Nunca es tarde para tener una buena infancia. (Milton Erickson)
Blanca se dedicaba a la prostitución y a ayunar, alternativamente. Tenía un aspecto virginal, lo cual no le había impedido tener un hijo. Esto no era de extrañar dada la influencia religiosa en la que había sido educada. Las monjas del hospicio le habían hablado de estos misterios.
Vivía en el Puerto de Sagunto y en 1988 tendría veintisiete años. Se mantenía en un peligroso estado de abstinencia, aunque ella decía que ayunar le daba fuerza.
Tenía catorce años cuando la conocí en el orfanato y parecía una cuidadora en vez de una interna. Una idea que podías confirmar después de hablar un rato con ella.
Blanca era dulce y entregada. Se apuntaba a todas las actividades extras del internado: el grupo de montañeros, la rondalla de música, las clases de costura y el ropero. Era voluntaria en todo lo que podía hacerse en aquel submundo rodeado de civilización.
Le resultaba fácil hacerse amiga de todos los educadores, voluntarios y en general, de los adultos que pasaban por allí. Pero no quería irse con ninguna familia acogedora para salir los domingos o las vacaciones. En Navidad, Semana Santa o en el verano siempre permanecía en el centro con un aspecto radiante y sonriente.
Las heridas de la espalda eran pequeñas quemaduras de cigarro que le hizo su madre cuando era niña.
La abstinencia alimentaria nos remite distintos campos metafóricos o hipótesis que procuran explicarla.
Algunas de ellas están relacionadas con evitar la contaminación del exterior. Hipotéticamente obedecen a la idea de mantener la realidad circundante a cierta distancia calculando además cuánto debemos entregarnos a la vida.
Los renunciantes constituyen una de las vías más importantes de acceso a la sabiduría en muchas tradiciones espirituales. Podemos contemplar el ayuno como práctica ascética en culturas como la cristiana, la musulmana sufí, la hinduista o la budista. Abstinencia como modo de mantenimiento de la pureza virginal frente a la eventual amenaza del mundo.
Tal vez el origen histórico de este fenómeno sea la justificación de las hambrunas que el ser humano ha padecido. Los mandatos religiosos de ayuno serían una forma de calmar y justificar el hambre mediante la fe (1).
Otra explicación apuntaría a que las tribus humanas necesitaran que algunos de sus miembros se entrenaran para atravesar largas travesías en desiertos carentes de comida.
Lo cierto es que algún aspecto de la abstinencia fascina al ser humano. En este sentido, se habla de los artistas del hambre que actuaron en Europa y Norteamérica en el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX. Sacco fue uno de ellos y se presentó en Londres ayunando públicamente encerrado en una urna de cristal mientras cientos de visitantes contemplaban su cuerpo consumido (2). Mantenerse en la renuncia para que se manifieste la esencia.
El cuidado del alimento en las mejores condiciones biológicas posibles es otra metáfora relevante y constituye un objetivo de muchas disciplinas de la salud. La vuelta a lo natural, la lucha contra los aditivos y la defensa de la agricultura biológica son exponentes de esta inquietud.
La dialéctica entre naturaleza e historia constituye otra vía de análisis. Por ejemplo, el dibujo de los niños antes de que aprendan a leer y escribir es un material preciado para muchos analistas del comportamiento. Esta perspectiva (3) sugiere que el niño cuando llega a este mundo viene del inconsciente colectivo o el mundo de las ideas y trae información que el adulto ya tiene olvidada. Por eso lo analizan como un material ab origen, esto es, una obra original antes de haber sido contaminada por la historia y la cultura (4). Por eso dicen que es peligroso enseñar cosas a los niños, ya que puedan corromper el material que traen.
La abstinencia se manifiesta también en la relación entre pensamiento y acción. Algunas personas prefieren imaginar algo que experimentarlo. En una ocasión, nuestra protagonista Blanca, se enamoró de alguien y se lo contó a su mejor amiga en el internado. Ella le dijo: «Y ¿se lo has dicho a él?». A lo que Blanca contestó: «¡No, por supuesto! ¡Eso es cosa mía! ¡A él qué le importa!».
Pero reconociendo esta hipotética trama inconsciente que flota en el ambiente, el abstinente se convierte muchas veces en la víctima del proceso. Blanca acabó inmolándose con la intención de mantenerse a salvo. Su delirio de que la abstinencia la impermeabilizaba le llevó a una vida truncada. Enfermedades oportunistas saltaron fácilmente su frágil barrera inmunitaria y la derrotaron.
Es difícil saber las razones profundas de la abstinencia de Blanca. Lo cierto es que no fue una niña mimada en sus primeros años de vida. Nadie le otorgó un lugar y esto se refiere a otra metáfora relacionada con la renuncia: la experiencia temprana de no haber sido reconocida. La persona solo puede saber que existe si otro la mira. En definitiva, «Yo» es otro (5). La identidad se construye bajo el amparo de adultos significativos que nos anteceden y nos acompañan en la vida cotidiana y en la simbólica. Desde esta perspectiva, la abstinencia está sujeta al influjo de la pulsión tanática.
Lo virginal simboliza, por último, lo potencial. Es decir, lo posible y no materializado. El ser humano tiene innumerables caminos para construir una identidad desde el abandono, aunque Blanca no localizara el suyo.
Voy desapareciendo
de las mentes que conozco
de los recuerdos de otros
de los corazones de ayer.
Voy borrándome en el aire
de la memoria y el gesto.
Soy yo desapareciéndome
soy yo la que alza el olvido.
(Trinidad Ballester)
Notas:
(1) Mabel Gracia Arnaiz (2000): La complejidad biosocial de la alimentación humana. Universitat Rovira i Virgili de Tarragona. Dept. d’Antropologia Social i Filosofia. Págs. 35-55.
(2) Siri Hustvedt: Todo cuanto amé. Publicada en 2003. Pág: 105.
(3) De raíz platónica.
(4) Freud. El malestar en la cultura.
(5) Presupuesto esencial de la filosofía Hegeliana.
Precioso articulo. Una joya para el espíritu. Al igual que todos los tesoros escondidos ha costado encontrarlo.