Arte y Letras Literatura

«Al habla Thomas Pynchon»

Imagen: Fox.
Imagen: Fox.

En un local madrileño de la calle Escalinata, que ya no existe, conocí hace algún tiempo a un técnico de sonido estadounidense que se llamaba Mackenzie, de apellido. Tenía sesenta y seis años, y durante una breve época vivió en Manhattan Beach, en el condado de Los Ángeles; después se trasladó a la costa este. Un día recaló en Jerusalén, para reencontrarse con su pasado, y nunca más regresó a Estados Unidos. A los pocos años acabó en España. Me contó que en una ocasión se encontraba tirado en el sofá de casa, durante el período que vivió en California, bebiendo cervezas sin un sentido claro, cuando llamaron a la puerta. Se levantó y abrió. Se encontró a un joven de unos veintipico años, feo y simpático, por ese orden. Entonces, Mackenzie tenía veinte, era huérfano y compartía piso con un par de músicos. «Han dejado una carta por error en mi buzón. Pone esta dirección. Yo vivo ahí enfrente», dijo el joven, que se llamaba Thomas.

Mackenzie se encontró un par de veces más con él. En una de ellas, incluso le ayudó a subir una mesa de madera a su casa. Al acabar, lo invitó a una cerveza y, cuando le preguntó a qué se dedicaba, Thomas le contó que era escritor. En efecto, había una máquina de escribir en el salón, y a su lado un montón de folios, perfectamente apilados, ya escritos. «En el primero, a la vista, leí lo que me pareció que podía ser el título de un libro, pero cuando pretendí ir más allá, y leer las primeras frases, se acercó y me disuadió con un “No toques eso, por favor”».

Después de esa tarde se vieron en otra ocasión, fugazmente, a la salida de un pub. Pasado un mes, Manckenzie hizo las maletas y se fue a trabajar a Boston. En 1973, cuando ya vivía en Nueva York, pasó por delante la librería Strand, en la calle 12 con Broadway, y sucedió lo imprevisto. «Me detuve ante el escaparate y se me electrizó el cuerpo al ver aquel libro, titulado El arco iris de gravedad. Me temblaban las piernas. Era el título del manuscrito que había sobre la mesa de mi vecino. ¡El Thomas que había conocido en Manhattan Beach era Thomas Pynchon

Un día Mackenzie dejó de ir por el local en el que nos conocimos. Pasaron varios meses y le pregunté a la camarera si había vuelto por allí. «Dicen que regresó a Estados Unidos», me explicó sin demasiadas explicaciones. Nunca he vuelto a saber nada de él. De vez en cuando, sin embargo, me encuentro a Pynchon mencionado como si siempre fuese una aparición efímera, casi ficticia, y me acuerdo de Mackenzie. En Joseph Anton Salman Rushdie escribe que en una ocasión, durante la fatwa, la policía estadounidense le permitió moverse en semilibertad durante unos días. Había llegado a Nueva York vía Oslo, para dar un rodeo, y en esas fechas no tenía previsto ningún acto público. «Se alojó en el apartamento de Andrew Wylie —relata Rushdie, hablando de sí mismo en tercera persona—, y los miembro del Departamento de Policía de Nueva York permanecieron en sus coches en la calle. Durante esos días hizo las paces con Sonny Mehta. Y cenó con Thomas Pynchon».

Otra vez, cuando leía Hitch-22, me topé a Christopher Hitchens detallando cómo «una tarde estaba sentado a mi mesa del New Statesman cuando sonó el teléfono y una voz desconocida preguntó por mí. Después de confirmar que yo era yo, la voz dijo: “Al habla Thomas Pynchon”. Me alegra no haber dicho lo primero que se me ocurrió, porque pronto pudo demostrar que era él, y que un amigo común llamado Ian McEwan le había propuesto llamarme».

Y en otra ocasión todavía me encontré al autor de El arco iris de gravedad en un capítulo de Los Simpson, con la cabeza cubierta por una bolsa de cartón. Cada vez que sale Pynchon a escena, de algún modo sale también Mackenzie. Esta vez, sin embargo, lo recordé después de leer a Jaime G. Mora desgranar el libro de Thomas Kundel sobre el gran reportero de The New Yorker Joseph Mitchell. Según Kundel, las más celebres historias del periodista podrían haber cruzado los límites de la no ficción. La noticia ha causado desazón en muchos círculos, que tenían a Mitchell por alguien que se atenía a los hechos escrupulosamente. Yo he dudado muchas veces de si la historia de Mackenzie y Pynchon sería cierta, o acaso iba más allá de los hechos. Pero al final me animaba pensando que no importaba demasiado que fuese inventada. Si algo está muy bien contado, o muy bien escrito, siempre será verdadero.

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16 Comentarios

  1. que la verdad nunca te arruine una buena historia.

  2. Larry Bird

    Maldito Tallón, no sé como lo hace pero siempre me saca una sonrisa.

  3. Fernando Herrán

    La realidad trasciende a la ficción muy a menudo. Quiero decir que muchas veces suceden hechos reales que si los escribieses tendrías que contarlos «a la baja», porque nadie se los creería.

    Me ha sucedido varias veces. En un relato incluí diversas cosas que me han sucedido con una mujer a lo largo de los últimos 15 años, cosas reales de una relación intermitente, que nunca se completa y que no acaba de romperse, sucedieron tal cual las conté. Y cuando lo leyeron terceras personas, todas, coincidieron en una cosa. En que esos fragmentos resultaban poco o nada creíbles, que les sacaba de la historia por ser poco creíbles o, directamente, increíbles, que sería mejor modificarlos para que fuesen creíbles, etc.

    Y yo me reía, claro, porque había sucedido tal cual, por más que si a mí me lo dijesen otras personas posiblemente pensase igual y no pudiese creerlo.

    Al final es lo de menos que algo sea real o no, si está bien contado. Además, lo que digo, la realidad, la ficción y situaciones reales que atentan contra toda lógica, conviven constantemente. A veces llego a pensar que no puede ser casualidad. Que muchas casualidades juntas son una causalidad. Aunque no tenga ni idea del fondo que hay tras esa causalidad. ¿Nuestra mente que une puntos sin conexión para crear una imagen? ¿Dios mandando señales? ¿Otro tipo de causas físicas? ¿Esotéricas? ¿Religiosas?

    En su lugar, Tallón, leería más textos de Pynchon o releería lo que hubiera leído de él. No tanto por Mackenzie, sino por la curiosa sucesión de circunstancias que le han ido llevando a Pynchon a través de un suceso peculiar que retorna a su cabeza una y otra vez. En cualquier caso revisaría el asunto porque cuando algo retorna a la mente tantas veces es porque nos falta algo por descubrir en ello, como un puzzle que no ha sido completado o un escenario de videojuego a la que volvemos porque nos falta algo para pasar a la siguiente pantalla y tenemos la impresión de que allí puede estar lo que necesitamos.

    Solo usted puede saber qué es en toda historia la pieza que le falta por descubrir y que una parte de usted considera que es importante y le manda avisos periódicos.

    Porque para serle franco, yo también he conocido a personas que conocieron a gente célebre antes de que lo fuese, me han explicado cómo fue y después, cuando veo algo de esa celebridad, ni me acuerdo de lo que me contaron si no me molesto en pensar en ello. O es tan anecdótico que no me da la necesidad de comentarlo en un artículo.

    Y cuando encuentre esa pieza que le falta, que no lo dude, en algún sitio de algún punto de esta historia está, vuelva, escríbalo y no le importe si va más allá de la realidad, si se ciñe a la misma o si ciñéndose a la misma a los demás nos da la impresión de que es inposible que sea así y que su mente le traiciona. En todo caso, si está bien escrito, carecerá de importancia. Todo cuanto puede contarse existe de algún modo.

  4. Fernando Herrán

    Por cierto, yo también fui asiduo durante una temporada de un bar de la calle Escalinata de Madrid que tampoco existe y que tenía escaleras en su interior que daban a varias salas. En realidad no era en Escalinata, sino en su prolongación que se llama Mesón de Paños, pero solían llamarle Escalinata igualmente.

    Pero ahora mirando en google maps las imágenes hasta entro en duda porque hay otro negocio y ya no juraría que estaba ahí y, mucho menos, que sea el mismo.

    Al final voy a tener que leerme yo a Pynchon. :-D

  5. Cao wen Toh

    Infiero entonces, a propósito de la historia que tiene con esa mujer (sea real, o no), que usted no la cuenta bien.

    • En realidad lo que hay que inferir es que usted es un lector lamentable, porque no hay ninguna mujer en el artículo. Cosa distinta es que usted tenga una opinión, y para exponerla no tenga que leer nada.

      • Creo que Cao wen Toh se refiere a lo que comenta Fernando Herrán (17/10/2015 at 14:44) y no a lo que escribe el autor del artículo. Leyendo lo que afirma Fernando Herrán me parece que a Cao wen Toh no le falta razón. Y ahora ¿qué inferimos?

  6. Es tan relativo, o al menos así me lo parece a mí, eso de que «algo está bien escrito» que su uso como razonamiento me parece equivocado. No creo que un texto esté «bien escrito» por el aplauso que recibe de los lectores, porque, aunque yo no entiendo mucho sobre la belleza -en realidad soy un absoluto ignorante, no entiendo de casi nada (si pongo en el numerador lo que sé y en el denominador el conocimiento que la humanidad ha logrado, el resultado es desolador), creo que sostener un argumento simplemente «porque está bien escrito» me parece un disparate.

  7. Por ejemplo La Biblia en sus dos versiones??????

  8. Pingback: «Al habla Thomas Pynchon» | Descartemos el revólver

  9. A ver. La realidad (aquello que captamos con nuestras pobres antenas) (y lo captado lo comunicamos con nuestro aún más pobre lenguaje) (con lo que, ¿qué queda de lo que entró por nuestros sentidos?) ocurre. Punto. Y no tiene que justificarse con nadie ni dar explicaciones. La ficción tiene que ser coherente, independientemente de si los hechos, personajes, palabras e ideas que propone guarden cierta relación con la realidad. Una historia bien contada es una realidad aparte. Un paseo a otro mundo (el de la historia) que agradecemos. El chiste final de Tallón es, en ese sentido, como una buena historia: lo creemos como si fuera real, como si fuera posible que una buena historia sea verdadera solo porque lo dice de forma bien contada. Lo malo es que lo mal contado no tiene necesariamente que ser falso. Y lo peor es que sigo sin entender por qué diablos los seres humanos suelen añorar, soñar y perseguir ciertas figuras: sus ídolos. Y no hay que ser un idiota (ya vemos el caso de Tallón con Pynchon) para tenerlos. Buenas noches. Que se crean sus sueños. O los sueñen bien contados.

  10. El título «El Arco Iris de Gravedad» no lo puso Thomas Pynchon, sino la editorial que lo publicó. El título que le puso Pynchon era más polémico, por utilizar una palabra rápido y mal… No lo recuerdo, ni tampoco el sitio, pero tengo en la memoria que información fidedigna.

    PD: Esta intervención es meramente informativa, no inquisitiva.

  11. Pingback: Nación Warlock: mito y antiwéstern norteamericano (1) - Jot Down Cultural Magazine

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