Que Martin Amis vive en Cobble Hill no lo supe hasta más tarde. La entrevista, se me informa el día antes, será por teléfono. Póngase en mi lugar: siete días frenéticos releyendo todo lo humanamente posible —Money, London Fields, Night Train, Time’s Arrow, Experience, The Second Plane, entrevistas a ambos lados del Atlántico y artículos, sobre todo los que hablan de otros escritores—. Compro la última novela, The Zone of Interest, la que justifica que conceda entrevistas. Lo último que leo antes de recibir la noticia es una pieza posterior a la muerte de John Updike en la que Amis destroza sus últimas novelas porque ha perdido el duende de la lengua.
La lengua, póngase en mi lugar. Cualquiera que hable una lengua extranjera sabe que ante alguien que tiene un dominio excelso de la misma uno se convierte en una bola de dudas y balbuceos. Si además es un grammar nazi, como los llaman aquí, redoble de mariposas en los músculos involuntarios: del corazón a lo innoble. Tengo ocho páginas de preguntas —preguntas complejas, largas, trufadas de citas—. Quiero que me hable en serio, no que me venda un libro. Quiero un inventario de gestos, escrutarle los ojos; quiero saber de lo que no quiere hablar, e insistir. Quiero ver su casa, o cómo trata a los camareros, o si hay metáfora en su té: solo y amargo, con un chorrito de euforia. Nada, por teléfono.
¿Y si no entiendo bien sus respuestas? ¿Y si no vocalizo bien mis preguntas? Paso toda la noche como la habría pasado usted: pensando cómo coño lo hago para convencerle de que es mejor cara a cara. En cualquier otra circunstancia bastaría con decirlo. Pero él tiene el poder y yo quiero una conversación. ¿Un chiste? ¿Una canción desesperada? ¿Una queja cargada de indignación? ¿Y si nada más abrir la boca perpetro un error sintáctico y no solo no llego a verle sino que me insulta, me humilla y me manda a la mierda? Esencial: que no sea patético.
Faltan cinco minutos para la hora acordada y ya he repasado cien veces la primera frase, la he pronunciado en voz alta con mi mejor dicción catalano-yankee, con todas las entonaciones que se me ocurren: me decido por una mezcla de profesionalidad y candor, es la que mejor oculta el pánico.
—Buenos días, señor Amis, soy Jordi Graupera de la revista…
—Sí, buenos días, ¿cómo está?
—Bien, gracias, aunque es una pena que estemos teniendo esta conversación por teléfono. Entre otras razones, porque mi inglés está lejos de ser perfecto y el medio solo incrementa su ineficacia. Así que me disculpo por adelantado.
(Sin ningún género de dudas parezco un completo idiota y una suerte de lengua de serpiente).
—Ah, ¿dónde vives?
—En Nueva York.
—¿Y por qué no vienes a mi casa?
(Joder, eso es exactamente lo que yo querría saber).
—Por supuesto, puedo estar allí en media hora.
—No, hoy no puedo. ¿El martes a la hora de comer?
—Perfecto.
—Vivo en el número X de la calle Y.
—Gracias.
—A ti.
Resumen: era un malentendido, yo soy un neuras rayando en lo idiota, y Martin Amis es un señorazo con una voz grave, agrietada, como una de esas manoplas que sirven para exfoliarse en la ducha.
Martin Amis vive en Cobble Hill, un microbarrio del Brooklyn bonito y caro, apenas cuarenta edificios, la mayoría del siglo XIX, de tres pisos, de ladrillo estrecho y rojizo —los hacían río Hudson arriba, los bajaban en barcazas—, con ventanales anchos y cancelas de hierro pintadas de negro. Su calle es corta y no encaja bien con las demás; resto de un plan urbanístico que ya no existe. Hay árboles de tronco delgado, coches grandes como Visas platinum, pájaros elocuentes, ruido de niños, adolescentes paseando perros de revista, pocos transeúntes y ningún negro. Su edificio tiene la puerta azul eléctrico y un solo timbre; no hay pisos, todo es suyo. Abre él, está solo, nos da la mano; primero a mí, después a Edu Bayer, el fotógrafo. Es pequeño, delgado, y camina presto pero arrastrando algo. Quizá un pensamiento, quizá una bibliografía.
Nada más entrar, a mano izquierda, cuelga de la pared, enmarcada en blanco, una bandera del Reino Unido algo desgastada. ¿Reliquia o recuerdo? El resto flirtea con el blanco y la madera: la escalera, el suelo, el mueble para las llaves, hasta su camisa es blanca con finísimas rayas blancas hechas de mero pliegue. El pelo es gris, desordenado, hormigas albinas en su mentón —hoy no se ha afeitado—, las gafas de cerca colgando del cuello, un cigarrillo electrónico entre los dedos, tejanos grises, calcetines y zapatos negros. Todo parece meticulosamente diseñado para ensalzar sus ojos: azulesgrisesverdes, con esa expresión masculina que ya no se lleva. ¿Quién duda de Clint Eastwood mirando el Gran Cañón del Colorado?
Por lo que dice, en los pisos de arriba está la vida íntima: dormitorios, baños, y su verdadera biblioteca. En el sótano el estudio. Ambos espacios prohibidos. La planta baja no tiene puertas. El ala que da al patio interior es un espacio más grande que mi piso. Una cocina abierta, moderna, viva: mataría por esa cocina.
Esta familia lleva una vida sana (Amis me confiesa, cuando inquiero sobre el cigarrillo electrónico, que ha dejado de beber y de fumar). En el suelo hay dos platos metálicos —agua, comida— para alimentar a un gato que no aparece por ninguna parte. Sé que es un gato y que también lleva una vida sana porque hay una bolsa de Temptations: «Satisfaga la necesidad de comer pollo de su gato con Temptations, sabor pollo natural criado al aire libre». Delante de la cocina una mesa de cristal que acomodaría a diez personas sin protestar y a lo largo de la pared una biblioteca abarrotada, también blanca, con una pequeña escalera de madera para llegar a los últimos estantes. El techo es más alto que mi campo de visión.
El baño de cortesía es pequeño y perfumado. Una auténtica pijada. Casi me dan ganas de aprovecharlo. El blanco ubicuo empieza a parecerme un cruce entre psicópata y farsa. Hay libros en una repisa sobre el retrete: Incredible Bodies de Ian McGuire, The Drowned World de J. G. Ballard, The Orgins of Sex de Faramerz Dabhoiwala en preciosa edición de Oxford. Tengo la lista entera, pero cuando le pregunto si son libros con significado o efecto biológico me dice que no: «todo está en orden alfabético, pero la biblioteca grande está arriba, y es donde tengo la ficción. Abajo solo el ensayo». Solo, dice el cachondo. Al menos hay mil.
El ala que da a la calle es un salón sin televisor, así que el sofá y las dos butacas de piel enfocan el vacío de una conversación. Hay mesas, mesitas por todas partes colmadas de libros. Hay varios de o sobre Nabokov. Creo que es propaganda, siempre habla de él, querría ser él. Todo es bonito, todo es exacto, todo parece mentira. Nadie vive en este salón. Martin Amis nunca ha follado con su mujer en este sofá. Al lado de la ventana hay una mesa de mármol rosado, como de terraza de café en un parque de París. No: como uno podría soñar que es una terraza de café en un parque de París. «Esta es la mesa de las entrevistas», me dice.
Martin Amis es un hombre amable, locuaz, generoso con sus ideas y con su tiempo (nos regaló dos horas y media). Escucha, responde, se alarga, dibuja un meandro, da una pirueta retórica, ríe, frunce toda la cara, fuma, se levanta, apunta un libro que he mencionado. Es, sobre todo, un placer escucharle.
Pero es banal.
Sus ideas, sus reflexiones, repletas de referencias y citas, son superficiales. No quisiera exagerar: lo que dice y cómo lo dice es inspirador y me obliga a pensar durante días en cosas que ha esbozado. En el momento, además, su fraseo es hipnótico y erógeno. Pero luego, transcribiendo, editando, factcheckeando, el castillo de cartas tiembla con el más leve de los suspiros. Quisiera ser aun más preciso: es un narrador extraordinario y contiene en su cerebro esa rara conjura entre el talento para ver a través de lo humano y el talento para articularlo con la violencia y el detalle de un Dios. Sus novelas son un cajón de lencería fina donde uno encuentra una navaja afilada. Y eso nunca es banal. Pero no es un pensador. Un pensador es alguien que se ha destruido a sí mismo antes de destruir a los demás. Ha atravesado las brasas descalzo con un fardo cargado de ideas. Y o bien ha depurado con ácido todas sus contradicciones, o bien las ha abrazado como quien abraza un caballo maltratado y moribundo en Turín y le pide perdón en nombre de la humanidad.
El islam, el nazismo, el Imperio británico, Putin, Estado Islámico, España: los temas se suceden como tazas de té y como tazas de té se consumen. Sobre todo el nazismo, el tema de la novela.
Se ha montado un pollo con sus editores alemanes y franceses (no se la han querido publicar, no está claro el porqué). Y la prensa europea se ha lanzado a una de esas orgías de hipocresía que tanto gustan: los límites de la sátira y el nazismo. Hay que ser gilipollas. No me extraña que el continente se muera, ni que Martin Amis se haya mudado a Nueva York. Él sostiene que simplemente ahora ya no vende tanto, y los editores y su corifeo en la prensa cultural más pedante de la historia necesitan excusas. La novela, créanme, no es una comedia. Es Amis sin farsas, cargado de almas. Pero que no te teorice sobre el nazismo: te hará bailar una milonga, te harás ilusiones, y luego arrastrarás los pies camino a casa, solo, sin dinero para un taxi. Te comsume, pero no consuma.
Cuando habla de literatura toco el cielo: las obsesiones le pesan, también los compromisos. Se nota que ha pagado todos los precios del novelista y ha salido del fuego victorioso. Se le pone la cara cansada y enigmática de los héroes; no puede contarte ni sus penas ni sus alegrías, no se puede. Porque en realidad lo que hay es sobre todo trabajo, trabajo y trabajo, martillo sobre yunque, soledad sobre talento. Estar con él es un privilegio y pocas veces he visto a alguien elevar lo banal con el simple fraseo y provocarme así, en su vacío, tanto pensamiento.
Va a la cocina por un vaso de agua, mientras yo enciendo la grabadora. Veo un cuadro de Bruno Fonseca, su cuñado fallecido de sida en los noventa. Cuando vuelve se lo menciono y me cuenta que se contagió de VIH en Barcelona, en un burdel, porque era muy buena persona, demasiado.
Así empieza la entrevista con el mejor Amis.
Fotografía: Edu Bayer
El domingo 4 de octubre podrán leer la entrevista en Jot Down Smart, con El País en todos los quioscos.
Sr Graupera,
Usted si que es banal y además un superficial total.
Seria mejor que se dedicara a trabajar para revistas de decoración y a aconsejar sobre el mejor lugar de la casa donde follar.
Su articulo es puro egocentrismo y solo para lucirse de sus propias dotes literarias aprendidas en no se que que escuelas y círculos sociales.
Si no conoce el mundo sajón, le aconsejaría que diera un vistazo a entrevistas llevadas a cabo por auténticos periodistas literarios que no llevan el ego a cuestas como usted, no alardean de modernidad porque viven en Nueva York y que no presuponen cosas por el mero hecho de tener acceso a la casa de uno y fisgonear en su espacio privado.
Sinceramente, estoy harta del españolito, o catalanito de a pie, que es capaz de llevar a cabo entrevistas de este tipo sin verdaderamente conocer la obra de los autores a los que entrevista.
Mejor aprenda usted mejor su inglés y a profundizar en sus conocimientos literarios del mundo sajón, antes de llenar paginas con sus descripciones decorativas y sus superficiales especulaciones sobre las vida privadas de los autores.
A usted le parece más importante transcribir que su cuñado se contagió de sida en Barcelona y añadir los detalles de cómo y donde se contagió.
Sobre Amis su obra, su persona y otras cualidades del autor, no ha escrito nada. Evidentemente, su articulo es solo para inflar su propio ego y presumir de lo bien que usted se desenvuelve en NY utilizando estilo basura para hablarnos de un gran escritor hijo de otro gran escritor inglés.
Mucha bilis eh? Pero en parte no te falta razón, ¿qué cojones me importa la decoración de la casa de Amis? ¿qué me importan todos esos detalles inanes? Iba a comprar la JD Smart pero no se si me interesa ahora leer la entrevista, igual acaban hablando de la distribución de la sala
No hombre no… la entrevista de verdá viene en la revistilla esa que hay que comprar. Esto daquí no es más que un tremés.
Yo compraré el libro de Amis pero no el artículo de este narcisista y mediocre periodista. A periodistas superficiales como este imagino que solo el ayatollah Jomeini le parecerá un intelectual de profundo pensamiento.
Señores,
Entiéndase la pieza como lo que es, el marco de una deliciosa entrevista publicada en papel. Ahí todo cobra sentido, a Amis le mola Terminator II. Y a vosotros?
Acabo de perder tres minutos de vida leyendo este artículo, penoso ejercicio centrado en el periodista y no en el entrevistado, ni siquiera para dar ambiente a la entrevista en sí. La disquisición sobre que la grandeza del pensador y su calidad de tal devienen de la autodestrucción, al estilo Baudelaire, raya en lo absurdo, si no fuese un lugar común de estudiante de segundo de Letras, enrolado en el algún oscuro partido nihilista de izquierdas. Si este es el nivel de la revista que aparecerá con El País, aviados estamos… Mejor leo Architectural Digest para críticas literarias, que al menos tiene mejores fotografías y sabe a lo que va en cuanto a decoración de interiores cabe; al menos se disfruta su calidad en eso. Y además, cumple sobradamente con ello y con mucho profesionalismo, del de verdad.
Me parecen muy curiosas esas reacciones tan violentas al artículo. Personalmente, Martin Amis—como escritor—no me interesa a mí en absoluto. Le he leído—o por lo menos he intentado leer algunos libros suyos en inglés—pero aun cuando he podido acabar una de esas novelas tan celebradas me he quedado afectado más que nada por su narcismo, lo de Martin Amis, supuesto enfant terrible de las letras Inglesas contemporáneas, que por la historia que haya contado.
Pero a mí el articulo de Jordi Graupera sí que me gustó. Entiendo lo que dicen los demás, sobre la manera en que el periodista involucra su propio egoísmo en el artículo, y como no llega a decir casi nada—desde luego nada concreto—sobre la obra de Martin Amis, salvo el himno que canta al final, después de haber declarado—y puede ser precisamente esto que me ha gustado tanto—su opinión con respeto a la banalidad de los pensamientos de Martin Amis. Me parece que Martin Amis merece esa declaración, y que por lo mucho que esa declaración pudiera referir tanto a Graupera como a Amis, aun requería un poco de coraje. It was a bold statement, and one that required balls. Y además, creo personalmente que Jordi Garupera se ha acertado.
En cuanto a donde follan, o no, ¿Qué más da? Y ¿Por qué no especular? Yo, como escritor, especulo continuamente. Es lo que hacen los escritores. Y la foto del retrete! Vaya imagen más intima—con los libros sobrados colocados sobre la cisterna—aunque M. Amis nunca cagué allí.
El domingo con el país. Menuda jugarreta. Voy, me compro el país con portada ciudadana. No digo lo que hago con el papel; me quedo con un plástico lleno de más papel: promete, parece que lleva, además, un Mortadelo y Filemón.
Ni Jotdown ni Mortadelo. Puedo leer una entrevista con Albert Ribera. Quiero matar pollitos.
Te comprendo, a mí me pasó exactamente lo mismo. Solo que yo usé el papel para forrar la cama de mis gatos.
Me pensaré lo de coleccionar los cómics de Mortadelo.
Afortunadamente, yo miré en la pila de al lado y, entre un montón de Semanales (de cualquier periódico, incluso de El País podría ser alguno, pero no me puse a mirarlo atentamente), Mortadelo, Papel y otras guarrerías, encontré el Jot Down Smart (de venta teóricamente inseparable con El País, aunque nadie sabe qué es ni su nombre ni el kioskero puede decirme si me lo vende separado o junto).
Eso sí, aparte de las dos entrevistas el resto son artículos ya publicados en la presente web, ¿o me equivoco?
Señor AES,
es una gilipollez atribuir un supuesto izquierdismo cuando se quiere tildar a alguien de gilipollas. Los insultos se hacen directamente, pedante.
menuda panda de trolls escriben en los comentarios.
Cuando empiezo a leer las primeras lineas de una entrevista, ya tengo claro si merece la pena leerla o no, y esta ha hecho que la lea hasta el final.
Creo que Graupera ha compartido con el lector sus miedos, sus expectativas, su visión mas sincera y detallada, sin ninguna pretensión egoica.
Hay algo que no entiendo: esto no es una entrevista, es, en todo caso, la crónica de una entrevista. Me quedo sin tener ni idea de qué piensa o deja de pensar Martin Amis sobre tal o cual cosa porque, por motivos que se me escapan, el autor de esta «cosa» ha tenido a bien escamotearnos las preguntas y les respuestas. Dice, por ejemplo, que Amis es superficial en sus respuestas. Podría ser pero, teniendo en cuenta que no vemos las preguntas, ¿cómo saber si lo superficial no serán en realidad dichas preguntas? Por ejemplo. Como bien ha señalado otra lectora, es evidente que esto sólo trata del narcisismo del Sr. Graupera: el Sr. Amis sí que se puso, mostrando más amabilidad y deferencia que las que muestra este cero a la izquierda. Más que ponerse el Sr. Amis tendría que haberse quitado el entrevistador. Sin lugar a dudas habría sido más interesante
Te ha escamoteado la entrevista porque la misma se publica en papel junto al periódico El País del domingo 4/10/15 por un euro, si corres al kiosko a lo mejor aún queda alguno.
¡Vaya un artículo! Vacío, falto de interés y hueco, donde al señor Graupera le gusta peer en botija para q resuenen sus palabras a gran pena Sr Graupera
A partir de ahora habrá que ir primero al final de los artículos para evitar estos coitus interruptus.
Efectivamente, un poco de delicadeza con el lector tradicional no nos vendría mal. Quizás si hubiesen puesto al principio del «artículo» que se trata tan solo de una itroducción, y que el artículo real estará disponible en el Pais,…. en fin, son los nuevos tiempos.
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