Cine y TV

La muerte os sienta tan bien

La ciudad de los niños perdidos. Imagen: Sony Pictures.
La ciudad de los niños perdidos. Imagen: Sony Pictures.

Exceptuando Twitter y cualquier tipo de apocalipsis zombi, la gente por lo general acostumbra a morirse una vez en la vida. Y, en la mayor parte de las ocasiones, el protagonista de dicho tránsito suele afrontar la situación a regañadientes al sospechar que a lo mejor podría estar haciendo otras cosas más importantes, como por ejemplo no morirse. En la práctica, y dejando a un lado religiones con especial interés en tener una prórroga desde un punto de vista animal, tan solo existe un tipo de trabajo que permita el replay tras el último suspiro y este es el que se realiza sobre las tablas y frente a las cámaras. La actriz y el actor pueden compensar todo lo malo que tiene esa profesión (horarios bohemios, orgías sin compromiso, riadas de alcohol y sacos de droga) con la posibilidad liberadora de meterse en la piel de otros y, sobre todo, de morir siendo otros. Morirse siempre ha dado mucho juego: pronunciar las palabras exactas pero reservar el aliento definitivo para poner un punto y aparte en medio de la frase si se quiere generar misterio, o al final de la misma si se prefiere subrayar la rotundidad, caer al vacío boca arriba extendiendo la mano y lanzando un grito que las alturas apagan, soltar palomitas a volar mientras se recitan monólogos sobre raves locas en la galaxia de al lado o diñarla pulsando el botón de autodestrucción, que toda instalación secreta tiene sorprendentemente muy a la vista, activando una cuenta atrás anunciada claramente por megafonía. La muerte fílmica en el fondo también es hermosa por romántica e infantil, y por su absurdo clasismo: los anónimos sherpas que ejercen de extras se despeñan por barrancos y los sicarios fenecen sin que nadie se acuerde de ellos, mientras el villano principal goza de una despedida pomposa y los coprotagonistas tienen su propio tema de la banda sonora acompañando el deceso e invocando a las lágrimas.

Morir en una pantalla grande es divertido, hay infinitas formas de hacerlo. Aquí debajo diez de ellas se repeinan para presentarse en sociedad. Y todas llevan en la frente la palabra SPOILER escrita con más o menos tinta.

Morir troleando – L. A. Confidential

La cara de trol, el rostro de internet que representa la sorna moderna, una mueca burlesca toscamente dibujada con el mismo tono del slang gráfico que habla la red. Trolear hoy en día ya no tiene que ver con vivir bajo un puente y proponer acertijos a los que no quieren mojarse las botas cruzando el río, sino con la solemne y respetable disciplina de tocar los cojones.

L. A. Confidential. Imagen: Warner Bros.
L. A. Confidential. Imagen: Warner Bros.

L. A. Confidential nació en el papel bajo la pluma de James Ellroy y fue adaptada al cine por parte de Brian Helgeland y Curtis Hanson, siendo este último el encargado de orquestarlo todo tras la cámara. La película resultó una joya y, a pesar de entrar en la gala de los Óscar con una colección de nominaciones, salió de allí muy ligera, porque a James Cameron se le había ocurrido llevar la cámara a un crucero. Aun así Kim Basinger se llevó el Óscar a la mejor actriz de reparto, mientras Helgeland y Hanson recogían otro concedido a su adaptación del guion, un reconocimiento más que merecido: convertir un libro tan complejo en una película sin traicionar su esencia les había fundido muchas neuronas y supuesto demasiadas jornadas de trabajo frente a una mesa con un croquis inmenso de cartas, con las tramas y eventos principales de la historia, que utilizaban de mapa para moldear el guion del film. En realidad, durante la preproducción nadie confiaba en aquellos dos escritores —Helgeland venía de redactar Pesadilla en Elm Street 4 y lo último que había escrito Hanson lo había hecho diez años atrás—, pero ambos tomaron una vía arriesgada en la adaptación resituándolo todo, eliminando bastantes cosas e inventando otras cuantas. Y, finalmente, la que quizá sea la mejor escena de la película, y una de las mejores muertes en pantalla de la historia del cine, sería una de aquellas escenas inventadas que no formaban parte del libro original. De hecho, las páginas de la novela ni siquiera mencionaban al personaje clave de dicha secuencia, alguien que incluso dentro de la película es una invención: Rollo Tomasi.

Jack Vincennes (Kevin Spacey) charla en la cocina del capitán de policía Dudley Smith (James Cromwell) cuando un disparo de Smith en todo el pecho le insinúa que a lo mejor el hombre está ligeramente podrido por dentro. El balazo atraviesa la camisa dejando un elegante agujero a la altura del corazón y una corbata en forma de hilo de sangre, pero Vincennes tiene aún tiempo para murmurar dos palabras, Rollo Tomasi, que servirán de pista para que Smith se descubra. Y es que el capitán de policía no lo sabe, pero Hollywood Jack se la acaba de clavar con un nombre y un apellido, acaba de condenarlo a desenmascararse a sí mismo ante un tercero que realmente conoce el origen de ese nombre, y remata su treta con una media sonrisa justo antes de morir. Ese gesto de sorna infinita, ese momento exacto que significa un «estás muy jodido pero aún no lo sabes», seguido de un último suspiro tan sublime que uno se pregunta si el pobre actor no la habrá palmado de verdad. Ahí es donde Spacey inventó la sonrisa trol antes de que el mundo se conectase a internet.

Morir fatal – Matrix Revolutions

Hay una razón por la que en las películas la gente que está herida de muerte dice lo que tiene que decir para justo después fallecer de golpe como si alguien les pulsase el botón de off. Y es el timing, el ritmo, el no aburrir con un personaje agonizando durante horas que acaba de comentar al resto del reparto que si eso que sigan sin él. Porque no puedes tirarte mucho rato de cháchara si están ocurriendo más cosas en pantalla o la trama necesita moverse, porque en el cine nadie va al hospital y muere por complicaciones sobre la camilla medio día después, en el cine o se saca la bala con un cuchillo y se rocía el agujero con whisky o se muere sobre el campo de batalla diciendo lo justo y necesario. Y estancado a medio camino entre ambas opciones está lo de Trinity (Carrie-Anne Moss) en Matrix Revolutions que, tras ser agujereada por unos hierros de decorado chusco, se pone a contarle su vida y milagros a Neo (Keanu Reeves) durante cuatro minutos eternos para acabar muriendo del todo tras un último beso. No es solo que todo el diálogo de la escena sea ramplón e insulso, sino que la pareja lleva tres películas demostrando la misma química entre ellos que un par de piedras con una cara dibujada y ponerles ahora a decirse cosas de quererse huele a clavo al rojo. Media hora después el espectador no recuerda si la chavala hablaba sobre sentimientos o sobre si se habían dejado el gas abierto. Apuntar a una escena romántica memorable y obtener un bostezo es lo que lograba la muerte de Trinity, pero, para ser justos, iba a juego con el resto de la película.

Morir por sorpresa – Quemar después de leer

Quemar después de leer. Imagen: Focus features.
Quemar después de leer. Imagen: Focus features.

Es cierto que cuando tienes a grandes estrellas en una película no acostumbras a ver cómo sus sesos acaban promocionando a Pollock a menos que los actores se encuentren militando en papeles de villano. Pero Martin Scorsese con Infiltrados le dio un repaso al casting más celebre a base de tiros en la jeta y logro así retorcer una de las creencias del espectador: que ciertos rostros están tan cotizados como para permanecer intocables ante la violencia de la pantalla. Luego llegaron los hermanos Coen y elevaron la apuesta de «fatalidad inesperada protagonizada por famosete» en Quemar después de leer. Y en esa película fueron muy listos, porque el personaje de Brad Pitt no se esperaba que salir del armario se convirtiera en el gatillo que finalizara su existencia, pero tampoco nadie entre el público podría decir que había intuido que el disparo mortal tendría lugar, porque la propia película, operando en sentido inverso a la tradición cinematográfica, no se había molestado en insinuar ni remotamente que aquello podría llegar a ocurrir cuando el de Pitt era un personaje cómico y afable, y ni el tono, ni la banda sonora, ni la escena insinuaban una tragedia. Esa fue la auténtica muerte por sorpresa.

Morir bailando – Killing Zoe

Roger Avary es un colega de Quentin Tarantino, de la época en la que ambos frecuentaban las estanterías de cierto legendario videoclub, y también la persona que le echó una mano a la hora de escribir escenas en sus primeros guiones (Amor a quemarropa, Reservoir Dogs, Pulp Fiction). Es el hombre que cuando subió a recoger el Óscar compartido por el libreto de Pulp Fiction dijo aquello de «y ahora me tengo que ir porque me estoy haciendo pis», una coña extraña que hacía alusión al hecho de que las cinco nominadas a mejor película contenían en algún momento una escena con alguien disculpándose por ir a mear. Avary también se dedicaría a ejercer como director y, antes de facturar la curiosísima Las reglas del juego, se estrenaría en el largometraje con Killing Zoe, un hiperviolento atraco a un banco cuya promoción se sirvió en su momento del fenómeno Tarantino para ganarse un empujón. La película de Avary contenía una escena en la que uno de los personajes acababa siendo acribillado por un chaparrón de balas, una secuencia resuelta con tan mala fortuna como para convertir la tragedia en la coreografía de un borracho bailando pachanga. Hay muchos que afirman en internet que esta otra escena con disparo de la «übercutre» película turca Karateci Kiz es la peor y más torpemente prolongada muerte de la historia del cine, pero si ponemos Killing Zoe y sus contoneos al lado podríamos dudar durante un segundo.

Morir por indiferencia – Varios

Nauls en La cosa, cuatro de los bastardos en Malditos bastardos, el alien bicéfalo con ambas jetas de Jonnhy Knoxville en Men in Black 2, el personaje de ayudante palurdo de Paul Scheer en Piraña 3D, Frenchy en Grease 2, Midge Wood en Vértigo, Izzy y Rhonda en Jeepers Creepers 2, el sicario de parche en el ojo y mono en el hombro en En busca del arca perdida, Juggernaut y Pyro en la tercera entrega de X-Men. Existen un montón de personajes menores en las películas cuyo destino final acaba siendo incierto porque desaparecen del film y nadie en el mismo vuelve a mencionarlos en ningún momento. En algunas ocasiones esto ocurre en modo ninja, alguien simplemente sale de la escena y no vuelve a aparecer en la película nunca más. En otras, un evento que parece importante deja al personaje en una situación cuya resolución el público no llega a conocer nunca. Todos esos acababan siendo una suerte de muertos inciertos y colaterales de un guion torpe o de un montaje severo, es posible que los guionistas no supieran qué hacer con el personaje una vez este ha cumplido su función e incluso que directamente se olvidasen de él, pero la causa más común solía ser que parte del metraje resultaba eliminada del montaje final. Esto último ocurría en La máscara cuando la periodista Peggy Brandt (Amy Yasbeck) se esfumaba de la historia sin razón aparente. Una escena eliminada del DVD revelaría que la chica acababa siendo liquidada por el malo de la película al estilo de los dibujos animados: siendo arrojada a las rotativas de un periódico y convirtiéndose en primera plana de una edición impresa en tinta de rojo sangriento.

La máscara. Imagen: New Line Cinema.
La máscara. Imagen: New Line Cinema.

Morir como sicario – Saga Austin Powers

Años de cine de aventuras, espías y superhéroes, de historias con villanos liderando ejércitos de soldados condenados a funcionar como carne de cañón. Y al final resulta que las únicas películas que se preocupaban por sus extras más sufridos, por esos masillas que contrata cualquier antagonista, eran las comedias. En Clerks se preguntaban qué ocurría con los obreros inocentes que estaban trabajando en la Estrella de la Muerte a las órdenes del lado oscuro. Pero sería en las películas de Austin Powers donde se llegaría mucho más lejos a la hora de dotar de una vida y sentimientos a los sicarios del Doctor Maligno, porque en ese mundo los ayudantes del villano eran retratados como padrastros ejemplares o personas muy queridas por sus amistades, seres humanos que al final acabarían palmando de manera horrible en el transcurso de la trama principal.

Morir por ser Sean Bean – el cine de Sean Bean

La frecuencia con la que el público ha visto morir al actor Sean Bean en aquellos productos en los que participa se ha acabado convirtiendo en un meme de internet en sí mismo hasta tal punto que en algunos casos ver su nombre entre los títulos de crédito podría considerarse un spoiler. Y aunque si bien es cierto que gran parte de los personajes que ha interpretado no han llegado hasta los títulos de crédito finales, también lo es que el hombre tiene un gran número de producciones en las que sobrevive al metraje. Pero la sombra de la leyenda parece pesar más que cualquier otra cosa, existen recopilaciones de sus muertes en pantalla, infografías sobre el tema, cameos en viñetas digitales y un montón de coñas a lo largo de internet. En algún lugar de YouTube un par de personas discutieron en su momento sobre el tema:

—Si en una película aparece Sean Bean y un chico negro, ¿quién muere primero?
—Sean Bean estaría interpretando al chico negro.

En Nerdist el caballero Kyle Hill se dedicó a realizar un análisis del asunto consistente en enumerar la cantidad de veces que Bean había fenecido en la ficción y comparar el resultado con las muertes de un buen puñado de intérpretes en una gráfica:

Is Bean a geometric mean?. Imagen: Nerdist.com.
Is Bean a geometric mean?. Imagen: Nerdist.com.

El resultado mostraba que en lo relativo al recuento total de muertes en pantalla Bean no conquistaba podio: se le adelantaban Vincent Price, Bela Lugosi y John Hurt. Pero incluso así la broma estaba lejos de ser una invención, de las más de setenta películas y series en las que había participado, el actor encontraba descanso eterno en un tercio de ellas. Eso sí, en caso de calcular una media relativa al número de películas totales de cada actor la cosa cambiaba: Sean Bean moriría 0,32 veces por película, empatando con Lugosi en el primer puesto y relegando a Hurt y Mickey Rourke al segundo.

Morir por Shirley MacLaine

Ella y sus maridos es una delirante comedia negra del 64 que arranca con un ataúd rosa escurriéndose por unas escaleras. Una película con un guion en el que, en un momento dado, Robert Mitchum le pregunta a una groupie si tiene planes tras la orgía que está teniendo lugar. Y también una obra que se empeña en ir liquidando poco a poco a su potentísimo reparto para condenar a Shirley MacLaine a ser una viuda negra involuntaria que colecciona funerales de maridos. La principal coña de la película es su sentido del humor metarreferencial, pues cada uno de los romances vividos por la protagonista se convierte en una parodia de un tipo de película diferente: el idilio con Dick Van Dyke se presenta con la estética y los silencios de una película muda, los roces con Paul Newman tienen una descacharrante secuencia de amantes en bañeras y los aires de superioridad del cine artístico francés, con Robert Mitchum todo se viste de Hollywood grandilocuente de los cincuenta, créditos falsos incluidos, y junto a Gene Kelly el amorío se convierte en un musical. Pero más delirante que estas ocurrencias referenciales es la muerte de cada uno de los personajes: Van Dyke pasa de pobre a multimillonario a base de currar duro y el propio trabajo acaba con su vida, Newman es asesinado por un grupo de brazos robóticos que ha creado para pintar cuadros a partir de música y Kelly es pisoteado por una manada de fans alocados. Mitchum es un caso aparte, porque a él se le reserva una de las muertes más poéticas del séptimo arte: la producida tras la hostia que le regala un toro cuando el hombre intenta ordeñarlo al confundirlo con una vaca.

Ella y sus maridos. Imagen: 20th Century Fox.
Ella y sus maridos. Imagen: 20th Century Fox.

Morir por mobiliario imposible – Robocop

En el Robocop de Paul Verhoeven uno de los malvados, llamado Emil Antonowsky e interpretado por Paul McCrane, que se encuentra persiguiendo a Alex Murphy (Peter Weller) estrella una furgoneta contra una cisterna en la que se puede leer toxic waste. El vehículo atraviesa la pared de la estructura como si fuera cartulina y se empapa de ese líquido verde que representó universalmente a toda sustancia peligrosa o ácida durante las décadas de los ochenta y noventa. El villano se aleja de la escena del accidente, derritiéndose gracias a la magia del látex, y comienza a caminar sin rumbo como un zombi en proceso de licuefacción hasta que su camino se cruza con un par de coches en plena persecución y, como resultado, acaba convertido en pulpa y esparcido sobre un parabrisas.

El problema de todo esto es ese contenedor de ácido. ¿Qué hace ahí? ¿Qué tipo de loco de la vida almacena litros de algo que puede corroer a las personas en segundos? ¿Qué medidas de seguridad de mierda son esas, una pegatina que pone Danger, para algo tan mortífero?

La muerte más terrorífica – La ciudad de los niños perdidos

La ciudad de los niños perdidos de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro contenía una escena en la que un individuo improvisaba una tortura cruel sobre otro. Ocurría en una secuencia brevísima y casi anecdótica entre dos personajes tan secundarios como para carecer de nombre o protagonismo, y por eso mismo el episodio parecía tan solo otra idea ingeniosa de una pareja de directores que en el fondo se habían tirado todo el metraje disparando ocurrencias fantásticas. Pero en realidad aquella escena se trataba de una de las maneras de morir más terroríficas y crueles mostradas en el cine.

En las entrañas de aquella urbe steampunk y portuaria habitaba una siniestra secta de ciegos que habían evolucionado a cíclopes gracias a una cámara mecánica atornillada en el ojo izquierdo capaz de transmitir imágenes verdosas directamente a sus cerebros. En un momento dado, uno de los malvados cíclopes es drogado por las mascotas saltarinas de un domador de pulgas, y engañado para que liquide a algunos de sus compañeros de un solo ojo. Y el hombre arremete contra uno de ellos aplicando un truco de inesperada crueldad: desenchufando el cable que conecta la cámara de la víctima a los sesos y conectando en su lugar otro cable que transmite lo que está viendo el agresor al cerebro de la víctima, para a continuación asfixiarle hasta la muerte. El pobre hombre muere de un modo espeluznante, ahogado mientras lo único que puede contemplar sin posibilidad de cerrar los ojos es su propio rostro asfixiándose. La escena apenas dura un par de segundos porque la película está a otras cosas, pero los escalofríos persisten unos cuantos días si uno decide darle vueltas al asunto.

La ciudad de los niños perdidos. Imagen: Sony Pictures.
La ciudad de los niños perdidos. Imagen: Sony Pictures.

 

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10 Comentarios

  1. Un artículo estupendo y descacharrante, especialmente en la sección Sean Bean. Y bravo por ese pequeño gran reconocimiento a un auténtico clásico moderno, quizá hasta un pelín infravalorado, como es «L.A. Confidential».

    Sólo un apunte: tal y como puede verse en el fotograma, a Jack Vincennes lo interpreta Kevin Spacey, no Russell Crowe.

    • Redios, menudo lapsus el mío. Y eso que andaba haciendo memoria de todos los casifamososperotodavíanotanto que salían en la película: Spacey, Crowe, Pearce. Y los he cruzado por el camino al redactar. Yo esto lo hago mucho.

      L.A. Confidential no sé si realmente está infravalorada, de hecho raro es el cinéfilo que se atreve a ponerla a parir. Sí que la apisonadora que fue Titanic la dejó en segundo plano por el monstruo mediático que son los Oscars, y siendo yo de aquella un adolescente zoquete recuerdo que ver la gala (con el galardón a mejor película yendo a parar al naufragio de Cameron) me cabreó muchísimo. Unas semanas antes había ido al cine a ver L.A. Confidential sin tener saber que iba a encontrarme para acabar saliendo de la sala flipando.

      Luego descubrí que la adaptación de libro a película estaba cuidadísima: en la novela el lector ya sabe que Dudley Smith es un traidor porque era la tercera parte de una saga y el personaje venía de otras páginas, en la película se descubría en esa escena y no se podía haber hecho mejor: el sopapo al espectador llegaba con eco.

  2. Amigo Diego… a «Russel Crowe» se le ha quedado una cara de Kevin Spacey que no puede con ella. ;)

    • A Máximo Décimo Meridio se le ha quedado cara de Keyser Söze, Y YO TAN ANCHO.

      Ay, bueno ya me lo ha arreglado el que estaba despierto en la oficina por lo visto.

  3. Pingback: La muerte os sienta tan bien

  4. «El pobre hombre muere de un modo espeluznante, ahogado mientras lo único que puede contemplar sin posibilidad de cerrar los ojos es su propio rostro asfixiándose.»

    En la película de ciencia ficción «Días extraños» tenemos una variante aún más sádica: gracias a un dispositivo que permite grabar y compartir los registros sensoriales de su portador, un asesino se conecta con su víctima para que ella vea y sienta lo mismo que él, y acto seguido la viola y estrangula.

    • ESTO.

      Anda, no me acordaba de Días extraños* y en cambio la escena de Jeunet se me ha quedado ahí. Ambas son del 95 así que a lo mejor ni siquiera se han plagiado la idea y es todo una maravillosa y terrorífica coincidencia.

      *De Días extraños lo que se me ha quedado grabado es el plano secuencia (con cortes camuflados) en primera persona del atraco.

  5. De días extraños, que es un peliculón, la escena que se te queda grabada es la de Juliette Lewis patinando.

  6. he echado de menos la «autorreferencial» de Peter Sellers en El Guateque ;-)

  7. Yo diría que es lo más normal del mundo que en un antiguo alto horno, que es donde sucede la escena de Robocop, hayan dejado abandonado un contenedor de desechos tóxicos.
    Me parece tan normal como que lo he visto varias veces e incluso existen empresas que se dedican a descontaminar entornos como esos.

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