El Ventolin une más que ser hincha del mismo equipo de fútbol. Esta revelación me asaltó una tarde de mayo conversando con un conocido periodista. Este me contó que una de las pocas personas que le negó una entrevista fue Francis Bacon. ¿El motivo? «Un ataque de asma», se disculpó el pintor de las tinieblas, mostrando su Ventolin como un triste trofeo. El periodista sacó el suyo del bolsillo y lo unió al del pintor. Bacon, finalmente, concedió la entrevista. Fue entonces cuando supe que el asma es una enfermedad intransitiva que hermana a quienes la padecen.
Dentro del ingente catálogo de perversiones que la naturaleza ha diseñado, probablemente el asma sea una de las más inicuas. Es incomprensible que en un mundo repleto de aire, haya individuos que lo echen de menos. Entre esos seres con respiración torcida se encuentra un número considerable de escritores, artistas e intelectuales.
No son pocos los estudios psicológicos que certifican una relación inextricable entre el asma y la hipersensibilidad. No debe extrañarnos, por tanto, esta tendencia asmático-artística que, a lo largo de los siglos, se ha venido repitiendo.
Los niños presentaban crisis de asma que sobrevenían repentinamente. Dichas crisis se caracterizaban por breve o muy breve duración. En los asmáticos tenemos que vérnoslas con seres muy precozmente sensibles a las relaciones emocionales y psicológicas con su entorno parental y que se han sentido precozmente en peligro afectivo con motivo de manifestaciones orgánicas, en la edad de la etapa oral pasiva.
Así explica la psicoanalista Françoise Dolto —médica pediatra reconocida por sus descubrimientos en el psicoanálisis infantil y cofundandora junto a Jacques Lacan de la Escuela Freudiana de París—, la vinculación existente entre las relacionales emocionales de los asmáticos con sus padres en el libro El juego del deseo (1981).
Pero no es la única:
Un estudio psicológico de los asmáticos revela que la dependencia de la madre se mantiene en ellos con más intensidad que en el resto de los enfermos. Posteriormente, en la vida, es sustituida por una dependencia hacia otra persona, sustitutiva de la madre.
Esto es lo que afirmaba el médico gallego Juan Rof Carballo, padre de la medicina psicosomática. Rof Carballo fue uno de los integrantes de la llamada medicina humanista que se desarrolló en España en la primera mitad del siglo XX. Tuvo la —dudosa, para algunos— distinción de haber introducido en España el psicoanálisis. Eso sí, defendió sus tesis más equilibradas y registró los límites que esta disciplina también poseía. Dentro de su espíritu humanista cultivó la deliciosa manía de leer poesía. Quería comprender qué ocurría en el interior de un ser humano que después él escudriñaría con ojo de detective. Se interesó por la poesía de Pedro Salinas y gracias a él leyó la primera traducción de los dos tomos iniciales de esa novela-catedral de tres mil páginas llamada En busca del tiempo perdido. Un escritor asmático se clavó entonces en la vida de Rof Carballo como una chincheta que ya nunca pudo arrancar. En 1972 escribía en su libro Biología y psicoanálisis:
Esa delicia indecible, sin igual, que ha sido siempre la lectura de Proust. Solo raros, muy raros poetas poseen este don de no defraudar jamás cuando a ellos se vuelve tras mil peripecias de la vida.
La obra del francés fascinó de tal modo al médico gallego que lo utilizó como caso práctico para su estudio acerca de la psicología profunda del asmático:
En la vida de Marcel Proust encontramos completas y definidas con una precisión extraordinaria todas las características de la psicología profunda del asmático. En primer lugar, la fijación de la madre y el miedo a perderla.
Si uno bucea en la biografía de Marcel Proust constata que efectivamente Jeanne Clemence Weil ejerció sobre su hijo una influencia notable. Esta dama alsaciana de origen judío fue el refugio de Marcel desde que este sufriera a los nueve años su primer ataque de asma. Desde ese momento y hasta la edad adulta, el asma sirvió como lazo entre madre e hijo.
Desde que comencé a escribirte me he calentado y no tengo nada de asma. Como en una ópera, te inclinaste sobre mí mientras escribía y la dulzura de nuestra conversación borró los últimos vestigios de opresión. Creo que partiré mañana por la mañana. Pero habrá que partir temprano. Y como almorcé poco, tendré que comer algo y eso no me permitirá acostarme temprano. ¡Complicado!
Mil besos tiernos, Marcel.
Esta carta de Marcel es solo una de las muchas que envió a su madre cuando comenzó a frecuentar los salones parisinos donde aristócratas y burgueses pugnaban por coleccionar más brillo. Si bien Rof Carballo acepta que el afecto maternal y el temor a perderlo pueden ser características universales del ser humano, también precisa que es peculiar la intencionalidad y la persistencia de estos rasgos en la edad adulta. Y afirma algo sorprendente:
En cierto modo no es un azar que haya sido un escritor asmático, Proust, quien con Freud haya contribuido más en los últimos cincuenta años al estudio de la dinámica amorosa.
Pero, ¿de qué manera el asma influyó en la escritura de Proust? Podríamos decir que Marcel escribía como respiraba, es decir, ahogándose. Es condición necesaria para leer las largas frases de En busca del tiempo perdido tomar aire. Capturar el aliento para después soltarlo en una lenta sucesión de subordinadas que simulan la respiración del asmático. Los coetáneos de Proust aseguraban que el escritor, a pesar de su enfermedad respiratoria, también hablaba con ese ritmo grueso y asfixiado. A ello hay que añadir una acusada sibilancia que se manifestaba en un sonido agudo proveniente de sus bronquios y que irritaba a quien tenía cerca.
Walter Benjamin tiene un estudio titulado Una imagen de Proust en el que duda de si fue el asma el que penetró en su arte o fue más bien al contrario: su arte le provocó el asma.
Su sintaxis imita rítmicamente, paso a paso, su miedo a la asfixia. Y su reflexión irónica, filosófica, didáctica, es todas las veces una respiración con la que su corazón se descarga de la pesadilla del recuerdo. Pero en mayor medida la muerte, que tiene incansablemente presente, sobre todo cuando escribe, es la crisis que amenaza, que ahoga.
No debe ser sencillo tener instalada la muerte en el sistema respiratorio, temiendo que algún día aparezca repentinamente. Las preguntas entonces se vuelven necesarias: ¿habría sido Proust el mismo escritor sin su asma? ¿Le incitó a vivir una vida desde la esquina del ensueño y no tanto desde la acción? Sería injusto decir que sin asma Proust no hubiera sido un enorme escritor, pero es cierto que el asma le propició un tipo de vida en el que la escritura feroz era su único subterfugio. También, por supuesto, una condena. Proust desplegó un inventario de recetas para combatir el asma: tomar café, inyectarse adrenalina, inhalar estramonio, ingerir tabletas de cafeína, fumar marihuana y opio, fumigaciones periódicas que le permitían respirar a él y no a los demás…
La enfermedad le supuso el incierto honor de ingresar en esa otra nómina fecunda de clinofílicos, cuyo adalid fue Juan Carlos Onetti y su lema el que pronunció Truman Capote: «No logro pensar a menos que esté acostado». Y así, tumbado, escribió En busca del tiempo perdido. Febrilmente, con el vértigo colocado en el pecho, Marcel diseñó un búnker literario. Forró con corcho las paredes de la habitación de su apartamento de París. Hermético, impenetrable y secreto, Proust escribió párrafos acerca de su enfermedad, como si al moldearla con palabras, pudiera hacerla desaparecer:
Desde algún tiempo atrás me sentía yo propenso a tener ahogos, y el médico, a pesar de la desaprobación de mi abuela, que me veía ya morir de alcoholismo, me recomendó, además de la cafeína, que me había recetado para ayudarme a la respiración, que tomara cerveza, champaña o coñac cuando sintiese que se acercaba un ahogo, que así abortarían, decía el médico, en la «euforia» determinada por el alcohol. (p 42., A la sombra de las muchachas en flor)
«Si uno no vence al asma, el asma lo vence a uno», esta sentencia bien se le podría haber adjudicado a Séneca, uno de los primeros asmáticos célebres. El pensador romano barajó la idea del suicidio en múltiples ocasiones por su imposibilidad de batallar contra el asma. En sus Cartas filosóficas. Epístolas morales a Lucilio, Séneca dedicó un capítulo a la disnea y su estrecha vinculación con la muerte:
Una larga tregua me había concedido la enfermedad; pero de repente me atacó. «¿Qué clase de dolencia?», dices. Lo preguntas con toda razón: hasta tal punto ninguna me es desconocida. Sin embargo, estoy casi consagrado a una especial, que ignoro por qué debo designarla con nombre griego, pues con bastante precisión puede llamarse «suspiro». Es, en efecto, una acometida de muy corta duración, semejante a una borrasca: cesa de ordinario en menos de una hora. De hecho, ¿quién tarda más tiempo en expirar?
Otro de los escritores asmáticos fue Charles Dickens. En su obra David Copperfield creó a un personaje, Míster Omer, el dueño de la tienda Omer y Joram que intenta driblar el ahogo y la tos en medio de cada conversación.
Vivaldi, Chaplin y Joseph Pulitzer padecieron de igual modo las embestidas de una tempestuosa respiración que les dejaba inermes para afrontar una vida normal. El músico falleció en un hospital vienés en 1741 como consecuencia de una crisis de asma bronquial especialmente aguda. El actor y cineasta británico, por su parte, encontró una curiosa forma de enfrentarse a su enfermedad: darse duchas frías en la mañana para aumentar su ritmo cardíaco, su circulación y, por último, su defectuosa respiración. El magnate periodístico empleó su fortuna en contratar a los mejores médicos del mundo. Uno de ellos le aconsejó que se mudara a la cubierta de su yate. «Allí respirará mejor», le informó el doctor. Lo que no predijo es que también allí encontraría la muerte en 1911, amarrado en el puerto de Charleston.
La política no ha permanecido ajena a esta corriente de asmáticos. Pocos saben que el viril, explorador y cowboyesco vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, sufrió ataques de asma desde su niñez. Valiente y rudo, peleó contra su molestia ejercitándose físicamente y aprendiendo historia natural, recluido en su casa.
La gran disputa vital del Che Guevara fue contra el asma. De pequeño pasó la mayor parte del tiempo acostado en la cama sin ir al colegio. Confinado en su habitación de Alta Gracia, en el centro del Valle de Paravachasca, Ernesto se refugió en la lectura de Verne, Salgari y su hermano en el padecimiento: Dickens. ¿Leería el pequeño Ernestito el fragmento de Míster Omer, provocándole casi por contagio el mismo ataque de tos que al personaje de ficción?
¿Y la poesía? ¿También tiene asmáticos entre sus filas? ¿No son acaso los mejores versos genuinos espasmos? Mario Benedetti afirmaba que el asma era la única enfermedad que requería un estilo e incluso, una vocación. Hasta llegar al ahogo, el uruguayo pasaba por la aduana del estornudo y entonces, en pleno ataque asmático, lo mejor era dejarlo solo. Así lo relata en El Fin de la disnea:
Cada uno sabe dónde le aprieta el pecho. Sabe también a qué debe recurrir para aliviarse: la pastilla, el inhalador, la inyección, la cortisona, el cigarrillo con olor a pasto podrido, a veces un simple echar los hombros hacia atrás, o apoyarse sobre el lado derecho. Depende de los casos.
Lezama Lima fue más dramático y pensaba que el asma era una pequeña muerte. En diversas entrevistas confesó que vivía como los suicidas y que, como un pez, a falta de bronquios respiraba con sus branquias.
Si hay un poeta que ha sabido cantarle al asma, ese ha sido el animal rítmico llamado Gonzalo Rojas. Con sus bronquios heridos escribió una auténtica oda al asma:
Asma es amor
A Hilda, mi centaura
Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.
Esas tablas precipicias de las que habla el chileno hacen pensar en el abismo que sintieron todos estos ilustres enfermos. Un despeñadero sin fondo del que surgieron las más bellas piezas artísticas. Por esta razón, más que asmáticos, lo justo sería llamarles abismáticos.
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Gran artículo y poderosa poesía la que conlleva el asma en la vida… Aunque el aire falte no dejaremos de respirar!
Si, muy interesante la cosa psicosomática. Pero igual la interleukina-4 también tiene algo que ver.
Muy interesante!
Creo que el asma es un problema organico en 90 por ciento y síco-somatico raras veces, pero que sin duda ejerce una influencia importante en personas sensibles, especialmente escritores talentosos.
Gran artículo. El asma tienen un origen claramente orgánico, pero estoy convencido de que afecta al carácter y la forma de ser del individuo que lo padece. Los que lo hemos sufrido desde pequeños sabemos lo que significan esas noches tan duras en las que luchas por ese «suspiro» que te falta…o por el que te sobra. Porque a veces no es tanto llenar, como vaciar por completo tus pulmones. Respirar deja de ser algo espontáneo para convertirse en una tarea más. Eso nos convierte en personas más reflexivas, más expuestas al sufrimiento desde pequeños, con más autocontrol y, por desgracia, menos espontáneas.
Soy asmatico. No soy mas ni menos sensible por ello. Es bonito buscar explicaciones que parecen encajar, pero una lógica aparente no valida una conclusion. vamos, que es tan probable que sea una nenaza, un carbón o un tío normal siendo asmático o no.
No todos los asmáticos lo son. Depende quien haya realizado el diagnóstico. Muchos de los llamados «asmáticos» son personas que padecen alergias. Sus bronquios reaccionan a un elemento que rechazan y de inmediato se inflaman, y es la inflamación lo que reduce el paso del aire a los pulmones. El Ventolín es para los casos de bronco-espasmo. Existen actualmente muy buenos dilatadores de las vías respiratorias que permiten llevar una vida normal.
Fantástico artículo, me encantó
Soy asmática desde hace 10 años. Pertenezco a ese grupo de agraciados que somos muy alérgicos y cómo no al final, terminó en drama. Asma. Me niego a aceptarlo. Cada día es una lucha. No quiero inhaladores. Ni rescates. Mi lucha es con homeopatía, infusiones, deporte mucho deporte. Pero aún así, no puedo dejar el inhalador. Pero he descubierto que mantener alejadas de mí, las personas tóxicas y los disgustos mejoran mi asma. El control emocional y evitar «las agresiones» son fundamentales. Respiro en «mi burbuja» y vivo mejor.
No será mas bien una enfermedad transitiva pues une a quienes la padecen?
Banda sonora para el artículo:
https://www.youtube.com/watch?v=LbEsb0JqGQs
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