Por consiguiente, no solo a los poetas hemos de supervisar y forzar en sus poemas imágenes de buen carácter —o, en caso contrario, no permitirles componer poemas en nuestro Estado—, sino que debemos supervisar también a los demás artistas, e impedirles representar, en las imitaciones de seres vivos, lo malicioso, lo intemperante, lo servil y lo indecente, así como tampoco en las edificaciones o en cualquier otro producto artesanal. Y al que no sea capaz de ello no se le permitirá ejercer su arte en nuestro Estado, para evitar que nuestros guardianes crezcan entre imágenes del vicio como entre malas hierbas, que arrancasen día tras día de muchos lugares y pacieran poco a poco, sin percatarse de que están acumulando un gran mal en sus almas. (…) Los poetas y los prosistas afirman los mayores errores sobre los hombres: que muchos injustos son felices, y los justos, desgraciados, y que la injusticia es ventajosa si permanece oculta, pero que la justicia es un bien para otro y un daño para el propio. Nosotros les prohibiríamos decir tales cosas y les ordenaríamos que cantasen y narrasen lo contrario. (Platón, La República)
Hace unos días me encontré con un comentario que decía que una superestructura enlaza los chistes de Torrente con los asesinatos de mujeres a manos de (ex)parejas. Mi primera reacción fue acordarme de la Ley de Poe. En cualquier caso, es una clase de idea que, con variaciones, ha sido mil veces oída por parte de asociaciones, grupos de presión de cualquier signo, periodistas o políticos en relación con tal o cual best seller, videojuego o estreno de Hollywood —que promoverían toda clase de violencia o de comportamientos incívicos— y que, como vemos en el párrafo anterior, no es precisamente novedosa y ya fue expresada con mayor elocuencia hace dos mil quinientos años por el filósofo griego de anchas espaldas. ¿Pero qué de cierto puede haber en ella? ¿Hasta qué punto las personas son moldeables? ¿Si la gente aprende a comportarse violentamente debido a los malos ejemplos que toma de los poetas —o, en nuestro entorno actual, de las series de la HBO, el cine de Tarantino y la saga Grand Theft Auto— segando debidamente las malas hierbas en ellos lograríamos una sociedad pacífica y sin vicios?
Es una cuestión peliaguda pues cuanto más se quiera culpar al ambiente, la educación o en este caso al entorno sociocultural… menos responsable será el individuo. Llegando este en último extremo a ser considerado a su vez víctima del mundo que le hizo así, arruinándole la vida al convertirlo en un desdichado criminal. Pero la justicia, el Estado de derecho y la sociedad en su conjunto en los tiempos modernos se ha erigido sobre lo opuesto: el libre albedrío, la responsabilidad de la persona sobre actos que pueden ser premiados o castigados. Un concepto, por cierto, que ahora algunos científicos cuestionan de forma más o menos abierta, pero que en el peor de los casos ha demostrado ser una ilusión útil, como se dice en este artículo: «uno de los hallazgos más sorprendentes surgidos recientemente en la ciencia del libre albedrío es que cuando la gente cree —o se le hace creer— que el libre albedrío es una ilusión, tiende a ser más antisocial». Pensar que todo está predeterminado nos exime de cualquier esfuerzo o iniciativa y termina convirtiéndose en una profecía autocumplida.
Aunque antes de continuar, para hablar de la interacción entre comportamiento, moral y «cultura», es conveniente delimitar a qué me refiero exactamente con este último término tan manoseado y ambiguo. En realidad quiero aludir en concreto —como creo que ya se intuye por las líneas anteriores— a ese tipo de arte que Platón temía que sin una guía adecuada influyese tan negativamente en sus receptores, a lo que hoy día entendemos por ficción o narrativa: bien en formato de película, serie, novela, cómic o videojuego. Precisamente un discípulo de este filósofo, Aristóteles, cuestionó su planteamiento tan lineal sobre que observar el mal lleva a imitarlo introduciendo un concepto mucho más sutil: la catarsis. De esa manera la representación de la violencia, el vicio y la inmoralidad lejos de corromper a los espectadores permitiría purificarlos, permitiendo que identifiquen su lado más oscuro con lo que ven y conozcan las consecuencias de dejarse arrastrar por él, pues en las tragedias de las que hablaba no podía faltar un final aleccionador, una némesis que castigue la hibris. Un esquema que también vemos hoy en día en muchas narraciones, cuando los protagonistas —ya sean mafiosos, políticos corruptos o brokers sin escrúpulos— llevan una vida quizá poco virtuosa moralmente pero a menudo bastante envidiable, hasta que terminan pagando por sus excesos. Solo que la némesis viene ahora a cargo del FBI en lugar de los dioses olímpicos.
A veces incluso puede que no sea necesario un castigo aleccionador y que la misma representación sea un sucedáneo inofensivo y civilizado que permita sustituir al original y satisfaga así a la audiencia. O al menos es tentador concluir eso a partir del estudio Violent Video Games and Real-World Violence: Rhetoric Versus Data de las universidades americanas de Rugters y Villanova. Cada vez que un alguien comete una matanza es inevitable que a continuación se mencionen todas sus aficiones en busca de las raíces del mal. Entre ellas suelen estar, cómo no, los videojuegos violentos (afición compartida con otros millones de personas, por otra parte) y entonces se concluye que unos provocaron la otra. Cuando puede ser una relación inversa, que fuera su personalidad tendente a la agresividad la que buscase estos entretenimientos. Si vemos las tablas comparativas de ventas de videojuegos de dicho estudio, cuyos picos corresponden a los de disparos en primera persona Grand Theft Auto y Call of Duty, hay una coincidencia entre el descenso de la violencia real en las calles y su incremento en las pantallas:
Naturalmente correlación no implica causalidad, puede haber otros factores que lo expliquen, pero al menos podremos concluir que la venta de videojuegos que representan la violencia con gran realismo no trae consigo un aumento inmediato de la criminalidad. Otro estudio, que incluía también la violencia en el cine, no encontraba tampoco una correlación positiva entre la representada y la real, mientras que según este artículo sí existiría correlación pero negativa, y lo explica con el argumento de que las películas violentas atrapan la atención de los potenciales criminales, que mientras están pegados a una pantalla no andan por ahí cometiendo fechorías. Dice al respecto Steven Pinker en La tabla rasa:
Los niños estadounidenses están expuestos a modelos de rol violentos, qué duda cabe, pero también lo están a payasos, pastores, cantantes de folk y drag queens; la cuestión es por qué los niños piensan que merece más la pena imitar a unos que a otros. Para demostrar que la causa de la violencia está en unos temas especiales de la cultura norteamericana, la prueba mínima debería ser la existencia de una correlación en la que las culturas que contengan esos temas también tiendan a ser más violentas.
Y se responde señalando que los canadienses están expuestos al mismo cine y televisión que los estadounidenses, pero su índice de homicidios es apenas de la cuarta parte. ¿Entonces dado que todo es catarsis ya no queda sitio para la imitación? Si las empresas pagan millones por unos segundos de publicidad es porque confían en cierta capacidad mimética de la audiencia. Incluso la que está inserta dentro de la propia narración de cine o televisión —el llamado product placement— pese a formar parte de la ficción no deja de ser más eficaz por ello, más bien al contrario. Es conocido el dato de que las gafas de aviador que lucía Tom Cruise en Top Gun aumentaron sus ventas un 40% tras el estreno. Otro hecho más llamativo relacionado con dicha película es que el número de aspirantes a pilotos de aviones de combate se multiplicó por cinco. Es decir, que la ficción que veamos no solo puede influir en nuestras decisiones de compra, incluso es capaz de condicionar algo tan trascendental como la vocación profesional. Sería muy interesante saber exactamente de qué manera nos influye una narración en cualquier formato cuando estamos expuestos a ella. ¿Pero cómo descubrirlo?
Quizá una buena forma sea analizar una sociedad relativamente aislada y ajena a Occidente, en la que se introducen películas de Hollywood y ver qué cambios provoca en ella. Ese es el objetivo del peculiar estudio Influencia de las películas de Hollywood en los valores morales de la juventud desarrollado en Nigeria. Se trata de una encuesta que comienza preguntando si se ven películas estadounidenses (99,1% sí), si influyen en su comportamiento (68,7% están de acuerdo o muy de acuerdo), si los anima a vestir de forma indecente (62,6% responden afirmativamente), si les gusta la manera americana de hacer las cosas tal como es retratada en el cine (56% de acuerdo o muy de acuerdo) y si adelantan el vídeo cuando salen escenas cochinas o palabrotas (37,5% y 26,9%, la juventud nigeriana se nos ha echado a perder). La conclusión del autor, Odinma Chima, es que el gobierno debería censurar el cine americano y que «las películas centradas en perder la virginidad o robar un banco son altamente perniciosas para la moral y estilo de vida de los jóvenes, por lo que cada uno de ellos debería evitarlas». Vaya por Dios, con lo entretenidas que son Supersalidos y Plan Oculto.
La pregunta que ahora deberíamos hacernos es hasta qué punto esta influencia que puedan tener, real o percibida, es intencionada. Hasta dónde hay una voluntad del guionista, del director o del estudio de transmitir valores, mensajes o ideales. Es el momento de ponernos el gorrito de aluminio y atender a esta explicación de Juan Carlos Monedero sobre las películas de Disney. El problema de los supuestos mensajes subliminales es que, de existir, pasan desapercibidos para la inmensa mayoría de la población y por lo tanto su efectividad es nula. Si los niños fueran capaces de asimilar esos detalles tan sutiles la enseñanza en los colegios no requeriría tantas explicaciones, ni repetir tantas veces cada lección hasta que logra arraigar en sus cerebritos, y las empresas no se gastarían millones en dar visibilidad a sus productos si pudieran lograr el mismo efecto con insinuaciones apenas perceptibles durante una fracción de segundo. Por otra parte, dichos mensajes por lo general solo suelen existir en la cabeza del que los señala: no, el hermano de Mufasa no se parece ni por asomo a Jomeini y no, tampoco, el garfio del Capitán Garfio evoca a la hoz de la bandera soviética más de lo que el garfio de cualquier pirata pueda hacerlo.
Pero si los mensajes subliminales son muy cuestionables y encajan más bien en el ámbito de la superstición, no puede decirse lo mismo de los mensajes más directos, los que explícitamente pretenden transmitir tal o cual consigna. Son innumerables las obras literarias, cinematográficas o televisivas realizadas a lo largo de la historia con una clara función de propaganda ideológica. De ellas ya hablamos aquí y afrontan una paradoja irremediable: cuanto más explícito es el mensaje menos interés despierta la obra. El escritor Dionisio Ridruejo, que evolucionó a lo largo de su vida desde el apoyo al franquismo (coescribiendo incluso el «Cara al sol») hasta ser un decidido opositor, lo explicó aquí con acierto:
En el período que nos ocupa —39-50 y en la década siguiente— la política ha incidido sobre la vida intelectual española más intensamente que en cualquier otro tiempo de nuestra historia […]. Incide tratando de promover, sin verdadera decisión, la formación de un cuerpo intelectual justificador y propagandístico del orden político que la condiciona. Incide mucho más, prohibitivamente, imponiendo unos estilos de reticencia y doble sentido que sorprenderán a los historiadores literarios del futuro. E incide también obligando a los escritores, pensadores, divulgadores y artistas a cargar con los menesteres del político y del moralista de modo exagerado. En toda época y lugar, la situación histórica y social impregna al quehacer de la inteligencia. Pero no de un modo imperativo y por reducción de las opciones personales a un «sí» o a un «no». En nuestro caso, esa presión fue anormal y particularmente reductora. Quizá excitó la creación en algunos campos. Aguzó los ingenios pero contrajo las imaginaciones y lastró el juicio con un barajamiento de valores.
Me parece particularmente interesante esta frase: «obligando a los escritores, pensadores, divulgadores y artistas a cargar con los menesteres del político y del moralista de modo exagerado», lo que «contrajo las imaginaciones y lastró el juicio». Es decir, el dirigismo cultural, el empeño en utilizar el arte y la ficción como vehículos de adoctrinamiento, asfixió la creatividad dejando como resultado un páramo con pocas aportaciones y de escasa calidad (si exceptuamos La familia de Pascual Duarte y alguna otra). No funcionaron como propaganda porque a nadie le interesaron y cayeron en el olvido. Por aquellos mismos años, en Francia, un escritor que había adquirido un notable prestigio por su actividad en la resistencia publicó una novela que recibió agrios reproches de sus coetáneos. Entendían que aludía a la lucha contra la ocupación nazi, pero por su falta de concreción en realidad podía ser interpretada de diversas maneras y aplicarse a otros contextos. Echaban en falta «compromiso», activismo político, que dijera a sus lectores exactamente qué debían pensar y hacer. El autor era Albert Camus y la obra La peste, los libelos que escribieron esos críticos murieron con su época, pero esta novela es ya un clásico atemporal que sigue y seguirá siendo leído en todas partes.
Esa es la clave de la narración. El lector/espectador se sumerge en la trama, se identifica con el protagonista e interpreta a su manera lo que ocurre, enlazándolo con uno u otro aspecto de su vida y adaptándolo a su esquema de creencias. Una narración es por tanto una creación compartida y en ella el autor no puede pretender dar un mensaje cerrado y unívoco. Debe aceptar que el receptor es una parte activa y que terminará extrayendo conclusiones distintas de las que él tenía en mente e incluso opuestas. Por eso no hay nada peor que un director o un escritor explicando su última creación en una entrevista, no es su labor, y por eso también los guardianes de la corrección política se equivocan al creer que la interpretación que ellos hacen de tal o cual detalle de una película o novela es la que otros harán también. Como dice Claudio Magris:
En la literatura todo es metáfora, algo que dice algo distinto; un no puede ser un sí y ésa es su libertad, su ángulo de trescientos sesenta grados abierto al mundo. En la literatura no cuentan las respuestas dadas por un escritor, sino las preguntas que éste plantea y que son siempre más amplias que toda respuesta por exhaustiva que esta pueda ser.
Muy interesante el artículo, aunque me gustaría hacer un par de anotaciones a modo de reflexión personal. En primer lugar, acerca de los videojuegos violentos: estoy absolutamente de acuerdo en que el videojuego no crea el asesino, pero sí que este puede buscarlo para desarrollar su agresividad. ¿No sería en parte una forma de manipulación en tanto en cuanto se fomenta cierta tendencia, cuando podría evitarse? Además, en el GTA y en muchas películas violentas no existe esa tal nemesis o catarsis. Sí la hay, para mí, en Tarantino, que logra intercalar con verdadera maestría diálogos aparentemente vacíos de contenido y cargados de supuesta cotidianidad (y casi tópicos) con escenas de absoluta violencia, inusitada. Cada uno que saque las conclusiones que quiera.
Y en segundo lugar (lo que a mí más me interesa), creo que la literatura debe ser ética. Ética en tanto en cuanto el autor, como individuo humano, debe ser consciente de que lo que él escriba no es un bien individual sino social y, por tanto, político. Creo que las mejores novelas no nos cuentan historias, sino vidas. ¿Verdaderas? Apenas, porque poco queda de verdadero. Pero sí buenas, porque hace mucha falta.
En definitiva, creo que imponer institucionalmente un control cultural es absurdo e ineficaz porque el control debe ser autorial y humano. Nosotros, como seres finitos y limitados, nos debemos a combatir la eterna individualidad el ser con la infinitud de la humanidad. Basta de cánones románticos que dicen que se debe hablar sobre sí mismo y que ya estaban agotados a finales del XIX (la generación del 27 lo supo). La literatura debe hablar de todos, y bien, y los autores son responsable de ello. No un gobierno, ni una institución, ni unas estadísticas.
Me gustan los artículos que me hacen pensar (enhorabuena) y procedo a compartir mis pajillas mentales con todos vosotros:
– Leer en las primeras líneas sobre control «virtuoso» y el comentario chorra sobre Torrente han hecho que se me vengan a la cabeza imágenes distópicas de una policía del pensamiento feminista, donde mujeres liberadas de las cadenas del patriarcado se presentan en mi casa con órdenes de registro: «conque discos de heavy metal, ¿eh, machirulo?» Todo puritanismo es igual de peligroso.
– Cuando era pequeño veía Bola de Dragón, de adolescente me gustaba el metal extremo y Marilyn Manson, y en la actualidad veo películas sobre mafia o cine quinqui de los 80, y no he perpetrado ninguna matanza en el instituto ni me he enganchado a la heroína ni formo parte de ninguna asociación ilícita.
– Nunca veo Telecinco, pero si me dan a elegir entre el virtuosismo impuesto desde arriba y la libertad para ver Sálvame, me quedo con lo segundo. Prefiero que la gente mande en su ignorancia, aunque luego yo sea el primero que critique los programas de mierda que ve la gente en la tele.
– He cortado el vídeo de Monedero a los 30 segundos por vergüenza ajena.
Os recomiendo los siguientes enlaces:
– Artículo del director actual de El Mundo, David Jiménez, sobre el choque cultural tan brutal que supuso la reciente introducción de la televisión en Bhután: http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2006/544/1143928801.html
– Vídeo subtitulado del discurso que hizo Frank Zappa ante el gobierno de EE. UU. cuando quisieron imponer una cierta censura en los discos después de que la mujer de Al Gore le comprara un disco de Prince a su hija y se enterara de que una de las letras de ese disco iba sobre la masturbación: https://www.youtube.com/watch?v=IMQ4aq94i40
Bastante interesante, como casi todo lo de Javier Bilbao.
En mi opinión, a través de los medios de comunicación o de difusión audiovisual no se despierta nada en el ser humano que no estuviera ya latente en su naturaleza. Esto vale tanto para las grandes obras narrativas visuales, -cine y series de TV-, como para los anuncios publicitarios, promociones y demás.
Otra cosa es que, desde determinados estamentos y grupos de presión se trate de sacar tajada política (es decir, lucrativa) recurriendo al victimismo y ocultando u omitiendo el concepto de responsabilidad personal en todo lo relativo a la influencia que ejerce sobre nosotros una determinada obra de ficción o publicitaria.
Un buen ejemplo de esto, es la patética idea de que las mujeres son víctimas de cánones de belleza impuestos a través de modelos publicitarios sobre exigentes. Esto no es así. El canon de belleza existe, por supuesto, pero no nos lo impone la publicidad, sino la biología: juventud, delgadez, voluptuosidad y belleza son sinónimos de fertilidad, es decir, de supervivencia de la especie. La mujer que no cumpla con estos requisitos no será atractiva y no hay más que hablar, independientemente de lo que nos digan los medios de comunicación de masas o los siniestros ingenieros sociales de la izquierda (¿se han fijado en la profusión de cincuentonas ultra recauchutadas que nos invade últimamente en las portadas de las revistas tratando de vendernos un atractivo sexual que evidentemente no es real y que ya no engaña a nadie? ¿creen que es algo casual e inocente?)
No estoy de acuerdo con usted en lo referente al canon de belleza, me parece producto de la ignorancia la idea de achacarlo a la biología cuando los cánones de belleza, tanto femeninos como masculinos, han cambiado a lo largo de la historia, sin achacarlo a «siniestros ingenieros sociales de la izquierda». ¿Qué pasa, que la biología cambia en cuestión de siglos? Por lo tanto los cánones hay que achacarlos a los valores que se esperan del individuo en cada sociedad. Créame que la delgadez nunca se ha asociado a la fertilidad, sino con todo lo contrario.
Una pena que el titular no tenga respuesta en el artículo. El autor cae en la trampa de utilizar el término «cultura», aún queriendo citando a Platón, sin saber qué significa realmente para, a continuación, acotar el contenido del artículo, directamente, a ciertos productos culturales. Felizmente podría haber titulado «Se pueden crear ciudadanos virtuosos controlando el arte» o sustituyéndolo por «industria artística», «productos de entretenimiento»,… algo más acorde con el contenido del artículo y no con el término «cultura». La cita de Platón, al igual que el artículo, no habla de cultura, sino de «bienes o productos culturales». Platón, y el articulista, sesga la cultura sin mucho miramiento, sin tener en cuenta que una cesta de mimbre o un potaje de lentejas, por ejemplo, son «productos culturales» tan válidos como una tragedia o un videojuego.
El batiburrillo posterior poco dice. Del marketing a un estudio (menor, desde luego) sobra moralidad pasando por Monedero y lo subliminal, y dejando a Pinker como la única nota relevante e interesante al incluir la noción de «rol violento». Pinker, en la misma obra citada, tiende más hacia lo contrario del titular que encabeza este artículo. Pinker parte de una base genetista, de caracter casi innatista, que coloca a la cultura, la sociedad, la educación y la experiencia personal casi en un segundo plano.
Al tercio final del artículo llego desmotivado, lo reconozco. Ni rastro de la cultura (obvio que siempre podremos argumentar estar hablando de cultura al hablar de sus productos, pero en este caso no es bueno tomar la parte por el todo) y ya enfrascados en la propaganda ideológica.
Aún así, me parece que la sola idea de buscar ciudadanos virtuosos me parece bastante retrógrada, al igual que el pensamiento griego del que procede. La búsqueda de un corpus de ciudadanos perfectos se enfrenta la diversidad, a la pluralidad. Ese virtuosismo (llámenlo X) ni es legado por la naturaleza ni por la divinidad, sino fruto del hombre y sus acciones sociales. Llegados a este punto, solo cabe desdeñar la idea de una imposición moral (porque al final es de lo que se trata) de unos sobre otros. Creencia peligrosa esta que sitúa nuestra moral por encima de la de los otros y nos legitima para controlarlos, para crear «ciudadanos virtuosos». El refuerzo moral en vistas de esta recreación del ciudadano perfecto solo refleja creencias de superioridad y traslación a situaciones de relaciones de poder asimétricas.
Feo, muy feo.
Aplausos. Me ha encantado tu comentario porque ha conseguido hacerme pensar. Pensaba que estaba de acuerdo con el autor hasta que he leído tu comentario. No sé si sigo de acuerdo con él o no, pero te agradezco infinitamente que compartieras tu perspective.
Gracias.
Por si alguno tiene dudas acerca de si estamos o no «manipulados» recomiendo la lectura de Noam Chomsky. ¿Libre albedrío? ¿Capacidad de elección?. Se trata de conceptos filosóficos totalmente huecos que el sistema se encarga de que asumamos como si fueran consustanciales al ser humano, pero se trata de ilusiones para la supervivencia del propio sistema.
Woaw.. los comentarios no tienen desperdicio, aquí cada loco con su tema y se queda con lo que quiere.
Supongo que eso hace el articulo bueno, al menos si nos fijamos en la anécdota de la peste comentada.
Porque como nos podemos fijar en muchas cosas e interpretarlas como nos venga en gana.
Yo también me he quedado un poco fría con el artículo. El título me prometía mucho y aunque interesante, me ha resultado un melange un tanto desorganizado y espontáneo de ideas y anécdotas. Drywall: interesantisimo tu comentario y los links que has sugerido. Gracias!!
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Todos los ojos miran a la meca del celuloide y a sus productos derivados que invaden las radiofórmulas y los televisores del resto del planeta. Un origen común, la pervivencia de un idealizado sistema radicado en Estados Unidos. Y los hermanos Houser consiguieron un hito de la cultura pop, quizá el problema es que con el fin de lucrarse y ahondar en la violencia gratuita que a diario se nos dispensa, ellos mismos erigieron su obra maestra, en sus últimas entregas, en poco menos que una parodia… Y como bien ha defendido alguno, no necesitamos un comité de sabios que implementan una suerte de sofocracia para aleccionar en el consumo de cultura al simio medio, bendita libertad, que para mí y para muchos estriba en la elección… ¿Qué sería de nosotros si quienes se arrogan tal raciocinio selecto hicieran y deshicieran a su antojo? Meros sujetos adoctrinados, cultos por lectura, abocados a una visión única de los enigmas que se nos presentan en cada libro, largometraje o shooter subversivo. Y qué decir de los fanáticos yanquis, siempre he pensado que si Jesús si presentase ante ellos, o ante los prístinos Pilgrims, lo habrían quemado como en Salem… ¿Quiere parecer una persona cosmopolita y liberal, manido recurso, a la par que mojigata beata? Compre un CD de algún artista excéntrico que no elude la sexualidad en sus composiciones, tóquese con alegría mientras su marido marida el puro con un buen coñac, y después finja que la melodía le resulta obscena… Malditos hipócritas, que bien os retrató Mendes en American Beauty…
En su ensayo sobre el fundamento de la moral Schopenhauer formuló la que debe ser la única finalidad posible del Estado: «proteger a los individuos de los demás y, a la totalidad, del enemigo exterior. Algunos filosofastros alemanes de esta época venal quisieran tergiversarlo haciendo de él una institución para la moralidad, la educación y el ejemplo: por detrás de estas supercherías… acecha el propósito de suprimir la libertad y el desarrollo individual de la persona singular, para convertirla en mero engranaje de una máquina estatal y religiosa de tipo chino. Pero ése es el camino que condujo a la Inquisición… y a las guerras de religión» (III, 750).
Pues les dejo algunas citas de la Biblia que nos puede iluminar acerca de este tema:
«no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre» (Mateo 15,11)
«No entendéis que todo lo que entra en la boca va al estómago y luego se elimina? 18Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. 19Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias» (Mateo 15, 17-19)
«Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, sino que tanto su mente como su conciencia están corrompidas.» (Tito 1,15)
Incluso en la Biblia, el mismo Cristo y en el último caso, San Pablo, mencionan que no son las influencias externas las que hacen que el hombre sea malo, sino lo que hay en su corazón. Es como ver la «Maja desnuda», algunos la apreciaran por su arte y otros por cuestiones menos elevadas. O por ejemplo oír Metal solo por que nos gusta el estilo musical, o escucharlo porque se cree efectivamente que es musica satanica.
Eso si, es necesario que la persona que consume cultura sea lo suficientemente maduro para entender el argumento de la pelicula, canción, novela, videojuego, etc que esta disfrutando, porque si hay casos de sujetos desequilibrados o niños alienados que cometen barrabasadas solo porque lo vieron en una pelicula o lo oyeron en una canción.