Montaigne decía que no había cualidad que superase a la de ser bello. Y Sócrates que el ser guapo era una «breve tiranía». Pero, ¿es realmente la belleza un factor relevante en política?
A pesar de que son pocos los que manifiestan basar su voto en la apariencia física de los candidatos, existe la percepción de que la belleza importa. En nuestro país el tema ha vuelto a tomar relevancia con la aparición de candidatos y candidatas que tienen fama —merecida o no, en eso no vamos a entrar— de ser «guapos». Desde Pedro Sánchez hasta Inés Arrimadas, pasando por Pablo Casado, Alberto Garzón o Albert Rivera, son varios los ejemplos de nuevos políticos a los que muchos consideran atractivos. ¿Los eligen los partidos (o los militantes) a la hora de renovarse porque ven cierta ventaja electoral en tener candidatos guapos?
Quizá sea algo perturbador que una de las decisiones clave de un país pudiera depender de algo tan —a priori— superficial como la belleza. Nos gusta pensar que tomamos decisiones basadas en criterios relevantes y razonables. De hecho, como humanos tendemos siempre a racionalizar nuestras elecciones, aunque a menudo dependan de factores un tanto inconscientes. Uno de los casos más señalados es el de un grupo de investigadores que probó el efecto de poner música francesa romántica (piensen en acordeones) en un supermercado. ¿El efecto? Un incremento notable de las ventas de vino francés en detrimento del resto. Y sin embargo, cuando se preguntaba a los compradores por qué habían decidido comprar ese vino, la explicación siempre acababa siendo mucho más seria y lógica. Y, por supuesto, nadie admitía haberse dejado influenciar por la música.
Pero volvamos a la cuestión que nos interesa. Existe bastante literatura académica que deja pocas dudas sobre que, en general, ser guapo ayuda al éxito social. Los guapos, tanto de niños como de adultos, son juzgados de forma más favorable y reciben un mejor trato social, incluso por parte de aquellos que ya les conocen de antemano. Este «efecto belleza» afecta también a la probabilidad de obtener un trabajo, un ascenso o incluso un aumento de sueldo; en definitiva a un mayor éxito profesional.
Sin embargo, los efectos de la belleza en política no están tan claros. Existen ejemplos anecdóticos y conocidos, como el famoso primer debate presidencial televisado de los Estados Unidos. Existe la creencia de que aquellos ciudadanos que vieron el debate por televisión pensaron que Kennedy lo había ganado, mientras que aquellos que lo escucharon por la radio, daban la victoria a Nixon.
La existencia de una «prima» al atractivo físico no tiene un largo historial dentro de la investigación académica. Pero existe alguna evidencia. El atractivo parece uno de los factores más importantes —si no el que más— que definen el grado de competencia percibido. Y se sabe también que la percepción de aptitud a partir de las fotos de candidatos al Congreso de los Estados Unidos es un buen predictor de los resultados electorales. Es decir, aquellos políticos cuyo aspecto físico es juzgado como más competente por parte de evaluadores que no les conocen tienen a obtener más votos en las elecciones. A pesar de que el propio senador John McCain definió Washington DC como «el Hollywood para los feos», parece ser que la belleza tiene alguna relación con los (buenos) resultados electorales, en distintos países y sistemas políticos.
Pero, ¿qué hay detrás de esta «prima» electoral al atractivo físico? Existen varias explicaciones posibles. En primer lugar es importante tener en cuenta que los votantes muchas veces nos guiamos por procesos heurísticos o atajos cognitivos para evaluar cómo de bueno es un candidato o candidata. Esto tiene bastante sentido dado que tenemos una información muy limitada sobre elementos tales como su motivación, capacidad o grado de competencia. Por otro lado, los recursos para ampliar esa información son también muy limitados y, en muchos casos, se trata simplemente de factores imposibles de observar de forma objetiva. La belleza sería en ese sentido un atajo adicional que nos permite inferir algo de información sobre el candidato o candidata en cuestión. Se trata por tanto de una explicación algo más sofisticada al dicho que usarían nuestros abuelos, de que «la cara es el espejo del alma”».
Dado que hay una serie de resultados empíricos que sugieren que los humanos somos capaces de evaluar en apenas unos segundos de contacto visual si una persona está mintiendo, si un profesor es bueno o incluso si alguien está deprimido, no es descabellado que también tendamos a utilizar el atractivo relativo como guía para elegir caballos ganadores. De hecho hay cierta evidencia de que hasta los niños son capaces de predecir más o menos bien al ganador de unas elecciones tras haber visto las fotos de los candidatos.
¿Es la prima electoral igual para todos los políticos? El efecto del atractivo físico parece depender bastante del contexto electoral en el que nos encontremos. Por ejemplo, la belleza importa más si uno es un outsider intentando destronar al incumbent. El argumento es sencillo: los atajos cognitivos son más relevantes cuanta menos información tengamos, por lo que nos servirán más para políticos y partidos a los que conocemos menos. De un político que lleva en el puesto varias legislaturas se puede inferir información mucho más fácilmente. De un partido nuevo, o un político recién llegado, poco sabemos, por lo que el incentivo a potenciar el atractivo del candidato es mayor.
Esto se relaciona también con el grado de competencia electoral. En elecciones tan reñidas como las que nos enfrentamos este año los partidos usan todos los medios a su alcance, como podría ser el proponer a candidatos más agraciados. Esto implicaría que los partidos no situarían a sus mejores caras de forma aleatoria entre distritos o niveles electorales. En aquellos lugares donde hay más en juego, el esfuerzo por presentar mejores candidaturas afectaría también al grado de atractivo de los políticos. Esto causa problemas de endogeneidad en la estimación de su impacto en el voto. Al no tener en cuenta este factor se pueden estar sesgando los resultados hallados por algunos estudios sobre el impacto electoral de la belleza de los candidatos o candidatas.
Algunos autores han llegado incluso a sugerir como explicación del efecto positivo de la belleza en el voto el hecho de que los humanos tendemos a evitar la enfermedad, por lo que nos sentimos atraídos por aquellos que parecen más sanos. Y algunas de las características de una cara atractiva, como la simetría o la piel tersa, son también indicadores de buena salud. De hecho, White y sus coautores encuentran que en aquellas regiones de Estados Unidos donde hay mayor prevalencia de enfermedades infecciosas la tendencia a votar a políticos guapos es mayor.
Pero, ¿no es posible que la belleza simplemente esté ocultando otras cualidades más difíciles de observar y que sean las que realmente causan el éxito de los políticos guapos? Por ejemplo, es mucho más sencillo ser «guapo» si tenemos a nuestra disposición buenos fotógrafos, asistentes de imagen, y otros lujos; es decir, si nuestro partido o nuestros donantes gozan de mayores recursos. Alguna evidencia empírica hay al respecto. Por ejemplo, se observa que los candidatos que gastan más dinero también son percibidos como más atractivos. Existe por tanto cierta correlación entre la diferencia de gasto y el atractivo de los candidatos. Al ser comparativamente más ricos y exitosos, estos políticos tienden a candidatearse en elecciones en las que perciben que tienen una probabilidad mayor de ganar. Teniendo en cuenta este factor, Enos y coautores obtienen en un estudio que el efecto electoral real del atractivo del candidato o candidata es casi nulo.
En general con lo que nos encontramos es que, a pesar de que la belleza puede tener cierto efecto, no es comparable al de los tradicionales predictores de las elecciones, como la situación de la economía, el efecto de los partidos o las campañas electorales. Puede que en casos marginales la belleza juegue un papel relevante en el voto, pero incluso en dichos casos es complicado separar el efecto causal por la cantidad de factores con los que correlaciona. Por desgracia (para la investigación académica únicamente) la belleza no se asigna de forma aleatoria, con lo que los estudios que intentan identificar su efecto son muchas veces problemáticos.
En definitiva, quizá gran parte de la idea de los políticos guapos está imbuida de cierta mitología por una muestra pequeña de ejemplos que siempre recordamos. Si indagamos en el ejemplo inicial, el debate entre Kennedy y Nixon, nos encontramos con que la evidencia para este caso ni siquiera es robusta. Toda la historia surgió de una única encuesta que se hizo (meses después del debate, por si fuera poco) con una metodología mejorable. El efecto se puede explicar simplemente por el hecho de que los que lo siguieron por radio tenían un perfil demográfico muy distinto de los que lo siguieron por televisión. Los radioyentes constituían una población más rural y protestante que la media, por lo que parece evidente que sintieran menos simpatía por Kennedy, un candidato católico de una ciudad liberal como es Boston. Por lo demás, si fue el encanto y la fotogenia de Kennedy, y no lo que esto escondía, lo que le llevó a la presidencia de los Estados Unidos, queda aún por demostrar.
Quizá la belleza no sea determinante del éxito en política, pero sin duda no perjudica. Ya sea por lo reñido del momento, por la necesidad de los nuevos partidos y candidatos de mostrarse más competentes, o por puro azar, el 20 de diciembre nos encontraremos con una representación más nutrida que nunca de guapos y guapas en las primeras filas de los partidos. Esto cuanto menos nos aportará más datos para investigar. Y, quién sabe, quizá también nos permitirá descubrir si el atractivo físico esconde detrás otras características (más) deseables en un buen gobernante.
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En mi opinión, la única forma de analizar si la belleza va asociada al éxito electoral, sería midiendo los casos en los que los candidatos hayan sido elegidos por ese único motivo. Creo, que en los casos que comenta, la belleza (de darse, que esto es subjetivo) sólo sería una cualidad accesoria en absoluto determinante.
¿Los políticos guapos tienen más éxito? Un estudio publicado en la “American Politics Research”, elaborado por la Universidad de Ottawa a partir de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008, afirmaba que los candidatos atractivos tenían una prima de entre un 7% y 10% más de votos gracias a su belleza. Aquí más info:
http://martingranados.es/2015/05/05/los-politicos-guapos-tienen-mas-exito/
Saludos
En la foto de arriba, el guapo es el de la derecha, el morenazo de pelo negro.
En el famoso debate televisado JFK Vs Nixon, Kennedy no venció por ser más guapo sino porque Nixon se pasó todo el programa sudando y poniendo cara de cordero degollado.
¡¡Mmmm…!! ¡Un morenazo de pelo negro y sudando! ¡¡Me corro!!
Tengo la sensación que algunas veces llamamos «belleza» a algo que va mucho más allá. Me refiero a la importancia de la comunicación no verbal.
En el caso de Nixon vs. Kennedy creo que también hay una parte substancial en la capacidad de mirar a cámara, mover las manos y seducir con elementos más allá de la palabra.
Creo, pues, que más que la belleza sería interesante buscar la correlación entre las habilidades comunicativas a la hora de intervenir, y la opinión de los electores.
La belleza es un factor cadyudante pero no determinante, representa una potencial ventaja que hay que saber maximizar.