Un escritor nunca suelta las riendas. Puede desarrollar un estilo u otro, emplear diferentes técnicas, puntos de vista, voces, marcos temporales, recursos, incluso hacer como si el autor no existiese. Puede. Puede. Pero solo él gobierna el texto. Al final, la literatura es una forma de tiranía. Pero. Pero. Escribir, algunas veces, poquísimas, también es asociarse y escribir —por así decir— contra natura, ceder la autoría para que otro empuje la obra durante un tiempo, en una especie de baile pegado. Así se escribieron la Biblia, La isla del tesoro, Astérix y Cleopatra, Nostromo, la Encyclopédie, los Principia Mathematica, Callejón sin salida, Manifiesto comunista, Los tres mosqueteros, Crónicas de Bustos Domecq, Renga, Tintín en el Congo, Los autonautas de la cosmopista, La isla misteriosa, Los campos magnéticos…
La escritura a varias manos posee una larga historia, aunque marginal. Michel Lafon y Bonoît Peeters, autores de Escribir en colaboración. Historia de dúas de escritores (2006), advierten de que «persiste la idea de que una obra digna de estudio debe emanar de una sola persona», como si «el genio se declinase en singular». Polémica al margen, algunas colaboraciones son en sí mismas verdaderas novelas, como la historia de Pierre Boileau (1906-1989) y Thomas Narcejac (1908-1998). Se conocieron en 1948, durante la entrega de un premio literario. A partir de ese día empezaron a escribirse cartas. En sus primeras misivas lamentaban la crisis que atravesaba la novela policial.
En declaraciones a la revisa mensual Réalités, en 1953, Boileau admitía que en la correspondencia «tratábamos de encontrar remedios al mal del que sufría un género que no escapaba a la esclerosis de la novela de suspenso tradicional si no era para caer en la epilepsia de la novela negra». Fue así como se decidieron a renovar el género con una tercera vía, con obras como Celle qui n’était plus, que Henri-Georges Clouzot llevaría al cine como Las Diabólicas (1955), o D’entre les morts, adaptada por Alfred Hitchcock, bajo el título Vértigo (1957).
Boileau residía en París y se le ocurrían buenas ideas para escribir novelas. Tenía oficio. Urdía tramas con agilidad, las desarrollaba en unas pocas páginas y se las enviaba a Narcejac, cuyo verdadero nombre era Pierre Ayraud, y que vivía en Nantes como profesor de letras en el liceo Clemenceu. Narcejac era un estilista y, con las ideas-madre de Boileau escribía el manuscrito de las novelas, que posteriormente devolvía a su socio, que lo mecanografiaba y corregía. Cada uno aportaba algo de lo que el otro adolecía. En general, ambos poseían cualidades de autores consagrados, cosa que ya eran antes de asociarse. Boileau, especialista en cuentos, era más audaz que Narcejac, que en cambio tenía mejores frases. Era más escritor. Consiguieron crear un «estilo» Boileau-Narcejac, en el que se respetaba el reparto de tareas, y se huía de la fusión.
La fidelidad a un método los llevó a asumir que «el escritor Boileau-Narcejac no es sino un solo individuo, un solo creador, que a su modo tuvo su período negro, su período gris, su período rosa…», admitirían en Tandem ou 35 ans de suspense, libro sobre la colaboración literaria escrito a cuatro manos. Ello no evitaba que los amigos de Boileau le dijesen «leímos tu libro», y que la amistades de Narcejac hiciesen lo mismo con el escritor de Nantes, como si cada uno fuese el autor único.
La distancia fue uno de los secretos de su colaboración. Si no estaban lejos entre sí no escribían bien. En una ocasión pasaron unas vacaciones juntos, y la escritura se atascó. «Cada uno de nosotros puede trabajar para el otro pero no con el otro. Para, pero no con. Puestos juntos sobre el mismo trabajo, tenemos tendencia a paralizarnos», aseguraban. En cambio, a través de la correspondencia, o hablando por teléfono, todo fluía.
Esa forma de escritura no estaba exenta de dificultades. Mystère magazine, en un suelto del número de enero de 1953, recoge que por esas fechas Boileau intentó contactar por teléfono con su colaborador para resolver un detalle de la intriga de una novela, pero no lo consiguió. Entonces «se decidió a enviarle un telegrama redactado así: «Descartemos el revólver. Probemos con veneno, más fácil»». Al parecer, el ruido que provocaba el uso de un arma de fuego complicaría el argumento de la obra. Boileau olvidó que los telegramas eran documentos semipúblicos y unas «horas después un inspector de policía venía discretamente a informarse con la portera de Pierre sobre la personalidad de este último».
En los años setenta, durante una entrevista precisamente en Mystère magazine, cuando Boileau-Narcejac ya se había convertido en un solo autor, señalaban que «nos dimos cuenta de que la novela policial a la que estábamos acostumbrados —la novela inglesa, la novela problema, el crimen, la investigación, el sospechoso, las falsas pistas—, todo eso ya había envejecido terriblemente». Indagaron en una fórmula que mantuviese lo bueno del «policial» clásico, y añadiese lo nuevo de la «serie negra». «Quisimos hacer de la novela policial una novela propiamente dicha, y, como no queríamos renunciar al misterio que es para nosotros la esencia misma de la novela policial, era casi indispensable trabajar de a dos, uno ocupándose únicamente de la mecánica sin tomar mucho en cuenta a los personajes, y el otro ocupándose sobre todos de los personajes, independientemente del primero».
Antes de conocerse, Boileau había ejercido distintos oficios y ya era autor de cuentos y novelas policiales. Narcejac, por su parte, había publicado cuatro novelas antes de coincidir en 1948 con su futuro socio. A partir de entonces, sus yoes se fueron diluyendo en un nosotros, y con el tiempo, después de empezar a firmar juntos, incluso las obras que escribía solo uno de ellos, también las firmaba Boileau-Narcejac. Cuando el estratega del dúo murió, Narcejac pretendió reivindicarse como el único autor, el que lo ha escrito todo, y proclamó que «el escritor soy yo». Cierto o no, después de más de una treintena de obras en colaboración, esta «forma de crimen», como la llaman Lafon y Peeters, no sirvió para hacer a Narcejac, por separado, mejor novelista que Boileau-Narcejac. Aunque sí demostró que las historias de las colaboraciones casi siempre acaban mal, aunque sea tarde.
Vaya….con lo que sufro yo ordenando mis ideas al escribir (mis correcciones son auténticas pesadillas) como para compartir papel….
Mi codo necesita espacio :)
Escribir conjuntamente es dar una patada directa en los huevos de nuestros egos.
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Desde que era niño aprendí las ventajas de escribir a dúo, cuando copiaba en los exámenes del cole. Muchos años después mi socio y yo seguimos haciéndolo en nuestro blog y nuestros textos.
Alivia ver que lo nuestro no es un trauma infantil y es más habitual de lo que parece.