De los ocho oros que consiguió Michael Phelps en Pekín suele recordarse el de los 200 metros mariposa, cuando las gafas se le llenaron de agua al poco de empezar la carrera y tuvo que nadar por pura intuición, batiendo de paso el récord del mundo. También, por supuesto, la batalla hasta la última brazada contra Milorad Cavic, cuando el serbio consiguió tocar primero la pared con los dedos pero el estadounidense se adelantó por una centésima a la hora de pulsar con fuerza y detener el cronómetro, que es lo que cuenta.
De aquel polémico final tuvimos miles de fotografías desde distintos ángulos y un buen montón de acusaciones de manipulación hacia los propios cronometradores, una especie de conspiración universal para que Phelps batiera el récord de Mark Spitz y, así, los Juegos de Pekín pasaran definitivamente a la historia. El propio Cavic participó de la discusión hasta que se dio cuenta de que la derrota casi alimentaba aún más su leyenda: a partir de ahora estaría en las listas de reproducción de YouTube del mundo entero durante lustros y lustros.
En cualquier caso, aquella no fue sino la séptima medalla, es decir, el penúltimo tramo del camino. Lo que casi todo el mundo olvida es que toda la historia de Phelps en esos Juegos estuvo a punto de torcerse al poco de empezar: justo el segundo día de competición, cuando los Estados Unidos tuvieron que enfrentarse a Australia y Francia en la final de los 4×100 libres, con mucho, la carrera en la que Phelps salía como menos favorito.
El romance de los americanos con esta prueba de relevos se había mantenido intacto hasta el año 2000. Tierra de velocistas —Biondi, Jager, Hall, el propio Spitz—, Estados Unidos había ganado todas las finales desde 1964 a 1996: un total de siete victorias, puesto que los relevos desaparecieron del programa de natación en los Juegos de Montreal 1976 y los de Moscú 1980. Sin embargo, aquel año 2000 fue fatídico para el equipo estadounidense: en pleno festival australiano, encabezado por Ian Thorpe y Michael Klim, los Hall, Walker y compañía solo pudieron ser plata. Cuatro años más tarde, en Atenas, y ya con Phelps en el equipo, se tuvieron que conformar con el bronce, detrás de la sorprendente Sudáfrica y la Holanda de Pieter Van Hoogenband.
Estas dos selecciones perdedoras tenían un nombre en común: Jason Lezak. Lezak, un nadador de estallido tardío, se había especializado en las pruebas de relevos. Es más, por su ascendencia sobre los demás compañeros, a menudo le tocó ser el encargado de nadar los últimos cien metros, los que salen en las repeticiones. Nunca tuvo problemas en las pruebas de estilos, con sendos oros en 2000 y 2004, pero como ya hemos visto se acostumbró a verse derrotado en las de velocidad pura y dura.
Y eso que Lezak era ante todo un esprínter. Aunque su única medalla individual la consiguió precisamente en Pekín en los 100 metros, empatado con César Cielo, el mítico nadador brasileño, su distancia ideal era la de 50 metros: un solo largo de piscina olímpica en el que dejarse la vida. Adrenalina al máximo. Su presencia en el equipo de relevos de 2008, ya con treinta y tres años, parecía responder a motivos de jerarquía: Lezak era un líder, mucho más que Phelps o el joven Lochte y como tal tenía que actuar si Estados Unidos quería recuperar su dominio de antaño.
Nadie daba un duro porque lo lograra.
El récord del mundo de Eamon Sullivan
El problema de Estados Unidos no era su propio equipo. Cualquier combinación que incluyera a Phelps podía ser competitiva. El problema estaba en la calle de al lado, donde los franceses lucían pectorales en plena explosión de los bañadores de cuerpo entero. La velocidad francesa apareció un poco de la nada pero supuso un puñetazo sobre la mesa: que salga un campeón a lo Van Hoogenbad puede pasarte pero que se te junten Frederick Bousquet y Alain Bernard ya son palabras mayores.
Los franceses eran los únicos favoritos de la prueba, sin espacio para las dudas. Días antes, Bernard había declarado que iban a «machacar» a los estadounidenses y lo cierto es que en aquel momento incluso la propia prensa americana se lo creyó. Olvídense de Cavic y de las gafas mojadas: la gesta de Phelps dependía de este hilo y el hilo estaba a punto de romperse.
Quizá por esa razón, Phelps decidió salir en la primera posta, para imprimir competitividad desde el principio: pese a haber nadado las semifinales de los 200 libres apenas minutos antes, la puesta en acción del estadounidense fue magistral, con un registro de 47.51 segundos, lo que suponía su mejor marca personal, el récord de los Estados Unidos y una mejora de casi medio segundo con respecto a su marca en los trials, las pruebas de clasificación estadounidenses.
Phelps se habría quedado a una centésima del récord mundial de Bernard si no fuera porque en la batalla apareció un australiano que pulverizó dicho récord: en una actuación superlativa, Eamon Sullivan nadaba los primeros cien metros en 47.05, lo más cerca que había estado el hombre de bajar de los 47 segundos hasta que llegó Cielo un año más tarde y logró la hazaña.
¿Qué pasó con Francia? El primer relevo correspondía a Amaury Leveaux, en una estrategia de ir de menos a más que culminaría con Bousquet y Bernard nadando las últimas postas. El tiempo de Leveaux no fue extraordinario pero tampoco un desastre: 47.91, a casi un segundo de Australia, unas brazadas detrás del equipo estadounidense. Cuando en el segundo relevo Australia se vino abajo como era de esperar, fueron Garrett Weber-Gale y Fabien Gilot los encargados de competir por la primera plaza en la prueba. Weber-Gale, un debutante en los juegos, mantuvo a Gilot a raya y tocó primero, calcando prácticamente los tiempos.
La buena noticia para Estados Unidos era que iban primeros y con medio segundo de ventaja. La mala era que medio segundo en los brazos de Bousquet no era nada. El francés empezó el primer largo tranquilo, limitándose a dejar que Cullen Jones, elegido a última hora para completar el cuarteto estadounidense, se fuera desgastando mientras intentaba mantener la distancia. Con doscientos cincuenta metros disputados, Francia y Estados Unidos estaban prácticamente empatados… en los cincuenta restantes, Bousquet abrió un boquete insalvable: con una posta de 46.63 —hay que tener en cuenta que los tiempos en salida parada son siempre más lentos que los de los siguientes relevistas— no solo puso a Francia en cabeza sino que lo hizo con más de medio segundo de ventaja.
Y todavía quedaba Bernard. El recién depuesto recordman del mundo. Todo apuntaba a que los siguientes cien metros se le iban a hacer muy largos al viejo Lezak. Larguísimos. Nunca, en toda su vida, había nadado un relevo por debajo de 47 segundos. Por tercera edición consecutiva, tenía la pinta de que le iba a tocar ver desde el agua la decepción de sus compañeros.
Los cien metros más rápidos de toda la historia
Tal era la distancia de Francia y tal la confianza de Bernard que a mitad del primer largo Lezak se dio cuenta de que la victoria era imposible. «No way», se dijo a sí mismo cuando empezó a notar el dolor del ácido láctico en los antebrazos y los muslos mientras el chapoteo de los pies de Bernard iba quedando cada vez un poquito más lejos. Era un momento clave en la historia del olimpismo: si Lezak decidía rendirse y asegurar la medalla de plata, adiós al récord de Phelps, adiós a la inmortalidad.
Así que decidió no rendirse. Tenía treinta y tres años y probablemente no volvería a estar en unos Juegos. Estaba harto de perder, ya había perdido demasiado, así que al menos se lo iba a poner difícil al francés. Uno no puede ir diciendo por ahí que te va a machacar y luego marcharse de rositas sin ni siquiera una buena pelea.
Lezak mantuvo primero la distancia y después la fue acortando de manera casi imperceptible. Cuando giraron por última vez, aquello se convirtió en una cuestión de Estado. Bernard siguió yendo rápido —acabaría la posta en 46.73, apenas diez centésimas más lento que Bousquet— pero Lezak parecía poseído. A falta de veinticinco metros, seguía por detrás pero podía sentir ya los brazos de su rival. A falta de diez, la ventaja era mínima. Cuando por fin tocaron la pared era imposible para el ojo humano determinar cuál de los dos había ganado hasta que los sensores saltaron y en la pantalla apareció el orden: primero, Estados Unidos; segunda, a ocho centésimas, Francia; tercera, Australia.
Los nadadores estadounidenses se volvieron locos, Phelps se puso a gritar y a rugir mientras los franceses no se explicaban qué demonios había pasado. Cuando pasaron las listas con los parciales, descubrieron un dato espectacular: Lezak, que nunca había bajado de 47.20, que ganaría el bronce individual con un tiempo de 47.67, había nadado los últimos cien metros de la carrera en 46.06.
Nadie, en la historia de la natación, lo había hecho en menos de 46.80 hasta que llegaron Lezak y los dos franceses.
El gran perdedor se convirtió así, de repente, en la gran estrella. El hombre que mantenía el sueño vivo, el que vería su hazaña compensada cuando Phelps ganó su octava medalla de oro, también en un relevo, esta vez sin Lezak a su lado. Cuando le preguntaron si Phelps debería compartir el millón de dólares que le había ofrecido Speedo por ganar los ocho oros, él se limitó a responder «ya hemos hablado de eso».
Todavía es difícil explicar de dónde salió Lezak para ganar esa carrera. Cuatro años después, ya con treinta y siete, volvió a competir en los Juegos de Londres, aunque en un papel secundario, nadando solo en las series de clasificación. Por tercera vez en cuatro participaciones, su equipo perdió el oro… y además lo perdió contra Francia. No voy a decir que le dio igual porque nadie se va con casi cuarenta años a Europa para perder una final, pero el trabajo ya estaba hecho. Quedaban por delante años y años explicando en colegios y universidades cómo Jason Lezak pasó de desconocido al hombre más rápido de todos los tiempos.
El único nadador, junto a Michael Phelps, en defender la bandera estadounidense en cuatro Juegos Olímpicos.
«la Holanda de Pieter Van Hoogenband». Holanda no es un país, sino un territorio de los Países Bajos. Aquí en España es una equivocación muy común que cometemos. E incluso pensamos que los Países Bajos son Holanda y Bélgica. Errores así. Netherlands se traduce como Países Bajos, no como Holanda.
Por otra parte: buen artículo.
Oficialmente el nombre a usar es Países Bajos, pero en el lenguaje común, Holanda está aceptado para referirse al país: http://lema.rae.es/dpd/srv/search?id=DfJzCX4seD6CJhVDhS
Tienes razón, por supuesto, pero.. (siempre hay un pero) si consultas el Diccionario Panhispánico de dudas comprobarás que está aceptado, en español, usar Holanda como denominación de «Nederland». Aunque en sentido estricto a día de hoy Holanda no existe, pero sí dos provincias, Holanda Septentrional y Holanda Meridional, constituyentes de los mencionados Países Bajos. En cualquier caso, como decía sabiamente mi profesor de lengua, el idioma, el habla, es un instrumento para que dos personas puedan entenderse y transmitir acciones, ideas, pensamientos o informaciones determinadas. Si el que habla dice algo de manera incorrecta, pero el que escucha lo entiende perfectamente, sin lugar a dudas, entonces se ha establecido una comunicación veraz, eficaz y eficiente. Cuando en España se habla de Holanda,la inmensa mayoría de las personas saben que se está hablando de un país y saben ubicarlo. Hasta los propios neerlandeses que han vivido o trabajado en España y han aprendido español, tienden a decir Holanda cuando hablan de su país.
Me ha encantado. Gran artículo. Emocionante.
Fantástico artículo! Estas son las historias épicas del deporte.
Gracias por el detalle de compartir este artículo ??
Gran artículo, Grande Lezak
Excelente artículo. Mi enhorabuena
Qué buen artículo! Recuerdo esa final con nervios, cómo me iba levantando del sillón cuando veía a Lezak avanzar, increíble! El estallido de rabia y alegría de Michael Phelp histórico.
Emocionante artículo, mi enhorabuena al periodista y a ELPAIS. De otro lado, ¿por qué hay siempre alguien empeñado en criticar, casi siempre de manera destructiva? Es una lástima. ¡¿Qué narices importa si se dice Holanda -que por cierto se ha demostrado correcto- o Países Bajos?! El artículo emociona porque habla de una gesta humana, el comentario entristece porque demuestra la estupidez humana.
Muy bueno el artículo, enhorabuena, pero es que hay algo que me deja loco. ¿Cómo que un nadador puede nadar en 46 segundos los 100 en los relevos pero luego en la final de 100 metros lo hace un segundo y medio más lento? Es decir que Lezak hace 46.06 y luego 47.67. Y si Eamon Sullivan hizo 47.05, ¿eso le convirtió el el recordman del mundo? Y que en la misma carrera los dos franceses bajaron de esas cifras, pero nunca en sus vidas volvieron a nadar tan rápido. Además si el record del mundo vigente de Cielo es 46.96, las cifras son demasiado WTF. ¿Por qué los tiempos de salida parada son más lentos que los de los siguientes relevistas si las condiciones son las mismas? En atletismo está claro que las postas de los diferentes relevistas no son iguales pero aquí sí. Alguien me lo puede explicar?. Gracias
En relevos, quitando el nadador que nada la primera posta, los demás realizan lo que se denomina «salida lanzada». Esto implica que pueden ir balanceando los brazos para poder coger impulso, mientras que en la salida normal (del primer nadador del relevo o las pruebas individuales), cualquier pequeño movimiento entre la señal de «preparados» y el pitido de salida, es motivo de descalificación. Por eso en relevos el único tiempo válido de cara a batir un record o conseguir una mínima para disputar unos campeonatos, es el que realiza el nadador que sale en primer lugar. Otro punto es que puedes iniciar el salto antes de que la persona que te de el relevo toque la pared, siempre que antes de despegar el último pie apoyado en el poyete el nadador a relevar realice el contacto. Viene a ser como en atletismo, que se inicia la carrera antes de estar en posesión del testigo. Por eso en un relevo puedes rebajar de forma notable tus marcas, aunque no seas capaz de igualarlas en una prueba individual.
En las pruebas normales, sin relevos, el nadador reacciona y comienza a moverse cuando oye el disparo que marca la salida, tardando entre 0.65 y 0.85 segundos en despegar los pies del suelo (desde que suena el disparo). Sin embargo, en la prueba de relevos la salida es mucho más rápida. El nadador ve llegar a su compañero y, por tanto, está preparado y sabe casi exactamente en qué momento tiene que salir. Así, aunque no está permitido separar los pies de la plataforma antes de que el relevo anterior toque la pared, los nadadores acortan el tiempo de reacción e incluso comienzan el salto antes de que llegue el compañero (las primeras fases del salto: mover los brazos, coger impulso, etc.). De esta manera, suelen separar los pies del suelo solo entre 0.15 y 0.3 segundos (una diferencia de todo un segundo en el mejor de los casos) después de que el compañero toque la pared. Un saludo.
Como resulta obvio, a veces hay nadadores que se anticipan demasiado y separan los pies dele suelo antes de tiempo, lo que conlleva una descalificación.
Muy de acuerdo con Lozano. En casi todos los artículos hay varias personas criticando y sacando punta a todo… Es muy cansino. Una cosa es opinar y la otra pasarse…
Por otro lado, felicidades por el artículo!
Buena redaccion del articulo, como una historia dr fantasia, sin embargo, sin animo de menospreciar tu trabajo, quisera realizar algunas correcciones que considero pertinentes.
1. Eamon Sullivan hizo 47.21 en la primera posta en ese relevo, el 47.05 que se convirtio en record mundial, y ahora es simplemente record olimpico, lo hizo en las semifinales del 100 libre, para ser mas exactos en la segunda semifinal, rompiendo el record mundial que Bernard puso en la primera semifinal minutos antes.
2. Lezak si nado el relevo combinado que fue el octavo oro de Phelps en esos Juegos Olimpicos, volviendo a bajar de los 47 segundos en la ultima posta.
Felicitaciones por el articulo, me parecio super entretenido