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Todos somos Richard Parker

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Tengo un gato que se llama Richard Parker y escribe novela negra. Sí, reconozco que es sorprendente, no es un nombre muy habitual para un gato. Le apodamos así porque cuando decidió instalarse en casa, ya adulto, su corpulencia y sus poderosos colmillos nos recordaron al tigre de Bengala homónimo que Yann Martel recreó en su novela Vida de Pi. En el libro el protagonista se ve obligado a compartir con Parker una pequeña embarcación para sobrevivir a un naufragio. En nuestro caso solo nos disputamos el sofá.

La vida tiene un curioso sentido del humor y a causa de una periodontitis crónica que le provocaba un sufrimiento constante, tuvimos que extirparle buena parte de las piezas dentales, entre ellas los colmillos, esos que le conferían cierto aire salvaje.

Decía que también era escritor. Lo descubrí en una visita a la librería barcelonesa Negra y Criminal que recientemente se ha visto obligada a bajar la persiana a causa del desplome de las ventas. Días antes del cierre, husmeando entre sus estanterías, encontré un libro de segunda mano escrito por un tal Richard Parker. Me apresuré a buscar una reseña biográfica que me ofreciera algunas pistas sobre el autor. Ya que se ha instalado en casa, pensé, cuanto más sepa de su pasado, mejor. No conseguí mucho. El libro se titulaba Los perseguidores perseguidos, una elección que me pareció bastante coherente si tenemos en cuenta lo arbitraria que es la superioridad en el reino animal. Observé también que había sido publicado en 1954. Dejémonos de tonterías. Es obvio que mi gato no había escrito ese texto. Es imposible que en aquella época hubiera nacido, aunque tuviera siete vidas y esta fuera la última. De una cosa sí estaba segura, y es de que ese tal Richard Parker debía ser un autor con cierta solvencia, pues lo había publicado Editorial Molino en su Biblioteca Oro, un sello que era todo un referente en la época. Su serie amarilla, dedicada al género policíaco —existía otra azul para las novelas del oeste y aventuras y una roja para las narraciones de capa y espada— tradujo a maestros del género como Edgar Wallace, Chesterton, Phillips Oppenheim o Agatha Christie, entre otros muchos.

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Editorial Molino, no podía ser de otra manera, incluyó en su catálogo la obra de Edgar Allan Poe. En los sesenta publicó «Doble asesinato de la calle Morgue», cuento considerado el germen de la narración detectivesca tal y como hoy la entendemos. Poe, maestro de la narración corta, escribió una única novela, Las aventuras de Arthur Gordon Pym. Publicada en 1837, en ella se narran las vicisitudes de los tripulantes del ballenero Grampus. Tras sufrir un naufragio los cuatro únicos supervivientes, agotados los víveres, deciden echar a suertes el sacrificio de uno de ellos con el fin de que el resto pueda alimentarse con su carne y beber su sangre. La desgracia recae sobre el más joven, un grumete llamado Richard Parker.

En 1884, un yate inglés llamado Mignonette, que tenía como objetivo llegar hasta las costas australianas, naufragó en el Atlántico. Al igual que ocurría en la novela que Poe había escrito cuarenta y siete años antes, se salvaron del desastre cuatro tripulantes. Como en la novela de Poe, para conservar sus vidas, tras tres semanas de lenta agonía, pusieron en práctica la ley del mar, es decir, el sacrificio de uno para garantizar la supervivencia del resto. Como en la novela de Poe, lo echaron a suertes.

Perdió el más joven e inexperto. Se llamaba Richard Parker.

Como decía, la vida tiene un curioso sentido del humor.

A finales de los setenta los lectores negrocriminales encontraron otra buena fuente donde calmar su sed. La desaparecida Editorial Bruguera rescató, a través de la Serie Negra de la colección Libro Amigo y de El Club del Misterio, obras censuradas o ignoradas de Hammett, Chandler, Cain, Jim Thompson y también de Richard Stark, uno de los seudónimos de Donald E. Westlake, creador de un delincuente llamado Parker, un antihéroe que en el cine encarna Jason Statham.

En la actualidad rara es la editorial que no contempla en su catálogo la novela negra o policial, pero no siempre fue así. Durante mucho tiempo se consideró un subgénero al que se relegó a los estantes más discretos de las librerías generalistas. Ese fue uno de los motivos por los que Paco Camarasa y Montse Clavé decidieron en 2002 crear una librería especializada donde tanto lectores como autores recibieran la atención que merecían.

A lo largo de sus trece años de andadura por Negra y Criminal han pasado más de trescientos autores, entre ellos nombres tan destacados como Craig Russell, Don Winslow, Petros Márkaris, James Ellroy, Donna Leon o John Connolly (sí, su detective también se llama Parker).

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Los primeros años todo fue bien. La novela negra y policíaca tenía cada vez más adeptos, sobre todo desde que Stieg Larsson con su saga Milennium cautivara a un sector del público que nunca se habían acercado al género y fijara la atención sobre los autores escandinavos, un fenómeno del que había sido precursor Henning Mankell.

Pero la vida tiene un curioso sentido del humor.

Justo en el momento en que se publica y se vende más novela negra, la librería Negra y Criminal ha tenido que decir adiós. No son los únicos. El pasado año, según datos facilitados por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, cerraron novecientos doce establecimientos —aún están calientes los cadáveres de Sintagma, una referencia cultural en El Ejido, Catalonia, en funcionamiento en Barcelona desde 1924, o el de la sede madrileña de la librería especializada en viajes Altaïr—. Este es un hecho al que, por reiterado, ya no prestamos atención pero sobre el que deberíamos reflexionar.

Los libros han dejado de ser objeto de culto para convertirse en un objeto de consumo. Preferimos la comodidad que supone comprar en una gran superficie que la orientación de un profesional que conoce lo que vende. Nos hemos acostumbrado a la globalización intelectual, nos reconforta más tener el libro que todo el mundo tiene que descubrir el que más nos vaya a aportar. Quizás estemos perdiendo la curiosidad, tal vez la hayamos perdido ya. Y un lector sin curiosidad es peor que un gato sin dientes.

Es difícil que las grandes superficies den visibilidad a un libro del que, por ejemplo, solo se hayan editado mil quinientos ejemplares. Su propia política de venta les obliga a trabajar con tiradas más grandes. Hoy disfrutamos de una nutrida variedad, se da cobertura, en mayor o menor medida, a un amplio número de autores, pero si dejamos que desaparezcan las librerías tradicionales tal vez acabemos estrangulando esa diversidad, tal vez acabemos leyendo lo que todo el mundo lee, naufragando en la globalización intelectual. Y al final, no lo olvidemos, el que pierde siempre es el más débil, Richard Parker.

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Fotografía: Alberto Gamazo

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12 Comentarios

  1. No comprendo por qué cuándo se hace un análisis del cierre de tantas y tantas librerías se obvia lo que, en mi opinión, tiene una mayor influencia en esa crisis: la PIRATERÍA. Vamos a ver, cualquiera con un lector de libros electrónico (hola, tengo un Kindle) puede, en 30 segundos y a nada que tenga una conexión a internet, disponer de cientos y cientos de libros GRATIS en su dispositivo. Eso es lo que más influye en la crisis y cierre de las librerías (al menos en España donde seguro que se piratea más que lo que vende Amazon de forma legal) y no las grandes superficies, la edición como churros y el cambio de paradigma lector. En el metro vamos todos leyendo en nuestros Kindle (o Sony, o lo que sea) pero el porcentaje de libros pirateados sobre el de libros vendidos es ABRUMADOR.

  2. Excelente artículo. No obstante, coincido contigo Corle. Hace falta hablar más sobre el tema de la piratería, que no solo mata a las librerías, sino que también merma nuestra curiosidad. Paradójicamente, tener acceso a gigas y gigas música o libros sin pagar un euro daña nuestra curiosidad. Nos vuelve acumuladores que encuentran más placer en tener que en ser. Llegará un tiempo en el que los libros serán resumidos para leer uno tras otro, como si de la columna de chisme se tratase.

  3. «Los libros han dejado de ser objeto de culto para convertirse en objeto de consumo».
    Más bien al revés, en un país que era ya en 2002 un sitio donde la gente escribía cada vez peor (y no hablo de chavales adaptados al lenguaje sms) y cada vez que se hacía una encuesta de hábitos lectores daba razón a Ortega cuando decía que aquí leemos poco pero que los que leemos lo hacemos mucho, la única razón para abrir librerías en vez de bares era que el libro era un objeto de consumo valorado lo suficiente como para dar unos réditos aceptables. La crisis se ha llevado a todos esos que se compraban media librería y que jamás tendrían tiempo para leer todo lo que compraban el primer mes (y ésta es una frase dicha por una librera, no por mí que a las librerías voy a comprar con las valoraciones hechas de antemano y a tiro fijo) y el libro vuelve a ser el objeto que no nos hace falta inmediatamente y que, además, cuesta un pastón para las mierdas de ediciones que desde la fecha mentada, más o menos, y que se han impuesto en el mercado (20 euros mínimo, con tapa blanda y fallos de ortografía por un tubo, y eso en Planeta).
    Ahora mismo el libro es un objeto de culto, salvo que lo escriba belén esteban, y pocos somos los que aguantamos comprando y leyendo más de uno al mes (ningún buen padre de familia compraría nada de editoriales como hoja de lata o libros del asteroide, p. ej., valorando la mucha pasta que cuesta y el formato. Casualmente las dos editoriales que más alegrías me han dado desde el inicio del verano), las grandes tiradas se han acabado, los saldos se han multiplicado y lo más probable con obras que no se recomienden en los colegios o sean estricta novedad (y en muchas editoriales pequeñas ni siquiera esas) es que no estén en el Corte inglés o Fnac de turno (en La Central quizá y en La casa del libro sí durante al menos un mes pero nunca más de dos).
    Cuando vuelva la pasta (seguida a dos pasos de Jesucristo con su segunda venida) a lo mejor se recupera algo el libro, pero no voy a esperar ni una cosa ni la otra de pie.
    En cuanto a la piratería de libros tengo que felicitar a Corle por seguir creyendo en los Reyes magos, le ha traido lectores al mundo y no sólo pseudoconsumidores de Sálvame y productos adyacentes. Ya puestos que proponga quemar las bibliotecas públicas que nos permiten sacar los libros hasta nuestra fotocopiadora más cercana.

    • Joaquín

      Me gustaría incidir en el tema de la «calidad» del libro como objeto que nos están vendiendo actualmente: los libros de Seix Barral, por ejemplo, utilizan un papel muy parecido al reciclado, pero a la vez muy fino, van encolados y no cosidos y lo normal (me ha pasado con «HHhH» de Binet -20€ – y con «Como la sombra que se va» de Muñoz Molina -21.89€-) es que las hojas, en un determinado punto, empiecen a soltarse. Es muy lamentable. Es un timo. Ese objeto, sin entrar en valoraciones literarias, no vale lo que cobran por él.

      • Pues habrá que quejarse a Planeta, el grupo que engloba a Seix Barral actualmente. Como son un conglomerado pequeño y ajustan tanto los precios a lo mejor no pueden hacerlo mejor.

  4. Pingback: Todos somos Richard Parker (Jot Down) | Libréame

  5. Yo fui cliente de Camarasa. Y era difícil. Me encantaba ir a su librería y escucharle recomendar lecturas y anécdotas de la Semana Negra de Gijón.

    El problema no es de piratería, estoy más de acuerdo con Miki que con el resto de comentarios. El problema es que ir a comprar a Camarasa era complicado por los horarios que se gastaba. Y no recuerdo que comprar a través de su página web fuera posible.

    Por mucho que me guste lo que hace, no puedo ignorar lo que deja de hacer. Una librería puede seguir siendo un punto de encuentro y recomendaciones, pero también ha de adaptarse a los nuevos tiempos y visitantes. Una campaña de financiación colectiva, de compra por suscripción, ventas por internet fáciles aunque puedan ser algo más caras… todo eso es factible desde un bagaje como el de Negra y Criminal. Pero nunca se hizo o no se supo difundir.

    Lamento su desaparición, pero no nos equivoquemos de culpables. O no busquemos sólo a los más fáciles.

  6. También veo las cosas más como Miki que como los primeros comentarios. Soy de un país donde se lee poco y mal, el anafalbetismo funcional es generalizado y el precio de los libros parece calcado del que sería razonable en Europa. Pero no se lee poco por eso, hay bibliotecas públicas y hay tiendas de libros usados y hay páginas de internet. Se lee poco porque se considera aburrido, poco glamoroso (mejor jugar Candy Crush) y sin sentido. Las librerías viven de Paulo Coelho, autoayuda y los que encargan en la escuela. Todo esto para decir que pienso que el libro no tiene mucho valor en la sociedad actual, hay más culto al teléfono de última generación, y que el conocimiento adquirido a través de los libros tampoco tiene valor, puede ser una desventaja. Bueno, eso da para hablar de la poca «no ficción» (mal nombre) que se escribe en castellano o se traduce a nuestra lengua. Casi duele ver muchas de las cosas que se publican en inglés sobre cualquier tema, desde jardinería hasta astrofísica, jamás tendrán una edición en castellano o un equivalente, porque «Eso no vende». Como si un buen libro no creara demanda.

    En otros temas, hablo de memoria, pero me parece que el hermano del Richard Parker de Poe es uno de los protagonistas de una novela de Julio Verne que se llama La Esfinge de los hielos, ambientada en Kergelen y la Antártica.

  7. En efecto, tiene mucho sentido lo que dice Miki. Pero por más que la piratería gane lectores, la considero más perjudicial que beneficiosa. La abundacia de opciones sobre carga nuestra capacidad de decisión y de disfrutar el material que se adquiere. Está todo tan cerca y tan a la mano que siempre nos angustia el pensamiento que pudimos haber elegido mejor.

    Esto me lleva a pensar en lonque pasa en la música. Spotify y ese tipo de plataformas te permiten elegir música de acuerdo a tu ánimo, agrupan artista bajo playlists con nombres como «para el viernes de fiesta», «para el almuerzo del miércoles» y así. Nos excluyen del proceso de selección de una manera sutil, masticando por nosotros y queriéndonos dar ya todo listo. No lo digo tanto para señarlarlo como algo malo, sino como algo que merece atención. Porque parecería que la tendencia es arrastrarnos a una corriente que muy probable ahogue nuestra individualidad.

    • Acabo de darme cuenta de que la frase a la que alude la redacté muy mal y, efectivamente, da lugar a confusiones. Yo no pretendía decir que la piratería crea nuevos lectores, ni meterme siquiera en si es buena, mala o cilíndrica. Considero que la piratería es tan residual en los libros que no sean bestsellers (e, incluso ahí, tengo dudas de que exista, que lo que mola es ir a las colas de la feria del libro y del corte inglés para hacerte fotos y selfis con el Jorge Javier, la Princesa del pueblo o la Campos que haya firmado el libro que algún negro haya escrito ése año, y que nos lo emborronen con alguna estupidez para enseñar el pack completo a las vecinas) que señalarla como algo bueno, malo o mediopensionista es propio de personas que no ha salido a la calle desde 1996 y, en consecuencia, intento burlarme (con escaso éxito) de Corle.
      Espero haber aclarado la cuestión.

  8. No imagino qué sentido puede tener echar otra palada de tierra sobre estas diez intervenciones redactadas en un par de días de octubre de 2015. ¿Clavetear la tapa del cajón? Sea como sea, disfruté como un enano leyendo a Victoria González en “Leyendo a ciegas” y la red me llevó hasta “Todos somos Richard Parker”. ¡Grande es Victoria González! Pero Corle, Joaquín, mbaz, Miki, Mural y Roberto, también me sorprendieron por lo bien que escriben; y, sobre todo, por su magnífico talante en la discrepancia. No sé si alguno lleva razón pero ¡qué bien se explican todos! Chapeau !

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