estremecería y le parecería repugnante la confesión de su amiga. Sin embargo, enmascarado en Alvy Singer y con uno de los más hermosos finales del cine como dedicatoria, él se lo dijo todo sobre el amor y sus arbitrios inevitables. Sobre las relaciones, en fin: «Son completamente irracionales, locas y absurdas. Pero supongo que insistimos con ellas porque la mayoría necesitamos los huevos».
¿Que por qué es un genio? Porque es capaz de contar todo esto en sólo un plano (o eso creo yo):
https://lahistoriameconfunde.wordpress.com/2016/01/19/annie-hall-en-un-plano-o-eso-creo-yo/
Yo también creo que es un genio.
Mis razones: a pesar de entregar una película anual, el nivel nunca baja en exceso. Su filme mas flojo es, en el peor de los casos, superior al mejor trabajo de muchos directores, puedes ir a ver sus peliculas en la seguridad de que, aunque no sea su momento mas feliz, nunca te quedarás con la sensación de haber perdido el tiempo.
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Grandioso artículo. Siempre he considerado a la pareja de Allen y Keaton, la más memorable dentro y fuera del set. Enternece leer esa última cita de Keaton. Sería un broche de oro a la carrera de Allen que volvieran a ser una película juntos de la misma estampa de Annie Hall o Manhattan, sin perder los nuevos aires que ha tenido su nueva era.
Un artículo espléndido. A mi Annie Hall me pareció que fue la manera en la que se extendió, la menos por aquí, una forma de relación que hasta ese momento no era muy popular, chica conoce a chico, se van a vivir juntos, disfrutan, se separan, se echan de menos y sus vidas continúan. No pasa nada, un encuentro fortuito tiempo después reaviva ciertas caminos pero inmediatamente la actualidad puede con la nostalgia. Ahora es normal, en el 78 constitucional, no.
Gran articulo y gran genio Woody Allen