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Requiescat in culo (breve defensa del pedo)

Fotografía: Pim Geerts (CC)
Fotografía: Pim Geerts (CC)

Aterrado, he leído que en Malawi está prohibido tirarse pedos en público desde 2011. Uno debe buscar un cuarto de baño cercano, y una vez allí, consumando un placer privado y universal, ventearse a gusto entre los aromas de otros rectos cumplidores de la ley. El motivo lo explicaba George Chaponda, ministro malauí de Justicia y Asuntos Constitucionales —el tema no merecía ser ventilado por un cargo inferior— en una entrevista concedida a la emisora Capital FM: «El gobierno tiene derecho a asegurar la decencia y el orden. La medida está dirigida a moldear a los ciudadanos para que sean responsables y disciplinados, porque los pedos se pueden controlar». Una afirmación, esta última, en torno a la que siempre ha girado la controversia. Camilo José Cela, sin ir más lejos, no dudaba en afirmar que la represión de las ventosidades era causa de daño cerebral. El propio Tiberio Claudio, el mismo año que fue coronado emperador, se vio obligado a publicar el edicto Flatum crepitumque ventris in convivio mettendis, destinado a regular la libre expulsión de gases, tras observar que algunos de sus súbditos se habían resignado a fallecer con terribles dolores intestinales antes que peerse en su presencia. También otros como Erasístrato o Galeno pontificaron sobre lo perjudicial que es aguantarse un pedo. E incluso ustedes mismos habrán advertido en alguna ocasión esa revolución interior, como de animal enjaulado, que uno siente cuando aprieta las nalgas y estrangula el gaseoducto.

Lejos de poder controlarse, cuando las entrañas comienzan a carburar, la evasión es irrefrenable. El pedo transeúnte, por oposición al domiciliario, es una forma pagana de pecar. Pero ello no implica que todos podamos ser santos. Los códigos estéticos y morales, como los programas electorales, están para ser incumplidos. De hecho, si lo analizamos con seriedad, tirarse un pedo en público es en realidad una cuestión de libertad de expresión. Y acaso en su sentido más literal. «Expresión», como la propia palabra indica, significa lo contrario a «presión» —si algún filólogo se atreve a negarlo será porque, evidentemente, no está en su sano juicio—. Expresión. Lo que antes era presión, ya no lo es. De ahí que pitar al himno nacional antes de un partido se considere también un ejercicio de libertad de expresión, ya que los aficionados se liberan de la presión producida por las instituciones del Estado, que viene a ser como un padrastro cabrón. Un ejemplo gráfico de todo ello es la tetera que silba cuando ya no puede más, expulsando el vapor por el orificio diseñado a tal efecto. Igual que los pedos, vamos.

Cuántas veces ha sido celebrado el cuesco público a lo largo de la historia. Como explica Rubén Monasterios en Apología de la flatulencia, fue quizá el Renacimiento el escenario inaugural de su reprobación, y Erasmo de Rotterdam el primero de sus opositores. En De civilitate morum puerilium, el filósofo decreta que los niños deben «retener los gases comprimiendo el vientre para no ofender a los presentes». Pero es en la Edad Contemporánea cuando se recrudece la censura, por asociación entre las ventosidades y las costumbres del Antiguo Régimen, desdeñadas a partir de la Revolución francesa. Antes de eso, la aceptación y aclamación del pedo era costumbre general. Todavía hoy se conservan unas tablillas sumerias dedicadas al conquistador de Uruk: «Al gran Lugalzagezi, ya que cuando estalla su viento es como el vapor que se escapa del vino hervido». Los moabitas, a su vez, adoraban a Baal-peor, a quien rendían culto arrodillándose en el suelo con el culo en pompa para, tras colocarse todos en semicírculo con el ano orientado hacia la imagen del dios, exhalar flatulencias al unísono. Los romanos, por su parte, alababan a Crepitus, al que ofrecían sus pedos y eructos durante las bacanales, y que probablemente se inspiraba en el dios egipcio Krep-ra, que era ofrendado con los excrementos de sus fieles. Pero no hace falta remontarse tanto tiempo atrás. En la corte de Luis XV, la nobleza acostumbraba a peerse sin remilgos en sus visitas a palacio, y nada era más apreciado que obtener del rey otro pedo como respuesta, lo cual era aplaudido y celebrado con alborozo. Aunque quizá sea más llamativa la costumbre medieval inglesa por la que el día de Navidad, a modo de festejo, los vasallos debían desfilar ante el monarca y pegar un salto, eructar y tirarse un pedo.

Pero si la cosa va de reyes y flatos, urge recordar a Quevedo. En cierta ocasión, paseando con Felipe IV, al autor madrileño se le desató un zapato subiendo una escalinata. Cuando se agachó para abrocharlo, el rey, que caminaba detrás de él, le pegó un manotazo en el culo como reproche por haberle colocado las nalgas frente a la cara, a lo que Quevedo contestó despachándole en los morros un tremendo pedo. Sabedor de que el cabreo real sería mayúsculo, el escritor pretextó: «¿A qué puerta llamará el rey que no le abran?». Y ahí quedó la cosa. La esencia intangible del pedo siempre pareció interesar a Quevedo. En Disidencias (Seix Barral, 1978) Goytisolo señala que «los críticos y estudiosos de la obra de Quevedo acostumbran a esquivar con un mohín de disgusto la obsesión escatológica del escritor o la despachan con unas breves frases condescendientes, cuando no francamente condenatorias». Para Goytisolo se trata de un tema fundamental en la obra de Quevedo que no ha sido tratado aún «con la seriedad que merece». Lo encontramos en su prosa, como por ejemplo en Gracias y desgracias del ojo del culo, pero también en sus versos. Las ventosidades están presentes en sus sátiras y en varios de sus epitafios, así como en sus enigmas y romances. Célebre es el soneto conocido como «La voz del ojo», donde, atribuyendo a las flatulencias la capacidad de dispensar la muerte y dar la vida, facultades propias de reyes, compara a todos los monarcas con un culo. Asimismo, el enigma 629, cuya respuesta es las nalgas, termina diciendo:

Un eco es nuestra voz, de que, ofendidos,
y con razón, se muestran dos sentidos;
y así la urbanidad, aunque forzadas,
nos tiene a soliloquios condenadas;
es al fin nuestra vida,
por recoleta, siempre desabrida.

Fotografía: Jes (CC)
Fotografía: Jes (CC)

Sin embargo no es Quevedo el único pedorro célebre cuyas anécdotas gaseosas han alcanzado notoriedad. El ensayo El beneficio de las ventosidades de Jonathan Swift (Sexto Piso, 2009) viene precedido por un breve Tratado sobre los gases escrito a finales del siglo XVIII por Charles James Fox, en el que, después de inventariar y describir las diferentes clases de pedos, distinguiendo el pedo sonoro y rotundo (o pedo vehemente), el pedo doble, el pedo de lento silbido, el pedo mojado y el pedo sombrío y de poca fuerza, enumera una serie de episodios flatulentos de cierta consideración histórica protagonizados por lo que el célebre político británico denomina «zullencos eminentes«. El tratado se inicia con un prólogo del propio autor, a modo de carta dirigida al presidente de la Cámara de los Lores. «Varios de vuestros pares me han contado que Su Señoría se tira pedos, sin reserva alguna, al ocupar el asiento oficial de la asamblea de nobles. Esto demuestra la sinceridad y la imparcialidad de Su Señoría», comienza diciendo el primer párrafo. Estoy, en este punto, totalmente de acuerdo con Fox, que destaca la sinceridad del pedorro, alguien que no se guarda ni oculta nada, en un sentido equiparable a cómo, en mi opinión, es el pedo un ejercicio de libertad de expresión. Coincido igualmente en su carácter imparcial, pues no puede haber sentencia más injusta, y por tanto igual de ecuánime para todos, que una ventosidad inapelable. Continúa el autor con una afirmación: la de que admira la espléndida naturaleza en todas sus manifestaciones, y que detesta a esas personas despreciables y afectadas que la constriñen y la corrigen en cualquiera de sus formas. No cabe duda de cuánta sabiduría encierran estas palabras. Por citar algunas de las anécdotas relatadas en el libro, mencionaré la del señor que exhaló nueve flatulencias cuando el reloj dio las nueve, la del juez Robert Price, que tenía por costumbre aromatizar su sala después de cada sentencia, y la del vigoroso Higson, que apostó que sería capaz de apagar veinticuatro velas con veinticuatro pedos, y aunque apagó las veinticuatro, en lo que a gases se refiere solo pudo expulsar veintitrés. La extición de la última llama, por desgracia, corrió a cargo de un sólido. Error de cálculo.

Los pedos que han pasado a los anales de la historia, no obstante, han sido otros. Uno de ellos sirvió a Heracles para llevar a cabo su quinto trabajo, que consistía en limpiar en un solo día los malolientes establos de Augías, cuyo hedor impregnaba todo el Peloponeso. Se bajó los calzones, asomó el culo, y los establos quedaron como una patena de un solo resoplido anal. De los cuescos de Ulises nos habla Homero en La Odisea, al describir cómo inflaba las velas de su barco mediante pedos colosales cuando se quedaba sin viento en la popa. Incluso en la Biblia se hace referencia a las ventosidades de Sansón, con las que desplazaba de un golpe intestinal a varias docenas de filisteos. Pero quizá los pedos más llamativos hayan sido los de Joseph Pujol, conocido como Le Pétomane. Músico francés descendiente de catalanes, llegó a interpretar sus composiciones en el Moulin Rouge y el Théâtre Pompadour. Tocaba la flauta, la trompeta, la tuba y otros instrumentos de viento, con la particularidad de que lo hacía con el culo. Mediante un tubo de goma introducido por el ano en un extremo y por la boquilla del instrumento en el otro, le bastaba con peerse para hacerlo sonar, una habilidad fenomenal con la que demostraba superar las condiciones de la naturaleza humana hasta lo indecible, ya que era capaz incluso de interpretar la Marsellesa sin detenerse. Su fama traspasó fronteras y hubo otros que se interesaron por esta forma de hacer música y hasta lo imitaron. Uno de ellos, como no podía ser de otro modo, fue Dalí, aunque jamás pasó de ser un principiante. Cuenta su secretario, Robert Descharnes, que cuando el pintor conoció a Jordi Pujol en 1981, su apellido le hizo pensar que quizá le agradaría recordar las artes gaseosas del otro Pujol, por lo que le hizo pasar a una sala, lo sentó frente a un cuadro y colocándose a su lado y de espaldas a él, le soltó en la cara un extraordinario pedo. Si las habituales declaraciones del genio de Figueres alabando a Franco no allanaban el camino para una relación cordial con el president de la Generalitat, desde luego sus flatulencias tampoco.

Lo cual, por cierto, es algo que no comprendo. En el librito en el que Bioy Casares recoge sus conversaciones con Borges, publicado en 2006 por Destino, hay un diálogo sobre Octavio Paz y las ventosidades que siempre me ha llamado la atención. Bioy apunta: «Octavio Paz envió a Sur un poema de amor con el verso «tus pedos estallan y se desvanecen»». A lo que Borges contesta: «Se verá a sí mismo como un conquistador de nuevas regiones para la poesía… Qué regiones». «Menos mal que se desvanecen», finaliza Bioy. De nuevo, nos encontramos con la burla y la censura del cuesco, incluso del cuesco poético, como si se tratase de algo zafio o infame. Hemos visto que los pedos son símbolo de sinceridad e imparcialidad, ejercicio de libertad civil, herramienta artística, motivo histórico de regocijo e incluso elemento de oración. Ya en el año 420 a.C. Hipócrates recomendaba que «si es posible, es preferible liberar la ventosidad silenciosamente. Pero mejor que contenerla y acumularla internamente es liberarla con ruido». Aguantarse un pedo, por tanto, no solo me parece una imprudencia y un atentado contra la propia integridad física, sino una grosería propia de hipócritas, egoístas y embusteros que solo piensan en su propia imagen y prefieren ignorar la historia, la ciencia y el arte antes que traicionar un convencionalismo ridículo y anticuado. Tírense ustedes todos los pedos que quieran. Hablen públicamente sobre flatos y ventosidades. Aquí disponen de todos los argumentos necesarios para cargarse de razón. No permitan que una panda de sibaritas les afeen la flatulencia en la mesa, el ascensor, el coche, el bar o el trabajo. Son ellos los maleducados. Es a ellos a quienes debería dar vergüenza tratar de dominar, oprimir y apretar la naturaleza humana como si fuesen dioses. Olvidan que el pedo, etéreo y volátil, es la viva imagen de la pureza. La voz interior que no podemos evitar escuchar, que diría Machado. Escribe Quevedo en Gracias y desgracias del ojo del culo: «Y es probable que llega a tanto el valor de un pedo, que es prueba de amor; pues hasta que dos se han peído en la cama, no tengo por acertado el amancebamiento». Prueba de amor. Superad eso, estirados de Malawi. Y recordad: el que primero lo huele, debajo lo tiene.

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29 Comments

  1. Javier C.

    Y sin embargo el latinajo del que nace el título no se debe a los cuescos, sino al epitafio que Quevedo le dedicaba a un «bujarrón»:

    Epitafio

    Aquí yace Misser de la Florida,
    y dicen que le hizo buen provecho
    a Satanás su vida.
    Ningún coño le vio jamás arrecho.
    De Herodes fue enemigo, y de sus gentes,
    no porque degolló los inocentes,
    mas porque, siendo niños, y tan bellos,
    los mando degollar, y no jodellos,
    pues tanto amó los niños, y de suerte
    (inmenso bujarrón hasta la muerte)
    que si él en Babilonia se hallara,
    por los tres niños en el horno entrara.

    ¡Oh tú, cualquiera cosa que seas,
    pues por su sepultura te paseas,
    o niño o sabandija,
    o perro o lagartija,
    o mico o gallo o mulo,
    o sierpe o animal que tengas cosa
    que de mil leguas se parezca a culo:
    Guárdate del varón que aquí reposa,
    que tras un rabo, bujarrón profundo,
    si le dejan, vendrá del otro mundo!

    No en tormentos eternos
    condenaron su alma a los infiernos;
    mas los infiernos fueron condenados
    a que tengan su alma y sus pecados.
    Pero si honrar pretendes su memoria,
    di que goze de mierda, y no de gloria;
    y pues tanta lisonja se le hace,
    di: «Requiescat in culo, mas no in pace.»

    • No se menciona el famoso cuento sobre el pedo de las Mil y una noches (noches 583 y 584 de la edición de Cansinos), titulado ‘el pedo histórico’ y comentado por Richard Burton en su edición, quien explica, para que se entienda mejor, que el pedo es tabú para los árabes.

    • Paradera Desconocida.

      El Gran Pedo.

      Y Paradera subió a los cielos, pero antes, se perdió por la Gloria equivocada.
      Como no podía ser de otra manera Pía.
Alpiste haciendo honor, a su pseudónimo nombre, de anónimo despiste.

      Desde allí por todo lo alto del hemisferio, aposentó sus reales posaderas
sobre el trono espiritual, en toda su soberana muerte eterna.

      A la que llegó rana y calva divina-mente
      
después de mucho purgar las picaduras de la realidad.

      Y se tiró…
El Gran Pedo.

      Aquel Trueno universal, de flatulento hedor.
Provocó MAYÚSCULO TEMBLOR
      Resonó y resonó, justiciero trompetero, por todos los sordos rincones de la hipocresía.
Impregnando de peste infierna, a todas las traiciones.

      Malolientes corazones, que estando viva de casualidad.
      No tuvieron contemplaciones, en empacharle a indigestarse sin Piedad,
dándole de galletas por fermentar humanidad.

      Hinchándole a Hostias:
      Físicas.
      Verbales.
      Parroquiales.

      Pero todo comulgar tiene su misión
      la de hacer la sagrada comunión, de ponerse en tu lugar.

      Así aireó textualmente resurrecciónde cómo ascendió sufrimiento poemario.
      por cada una de las espinas de su calva-rio.

  2. En los Cuentos de Canterbury, Chaucer cuenta que un tal Absolem pretendía la esposa de Nicholas, y quedó con ella que subiría en una escalera a la ventana de su dormitorio. Pero Nicholas se enteró, y fingiendo ser su propia esposa, tomó su lugar en la ventana. Llegado Absolem, Nicholas le dijo que quería que Absolem le diera besos en sus partes íntimas, que sacaría por la ventana. Así hizo, y en el momento en que Absolem acercara sus morros a empezar la faena, (en inglés moderno) :
    This Nicholas just then let fly a fart
    As loud as it had been a thunder-clap,
    And well-nigh blinded Absalom…

    «Este Nicolás echó tal pedo que parecía un tremendo trueno, y por poco deja ciego al pobre Absolen!»

  3. Manuel de Lorenzo

    ¡Diablos, Javier C., me dejé llevar y me confundí de epitafio! Traicionado por mi propia memoria… Quería reseñar el 636, que empieza diciendo:

    «¿Ermitaño tú? ¡El mulato,
    oh pasajero, habita
    en esta soledad la pobre ermita!
    Si no eres metecato,
    pon en recado el culo y arrodea
    primero que te güela u que te vea»

    Donde se sospecha que el «mulato» es, además, una alusión velada al pedo.

    Disculpe el error :)

  4. Cernunnos

    Maravilloso artículo.

  5. Jaimito

    Muy bueno el artículo. El tema no puede ser más apasionante para mí.
    Solamente quería apuntar que, si no me equivoco, Erasmo no dice textualmente lo que sale en el artículo. La cita es:

    Sunt qui praecipiant ut pueri compressis natibus flatum ventris retineant; atqui civile non est, dum urbanus videri studes, morbum accersere. Si licet secedere, solus id faciat; sin minus, iuxta vetustissimum proverbium, tussi crepitum dissimulet.

    [Los hay que aconsejan que los niños, comprimiendo las nalgas, retengan el flato del vientre; pero por cierto que que no es civilizado, por afanarte en parecer urbano, acarrearte enfermedad. Si es dado retirarse, hágalo así a solas; pero si no, de acuerdo con el viejísimo proverbio, disimule el ruido con una tos.(trad. García Calvo)]

    No es lo mismo. De acuerdo que su posición respecto al pedo no es tan aperturista como la de otros ilustres nombres que aparecen en el artículo, pero tampoco es el intransigente que censura toda emanación de flatulencia.

  6. ¡Gracias, Manuel de Lorenzo! ¡Sí, gracias por venir a dar apoyo a este humilde servidor que siempre se ha negado a demonizar el pedo! Y no es que me apunte ahora al carro como algunos advenedizos, ya que es fácil constatarlo abriendo el estupendo artículo relacionado más arriba con el tema que nos ocupa y titulado «Anatomía de un pedo». Solo pediría que así como algunas personas se constriñen en exceso, otras viven, quizá, demasiado desahogadas como es el caso de mi suegra que cuando suelta uno, cosa que ocurre cada dos por tres, nos estampa a todos contra la pared. Y a pesar de lo que dijeran Casares y Borges, «Menos mal que se desvanecen», en el caso de mi mamá política los desvanecidos somos los que hemos tenido la mala fortuna de coincidir en tiempo y espacio con ella y sus flatulencias. Y es que cuando el pedo sale de aiguien sin glamour y que no te cae muy bien, pues… ¡es como una patada en los cojones, para qué nos vamos a engañar!

  7. Arturo Forero

    Very nice tale

  8. Pingback: Requiescat in culo (breve defensa del pedo)

  9. Picarazoviejo

    Simplemente genial y ademas los comentarios también, no he parao de descojonarme mientras leia sentao en el trono mañanero.

  10. Muchas gracias por este articulo !! Me dispongo a un relajado domingo, lecturas variadas y ventosidades, que mas se puede pedir, buen dia a todos !

  11. ¡Buenísimo!

  12. Esto te gustaría. No hallé mayor loa y análisis del pedo que un antiguo tratato u opúsculo -nunca mejor dicho-, que el de este paisano de Ciudad Rodrigo, sacerdote para más señas. «La Chiflanópolis de Ciudad Rodrigo o ventosa mirobrigense» de Lorenzo Cid Bravo, «El cura Cid» (1876). De verdad que es muy bueno e injustamente poco reconocido. Si te interesa, te lo hago llegar. http://ciudadrodrigoatalanta.blogspot.com.es/2015/09/la-chiflanopolis-o-el-tratado-del-pedo.html

  13. Orbis Tertius

    Gran artículo. Me gustaría solo agregar un poema sobre el pedo, obra de un poeta colombiano conocido como el indio Rómulo (http://www.scribd.com/doc/158036862/El-Pedo#scribd)

    aquí un fragmento:

    ¡Sólo porque a ocuparme voy ahora
    de aquel humilde y triste prisionero,
    que al abrirle las puertas de la cárcel
    da gritos de contento!

    ¡Sí! De aquel que en la lengua de Castilla
    llaman los académicos “el pedo»,
    del mismo, en fin, que «pedo”
    se apellida en la jerga del pueblo…

    De aquel que desprendiéndose del vientre
    oloroso vapor, fluido viento,
    sale por el “tocayo” de ña Anita
    con pavoroso estruendo.

  14. Duende

    Que bien escrito y descrito, y que lección de historia. Para mi es una libertad que me permito por vivir sin nadie, nada mejor para empezar la mañana desahogado y sin presiones, jejeje.

  15. Florita

    Los pedos los carga el diablo. El otro día estaba yo de pie junto a una ventana viendo pasar a unos chicos y dejé ir uno, así, sin pretensiones, y el hijo puta va y sale medio manchega ya. Así que ¡ojo dónde lo soltáis!

  16. Ana Corpas

    Hola. Recomiendo el artículo titulado El culo en el cancionero de tradición popular, del antropólogo Alberto del Campo

    http://rdtp.revistas.csic.es/index.php/rdtp/article/viewFile/307/309

  17. Antonio

    Lo mejor es echarle la culpa al perro.

  18. Pingback: Otro flato de Jot Down - Armando Bronca

  19. Pepelui

    Aunque tarde, déjenme echar mi cuarto a espadas. Hace unos años, en una librería «de viejo» me encontré con la vida y milagros del marsellés, de origen catalán Joseph Pujol, más conocido como el relato dice como «Le Pétomane», a través de un libro escrito por los franceses Jean Nohain y F.Caradec, editado por Alfaguara en español en febrero de 1970. El libro, de 99 páginas, cuenta la vida y milagros del famoso pedómano; como descubrió sus «habilidades» y como las explotó durante años en el Moulin Rouge hasta que consiguió tener su propio teatro. Allí, cada noche hacía morir de risa a gente de la «Belle epoque» como Yvette Guibert, Toulouse Lautrec, a Carolina Otero, a Lucien Guitry, al príncipe Eduardo de Inglaterra, al rey Leopoldo de Bélgica, a Sara Bernhardt y a Maurice Maeterlinck. Se retiró en 1914 y montó una saneada industria de panadería. Murió en 1945. Además, dentro del libro, su anterior propietario dejó dos recortes de prensa; uno de un tal ERO, del 12 de mayo de 1970, supongo que de El Norte de Castilla, de Valladolid, y otro, más extenso de Camilo José Cela, publicado en el Informaciones de Madrid, el 3 de septiembre de 1976, en el que bajo el título «Un émulo del Arcipreste de Talavera» Cela da un repaso a buen número de autores en castellano, acerca del arte del pedo: «Cancionero de Baena» 1425-1445; Cancionero General, de 1511, en el que Juan de Montoro explica a unas damas qué cosa son los regüeldos; el Vocabulario de Refranes (1627) de Gonzalo Correas; o el soneto de Quevedo «Nikafjou» (edición Blecua, poesía 610); o la «Aringa in difesa del peto pronunziata al venerandi patrifilopeti» del deán de la iglesia de Alicante don Manuel Martí publicada en 1743; curiosamente, esa obrita escrita en italiano, pasó luego a ser editada en latín -en 1737- con el título «Oratio pro Crepitu ventris habita ad Patres crepitants». En 1776 los siempre sutiles franceses publicaron «L’art de péter», ensayo teórico, físico y metódico encaminado a adiestrar al lector en el buen y elegante (?) gobierno de sus gases naturales. Termina Cela su artículo haciendo una mención al que fue ministro de Información y Turismo, Sánchez Bella -creo que después de Fraga-, que en una entrevista concedida al dramaturgo Alfonso Paso en la revista Gaceta Ilustrada, declaraba que era proclive a la aerofagia. ¡Hay que ver lo que dan de sí las ventosidades!

  20. Guillermo

    Ya lo decían los VIOLADORES DEL VERSO, allá por 2006:

    «las guapas también se tiran pedos».

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