Uno se acostumbra a la nostalgia como lo hace a la cerveza o a fumar. Primero con mueca de disgusto, con el gesto arrugado y la amargura propia de vivir en una eterna tarde de domingo; luego, con la inercia con la que uno remueve un guiso o besa a su pareja después de ocho años compartiendo sábanas. Santiguarse a la tristeza, a una auténtica, sin afeitar y con aliento grosero, te hace querer vivir deprisa deprisa deprisa, soltar toda la adrenalina de golpe y envejecer de repente. Morir mareado, asomarse a la ventanilla de un tren en marcha. Seguramente Ian Curtis murió el mismo día en que nació, un 15 de julio de 1956, en Mánchester. La imposibilidad de reprimir el deseo de vivir era el motivo de su apasionada cólera, de su anhelo suicida: llegar al destino lo antes posible, trampear la naturaleza y su, a veces, excesiva longevidad. Live fast, die young. «Mañana, y mañana, y mañana», como dice la célebre obra Macbeth de Shakespeare, «se arrastra con paso mezquino, día tras día, hasta la sílaba final del tiempo escrito. Un idiota lleno de ruido y furia que no significa nada». Un idiota que solo era un crío con la palabra «odio» en su chaqueta de adolescente.
El pesimismo de Ian Curtis se verifica a través de sus letras, un olor putrefacto que se intuye tan levemente que te acostumbras a él, como ese alimento podrido en la nevera cuyo hedor lo impregna todo pero no consigues identificar de dónde procede. «Heart and soul, one will burn», cantaba Ian consciente en realidad de que en su caso ambos, corazón y alma, yacían ya en el cenicero después de haber reposado entre sus dedos como un cigarro. Dice Juan Tallón en Libros peligrosos que la huida, temática presente en toda la historia de la literatura, tiene «una variante rocambolesca y dramática: la huida en círculo que te devuelve al lugar del que pretendías alejarte». Si bien Ian quería dejar de ser hombre —«human beings are dangerous and they call me in the dark», recitaba en «At a later date»—, desprenderse de carne y pellejo del mismo modo en que lo haría de un traje de chaqueta y corbata, su evasión le hacía ser aún más humano, desgraciadamente humano. Escapar cometiendo los mismos errores, aquellos que te empujan de nuevo al punto original: la pérdida del control.
She’s lost control,
and she gave away the secrets of her past,
and said I’ve lost control again,
and of a voice that told her when and where to act,
she said I’ve lost control again.
Tony Wilson, cofundador de Factory Records y presentador del programa Granada TV que apostaba por bandas emergentes, entre ellas Joy Division, decía que en Mánchester inventaron la revolución industrial: una ciudad vieja, sucia y asquerosa. En aquella urbe donde, tras la II Guerra Mundial, los escombros se transformaron en obras y hormigón, chavales como Ian, Bernard o Peter, destinados a trabajar en fábricas, sentían que solo había dos refugios posibles: la cerveza y la música. En el documental Joy Division (Grant Gee, 2007), Bernard Sumner, guitarrista de la banda, resume esa infancia pálida y cadavérica en una frase: «No vi un árbol hasta los nueve años». Quizá esa ciudad intubada como un enfermo incapaz de respirar por sí solo fue lo que provocó que los adolescentes mancunianos de los setenta buscasen desesperadamente la belleza a su alrededor. Y la furia que crecía en sus cuerpos, al igual que crecen los dientes, el pelo o las uñas, se convirtió en sonido.
Try to cry out in the heat of the moment
Possessed by a fury that burns from inside
(«The Eternal»)
El músico David Eugene Edwards, apodado el Reverendo y reconocido seguidor de Joy Division, comparaba el acto de escribir canciones con analizar las preocupaciones bajo un microscopio. «Como si miras tu mano muy de cerca y parece algo completamente diferente», decía. Probablemente, para Ian componer también era un proceso introspectivo. Ya de pequeño escribía inquietudes y pensamientos en una libreta, una manera de aislarse del mundo: precisamente, su actitud silenciosa y su manía de plasmarlo todo en un papel fueron las dos cosas que heredó de su padre, Kevin, tal y como cuenta la viuda del cantante, Deborah Curtis, en el libro Touching from a Distance. En ese a menudo desquiciante ejercicio de vomitar el dolor y exhibirlo —en este caso, a través de la música— uno no puede evitar acojonarse al descubrirse a sí mismo como un ser deforme y oscuro, una lente microscópica que nos revela algo que ya sospechábamos: la propia muerte bajo una piel blanca y viva. Así, Ian parecía tener la certeza de haber fallecido al abandonar el útero y de estar en el lugar erróneo —«they keep calling me», enunciaba en el tema «Dead Souls»—, la única opción para aparentar ser un humano más y no un alma muerta era adaptarse al entorno. Tener esposa, tener hijos, tener un trabajo. Pero la frustración le acompañaba siempre como el humo de tabaco en el pelo después de fumar cigarrillos compulsivamente. «Where will it end?».
En el documental de Grant Gee, Iain Gray, compañero de clase de Curtis al que llamaban «el otro Ian», dice que «asustaba mirarle». Pantalones de cuero, chaqueta con la palabra «odio» escrita detrás, mirada desafiante. «¿De qué va?», se preguntaba. Antes de eso, Ian había lucido una chaqueta roja como la de James Dean en el filme Rebelde sin causa, y más tarde, próximo a los diecisiete, lo cambiaría todo por un abrigo largo en el que escondería los discos que robaba de las tiendas de música, tabaco y algo de alcohol. Era común ver a Ian en Victoria Park sentado en el suelo escuchando a MC5, Roxy Music, The Velvet Underground, The Rolling Stones —mucho más viriles que The Beatles, según él— y, por supuesto, a David Bowie, a quien admiraba.
Sin embargo, fueron los Sex Pistols y los Buzzcocks quienes influenciaron a la banda, primero conocida como Warsaw, en su sonido inicial. Sin los conciertos de ambos, Curtis, Sumner, Hook y Stephen Morris no habrían montado el grupo. Como explica el bajista Peter Hook en su libro Unknown Pleasures: Inside Joy Division, al principio hacían punk salvaje y lo hacían fatal: «Querías cantar todo el rato: “Sí, sí, sí, joder, sí sí, sí, cojones”. Te entraban ganas de destrozarlo todo, te sentías rebelde». «Era un jaleo de puta madre. Pensabas: “Joder, yo también puedo hacerlo”», apunta Sumner. Aquel sonido beligerante y mugriento agolpaba la sangre y la ira en las sienes de quienes escuchaban. Pero Curtis sería el encargado de pasar del clásico «que te jodan» de finales de los setenta a «estoy jodido». Usar la energía del punk para expresar emociones más complejas. La diferencia se intuye entre An Ideal For Living, un EP grabado en 1977 todavía bajo el nombre de Warsaw, y Unknown Pleasures, el primer disco de estudio de Joy Division. Para sufragar los gastos de grabación y promoción del EP, Ian convenció al director del banco de que les diera un préstamo a él y a su esposa para amueblar el salón. Cuatrocientas libras que salieron de la cuenta conjunta con Deborah. «Olvidé que Ian pidió prestado el dinero. Dios, si lo hiciera ahora mi mujer me mataría. Es increíble cómo fue capaz de salirse con la suya», dice Hook en el documental de Gee.
Un año después de Unknown Pleasures (1979) llegó Closer, un lamento áspero y póstumo. El disco se publicaría unos meses después del suicidio de Ian. En enero de 1980 le habían diagnosticado epilepsia: tras un concierto fallido en Londres al que apenas acudió nadie, sufrió un ataque en la caravana de vuelta a Mánchester. «Yo tenía un saco de dormir» —cuenta Bernard Sumner— «e Ian quería taparse con él. Empezó a forcejear y acabó arrancándomelo a trozos. Después, se tapó la cabeza con él y se puso a gruñir como un perro. Empezó a dar puñetazos, y luego comenzó a convulsionar». Tenía veintitrés años y el médico le recomendó la vida de alguien con el doble de edad: no bebas, acuéstate pronto y evita las luces de los focos. «No podía conducir ni recoger a su hija. Tampoco se acercaba demasiado a las vías del tren», explica Sumner. El estudio Manchester sound, Factory Records y Joy Division de Constanza Alicia Abeillé (Universidad Autónoma de Barcelona) recoge una declaración del productor de la banda, Martin Hannett: «Closer fue un poco depresivo en un clima social extraño. La grabación duró trece días y trece noches, fue un proceso agotador. Ian no estaba tomando su medicación porque pensaba que lo adormecía. A pesar de todo, el sonido es único».
El mito dice que Curtis era bipolar, aunque en vida nunca fue diagnosticado de tal enfermedad. De hecho, Sumner está convencido de que aquellos estados melancólicos y los cambios de humor constantes que le devoraron eran consecuencias del tratamiento farmacológico para la epilepsia.
This is a crisis I knew had to come,
destroying the balance I’d kept
(«Passover»)
Annik Honoré fue la única que detectó la languidez y pesadumbre de Ian en las letras de Closer. Parecía arrojarse a tumba abierta a la desazón, sin sucumbir al suicidio pero sin escapar de él. Ni tan siquiera el resto del grupo era consciente de aquellas desesperaciones que se arrugaban en los bolsillos de Curtis. «No prestábamos atención a las letras. Años después dijimos: “Oh, dios mío, ¿esto es lo que canta?”».
Annik e Ian se conocieron en octubre de 1979 después de un concierto. Él llevaba cerca de cuatro años casado con Deborah y hacía unos meses que había sido padre de Natalie. La película Control, de Anton Corbijn, basada en el libro Touching from a Distance de Deborah Curtis, retrata bien el primer encuentro entre ambos: en el camerino, todos dormidos, menos ellos dos. Sin embargo, el filme de Corbijn —que conoció a la banda en noviembre de 1979 para una sesión de fotos— está adulterado para apoyar la leyenda del cantante en detrimento de la figura real: ni Sumner, ni Hook, ni Morris dan cuenta de que Curtis sufriese un ataque epiléptico durante una actuación; tampoco de que el sincopado y convulso baile sobre el escenario fuese imitación alguna de su enfermedad como a veces se cuenta: simplemente entraba en trance al sonar la música, su mente conectaba con una red de alto voltaje y él se agitaba y se retorcía. El cineasta, además, obvia el hecho de que el 7 de abril de 1980 Ian intentó suicidarse por primera vez con medicamentos. Por ello, cuando su esposa lo encontró aquel domingo 18 de mayo, un día antes de irse de gira por América, colgando de la cuerda de la ropa en la cocina, solo pudo pensar que era un segundo intento —fallido—. «Miré alrededor, no sabía qué hacer. Fui a llamar por teléfono, pero pensé que era otra falsa alarma. Volví a la cocina y le miré a la cara: un hilo de saliva colgaba de su boca. Sí, lo había hecho. Pensé que Ian estaba en alguna esquina de la casa observando mi reacción, como una especie de truco cruel», escribe Deborah en el libro. Natalie, que apenas tenía once meses, esperaba en el coche.
Las palabras escritas en el cielo negro,
Los bellos ojos no las quieren ya ver…
No nos asusta el lecho de muerte,
No nos atrae el lecho de placer.
(Marina Tsvietáieva, mayo de 1918)
No fue el dolor, no fue el odio, no fue la culpa. Ninguna de esas cosas por separado consumió a Ian Curtis. Fue la edad, el arrepentimiento, saberse viejo tan joven; fue la necesidad de querer ser un buen hombre y no poder; fue el peso del amor inalcanzable sobre sus hombros, sobre su columna, sobre su pecho, que le fue hundiendo en aquella tierra blanda de Mánchester donde siempre, siempre llueve.
Manchester… Joy Division… Tengan cuidado, casi hablan ustedes de The Smiths en Jot Down.Y eso, como todos sabemos, no puede ser. ¿No es cierto…?
Hombre, si hablan de esos, yo me borro…postureo.
Si vamos a referirnos a música popular británica de la década de los 80, THE SMITHS están a años luz de cualquier otra cosa, ni Joy Division, ni New Order, ni leches.Que estos tíos tienen dos o tres canciones que se pueden escuchar… . «True Faith», por ejemplo, me gusta mucho pero ya está.
Si no quieres que se hable de los Smith lo mejor es pedir aquí que se hable de ellos o de quien sea y oye es que no falla, para jotdown es como si nunca hubieran existido. ¡Muertos! Yo pedí una vez que se hablara del Principe Gitano y de Monserrat Caballot y ni me publicaron el comentario.
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En la película Control, de Anton Corbijn, sí que está la escena del primer intento de suicidio tras ingerir pastillas y el ingreso en el hospital.
A lo mejor cuando Morrisey se cuelgue con la cuerda de tender la ropa y deje de decir tonterías.
Muy buen artículo Noemí
Morrisey dirá muchas tonterias o exageraciones, no se si sentidas, por pose o por llamar la atención, pero, amigo, menudas canciones pop se marcó el tio (o se marca, aunque ya me he perdido sus últimos discos o trabajos, como se suele decir) con Johny Mar, claro. Solo por eso se merece mas que un articulo en este magazine o revista. Fijate que con los Smiths fue muy prolifico, pero practicamente todo de suma calidad pop. Es todo cuestión de gustos, claro, pero cuando los escuché la primera vez, creo recordar que fue allá por 1983, ya me enganché a su sonido. Treinta y tres años después (los escuchó rara vez) me siguen emocionando. Con Joy Division me pasa algo parecido, y eso que tienen un sonido mas dificil y sobre todo, de una epoca y unos años muy concretos, pero amigo (de nuevo), que años , musicalmente hablando. Ese extraordinario periodo que fue de 1977-1983…para mi uno de los momentazos de la historia del rock, del pop, desde Elvis a la actualidad. Salud
Sonidos extraños y estimulantes. Nadie supo qué había detrás de.
Ian Curtis era un chaval normal, excepto porque tenía muchas crisis epilépticas las cuales le indujeron al suicido (ciertos tipos de epilepsia provocan estas reacciones).
No era ni un poeta maldito ni un hombre con poderes. Simplemente tenía epilepsia.
A veces nos gusta ver una profunda «filosofía de angustia existencial» en personas que no tienen nada de esto.
Ian Curtis era un chaval al que le gustaba la música y como se suicidó pues la inmensa legión de Hipsters han empezado a ver algo especial donde no lo hay.
«Simplemente tenía epilepsia».
Hay que joderse.
10/10
Nadie pone en duda que Joy Division fue un grupo estupendo, pero se suele glorificar a Ian Curtis como si fuera algo más que un chaval que juntaba palabras y las cantaba y se pasan por alto otras cuestiones más espinosas -y que su viuda no omite- como que era un votante convencido de Margaret Thatcher y que odiaba a los izquierdistas. Puestos a contarlo, se podría contar todo, digo yo.
Así como Kurt Cobain fue el Ian Curtis de los 90’s?
… y todo el mundo olvida la mejor canción , de largo, de Joy Division. Decades.
El otro día me dio por mirar la wiki de mi tema favorito de Joy Division, «Shadowplay». Muy triste comprobar que había más información sobre la versión que hcieron The Killers que sobre el tema original
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