Empecemos por puntualizar una cosa: me encanta la música, sin banda sonora mi vida sería menos cinematográfica y emocionante. Hay canciones que, casi literalmente, me han salvado la vida. Y científicamente hay muchas ventajas demostradas a propósito de ponerle un poco de música a nuestro cerebro, como explico aquí.
Dicho lo cual, también debo señalar que la letra de la mayoría de las canciones que se han compuesto en la historia de la música son una bobada. Y, también, peligrosas como una droga dura. Muy peligrosas como los aforismos perogrullescos de Paulo Coelho. Peligrosas como cualquier cosa muy estúpida y huera que la gente comparte por Facebook como si fuera la quintaesencia de lo profundo, lo esclarecedor, lo reflexivo.
Probablemente hay algo de boutade en esta afirmación, pero no tanto como parece si echamos mano de la bibliografía científica disponible al respecto.
La música es poderosa en ti
No quiero que jamás se prohíba la música. En Irán, por ejemplo, solo está autorizada la música tradicional y algunos cantantes masculinos sentimentales. Todo lo demás forma parte de una contracultura casi invisible. El rock y, sobre todo el rap iraní, está terminantemente prohibido en el país. En su libro Smart, Frédéric Martel entrevista a uno de estos músicos subterráneos, Rasul, batería de una de estas bandas underground, y explica así a lo que se arriesga si les pillan tocando en un garaje o una sala improvisada: «A que me destruyan la batería y a dos días de cárcel; en algunos casos graves, a setenta y cuatro latigazos».
Yo no quiero prohibir la música, ni siquiera la ramplona, pero queda patente que muchos otros sí quieren hacerlo. Esto nos ofrece la primera pista del presunto poder de la música: puede hacerte pensar o sentir cosas de un mundo muy intenso. Woody Allen, en Misterioso asesinato en Manhattan, decía: «Cuando escucho a Wagner durante más de media hora me entran ganas de invadir Polonia». En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer escribía: «En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad».
Los músicos iraníes, a pesar de los riesgos, continúan porfiando en expresarse y polarizar (o despolarizar) las mentes de quienes les escuchen, tal y como señala Martel:
El fenómeno mp3 y iTunes ha abolido prácticamente, si no legalmente, la censura sobre la música en Irán […] Miles de jóvenes iraníes exiliados en Tehrangeles, antimulás, nerds, apasionados por el mundo digital o empleados de startups, inventan en tiempo real software para desactivar las argucias de la censura de su país de origen. Nunca les faltan ideas y están dispuestos a echarle todas las horas del mundo.
No es un fenómeno nuevo. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, el rock estaba prohibido en Londres. Así que los agentes contraculturales se trasladaban a plataformas extramuros de los límites marítimos del país para emitir rock desde allí, inundando de ondas hercianas el puritanismo british.
La música es tan importante a la hora de hacernos sentir cosas que ha existido desde tiempos inmemoriales. Es una práctica exclusiva de la especie humana (porque no hay evidencia de que a ningún otro animal le guste la música), y el artefacto más antiguo que ha llegado hasta nosotros es precisamente un instrumento musical, una flauta de cuarenta mil años de antigüedad.
Do re mi, sí (letra, NO)
La música es tan poderosamente irracional, tan profundamente instintiva, que incluso existen innumerables casos en los que esta ha sido compuesta bajo los efectos de los estupefacientes. Muchos genios del jazz, como Miles Davis, eran adictos a los opiáceos. A love Supreme de John Coltrane tuvo como fuente de inspiración un episodio próximo a la sobredosis. El ritmo de la música punk se aceleró de forma perceptible cuando las anfetaminas se convirtieron en la droga predilecta de la escena musical, sobre todo en el Reino Unido. The Stooges o New York Dolls le daban más a la heroína, y quizá por eso tocaban a un ritmo más lento. The Grateful Dead insistía en tocar en directo bajo los efectos del LSD. Y tal como escribe Zoe Cormier en su libro La ciencia del placer:
El reggae se compone con resina de marihuana, y cuanto más cannabis se consume más lento es el ritmo, como se evidencia en el espectacular cambio de tempo experimentado por Bob Marley & The Wailers cuando se incorporó Lee Perry.
Sin embargo, las letras parecen tener un estatus superior, cuando en realidad tienen el mismo: son igualmente irracionales, pero aún más peligrosas porque precisamente no parecen irracionales.
La música es capaz de saltarse nuestras barreras lógicas, agitando las entrañas de la misma forma que lo haría un enamoramiento o la muerte de un ser querido. Ninguna otra actividad humana estimula tantas zonas del cerebro, ni el lenguaje, ni el deporte, ni el cine, tal y como escribe Oliver Sacks en su imprescindible volumen sobre el tema, Musicofilia, «a los anatomistas les resultaría difícil identificar el cerebro de un artista, un escritor o un matemático, pero podrían reconocer el cerebro de un músico al instante».
Pareciera que la música conecta de forma inaudita las partes más antiguas y modernas de nuestro cerebro. Por ejemplo, en 2008, el catedrático Aniruddh Patel, del Instituto de Neurología de San Diego, descubrió que, al escuchar música, el ritmo de las señales eléctricas que atraviesa las neuronas alcanza un nivel de sincronía inédito, tal y como publicó en la revista Nature.
Pero si las notas musicales son capaces de encauzar tus sentimientos, las letras de las canciones llegan mucho más allá. La razón de ello no es neurobiológica, sino social: consideramos que las palabras pueden ofrecer ideas, argumentos, historias. Pero ¿cuál es la calidad intrínseca de estas letras si les arrebatamos el ornamento musical?
Por ejemplo, Guerra y Paz ofrece muchas letras que forman oraciones, ideas. Incluso lo hace El código da Vinci. Hay ensayos de trescientas páginas que pueden ofrecer ideas más complejas, conceptos que nunca habían pasado por nuestra mente, matizaciones que permitirán que recalibremos nuestras opiniones más arraigadas e incluso los sentimientos asociados a los mismos. Porque solo así podremos aplicar lo que dijo Clovis Andersen: «Uno no sabe nada hasta que no sabe por qué lo sabe».
Pero si transcribimos la letra de cualquier canción apenas llenaremos media cuartilla. De hecho, la mayoría de letras se basan en repeticiones de párrafos, y el llamado estribillo acostumbra a ser una reiteración machacante que recuerda a lo que podemos oír en una secta, lo que puede escribir un gurú vitriólico, lo que podemos leer en un grimorio para invocar un súcubo. Y en este punto estriba la peligrosidad de las letras de las canciones: obran como manipuladoras de mentes con la síntesis y la superficialidad de un mensaje de galleta de la suerte de restaurante chino, a la vez que han adquirido el estatus de una novela o un ensayo repleto de ideas complejas llenas de matizaciones, aclaraciones, fuentes contrastadas y demás exigencias intelectuales.
O dicho de otro modo: en vez de tirar horas y horas para documentar y escribir este artículo, con el propósito de que algún lector pueda replantearse lo que creía cierto, ¿debería haber escrito una tonada del tipo «la letra de tu canción es peligrosa, solo escucha tu corazón, oh, oh, oh»? O mejor: debería haber escrito una tonada que dijera más o menos lo que creo que la mayoría de mis oyentes considerarán cierto, una idea universal que cualquiera podrá fácilmente hacer suya.
La canción no es para ti (aunque lo parezca)
La mayoría de letristas no son personas particularmente cultas, y en muchas ocasiones ni siquiera son inteligentes. Carecen de formación académica específica sobre el asunto del que están opinando (no nos engañemos, la mayoría de veces acerca de algún problema amoroso). No ha bregado con la suficiente documentación. Sencillamente aportan su visión de las cosas en función de su experiencia personal (inducción imperfecta, es decir, que no puede volverse universal) o lo que ha aprendido en la llamada universidad de la calle, que es como no decir nada (la forma más segura de acumular conocimiento válido, epistemológicamente hablando, es a través del método científico o similar, y este debe ser objeto de escrutinio de otros especialistas en publicaciones revisadas por pares).
Es decir: las ideas que aportan las canciones suelen ser teorías puramente especulativas presentadas como verdades establecidas, analogías forzadas cuando no absurdas, retórica que suena bien pero cuyo significado es ambiguo. ¿Cómo sabemos que lo vertido en una canción es conocimiento contrastado? Sencillamente no lo sabemos. Y no hay forma de acceder a las bases de la lógica y de la ciencia que subyacen a esas afirmaciones.
Lo que te diga una canción acerca de cómo te debes sentir tras una ruptura amorosa es posible que no sea lo más adecuado, solo es lo que opina el tipo que lo ha escrito (o ni siquiera eso). Solo son palabras vagas que sirven para todo. Palabras que hacemos nuestras, como si la canción estuviera escrita justo para nuestra situación, para nosotros, como si el letrista nos conociera perfectamente.
Una sensación, o más bien sesgo cognitivo, que también aparece cuando visionamos determinadas películas o leemos determinados libros, sobre todo si están llenos de versos poéticos. En la música, sin embargo, el efecto es más poderoso porque está acompañado de tres factores que lo refuerzan:
– Melodía: consolida las oraciones porque tienen la extensión que melódicamente deben tener.
– Rima: obra como cantos de sirena que inciden en nuestras emociones hasta el punto de que si suena bien parece más cierto que si suena mal (es decir, no rima).
– Repetición: robustece el mensaje, sobre todo si es repetido en un estribillo multitudinario (sesgo endogrupal), como las repeticiones tribales acompañadas del tam-tam.
Estos factores, además, facilitan que los mensajes musicales se queden grabados mucho mejor en nuestra memoria. En un experimento realizado por David Rubin, un profesor de la Universidad de Duke, sometió a un grupo de estudiantes universitarios a un ejercicio de memorización. Quienes debían escribir la letra de The Star-Spangled Bennett recordaban menos palabras si lo hacían sin música que si lo hacían con música. Añadamos a todo eso los llantos, los lamentos, los gruñidos, los arrullos, las risas, las quejas, los aullidos, las aclamaciones, los aplausos, los gritos y otras tantos añadidos acústicos y reclamos que impactan directamente en nuestros sistema límbico, una región de nuestro cerebro implicada en nuestras emociones.
La razón de que las canciones infantiles sean melódicas es que a los niños les cuesta mucho menos memorizarlas. En las postrimerías de nuestra vida, cuando el alzhéimer hace estragos, las canciones de nuestra juventud son las que más fácilmente persisten. Esa es la magia de la música, y precisamente debido a su extraordinario poder debemos tener precaución con su mensaje. Evitar convencernos de que sus afirmaciones son más sólidas sencillamente porque están construidas sobre cimientos melódicos. Como diría el tío de Spiderman: «todo poder conlleva una gran responsabilidad». La letra, a rebufo del hype de Star Wars: Force Awakens, es como la Fuerza. Puede usarse para el bien o convertirte en un sith. Así de peligrosa puede ser la letra de una canción.
Somos tontos y por eso nos gustan las tontunas
No hay que mirar todo con una lupa, pero tampoco olvidar que nuestros ojos (y el de los cantantes que nos encandilan) están desenfocados como si sufrieran presbicia. El cambio de paradigma que supuso el desarrollo del método científico, allá por el siglo XVII, fue el admitir que el ser humano era tonto y, en consecuencia, solía enamorarse de las ideas más tontas, siempre y cuando se ajustaran a sus prejuicios. Los hechos que sencillamente no encajan, se olvidan o se reinterpretan.
Por esa razón, se borró de un plumazo todo el conocimiento pretendidamente acumulado por pensadores y filósofos durante milenios, se evitó la falacia de autoridad (eso es verdad porque lo dijo Aristóteles), y se empezó a construir el conocimiento desde cero de una forma totalmente revolucionaria: a partir de ahora nada es verdad si no se nos muestra cómo se ha alcanzando esa verdad y los mecanismos que subyacen a la misma; y además esa verdad debe estar expuesta al escrutinio ajeno, y en el momento que alguien encuentre el más mínimo error, la verdad deberá desautorizarse.
Es decir, por primera vez el conocimiento ya no era lo que decía una persona, sino el producto de la crítica de determinadas afirmaciones. El conocimiento era resultado de la colaboración entre mentes que buscaban los tres pies al gato a lo que tú decías. Y este no es un método exclusivamente científico, sino que puede extrapolarse a muchas otras áreas del saber.
La letras de las canciones, sin embargo, está arraigada aún a todos los vicios que conseguimos superar hace cuatrocientos años: afirmaciones sin pruebas, falacia de autoridad, mensajes crípticos difícilmente cuestionables, etc.
Coged cualquier canción de amor. La que sea. Puede que vierta verdades universales que suenan estupendamente bien y que puede aplicarse a mucha gente. Porque son consejos de libro de autoayuda disfrazados de conjuros musicales que invaden nuestro sistema límbico. Porque son oraciones religiosas que enardecen el fervor numinoso, las del Santo Pentagrama, que hace proselitismo y premia el asentamiento, la fosilización, la transmisión de memes vía nota musical, el así seré, así seguiré, nunca cambiaré. Las letras de las canciones son de una simpleza rayana en el insulto, en muchas ocasiones, pero nuestro cerebro se encarga de llenarlas de significado. En realidad hacemos nosotros el esfuerzo, no los letristas o los intérpretes. Como si fuera el placebo que se experimenta al tratarnos con homeopatía.
Ahora agarrad, por ejemplo, un ensayo sobre el amor escrito por Ortega y Gasset o Erich Fromm. Aunque tales ensayos no son particularmente científicos, sí que son exhaustivos, y pueden contraargumentarse convenientemente. Como apunta Steven Johnson en su libro Cultura basura, cerebros privilegiados al criticar los debates de televisión como forma de adquirir conocimiento:
Los ensayos complicados y que tienen un desarrollo secuencial (en que cada premisa está basada en la anterior y en que una idea puede necesitar todo un capítulo para ser convenientemente desarrollada), no están hechos para ser expresados en un intenso programa de debate.
Llegados a este punto, debería causar rubor que esgrimiéramos canciones como bandera de cualquier idea. Las canciones son gritos. Palabras de aliento del entrenador de fútbol. Frases reconfortantes de tu mejor amigo para pasar lo mejor posible tu última ruptura amorosa. Síntesis de psicólogo de bar que quizá te eviten pagar a un profesional. Y eso es mucho, no me malinterpretéis, porque como ya dije la música es importante en mi vida. Pero es solo eso. No deberíamos atribuirle virtudes de las que carece. Es decir: la música no transmite información fidedigna, porque su objetivo es la persuasión y el placer estético, no la persecución de la verdad.
Ripios publicitarios, mensajes para estampar en una camiseta, eslóganes rimados, canciones de verano, las tan en boga batallas verbales de raperos… son lo que son. Construcciones artificiosas para generar emociones (y generar emociones, per se, no es ni bueno ni malo, ni elevado ni fangoso, porque también la telenovela Cristal generaba emociones a tutiplén). Un discurso zombi perfectamente adornado de pirotécnica. Una paremiología simplificada, un dogma, un meme musical. Todo eso es la música. Y precisamente por ello me encanta la música. Porque a todos nos gusta vivir en nuestra propia película. Con banda sonora incluida.
Me ha hecho mucha gracia la parte en la que el autor contrasta el método científico con la escritura de una canción. Ahora bien, si somos rigurosos esta enmienda a la totalidad tropieza con ciertas canciones de Bob Dylan o Leonard Cohen por citar algunos…
Un par de correcciones:
1.- No es que el r’n’r estuviese prohibido en Londres, los problemas eran la falta de apoyo de las radios inglesas al pop-rock y la rigidez de las regulaciones que impedían que surgieran nuevas emisoras. La solución era irse al Mar del Norte y emitir música de «conjuntos de melenudos» desde aguas internacionales. (Lo cual tiene un punto de quijotismo, romanticismo o como quieras llamarlo acojonante)
2.- Es Star Spangled Banner.
A todos nos gusta vivir en nuestra propia película. Con banda sonora. Continuamente. Sobre todo ayuda si la vida no te trata bien o tu a ella. No sé bien.
Yo soy musico, vaya por delante, pero jamas le he atribuido a las letras de canciones la importancia que el autor afirma que les da la gente, seguramente porque me conozco el percal y si el ser humano es tonto, el musico es el mas tonto de los seres humanos ( en el sentido que se le da en el articulo a este palabro) Obviamente hay excepciones pero creo que la tesis del articulo es muy acertada y por eso me ha encantado, no podemos estar criticando a un futbolista por opinar sobre politica y luego elevar a los altares a un bob marley cantando «one love». Acabemos con el respeto sacramental a los musicos!!! que son (somos) mu tontos!!! (y ya de paso con el de los futbolistas)
Enhorabuena por el escrito.
Vale lo mismo para la literatura?
Me gusta que los artículos sean extensos como los del Jot Down y suelo divertirme leyendolos. Si me permitís una crítica, podriais evitar, en general, algunos tópicos como el de relacionar músicos con drogas, en este caso la peor producción de Miles Davis es precisamente la que coincide con sus años de autentica adicción y Coltrane había abandonado completamente las drogas en el tiempo de su A love supreme. También me ha extrañado eso de «despues de la segunda guerra mundial el rock estaba prohibido en Inglaterra», no ya porque realmente nunca estuvo prohibido sino porque despues de la segunda guerra no existía aun el fenómeno que se conocío 10 años después como rock and roll.
Pues no puedo estar en más desacuerdo. Hay letras de canciones tontas y letras que no lo son. Igual que hay novelas, poemas y sí, ensayos, de mala calidad. La mayoría de las letras de las canciones son malas, como las propias canciones, como la mayoría de las libros, películas y en general producciones artísticas, porque es mucho más fácil hacer algo mediocre que una obra maestra. Pero de ahí a decir que los letristas son tontos… Como alguien ha escrito más arriba , Bob Dylan y Cohen muy tontos no parecen o Aute o Serrat o muchos otros. Incluído Bob Marley, que tiene muchas más canciones a parte de «One Love» y cuyas letras tenían mucho contenido político tanto que quisieron asesinarle.
«La mayoría de letristas no son personas particularmente cultas, y en muchas ocasiones ni siquiera son inteligentes. Carecen de formación académica específica sobre el asunto del que están opinando. Sencillamente aportan su visión de las cosas en función de su experiencia personal o lo que ha aprendido en la llamada universidad de la calle, que es como no decir nada.»
El artículo es muy interesante, pero no puedo estar más en desacuerdo con este párrafo en concreto. Jamás tacharía a Bowie, Dylan, Leonard Cohen y a muchísimos otros menos conocidos y respetados de incultos. Y mucho menos de poco inteligentes.
Probad a juzgar de la misma manera a pintores, escritores, cineastas o a cualquier otro gremio vinculado con la cultura o la creatividad y veréis como la ecuación no encaja.
Dice «la mayoría», no todos.
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No acabo de ver el ritmo lento de The Stooges o New York Dolls. Johnny Thunders fue adicto a la heroína, pero nunca tocó con ritmo lento, y lo mismo podríamos decir de los Stooges. Por lo demás, interesante ensayo, aunque algunos puntos discutibles
Porqué hablar con esa suficiencia? El artista tonto, la audiencia mediocre, los tópicos comunes. Es el método científico, científico? O es ociosa la pregunta. Quizá por ser el más lúdico en el arte, la creación musical no tiene ni debe apegarse a método científico alguno, ni mucho menos. La validación de la inteligencia tampoco tiene que pasar por el filtro universitario como trata de inocular el autor, en el frágil cascarón mental de sus mediocres lectores. A los nombres agregados de los que la gente supone «inteligentes», yo rescataría los de Pete Townshend, Ray Davies, y un larguísimo etcétera.
Letra y música no tienen na da que ver,la música es un númen abstracto.A una pequeña partitura musical se le pueden adosar un numero ilimitado de «letras» que no afectarán su ser.Las letras pueden afectar el entendimiento intelectual de un sujeto,la música afectará este entendimiento, emotivamente, en un sentido cualquiera.Por tanto creo que el articulo no esta adecuadamente enfocado,se le esta llamando música a las letras que suelen tener las canciones populares,que sí son tontas en un 90%.
Artículo archivado. Sección: releer de vez en cuando. Apartado: compartir con amigos.
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A mí me gusta el rock y otras músicas salvajes y paroxísticas.
Al que le gusta la música suele ser porque es una manera de estructurar el tiempo, algo abstracto y alejado de sentimientos sublimes. En mi caso además me chiflan los gritos, los ritmos trepidantes y un cierto salvajismo.
Una de las mejores canciones de la historia del rock «Smoke on the water», narra el incendio de un hotel junto a un lago en Suiza. Si la letra fuera algo trascendental, seguro que a los Deep Purple les sale un churro como un piano.
O sea que me parece que el que se fija mucho en la letra valora menos la música…
Siempre me ha hecho gracia que me defiendan las letras con los cantautores, gente de pésimo desarrollo musical, al fin y al cabo son los que trabajan en el «lado oscuro», o sea los que no «son» músicos y pasan por serlo porque sus «mensajes» los acompañan de tristes acordes.
Esto que digo no es una verdad científica, ojo, sólo CONSTATO UN SESGO ESTADÍSTICO, y para ello un ejemplo:
Un caso de letras y música excepcionales en español: El grupo Triana, fenómeno único e irrepetible. Para que como dice la ciencia, tu tesis la invalida un contraejemplo.
PD: Leonard Cohen es un magnífico antídoto para el insomnio, y además queda bien, y muy intelectual, mencionar que se le ¿escucha?….otro sesgo estadístico, igual algunos lo escuchan, al menos él escuchará sus propias canciones…
Es Star sprangled banner, el himno nacional de los Estados Unidos.
El rock no naciÓ poco tiempo después de la segunda guerra mundial, y mucho menos las emisoras piratas flotantes, que surgieron cuando aquel ya se había popularizado.
Ah, y, de todas formas, pierdes el tiempo al comparar letras de canciones con filosofia, etc: lo que nos engancha de la música es el ritmo y la melodía, a no ser que el letrista sea un genio, cosa que se da en, si acaso, el 0,5 por ciento de los casos.
O bien no he entendido bien al autor, o bien me parece que todo el análisis parte de premisas equivocadas. ¿Qué es la literatura, en su opinión?
Muy atrevido el artículo…en mi opinion hay canciones (pej muchas de marea o extremoduro) q tienen letras q ya quisiera mucha literatura
«No deberíamos atribuirle virtudes de las que carece. Es decir: la música no transmite información fidedigna, porque su objetivo es la persuasión y el placer estético, no la persecución de la verdad.» ¿Es que alguien cree que la música transmite información y persigue la verdad? Me parece bastante tontuno el artículo, vaya…
El artículo molón
No es más que otra canción
Si lo quieres disfrutar
Lee y no pares de bailar
Yeah yeah yeaah!
Ejemplos de buenos letristas (algunos excepcionales) que además son grandes compositores musicalmente hablando los hay, desde luego. Nadie ha nombrado por aquí a Nick Drake, Tim o Jeff Buckley. También incluyo al primer Serrat. pero podría seguir con Djavan, Milton Nascimento o Caetano…Bob Dylan, Lou Reed, son asimismo grandes letristas aunque musicalmente no los pondría, en general, a esa altura.
Enhorabuena. Me ha encantado. :)