(No vamos a ser capaces de pedírselo).
David Prowse es de esas personas que ya solo sonríen con la boca. El David Prowse de ahora, claro. Sus facciones se han escurrido, derrumbando las cejas sobre una mirada clara y bisoja, dejando la afabilidad descolgada en la comisura izquierda. El David Prowse que no tenía ochenta años ni utilizaba muletas ponía cada pliegue de su rostro a sonreír, incluso —o especialmente— cuando se cubría con el casco negro de Darth Vader y escuchaba «acción». Sonreía como un gesto reflejo, el mismo que ataca a cualquiera que se ponga una máscara y se fotografíe con ella: nadie va a verlo, pero inexplicablemente, sonríes.
Al principio, David Prowse también pensaba que nadie lo vería. Su misión era encarnar al villano en una película de ciencia ficción, un malvado sin rostro de porte imponente. Nadie le previno de que haría historia, porque nadie lo sabía. Le esculpieron el traje sobre su talle de campeón de halterofilia y colocaron en sus manos un guion sucinto. Aunque en ese 1977 ya había trabajado a las órdenes de Stanley Kubrick y había entrenado a Superman, actuar era solo un sueño colateral que acabaría cambiando la vida de este hombre de Bristol. Su vocación y ambición, en realidad, era convertirse en Míster Universo. Lo supo desde que sufrió un accidente de rugby con quince años, y acabó en la consulta de un rehabilitador físico. Cuando se dirigía hacia allí tropezó con una revista de culturismo y contemplando la portada se dijo: «Eso es lo que quiero ser». Los años de competición y sudor y un trabajo como entrenador en el gimnasio de Harrod’s fueron la antesala a la dorada puerta de George Lucas.
Entonces sucedió Star Wars y lo demás es historia contada. Que Prowse escogió entre Chewbacca y Vader, y se convirtió en el villano más célebre de ambas galaxias. Sucedió el éxito pero también una decepción imperecedera. Sucedió que David se creyó Darth Vader, pero resultó que solo le permitieron ser su articulador, su maniquí. Sucedió que ni su voz, ni su torpe dominio de la espada complacían y se buscó a otros para cincelar el mito. Y nadie se lo dijo, aunque sí lo sabían. Sucedieron los titulares como dardos, los encontronazos con Lucas y el destierro en forma de escena en El retorno del Jedi. Sucedió David Prowse marginado del estreno del cierre de la saga y sucedió Prowse, días después en la oscuridad de un cine de barrio, descubriéndose invisible para siempre porque en su lugar estaba muriendo Sebastian Shaw.
Lo que no es historia contada en el Lado Oscuro se ha husmeado alguna vez desde ese 1983, tratando de iluminar el porqué de la felonía vivida por el actor, popularmente erigido como el verdadero Vader. Él mismo apunta alguna en su autobiografía Straight from the force mouth y otras se adivinan dentro del relato coral y controvertido del documental The people vs George Lucas. Pero es en 2015, el año del regreso, cuando irrumpe en las pantallas I am your father, la exploración de la historia no contada de Prowse que han dirigido los españoles Toni Bestard y Marcos Cabotá. Un documental que nos devuelve a Prowse, con una sonrisa distinta a la de entonces.
«Acto de justicia»
La sala prorrumpe en aplausos cuando se encienden las luces tras la proyección. I am your father no solo consigue despejar incógnitas, desvelar tramas de la intrahistoria de Star Wars o repasar cómo fue el destierro de Prowse y sus hipotéticas razones, sino que además cumple con la premisa que anunciaba Cabotá: «Esta película es un acto de justicia». Porque esconde un regalo en forma de escena en la que el verdadero tirano galáctico puede, por fin, morir en brazos de su hijo. Aunque es probable que nunca la veamos y el metraje se perpetúe como un ejercicio colectivo de mirar más allá de las máscaras, el colodión y el disfraz. Sin esquivar la mitomanía, los directores recopilan hechos y testimonios de productores y responsables vinculados a la trilogía original, recomponiendo lo que no es otra cosa que el relato de un desencuentro: el de Prowse con George Lucas – Lucasfilm. No es el único de la saga, pero quizá sí el más sangrante.
¿Qué ocurrió entre ellos? ¿Cuál fue la afrenta de Prowse a Lucas para que quedara sistemáticamente excluido de todo lo que tuviera que ver con la franquicia? ¿No parece todo un poco rabieta del hombre cuyos proverbiales ego y papada avanzan varios pasos por delante de él? Sí y no. En I am your father —en el que, por si lo dudaban Lucas declinó participar— , se abordan los motivos que tradicionalmente se han manejado para argüir que el director estaba castigando a Prowse por ser, sin rodeos, un bocazas. La teoría oficiosa sostenía que el actor filtró a la prensa que Darth Vader moriría al término de la trilogía, quizá como venganza al ostracismo al que había sido condenado quedándose sin cara y sin voz en las dos cintas anteriores. El documental es certero a la hora de retrotraernos al estado de psicosis y secretismo con el que se vivieron aquellos impás entre películas —subsanados hoy con inflexibles contratos que nos impedían también a nosotros desvelarles nada de El despertar de la Fuerza, por ejemplo— y eso brinda parte de la explicación. En el caso, claro está, de que la cosa fuera así y Prowse hubiera hablado de más y el pecado de Lucas se redujera a excederse con una mortificación al actor que continúa hasta el instante en el que se escriben estas palabras.
El problema es que eso es algo que nunca sabremos. Está condenado a permanecer siempre a oscuras, fundiendo todas las linternas de todos los exploradores que, como Cabotá y Bestard, traten de llegar hasta el fondo de la cueva. No (solo) porque uno de los contendientes se niegue a hablar de aquellos recuerdos, sobre todo porque el otro ya no los conserva. Él está vivo, pero la mayoría de sus recuerdos están muertos.
«¿Queréis que me ponga el casco?»
David Prowse echa mano de ese gesto netamente británico de confortar a su interlocutor pidiéndole disculpas por anticipado: «No me preguntes mucho por el pasado, ya he dicho que no recuerdo casi nada. Lo siento», avisa cuando nos sentamos junto a él. El actor está visiblemente fatigado tras someterse a la ronda de preguntas que, tras la proyección, la sala albergaba sobre su desavenencia con George Lucas. El aspecto hoy vulnerable de Prowse, con su artritis, sus muletas y su mirada apagada despiertan la necesidad de arroparle bajo el manto del héroe castigado por un villano millonario; y es difícil sortear la tentación. Él lo sabe —casi dos décadas detallando la misma historia— y trata de zafarse: «Yo soy y he sido inexplicablemente feliz a pesar de que me hayan marginado de todo lo que tiene que ver con Star Wars, he tenido una vida plena llena de alegrías», asegura, con algo así como un asomo de sonrisa.
El actor aprovecha la tregua para explicar detalles de lo que para el público general siempre será su «otra» vida, porque los mitos solo viven una vez aunque sea en tres películas y enmascarado. Nos habla de su experiencia como «Green Cross Code Man» el hombre que la seguridad vial británica empleó durante años para hacer cruzar bien a los niños y que también era David Prowse. «Muchos de los amigos de mis hijos me reconocían más por eso que por Darth Vader, si te digo la verdad. Creo que fue un trabajo muy útil», explica. Y es que, en lo que respecta al capítulo familiar, el villano de Star Wars no es precisamente el personaje predilecto de los Prowse: «Ninguno de mis tres hijos es realmente fan de las películas, de las primeras que son en lo que debía haberse quedado. Hay uno al que le gustan, al más joven, pero nada más», señala. ¿Y a su mujer? «De eso ni hablamos. Está cansada de Darth Vader aunque esté casada con él», dice burlonamente.
Pero él es infatigable, al menos en eso. «Sigo viajando a todas partes del mundo para hablar de Darth Vader, de lo que significó formar parte de algo tan importante para tanta gente. Y me gustan los fans, me gusta hablar con ellos y hacerme fotos, siempre han sido muy cálidos conmigo», asegura. «Vaya donde vaya soy tratado como un rey, a veces es incluso un poco abrumador», confiesa, reduciendo el volumen de su voz. Cualquier convención extraoficial de la saga —las oficiales son territorio prohibido para Prowse— cuenta con la presencia del actor, que acostumbra a llevar su propio arsenal de bolígrafos para autografiar lo que sea menester: «He firmado de todo, hasta las películas de la nueva trilogía que no me gustan nada», bromea, para regresar rápidamente a su terreno natural de lo entrañable: «Ha sido en todos los países que he estado, pero creo que en España son especialmente cariñosos y amables conmigo. He estado en América, Australia, Nueva Zelanda… Pero nunca he visto un fenómeno fan como aquí», dice, como el abuelo que susurra a todos sus nietos que son el favorito. ¿De algún modo todo ese huracán de cariño ha suplido los desprecios sufridos por los responsables de la saga? «Lo ha sobrepasado», responde, contundente. «Me han dado mucho más de lo que podrían haberme dado ellos, o eso creo». Prowse deja patente que, lo que en algún momento fue desazón y dolor por verse excluido, hoy ya es solo un recuerdo tan nebuloso como todos los demás: «Ya no me causa tristeza que no contaran conmigo para nada, que no me dejen ir a las convenciones o que ni siquiera me invitasen a ver las películas. No soñaba con que me dejaran participar, lo entiendo, pero hubo un tiempo en que sí esperé algo de ellos, que me invitaran a comer para ver las películas o me dijeran algo. Una llamada, no lo sé. Pero durante todos estos años jamás he tenido ningún contacto con Lucasfilm ni con nada que tenga que ver con Star Wars», zanja. De hecho, ha roto lazos incluso con lo que algún día fueron esperanzas: «Supongo que hice algo mal, no lo recuerdo. Pero nunca nadie me dio una explicación de por qué se vengaron así», dice, capitulando.
Prowse se niega a abrazar siquiera una de las tesis que sostiene el documental, y que le sitúa a él como el artífice intelectual del giro de «Yo soy tu padre», que habría ideado por casualidad charlando con un periodista que lo publicó antes de que fuera rodado. «Puede que fuera así, pero no lo recuerdo. Era una idea brillante que Vader fuera el padre de Luke, pero no puedo decir si se me ocurrió a mí», dice prudente. «Siempre me ha gustado hablar con vosotros [con la prensa] y puede que dijera algo inconveniente, pero también es cierto que nosotros sabíamos lo justo, y que el guion no se nos daba hasta el día antes. Además, el mío ni siquiera es el que luego se grabó», dice.
Conforme discurre el tiempo a Prowse se le van borrando las certezas. Encadena lacónicos «no lo sé, no lo recuerdo» a muchos de los datos que revolotean en torno a Darth Vader y que en algún momento sostuvo, como un posible impago de los beneficios del Episodio VI del que hablaba en The people vs George Lucas. Con ocho décadas y una demencia diagnosticada, Prowse no fiscaliza a nadie y se aferra a lo que le queda, los legajos de las emociones que le provocó todo aquello. «El rodaje, especialmente de la primera película, fue una de las cosas más maravillosas que me han ocurrido en la vida. Las demás, diremos que fueron una experiencia y ya está», apunta. Dice que le gustaría hablar de eso que ambiciona el oído de cualquier aficionado, las anécdotas jugosas, las batallitas y los detalles; pero ya no sabe dónde están: «Recuerdo a todos con cariño, a Harrison, Mark y Carrie y a todos los demás, aunque es cierto que no puedo decir que acabasen siendo amigos míos. Ellos eran norteamericanos, y cuando rodamos la primera película en Inglaterra ellos se alojaban en un hotel y no teníamos tanto contacto», dice, con la voz ya avanzando a trompicones.
Aunque su cuenta oficial de Twitter asegure lo contrario, David Prowse anuncia que no verá el séptimo episodio de la saga, El despertar de la Fuerza. «La verdad es que no tengo ningún interés, me siento ajeno a eso. Ya me sentí de las tres anteriores y ahora también». De hecho, se desconcierta con solo mencionar a su nuevo director. «¿J. J. qué?», pregunta. «Ah, sí, tampoco se ha puesto en contacto conmigo».
El agotamiento ha ido contrayendo implacablemente sus dos metros de altura, replegando los hombros y haciendo su vulnerabilidad infranqueable. Con gran esfuerzo extiende su dedo índice en dirección al casco que llevamos con nosotros para fotografiarle de nuevo con él, para que vuelva por un instante a ser el hombre detrás del casco, el mito de la maldad redimida. «¿Queréis que me lo ponga?», pregunta con una inflexión de cansancio y súplica.
No fuimos capaces de pedírselo.
Y entonces, Vader sonríe.
Fotografía: Luis Gaspar
Esa sonrisa torcida que le habéis pillado en la última foto le va al artículo de maravilla.
Podemos!
Excelente artículo, Bárbara. Una pequeña corrección. Quíén le suplantó fue Sebastian Shaw, no Bernard Shaw.
https://en.wikipedia.org/wiki/Sebastian_Shaw_%28actor%29
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