De David Simon se ha dicho ya todo, pero vamos a seguir insistiendo.
Hijo de sindicalista, nieto de emigrantes, periodista guerrero, investigador implacable, creador de la que es —probablemente— la mejor serie de la historia de la televisión. Odiado por políticos, ejecutivos con y sin corbata, y algún que otro periodista, Simon es un gruñón de clase A. «Las albóndigas de mi abuela eran como balas de cañón, después de comer eso estoy preparado para cualquier cosa», decía hace no mucho. Tipo duro como pocos, socialista reconocido, al ideólogo de The Wire, Generation kill o Treme le va la marcha desde tiempos inmemoriales, cuando el alcalde de Baltimore amenazaba con echarle de la ciudad y sus jefes en el Sun se lo quitaron de encima porque era más incómodo que la cama de un faquir. Incluso en la propia HBO, off the record, muchos se quejaban de la mala baba de Simon, para el que transigir es un verbo que no se conjuga.
Ahora el cruzado vuelve con otra dosis de escepticismo, otra de esas misiones con personajes que salen en las canciones de Fabrizio De Andrè o Tom Waits: «Cuando el mono se subió al muro/ todos le vieron el culo». Desnudando a Yonkers, una de esas ciudades con alma de barrio en Nueva York, donde a mediados de los ochenta el aire era tan espeso que para cortarlo no bastaba un cuchillo y había que recurrir a algo más grande. Los negros no querían ver a los blancos; los blancos no querían ver a los negros; los hispanos no querían ver a nadie.
Decía el crítico musical Lester Bangs, en su legendaria crítica del Astral weeks de Van Morrison, que «Morrison se empeña en meter toda la información posible en cada segundo de canción». Simon, como Morrison, tampoco gusta de dejar nada fuera que debiera esta dentro y en su última (mini)serie, Show me a hero, ejecuta un retrato despiadado de la burocracia política que abandonó el idealismo en una cuneta y luego lo atropelló dando marcha atrás. Tipos repulsivos de trajes baratos que juegan a repartirse las sobras de un barrio carcomido hasta las encías son los protagonistas de otro de esos ejemplos de que la televisión de Simon sigue siendo militante, como el lobo feroz en un mundo lleno de caperucitas rojas. Las dentelladas del de Baltimore a un sistema que sigue siendo una máquina de crear idiotas son furiosas pero parecen delicadas. Es lo que tiene escribir como escribe él, donde ninguna palabra cae en el lado equivocado y cada frase forma parte de una frase más grande que acaba articulando un discurso que solo se ve si te alejas cien metros de la tele.
Show me a hero, con música de Springsteen (naturalmente), un currante con banda y galones, es probablemente mucho más accesible que The Wire o Treme: un aspirante a alcalde que se encuentra sentado en la silla eléctrica en el momento en el que le dan al interruptor y nos recuerda aquella frase de Carcetti en la mencionada The Wire, sobre lo de mandar en una ciudad: «Un tipo viene con una bandeja llena de mierda. Luego otro. Y luego otro. Y tienes que comértelas todas». Ambientada en 1987, pero tan anclada en el presente como un paraguas en Londres, Show me a hero es una autopsia de una ciudad que nació muerta pero cuyos restos siguen calientes y que subraya las obsesiones de Simon por los repartos corales y la delgada línea (roja) que separa al ser humano de sus errores: un paso en falso, uno solo, y todo se funde a negro. El hombre equivocado, la mujer equivocada, la esquina equivocada, el lugar equivocado. Clásicos de Simon que encajan con su abigarrada visión de la lucha de clases y la tensión racial, ahora que según todos los informes la clase media en Estados Unidos se ha ido al garete y todos los fantasmas del racismo vuelven a lucir sabana y arrastrar cadenas.
La innegable habilidad del realizador Paul Haggis (aquí preciso y muy alejado de ese populismo determinista que parecía presidir sus últimas películas) con la cámara y el pulso narrativo de David Simon casan como un perro y su hueso, en una serie eminentemente socio-política que se acerca mucho a The Wire en sus vergüenzas: la imposibilidad de encajar en un universo afilado como una navaja de afeitar, al que no es posible acercarse sin cortarse. La intriga palaciega despojada de cualquier encanto estético e ilustrada por habitaciones repletas de hombres que se reparten el mundo como si fuera suyo y que se ríen a carcajadas de los desgraciados que se arremolinan a las puertas, esperando que les caiga un trozo de pan. «Si no tienen pan que coman pasteles» dicen que dijo María Antonieta (otra leyenda urbana, seguramente). Los habitantes de Yonkers no tienen pan, ni pasteles. De hecho, no tienen de nada. Como los camellos de Baltimore o los músicos de Nueva Orleans después de que el Katrina se lo arrebatara todo.
El reparto, como de costumbre, es sota, caballo y rey. Parece que David Simon haría pasar por competente a Vince Vaughn si se lo propusiera. Oscar Isaac (qué debe comer este chaval) está magnífico, Wynona Ryder más de lo mismo, James Belushi ha llegado a los sesenta con mucha barriga e igual personalidad y el imprescindible Alfred Molina demuestra que lo de ir de socarrón le sube los decimales. Hay un par de tipos honrados en Show me a hero, los antihéroes de Simon, hombres y mujeres que salen malparados de su empeño por nadar como los salmones: el maravilloso personaje de John Goodman en Treme; el fantástico McNulty de The Wire o el gran Alexander Skarsgard de Generation kill. En las series de Simon siempre hay alguien que arroja una silla contra la ventana para dejar entrar la luz pero sabiendo que alguien repondrá esa ventana tan solo unos segundos después. Las buenas acciones son como los tics nerviosos, imprevisibles y pasajeros, y en manos de Simon acaban costándole a alguien un precio demasiado alto. La irremediable levedad del ser es aún más leve cuando uno se acerca demasiado a la madriguera del depredador, aunque este fume puros y te pide que le votes.
En los créditos de The Wire sonaba el clásico de Waits, «Way down the hole»: If you walk with Jesus / he’s gonna save your soul / you gotta keep the devil / way down in the hole.
A David Simon se le ha escapado el demonio, una vez más. Bendito sea.
Qué maravilla de texto.
Pincho en la noticia de Les Luthiers, y me lleva a esta…
No entiendo los palos a Vince Vaughn. Lo único salvable de True Detective, no entro en el resto de su carrera, y es quién más palos recibe.
Ver la primera foto y pensar en un biopic de josemari
Totalmente de acuerdo. Es poderoso.
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Estupendo texto y además entre las actrices figura Carla Quevedo,( la chica que sale en la foto que ilustra el reportaje). Jovencísima promesa de origen argentino que pienso dará que hablar. Trabajó a las órdenes de Grandes directores en pequeños papeles.
He superado el ecuador de la serie y… sin duda es muy singular. La historia es cruda en algunos sentidos, «reparte» por todos lados, muestra la «animalidad» de la «masa», la incompresión del político constructivo (aunque sea a la fuerza), el enjaulamiento en una sociedad con vidas carentes de aspiraciones. Historia ochentera, pero que podría describir una realidad social actual perfectamente.
Muy bueno el reparto.
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