Hubo un tiempo en que una buena parte del ejército español era lo que ahora solemos llamar «de izquierdas». Nada más regresar a España Fernando VII se ve claro que el rey no tiene ninguna intención de abandonar el absolutismo. Los liberales que quedan en el país empiezan a conspirar y se suceden una serie de pronunciamientos dirigidos por militares o antiguos combatientes con gran prestigio (como Espoz y Mina). Tenemos casi un pronunciamiento por año, todos con el mismo resultado: fracaso rotundo. Polier, Lacy, Richart, Van Halen, Vidal, uno tras otro son condenados a muerte o tienen que huir a toda prisa del país. Pero la situación cambia en 1820 cuando primero el comandante Riego en Cabezas de San Juan y luego el coronel Quiroga en Cádiz consiguen sublevar al ejército que espera en puerto para ser enviado a América. Esto tendrá dos grandes consecuencias, el Trienio Liberal en España y la emancipación definitiva de las colonias americanas. Pero tiene otra consecuencia menos conocida: la Regencia de Urgell, primer ensayo de las guerras carlistas. Cuando Fernando VII vuelva a recuperar el poder (aunque en realidad no lo ha perdido nunca, simplemente se ha puesto el disfraz de monarca liberal, mintiendo todo lo que le ha hecho falta mientras esperaba la ayuda de la Santa Alianza), tendrá dos enemigos y no uno: los liberales, cada vez menos activos, y los absolutistas, capitaneados por su propio hermano, cada vez más activos.
Conforme pasan los años, Fernando se va acercando a los liberales, porque sabe que los necesita para mantener en el poder a su hija, pero eso no quiere decir que no tenga que matar a alguno de ellos cuando la ocasión lo requiera. Como ocurre con el desembarco y casi inmediato fusilamiento de Torrijos en 1831. Del mismo modo, hay que decirlo, Fernando se tiene que emplear a fondo para reprimir otro ensayo de las futuras guerras carlistas: la revuelta catalana de los «agraviados» o «malcontents» en 1827. La muerte en la playa de Torrijos y sus compañeros ha quedado inmortalizada en el cuadro de Gisbert, pero lo cierto es que pese a esa pátina romántica posterior, el desembarco no tenía ni pies ni cabeza y solo se explica, como dice Josep Fontana, por el desconocimiento de los liberales exiliados de la realidad interior del país.
La situación vuelve a cambiar radicalmente con la muerte de Fernando VII y la regencia de María Cristina de Borbón. Los liberales tendrán el poder, pero eso no evitará que los militares sigan controlando la política, de hecho ahora la controlarán más que nunca. Si ya en las Cortes de Cádiz se ve una incipiente división entre liberales moderados y liberales progresistas, ahora que el absolutismo ya está fuera del Gobierno (aunque aún dé mucha guerra: en concreto, las tres guerras carlistas), las tensiones entre los propios liberales estallan y entre ellos se impone prácticamente un estado de guerra. Espartero, de un lado, y Narváez, por otro lado, protagonizarán una serie de pronunciamientos, actos de violencia, complots y auténticas guerras civiles, que luego serán continuados por O´Donnell, Topete, Prim y Serrano, y eso solo por nombrar a los generales y mandos más relevantes. Recordemos que un personaje tan destacado como Diego de León intenta un asalto al Palacio Real en 1841 y luego se pone su uniforme de general para dirigir él mismo su fusilamiento, que Espartero solo caerá después de bombardear Barcelona, que hace falta una sublevación de los bajos mandos del ejército (la rebelión de los sargentos de La Granja) para que la regente se avenga a traer de vuelta a Mendizábal (uno de los pocos políticos no militares fundamentales de este siglo) y que no será sino la obcecación de Isabel II la que logrará finalmente ponerlos a todos contra ella. ¿Y el resultado? Pues, como no podía ser otro, se producirá un nuevo levantamiento triunfal: la revolución de 1868 o «Gloriosa».
Bien, empieza una nueva etapa. Una monarquía sin rey. Pues lo primero es traer un rey. Y para eso ya tenemos a Prim, viejo militar curtido en mil batallas, paseando por los palacios europeos. Encuentra uno, lo tiene complicado porque tiene que ser un rey constitucional, y de paso provoca sin querer una guerra entre Prusia y Francia y se carga un imperio, el Segundo Imperio Francés de Luis Napoleón; pero la cuestión es que encuentra uno, lo trae a España y antes de que puedan saludarse en Madrid ya está muerto, porque alguien, no se sabe bien quién (o sí se sabe, pero no se quiere saber), manda que le peguen unos cuantos tiros. Vale, se acabó Prim. Los otros se han muerto ya o se van a morir muy pronto. Los antiguos espadones son unos viejecitos que han pasado a la historia. Ahora es el momento de los civiles, con Cánovas y Sagasta. Pero los civiles no vienen solos. Con los civiles vuelve los Borbones. Y los Borbones vuelven, a pesar del rechazo de Cánovas, que tiene prevista otro tipo de vuelta para el hijo de Isabel II, con otro pronunciamiento, solo que este pronunciamiento no es liberal, ni progresista, ni republicano, el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto, y aún tenemos que hablar de otro paso previo, la entrada de Pavía, fusiles por delante, en el Parlamento y la eliminación, de facto, de la Primera República.
Vienen tiempos tranquilos, pero solo en apariencia. En el ejército hay un buen número de militares republicanos que a las órdenes de Ruiz Zorrilla intentarán una serie de pronunciamientos destinados irremisiblemente al fracaso. Son poco conocidos, porque no tienen casi consecuencias, pero justo es nombrarlos:
Asensio Vega, teniente coronel, se subleva en Badajoz en 1883. Esta sublevación se parecerá bastante a la de Jaca de 1930 porque parte de un malentendido. La sublevación había sido aplazada pero las órdenes no llegan o no se reciben bien. Por tanto, la sublevación, que pretendía ser generalizada, se convierte en un problema local sin ningún futuro. Asensio Vega consigue pasar a Portugal. En 1930, Fermín Galán y Ángel García, si bien podían haber intentado pasar a Francia, prefieren quedarse y al quedarse firman su sentencia de muerte y se convierten en los últimos mártires de la causa republicana.
El general Villacampa se subleva en Madrid en 1886. No logra casi apoyos y es vencido después de un corto combate cuando ya había emprendido la huida en Morata de Tajuña. Por entonces, Manuel Ruiz Zorrilla, desde sus exilios en París y Ginebra, pensaba que la república estaba al caer, pero lo cierto es que la Restauración aguantará, aunque de malas maneras, hasta 1923. Y entonces, cuando parece que está al borde de la muerte, acudirá Miguel Primo de Rivera a rematarla y a la vez a salvarla: es decir, a acabar con los políticos inútiles y a reforzar a la monarquía. O al menos esa es su intención. Porque el resultado es que él mismo acaba llenado el país de políticos inútiles (los de su partido: Unión Patriótica) y acaba condenando al rey, que caerá al prescindir de sus servicios en 1930. Una jugada maestra la que pretendía hacer Alfonso XIII, poniendo y quitando generales según le convenía. Lástima que no le sale bien. Ni Berenguer ni Aznar solucionan nada. La cosa ya no tiene remedio. Al despedir a Primo de Rivera se ha despedido a él mismo.
Al rey no parece afectarle mucho su exilio. Tiene tiempo de sobra para pasearse por los casinos europeos y no pierde su buen humor. E incluso se permite, aunque vaya diciendo por ahí que le han dejado sin un duro, dar un jugoso donativo a Franco que ya ha empezado su gran operación de limpieza, porque ya se sabe, un rey es un rey hasta la tumba, y al país uno lo quiere mucho y lo quiere tener bien limpio, aunque no le dejen pisar la amada patria.
Pero volvamos a 1930. Desde el siglo pasado no ha habido más pronunciamientos. ¿Dónde está la izquierda? Peleándose entre sí. Y no solo se pelean, vamos a poner por caso, comunistas contra anarquistas, sino que se pelean dentro de los mismos partidos, como ocurre con el partido republicano a la muerte de Zorrilla. Al final tienen que ser unos militares los que digan: «Ya está bien, hombres, muchos pactos y muchos manifiestos, pero aquí nadie hace nada». Cuando el levantamiento de Jaca fracasa (ya hemos dicho que se sublevaron antes de lo previsto, y en este caso podemos señalar culpables: Casares Quiroga, el que luego será el jefe del Gobierno al inicio de la Guerra Civil, va a Jaca para hablar con los capitanes, pero no llega a hacerlo, según parece porque llegó tan tarde que se fue a dormir directamente, pensando que ya hablaría con ellos a la mañana siguiente), muchos piensan que eso es una gran desgracia. Pero, paradójicamente, es lo contrario. Su fusilamiento los convierte en mártires y eso, además de la propia debilidad y decrepitud de un sistema que ya se mantiene en pie de puro milagro, será el empuje definitivo para la llegada de la Segunda República.
Después vendrán más pronunciamientos. Pero de otro tipo. El de Sanjurjo en el 1932 es el primer aviso. El ejército cada vez es más conservador. ¿Conservador? En realidad conservador es un adjetivo que se queda corto. Se pretende coger la goma y borrar la historia de España del último siglo. Se pretende volver a los tiempos del general Elio. ¿Pero puede haber absolutismo sin rey absoluto? ¿Y para qué queremos rey si ya tenemos caudillo?
¿Y todo esto, toda esta manía de los militares de dirigir el país que se empieza en el siglo XIX y continúa en el siglo XX de dónde viene?
Bien, es una pregunta muy larga de responder. Pero os daré una pista:
El empleo de militares por parte de Gobiernos débiles como rompehuelgas y represores de disturbios no solo provocaba el resentimiento de los oficiales, al verse usados en el poco prestigioso papel de policías, sino que también exponía, a sus propios ojos, la incompetencia del Gobierno civil, condición previa y necesaria a su eventual eliminación por el ejército.
(El cirujano de hierro. La dictadura de Primo de Rivera, Shlomo Ben-Amí, ed. RBA)
Pues eso.
Pingback: Más de cien años de pronunciamientos liberales en España
La sesión de fotos del rey 0.1 delante del Gisbert (con gran profusión de flashes) que retrata la ejecución de Torrijos por parte de Fernando de Borbón, con el no menos brillante ministro de Cultura César Antonio Molina haciendo similar papelón, es una instantánea elocuentísima de la España de los últimos tiempos.
http://elpais.com/diario/2007/10/31/cultura/1193785201_850215.html
Pingback: Yemas de huevo bajo cero | Y e m a s d e h u e v o
La terrible época de los «espadones» que aficionó al ejercito a intervenir (que no es lo mismo que participar) en política. Una querencia que les ha durado hasta el pasado siglo. Por supuesto, todo por nuestro bien y el de España… cañi.
http://elvillanoarrinconado.blogspot.com.es/
¿Levantamientos militares de «izquierdas»? No hombre no, esos liberales burgueses decimonónicos actuaban con una clara vocación comunista, marxista, leninista y cheguevarista. Así de claro.
“Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevarlas a la categoría de madres para virilizar la especie, penetrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social”.
Extracto de un mitin de Alejandro Lerroux, uno de «esos liberales burgueses decimonónicos actuaban con una clara vocación comunista, marxista, leninista y cheguevarista», claro está…
Es una larga tradición que han barrido. La derecha española es especialista en manipular la historia; a día de hoy lo siguen haciendo, son incansables. Tanto como hablan de cambio de calles cuando fue lo primero que hicieron las tropas franquistas al entrar en Madrid: la calle de Torrijos, por centrarme en este personaje, pasó a ser la de un puñetero aristócrata, el conde de Peñalver. A pesar de ello, yo todavía he conocido a gente mayor que no ha dejado nunca de referirse a ella como Torrijos. Pero ya se sabe que aquí no caben más militares que los de su cuerda.