El arte nunca es casto. (Pablo Picasso)
Cuenta Plinio el Viejo que Praxíteles esculpió dos figuras de Afrodita, una vestida y otra desnuda… Como Goya con las Majas. Los habitantes de Cos eligieron la diosa con ropa pensando en el qué dirán, pero los de Cnido fueron más avispados y compraron la estatua rechazada. Esa Afrodita en pelotas sorprendida al salir del baño fue la escultura más famosa del mundo antiguo, y convirtió el pequeño templo de Cnido en lugar de peregrinación. Algunos visitantes lloraban de emoción o besaban a la estatua, y al menos uno fue más allá.
Escribe Luciano en Amores: «Cuando estábamos ya cansados de admirar la estatua, advertimos una señal en un muslo, como una mancha en el vestido (…). La diaconesa nos contó una historia extraña. Un joven de familia distinguida, que visitaba con frecuencia el templo, se enamoró de la estatua por funesto azar y todo lo que tenía de valor en su casa se lo entregó como ofrenda a la diosa. Las tensiones violentas de su pasión se convirtieron en desesperación, hasta que una noche se ocultó en el templo… Las huellas de sus abrazos amorosos se advirtieron cuando llegó el día, y la diosa tiene esa mancha como prueba de lo que sufrió».
¿Qué le debió pasar por la cabeza a ese joven arruinado mientras eyaculaba sobre un bloque de mármol? ¿Se sintió ridículo con la tristeza postcoito? ¿Continuó en su nube de alucinado éxtasis lujurioso-místico? Un estado mental entre lo ridículo y lo sublime, que emparenta a este salido anónimo con el Michel Piccoli de la berlanguiana Tamaño natural, abrazado a su muñeca hinchable… ¿Esperaba tal vez que la piedra se convirtiera en carne, como en el mito de Pigmalión y Galatea? Lo cuenta Ovidio en las Metamorfosis, es una bonita historia a pesar de un misógino arranque en el que Pigmalión, rey de Chipre, se convierte en el primer MGTOW de la historia: «Cansado de las fallas que la naturaleza dio al corazón femenino, vivía soltero sin esposa ni compañera en la cama». Para no aburrirse esculpió una mujer de marfil a la que llamó Galatea, y empezó a vestirla, hablar con ella, abrazarla y besarla. Hoy en día tal vez le hubieran tratado un brote psicótico, pero en aquella época los dioses eran misericordiosos y Venus le insufló vida a la estatua.
Ese momento me fascina: el brillo de la inteligencia surgiendo en unos ojos inertes, el instante en que el mármol helado se reblandece bajo los dedos convirtiéndose poco a poco en carne y sangre y músculo y piel. La nueva carne. El creador que ve cómo su obra se vuelve independiente de sus intenciones y propósitos, como Frankenstein o Gepetto con su Pinocho. Casi hubiera preferido que Galatea hubiera pasado en ese momento de Pigmalión y se hubiera lanzado a ver mundo. Eso sí, una versión apócrifa del mito afirma que debido a una impiedad posterior de Pigmalión los dioses le castigaron convirtiendo de nuevo en piedra a Galatea… en pleno coito. Prefiguraciones de la vagina dentata y la mujer fatal.
Todo esto me ha llevado a pensar que sería interesante hacer un pequeño recorrido por el mundo de la escultura erótica, tenga o no por intención inflamar los sentidos. Así que me he armado con lecturas como La sexualidad en el arte occidental de Edward Lucie-Smith, Rodin, el cuerpo desnudo de la Fundación Mapfre y La invención del cuerpo de Carmen Sánchez. Acompáñenme, pero procuren controlar la emisión de sus fluidos corporales.
He besado a una estatua, pero que nadie lo sepa
Todo arte es erótico. El primer acto artístico que el primer artista garabateó en un muro fue erótico. Una línea horizontal, la mujer tendida. Una línea vertical, el hombre que la penetra. (Adolf Loos)
Las primeras esculturas de la historia, o más bien de la prehistoria, fueron figuras femeninas de propósito incierto. Es improbable que la rolliza Venus de Willendorf o la talla de la Venus de Laussel fueran figurativas: la exageración de caderas, muslos y pechos podría estar relacionada con la fertilidad y la glorificación de la gordura como señal de buena alimentación en un mundo sin OMS.
Las estatuillas de desnudos masculinos son escasas: destacarían el erecto dios egipcio Min o el gigante de Cerne Abbas, que bien pudiera ser el grafiti de un Bansky prehistórico. Allá por el siglo V a.C los griegos fijaron el ideal de belleza masculina del mazas de gimnasio mediante estatuas como el bronce de Riace. ¡Malditos griegos! Pocos hombres adultos tienen músculos tan marcados, un pliegue inguinal así, o… Bueno, en fin, genitales tan pequeños e infantiles. No es que tomaran esteroides, sino que el pene no era el centro de la imagen: las esculturas griegas pretendían inspirar espíritu guerrero y heroico más que hedonista. Eran más simbólicas que figurativas, como en otro registro los enormes falos grecorromanos: amuletos protectores, estatuillas priápicas (aquí vemos al dios de la trempera lubricándose el miembro), faunos y sátiros dionisíacos obligando a Afrodita a amenazar con un zapatillazo.
La sensualidad oriental va por otros derroteros. Fíjense en esta estatuilla de cobre de una bailarina de Mohenjo-Daro (en lo que hoy es Pakistán): han pasado dos mil años y sigue sorprendiendo por el aire de decidida confianza de su protagonista. O vean este torso de una iaksi (espíritu hindú de la fertilidad) del siglo I a. C. El cinturón resalta las caderas y centra la mirada en el ombligo y los genitales, un enfoque muy diferente al de la tradición occidental. El arte sexual hindú resulta enormemente explícito comparado con la pacatería judeocristiana: sirvan de ejemplo los relieves pornográficos de los templos de Khajurajo, un acrobático Kamasutra del sexo sagrado.
A principios del siglo XIX Sir Robert Brownrigg le robó una magnífica estatua dorada de la diosa hindú Tara al rey de Kandy (mi parte imbécil me exige comentar que Kandy King parece un nivel del Candy Crush). La escultura fue adquirida por el British Museum, que en un alarde de estupidez puritana procedió a esconderla durante varias décadas al considerarla demasiado explícita para el gran público. Cierto es que los pechos expuestos son bellos, la cintura es estrecha y las caderas no desentonarían en Jessica Rabbit, pero el objetivo de la estatua era puramente religioso y no erótico.
La desnudez no es forzosamente erótica: el erotismo es un constructo cultural que depende en gran medida del ojo del observador. Queridas lectoras y lectores heteroflexibles: ¿les resulta erótico el David de Miguel Ángel? ¿Sienten ganas de abrazarlo o más bien de admirarlo desde lejos? ¿Consideran, como Olga Ayuso, que el culo de Perseo y medusa es el mejor de toda la historia del arte? El escultor Joseph Geefs talló una figura del diablo a la que llamó L’ange du mal. ¿Creen que despierta la lujuria? Muchas feligresas así lo creyeron, sintiéndose tentadas por la «insana belleza» del ángel caído. Para proteger su virtud, se cambió la escultura por Le génie du mal de Guillaume Geefs, hermano del anterior… Y qué quieren que les diga, a mí me parece más ponedora esta versión de Lucifer, que viene hasta encadenado.
Por relativo que sea el erotismo, todo escultor es consciente del efecto que pueden producir sus figuras. Durante el barroco, Bernini buscó la carnalidad mórbida y provocadora, tratando a cualquier precio de despertar sensaciones. ¿Ven cómo los dedos de Hades se clavan en la carne marmórea de Proserpina? ¿Reconocen como un símbolo fálico la flecha que amenaza a santa Teresa en su Éxtasis? Tradicionalmente las iluminaciones místicas se han identificado con los orgasmos (véase también el Éxtasis de la beata Ludovica), mientras que las representaciones de martirios, especialmente de santas jóvenes y bellas, se hicieron extrañamente populares…
Si avanzamos hasta el siglo XVIII, la referencia en cuanto a esculturas para lubricar es sin duda el neoclásico Antonio Canova. Más de un espectador de su época fue sorprendido acariciando la pulida y brillante superficie de Psique reanimada por el beso del amor. Y en esta línea fue recibida su Venus itálica ligera de ropa, una maravilla fresca y natural que, igual que la pobre Afrodita de Cnido, a punto estuvo de recibir fluidos corporales en más de una ocasión. El propio escultor fue visto abrazando la figura mientras murmuraba que el mármol era «verdadera carne», y su amigo el poeta Ugo Foscolo dijo sobre esta Venus itálica: «me he apasionado y la he besado, pero que nadie lo sepa. (…) La Venus de Médici es una diosa bellísima, pero esta que miro y remiro es una mujer bellísima».
Ojo, esto es importante. En la escultura se habían respetado varias convenciones: no mostrar detalle en los genitales (Houdon lo intentó con Diana la cazadora, pero fue obligado a retocar la vulva), esconder el vello púbico y recurrir a temas mitológicos o religiosos como excusa o justificación moral. Vislumbrar a la mujer tangible tras la diosa inaccesible es un gran paso adelante que no se confirmará hasta que Auguste Rodin tienda un puente entre la escultura clásica y la era moderna.
Cómo ser un genio y un viejo verde al mismo tiempo
Vi al ángel en el bloque de mármol, y tallé hasta dejarlo en libertad. (Miguel Ángel)
Rodin recoge de Bernini y Canova el testigo de la carnosidad sexual de los cuerpos, pero busca el realismo prescindiendo de lo narrativo y de excusas mitológicas. El hombre desnudo de La edad de bronce está retratado con una naturalidad tal que entran ganas de darle un abrazo, no porque resulte especialmente erótico sino porque parece necesitado de mimos. A veces Rodin recurrió a trucos escénicos: al presentar Eva en 1881, enterró la peana en el suelo de la galería para acercar la figura a los espectadores y que su pudor fuera más creíble.
Rodin guardaba en su estudio un arcón lleno de manos… Réplicas, aclaro, no es que fuera por ahí amputando a sus modelos. Delicadas piezas como La catedral funcionan por sí mismas, convirtiendo las extremidades en el centro de la obra gracias a un mecanismo bien conocido de fetichismo sexual: la parte por el todo. A veces Rodin fetichizaba directamente los genitales convertiéndolos en protagonistas: los masculinos en la figura de Balzac; los femeninos en Iris, mensajera de los dioses, un torso con las piernas atléticamente abiertas y la vulva en el centro de la mirada, en una composición truncada y anónima que remite a El origen del mundo de Courbet. Rodin compartía con Courbet la fascinación por el lesbianismo, que retrató en el bloque de mármol que parece derretirse por los besos de Juego de ninfas, o en el lío de piernas y culos en pompa de Mujeres perdidas. Quizá es ahí donde más brilla Rodin, en los grupos esculturales como el famosísimo El beso o La eterna primavera, en que la mujer se abandona lánguidamente en brazos de su amante. Otras veces es la mujer quien toma la iniciativa, como en Cristo y Magdalena, en donde un siglo antes de La última tentación de Cristo Rodin se atreve a representar una mujer desnuda abalanzándose sobre el crucificado. Hablando de una réplica de la Afrodita de Cnido, Rodin dijo que «se diría que ha sido moldeada a fuerza de besos y caricias». También gustaba de citar a Victor Hugo: «¡Y uno no puede, en la hora en que se inflaman los sentidos / estrechar la belleza sin creer que está abrazando a Dios!». De nuevo Pigmalión volcando su pasión sobre la piedra, abrazando el mármol para crear la suavidad del Torso de Adèle.
Si esa romántica delicadeza se hubiera extendido a su vida privada, quizá podría haberse evitado la destrucción de Camille Claudel, a la que siempre veré con la cara de Isabelle Adjani. Camille era una buena escultora por derecho propio cuando conoció a Rodin y se convirtió en su alumna, modelo, musa y amante. Era una mala época para ser mujer y artista, y la carrera de Claudel no terminó de despegar a pesar de la maestría de esculturas como El gran vals o Sakountala. El tema de esta última, un rey hindú pidiendo perdón a su amante por no casarse con ella, da una pista de por dónde iban los tiros: Rodin estaba comprometido con otra mujer y acabó abandonando a Claudel cuando se cansó de la relación… O quizá cuando pensó que podía llegar a superarlo como artista. Camille no se lo tomó muy bien: destruyó muchas de sus obras, acusó a Rodin de haberle robado otras y esculpió su obra maestra, La edad madura, en que parece echar la culpa de todo a su competidora. Poco después Claudel acabó ingresada en un psiquiátrico.
La influencia de Rodin fue menos destructiva en otros casos: por su taller pasaron visitas como la de Leopold von Sacher-Masoch, que quedó fascinado: «Recuerdo una tarde radiante del octubre pasado, cuando la magnífica tigresa que le servía de modelo descansaba ante nosotros sobre un sofá, como una revelación viviente de Afrodita». Es fácil imaginarse al autor de La Venus de las pieles experimentando epifanías masoquistas ante la visión de El ídolo eterno de Rodin, con su figura masculina arrodillada y reverente ante el poderío de la feminidad triunfante. Lejos quedan los gestos pacatos de las venus púdicas… La sumisión erótica masculina, por otro lado, no es un tema completamente ausente de la escultura histórica: tanto en el Genio de la victoria de Miguel Ángel como en La apoteosis del príncipe Eugenio, de Balthasar Permoser, el escultor se representa a sí mismo sometido ante un hombre joven y vigoroso.
Del taller de Rodin surgió también Aristide Maillol, interesante por ser en muchos aspectos opuesto a Claudel: si la escultora estaba interesada en el movimiento y el baile de los cuerpos, a Maillol le preocupaba el equilibrio estático, como en la Pomona inspirada por las esculturas hindúes. También bajo la influencia de Rodin estuvo Pedro Zonza Briano, cuyo bronce Creced y multiplicaos me enamora: muestra a una mujer desnuda a la que un hombre abraza por detrás, besándole la nuca. El hombre está menos definido y resulta casi anónimo, hasta el punto que podría interpretarse como una fantasía erótica de la mujer.
En sus últimos años Rodin se ganó una merecida fama de sátiro por su costumbre de rodearse de un gran número de modelos femeninas, a las que dibujaba en rápidos bocetos mientras se desnudaban, caminaban o directamente se masturbaban. Llegó a meterle mano («amasó mi cuerpo como si fuera arcilla») a una joven Isadora Duncan, que intentaba infructuosamente hablarle de danza moderna. Se dice que esta etapa de viejo verde de Rodin surgió a imitación de la de su amigo Klimt, que acabó reconociendo cuatro hijos de cuatro modelos diferentes. Pero en cuanto a sexualidad desenfrenada y algo misógina, ni Rodin ni Klimt le llegan a la suela de los zapatos a Eric Gill. Ferviente católico, Gill alternaba los relieves religiosos con las tallas pornográficas, el sexo incestuoso con su hermana, su mujer y sus dos hijas, el diseño tipográfico (¡el ubicuo tipo de letra Gill Sans!), los ménage à trois y los experimentos zoófilos con el perro familiar. Sacó tiempo sin embargo para tallar, completamente a mano, una maravilla como Éxtasis, cuyas formas rotundas y primitivas exudan intimidad sexual, placer y abandono.
La búsqueda de la nueva carne
Para mí, la escultura es el cuerpo. Mi cuerpo es mi escultura. (Louise Bourgeois)
La sombra de Rodin es alargada y llega hasta nuestros días: tal vez me esté volviendo loco, pero en la figura de la izquierda de Las sirenas veo claramente a la primera de las diez mil mujeres de Milo Manara. Sin embargo, la escultura del siglo XX se apartó en general de su estilo, entrando en la modernidad a través de pintores vanguardistas metidos ocasionalmente en la escultura: Picasso, Matisse, Miró… Pero poco erotismo explícito encontraremos en la abstracción de Brancusi, el minimalismo de Judd, o incluso en corrientes algo más figurativas como el expresionismo escultórico. Dejen de todas maneras que lance a la arena mis recomendaciones particulares: echen un vistazo a las obras de Alexander Archipenko, en particular sus insinuantes mujeres de curvas cóncavas. Investiguen también el hiperrealismo en madera de Peter Demetz y los fragmentos de Philippe Morel… Si quieren horrorizarse un poco, observen los espantos voluntariamente kitsch de Daniel Edwards, como su Brangelina que incluye ADN de Pitt y Jolie. Y sigan de cerca a la escultora Zhang Yaxi y su enfoque femenino de la sensualidad. Anímense también si lo desean a añadir sus esculturas ponedoras preferidas en los comentarios…
En 2004 varios alumnos de Bellas Artes decoraron con esculturas explícitamente sexuales un parque de la isla coreana de Jeju, que poco después se abrió al público bajo el nombre de Jeju Loveland. Pero explícito no es necesariamente erótico, y de las ciento cuarenta figuras repartidas por el parque apenas unas pocas podrían considerarse auténticamente sensuales, como la mujer arqueada. Casi todo el resto oscilan entre el colorido neopop y el museo erótico de provincias. Puestos a buscar parques, recomiendo antes visitar el noruego que acoge las esculturas de Gustav Vigeland, otro alumno de Rodin. En el corazón del parque Vigeland encontramos un monolito formado por centenares de cuerpos desnudos entrelazados en una orgía perpetua, algo que podrían haber diseñado los aliens de 2001 puestos de MDMA. Y sin embargo mi escultura favorita de Vigeland es de menor formato, una figura entre el cunnilingus y la adoración que me atrevo a rebautizar como Qué bonito es comer con hambre.
Podríamos ampliar este recorrido por la escultura erótica si abrimos un poco el concepto incluyendo esculturas vivas, aunque sea hacer algo de trampa. Justifiquémosla: en una de sus bromas artísticas, Piero Manzoni se dedicó a firmar partes del cuerpo de varias personas, convirtiéndolas con ese gesto en obras de arte… Un poco como Lemmy firmando autógrafos en las tetas de sus fans. Si aceptamos estos parámetros, podríamos considerar como esculturas a los mimos de las Ramblas de Barcelona (recuerdo una mimo de la reina alien sorprendentemente perturbadora), los lienzos humanos de Yukki Yaura y su escritura de kanjis sobre la piel como en The Pillow Book, o los muchos ejemplos de elaborado body painting. O, yendo aún un paso más allá… Cierren los ojos y traten de visualizar el cuerpo desnudo de una persona a la que amen y deseen. ¿Pueden recordar cada detalle de su cuerpo desde todos los ángulos? ¿Visualizan cada curva, cada pelo, cada hoyuelo, cada arruga, cada uña? Si la respuesta a estas preguntas es sí, enhorabuena: en los pliegues de su cerebro acaban de tallar la escultura erótica definitiva.
Leyendo tus artículos siempre acabo abriendo mil pestañas, pero me encanta!
Fascinante tema, pareces el protagonista de ‘El beso’, la Leyenda de Becquer (estatua de la que también habla en su Rima LXXVI:
En la imponente nave del templo bizantino
vi la gótica tumba a la indecisa luz
que temblaba en los pintados vidrios.
Las manos sobre el pecho,
y en las manos un libro,
una mujer hermosa reposaba
sobre la urna del cincel prodigio.
Del cuerpo abandonado al dulce peso hundido,
cual si de blanda pluma y raso fuera,
se plegaba su lecho de granito.
De la sonrisa última
el resplendor divino guardaba el rostro,
como el cielo guarda del sol que muere el rayo fugitivo.
Del cabezal de piedra
sentados en el filo,dos ángeles,
el dedo sobre el labio, imponían silencio en el recinto.
No parecía muerta:
de los arcos macizos parecía dormir en la penumbra
y que en sueños veía el paraíso.
Me acerqué de la nave al ángulo sombrío
con el callado paso que llegamos
junto a la cuna donde duerme un niño.
La contemplé un momento,
y en aquel resplendor tibio,
aquel lecho de piedra que ofrecía próximo al muro otro lugar vacío,
en el alma avivaron la sed de lo infinito,
el ansia de esa vida de la muerte
para la que un instante son los siglos…
Cansado en el combate en el que luchando vivo,
alguna vez me acuerdo con envidia de aquel rincón oscuro y escondido.
De aquella muda y pálida mujer me acuerdo y digo:
-¡ Oh, qué amor tan callado, el de la muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro, tan tranquilo!)
Estando en Madrid hace unos años, pude disfrutar de una exposición llamada Tesoros Sumergidos, relativa a la ciudad egipcia de Heraklion, cuyos restos habían sido recobrados. Entre ellos, una estatua que me impresionó vivamente: el cuerpo de una mujer, cubierto por una tela drapeada que se convertía en transparencia, dejando ver todas sus formas. Me pareció tan bella que pervive en mi memoria! https://www.pinterest.com/pin/11047961559996820/
Para visitar parques con estatuas eróticas no nos hace falta ir tan lejos! Aquí en Cataluña tenemos el Bosc de Can Ginebreda… http://www.canginebreda.cat/
Enhorabuena una vez más por hacer artículos tan interesantes a la par que sensuales!
Un besoteee!
Nikki.
¡Fantásticas las tres referencias, Nikki, muchas gracias! La Rima becqueriana lo tiene todo, hasta un #readingissexy; la estatua de Heraklion insinúa y asombra (Bernini tiene también algún drapeado-transparencia de los que dejan huella), y el Bosc de Can Ginebreda no lo conocía… Espero poner remedio a eso pronto, que por las fotografías parece mucho más interesante en su contenido y menos kitsch que el Jeju Loveland coreano. ¡Un abrazo!
Por supuesto que la desnudez no es necesariamente erótica, estoy pensando en Rita Barberá desnuda. No puedo imaginar algo menos erótico.
En El Erotismo de Bataille también creo recordar que hay referencias al erotismo en la escultura. Lo leí en la facultad…años ha…
Pingback: Una mancha de semen sobre la Afrodita de Cnido
En realidad soy néofita en estos menesteres, y por eso sólo daré mi humilde opinión.
Siento que hay una diferencia amplia entre lo que es erótico para un hombre (nacido macho con un pene que suele servir para penetrar) o lo que es para la mujer (como hembra que nace con un orificio para penetrar). Por ejemplo, algunos artistas muestran a sus personajes totalmente perdidos en la pasión del acto «de desear» (un acto casi violento), pero las artistas que citó me parece que representan la pasión más como un acto social (como una búsqueda).
Algunas poses de los autores me recuerdan más la dominación del carácter «carnal» sobre «el emocional», como lo «masculino» vs «lo femenino» (independientemente del sexo biológico, porque el hombre dominado toma más las características «sutiles» de lo «femenino» y la que domina toma más características «aguerridas» de lo «masculino») y una incipiente adoración al «falo» (quizá más por los varones que por las mujeres) y las de las autoras me recuerdan más a la forma en que su sexualidad sigue atada al imaginario social dominado por lo «masculino» con cierta frustración quizá, no sé, por tener una sexualidad con riendas más cortas (no en todas las culturas).
Bueno, es sólo una idea, pero excelente artículo, me hubiera gustado ver obras de más mujeres. Saludos.
Siempre me quedo con ganas de extenderme más en los artículos y sin duda podría hacerse un addendum deteniéndose en la obra de más mujeres escultoras, aparte de las que se mencionan. Habría mucho que comprobar ahí: sería interesante ver si se materializa la distinción que establece usted entre el arte erótico como pasión-deseo «masculina» frente a búsqueda «femenina»… Y en cuanto a la posible frustración erótica que tal vez se filtre en el arte erótico tradicional producido por mujeres, sería interesante ver si continúa presente a medida que la mujer alcanza mayor libertad e independencia sexual (¿es más libre la escultura de Zhang Yaxi que la de Camille Claudel?). Investigaré… Un cordial saludo!
Excelente artículo. Siempre me gusta leer los artículos del lapidario.
(solo un detalle: Banksy, not Bansky. Lo hacemos todos :))
¡Jajaja, cierto, gracias por la corrección! :)
Seguro que a Afrodita esas «ofrendas» la dejan de piedra.
http://elvillanoarrinconado.blogspot.com.es/
Muy bueno el artículo! Que envidia me dais los articulistas de jotdown… que bien escribís!
En el blog de Arqueología e Historia del Sexo estamos preparando una serie de artículos sobre fetichismo y parafilias en la antigüedad clásica, y el primer post en salir va a ser sobre la agalmatofilia, es decir, el amor desmedido a las estatuas, también conocido como pigmalionismo.
Por lo que hemos podido observar no sería un fenómeno aislado, sino algo habitual, ya que contamos con numerosos testimonios de casos similares, hombres que se escondían en los templos para «pasar la noche» con estatuas de bella factura, y no sólo de sugerentes Afroditas, sino también de hermosos Cupidos…
Del resto de artículo sólo apuntar que el gigante de Cernne Abbas no es una creación prehistórica, aunque en muchas sitios aparece reflejado así, sino más bien es una creación de época moderna… aquí más info:
http://historsex.blogspot.com.es/2014/02/gigante-de-cerne-abbas-en-un-paisaje.html
Saludos!
Gracias por la información sobre el gigante de Cerne Abbas, muy interesante… Es curioso que aún queden obras de arte tan complicadas de datar. Y lo que mencionas de la agalmatofilia (me encanta la palabra) suena muy interesante, así que permaneceré atento a la pantalla. :) Un cordial saludo…
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No se si funcionará el enlace. Si no, buscad Johan Tobias Sergel : Centauro y Bacante. A mi me pone berraca esta obra, de hecho no entiendo cómo puede estar expuesta en un sitio tan serio como el Louvre…y que la gente no la toquetee y se restriegue. Miedo me da ir a esa sala…no respondo de mis actos.
Cual es la pintura más sexual del mundo
La mona lisa… Pajas a miles