Muchas son las historias que se esconden en los tiempos brumosos de la guerra fría, especialmente aquellas relacionadas con las carreras científicas entre las dos grandes potencias a los dos lados del telón de acero. Del encarnizado enfrentamiento en la carrera espacial acaecido en aquellos años, acariciamos ahora el sueño de amartizar en unas décadas en el vecino planeta rojo. Las viejas glorias son ahora héroes nacionales en los dos extremos históricamente antagónicos del mundo. Yuri Gagarin versus Neil Armstrong. Pero existen otras disputas de los programas científicos rusos y americanos que, aunque desconocidas, han conseguido llegar hasta nuestros tiempos.
Pero situémonos en la guerra fría, en los años cincuenta y en las historias truculentas que circulan sobre los encargos de Josef Stalin a los científicos soviéticos: creación de ejércitos de hombres-mono, experimentos de privación del sueño, desarrollo de venenos invisibles, sueros de la verdad, técnicas de control mental, investigación psíquica… Objetivos a lograr a cualquier precio. Sin regla alguna. Sin piedad.
Alrededores de Moscú. Instituto de Cirugía de la Academia de Ciencias Médicas de la Unión Soviética. Año 1954. Vladimir Petrovich Demikhov, un excombatiente del Ejército Rojo de la Segunda Guerra Mundial, tenía una idea que le obsesionaba. Hacía ya ocho años que sabía que era posible trasplantar órganos entre humanos. Vladimir había logrado trasplantar corazones y pulmones en perros. Pero estaba dispuesto a buscar la siguiente frontera.
En el experimento que había diseñado, y que a la postre le haría famoso, participarían dos perros. Un mastín negro y un cachorro blanco. La cirugía duraría toda la noche. El doctor Demikhov iba a seccionar la parte superior del cachorro, cabeza incluida. Posteriormente, la suturaría al mastín, conectando cuidadosamente los vasos sanguíneos y las tráqueas de ambos perros. El equipo de cirujanos de Demikhov emplearía toda la noche para operar a los animales. La operación fue todo un éxito. Al amanecer la criatura híbrida respiró. Los dos animales, o sus partes, permanecieron vivos tras la cirugía, e incluso la cabeza del cachorro intentaba morder la oreja negra más cercana del mastín. Y también gruñía.
No sabemos si el experimento fue real o no. Parece ser que sí. No obstante la máquina de propaganda soviética proclamaría la supremacía científica de la Unión Soviética en materia de trasplantes. El descubrimiento fue recogido, incluso, por el magazín estadounidense Time el 17 de enero de 1955.
Estados Unidos no tuvo más remedio que poner en marcha su propio programa de trasplante de cabeza. La carrera acababa de comenzar. Robert Joseph White, otro veterano de la Segunda Guerra Mundial, esta vez del lado americano, nacido en Minnesota en 1926 y graduado en la Harvard Medical School tras la guerra, decidió coger el testigo y superar a los soviéticos en materia de cirugía cerebral. En 1960 White se puso al frente de un laboratorio especializado a tal efecto en el County Hospital de Cleveland, en Ohio. Por aquella época, Robert ya se había convertido en un aclamado neurocirujano capaz de operar toda suerte de patologías cerebrales. Pero su obsesión era clara. Debería convertirse en la primera persona capaz de aislar un cerebro y mantenerlo vivo para su estudio. Lo conseguiría dos años más tarde, el mismo año en que se doctoró: 1962.
El siguiente reto sería trasplantar el cerebro de un animal en el cuerpo de otro. Y que el órgano permaneciera vivo. En 1964 Robert diseccionó cuidadosamente el cerebro de un perro y lo trasplantó en el cuello de un segundo can. El cerebro fue conectado a una fuente sanguínea del animal huésped y su actividad fue monitorizada mediante electrodos. El cerebro tenía actividad eléctrica. Lo había conseguido. Pero una duda inquietaba a Robert: ¿sería consciente el cerebro trasplantado de su nuevo estado vital?
Tras los avances realizados por americanos y soviéticos, White y Demikhov llegaron a conocerse y a intercambiar inusuales visitas entre ambos lados del Telón. Pero Vladimir cayó en descrédito en el año 1966 cuando, años después de la muerte de Stalin, las autoridades soviéticas llegaron a la conclusión de que su ciencia era extravagante y poco ética. El último trasplante de cabezas de perro del doctor Demikhov fue realizado el 13 de enero de 1959. Para entonces los soviéticos habían conseguido mantener viva una cabeza de perro trasplantada durante un mes y demostrar que presentaba reacciones cognitivas.
En los siguientes tiempos Robert estuvo obsesionado con una nueva idea. Durante tres años estuvo diseñando el experimento más importante de su vida. Y lo llevó a cabo el 14 de marzo de 1970. El lugar escogido fue el Metrohealth Medical Centre de Cleveland. Participarían dos equipos de cirugía, con más de treinta profesionales médicos entre cirujanos, anestesistas, enfermeros y científicos. La operación duraría dieciocho horas.
Iba a trasplantar la cabeza de un mono en el cuerpo de otro mono.
El experimento comenzó conectando los flujos sanguíneos de ambos macacos mediante una circuitería de plásticos y tubos. A continuación los monos fueron anestesiados. Luego los animales fueron decapitados. La cabeza del mono donante fue conectada al cuerpo del mono receptor, cauterizando los vasos sanguíneos. Sin embargo no pudo reconectar los nervios de la médula espinal. Ni siquiera hoy la tecnología se ha desarrollado lo suficiente para ello. Una vez finalizada la cirugía, Robert y su equipo esperaron pacientes a que pasaran los efectos de la sedación. Probablemente fueron los minutos más largos de su vida científica. Tal vez de toda su vida.
Finalmente, la cabeza del mono conectada al cuerpo huésped abrió los ojos. La operación había sido un éxito. La cabeza del animal era capaz de seguir con sus ojos los objetos que le mostraban los cirujanos. Podía mover sus músculos faciales. Respondía a estímulos sonoros. Incluso mordía terrones de azúcar de la mano de sus cirujanos. Eso sí, no podía moverse. Le habían seccionado la médula espinal. Cuentan los colaboradores de White que el mono intentó morder el dedo de uno de los ayudantes. Según testigos oculares, el mono estaba de un pésimo humor, ya que se mostraba «peligroso, beligerante y muy cabreado». El animal murió a los nueve días.
El equipo de White había conseguido profanar la penúltima frontera.
Desconocemos el estado de consciencia del mono de White o del perro de Demikhov, pero, sin lugar a dudas, desde entonces una idea sobrevuela al trasplante de cabezas en animales. Y de la ciencia a la ficción solamente hay un paso. Y ya comienzan a aparecer iluminados que lanzan sus delirios al mundo.
Sergio Canavero es un cirujano italiano del Grupo de Neuromodulación Avanzada de Turín. Promete que en dos años trasplantará a un nuevo cuerpo la cabeza de Valeri Spiridonov, un programador ruso con atrofia muscular espinal, una enfermedad genética irreversible y degenerativa que afecta a las neuronas motoras y que, irremediablemente, acabará con la vida de Valeri. Dice el doctor Canavero que enfriará la cabeza del paciente y el cuerpo del donante para que sus células no mueran durante el tiempo que dure la cirugía: treinta y seis horas. El siguiente paso será decapitar a Valeri con un cuchillo afilado, y luego asegura que conectará sus fibras nerviosas al cuerpo del donante utilizando polietilenglicol, algo así como el pegamento Imedio que quiere usar para conectar cerebro con la médula espinal. El problema es que no hay demasiadas evidencias sobre el uso del polietilenglicol para la reconexión de los miles de millones de nervios que conectan la médula espinal con el encéfalo. Los especialistas en el tema, tales como el doctor Rafael Matesanz, director de la Organización Nacional de Trasplantes, advierten que no existe base científica para tal atrevida operación y que estamos ante un desvarío de Canavero.
No sabemos si algún día seremos capaces de cruzar la última frontera. No obstante, en una entrevista concedida por el doctor White a The Sunday Telegraph Magazine en el año 2000 aseguraba que sus experimentos «no serían difíciles de realizar en humanos porque en los humanos las estructuras son mucho más grandes que en monos». Advertía también que, una vez estuviéramos en disposición de realizar el trasplante de cabeza, habría que tener algunas consideraciones en cuenta, tales como no trasplantar cabezas entre personas de diferentes razas. O de diferentes sexos. O entre personas con grandes diferencias de edad. Sin duda, el resultado sería inquietante. Pero White no era un loco. En su vida llegó a realizar más de diez mil cirugías cerebrales, operando las más diversas patologías. Y acostumbraba a rezar religiosamente antes de empezar cada una de ellas. Fue un devoto católico, llegando a ser miembro de la Academia Pontificia de Ciencias, un órgano consultor del Vaticano, y asesor del papa Juan Pablo II en materia de ética médica.
Muy lejos de Cleveland, en un pequeño apartamento de los alrededores de Moscú, Demikhov moría a los ochenta y dos años en el mayor de los ostracismos. Fue el primero que realizó un trasplante de corazón en un perro, en 1946, el cual sobrevivió cinco meses. Y el primero que realizó un trasplante de pulmón, en 1947. Y el primero que llevó a cabo un bypass coronario, en 1952. Todo ello utilizando perros para sus investigaciones.
Pero lo del programador ruso es otra cosa. Si se llega realizar tan inquietante cirugía estaremos ante una situación extraordinariamente difícil de digerir, sea cual sea el resultado. Sin duda los minutos de espera tras la operación serán más dramáticos que los que vivió Robert White esperando a que su cabeza de mono abriera los ojos. En el peor de los escenarios, es decir, si sobrevive, tal vez el señor Spiridonov no reconozca el cuerpo donado y quiera morder a su particular Mengele, como hizo el mono de White. En ese caso, tal vez Valeri alcance un estado peor que la propia muerte.
Sea como sea, no sabemos a lo que nos enfrentamos.
Tal vez estemos ante el asesinato más sofisticado de la historia.
Tal vez estemos frente al dintel de la puerta final que profana la última frontera.
Juzguen ustedes mismos si estamos hablando de ciencia o de horror.
Pastilla azul o pastilla roja.
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Valientes Hijos de …. Estos científicos y pobres animales
La primera pregunta que me surge es de dónde van a obtener el cuerpo para el transplante. Qué clase de cuerpo. Donado por quién. Quiero imaginar que el paso previo del cuerpo receptor es que se declare oficialmente muerto. Pero claro, ¿qué clase de muerte?. La mayoría de las muertes se produce por algún tipo de fallo orgánico y si el cuerpo receptor está funcionando tal mal como para no poder sobrevivir, dificilmente sobrevivirá con una cabeza nueva». Habrá que esperar un muerto por herida de bala en la cabeza o por traumatismo cerebral, que mantenga el resto del cuerpo en perfectas condiciones. Habrá que cogerlo a tiempo y que sea «donante» y su familia lo permita. «Miren señores, sabemos que su ser querido ha muerto. Así pues le vamos a cortar la cabeza, que se la pueden quedar para enterrarlo, que nosotros nos quedamos el resto del cuerpo. Si necesitan algún tipo de aclaración, el Dr. Frankenstein les atenderá gustosamente».
Lo peor de todo es que pueda funcionar (aunque lo de la médula espinal no lo veo yo, ni lo ve nadie del ramo. Si se pudiera reparar con tanta facilidad, casi podríamos clausurar el Hospital de Tetrapléjicos de Toledo). Porque si funciona nos vamos a meter en un lío. Quiero decir, el cerebro humano, salvo casos de alzheimer o de cáncer o de parkinson, suele sobrevivir mucho mejor que el resto del cuerpo. Hartos (en el buen sentido de la hartura) estamos de ver a personas muy mayores totalmente lúcidas, con sus facultades mentales funcionando al 100% (aparte de su experiencia) pero atrapadas en un cuerpo que no les responde. O un cuerpo con problemas de corazón, de algún tipo de cáncer, etc.. La tentación para alguien con dinero, de «comprarse» un cuerpo más joven, lozano y funcional, va a ser demasiado grande. A día de hoy, ese obstáculo tan grande de la médula espinal parece insalvable.. Pero no hace tanto tiempo que se consideraba tabú, de locos iluminados, fantasía sin criterio, el transplante de corazón.