Era la primera vez que sucedía desde el Gran Premio de Australia de 1991. Faltaban ocho minutos para las siete de la tarde del día 5 de abril de 2009. La carrera en el circuito de Sepang se daba por finalizada en la vuelta treinta y tres sin haberse completado aún el setenta y cinco por ciento de la distancia total, se repartían la mitad de los puntos entre los que rodaban en las primeras posiciones dos vueltas antes y todo el mundo a su casa. Los pilotos, detenidos en la recta de meta desde hacía ya casi una hora, negociaban unos minutos antes una posible solución. Mark Webber y los beneficiados por la clasificación de la vuelta treinta y uno abogaban por la cancelación. El resto, a pesar de las circunstancias, quería continuar. Dirección de carrera había suspendido temporalmente la prueba debido a la intensa lluvia que desde la vuelta veintiocho nublaba el trazado, anegándolo e imposibilitando la conducción. Paraguas, lonas y toldos resguardaban a los pilotos y monoplazas, que desde las 18:02 permanecían inmóviles sobre el asfalto aguardando la decisión de Charlie Whiting, jefe del departamento técnico de la Fórmula 1 y delegado de seguridad. «Nos exponemos a que haya un accidente serio y luego todos tengamos que lamentarlo», declaraba un empapado Fernando Alonso, que se posicionaba del lado de Webber y los pilotos que solicitaban la conclusión del Gran Premio de Malasia.
De repente, las cámaras que enfocan al posible tercer clasificado, Timo Glock, registran su cara de asombro cuando observa las pantallas gigantes del circuito. Pilotos, mecánicos y asistentes esperaban bajo el aguacero las órdenes de dirección de carrera, en medio del caos y las dudas sobre su propia seguridad. En las pantallas, sin embargo, se proyectaba en directo la imagen de Kimi Räikkönen, que a cubierto, en el box de Ferrari, ya duchado y cambiado, vistiendo gorra, polo y bermudas, se comía tranquilamente un helado a escasos cincuenta metros de los nervios y la tensión del circuito y al mismo tiempo a miles de kilómetros de allí. En algún momento entre las seis de la tarde y las siete menos diez había decidido que, fuese cual fuese la decisión, él no iba a volver a correr. Se había levantado de su asiento, había dejado su coche en la pista y se había marchado a comer un helado. Como si la carrera, como si el mundo en general, no fuese con él.
Y tal vez así fuese. Al menos, el mundo de la Fórmula 1. Siempre se ha querido ver en Kimi al último superviviente de una raza extinta de pilotos que entendían las carreras como un modo de vida y no como una profesión. Personajes casi literarios que dedicaban sus días a las mujeres y el alcohol, y mientras tanto, como si pilotar los automóviles más veloces del mundo se diese por supuesto, conducían un Fórmula 1. Se le ha comparado con James Hunt, que era piloto cuando conducía su monoplaza pero, sobre todo, lo era cuando se bebía una botella de vodka cada noche, se fumaba dos cajetillas de tabaco diarias o se acostaba con treinta azafatas de la British Airways la semana previa a la carrera que decidiría el campeonato de 1976. Y con Eddie Irvine, que se pegó con Ayrton Senna el mismo día de su debut y cuyo único interés en la vida era «mirar al tío que esté a mi lado y poder decirle: conduzco más rápido que tú y mi novia está más buena que la tuya». Pero Ice Man nunca ha sido así. Más bien todo lo contrario. Es un tipo que jamás se ha preocupado por su leyenda. Un mito a pesar de sí mismo. Siempre he creído que Humphrey Bogart fue el gran actor que fue porque jamás fue actor. Que en sus películas no interpretaba. Sencillamente, era él. Con Kimi Räikkönen sucede lo mismo.
A veces el destino es tan caprichoso que, contra todo pronóstico, nos termina conduciendo hasta aquello para lo que precisamente estamos destinados. Kimi nunca ha querido ser piloto. Las carreras le dan igual. Sobre todo si llevan un buen rato detenidas bajo la lluvia de Malasia y en la nevera hay helados. Pero ha tenido la desgracia de ser uno de los veinte tipos a los que mejor se les da pilotar en el mundo. Ya es mala suerte. Su madre ha comentado varias veces que de pequeño quería ser jugador de hockey sobre hielo. Su pasión por el hockey, de hecho, ha quedado demostrada en los numerosos eventos relacionados con este deporte a los que habitualmente asiste, incluso acompañando en ocasiones a la selección de Finlandia en sus partidos. Sin embargo, a veces la naturaleza interpone obstáculos insalvables que nos impiden dedicarnos a lo que deseamos, y esto es justo lo que le sucedió al joven Kimi. Como declaró en una ocasión, tuvo que dejar el hockey «porque había que madrugar mucho para ir a entrenar». No podemos pedirle que sea un héroe.
Su madre lo inscribió entonces en una actividad que se desarrollaba por las tardes, como era el karting, donde resultó ser un superdotado. A los veinte años se subió por primera vez a un coche de competición, y tras ganar trece de las veintitrés carreras que disputó a lo largo de dos temporadas en diferentes campeonatos, incluyendo la Fórmula Ford y la Fórmula Renault, Peter Sauber se adelantó a futuras novias y lo fichó como piloto titular de la escudería Sauber F1 Team en el año 2001, sin haber pisado siquiera la Fórmula 3 ni la Fórmula 3000 (antigua Fórmula 2 y actual GP2). El resto es historia. Desde el primer momento no quiso participar de lo que se ha dado en llamar «el gran circo de la Fórmula 1». Pero no porque fuese uno de esos tipos formales que, como Alonso o Webber, llegan a su trabajo por las mañanas con la camisa recién planchada y el carisma olvidado sobre la almohada, se encierran en su cubículo, colocan los lápices por colores y se ponen a pilotar. Ni tampoco porque se negase a hacer aquello que se supone que un piloto debe hacer, cosa que por otra parte pocas veces ha hecho. Sino, simplemente, porque —y discúlpenme el tecnicismo— siempre se la ha traído al pairo. Ni icono romántico ni niño bueno. La F1 le da igual y punto.
Sin la prensa, semejante competición internacional de automovilismo no sería más que una ficción. Una fantasía imposible. Para Kimi, sin embargo, «sería un paraíso». En lo que a los medios se refiere, el finlandés nunca ha jugado el papel que se espera de un piloto. Su repertorio consiste en respuestas breves, gesto adusto y carácter distante. Jamás ha puesto mucho de su parte, entre otras cosas porque generar espectáculo es, quizá, la última de sus preocupaciones. En una ocasión un periodista le preguntó cuál era el momento más emocionante durante un fin de semana de carreras, a lo que, con su habitual inexpresividad, contestó que era la salida. Cuando acto seguido le preguntó por el momento más aburrido, respondió: «Ahora». Algo similar sucedió cuando le pidieron que mencionase algunas de las cosas que le molestan en su vida normal. El ejemplo que eligió fue preciso: «Preguntas como esta». Un día, el primer jueves de entrenamientos libres de la temporada, pidió a los medios que regresasen al día siguiente porque aún estaba de vacaciones. Por lo general, sus respuestas están cargadas de una irritante coherencia elemental, similar a la de Sheldon Cooper, a medio camino entre la genialidad y la ofensa. Cuando le preguntaron qué hacía antes de cada carrera dijo «dormir». ¿Qué significaba para él un segundo puesto? «Perder». ¿Qué le había parecido el quinto lugar? Muy fácil: «El quinto lugar». En cierta ocasión un reportero quiso saber si realizaba algún ritual especial con su casco, como muchos otros pilotos hacen. Su respuesta fue «lo limpio y así veo mejor». Inapelable. Su sinceridad llega a tal extremo que al ser cuestionado por no haber asistido al homenaje a Michael Schumacher, respondió: «Estaba cagando».
A veces esa franqueza con la que atiende a los medios de comunicación adquiere tintes pueriles. Casi palurdos. Pero no debe tomarse por simpleza lo que en realidad son muestras de una fina y sutil ironía. Después de ganar el mundial en el año 2007, en la rueda de prensa declaró: «Estoy muy contento porque me han prometido que me van a invitar a patatas fritas». No se me ocurre una respuesta mejor para alguien que te pregunta cómo te sientes cuando acabas de proclamarte campeón del mundo de Fórmula 1. Otras veces, esa picardía es más evidente. Una vez le preguntaron qué hacían los finlandeses en su tiempo libre. Respondió: «En verano ir de pesca y follar. En invierno la pesca es muy mala». No obstante, cuando se refiere a alguno de sus compañeros es más frecuente que saque la mala leche a pasear. Es célebre su frase «no estoy interesado en lo que la gente piense de mí, no soy Michael Schumacher». Igualmente, cuando Lewis Hamilton afirmó que ganar su primera carrera había sido mejor que el sexo, Kimi comentó: «A lo mejor él nunca ha tenido sexo». Aunque con su propio equipo tampoco es que se muestre mucho más dispuesto. Evitaba en la medida de lo posible la preparación física. Se negó a recibir clases de italiano a pesar de estar corriendo para Ferrari. En varias ocasiones ha reconocido haberse despistado durante la carrera y haberse salido del trazado a causa de ello. Incluso llegó a confesar que a veces se aburría: «Como en Melbourne, el año pasado. Te pones a pensar en otras cosas o te pones a jugar con los botones en el volante». A más de trescientos kilómetros por hora parece una idea maravillosa, desde luego.
Toda esta displicencia con la prensa, su escudería o el resto de pilotos no es más que la prueba de que a Kimi Räikkönen la Fórmula 1 le importa un bledo. Y lo hace de una forma tan descollante, tan inaccesible para la inmensa mayoría, ninguneando incluso sus propias habilidades, que lo convierte en un piloto legendario. Un buen ejemplo de ello es lo sucedido en el Gran Premio de Mónaco de 2006. Cuando un piloto se ve obligado a abandonar —en este caso porque una avería incendió el motor de su McLaren poco después de un adelantamiento a Mark Webber en Santa Devota que ha pasado a la historia—, lo habitual es verlo abatido o desasosegado, abandonando su coche mientras deambula pesaroso hacia boxes o es recogido por la organización, conformando la imagen perfecta de la impotencia. Kimi, sin embargo, caminó hasta el yate de unos amigos que estaba amarrado cerca de donde su monoplaza se había accidentado, se sirvió una copa de champán y siguió contemplando la carrera desde la cubierta, sumido en una felicidad imprevista. La misma clase de reacción despreocupada que se repetiría tres años después en Malasia. De alguna forma, su vida es su carrera en la Fórmula 1 y al mismo tiempo su carrera le trae sin cuidado. Si todo va bien, cojonudo, pero si todo va mal, también. De hecho, al año siguiente ganó el mundial por la diferencia mínima de tan solo un punto sobre Hamilton y Alonso, una victoria ilustrativa, pescada en río revuelto, que quizá, para alguien como Kimi, fuese la única forma coherente de ganar.
En 2010 abandonó la competición para para probar suerte en el Campeonato Mundial de Rally y en 2011 incluso tuvo sus escarceos con la NASCAR. Algo natural, teniendo en cuenta que hablamos de alguien a quien la F1 parecía ya sobrarle. La suerte, sin embargo, no le sonrió con la amplitud que él esperaba, y comprendió que a veces la vida es cruel y no te queda otro remedio que hacer aquello que mejor sabes hacer, por lo que te pagan varios millones de euros por temporada y a lo que solo se pueden dedicar veinte privilegiados en todo el mundo. Puto destino.
Regresó a su pasado en 2012, esta vez militando en el equipo Lotus y compareciendo ante las cámaras para realizar una importante manifestación: «Tendré que entrenar el cuello». Dos años más tarde emprendió el camino de vuelta a Maranello y en la actualidad es, junto a Sebastian Vettel, uno de los dos pilotos titulares de la Scuderia. Tiene contrato hasta el final de la temporada 2016, y se sospecha que será entonces, con treinta y siete años, cuando abandone definitivamente la Fórmula 1, o bien esta le abandone a él. Franz Tost, expiloto y actual director deportivo de Toro Rosso, dijo de Ice Man una vez: «Incluso en estado de embriaguez, Räikkönen es mejor que otros pilotos completamente serenos». Quizá cuando se retire tenga tiempo para reflexionar acerca de si la historia lo recordará como un piloto que desperdició su talento o como alguien que llegó hasta donde llegó gracias a su asombrosa capacidad para pilotar. Y quizá, de paso, averigüe cuál es en realidad su verdadera pasión. Quién sabe, a lo mejor incluso descubre que es la Fórmula 1.
Pingback: Kimi Räikkönen: el hombre que nunca estuvo allí
Aburrirse dentro de un coche a más de 300 Km por hora, qué tendrá que hacer la novia para entretenerlo
En el yate en Monaco no bebia champagne, aquello lo recuerdo bien. Parecia vodka o gin con tonica
Un artículo interesante. Tengo que decir que me ha sorprendido. Enhorabuena por el
Este artículo está muy bien pero echo de menos los de Zapico. ¿Porque ya no los publica? Eran muy didácticos. El de las utilidades de la Formula 1 y el de los atracadores son geniales
Me gusta el título que encabeza la notícia, el referente cinematográfico está bien buscado, de todos modos quizás, Mies vailla menneisyyttä (The Man Without a Past) hubiera sido un titular más adecuado debido a su director (Aki Kaurismäki). Por otro lado, si alguien recuerda a Mikka Hakkinen, tambien era un tipo frío con cierta alergia a los focos y cámaras, los fineses son gente muy interesante
Gente sin complejos que va al grano. Kimi Räikkönen, Mika Häkkinen o cualquiera de las decenas de conductores de rallies, especialmente Tommi Mäkinen. Épico el mosqueo que se pilló el día del «arráncalo por Dios, Carlos» por ganar de esa manera.
Siento restar épica, pero Makkinen no se mosqueo cuando lo de Sainz. Se enteró por una llamada telefónica mientras concedía una entrevista televisiva y se quedó pasmado, pero nada más.
Buen articulo, gigantesco personaje, pero echo de menos referencias a Abu Dhabi’2012, la victoria que le define, y en general a su etapa en Lotus, la escudería que supo entenderle.
Algunas de sus respuestas parecen copiadas de Groucho Marx. Quizá sea una pose, aquello de que sólo está en F1 por que el dinero que le pagan no lo obtiene de otro lado, ahí tenemos a Niki Lauda un GP sí y otro también en calidad de espectador o asesor de lujo. Era demasiado tentador no escaparse al guiño de mofarse de Alonso cierto? Como sea, prefiero 1000 veces a este piloto que al bufón de Hamilton.
Buen articulo y vale como entrada para la wikipedia sobre quien es Räikkönen, en serio, cuando dentro de unos años un joven nos pregunte sobre el le podemos lanzar a leer esto.
El unico pero es el cierre, ya me disculpará el autor.
«Y quizá, de paso, averigüe cuál es en realidad su verdadera pasión. Quién sabe, a lo mejor incluso descubre que es la Fórmula 1.»
Quizá siga sudando tres cojones que es la F1, total el «se la ha pasado» (por el forro de los huevos) y ha vivido para contarlo, entre risas y alcohol. Como d.o.s. manda.