La idea ya estaba ahí, pero exponerla ahora resulta complicado: abordar un artículo sobre la llamada «canción de autor» en España poco después de haberse hecho pública la muerte de Javier Krahe es una tarea adobada con el polvo acre de los obituarios. Cuando por fin se pone a ello, a uno se le escapan de los dedos unos cuantos tópicos: que si La Mandrágora, que si la influencia perenne de Georges Brassens. Que si las guerras más o menos sordas declaradas contra su arte por Felipe González y la Conferencia Episcopal, que si su reciente acercamiento a Podemos. Tópicos que, por suerte, ocupaban un rincón muy pequeño de aquella estampa afilada, como de hidalgo librepensador en un retrato del Greco.
La imagen de Javier Krahe no se ve desbordada por esos lugares comunes debido a un hecho comprobado in situ por quien suscribe: ante sus canciones, casi todo el mundo cedía a la sonrisa, e incluso a la admiración. Estos ojos que han de comerse los gusanos han visto a rojos, a fachas, a indies e incluso a opositores a notarías respondiendo favorablemente ante las pullas y los aforismos contenidos en «No todo va a ser follar», en «Salomé», en «Kriptonita» o en casi cualquier otra de las piezas de su cancionero. La razón principal: un dominio del lenguaje, arrimado siempre a la palabra justa, que se sobreponía a una cosa melódica en ocasiones repetitiva. Las letras de Javier Krahe son de esas que aguantan un recitado en voz alta sin perder un ápice de virtud: pocos textos de música popular sobreviven a esa prueba.
En todo caso, y siempre desde la subjetividad, parece que la palabra «cantautor» les da una justificada grima a casi todos los españoles que no van de progres old school, con Javier Krahe como infrecuente excepción a la regla. ¿Por qué? Tal vez parte de la respuesta esté en la Real Academia, cuyo diccionario define el sustantivo de marras como «Cantante, por lo común solista, que suele ser autor de sus propias composiciones, en las que prevalece sobre la música un mensaje de intención crítica o poética». Y el desmenuzado revela que, aquí, la palabra clave es «mensaje», ese valor que se impone a lo sonoro hasta estrangularlo. Un mensaje cargado a menudo de vocación literaria mal entendida, o de machacón ánimo de prédica, o de ambas cosas. Saber que el vocablo fue acuñado durante los años de la dictadura añade otra capa más de significado: cómo no envidiarles a los franceses sus Brassens y sus Ferré, sus Cohen y sus Joni Mitchell a los canadienses, sus De André y sus Battiato a los italianos o a los británicos sus Nick Drake y sus John Martyn, si esos talentos pudieron desarrollarse en un marco menos restrictivo que el de aquí.
Entre la tradición garbancera de cierta literatura en lengua castellana, las presiones de todo tipo propiciadas tanto por un régimen autoritario como por su oposición y una industria discográfica renqueante, las posibilidades de grabar «Avalanche», «River Man» o «Furry Sings the Blues», no digamos ya proezas alienígenas como el «One World» de Martyn, decrecen en progresión geométrica. En su lugar quedan la obligación del «compromiso» (valerosa, sí, pero entendida casi como automatismo), lo críptico como estrategia de supervivencia condenada a la caducidad, el recurso a poetas emblemáticos como forma de tocarles las pelotas a quienes corresponde. Si la música popular es siempre música juvenil, aunque sus autores ya anden bien entrados en el climaterio, todos estos valores tienen bien poco de juveniles, y es normal que acaben agrietándose con el paso de los años. Y con el de los devenires políticos, también.
Porque los devenires políticos son eso, devenires, y por tanto pasan. Poco después de que Francisco Franco expulse su última hez fecal en forma de melena, se incubará ese monstruo que algunos dan en llamar «Cultura de la Transición», en cuyo seno muchos cantautores experimentarán una mutación de lo más terrible. Ahora gozan del prestigio debido a los héroes de la Resistencia, y por lo tanto son figuras épicas que no tardarán en dormirse en los laureles. Para muchos y muchas de quienes ahora nos acercamos a los cuarenta, los cantautores son la música «de padre» por antonomasia, esa de la cual uno huye como alma que lleva el diablo en cuanto la edad del pavo llama a su puerta.
Son esos cantantes que aparecerán a tres columnas y con foto en las secciones de Cultura, cuyos conciertos se retransmitirán ocasionalmente por TVE y cuyos discos, en el noventa por cien de los casos, aburrirían a una oveja. En algunos casos (véase a Joan Manuel Serrat), estarán revestidos además de un paternalismo que quiere pasar por humanitario y solo provoca cansancio. En otros, darán ganas de arrancarles la piel a tiras, a ver si bajo ese personaje que les recubre como el vendaje de una momia sigue habitando un ser humano. Pero mejor dejamos de pensar en esto último, no vaya a ser que nos acordemos de Joaquín Sabina. Otros ejemplos, como el tonante Paco Ibáñez, acaban reducidos en la conciencia colectiva a una («A galopar») o dos («Palabras para Julia») piezas emblemáticas. Y también están aquellos que, como Lluis Llach, pierden todo morbo para quien suscribe una vez se empeñan en envolverse con coros y orquestas. Pero, aunque el LP Viatge a Itaca, todo él, sea una pomposidad a costa del pobre Kavafis, siempre podrá llegar un tiempo tan desesperado que lleve a desempolvar «L’estaca» en concentraciones multitudinarias.
Asumiendo que más de uno se habrá enfadado leyendo lo de arriba, servidor debe recalcar que habla desde lo subjetivo. Y, como matizar es una obligación, lo hará refiriéndose a los ejemplos más punteros: de Serrat, le inspiran mucha simpatía sus primeros trabajos en catalán, le merece mucho respeto su discografía hasta el álbum 1978, y guarda mucho amor por su elepé publicado en 1969, el primero en castellano de su discografía, que contiene tres canciones deliciosas: «Balada de otoño», «Poco antes de que den las diez» y «Tu nombre me sabe a hierba» (cómo no iba a ser un temazo, y con clavicordio, teniendo a Pepa Flores por destinataria). Por lo demás, pues ni «Hoy puede ser un gran día», ni leches en vinagre. Con Sabina lo tiene más crudo: aun asumiendo que esto le hará acreedor de collejas por parte de seres queridos (¡Chema, amigo y maestro!), ni los comienzos del jienense como bardo acústico, ni su posterior reconversión rockera a partir de Ruleta rusa ni sus derivas subsiguientes le inspiran más que deseos de salir corriendo.
¿Cuándo sufre la puntilla la figura del cantautor? Pues más de un lector se lo habrá imaginado ya: a mediados y finales de los noventa, cuando (porque la agonía del PSOE felipista y el ascenso del Aznarato volvían receptivo al mercado) llega a las tiendas esa segunda generación cuyos nombres duele escribir. ¿Que no queda otra? Pues allá vamos: el joven sex symbol de izquierda regeneracionista Ismael Serrano, las siempre inaguantables Ella Baila Sola, el chicharrero Pedro Guerra (veterano con década larga de carrera a cuestas, cuyo «Contamíname» se volverá hit por culpa de Ana Belén y Víctor Manuel), esa Rosana dispuesta a carbonizarnos los tímpanos «A fuego lento», más otros productos perecederos, como Tontxu o como esa Merche Corisco más cercana a pavisoserías foráneas (las de Natalie Imbruglia y Tracy Chapman) que a los modelos de toda la vida.
Dejando aparte a Javier Álvarez (quien, por raro y por aventurero, esbozó una carrera digna de mejor suerte), toda esta cuadrilla de viejóvenes se agotará pronto. Lo último de Guerra (20 años libertad 8, 2014) es un disco de duetos, Serrano nunca ha vuelto a ganarse tantos titulares como cuando croaba el «Papá cuéntame otra vez», la inquina mutua que se profesaban las bailasolas ha pasado a ser motivo de chiste (casi tanto como la carrera en solitario de Marta Botía), y en general todos ellos suenan ahora más pasados de fecha que las novelas de José Ángel Mañas. Pero el daño ya estaba hecho.
De cielos y rescates
Así nos encontrábamos, denostando lo caduco y execrando a los nuevos engendros, y no nos dábamos cuenta de todo lo bueno que estábamos rechazando. Pero nunca es tarde para epifanías, y estas pueden darse bajo cualquier luz y por cualquier pretexto: comprobando, sin ir más lejos, que en la discografía temprana de Silvio Rodríguez (cubano, pero emparentable por asociación con lo que estamos hablando) se esconden joyas entre el pop refinadísimo y la psicodelia tales que «El mayor», «Como esperando abril» y «Sueño con serpientes». O, en el mismo plan, alcanzar un perverso regodeo escuchando por ahí que «Ojalá», una canción tantas veces empleada por universitarios de coletilla y pana para triunfar con jovencitas Erasmus (las dulzuras de la lengua, ya se sabe) era en realidad una diatriba contra Augusto Pinochet. ¿Que aquello era una leyenda urbana? Pues será, pero cuánto gustito que daba aquello…
Dejemos de relamernos, y prosigamos. Para un servidor, no puede haber mayor prueba de que, en España, el oficio de cantautor sí ha dado frutos sabrosos que la carrera de Evangelina Sobredo Galanes, alias Cecilia. A cada cual sus opiniones, pero, salvando un par de las canciones que grabó en inglés, todo lo que grabó esta hija de diplomático suena sólido y nutritivo, por más que su materia prima fuera en muchos casos la desesperación pura y dura. Dotada ya de crédito entre los exquisitos, la figura de Cecilia merece una reivindicación inmediata y a gran escala, para empezar por esa imagen de tía rara, de «hippie con ropa del Rastro» (como la describió su hermana Teresa hace cuatro años) que nunca terminaría de encajar en ningún ámbito de este país siempre borracho de testosterona.
Si se tiene alma, resulta casi imposible no conmoverse al ver cómo las canciones de Cecilia se sobreponen a los arreglos impuestos «desde arriba», a la sobreexposición radiofónica (más de uno quisiera haber escrito «Un ramito de violetas» para que Manzanita se la pusiera por rumbas) y al paso de los años, para seguir manteniendo una vigencia escalofriante. Una vigencia que no solo alcanza a sus labores de intimismo a corazón abierto (la práctica totalidad del álbum Cecilia 2, para empezar, y también cristalitos coloreados como «Mi gata Luna» y «Mi pobre piano»), sino también a aquellos temas escritos a priori desde una mayor contemporaneidad. Sin ir más lejos, una canción tan conocida y tarareada como «Dama, dama» ¿no resulta pasmosa, aparte de por su brío melódico, por lo bien que cala aún hoy siluetas habituales en ciertos mítines, y en ciertas ruedas de prensa de los viernes? Pues eso.
Por cosmopolita y por aguerrida (las historias sobre su forma de torear a la censura son, cuando menos, dignas de una sonrisa cómplice) Cecilia queda como una figura casi única: de la misma manera que Pepa Flores hubiera podido ser nuestra Françoise Hardy de haber crecido en un contexto menos horripilante, ella hubiera podido ser una Emmylou Harris o una Joni Mitchell ibérica de no haberse estrellado su coche contra un carro de bueyes, el 2 de agosto de 1976. ¿Qué figuras femeninas le son equiparables? Pues, está claro, las Vainica Doble, aunque por lo rockeras y dispuestas a irse por la tangente tal vez no encajen aquí del todo. ¿Y figuras masculinas? Pues lo mismo vamos a soltar una burrada, pero quizás la de Luis Eduardo Aute. Aunque sea por compartir parcialmente su posición de outsider.
Si bien constatando que la letra de «Una de dos» da vergüenza ajena (obsérvese cómo el macho-narrador se dirige a su macho-interlocutor sin que la opinión de la hembra cuente para nada) y que el grueso de su carrera puede mover fácilmente al bostezo, Aute merece un vistazo de cerca. Por haberse curtido como compositor de encargo («Rosas en el mar», cantada por Massiel en 1967, sigue siendo uno de sus mejores temas), por haber compaginado la música con las artes plásticas y por haberle dedicado una enorme parte de su producción a las cosas del follar: escúchese «Dentro» (contenida en Rito —1973—, su segundo álbum) para entender que los suntuosos arreglos de cuerda son compatibles con una letra sobre el arte de hacerse pajas. En el mismo vinilo, además de la exquisita «De alguna manera», figura «Autotango del cantautor», una letra cuyo cuento deberían haberse aplicado muchos de sus coetáneos, y más de uno de los nuestros, también.
Aute daría para más espacio. Y no necesariamente para hablar de «Al alba», sino de cosas como Forgesound, su álbum de tributo a Forges aparecido en 1977. Pero el espacio apremia, así que reivindiquemos otro nombre: Pablo Guerrero. El autor de «A cántaros» (una canción que, en su versión de estudio —1972—, habría sido materia prima para que unos Byrds hiciesen maravillas) tiene también en su haber un disco de rara belleza, publicado en 1976 y de título Porque amamos el fuego. Un disco que ofrece, como reza el título de su primer tema, «Un rincón de sol en la cabeza», y cuyo segundo corte explica su excepcionalidad: si antes reprochábamos a los cantautores del tardofranquismo su obcecación con según qué poetas, aquí el extremeño Guerrero pone en música sin vacilación (pero con minimoog) unos versos del sublime José Ángel Valente, haciéndoles plena justicia.
El siguiente álbum de Pablo Guerrero, A tapar la calle, aparece en 1978, y en él se nota mucho desencanto: como si aquello que parecía que iba a ocurrir hubiera acabado resultando de una manera muy distinta a la esperada. Aun así, lo siguiente de su escasa discografía (pasarán siete años hasta su cuarto trabajo, Los momentos del agua) está marcada por la colaboración con otro heterodoxo español de altos vuelos, Suso Sáiz, y en general por el afán de hacer lo que le da la realísima gana. Bien por él. Y bien también por Hilario Camacho, que firmó dos álbumes tan estupendos como De paso (1975) y La estrella del alba (1977) antes de todo aquello de la tristeza de amor, un juego cruel. También son dignos de mención Don Francisco y José Luis, o, lo que es lo mismo, dos individuos tan aparentemente ajenos a lo que nos ocupa como los excomponentes de Fórmula V Paco Pastor (futuro magnate de la distribución de videojuegos) y José Luis Moreno Recuero. En 1975, la pareja firmó un álbum que fracasó comercialmente pese a incluir joyitas como «Necesitas saber caer» o «Mil estrellas en un calcetín», inesperadamente reflexivas para venir de los autores de «Eva María» y «La fiesta de Blas».
Gatos (periféricos) con chichonera
Hasta ahora, nuestro repaso ha tenido un tono austero, casi mesetario. Pero es el momento de adentrarnos en otros territorios, así que debemos pasar de puntillas por el trabajo de Rodrigo García (autor de, al menos, un disco estupendo tras su abandono de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán) o por el de Simone, seudónimo de Luis Gómez Escolar, expareja de Cecilia, futuro componente de La Charanga del Tío Honorio y autor de temas eurovisivos.
Tras centrarnos tanto en cantantes en lengua castellana, toca hacer un repaso (siquiera somero) por artistas que se expresaron en otros idiomas. El vasco Mikel Laboa goza de un respeto casi universal, y como una de sus virtudes es la del hermetismo bien entendido, mejor lo dejamos en que sus álbumes arrojan una obra muy seria, muy poco dada a alharacas tanto en lo musical como en lo literario. Acerca de Andrés Do Barro, gallego, debo recordar que tiene una biografía recién editada por La Fonoteca (Andrés Do Barro: Saudade). Y, sobre la proliferación del fenómeno en tierras catalanoparlantes (un fenómeno por el cual siente debilidad quien suscribe), pues hay que decir que no todo se acaba en Jaume Sisa, por mucho que «Qualsevol nit pot sortir el sol» siga poniendo pelos como escarpias. Hay que recordar al dúo Ia & Batiste, lindante con el rock progresivo en dos álbumes formidables (Un gran día y Chichonera’s Cat) que cualquier aficionado ibérico a la psicodelia debería rescatar. Habría que poner en su justo lugar a María del Mar Bonet. Y habría que recordar la historia sonrojante, por tantas razones, que le tocó vivir a Ovidi Montllor. Entre otras cosas.
Vamos, que para hablar con propiedad de todo esto haría falta una enciclopedia. Pero, al menos, esperamos haber contribuido a rectificar prejuicios: la figura del cantautor, o de la cantautora, no siempre ha sido sinónimo de señor o señora con guitarra de palo presto a atorrarnos con sermones, sino que a veces ha generado músicas y letras memorables, dispuestas a evitar o al menos a esquivar lo convencional. Aunque parezca raro, en España también lo ha sido. Llámenme tonto, pero, lo que es a mí, eso a veces me da esperanza.
Grandisimo Javier Krahe que gran perdida para todos.
En relacion a la mala fama que los cantautores tiene en este pais, segun mi opinion se debe fundamentalmente a Victor Manuel y su primero rojisimo culo para despues ser el mayor vendido al capitalismo (su mujer tampoco ayuda mucho la verdad).
Un tío tan grande (al menos en opinión de un servidor), como Joan Bautista Humet, ¿no merece unas líneas?. Es un olvido imperdonable.
Para ensalzar las personalidades de Cecilia (muy buena aunque creo que no hubiera sido la misma sin la existencia previa de Serrat) y de alguna que otra mediocridad, no creo que fuera necesario denostar a Serrat, algo que está trabajando con tic tac de bomba de relojería en contra del autor de este artículo.
En mi caso y en el de millones de personas en el mundo, Serrat ha trascendido ese estadio de autor que te parece buenísimo, para formar parte indisoluble de la banda sonora de tu vida durante 45 años y hasta la muerte. Cuesta un poco por no decir bastante, a día de hoy, hacerse una idea de quién fue Serrat en el mundo de habla hispana. SERRAT FUE DIOS. No, no exagero, habría que haber vivido el momento para hacerse una idea cabal de lo que significó el fenómeno. No se me ocurre ahora mismo, nadie, que en este país pueda presentar un currículum como el de este señor.
La mayoría de los que alude el artículo son enanos comparados con él.
Baste decir que a día de hoy y de aquella ya lejana época solo escucho con asiduidad y como si fuese el primer día a Serrat, Aute (un gigante a pesar de los supuestos bostezos del Sr.García) Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán y a Los Brincos que aunque no eran cantautores eran cojonudos. Y me ciño solo a España para no extenderme. De algunos mencionados me gustan cosas puntuales aunque ninguno resiste careo con «el nano».
A mi siempre me ha gustado Patxi Andión. Creo que tiene canciones muy dignas.
Añadiría también a Chicho Sánchez Ferlosio, Luis Pastor, Patxi Andión o Albert Plá. Buen artículo.
Muchas veces, en las publicaciones que leo en la web de jotdown o en la revista, detecto un tufillo (que en contadas ocasiones se transforma en hedor) a esnobismo cultural. Una tendencia a atacar todo lo consagrado por el simple hecho de serlo.
No es sólo expresar la opinión del autor, es hacerlo de una manera arrogante y despreciativa.
Este artículo es un buen ejemplo de todo lo que me carga de Jotdown.
PD: Sabina tiene 4 o 5 discos imprescindibles (Física y Quimica, Yo mi me contigo, El Hombre del Traje Gris o Mentiras Piadosas) y Ismael Serrano canciones absolutamente maravillosas.
Totalmente de acuerdo contigo, y con los artistas que echa en falta el comentario inmediatamente anterior
Cecilia …? Mmmmm. Hecho en falta al extremeño Luis Pastor. Y bueno, cuestionar a Serrat a estas alturas…o a Sabina (aunque sólo sea por «17 días y 500 noches», maravillosa)…te has quedado un poco con nosotros eh?
Hace mucho calor y hay que atraer parroquia como sea…
Me falta Nacho Vegas (para mí el más grande de su generación).
Sabina y Aute son despachados muy rápido; existen canciones de Aute de gran nivel intelectual como «La Belleza» y de Sabina como Nube Negra y Arenas Movedizas..etc
Y como decía un comentario anterior.., falta Chicho Sánchez Ferlosio
Te recomiendo que busques por youtube, hay mucho cantautor moderno que merece la pena: Elkanka, Mundo Chillón, pedro Pastor, Carlos Chaouen, rafa pons…
Y muchos más: Andrés Sudón, Marta Plumilla, Juan Fernández… Pásate por Libertad8 si tienes curiosidad.
Muy buen artículo (subjetiva y, creo, objetivamente también).
Y en el que no se menciona ni de pasada a Victor Jara…
Comparto completamente el contenido del comentario de «Maestro ciruela» en lo que respecta a Serrat. Conozco TODA su discografía, en catalán y en castellano, lo de antes y lo de ahora, y, con sus altos y bajos – lógicos éstos teniendo en cuenta lo extenso de su obra- , no tengo la menor duda que casi todos los «cantautores» que rescata el articulista, no le llegan a la suela de los zapatos. Uno de sus últimos álbumes, por ejemplo, («Mo» en catalán) demuestra incluso que no sólo fue único en su tiempo, sino que sigue vital su creatividad. Lo malo, para algunos, es que Serrat es «popular» y «reconocido»; tal vez si se hubiera quedado en cenáculos minoritarios, esos algunos lo valorarían como debe ser.
Con más artículos como éste (crítico en toda su subjetividad) muchos cantautores nos hubiéramos repensado el oficio, antes de comprarnos un guitarra y ponerle voz de afectación intelectual a nuestras flatulencias literarias para mirarnos el ombligo.
Un artículo sobre la cancion de autor dentro y fuera de España que se olvida de Labordeta o Victor Jara en favor de Ella Baila Sola o Tontxu dice más del autor del artículo que de la cancion de autor.
Tú, sí, tú, no. Tú, grande, tú, chico.
Razones: las que se me pasan por…¿dónde íbamos?
Antes que nada, el hecho de reconocer que se trata de una valoración subjetiva honra al autor, pero da una s muy parcial y sesgada de lo que es la canción de autor. Por un lado, es innegable que el género (si, es un género) lleva 40 años pagando las consecuencias de que muchos de sus practicantes, sobre todo en los 70 parecieran curas dando homilías. Pero eso es dejarse llevar por el tópico y no ver más allá de sus propios prejuicios. La canción de autor empieza muy influenciada por la chanson francesa, como bien apunta el autor relacionando a Paco Ibáñez con Brassens. Para mi es incomprensible que se alabe a Cohen y se desprecie a Paco cuando en gran medida comparten las mismas virtudes y defectos. Después entra la influencia del folk estadounidense y en consecuencia los cantautores tratan de rescatar la música tradicional e incorporarla a su quehacer. Pero a partir de ahi, y muy influenciados por la canción de autor latinoamericana, se empiezan a asimilar nuevos ritmos, lo que ahora se conoce como Músicas del Mundo. No se menciona que la canción de autor fue pionera en la introducción en España de este tipo de ritmos. Por no eternizarme pondré sólo 3 ejemplos que veo muy importantes en la canción de autor de este país:
-Carlos Cano: comienza reivindicando el andalucismo, pero muy pronto comienza a permear en su obra el latido de los ritmos cubanos, argentinos, etc. Es muy importante su labor de rescate de la copla para desligarla de la fuerte connotación franquista que el régimen le dió apropiándose de ella con motivos propagandísticos.
-Luis Pastor: comenzó como un cantante protesta más, pero en los 70 se acercó al folk, y a partir de los 80 comenzó a asimilar ritmos africanos y brasileños para dar una explosión de calidad a partir de los 90 y los 2000, cuando definitivamente éstos ritmos se asientan y también sus letras experimentan una notable mejoría.
-Javier Ruibal: desde su primer disco «Duna» del año 78 muestra una intención de alejarse de los tópicos de la canción de autor y hace una canción con fuertes influencias flamencas y magrebíes. Siempre rodeado de excelentes músicos provenientes principalmente de la escena del jazz, destaca por su extraordinaria voz, su incesante búsqueda de nuevos ritmos (Brasil, Caribe,etc) y su versatilidad.
No se puede hacer un acercamiento serio a la canción de autor sin mencionar éstos y otros muchos nombres (Quique González, Jorge Drexler…). El autor en parte trata de huir del tópico pero acaba atrapado por él. Aún así me ha parecido interesante.
El mérito del artículo no está tanto en la parte subjetiva de las adhesiones sino en la proposición del tema. Enhorabuena por tanto al autor, Yago García, y collejas a todos aquellos que se enfadan por tocarles a sus santones. Como comparto el alejamiento de las figuras y la búsqueda por entre las grietas, les sugiero añadir el nombre de Iñaki Eizmendi, un tipo del que compré un LP a finales de los setenta y nunca más supe de él. Cantaba en euskera y yo no entendía nada (como cuando escucho a Dylan, vaya) pero tenía una portada de lo más impactante: una foto granulada de la Avda del Ejército a su paso por Deusto en la que se veía un tráfico terrible con camionazos y un pobre peatón en una estrecha acera. Cordiales saludos.
En fin, como el artículo en realidad estaba inspirado por Krahe, aprovecho la ocasión para hacerme un poco de publicidad y darles el enlace del post donde cuento mi curioso encuentro con el cantautor y mi opinión sobre él. Lo mismo les gusta: http://spypblog.blogspot.com.es/2010/12/184-javier-krahe.html
La lista es larga pero incompleta, como ya han comentado arriba. Yo añado al prototipo de cantautor «peñazo»: Raimon, que probablemente fija el modelo. Pero el contenido del artículo es escaso, no va más allá de reivindicar a los cantautores, pero después de poner verde a la » cultura de la transición » y la música «de padre». Vamos, un batiburrillo sin pies ni cabeza.
Nadie en su sano juicio puede defender, sin sonrojarse, la obra del Sabina de los 90 para acá (siendo generosos). Y de Serrat, habría que remontarse a 1980 (¡que ya es viajar en el tiempo!) «Cecilia 2» es uno de los más grandes LP’s de toda la historia de la música en español, y Vainica Doble (que no se ajustan, cierto, al perfil del artículo) le siguen pasando por encima a muchos de los más «venerados artistas», así que más le vale a alguno empezar a hacer los deberes y dejar de escuchar a DIOS y a su PROFETA.
«Y de Serrat, habría que remontarse a 1980″… ¡Bah…!
Cada locooo con su temaaa (cántese balando estentóreamente).
¡ja, ja, ja! Me gustaría mantener una conversación con usted, pero creo… creo que es básicamente un «bartolo», así que mejor lo dejamos indefinidamente.
Nunca me habían llamado tal cosa, ¡vive Dios! Pero también desisto, porque yo, como Serrat (o sea, DIOS) también prefiero un buen polvo a un rapapolvo. Ah! Y Pablo Guerrero, ENORME, como diría El Fary (cantautor también).
Nos seguiremos viendo por aquí, supongo.
¿Y usted se permite dudar del sano juicio de los demás?
Pues no. No dudo. Afirmo.
Ah, pues vale. Tiene usted razón. Pero sobre todo no se altere y apártese de esas ventanas abiertas, por favor se lo pido…
Que me refiero al sano juicio de juzgar, no de estar locatis. Seguiré el consejo y apartaré también mi corazón de la mangueras.
Creo que Javier Krahe merece artículo aparte aquí, o varios!!!
Conocía de referencias a Javier Krahe y siento mucho su desaparición pero si nos ceñimos estrictamente a sus aportaciones al mundo de la música (de cantautor o de lo que sea) siento disentir con el entusiamo de algunos. Lo estoy escuchando desde hace bastante rato con varias de sus «perlas» y lamento decir que dejando aparte algunas letras graciosillas, su acabado final y su forma de «cantar» son un purgante natural para el estreñimiento.
Conocer por referencias, no es conocer. Y estar escuchándole durante «bastante» rato (en youtube, supongo) es insuficiente para obtener una sentencia de tan escatológica magnitud. A Krahe no basta con escucharle en un audio de mala calidad, ¡a Krahe hay que vivirlo!, pero, lamentablemente, para usted ya es demasiado tarde.
Chicho merece un articulo para el solo,olvidamos al madrileño Javier Bergia,al gallego Amancio Prada, al extremeño Luis Pastor y al gaditano Javier Ruibal.
Disculpas Amancio es de León.
No entran en la categoria «cantautor», pero Los Punsetes tienen grandes joyas.
Esta, por ejemplo, se les podria haber ocurrido leyendo ciertos comentarios a este articulo (o el articulo mismo):
https://www.youtube.com/watch?v=fpI87-W8Pvg
Joan deja de joder con la guitarraaaa.Cantese como dice David.Totalmente de acuerdo con el.Al maestro ciruela como diría Batiato q le den uvas pasas
¿Quién es usted? ¿Quico Pi de la Serra? ¿O quizá Raphael? ¡No me diga más, es Valen!
Coño, Valen. ¡Cuánto tiempo! ¡La mano de Dios!
El maestro ciruela me ha reconocido.Esto no tiene por que ser un reñidero.Si por decir que Sabina y Serrat son un peñazo que aburren a los peces de colores, empezamos ha llamarnos locos pues apaga y vamonos,pero recuerdo la presentacion de la gira de los susodichos,uno con bombin(que facil es creerse Dylan)el otro tocando los platillos… y yo heche de menos a alguien en ese evento ……A MILIKI.Pero claro si se taliban….todo vale
Ya se, maestro echar es sin h
¡Tendría narices que hubiera acertado con uno de los tres tiros ciegos! ¡Ja, ja, ja!
¿De verdad es uno de los mencionados o es que seguimos con el cachondeo? Si lo es, no le pido que revele su identidad, solo me gustaría que ratificara que es una de esas personalidades.
El propósito de todas estas pullas es el del mero entretenimiento, por mi parte no hay ningún «talibaneo» que valga y naturalmente, no pienso que alguien esté loco porque no le guste Serrat. Esto lo hago extensivo a DAVID el de «la mangueras».
Dónde está Fran Perea?
Barato, barato. Tanto hablar de lo que no digiere… tan poco de lo que considera necesario. Así que me da que muy poquita idea de lo que habla. Pero muy poca. Suelto otro topicazo más sobre Ovidi, valoro a Sisa y me olvido que el mejor disco de su carrera lo financió una «indie», Elefant Records, del grandioso Luis Calvo. Le doy vidilla a la aburridísima vocalista María del Mar Bonet. Y da en la salud que es otro de los que «creyeron oir a los Parra». Y sí, lo de Victor Jara NO TIENE PERDÓN. Bueno, no habrá mas pena ni olvido.
Postdata: Jot Down, sus maravillosos 11 números, su olor, su estética purista pero no antigua, todo en la revista ha hecho de ella un tesoro escondido. Lo de septiembre y El País…. Compás de espera y a rezar. Espero que no tengamos que recordar «cuando fuimos los mejores» (Loquillo dixit). Por que sería terrible, mucho.
Pingback: «¿Qué me dices, cantautor de las narices?»
Está visto que ya no se puede hablar en serio.
No quiero parecer pesado pero aprovecho para reivindicar aquello tan bonito de «Tren que me leva pola beira do Miño / me leva e me leva polo meu camiño», de Andrés Do Barro, que murió con solo 42 años y en una mala situación económica. Preciosa canción y triste historia.
Bueno, está bastante inspirada en «Mi cacharrito» de Roberto Carlos pero te la vamos a aceptar, DAVID, teniendo en cuenta la lacrimógena historia que nos has contado sobre Andrés Llobarro
¡Venga ya, Palmira, lo que me faltaba por oir! Dejando aparte el «pequeño» detalle de que la canción de Roberto Carlos es, en realidad, una versión bastante literal de «Road Hog», que el norteamericano John D. Loudermilk había publicado un año antes (1962), «O tren» y «Mi cacharrito» tienen más bien poco que ver. Por otro lado, tu falta de sensibilidad «al cielo clama», que diría Krahe.
Desde luego, es que no se acaba nunca de aprender… 92 años para septiembre y me entero ahora de que ese copión de Roberto Carlos calcó «Mi cacharrito» del yanky ese. ¡Voy a quemar todos sus discos, joder!
Andrés do Barro… Yo era un niño y estaba en la playa, en el sur de Andalucía. Por los altavoces sonaba una y otra vez «Corpiño xeitoso». Era la primera vez que oía cantar en gallego. En pleno tardofranquismo, en el verano de «Una lágrima en la arena», de Peret, y del «Achilipú», de La Terremoto.
Palmira ¿de verdad encuentras alguna semejanza entre Mi cacharrito y Oh tren?
Eso hay que mirarlo puede ser grave.
¿Sabes qué pasa? Que llevo sin el perro un mes desde que murió y estoy atacada de los nervios. Capitán Trueno sabía cómo calmármelos y dejarme relajada con sus interminables lametones y sus frenéticas acometidas. Pero ahora estoy que no veo y podría confundir «Oh tren» con la de Albert Hammond o con la quinta de Beethoven. ¡Y ahora, encima, me entero después de 52 años de que Roberto Carlos fusiló la cancioncilla! ¡Hostia!
Aaah ya caigo es por el pi pi pi..Tambien hay una cancion de The Beatles q dicen PI ,Pi ,Drive my car.Y para historias lacrimogenas Victor Manuel.Ahi si que se llora y mucho, no se si por las historias que nos cuenta o por la grima que me produce el cantautor de las narices.
«La grima» ¡cayó en la aaarena, en la areeeenaa cayó tu la grima…! ¡Esa es de Peret! ¿A que sí…? ¿Eres Rosendo, verdad? ¡Confiesa!
Os dejo que esto esta cogiendo un tono que no me gusta nada .Prefiero hablar con el maestro ciruela.
Para Sergio,no se a quien llamas pedante ni siquiera porque .Tu aportacion es tan vacia como la de Tip
No se si eres Palmira o Palmiro lo que se es que este no es tu sitio.Hay paginas de todo tipo para q puedas contar las tonterias q hacias con tu perro.
Maestro Ciruela te hecho de menos.
Sergio tu comentario era tan simple que lo han eliminado.Miratelo
Creo sinceramente que ensalzar los primeros discos de cantautores que luego han evolucionado haciendo,en algunos casos,obras de arte es un auténtico error.Es quedarse en lo más simple sin escarbar en absoluto,y en ocasiones,aún peor,es quedarse con lo más ramplón de los autores. Y Cecilia,cómo decirlo… demasiado rural y rancia señores, con alguna excepción pero así me lo parece.Más Sabina y menos Cecilia.
¿Cecilia rancia? ¿Cecilia rural? Usted no ha escuchado a Cecilia. Usted ha escuchado a María Ostiz. Reconozco que los arreglos musicales a menudo no le hicieron un favor a Cecilia, pero ¡ábrase de orejas, hombre! Por supuesto que es injusto comparar la carrera de alguien que muere con 27 años con la de quien ha podido desarrollar su oficio durante décadas. Es injusto para ambos, ojo. Pero, ¿por qué las primeras obras de un autor tienen que ser forzosamente más «ramplonas» que las posteriores? En el mundo de la música popular, el folk, el rock…somos testigos cada día de lo contrario. Primeras obras frescas, originales, con impulso, seguramente imperfectas pero vivas, dejan paso a otras rutinarias, mortecinas… La experiencia, en el arte, no es siempre un grado. No podemos saber qué estaría haciendo Cecilia hoy de no haber tenido el accidente. Tal y como está el negocio es muy posible que también su obra hubiera cedido a la rutina, a la vulgaridad, pero quiero pensar (estoy seguro), que no se hubiera convertido en Rosana. Su proclama, amigo José, «más Sabina y menos Cecilia», es lamentablemente cierta: siempre habrá, por muchos inéditos que aparezcan, mucho más Sabina que Cecilia.
¡Qué amenos e instructivos son sus comentarios, amigo Vogel! Se nota un huevo que ha estado y está usted, en el negocio! Sí, sí… ya ve que no me chupo el dedo. 1
Para Tip¿tu eras el gracioso del grupo que no tenia ni puta gracia?
¡Sí…!
https://m.youtube.com/watch?v=zRMYgvzBZ78
Por fin alguien que pone un poco de cordura en este foro.Gracias David
No, pero si tú ya la ibas poniendo bastante. La cordura, digo…
Me parece que no has escuchado el último disco de Ismael Serrano: «La llamada». Ni has considerado cuan popular es en tierras latinoamericanas. Vino hace poco a mi país, México, y llenó uno de los teatros más importantes, como lo es el Metropolitan. Sus letras describen muy bien nuestra actual realidad y son un llamado, nunca mejor dicho,a la participación ciudadana y a la transformación política.
Este artículo pudo ser un mejor homenaje a Krahe sin tanto denostar a otros.
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