No todas las cosas existen. Algunas cosas existen y otras, sin más, no lo hacen. Es una observación sencilla. Sin embargo, a veces, para que todo encaje, no nos queda más remedio que fingir la existencia de las cosas que no existen y su convivencia con las que sí lo hacen, ya que en ocasiones es el final de una buena historia lo que está en juego.
En las páginas finales de Sesenta semanas en el trópico (Anagrama, 2003), Antonio Escohotado recuerda que, visitando Argentina tras su periplo por Tailandia, Vietnam, Birmania, Singapur y Brasil, una noche recorría la avenida Corrientes en Buenos Aires en busca de una farmacia cuando dos chicos en muletas que caminaban hacia él comenzaron a blandir sus artefactos ortopédicos en el aire «transformando la minusvalía en atraco». Durante unos instantes el autor madrileño dudó entre oponer resistencia o aceptar la adversidad de las circunstancias, pero cuando estaba a punto de admitir que hay momentos en la vida en los que todo cae a plomo, uno de los asaltantes exclamó: «¡Un momento, vos sos Escohotado! ¡Estoy acabando un libro tuyo!». Al cabo de un rato los tres bebían y tocaban «con eficacia aunque sin brillo» un tema de Jerry Lee Lewis a cuatro manos en un bar.
La casualidad es una diosa impertinente. Acostumbra a torcer las cosas cuando todo va bien, convirtiendo felices desenlaces en pequeñas y grandes tragedias, pero también es capaz de resolver a nuestro favor y a través del azar las situaciones más indeseables, salvándonos de la desgracia y privándonos por tanto de la épica de la desdicha. Son esos momentos fatales que nos colocan frente al precipicio los que nos convierten en lo que somos. En los que demostramos de qué pasta estamos hechos. Los que deciden si seremos o no recordados. La historia no menciona a los indultados. Cuando la casualidad nos arrebata esos momentos nos deja desnudos, sin drama, viviendo una vida feliz e insulsa, como un señor muy gordo roncando bajo el sol en una hamaca.
Todos tenemos derecho a tener una mala racha. A sufrir momentos de infortunio y vivirlos con intensidad de principio a fin. Pero, sobre todo, a elegir entre enfrentarnos a ellos o asumir con resignación la calamidad. Todo el mundo debería poder pasarlo mal si las circunstancias son las propicias. Sentirse desgraciado y compadecerse de uno mismo es una buena forma, por ejemplo, de volver a empezar. Incluso de terminar. No es justo que la casualidad nos aparte del desastre a su antojo, echando a perder horribles momentos de plácido desconsuelo y, de paso, un buen final. A Joaquín Sabina le sucedió algo similar a lo que le ocurrió a Escohotado. Su canción «Pacto entre caballeros» así lo atestigua: «No pasaba de los veinte el mayor de los tres chicos que vinieron a atracarme el mes pasado. «Subvenciónanos un pico y no te hagas el valiente, que me pongo muy nervioso si me enfado». Me pillaron diez quinientas y un peluco marca Omega con un pincho de cocina en la garganta, pero el bizco se dio cuenta y me dijo: «Oye, colega, te pareces al Sabina, ese que canta»». Lo que viene a continuación es terrible. Se marcharon los cuatro a una barra americana, bebieron y fumaron, y después de pasarlo bien con tres fulanas, le devolvieron intactos, con un guiño, su dinero, la cadena, la cartera y el reloj. De nuevo la casualidad intercedió para frustrar el mejor desenlace. El que habría reunido toda la leyenda y la literatura. Cuánto más útil habría sido para el poeta urbano, el cantautor canalla, recibir una puñalada o un disparo y poder escribir así una canción sobre las cicatrices de la vida y rimarlo con, qué sé yo, «lamerse las heridas». Escohotado estaba a punto de vivir uno de esos instantes críticos en los que se forjan los héroes, una batalla que solo podía terminar bien, ya fuese con una corona de laurel o sangrando en la arena, pero el azar intervino para privarle de su destino. Ambos podrían haber salido mal parados, como el relato posterior se habría merecido, y sin embargo todo se truncó, arruinando la historia.
Todo tiene sus excepciones. A veces la casualidad, como no existe, se puede forzar. Para bien o para mal. Que se lo pregunten si no a los pasajeros del avión del primero de los Relatos salvajes, de Damián Szifron. Uno de ellos, crítico de música clásica, presidente del tribunal que defenestró al personaje clave. Otro, su exnovia. También viajan una antigua profesora que le hizo repetir curso, un compañero del colegio que se metía con él, su psiquiatra y el jefe que lo despidió. Llega un momento en que la casualidad empieza a volverse tan posible que es imposible. Visiblemente inquieto, el crítico se levanta de su asiento y dice: «Perdón, ¿alguien más conoce a Gabriel Pasternak aquí?». El resto es historia del cine.
Otras veces, sin embargo, la casualidad es benévola. Sabina y Escohotado tuvieron que conformarse con escribir un final injusto, resuelto falazmente por la coincidencia. Otros, como Tennessee Williams, corrieron mejor suerte. El dramaturgo estadounidense estaba atravesando una etapa aciaga. La muerte de su pareja, Frank Merlo, había provocado el derrumbamiento de su personalidad frágil e inestable, recluyéndose en el hotel Elysee de Nueva York. Una noche de febrero cogió su bote de barbitúricos y se lo llevó a la boca dispuesto a ingerir una dosis letal, pero la casualidad quiso que el tapón de plástico estuviese colocado sobre la boquilla del frasco sin llegar a cerrarlo. Williams se lo tragó y murió asfixiado. La casualidad intervino, pero no lo hizo para torcer aquello que iba bien ni para impedir que el autor de Un tranvía llamado Deseo y La gata sobre el tejado de zinc pusiese fin a su vida en el momento en que así lo deseó. Solo matizó y aceleró el proceso.
El azar pudo haber querido que el bote estuviese vacío y no le quedasen más. Pudo haber hecho que el escritor se cayese por las escaleras, rompiéndose varias costillas e ingresando en el hospital. Pudo haberle hecho vomitar las drogas a causa de un último canapé en mal estado del almuerzo anterior. Pudo, en definitiva, haber evitado que viviese su dolor de principio a fin del modo en que quería hacerlo, arrebatándole el desenlace que había elegido. Sin embargo fue indulgente y no lo rescató.
Por culpa de la casualidad, Antonio Escohotado y Joaquín Sabina terminaron relatando tristes acontecimientos felices que poco o nada tuvieron que ver con lo legendario. A Tennessee Williams no lo despojó ni de una gran historia ni de un gran final. Otra cosa es vivir para contarlo.
Lo realmente triste hubiese sido un mundo sin esa canción.
Pues a esos les hubiera venido al pelo intentar atracarme. 1’94 y 103 kilos de puro músculo, boxeo amateur desde los 16 años (unos veintitres de prácticas) y una mala hostia del copón. Claro que conmigo no se hubieran atrevido. ¡Es mucho más cómodo buscar a tirillas como Sabina o Escohotado! La peli Relatos salvajes, estupenda. En el episodio de la carretera y los dos conductores, si yo hubiese sido Sbaraglia, hubiera bajado del auto y ese calvo gordo y apestoso habría acabado laminado en el asfalto.
¡Cuidadín que os vigilo!
Pero lo tuyo no hubiese sido heroico, la lucha de Sbaraglia siendo un débil en cambio sí. Ahí está le lado salvaje… A ti te tenía que haber atacado un autobús de mineros o algo así… xD
Bromas aparte, si en vez de un pincho de cocina tienen una pipa, tus 103 kilos de puro músculo te sirven de poco. Bienvenido a la era moderna. La tecnología nos ha multiplicado la capacidad destructiva, intentamos alejarnos de la violencia para detener el daño y eso implica todas sus formas.
En el caso de que haya «pipas» por medio, servidor siempre va «cargado» y dispuesto para lo que haga falta. Campeón de Europa en tiro al blanco en movimiento, normalmente acertando siempre entre los dos ojos. Jamás he resultado herido y en cambio cuento con un extensa lista de fiambres en mi agenda. El autobús de mineros hubiera acabado en el fondo del río con ellos dentro y no quiero exagerar…
Uau, detrás de un teclado somos todos Terminator. Me da hasta miedo escribir esto, a ver si recibo una hostia vìa web
«El resto es historia del cine». O el autor ha visto poco cine, o ha escrito bajo la influencia de los estupefacientes que jalonan los episodios reseñados. «Relatos Salvajes» es una película decepcionante, por no decir mediocre. Solo se salvan 2 de las 6 historias, siendo benévolo. Sobrevaloradísima.
The mangler 105 kg de músculos temibles. Y de noche se pone peluca rubia y pinta los labios. ¿Quien lo diría, no?
Ah, ¿eres tú…? Te fuiste despechado porque no conseguiste nada conmigo. A mi me gustan las mujeres de verdad y no los tíos que se disfrazan con pelucas y pintalabios como ibas tú, mona…
Soy un fan fatal de la revista, pero el artículo, flojillo ¿no?
Discrepo. Es en los momentos complicados cuando se ven los pingos.
Una película resulta decepcionante cuando uno tiene altas expectativas sobre ella. Por tanto, y dejando las obviedades a un lado ‘Relatos Salvajes’ no tiene nada de mediocre.
Tiene mucho de «hype» y poco más.
Vayamos por partes. A The Mangler de poco le servirían sus años de boxeo y sus 103 kilos de puro músculo si, como dice el articulista, le meten un tiro en el cuerpo. Eso no hay cristiano que lo aguante.
En cuanto a «Relatos salvajes», lo decepcionante es que haya gente que ahora diga que está «sobrevalorada» o que es, directamente, «mala» sólo por puro postureo, porque para sobresalir hoy día hay que ir a la contra. Si sólo la hubiesen visto siete, el amigo «Dani» diría que es una obra maestra inolvidable.
Te remito a mi respuesta a NoOne algo más arriba.
No es necesario, pollo. Le veo y entiendo su juego. Sea feliz con él.
En realidad, mis comentarios van encaminados a encontrar a gente que los vea y los entienda tal cual son, como es tu caso. Sé tú también feliz leyéndolos.
A mi me gustó bastante, las personas que dicen que las decepcionó es porque la película esta muy <> (¿y como no? si la estaba distribuyendo Sony) así que al ver los trailers les arruinaron la película (porque los trailers no te dicen que la pelicula NO es lineal) así que en sus mentes entrelazaron las historias entre sí esperando una cosa maravillosa y se decepcionaron porque lo que vieron fue algo innovador (por eso se asustaron y no les gustó). Cuando voy, y les recomiendo hagan lo mismo, a ver una pelicula (y más al teatro) nunca vean el trailer; solo lean la reseña crítica y si mucho la sinopsis, el trailer es un arruinador de películas muy frecuentemente.
No me baso en el éxito de público para determinar si una película es buena o mala. Con ese argumento tan chusco casi todo el cine de festivales sería catalogado como obra maestra. Sube el nivel y céntrate en las historias de la película, muy endebles la mayoría, aunque efectivas por su duración para seducir a un público que busca la inmediatez de un tweet, clip de youtube o canción de iTunes.
Ah, y por desgracia sí, al finalizar un festival suelen achacársele varias obras maestras que son olvidadas tan rápido como se las ensalzó. Ahí tiene usted la obra de Apitchatpong y su tío Boome o el tan aplaudido Kim Ki Duk hoy pasado de moda en los festivales.
Si eres tan amable de dar aquí tu dirección, sacaré tiempo de donde sea para hacerte una visita y convencerte de tus errores al opinar sobre este excelente film argentino.
Si esa es toda la crítica que se le puede hacer, hagamos lo propio con «Historias de la Radio», y tildémosla de «pelicula con historias endebles, pero efectivas por su duración para seducir a un público que busca la inmediatez de un tweet, clip de youtube o canción de iTunes». Y no olvidemos también criticar «Ayer, hoy y mañana» de DeSica, o «Monstruos de Hoy» de Dino Risi, o «Señoras y Señores», de Germi….. Amigo «Dani», casi por pura definición, las películas de episodios (que existen desde que el cine echó a andar) son irregulares, pero la maestría en la conexión y la marca de lo indeleble en algunas de ellas convierten esos films en míticos. ¿O no destaca sobre el resto la suprema historia del Pepe Isbert esquimal en la de Saenz de Heredia? ¿No se recuerda toda la película por el striptease del segmento central de la de DeSica? Y podriamos seguir todo el día. Hasta films sin tanto acierto, como «Four Rooms» se hicieron antes de la llegada de Internet. Busque otras excusas para justificar que ahora no le guste, y no «el hype», «twitter» o «youtube».
Artículo flojito, sí
Estás citando películas con guiones sólidos y bien hilvanados (salvo Four Rooms). «Relatos Salvajes» es irregular, y además torpe en la sala de montaje, que podría haber mejorado la película si el orden de los episodios fuera otro. En cualquier caso, ni yo te voy a convencer (no lo pretendo) ni tu a mí (supongo que tampoco es tu objetivo).
Evidentemente si el arte fuese algo objetivo no habría discrepancias. Por tanto, no es que no pretenda convencerte, es que es bueno que cada uno tenga sus opiniones, siempre que no entienda que otros son menos por valorar algo de un modo diferente. En cuanto a lo de «guiones sólidos y bien hilvanados» en las películas que le he citado… ¿de verdad puede decir eso sobre «Monstruos de hoy»?. Más bien comicidad desbordante de dos grandes como Tognazzi y Gassman y ganas de provocar una sociedad adormecida. Lo demás, corrientito. Y sin embargo con eso basta para crear una gran obra. Y en el caso de «Ayer, hoy y mañana» no hay nada que hilvanar. Son tres cortos pegaditos que comparten intérpretes principales. Situados en tres épocas diferentes que justifican el título. Y poco más.
Relatos salvajes es una película mediocre que recurre a lugares comunes. No tiene nada de maestría.
¿Prefieres que todo acabe rápido o querrás sufrir algo antes?
The Mangler, tú eres muy pero que muy tonto.
Sí, sí… ¡yo so muuuu tonto!