Jot Down para Cómplices de Mahou
El 1 de septiembre de 1939 el general Gerd von Rundstedt cruzó la frontera germano-polaca al mando del 10º Ejército de la Wehrmacht. Mientras, los bombarderos de la Luftwaffe cubrían el espacio que les separaba de Varsovia, Cracovia y Lodz camino de soltar su carga explosiva. Acababa de comenzar la operación Fall Weiss, y con ella, la Segunda Guerra Mundial.
Ese mismo día, Simon y Rebeca subían a bordo de un mercante mixto con bandera holandesa en el puerto de Róterdam. En sus brazos dormía el pequeño Abner, de solo cuatro años de edad. La familia había abandonado Berlín apenas un par de días antes, diez meses después de que la Noche de los Cristales Rotos les colocase, a ellos y a todos los judíos alemanes, en el punto de mira del terror nazi. Después de dos semanas de travesía, Simon, Rebeca y Abner desembarcaban en Montevideo, pero su destino no era Uruguay.
Aunque quizá no sucedió exactamente así. Quizá llegaron a Maracaibo o a Barranquilla. Quizá volaron en avión o en zepelín. Quizá no sucedió el 1 de septiembre e incluso ni siquiera se llamaban Simon, Rebeca o Abner. Pero si se apellidaban Drexler y su destino no era Uruguay ni Venezuela ni Colombia, porque ni Colombia ni Venezuela ni Uruguay, ni tampoco Argentina, Perú, Brasil o Ecuador les concedieron el visado. En los primeros días de la guerra, todas las cancillerías latinoamericanas negaron el visado a los refugiados judíos europeos. Todas excepto la del país más pobre del Cono Sur. Todas excepto Bolivia.
El 4 de enero de 1952, Ernesto Guevara de la Serna, estudiante de medicina perteneciente a una acaudalada familia bonaerense, montó en La Poderosa II, la motocicleta de su amigo Alberto Granado. Tenían veintitrés y veintinueve años y empezaban un viaje que les iba a llevar desde San Francisco, en la provincia de Córdoba, hasta Caracas. Durante siete meses recorrieron Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela y, en el transcurso de todas esas millas, en moto, en barco, en camiones y a pie, Ernesto fue soltándose poco a poco y cada vez más de su pasado aristocrático. Cuando los dos amigos llegaron a la capital de Venezuela, Granado consiguió trabajo en una leprosería mientras Guevara, que debía terminar sus estudios, voló a Miami donde trabajó de lavaplatos y de sirviente doméstico.
El 31 de julio de 1952, Ernesto volvió a Buenos Aires en un avión de carga. Ya había hecho más viajes antes y ya se había enfrentado a una vida sin depender del dinero de su familia, pero fue en ese trayecto donde comprendió que la realidad de su continente era bien distinta, casi opuesta, a la burbuja en la que había vivido toda su infancia y adolescencia.
Aún nadie le llamaba así, pero al tocar el suelo del aeropuerto de Buenos Aires, Ernesto Guevara ya era el Che. Bajo el brazo llevaba los diarios escritos junto a Granado. Los llamaban «diarios de motocicleta» y en sus páginas garabateadas a mano habían ido anotando el devenir entero de su viaje. Eran la constancia en tinta de la verdadera Latinoamérica, la frondosa y la rica, pero también la pobre y la desposeída. Y sin embargo, el joven no pisó el país más pobre del Cono Sur. Un país que, junto a Cuba, estaría ligado para siempre a su vida, porque fue precisamente en la selva boliviana donde Ernesto «Che» Guevara sería fusilado quince años después, el 9 de octubre de 1967.
El 21 de Septiembre de 1964, la doctora Amelia Prada (aunque quizá su nombre no sea Amelia) dio a luz en un hospital de Montevideo al que sería su primer hijo con el también doctor Abner Drexler (aunque quizá su nombre no sea Abner). Le llamaron Jorge.
En 1991, el médico otorrinolaringólogo Jorge Drexler ganó uno de los premios del Primer Concurso de la Canción Nacional Inédita otorgado por la radio Alfa FM de Montevideo. Porque Jorge tenía veintisiete años y no quería seguir siendo médico otorrinolaringólogo, quería componer sus propias canciones y quería cantar sus propias canciones. Vendió treinta y tres copias de su primer disco, La luz que sabe robar. «¿Treinta y tres mil?», le preguntaron años más tarde. «No, no. Treinta y tres. Y conozco a las treinta y tres personas que lo compraron», respondió. Pero Drexler siguió componiendo y cantando y llegó telonear a Caetano Veloso y a Joaquín Sabina en sus giras uruguayas. Fue el propio Sabina quien le invitó a Madrid a grabar el que sería su tercer disco, Vaivén, publicado en 1996. Llegó a España para estar tan solo un par de semanas, pero se quedó a vivir. En los diez años que pasaron desde que se estableciese en Madrid, grabó seis discos y su éxito y su popularidad se dispararon. Aunque no lo hizo en todos los lugares del mundo.
El 27 de febrero de 2005, el nieto de Simon y Rebeca (aunque quizá sus nombres no fuesen Simon y Rebeca), que habían huido de la Alemania nazi para refugiarse en Bolivia y que después se establecieron en Uruguay, subió al escenario del Teatro Kodak de Los Ángeles a recoger el Óscar a la mejor canción original. El tema se llamaba «Al otro lado del río» y el cantautor uruguayo lo había compuesto expresamente para la película Diarios de motocicleta. La cinta, dirigida por el cineasta brasileño Walter Salles, narraba el viaje por Latinoamérica que Ernesto Guevara y Alberto Granado hicieron a principios de los cincuenta.
Si bien el propio Drexler cantaba la canción durante el filme, la organización de la 77ª ceremonia de los Óscar decidió que no era lo suficientemente conocido por el público estadounidense, así que puso a Antonio Banderas y a Carlos Santana para que interpretaran una versión algo histriónica de la pieza. Cuando Prince anunció su nombre, Jorge Drexler se cobró su pequeña venganza. El cantautor cruzó en tres saltos los nueve peldaños que le separaban del estrado, hizo una reverencia al diminuto genio de Minneapolis y se acercó al micrófono para dar su discurso de agradecimiento. Pero no lo hizo: durante apenas doce segundos, Drexler cantó a capella la primera estrofa de la canción que debía haber sonado con su voz esa noche en ese teatro.
Doce segundos son los que transcurren entre barrida y barrida del faro de Cabo Polonio, en la costa sureste de Uruguay. Como es una zona despoblada y no llega la red eléctrica, esos doce segundos suponen un fragmento de oscuridad absoluta. Doce segundos de oscuridad es el título del álbum que Drexler editó en 2006, quizá porque una noche cerrada de 2005, lo que supusieron esos doce segundos fue que el músico perdiese el camino a su casa y acabase en una playa del color del cielo. Literalmente del mismo color, porque en el mar brillaban miles de protozoos bioluminiscentes. Como estrellas. Se llaman noctilucas y dieron nombre a su hijo y a una de sus canciones.
Todas estas cosas, enteras, fraccionadas o tan solo insinuadas, las contó y las cantó Jorge Drexler el mes pasado en el Teatro Barceló de Madrid dentro de la serie de conciertos Cómplices de Mahou. Porque todas estas cosas son cuerdas que se cruzan altas y secas como una canción de Radiohead. Desde el Berlín de 1939 hasta una playa del Atlántico uruguayo, desde la selva de Bolivia hasta una estatuilla dorada en Los Ángeles y desde Malasaña hasta la «Disneylandia» de la banda brasileña Titãs. Con la voz y una guitarra eléctrica por delante y con un siglo y un millón de kilómetros a la espalda.
Los Cómplices de Mahou traen a algunos de los artistas más relevantes del panorama nacional en conciertos íntimos, casi privados, donde el músico está tan cerca del público que hasta conversa con él.
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Yo estuve allí y fue, sin dudarlo, un rato de verdadera magia…Sólo con la anécdota de la pareja de recién casados en cuyas alianzas habían grabado «la trama» y «el desenlace» ya merecía la pena haber ido a verlo. Por lo demás, Drexler tiene la rara habilidad de hacerte sentir en casa sólo con decir unas pocas palabras, así que imagínate lo que ocurre cuando se pone a cantar. Una gozada, vamos.
Todo lo q habéis escrito es muy importante, da muchas pistas sobre Jorge Drexler, su origen y alguno de sus grandes logros, pero son sus numerosas canciones, una por una las q llevan una historia, poesías, sentimientos…. Es un compositor incansable y ha ganado además un Goya y nominaciones y algún grammy latino….
Y después d todo eso es especialmente respetuoso con su público y sus conciertos son una maravillosa experiencia , es muy divertido….es increíble un musico así ;-))
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