Levantarse otra vez a una hora decente

Estamos viviendo un tiempo en que las identidades y creencias tradicionales están perdiendo valor a pasos agigantados: las iglesias apenas logran atraer a gente joven, la idea de morir por la patria nos resulta incomprensible y la palabra «revolución» ya solo se usa en la publicidad de alguna operadora de telefonía. Lo interesante del asunto es que la necesidad de pertenencia y de sentido permanece intacta y, como si nuestras mentes tuvieran horror al vacío, otras creencias e identidades están ocupando el hueco rápidamente.

¿Que uno sale a correr un rato una vez por semana, tiene por ahí un blog muerto de risa que actualiza muy de vez en cuando y en su adolescencia participó una vez en el juego de la galleta? Pues ya está: es runner, blogger y heterocurioso. Ya tiene una identidad que mostrar en las redes sociales, un colectivo al que pertenecer (y en nombre del que sentirse agraviado ante cualquier ofensa real o supuesta, reclamando boicots y protección estatal), así como unos valores que seguir de forma más o menos ortodoxa. Nos jactaremos de ser escépticos ante viejas supersticiones pero ojito a los chemtrails, mientras que noticias como esta «Detienen a veganos radicales, abstemios y antipromiscuos por quemar bancos en Madrid» probablemente serán cada vez más habituales, con nuevas combinaciones cada vez más rocambolescas ante las que nos quedará el consuelo de decir «pero al menos es una doctrina».

En este contexto de exploración interior, reformulación de viejas ideas, adaptación a nuevas realidades sociales o simple vuelta a los orígenes, los novelistas tienen un formidable campo de juego. Houellebecq lo demostró en La posibilidad de una isla y en la más reciente Sumisión, y el escritor Joshua Ferris recoge el testigo en Levantarse otra vez a una hora decente. Al igual que los personajes que suelen poblar las narraciones del novelista francés, en este caso el protagonista es también un urbanita —esta vez de Nueva York en lugar de París— y profesional de mediana edad de clase media-alta solitario, incapaz de encajar en el mundo que le rodea y dotado de un incesante monólogo interior en ocasiones cáustico y en otras nostálgico aunque no sepa muy bien de qué. Paul O’Rourke es un dentista cuya vida fuera de su trabajo se reduce a ver partidos de béisbol y a sufrir insomnio, «un hombre de tu tiempo, enfrentado al sueño americano del ascenso social y a la vacuidad del éxito material, un hombre que busca un verdadero significado para su vida». Alguien cuyo ateísmo se ha convertido en una seña de identidad un tanto obsesiva que le lleva a enfrentarse con quienes le rodean… Hasta que un día alguien comienza a hacerse pasar por él en las redes sociales difundiendo lo que parece una nueva y desconcertante religión. Definida por la crítica como un «thriller teológico», la novela se embarca desde ese momento en una búsqueda de los orígenes, una indagación en torno a un remoto y misterioso grupo étnico y religioso del que el protagonista es descendiente aunque hasta entonces lo desconociera. La necesidad de pertenencia, de trascendencia, el significado de la tradición, la manera en que nos mostramos a los demás, la naturaleza del antisemitismo… son todos ellos temas densos pero a los que el autor sabe añadir una dosis de humor y también una buena carga autobiográfica respecto a su condición judía. Conócete a ti mismo, decía Sócrates, y usa hilo dental, añade Paul O’Rourke.